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NEMESIO ALMONTE

  MONSEÑOR EMILIO SOSA GAONA (Por P. NEMESIO ALMONTE)


MONSEÑOR EMILIO SOSA GAONA (Por P. NEMESIO ALMONTE)

MONSEÑOR EMILIO SOSA GAONA

OBISPO Y MISIONERO

Por P. NEMESIO ALMONTE

Galería de Paraguayos Ilustres Nº 3

Editorial Don Bosco

Asunción – Paraguay (18 páginas)

 

 

MONSEÑOR EMILIO SOSA GAONA

 

OBISPO Y MISIONERO

 

Al atardecer del 24 de marzo de 1970 concluía la vida temporal Mons. Sosa Gaona con sus 86 años pletóricos de trabajo asiduo e inteligente al servicio de la Iglesia y de la Patria, en pro de sus hermanos.

Del hogar señero de que provenía heredó más que riquezas materiales, las virtudes que habían de ser su emblema de por vida: culto al honor y al trabajo; fidelidad a Dios y a la Patria.

Si la pátina del tiempo borra rápidamente la memoria de los que pasaron junto a nosotros sin dejar "rastro de sus alas en el viento", ni obras que perduren, el recuerdo de Mons. Sosa quedará cual estela de benéficas irradiaciones.

Estamos acostumbrados a ensalzar a menudo a los héroes que sólo se distinguieron por un momento luminoso de sus vidas, por acciones de heroísmo en los campos de batalla, y solemos silenciar los nombres de quienes, en la paz, construyeron con el sacrificio diario de su entrega, la Patria en que vivimos; que en el silencio de su sacrificio se ofrecieron a sus hermanos para hacerlos más humanos, más comprensivos, y menos egoístas.

Esta semblanza, dirigida a las jóvenes generaciones, anhelantes de auténticos maestros y de testimonios fehacientes, creemos ha de ofrecer el ejemplo de una vida entera animada por la confianza en el hombre, templada en la fragua de la fe en Dios y en el amor al prójimo.

 

 

SÍNTESIS DE LARGA TRAYECTORIA

 

 LA FAMILIA

 

Vino al mundo el 28 de septiembre de 1884, en el seno de un hogar firmemente asentado en el amor y en la comprensión mutua.

Su padre, D. José T. Sosa, que fue Ministro del Interior, educó a sus hijos en la más severa disciplina, hasta el punto de no permitirles juntarse con otros niños de su edad: debían jugar con sus hermanitos en los vastos terrenos paternos llenos de frutales: este inconveniente a la integridad afectiva de Emilio desapareció pronto a la muerte del padre. Don José era hombre culto y recto (fue educado en Francia), de educación señorial como los jóvenes pudientes de su tiempo. La fortuna fue pródiga con él en bienes de fortuna, pero sobre todo por la rica herencia de nobleza y de virtudes. Emilio asimilará inconscientemente todos esos ejemplos y el ambiente de cultura en que nació.

Su madre, Doña Benigna Gaona de Sosa cobrará particular relieve en la vida de Emilio. Mujer totalmente entregada a la educación de sus hijos, máxime a la muerte de su esposo, cuando esperaba llevar todos sus hijos a Europa para educarlos en Francia. Qué cierto es aquello de que los héroes como los santos se forman en las rodillas de la madre. Ella seguirá con maternal cariño todas las vicisitudes de Emilio y a su lado estará en las horas difíciles y en sus dificultades económicas de misionero y superior.

 

ESTUDIOS

 

Cursó los grados elementales en varios centros de Asunción; los últimos en el colegio San Vicente de los PP. Lazaristas que funcionaba junto al Seminario.

Como aplazara los exámenes de ingreso al Colegio Nacional, la madre lo colocó pupilo en el Colegio Mons. Lasagna que los salesianos acababan de abrir en el antiguo Hospital. No gustó mucho la idea a Emilio en un principio, pero allí se quedó para siempre, pues le gustaron los padres salesianos.

Un buen día el fundador y director del Colegio, P. Ambrosio Turriccia, observando las buenas cualidades para el estudio, seriedad e inclinación a la piedad, le habló de vocación sacerdotal. Como la madre no encontrase inconveniente, Emilio se quedó para siempre con Don Bosco.

