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STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER

  LA TIERRA DE CATALINA (Cuento de STELLA M. BLANCO DE SAGUIER)


LA TIERRA DE CATALINA (Cuento de STELLA M. BLANCO DE SAGUIER)

LA TIERRA DE CATALINA

Cuento de STELLA M. BLANCO DE SAGUIER

 

 

STELLA M. BLANCO DE SAGUIER : La actividad literaria se produce en ella, en medio de su profesión de arquitecta, y de su docencia continua.

Mantiene afanosamente la coordinación del Taller Cuento Breve, desde su creación y activa en la organización de Eventos Culturales.

Tiene publicados sus cuentos en los libros del Taller y ha obtenido premios como el del "Primer Concurso Nacional de Cuentos", organizado por el Diario última Hora, con el título de: "Las huellas del silencio". También en el concurso: "Homenaje a Néstor Romero Valdovinos", organizado por el Diario Hoy, con su cuento: "No vuelvas a llorar". Otro premio en el concurso literario de cuentos cortos: "Veuve Clicquot-Ponsardin", con el nombre de "Una advertencia".

Sus energías le exigen crear y ella se introduce y participa complacida en esa actividad que la hace feliz, por eso nos dice: ¡Continuaré!

 

 

LA TIERRA DE CATALINA

 

Descendió del ómnibus y de él bajó un canasto redondo y chato, un bolsón mediano, pesado y una nena de tres o cuatro años.

 El viento sur les llegó salvaje. Madre e hija acomodaron naranjas, mandarinas y zapallitos, lechugas, zanahorias, choclos, mandioca y queso Paraguay. ¿Qué más?

El bolsón esperaba en el suelo y en él Catalina consiguió lo que faltaba: harina de maíz.

Las pequeñas y delgadas manos de la nena, con precoz agilidad acomodaron la variada mercancía. El menudo cuerpo se dobló y ayudó; el canasto ascendió hasta el nudillo bien instalado en la cabeza de la madre.

El bolsón cuadrado colgaba ahora de esa firmeza que era la mano de Catalina y él parecía contento en ese vaivén mezcla de viento y compás de la mujer.

Este lugar al cual llegaban, era un barrio cercano a la frontera.

La mujer miró bien atenta a uno y otro lado de la avenida, a esa misma hora, todos los días, una roja y veloz camioneta interrumpía el tránsito, alejándose hacia los límites del territorio. Catalina razonaba extrañada la caprichosa costumbre de este vehículo, el cual aceleraba justo en la esquina donde ella se encontraba.

Cruzaron. La vereda esperaba acostumbrada esas arriesgadas pisadas.

Ahora en lugar seguro separó la mano pequeña de la suya. El primer timbre con suave eficacia, respondió al toque de la vendedora. Un ladrido amistoso las recibió y agradecida Catalina respondió a ese saludo acariciando entre los barrotes de las verjas la cabeza del hermoso perro. El canasto descendió y la pequeña acomodó de nuevo la múltiple mercancía y su mirada jugó feliz con los muchos colores de esos variados productos; los cuales tan contentos iban paseando en el cómodo transporte.

El portón se abrió; en la mano de la señora Adela, resplandecía un gran trozo dorado de bizcochuelo, el cual con un escondido sacrificio sonreía a esa morena y expectante carita, quien lo recibió como a su mejor amigo.

Catalina era fundamentalmente buena relatora y en doña Adela, depositaba su confianza.

Así la vendedora comenzó a detallar, cómo esa madrugada, en el gran mercado había obtenido buenos productos a mejores precios. De qué manera el fin de semana último pudo comprar y trasladar desde la Capital a su pueblo la cocina de gas. Sabía ahorrar y también supo hacer estudiar y trabajar a sus hijos. No hablaba bien el castellano, pero aseguraba que los suyos ya lo hablaban mejor, desde que la profesora Margarita iba todos los sábados al pueblo.

