Portal Guaraní - PALABRAS PROHIBIDAS - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Está en onda, según parece, que en radio uno pueda hablar como se le antoje. Se volvió socialmente lícito y aceptado, al parecer, que el ingenio, la formalidad y la retórica cultivada convivan armónica y pacíficamente con la grosería, la chabacanería, con el vyrorei alegre y distendido. Quien reclame contra esto será juzgado y condenado a la calificación de "culí", paraguayismo peyorativo de gran poder sancionador.

Nada hay nuevo, no obstante. La cultura urbana grecolatina era tan o más desprejuiciada (aunque no tenían radio). En el Museo Secreto de Nápoles se exhibe un falo tallado en piedra, de la época romana, debajo del cual está escrito: "hic habitas felicitas" (aquí reside la felicidad). El artista debió expresar, grosso modo, sus más íntimas emociones.

Pero el Cristianismo primitivo arrasó con eso. Proscribió del habla y de la escritura todo lo que tuviera que ver con lo corporal, sensual o pasional, tremenda represión que fue creando un intrincado lenguaje a base de circunloquios, eufemismos y perífrasis que contorneaban escrupulosamente las palabras y temas convertidos en tabú.

A su turno, la modernidad arremetió contra la mojigatería impuesta por el Cristianismo, principalmente de las plumas de San Pablo, San Agustín y San Jerónimo, con la misma fuerza que lo hizo contra el oscurantismo en general. Imaginemos el espíritu de esta gloriosa época a través de Montaigne (1533-1592): "Lo que San Agustín escribe para demostrar el poderío de nuestra mente es de alguien que ordenaba a su trasero expeler tantos pedos como quería, y que Vives, glosador del santo, apoya con otro ejemplo de su época, diciendo que algunos tienen la facultad de expeler vientos musicales, que concuerdan con el tono de voz que se les impone, no supone ninguna obediencia del trasero, pues en general, puede decirse que no hay órgano más impertinente y tumultuario. Sé de uno tan turbulento y rebelde, que lleva ya cuarenta años obligando a su dueño a peer constante e incesantemente, y que le llevará así al sepulcro".

Para la época en que la Ilustración iniciaba su gloriosa tarea, el camino estaba abierto. "La descarga de los excrementos es tan necesaria para vivir como la misma manutención –filosofaba Voltaire (1694-1778)– Al hombre soberbio, que se cree la imagen de la Divinidad, puede preguntársele si Dios come, si Dios está dotado de intestino recto; y ese hombre sería menos soberbio si estuviera enterado de que su corazón y su talento dependen de una evacuación, y ya no se creería imagen de Dios". Un siglo antes, este escritor hubiera tenido problemas, pues un decreto del Santo Oficio, de 1632, prescribía: "Prohíbense asimismo los libros que tratan, cuentan y enseñan cosas lascivas de amores, otras cualquiera, mezclando en ellas herejías o errores en la fe".

Más o menos por la misma época que el francés, nuestro conocido misionero Martín Dobrizhoffer escribía, a propósito de la costumbre de tomar mate en el Paraguay: "En una ocasión estuve sentado a la mesa junto a un anciano Español que cual energúmeno, lanzaba desde el abismo del estómago horrendos eructos. -He aquí mi padre –dijo– los frutos de nuestra yerba. Eructo en cuanto respiro".

La era victoriana reimpuso maneras puritanas. Las palabrotas, las referencias a órganos genitales, relaciones sexuales y enfermedades volvieron a ser tabú, al igual que la mención de varios actos fisiológicos, embarazos y enfermedades, la ropa interior, los adminículos íntimos y hasta algunas emociones. Mas, la reacción intelectual contra esta nueva represión fue aún más brutal que la renacentista, impulsando a Freud, por ejemplo, a afirmar cosas como: "En la vida moderna hay razones reales contra el acto de matar a un hombre y devorarlo, pero ninguna razón para no comer carne humana". Luego vendrían la reivindicación del incesto, la apología del sadismo y otras exageraciones.

Actualmente, quien no cede al desenfado y la irreverencia corre el temible riesgo de la ridiculización. Una de las últimas actrices del cine estadounidense que encarnó la feminidad rubia, ingenua, lánguida, moralista, en fin, pacata al estilo yanqui, fue Doris Day; un colega de ella comentó una vez: "Esa fue la primera película de Doris Day antes de convertirse en virgen". El tiempo pasó. Ahora, toda actriz debe comenzar la película demostrando que no es virgen.

Por temor a la sanción social, podemos poner tanto ímpetu en alejarnos de la mojigatería, que el impulso acabe arrojándonos en la sentina de la vulgaridad. Que es donde caen muchos que alardean de desprejuiciados y modernos, multiplicando el mal por mil, si disponen de un programa de radio.

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