Portal Guaraní - FILATELIA PARA CUATES - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

La Dirección de Correos acaba de emitir un sello en homenaje a un cantante que es del agrado del director. La noticia señala que la decisión fue oficializada por medio de un decreto, por tanto, contó la anuencia del presidente Cartes.

Es un fenómeno curioso este que, mientras bajo las dictaduras los artistas halagaban a los poderosos para medrar, en democracia muchos políticos los buscan para agasajarles con deferencias grandilocuentes, a menudo exageradas y casi siempre inmerecidas. Todo tirano tuvo, tiene y tendrá sus músicos y poetas. Bajo los regímenes despóticos hubo, hay y habrá siempre el artista que se ofrece voluntario para agitar el sahumerio que preside el paso del poderoso. Pero hubo siempre también, afortunadamente, muchos más que se conservaron dignos aun a costa de su libertad o bienestar.

Perón soportaba tras sí una legión de serviles que a codazos se disputaban un aplauso del caudillo. Cada vez que venía, Luis Alberto del Paraná madrugaba frente al Palacio de López para saludar al señor-presidente-de-la-república-y-comandante-en-jefe-de-las-fuerzas-armadas-de-la-nación. Hubo decenas de músicos que arañaron su lira para ofrendar desinspiradas pleitesías a Stroessner.

De hecho, desde 1947, ningún poderoso se privó de escuchar su nombre mechando versos y estrofas en canciones y declamaciones. Presidentes, ministros, jefes militares, altos funcionarios recibieron estos confites de parte de escaladores de la montaña de la vida. El mismo Roa Bastos, que antes de doblar hacia el corredor de la izquierda transitaba augustamente por el de la derecha, hacia 1954 compuso una pieza en verso que tituló “Stroessner y Perón”. Mucho más tarde, hacia 1982, cuando los giros de engranaje de la Historia le forzaron a convertirse en opositor, alguien, un memorioso, desempolvó el grotesco encomio y lo lanzó a las fieras. Roa, desde Europa, comenzó negando la autoría pero luego, sofocado por las evidencias, tuvo que cantar la palinodia, declarándolo un desliz de los viejos tiempos.

Los artistas que dedican el producto de su trabajo a los poderosos suelen ser de tres clases: como Miguel Ángel a Julio II, por la remuneración; como Leonardo Da Vinci a Francisco I, por agradecimiento y amistad; o como Samuel Aguayo y Luis Alberto del Paraná. Mas, si uno no tiene la genialidad de Miguel Ángel y Leonardo, girar en torno al sol en órbitas demasiado próximas suele acabar en incendio. ¿Quién recuerda hoy a los artistas de Stroessner y Perón?

Los funcionarios tienen derecho a encomiar a sus ídolos particulares, naturalmente, pero no a costa de los recursos del Estado ni comprometiendo la imagen del país. El director de Correos debió limitarse a organizar un asado para su amigo artista, dedicarle un discurso y agraciarle con un pergamino, como hace la gente. Porque, en todas partes las distinciones que conllevan sello y representación nacional suelen ser potestad exclusiva del Congreso, precisamente para impedir que cada quién designe héroe nacional a quien se le antoje. De hecho, como se dijo tantas veces, no se debe otorgar esta clase de distinciones sino a personas fallecidas, cuyos méritos se hallen ya fuera de debate.

Un sello de correo recorre el mundo, se exhibe en escaparates y en miles de colecciones; toda imagen puesta junto a la palabra Paraguay en un documento o símbolo oficial adquiere calidad de representación colectiva. Un coleccionista de Londres o Hong Kong no se imaginará jamás que el jinete con banda presidencial que monta un níveo corcel, flanqueado de soldados y banderas, no es un héroe nacional del siglo XIX sino un cantor del siglo XXI.

Visto esto, hay que cerciorarse de que ya no estén en imprenta las estampillas de homenaje al borracho de la arbolada. Tal vez también sea amigo y amenice las fiestas del director.

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