Mientras iniciaba los estudios de latinidad, aprendió a componer y encuadernar en la vecina imprenta. Su habilidad e inclinación para el trabajo manual le había de valer mucho en su vida misionera y aún como Obispo para montar una pequeña imprentilla en Concepción donde se realizaban los impresos diocesanos.

El excelente comportamiento de Emilio decidió al Director a imponerle la sotana un 28 de marzo de 1898. A principios de 1902, en compañía del joven Antonio Tavarozzi, ingresó en el Noviciado Salesiano de Las Piedras (Uruguay). Allí mismo cursó los años de Filosofía. Gozaba de singular ascendiente entre los compañeros por su asiduidad en el estudio, memoria feliz, y exactitud en el cumplimiento de sus deberes. Amigo del deporte, llegó a sobresalir por su destreza en el fútbol. Se caracterizaba por su asiduidad en la lectura, estudio personal, capacidad reflexiva. De aquel entonces data la fundación de la banda de música llamada "LA PERESOSA" (de sus fundadores Paí Pérez y Mons. Sosa) que amenizaba las fiestas de los estudiantes.

 

SACERDOTE

 

Enero de 1912 señala el inicio de su vida sacerdotal. Su misión iba a ser "darse". Darse sin medida, hasta la muerte; por amor a Dios y a los hombres sus hermanos.

El ambiente del seminario le había dado confianza en sí mismo, le había enseñado a obedecer, a respetar a los demás, a valorar los dones del cielo. Tuvo la suerte de recibir preciosos ejemplos de virtud y ciencia de sus maestros, de quienes conservará con gratitud sus nombres de por vida: entre ellos Mons. Piani, que había de ser delegado apostólico en Filipinas y en México; Mons. Pittini, arzobispo de Santo Domingo; José Gamba, P. Peruzzo, salesianos de gran talla en sus grandes incumbencias por diversos países de América. Su prestigio de responsabilidad y ciencia le conquistó siempre el aprecio de sus superiores y compañeros; Sosa no era hombre que se contentara con medianías.

Ya sacerdote volvía al Paraguay, animado de nobles ideales. Muy pronto iba a experimentar el dolor de ver a sus compatriotas divididos en luchas fratricidas, en bandos políticos. En efecto, ardía la revolución del año 12. Así, bajo el signo de la sangre y del dolor inauguraba su ministerio sacerdotal. Su primer campo de acción fue el colegio Mons. Lasagna donde se desempeñó como encargado de estudios primero y luego como administrador. Es interesante dejar constancia que parte de la propiedad del actual colegio fue adquirida con la herencia paterna del Padre Sosa.

De ese tiempo data la fundación de los Exploradores Paraguayos, que llevaron el nombre de la Nación por tantas regiones del Plata, y sobre todo paseando su alegría, sus músicas y su disciplina por nuestras ciudades del interior. Si al Paí Pérez le cabe la gloria de haber sido fundador, Mons. Sosa fue el colaborador inteligente y entusiasta. 

 

MISIONERO

 

El Señor le destinaba a una tarea difícil y espinosa: abrir nuevos surcos a la evangelización y civilización en la región occidental del Chaco Paraguayo. Su nombramiento para superior de la misión halló en él al hombre capaz de asumir con responsabilidad tan difícil empeño.

Brevemente podemos anotar que otros salesianos le habían precedido, de paso, en el intento de penetrar en el Chaco. En efecto, el P. Ángel Savio, lo había atravesado desde Bolivia, como portador de una carta de S. Juan Bosco al obispo Aponte.

Otro gran misionero, Mons. Lasagna, a su paso hacía el Matto Grosso, había tocado varios puertos y entrado en contacto con sus pobladores. Hacia fines del siglo el P. Jáuregui visitó, por orden del Obispo, Fuerte Olimpo y otros puertos. El P. Domingo Queirolo, (que "tenía la obsesión del Chaco"), desde 1904 atendía espiritualmente cada mes las parroquias de Villa Hayes y Monte Sociedad (B. Aceval), recorriendo a caballo las estancias en busca de indios.

Pero al P. Sosa iba a tocar la suerte de iniciar en forma estable una obra que con el correr del tiempo había de consolidarse.

A fines de 1916 habían comenzado las tratativas entre Mons. Bogarín y el Superior salesiano P. Gamba, residente en Uruguay. Las gestiones culminaron felizmente cuando llamado el P. Sosa el 14 de marzo de 1920 contestó que "estaba dispuesto a cumplir lo que los superiores mandasen".

