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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  COMPRAR EL AMOR HECHO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 30 de Setiembre de 2012


COMPRAR EL AMOR HECHO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 30 de Setiembre de 2012

COMPRAR EL AMOR HECHO

 

 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

No es novedoso que parejas de jóvenes se filmen en momentos de intimidad sexual. Desde que se inventó la filmadora portable, hace ya medio siglo, muchísimos desearon correr la emocionante aventura de verse a sí mismos en trances que, hasta entonces, solo era posible mediante el ruin recurso del espejo.

Con la asombrosa popularización de las cámaras digitales (pronto se podrá fotografiar hasta con el peine), hoy por hoy y sin costo alguno, quienquiera registra imágenes de lo que se le antoje. Se sabe de alguien que se filma a sí mismo sentado en el WC. Está intrigado por conocer las expresiones que se suceden en su rostro, según avanza en la faena.

No obstante, es preciso descartar que la filmación y divulgación de imágenes de una pareja de jóvenes en trance sexual, haya sido hechura deliberada de sus protagonistas, en concierto con el filmador.

En este caso la protagonista de la filmación actuó con el uniforme de su colegio, elemento que se constituyó en tremenda evidencia criminal. Sus autoridades académicas se vieron insuflados de santa indignación y, tras juicio sumarísimo, condenaron a la joven a lo que en ese ámbito equivaldría a la pena capital: cero en conducta, expulsión y descrédito público. “Lo peor –mascullan– es que el uniforme de la institución fue manchado”.

Es descomunal suponer que un par de adolescentes trenzados en un simple episodio sexual, aun en la vía pública y con insignias distintivas, tengan el poder de tiznar símbolos, emblemas, el prestigio o el buen nombre institucional. La mojigatería puede llegar a ser muy ciega y la hipocresía muy injusta. Como injusto es que, por una misma falta, la sanción a la chica sea mucho más onerosa que la del joven.

Los adultos que se erigen en pontífices y administradores de la moralina provinciana no deberían olvidar su propia adolescencia, cuando tantas veces, bajo la insostenible presión de la naturaleza, tampoco les alcanzaba el tiempo o los recursos como para hallar un refugio discreto para sus amores, al abrigo de miradas e interferencias. Demasiado pronto olvidan que ciertas urgencias son mucho más urgentes a los 16 que a los 46.

A los 16, los matorrales de un baldío, un árbol sombrío, una calle desierta, el rellano de una escalera, el zaguán, un ascensor, un placar, en fin, cualquier escondrijo, se convierten en fugaces pero oportunísimos amparos. Una pareja de novios lo hacía en la sala, ella cantando, él tocando la guitarra, para eludir el radar materno. Es que, desde luego, la música y el amor nunca anduvieron separados.

A los 46, por poner, ni los apremios son tan intensos ni el cuerpo es ya tan ejecutivo; el ritmo vital está ralentizado y plantea sus exigencias de progresión paulatina, confort y método. A los 46, ningún deseo queda en la fábrica de Eros cuya satisfacción no pueda posponerse. A los 16 esto es impensable. A esta edad, la vida comienza al amanecer y acaba en la misma jornada. El mañana no existe; y si existe, será otra cosa y nadie sabe qué.

El episodio de la pareja filmada, además de regla para medir la hipocresía moral remanente en nuestra mentalidad, sirve también para estudiar cómo se refieren al acto sexual humano los comunicadores y periodistas actuales. Se evidenció que muchos de ellos incorporaron a su repertorio esa horrorosa expresión to have sex, que a través de las traducciones de series y películas angloparlantes penetra en nuestra habla desalojando a la tradicional delicada locución francesa faire l’amour. “Tener sexo”, que suena como una variedad de “tener gripe” o “tener diarrea”, parece ser otra bazofia que gana adeptos merced a la globalización.

Si bien “hacer el amor” también tiene sus detractores, algunos porque juzgan que “eso” no es amor; otros, porque lo juzgan cursi. Una clienta impertinente le espetó a un celebrado pintor francés: “¿Es que ustedes los artistas nunca hacen el amor?”. A lo que el interpelado respondió: “No señora, no necesitamos hacerlo. Lo compramos hecho”. Las autoridades del colegio que se siente injuriado por una aventura de adolescentes deben ser personas de ese tipo, de las que compran el amor hecho.


Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 30 de Setiembre de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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