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JOSÉ EDUARDO ALCÁZAR

  EL GOTO. CUASI, CUASI, SEÑOR DE MADUREIRA, 1998 - Novela de JOSÉ EDUARDO ALCAZAR


EL GOTO. CUASI, CUASI, SEÑOR DE MADUREIRA, 1998 - Novela de JOSÉ EDUARDO ALCAZAR

EL GOTO

CUASI, CUASI, SEÑOR DE MADUREIRA

 

Novela de JOSÉ EDUARDO ALCAZAR

 

Editorial Arandurã

Asunción – Paraguay

Mayo 1998 (243 páginas)

 

 

            - El idioma es de los que lo falan y de los que lo escriben, para que todos lo falen y lo escriban según pulsiones e instintos idiosincrásicos. El idioma tiene raíces en los que lo falan. Por esto mesmo, no ojo el motivo pelo cual se deba obligar a la utilización de ideogramas, que nos son extraños, en nome de una discutible eficiencia máxima en la comunicación planetaria. Esto es un gran bulshit apostrofante. Los ideogramas no facen parte de nostra tradición, no son leídos por nos en las cunas, ni tampoco nos servimos de elos para expresarnos. Nostro idioma es letral, es aquél que nos enseñaron nostros padres, españoleses, portugueses, y es aquél que modificamos, por comodidad, contagio o ignorancia, al usarlo, y después, al pasarlo a nostros fillotes. Modificarlo de modo artificial, al punto de aceptar ideogramas, nunca. O por lo menos, por ahora no, nunca. Pode ser que daqui a anos, el nostro idioma de hoy, portuñol o espangués, se transforme al punto de ficar igual al oriental. Más todavía no.

 

Doctor Aymoré Wuongderbilt, de la Realizante Academia de la Lengua Luso-Hispánica en el Congreso de Tarija Apondeborder de 2098.

 

 

 

            DOTO - Substantivo. Obediente de carrera. Empleado en empresa de economía global. Todo aquel que cumple ordenes, de forma inmediata y sin discutir. Se dice también, y en forma muy peyorativa, de todo aquel que obedece ordenes sin cuestionar o sin cuestionarse. Del arcaico: goto, contracción de GO TO. Comando utilizado en los primeros ordenadores, en el siglo veinte.

 

 

 

DÍA CERO

 

            Que no me entiendan mal: El trabajo lo acepte por los créditos en oro metálico global implícitos, nada más. Mi larga amistad con el Presidente, mi larga sociedad con el Presidente, me califican plenamente para este tipo de trabajo, es verdad, pero no lo haría si no hubiese un colateral que, en el caso, viene acompañado por un contrato bastante específico y también analítico. Mi propio defensor legal lo leyó, releyó, lo pensó y lo aprobó. En él están definidas mis obligaciones y todos mis derechos, en otras palabras, mis dius. Estoy en esto por los créditos, o como se decía en la antigüedad, por la plata. También estoy en esto porque me prometieron, me insinuaron, me dijeron, bueno nada concreto, me adulzaron la vida futura con la posibilidad posible de acceder al Señorío de Madureira. El título de Señor de Madureira no es poca coisa y lo sabría llevar muito ben. Hago la aclaración para que no se me tenga en la cuenta de un charlatán de caminos obrando por mera amistad, celos, calentura o cualquier otro impulso de vientre. Sou un profesional, a mí me pagan. Mi tarea es sencilla - así creo o así me hacen creer los que me pagan para justificar lo que me pagan: traer de vuelta, viva o muerta, herida o de cualquier manera, a la hembra huida de Anastasio Mitre, Tengo siete días para cumplir la misión. Siete días a contar del momento que en llegue al primer distrito de investigación. Por qué siete días? Ni idea, debe ser por cábala, Mitre es cabulero como lo era Pitágoras. Qué ocurre si no cumplo la misión en siete días? Me mandan a visitarlo a Pitágoras, esté él en donde esté.

            No la conozco a esta mujer fuchona, salvo que por oír decir y por sus archivos binarios, por sus vastos archivos digitales, guardados en la memoria infinita del Estado y que ahora son colocados, en parte, en una buena parte, a mi disposición para que la llegue a ella y la entienda. Tengo dudas particulares sobre este punto: se podrá entender a alguien por sus archivos? Digo entender totalmente, no puntuar, como hace el Estado. Una dudita empilchada no más.