Como primera residencia eligió Fuerte Olimpo para, desde allí, visitar los puertos, fábricas tanineras, indios... Partió de Asunción con el P. Drago y el joven

Juan A. González. Para no hacernos interminables, resumiremos los hechos más destacados de esos primeros años.

A los dos años debió suspender sus actividades debido a la revolución del Cnel. Adolfo Chirife, interinando mientras tanto la dirección del Instituto San José de Concepción. Nuevamente en 1923 lo vemos gestionando, de su superior el P. Ricardo Pittini, la adquisición de un lugar apropiado para establecer una misión estable entre los indios. El ministerio de Guerra le obsequió una partida de mulas abandonadas por los revolucionarios, y cargándolas en el vapor "Pirapó", emprendió la vuelta a Olimpo con el fin de internarse en el Chaco.

La primera expedición salió el 8 de setiembre de ese mismo año. Un vaqueano que les hacía de guía, algunos peones, unos cuantos perros y, por acompañante el Sr. Jorge Amarilla. Resultaría imposible describir las peripecias de ese viaje. Muy pronto se hizo sentir la falta de agua. Durante varios días, al calor de un sol canicular, cruzaron densos palmares. Los mismos perros desaparecieron. Llegados a la entrada de un monte, sin esperanzas de hallar agua, se detuvieron: los peones y el guía so pretexto de buscar agua, se alejaron para no volver. Sólo Dios sabe lo que sufrieron... ¿Qué hacer? ... Al fin el instinto de las mulas salvó al misionero y a su compañero de un desenlace fatal. Encontraron agua, descansaron, restauraron sus fuerzas y orientándose como pudieron tornaron a Olimpo. Resultado: fracaso. Pero su tenacidad no quedó en esta intentona; y otra vez volvió a realizar tan arriesgada gesta.

 

 

NAPEGUE

 

Napegue es la epopeya ignorada de la abnegación de un puñado de hombres, que, dejando comodidades, se entregaron a recoger y evangelizar a los indios del Chaco.

 

Los hechos sucedieron así:

 

Tras el fracaso de dos expediciones desde Olimpo, bajaron a instalarse para más fácil contacto con los indígenas a la isla Tagatiyá, a casa del Sr. Juan Cabriza. El P. Drago como misionero volante, el P. Sosa, encargado de los niños indios y civilizados, D. Gregoric Acosta, salesiano, con los indios adultos para enseñarles el cultivo de la tierra y a construir viviendas familiares. Como las inundaciones se llevaban los sembrados y las casas, se pensó adquirir una propiedad en la costa oriental del río. Y la idea cristalizó adquiriendo a la compañía Zavala la mitad de la estancia Diego Cué donde comenzó a funcionar la residencia de Napegue en la costa oriental del río Paraguay.

Con el correr de los años llegaron el P. Livio Farina, el Sr. Alfredo Fernández y el Sr. Nicolás Donno que fueron preciosos auxiliares. El P. Farina recorría los puertos e inició la construcción de la futura catedral de Olimpo.

En un principio la vida en Napegue fue dura: carecían de provisiones y de quienes les ayudasen. Compraban un poco de carne y con algunas bolsas de fariña iban alternando, como quien dice, caldo con fariña y fariña con caldo. Felizmente la mamá del P. Sosa los visitaba muy a menudo, acompañada de alguna otra pariente y quedaban a cocinar, lavar y ordenar la casa a veces hasta un par de semanas. Entonces las cosas mejoraban notablemente. Más tarde por intermedio del P. Domingo Queirolo consiguieron algunos animales donados por estancieros, pudiendo así mejorar la comida y empezar a poblar el campo. Con la venida del P. Rivero y una fuerte donación de 5.000 pesos argentinos adquirieron 500 cabezas de ganado asentando la base económica de la misión. Por su parte los indios comenzaron a cortar leña que cambiada en vales conseguían de Asunción los artículos de primera necesidad y tejidos para el almacén de las Hermanas de María Auxiliadora, quienes se encargaban de las indias.

Cabe destacar aquí un hecho que demuestra el grado de cultura y civilización que alcanzaron los niños indios. El P. Sosa llevó a Montevideo un grupito de ocho indiecitos. Uno de ellos fue bautizado en la Catedral siendo padrino el propio Presidente de la República, Dr. Juan Campistegui y Señora. Luego visitaron colegios, casas de varios cooperadores, ex alumnos, etc. dejando en todos una óptima impresión y despertando profunda admiración. Fueron muy obsequiados y el P. Sosa sacó en limpio la donación de un motor para canoa absolutamente necesaria en la Misión.