Catalina estaba contenta con esta maestra porque de ella se podían obtener muchos y nuevos conocimientos. La enseñanza consistía no solamente en hablar bien el castellano sino también les inculcaba amor a la tierra y cómo preparar en el buen suelo una pequeña huerta con variedad de hortalizas, para gastar menos el poco dinero que tenían.

Catalina comprobaba así que su tierra nunca la engañó y su fe en ella se afirmaba.

Recordó que sus clientes esperaban, se despidió de la señora Adela, el perro traspuso el portón y las acompañó, ese era su paseo y nadie podía impedirlo.

Mujer, niña, perro, canasto y bolsón ibais en alegre compañía. Catalina no miraba a los costados, quizás sin saberlo temía encontrar figuras de la ciudad que distorsionaran esos vínculos ya establecidos con el campo. Sin embargo en ese largo recorrido por tantas calles urbanas había aprendido algunas formas de egoísmo y no quería pensar en otra cosa que no fuera lo suyo y ella se decía; -dejaré este trabajo cuando tenga algunas cosas más, me gustaría vivir, no terminar así mi vida, sino vivirla.

Ahora caminando sentía de nuevo en sus pies el pulso de esa tierra que en forma armoniosa y protectora la acompañaba en todo su recorrido. Esa tierra que aplacó su hambre, la asistió en sus partos y crió a sus cachorros, que absorbió sus lágrimas y fue padre, madre y amiga por sobre todo, por eso la amistad estaba siempre pegada a ella, abriéndole camino en la ciudad y desbordando en el campo.

Andando y quedándose en cada casa de cliente, iba ella derramando gracia y sinceridad en ese medio tono manso con la serenidad de quien reclama el conocimiento a cambio de sus secretos. Ni un solo rasgo de Catalina en forma aislada, seducía por sí mismo, pero el conjunto resultaba de una calidez entrañable.

Caminando se sentía mucho más segura y su timidez natural era vencida en cada parada, donde hubiera querido estarse más, de la misma manera que le hubiera gustado permanecer más tiempo con su madre y sus hermanos, al amparo del hogar; pero eso era algo que ya había perdido. Años atrás y siendo aún niña se fue con el padre de sus hijos que era bastante mayor que ella y de quien hacía años no tenía noticias. En la vida todo es posible, eso ella lo sabía y su tiempo había transcurrido  en armonía con su dulzura interior, por eso era feliz.

Entre recuerdos y paradas Catalina alcanzó la esquina siguiente, Debía cruzar lo antes posible, la esperaban. En el horizonte de esa calle tan aguantadora de molestos remiendos y desparejados asfaltos, divisó la camioneta roja cargada hasta el tope de mercaderías clandestinas, Catalina pensó en la inexplicable coincidencia de enfrentarse de nuevo a este vehículo. Observó Cómo se agrandaba rápidamente, usurpando por completo el espacio ajeno. Era un animal grotesco, con ojos que se prendían y apagaban atrapando las miradas. Un monstruo con enorme joroba extranjera; quien a la distancia vio a la vendedora: -otra vez esta mujer, altiva y obstinada todos los días rompiendo mi velocidad- Esta vuelta no se salva.

Para entonces la determinación de Catalina estaba tomada y cruzó. Un doloroso estremecimiento se apoderó de ella, sólo sentía su mano lastimada por el apretón de una más pequeña y un ladrido feroz que clamaba auxilio. Doña Adela desde su casa lo sintió y al instante llegó. Una camioneta deshecha se encontraba un poco antes de la esquina, dentro de un gran pozo envuelta en espesa niebla de polvo mortal. El gentío reunido se preguntó: -¿reparación del pavimento, Corposana, Ande o Municipalidad?-; eso ya no importaba, la tierra había salvado una vez más a Catalina y doña Adela desde la vereda de enfrente la vio, caminando, apurada: sus clientes la esperaban.

 

Fuente:
VERDAD Y FANTASÍA
TALLER CUENTO BREVE
Dirección y prólogo:
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
© Taller Cuento Breve
QR Producciones Gráficas
Asunción – Paraguay,
Mayo de 1995 (194 páginas)





Leyenda:
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