            No somos de la misma casta, Carmen y yo, y nunca frecuentamos las mismas ruedas. Sí soy amigo de Mitre, socio en algunas cositas, lo soy por el lado nocturno del Presidente, no por juntarme con sus compinches y amantes. Nunca tuve el gusto, el placer, el cosquilleo atorrante, de verla en persona, a la hembra, o de sentirla a mano. Nunca nos cruzamos.

            Parece que la relación que existía entre el Presidente y la mujer, terminó de forma ríspida y acribilladora: ella era la favorita, la suíti número uno y como tal, persona de gran prestigio y poder. Hacía y deshacía, indicaba, decretaba y su mansión era frecuentada por secretarios, ministros, oficiales, eclesiásticos, hombres y mujeres de algún bíznes, picaretas, pedigüeños, tetamilones, todos en fin, que tuviesen algún deseo o pretensión a cualquier cargo, función o bien del Estado y que necesitasen de algún jeito realizante. Ella era capaz de conseguir lo que podía parecer imposible a un forastero, de eso yo mismo fui testigo, en más de una oportunidad. Era mujer de inspirar un decreto ejecutivo, y tenía fuerza para deshacer una orden emanada, firmada y sellada; lograba dar vuelta a un parecer categóricamente contrario, nombraba a un atorrante para una embajada, a un recomendado para hacer gerencias, a un facínora para aclarar justicia. Deleteaba a los que le causaban estorbo, encarcelaba en mazmorras humillantes a los que quería hacer sufrir con más intensidad. No le fervía la sangre por ninguna aberración. Ejercía un poder soberano y esto le daba placer. Claro que además del placer puro por el ejercicio compulsivo del poder, había toda la vaina de créditos que ella se adjudicaba. La cosa funcionaba así: Se le llegaba con la cuestión, ella daba el jeito pertinente y, enseguida, sin demoras, salía la factura del guaformí. Y que facturas insaciables! era ella un padrino de costo alto, o una socia imprescindible, para comenzar un bigdil - ella decidía cuando seria socia o padrino - Un mast para iniciar, a veces, un garrote vil para la secuencia, casi siempre. Conozco a más de uno que se arrepintió de haberle pedido auxilio un día, a más de uno conozco. Más de uno terminó esclavo suyo, enredado y prisionero en el mismo proyecto y negocio que había tramado para facilitarse la vida. Todos ellos caían en la anecdótica trampa del reí, con el miserere esmolante: «Si queréis, majestad, podéis». Los que piden, como siervos no se dan cuenta que un reí, de esta forma acordado, se vuelve el gran tirano que nunca entiende disculparse por tal. Más: El Presidente, un sometido de entrepiernas, lo consentía todo, la atendía en los pleitos y lo que ella pedía era siempre ley mayor en toda la República.

            Años duró este estado de cosas. Había calles, monumentos, plazas, escuelas, parques, alabados con su nombre. Su rostro, bellísimo por cierto, figuraba en todos los cuadrantes de la urbe y uno la veía por donde mirara. Las expresiones con las cuales se la calificaba, eran sin límites, en número y en audacia de descripción. Se utilizaban todos los adjetivos excelsos de los diccionarios, todos los compuestos y todas las combinaciones y cuando se hubieran gastado, todos ellos, por el reitero cotidiano, algún lambecúlo inventó el primero de una serie de adjetívos-substantívos sintéticos de apariencia, con valor onomatopaico-afectivo y sin sentido alguno. Se decía que ella era la «curru carra del currurru», la «jonda jondisísima», la «puputi del pakulu», la «cululu exaltada», y se organizaban concursos, en escuelas y ministerios, para «llegar a la palabra más perfecta para designar a lo indesignable». Al feliz ganador de uno de estos concursos mensuales, se lo brindaba con el reconocimiento por la invención y la Presidencia mandaba publicar, en el Diario Oficial, que «el orgullo nacional, ciudadano fulano de tal, había logrado expresar la magna inspiración de todo un pueblo al invitar, del fondo del inconsciente colectivo, a la palabra «cululu» para vestir a la mujer primera».