Finalmente los terrenos de la Misión fueron vendidos por la Congregación salesiana y los salesianos debieron establecerse en los varios puertos del Chaco integrándose los indios a la población trabajadora de las fábricas de tanino. 

 

EPISCOPADO

 

Diez años llevaba el P. Sosa trabajando en la Misión, cuando le llegó la hora de asumir nuevas responsabilidades. Cierto día, feliz en medio de sus indios, recibe la visita de su superior el P. Peruzzo, quien le manda bajar a Buenos Aires para entrevistarse con el Nuncio Papal, Mons. Felipe Cortesi. El prelado le comunicó su nombramiento para Obispo de Concepción y Chaco.

El año 1928 en efecto, había sido erigida la provincia eclesiástica del Paraguay, hasta la fecha dependiente del arzobispado de Buenos Aires, con dos diócesis sufragáneas: la de Villarrica y la de Concepción. Sólo después de cuatro años se procedió al nombramiento de los obispos que las habían de regentar: Mons. Agustín Rodríguez y Mons. Emilio Sosa Gaona.

Ante el Padre Sosa se abría un panorama vastísimo y de grandes responsabilidades y trabajos. No era fácil la tarea de poner en marcha una diócesis, sin casa residencial, catedral, seminario y con un exiguo número de sacerdotes.

La Consagración episcopal se realizó en Asunción, siendo el propio Mons. Cortesi el obispo consagrante. Fue el 15 de mayo de 1932, fiesta nacional y como feliz augurio, festividad de Pentecostés.

El 3 de junio tomó posesión de la diócesis. Concepción se vistió de gala como en sus mejores días para recibir a su primer obispo. Desde ese momento el alma de su pastor se aglutinó con su pueblo y Concepción había de ser la tierra de sus afanes y fatigas.

 

LA GUERRA

 

Cuando empezaba a organizar el trabajo, a los quince días, se declaraba la guerra con Bolivia. No había otro camino que afrontar la dura realidad. El Paraguay entero dio ejemplo de cohesión y de unidad. Todos los ciudadanos corrieron a su puesto de honor: tal fue el secreto de la victoria.

Y allí estuvo también Mons. Sosa, consciente de su responsabilidad como pastor, sosteniendo la moral de nuestro pueblo y alentando a los defensores. Su primera preocupación fue la de visitar el Chaco, enclavado dentro de su diócesis. Y la oportunidad se la presentaron los Dres. Coscia, Peña y Boggino, quienes llevaban la misión de atajar la viruela que amenazaba declararse como epidemia entre los habitantes del Chaco. Poco después en una segunda visita, asumió la delicada cuanto difícil tarea de organizar la sección de enfermeras que atendieran los hospitales de sangre. 

 

LAS ENFERMERAS DE GUERRA

 

Fue el aporte más destacado de Mons. Sosa al alivio de los horrores de la guerra.

Comenzó visitando Casado y de allí pasó a Arce, donde fue atendido por el Cnel. Estigarribia. Celebró la santa Misa, departió con los soldados y visitó el hospital de sangre, constatando la necesidad de colaboración de la mujer en los servicios de limpieza y atención a enfermos y heridos. En realidad en Arce ya habían algunas señoritas, pero por completo insuficientes.

El mismo Estigarribia -refiere Monseñor-, me pidió que fuera a reclutar un grupo no menor de doscientas mujeres animosas y patriotas que atendiesen los servicios hospitalarios. Así, pues, volví -continúa Monseñor- a Concepción y Asunción con esta misión tan singular para un Obispo; pero, como la necesidad urgía, torné al Chaco en diciembre con un numeroso contingente de señoras y señoritas de Concepción, Asunción, Belén y Horqueta a las órdenes de la Profesora Vitalina Torres Pinto y la horqueteña Doña Leonarda de Alfonso. Una vez en el Chaco las fui distribuyendo desde Casado por todos los fortines, dejando el grupo más numeroso en Villa Militar, estación sanitaria de mayor importancia.

Existen en los archivos de la Curia de Concepción numerosas cartas laudatorias del Cnel. Estigarribia y del Cnel. Ydoyaga, director del servicio sanitario en campaña, en favor de las abnegadas enfermeras.

