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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  DIVAGUES DE CARNAVAL - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 23 de Febrero de 2014


DIVAGUES DE CARNAVAL - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 23 de Febrero de 2014

DIVAGUES DE CARNAVAL


 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

El carnaval, esta antigua celebración pagana caracterizada por suspender temporalmente la rígida vigencia de las reglas morales de conducta social, fue ferozmente combatido por toda clase de autoridad religiosa, desde siempre. Sobrevivió, no obstante, y hoy goza de libertad, o de libertinaje, según cuál festividad observemos y con cuáles ojos.

Hay de varias clases, en efecto. En Venecia es una fiesta de salón, aristocrática y sofisticada, en que la fantasía, la creatividad y el buen gusto dominan las sensaciones. En Oruro es una fiesta popular milenaria que combina magníficamente baile, música, coreografía, fantasía visual y ritualidad religiosa. En fin, en Encarnación y Corrientes es una variedad del negocio del entretenimiento y de la empresa del turismo.

En carnaval “ninguém e de ninguém” prescriben seriamente los cariocas, que tienen la fiesta de este tipo más famosa del mundo. Esto significa, simplemente, que si sales a la calle a celebrar con tu pareja, no pretendas hacer valer tus títulos sobre ella pues los terceros, como se dice en jerga leguleya, adquieren derechos iguales a los tuyos. La pareja, ordinariamente del dominio privado, transitoriamente deviene del dominio público.

Es que en carnaval la excepción se convierte en regla, porque la fiesta misma nació como excepción a las inhibiciones y severidades del orden social regular; y como burla del puritanismo, la beatería y el fariseísmo. Así pues, suspendidas las normas, son imposibles las transgresiones. Rige entonces lo inusual, lo exagerado, lo sugerente, lo extravagante o lo ridículo; manda allí la imaginación y no la reflexión, la espontaneidad y no el cálculo. Por ejemplo, antes de legalizarse el travestismo, estas celebraciones daban oportunidad única para disfrazarse del otro sexo. La mayoría de los travestidos lo hacía torpemente, porque la intención era causar risa; pero se conoce que a algunos comenzó a salirles tan bien que optaron por adoptar el papel permanentemente. Hoy son legión.

En realidad, lo erótico está en la esencia misma de todo esto porque en las culturas influidas por las grandes religiones fue siempre lo más combatido y reprimido. Algo parecido a los atracones que se dan los musulmanes al nacer la primera estrella en el oriente del Ramadán. Lo prohibido siempre genera deseos desmedidos, pero el placer lleva consigo la condición de ser efímero, de que no dure mucho. Los goces deben acabar, aconsejaba sabiamente Epicuro, antes de que produzcan saciedad. Y esto, naturalmente, también rige para el carnaval.

Hace algunas décadas, el club Sol de América, famoso por organizar las mejores fiestas de la capital (de donde nace su apodo “los danzarines”), continuaba lanzando su “último grito de carnaval” allá por el mes de junio; tanta era su convocatoria. Pero la euforia fue siendo cada vez menos sostenible (como hay que decir ahora) y el hartazgo general acabó con el negocio. Ocurrió otro tanto con el corso municipal asunceno, que comenzó repitiéndose anualmente durante tres días seguidos y acabó sin poderse realizar uno solo.

Tal vez el último y más memorable intento de resucitar un corso en Asunción fue aquel que el general Lino Oviedo organizó en lo que, desde entonces, dio en llamarse “el linódromo”, cuando los oficiales del arma de Caballería, impecablemente uniformados con un elegante disfraz que recordaba a Maurice Chevalier, –referente icónico (como hay que decir ahora) de los años veinte y treinta– avanzaban danzando al son de marchinhas cariocas, tan seria y disciplinadamente que, a primera vista, no se determinaba fácilmente si era práctica de orden cerrado o escola de samba. Debieron llamarse “Caprichosos do Batalhâo”; o algo así.

En relación al carnaval y sus regocijos, no faltan los mojigatos que se santiguan escandalizados ante las audacias. “¿Acaso no es posible divertirse sin pecar?”, repiten con indignación, lo que no hace más que incrementar el deseo de fastidiarles. Se halla en todas partes a esta clase de personas; aunque, al parecer, todavía no se decidieron a formalizar la organización “Pelotudos sin Frontera”.

Tal vez sea posible divertirse sin pecar; lo que debe ser muy estúpido es pecar sin divertirse.

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 23 de Febrero de 2014

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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