            Hoy, todo esto es pasado. Se borraron los nombres de avenidas, estadios y pueblos, se fundió el metal de varias estatuas «eternas» y más de un ciudadano, antiguo orgullo nacional, perdió el cargo en alguna repartición y fue ridiculizado en público por boludismo nefasto en el uso del idioma, si me entienden lo que digo. La gloria de ayer pasó y hoy me piden, me pide Él, que la encuentre y que la traiga de cualquier manera, en cualquier estado.

            A una gran pasión, un odio sin límites, dicen los que dicen estas cosas. Habrá en este momento otra mujer y una otra corte piadosa y hambrienta lamiéndole los pies a la nueva favorita. Quien lo hubiese creído, quien, en su buen juicio, lo hubiese pensado, digo y sin embargo, me doy cuenta, al instante, que todas las creencias son creencias mientras crea uno en ellas, y basta que se deje de creer en lo que se creía para que no se entienda más, como carajo, mil carajos exponenciales, se creía en lo que se acaba de esfumar como creencia. Es siempre así, pienso yo, igual en todas las circunstancias, igual en todos y para todos: dioses y hombres, hermanados en la volatilidad de la impermanencia. Ni las piedras resisten, ni la luz del sol, nada queda para más de un cierto tiempo. No debo, con todo, buscar, rebuscar, recabar, estas ideas, para no herir la imagen que tengo de mi amigo de fe, Anastasio Mitre, el líder eterno; no es prudente profundizar estas conjeturas sobre la impermanencia de ángeles y gobiernos para no darles argumentos a los espiones espioneros de los espionados del Estado que están por toda parte, oyen todo, ven todo y adivinan cuando hace falta; pero una última cosa y para dar por terminado este rápido bulshit: que las hay, las hay.

            Qué harán con la bella dama después que yo la traiga? Seguro que la matan - que más se puede hacer con una hembra que fuche? - y le dan de comer a los perros sarnosos o a las ratas grises que engordan en las oscuridades del palacio; eso ya no es cosa mía ni soy pagado para especular: la traigo, me pagan la otra parte combinada y nos esquecemos todos de esta cosa entera. Carmen. Este es mi target. El resto, fin.

            No sé en donde está, nadie sabe en donde está. Hay sospechas. Rumores sobre sus guerabauts. Oigo su voz carnosa cada vez que la preparo en mi gem. Al gem, invención maravillosa, me lo cargaron con lo que había disponible en memoria sobre ella, y más con un aplicativo que se alimenta de estos datos para construir situaciones axiomáticas posibles. Jodiendo, de puro jodón que soy, le pergunto, a la pantalla, en donde, carajo, está y ella se ríe virtual y me contesta que la encuentre si soy capaz. «En eso estoy, guaya, en eso estoy», pienso y me sonrío también.

            En los parámetros que traigo, ella está sola, la veo siempre sola: probablemente deletaron la imagen de su acompañante de entonces, el Presidente, por motivos de seguridad. Las imágenes que traigo son de la Presidencia, con puntualismo, de la Sección Orden Promoción Personal y Ademaces, la SOPPA, famosa por sus presupuestos secretos, y son de la época en que ella vivía con el Presidente. En algunos momentos de las imágenes se nota claramente la falta del otro; la ausencia del interlocutor deletado. Ella está en un diálogo, queda claro como la noite, pero solo veo el monólogo. Hay mil situaciones en la vida que son así: falta la otra parte, presumida como estando y que no está. Bah!

            Ella no está con él, digo, en las imágenes que llevo. Ahora, y estoy hablando de la vida real, de ahora, con una visión práctica de la coisa, ella debe estar con otro, haciéndose hacer por otro, por otros, por cuantos? Se me antoja que debe estar foqueando con todos, la hembrona. Y se me antoja que es por esta razón y ninguna otra que me piden, que me pide Él, con rabia, que la traiga, a cualquier precio. Creo que un hombre como es mi amigo, poderoso como es, como pocos lo son o lo fueron, es capaz de perder la razón al saber que su humedad íntima es compartida. Qué odio debe tener! Lo imagino ciego de rabia, un hombre que no mide circunstancias para saciar el fuego que lo quema en sus adentros.

