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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  TEOLOGÍA DE LA INDIGNACIÓN - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 17 de Junio de 2012


TEOLOGÍA DE LA INDIGNACIÓN - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 17 de Junio de 2012

TEOLOGÍA DE LA INDIGNACIÓN

 

 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Eva estaba inquieta. Perdiendo la paciencia, interpeló a Adán: “¿Te parece aceptable que Jehová nos haya puesto en este lugar para holgar estúpidamente por toda la eternidad? Estoy harta de esta inopia. Quiero salir, viajar, tener un oficio, charlar con amigas, arreglarme el cabello. ¡¡Quiero vestirmeee!!”.

“Pero Jehová dijo que...” intentó Adán, sin éxito. “Tu Jehová, para quien ni siquiera el futuro es desconocido, al crear a la mujer debió saber que no iba a contentarse con esta vida bobalicona. Sentada aquí bajo el parral, mirando las mariposas posarse de flor en flor y los pajaritos de rama en rama, por los siglos de los siglos. ¿Qué es esto? Yo me abro. Si te interesa, sígueme. Si quieres seguir siendo el tonto mamífero implume de la Creación, allá vos”. Enterado Jehová de que la pareja humana interfería en sus designios –cosa que no había previsto, pese a su omnisciencia–, se indignó y aplicó con rigor las sanciones previstas en el reglamento del Edén.

Años más tarde, Caín, agricultor, se percató de que Jehová despreciaba sus ofrendas de granos, legumbres, frutas y verduras, prefiriendo las de ganados de Abel. Caín, envidioso, mató a Abel. Jehová castigó a Caín. “Me encanta el cordero y este tipo me quiere ofrendar ensaladas”, se cuenta que andaba Jehová murmurando por ahí, furioso.

De ahí en más, casi toda la historia de la humanidad consistió en una larga secuencia de indignaciones. Aún hoy conocemos gente enfadada por el proceso y condena a muerte de Jesucristo, otra por los desmanes de las Cruzadas o los de la conquista de América, por la guerra de la Triple Alianza o por los acomodos antideportivos del mundial de fútbol de 1978. Es inútil. La indignación debería reducirse a lo que nos ocurre aquí y ahora.

Sabemos que son exasperantes el estado de las calles y de los semáforos, las demoras del tránsito o de la burocracia, las trampas de los contratos de seguros, la mendicidad en las calles, la impunidad o la música atronadora de las discotecas. Y también las falencias del Gobierno, de la economía y de la política internacional, los fracasos deportivos y el cambio climático. Pero no podemos enfurecernos por todo eso simultáneamente. La justa ira tiene que ser oportuna, pero selectiva. Y también efímera; no puede durar permanentemente; hay que ahorrar indignación para el futuro.

En estos días pudo verse, mezclados con los jóvenes manifestantes de la plaza de la Independencia de Asunción, algunas personas adultas presas de súbito furor político, a quienes nunca antes se vio movérseles un pelo ante circunstancias bastante más conmovedoras que el desbloqueo de listas. A su alrededor sucedieron atentados sangrientos, represiones feroces, crímenes oprobiosos, traiciones aleves, negligencias dolosas, epidemias sobrecogedoras, tiranías y catástrofes económicas, que dejaron a estas personas tan impávidas e inconmovibles como el faquir Pradlat Jani, que no come hace 70 años y solo orina cuando se le da la gana.

Mas, de pronto, se las encuentra en la plaza, insólitamente encolerizadas y con tanta militancia que hasta alguno que otro se encarama a la palestra e intenta liderar los ímpetus. Y alguno que otro también provoca desmanes. Todos mezclados, los energúmenos y los sensatos, los pacíficos y los patoteros, los espontáneos y los aprovechados. Es natural que en una procesión así no se sepa por dónde va San Pedro y por dónde viene San Pablo. No debería permitirse que las manifestaciones públicas sean convertidas en el Cabo Cañaveral de los oportunistas que mañana nos indignarán.

Finalmente, las expresiones de indignación no tendrían que agotarse en ruidosos escraches con fanfarria, griterío y petardeo, para luego dejarlas desmayar y evaporarse en pálidas volutas de hastío. Las trompetas nunca ganaron batallas, y no hicieron caer más murallas que las de Jericó, advertía Voltaire.

Hay que dosificar la diatriba contra los malos políticos. Que son como las bacterias patógenas: demasiados antibióticos protestatarios acaban por acostumbrarlos, haciéndolos más resistentes, durables y dañinos. De modo que, después del estado de indignación hay que transitar hacia el estado de sagacidad, para recoger maduro mañana, con la razón, lo sembrado hoy con la emoción.

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 17 de Junio de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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