A principios de enero bajó nuevamente a Asunción donde, aconsejado por sus amigos se tomó unos días de descanso forzoso en la ciudad de Córdoba. A fines de febrero lo encontramos nuevamente en su campo de trabajo con otro grupo mucho más numeroso para reemplazar al primero. El relevo se realizó sin inconvenientes y las primeras volvieron con su foja de servicios firmada por el propio Cnel. Estigarribia. El segundo grupo trabajó hasta el mes de junio, cuando se organizó militarmente este servicio. Monseñor había cumplido esta misión honrosa en bien de la Patria y como siempre ¡la mujer paraguaya demostró ser digna émula de las heroínas del setenta! ...

La última visita que realizara al frente de combate, fue a su vuelta de Europa a donde había ido designado como representante del Paraguay para la Beatificación del P. Roque González de Santacruz, primer paraguayo elevado al honor de los altares. 

 

POR LOS SENDEROS DE LA PATRIA

 

Entre los grandes valores que destacaron en la actividad pastoral de Mons. Sosa es, sin lugar a dudas, su espíritu de trabajo e incansable solicitud para llegar hasta los últimos rincones de su extensa diócesis, a pesar de la precariedad de medios de comunicación de aquel entonces. Nos puede dar idea de los ingentes sacrificios a que en repetidas ocasiones se expuso en el cumplimiento de su misión pastoral, la narración esquemática de una gira realizada en 1935 en que se propuso visitar todas las parroquias de la diócesis.

Comenzó por Rosario, Reducción de S. José, Gral. Aquino, Itacurubí del Rosario, San Estanislao, Unión... acompañado por los padres Petricola, Diez Vera y Jerónimo, su secretario.

De Unión pasaron a Curuguaty atravesando los bosques de Capiivary, Pacová, Puente Tabla, con sus respectivos arroyos y ríos. El camino era pésimo por haber sido abandonado durante la guerra: con árboles caídos, barrancas, arenales... Pasaron la noche a orillas del río Corrientes, excesivamente crecido, tiritando de frío en una tapera sin techo. Atravesaron los ríos Tapiracuai, Capiivary, Retama, Corrientes y Carimbatay para llegar finalmente a Curuguaty que entonces ni merecía el nombre de pueblo por estar por completo despoblado. De aquí siguieron a Ygatimí caminando once leguas a través de un bosque interminable y por una picada tan estrecha que debían con frecuencia abrirse paso con machete. Todo sin un mísero ranchito en que guarecerse y restaurar sus fuerzas. Después de atravesar en vatea el Jejuí Guazú, y de caminar tres leguas más, llegaron a Ygatimí. Cuando la Industrial Paraguaya trabajaba en la explotación de la yerba fue localidad próspera, pero ahora estaba convertido en un auténtico yermo.

En todos los lugares administraron el Bautismo y la Confirmación, predicaron, celebraron la santa Misa. Ype-jhú quedaba a seis leguas de allí por un camino desierto; para llegar allá debieron subir los cerros del Mbaracayú, hasta la línea fronteriza. Pero tuvo el consuelo de administrar más sacramentos en esta población que en Ygatimí y Curuguaty juntos.

De Ype-jhú, para ahorrar camino, cortaron el vértice occidental del Brasil a través de llanuras interminables, hasta llegar a una población denominada Horqueta al Norte del Dep. del Alto Paraná. Aquí se vieron obligados a parar un día a causa de la lluvia, siguiendo luego hacia Yvyrá rovaná y San Antonio. Siguiendo en dirección a Ysaú, antigua administración de la Industrial Paraguaya, entonces casi abandonado, encontraron al telefonista con la mala noticia de que el paludismo asolaba la comarca.

Siguiendo el camino hasta el "divortium aquarum" que divide las cuencas del Paraná a oriente y del Paraguay a occidente arribaron a Laurel, también casi desierto por la guerra y luego a Ytakyry, primera población merecedora de tal nombre donde visitaron la tumba del malogrado coronel Chirife.

El P. Petricola desde Ype-jhú se volvió a San Estanislao, debiendo Monseñor proseguir con otro sacerdote que le aguardaba en Ytakyry. Por fin en automóvil pasaron a Tacurupucú, (Hernandarias) asiento de las autoridades nacionales: grandes plantíos cultivados artificialmente, pero escasa población y muchas miserias materiales y morales. Proporcionaron a la población la ayuda espiritual que les fue posible y proyectaron el regreso tras atravesar el Acaray y el Monday.

