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BEA BOSIO

  CONFINAMIENTO - Por BEA BOSIO - Domingo, 29 de Marzo de 2020


CONFINAMIENTO - Por BEA BOSIO - Domingo, 29 de Marzo de 2020

CONFINAMIENTO

 

Por BEA BOSIO

 

 beabosio@aol.com

Jamás habían pensado que la amenaza del fin del mundo sería para Mariel y Lucio, el verdadero juicio final.

Antes de la llegada del virus parecía que no había tiempo para detenerse a pensar en la convivencia forzada de ese hogar donde ya no mediaban palabras, donde el tacto había sido vedado hace años, mucho antes que este nuevo y forzado dizque “aislamiento social.” Ahora que la vida de afuera estaba detenida ante la amenaza del virus, a los dos de pronto les invadía el inmenso problema de no tener la muleta del trajín diario para desconectarse y escapar.

Escapar a la negación del desamor entumecido en la cortesía monosilábica, en la rutina automatizada que batallaba otros frentes, como aquel préstamo pendiente, la luz, el agua, el teléfono, la suba del pasaje, y el robo del almacén. Ahora, en esta suerte de domingo sostenido, instalado en una cuarentena eterna todo era distinto. Ni el televisor de Lucio- con las mil aristas sobre el mismo tema- lograba aturdir el silencio y Mariel empezó a salir al balcón para airearse un poco, para mirar la ciudad vacía calle abajo, que se atiborraba de gente encerrada en los edificios, en un cautiverio surreal. Una luz se apagaba. Otra se encendía y así cada ventana abría un telón que contaba una historia voyerista. Con los días Mariel empezó a conocer a sus vecinos, a adivinar sus rutinas y descubrió que aquel hábito aliviaba en algo su soledad:

El del primero de enfrente se escondía en el baño para hablar por teléfono.

La del quinto tuvo que confesar a sus hijos en el encierro, que había vuelto a fumar.

El del tercero se vestía todas las noches antes de las ocho y salía a su balcón a tocar la armónica al mismo tiempo que todos salían a aplaudir a los médicos de la ciudad.

En el piso de abajo de Mariel vivía un doctor, que todos los días tenía que ir al hospital. Lo trataban como si fuera un héroe, pero al mismo tiempo lo evitaban como a la plaga misma. Se aterraba la gente de verlo entrar y salir del edificio tocando las puertas. Y no había faltado el anónimo en el ascensor sugiriendo que utilizara las escaleras para no contaminar. El doctor también estaría asustado. Trabajaba hasta el agotamiento por falta de personal medico, y por las noches, a pesar del cansancio, dormía mal. A veces Mariel lo veía salir al balcón desvelado, y el otro día se había animado a dejarle una botella de vino en la puerta de su casa. (Aunque después le dio paranoia haber pisado la alfombra donde pisaba él y se sacó los zapatos y los puso a lavar.)

Todos los días pasaba alguna cosa que tenía a todos montados en el conventillo de los ventanales. Ya fuera para abuchear a alguien, para entonar alguna canción esperanzadora o como la otra tarde, para ver los cientos de pavos reales que de pronto invadieron la ciudad. Había más animales que personas allá abajo, como si estuviera poniéndose en vigencia un nuevo orden terrenal. Mágico, sin duda. Pero desconcertante y tenebroso a la par. Las noticias pobladas de historias todas parecidas. Fronteras cerradas, aviones aterrizados y cruceros a la deriva, buscando un puerto donde atracar. La bolsa en caída libre. Las curvas, las estadísticas. Los números y el ruido constante en las redes amenazando la estabilidad mental.

Un virus y el mundo estaba dado vueltas

Para ricos. Para pobres. Para izquierdas y derechas. Para las grandes potencias y para el tercer mundo por igual. Bastaba ser HUMANO para estar en la lista. Un microbio amenazante que aleccionaba sobre el concepto de IGUALDAD. Un invisible que advertía que en esta guerra estábamos todos del mismo bando, y que unirse era la única manera-si había una- de ganar. Hacía tanto tiempo que los humanos andaban divididos y subdivididos en mil bandos distintos, que se habían olvidado de lo esencial. ¿Cómo sería la vida después de todo esto? ¿Nos quedaría alguna lección aprendida? ¿Volvería todo a la normalidad?

Por lo pronto Mariel aprendió a identificar a sus vecinos, a mirarlos a los ojos. A Saludar. Algo empezaba a cambiar dentro de ella. Cuando acabara esto, sería más resolutiva en su propia vida. El fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina, al fin de cuentas, y no había tiempo que desperdiciar. Miró hacia adentro y vio a Lucio roncando bajo la luz azul del televisor prendido, y ya cuando se disponía a volver a entrar a su propia historia, desde el piso de abajo, el doctor que la estaba observando levantó la copa brindando con ella a través del cristal. Mariel se sobresaltó y sintió el rubor apoderarse de sus mejillas.

Como un soplo de nueva vida….como un rayo de luz en medio de la oscuridad.

 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 29 de Marzo de 2020
















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