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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  APRESTOS PARA EL FIN - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 28 de Octubre de 2012


APRESTOS PARA EL FIN  - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 28 de Octubre de 2012

APRESTOS PARA EL FIN


 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Yang Zongfu demuestra ser hombre astuto para los negocios, como han sabido ser siempre los chinos. Advirtiendo la popularidad mundial que va ganando el último anuncio del fin del mundo, inventó, patentó y oferta arcas para sobrevivir al cataclismo. Se informa que ya colocó unas veinte y que recibe pedidos de reserva diariamente, incrementados a medida de que se aproxima el 23 de diciembre, la fecha fatal. Fatal para él, sobre todo, pues al día siguiente ya no venderá arcas.

En este caso, el cuento del fin del mundo no es chino sino maya. No se sabe por qué los mayas decidieron dar por finalizado su almanaque el 23 de diciembre del 2012. Hay versiones encontradas. Una de ellas especula el siguiente motivo: los labradores del monolito donde se llevaba el registro llegaron al final de la piedra y decidieron aprovechar la ocasión para pedir reajuste de salarios. El astrólogo mayor denegó el reclamo arguyendo que “no estaban dadas las condiciones”. El jefe de la cantera, gremialmente solidarizado, mintió aduciendo que ya no quedaban piedras del tamaño adecuado. Un político influyente se ofreció a mediar y logró que los obreros prosiguieran el calendario pero en repujado, provisoriamente y hasta tanto el Gobierno estudiara sus demandas. El provisoriato duró muchos años más, pero al final la cultura maya desapareció –también por causas desconocidas– y los cueros del anuario fueron comidos por insectos voraces. Esta versión, por ejemplo, no atrae el interés de nadie, probablemente porque la gente común prefiere las tragedias a las comedias.

Algo acerca de lo cual los heraldos del fin no se ponen de acuerdo es el procedimiento. Unos recurren al diluvio, otros al fuego que cae del cielo o sube del submundo, otros a la peste o los terremotos. Cada cual escoge las experiencias trágicas de su tierra. Los aborígenes paraguayos creían en el exterminio por el diluvio, porque conocían los efectos de las grandes inundaciones; los de Centroamérica se inclinaban por el fuego volcánico y los sismos; los asiáticos por la peste, y así sucesivamente. En la época tecnológica se habla ya de hecatombe nuclear, exterminio por microorganismos letales, extraterrestres, etc.

El célebre charlatán francés, Michel de Nostradamus, anunció el fin de los tiempos para cuando el domingo de Pascua cayera un 25 de abril, evento ya sucedido en 1666, 1734, 1886 y 1943. Rien n’est arrivé monsieur Michel. No sucedió nada. Pero los libreros siguen haciendo dinero con sus profecías. Ya nos alertaba el Eclesiastés: el número de necios es infinito.

El historiador contemporáneo Voltes, registró unas veinticinco previsiones de calamidades definitivas en los últimos siglos, contando apenas los que ganaron credibilidad. El astrólogo español Juan de Toledo anunció el final para el año 1186, debido a que todos los planetas se agruparían en la constelación de Libra. El argumento convenció y las multitudes acudieron a los templos a ayunar y arrepentirse de todo. Después de trascurrido sosegadamente el año, el astrólogo aclaró que solo pretendió advertir sobre una invasión de los Hunos. Soslayó lo que todo buen astrólogo debe saber: que las predicciones deben ser suficientemente ambiguas como para que sean aplicables a cualquier acontecimiento.

Entre los diversos fenómenos, las conjunciones astrales eran las que más temor infundían. El 17 de diciembre de 1919 seis planetas entraron en esta modalidad; el 2 de febrero de 1962 fueron ocho, ambos precedidos de rezos, ayunos, confesiones, propósitos de enmienda..., hasta suicidios. En esta última ocasión, fueron astrólogos hindúes los apocalípticos. Conmovido, el primer ministro birmano ofrendó tres bueyes, tres cerdos, nueve cabras, sesenta patos, otras tantas gallinas y 120 palomas, matalotaje que, al parecer, satisfizo y aplacó a los planetas, que prosiguieron su navegación sin causarnos problemas.

La industria de supercherías siempre será muy lucrativa. Para combatirla es que los jurisconsultos romanos prescribían stultis non sucurritur, la ley ni el juez deben favorecer a los tontos, entre otras cosas, porque “de necios y porfiados viven los letrados”. Anotar pues todo esto para enfrentar el 23 de diciembre; y recitar el sabio epigrama español: “Dígame usted, y no mienta/ los tontos que cría Dios/ Nacen al minuto ochenta/ y mueren al año dos;/ conque ajuste usted la cuenta”.


Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 28 de Octubre de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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