Antes pasaron a Foz de Yguazú, la víspera de Todos los Santos. Sucedió que esa noche los soldados del destacamento organizaron un baile, en que el sobrino del jefe mató al cocinero del destacamento militar y el homicida apoderándose de la canoa de Monseñor huyó aguas abajo.

Queriendo al día siguiente proseguir el viaje, se encontraron sin canoa, viéndose obligados a solicitar al capitán del vapor "España", que transportaba yerba mate, les hiciese la merced de llevarlos aunque no fuera más que hasta Corpus.

En Puerto Esperanza hallaron la canoa robada, y gracias a ello, pudieron reanudar su programa río abajo. En Puerto Rico descansaron unos días. Se detuvieron brevemente en Puerto Cantera, población próspera por la manufactura de yerba y llegaron por fin a Encarnación. Luego por ferrocarril a Asunción y para fines del año se hallaban nuevamente en Concepción.

Por esta reseña podemos imaginar la cadena ininterrumpida de dificultades de todo género que debieron soportar. Pero más que el hambre, el sueño, la sed, los mosquitos implacables y demás incomodidades de tan largo viaje, lo que encogía el ánimo del buen Pastor era la necesidad de toda especie, moral y material de tantos hijos suyos que quizás por única vez en su vida vieron a un sacerdote y por supuesto a un obispo. Y lo peor del caso es que para mies tan vasta carecía de colaboradores que evangelizasen a esos pobres hijos de Dios.

 

 

SUS GRANDES EMPEÑOS

ENSEÑANZA - CATEQUESIS

 

Mons. Sosa fue hombre de vanguardia. No descansó hasta conseguir que todas las parroquias tuvieran su escuela parroquial y su catequesis bien organizada.

Le acuciaba la idea de preparar para la patria hombres inteligentes y honestos, capaces de forjar un porvenir más halagüeño en un país que no acababa de levantarse de la postración de la guerra ni de eliminar las luchas intestinas que han empobrecido moralmente al pueblo paraguayo.

Entendía el amor a la Patria no en bellas declamaciones, sino en la formación de hombres honrados, responsables de su destino, respetuosos con las leyes de Dios y de los hombres. Por eso hablaba poco de patriotismo, pero ¡hizo patria..! Al carecer de enseñanza religiosa las escuelas oficiales era en todo sentido punto indispensable solucionar esta laguna creando escuelas propias. En tal sentido estimuló todo esfuerzo tendiente a la creación de escuelas y liceos parroquiales. En su propia sede de Concepción y mercad al tesonero esfuerzo del P. H. Vázquez se abrió el Liceo Santa

Teresita. Muy pronto, secundando la exhortación de su obispo, otros párrocos abrieron escuelas en Horqueta, San Pedro, S. José de los Arroyos, Valenzuela, San Estanislao, Isla Pucú, Pedro Juan, Arroyos y Esteros, Caraguatay, Eusebio Ayala, etc. 

 

SEMINARIO DIOCESANO

 

Otra de las felices realizaciones de Monseñor, sin duda la primera por su importante trascendencia, es el seminario del Saladillo.

Todos los buenos pastores han puesto sus ojos de complacencia y su ayuda en el seminario, por tratarse del corazón de la diócesis, en donde están cifradas las esperanzas por la formación seria que en él se imparte.

Monseñor recibió la diócesis sin seminario y con un puñado sumamente reducido de colaboradores. Debía por tanto afrontar la formación de su clero, con el sello que él quería darle: apostólico, trabajador, piadoso, celoso por la salvación de sus hermanos.

¿Y los recursos. .? No había llegado la época de recibirlos del extranjero; pero la Providencia se sirvió de muchas almas buenas. En efecto:

El Dr. Gualberto Cardús Huerta donó las 100 Ha. de terreno a 8 km. de Concepción, junto al inmueble que antes había donado a las Hermanas Azules, de tan benemérita actuación en la zona Concepcionera.

Desde 1950 comenzó a funcionar el Primer Año de Latín, aumentando los cursos en la medida que avanzaban las obras. Por desgracia las obras debieron suspenderse durante la revolución del 47.

Otra bienhechora insigne fue la Sra. Regina Gaona Vda. de Oneto y prima de Monseñor, quien además de adquirir la casa que actualmente es sede del Obispo, en

repetidas ocasiones saldó la cuenta de los seminaristas de Villa Devoto en Bs. Aires. Más tarde Don Manuel Ferreira se comprometió a pagar cinco mil Gs. mensuales mientras durasen las obras.

Otro refuerzo no pequeño, fue la herencia materna de Monseñor que pasó íntegramente a cubrir los gastos edilicios.

Pero la fuente más grande fue recaudada en el Año del Seminario. Toda la diócesis se solidarizó admirablemente y Monseñor tuvo la alegría de ver coronados sus esfuerzos dando a la diócesis un seminario moderno y cómodo.

 

 

LA CATEDRAL

 

Es indudable que la Catedral es un auténtico monumento, gloria de la Ciudad de Concepción y del esfuerzo de todos sus hijos, aun distantes.

Todos pusieron su granito de arena para concretar este anhelo.

El Gobierno aportó una suma inicial y detrás vino el esfuerzo colosal, la unión de todas las fuerzas: autoridades, parroquias, obreros, estudiantes, soldaditos, niños escueleros. Y alma naturalmente de todo fue Monseñor.

En 1960 se tuvo que demoler la vieja iglesia parroquial que amenazaba ruinas. Las comisiones comenzaron a moverse y a los ocho años, en 1968, la Catedral era solemnemente inaugurada. Ya Monseñor se había retirado, pero le cupo la inmensa satisfacción de asistir a las fiestas, para retirarse luego y disponerse al gran paso al que notaba iba acercándose rápidamente. En dicho acto dejó constancia de su profunda gratitud para todos los que, poco o mucho, pero de corazón, habían contribuido a la construcción de la Catedral. "No es nuestro ánimo olvidar a nadie, ni nuestra intención nombrar a todos: sólo queremos dejar constancia de los más insignes bienhechores.

Al Gral. José Martínez Pérez que puso oficiales y soldados al servicio de la construcción; al Cnel. Silvio Centurión, Sr. Carlos De Gásperi y a las beneméritas señoras Célica Z. de Martínez y Arminda F. de Granda. En ellos están representados cuantos se sacrificaron por esta Catedral".

Cuando su corazón cese de latir, sus restos mortales descansarían gloriosos a la sombra de sus muros, para seguir después de muerto siendo antorcha luminosa con el fulgor de su vida y sus ejemplos y de su gran amor a Concepción.

 

 

EL OCASO

 

Dada su avanzada edad, se retiró los últimos 4 años a la casa salesiana de Ypacaraí, donde siguió con su vida de oración intercediendo, cual otro Moisés, por sus amados hijos de Concepción.

Trazar una síntesis de su talla moral sería exponerse a desfigurar la grandeza del apóstol, del misionero, del prelado, del patriota... que supo en un marco de sencillez esconder acendradas virtudes y grandes cualidades. Pero por destacar algún aspecto más característico, quiero hacer alusión a su espíritu de laboriosidad. Nunca se le encontraba ocioso, aun en sus últimos años: sus asiduas lecturas, la adecuación de sus escritos, su gran espíritu práctico entendido en carpintería, mecánica electricidad, no se rebajaba en tomar un martillo, un serrucho, etc.

Vivía las preocupaciones de la Congregación Salesiana y de la Iglesia; los adelantos técnicos y progresos humanos. Hasta unas semanas antes de la muerte ejerció la docencia de los alumnos del Seminario.

Su gran disponibilidad era la única excepción al empleo metódico de su tiempo. La gran austeridad consigo mismo nunca le permitió viajes de recreo. Aun teniendo coche a su disposición, sólo lo usaba por necesidad y era proverbial su sencillez y pobreza en el vestido. Su erudición en temas de historia y de literatura era grande, pero jamás se dio tono y siempre estuvo abierto a las opiniones ajenas aun de los jóvenes religiosos.

Y así, lo encontró el Señor, con la mano en la mancera del arado, dispuesto a la llamada. Por eso cuando en el atardecer del 24 de marzo de 1970 la ciudad seguía el ritmo de su trajín vespertino, el añoso árbol, cargado de frutos caía sobre el surco de la historia. Dios llevó a la eterna recompensa a su fiel siervo dejándonos a nosotros los ejemplos de su caridad hecha consagración a Dios y donación a sus hermanos los hombres a quienes amó y en quienes confió.

 

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