            Me considero un hanter competente y obstinado, voy hasta lo último cuando tengo una misión. No me dejo estar por el camino. Por este motivo me confían trabajos. Por esto y por mi filin animal: huelo a la presa. En el caso concreto tengo muy poco para comenzar: sospechas, indicaciones vagas y un nombre y también un número que me aparecen en la pantalla cuando entro en los archivos de Carmen y que supongo sea el número de un perímetro y el nombre de su ocupante. Esto tendrá que bastarme.

            Cuando me llamaron para el trabajo me dijeron que era un pedido personal del Presidente. Todo bien, hice otros trabajos personales para Anastácio Mitre. Ya deleté a algunos, a pedido de él. Nunca a una mujer sin embargo. No que tenga esta intención como punto de partida, pero uno nunca sabe lo que puede acontecer: de cualquier forma se está siempre renaciendo y haciendo cosas por vez primera. Cuando me dijeron que era un pedido personal del Presidente entendí el vector intimista de la cuestión y comprendí que estaba entrando en un asunto ciertamente peligroso y en donde me tendría que bancar solo, sin auxilio, ayuda o compadrío: Alone, para lo que venga y dé. Pensé: No podré utilizar ninguna aidí especial, ninguna credencial con licencias de Estado, no podré invocar nombres, amistades, sociedades; no podré pedir comprensión, referencia, contextuación, para ninguno de mis actos. No podré gritar por clemencia, si el caso fuere. Solo, conmigo mismo y mi sombra, en cualquier parte adonde me lleve la investigación o mi filin carnal. Créditos, eso sí, llevo muchos y en cantidad: puedo comprar al más caro de los malditos, puedo orientarme en dirección a cualquier punto, puedo alojarme en donde me parezca que deba, puedo comer en las mesas que se me antojen, que tengo créditos para solventarme. El mundo estará en la palma de mi mano o al compás de mi bolsillo.

            Tugél! Al trabajo.

            Me visto, me preparo, llevo lo justo para la ocasión, no olvido mi guagua salvadora o mi guagua querida: yo lo chamo de las dos formas, depende de la ocasión. Mitre siempre dice que muchos hay que pueden abatir a una fiera peluda con armas de distancias pero pocos, poquísimos, se animan a sentenciar vida o muerte al oído de un hombre teniendo el filo de un puñal como única retaguardia. En esta misión, a la cual me aboco, no tendrán cabida los estampidos de pólvora que son seguros porque están alejados. Aquí habrá que obrar en silencio, y cuando, por ventura, fuere el caso, susurrando muerte y sangre como un amor bandido. La guagua es compañera antigua de intercambios. Su filo puntual ya se abrió caminos por entre las carnes de más de un aberrante.

            Hago un último cheque mental para determinar que todo está ocai y atendido. Me pongo en marcha.

            Me presento en la estación. El reil me comunica, prácticamente, con el mundo entero. Todavía no sé adónde voy. En mi trabajo uno se acostumbra a no indagar mucho. Me entregaron el número de una plataforma, un horario y fatalmente un destino. Los que me adelantaron estas direcciones deben tener motivos para creer que ella, la hembrona, haya hecho este camino.

            El exprés está en su lugar, echando vapores comprimidos como si quisiera decir que se quiere soltar. Entro por la primera puerta que encuentro y me siento junto a la ventana para el viaje de horas. Voy en dirección al mar, ahora sé, este es mi destino, está anunciado en la pantalla del vagón, y se me ocurre pensar, por puro reflejo: a donde huiría una mujer, bella, joven, perseguida y con dinero? No puedo pensar en otro lugar que no sea cercano al mar, el Distrito Beta Cuatro de Brasiguaina, un antro de perdiciones, el epicentro de toda seducción.

            No duermo en estos reils, porque no consigo dormir sentado. Bostezo, me desperezo, tengo sueño de monotonía pero no duermo. Me paso el tiempo mirando afuera, al paisaje que corre vertiginoso como un pálpito. Las campiñas áridas y amarillentas, los bosques artificiales, de troncos desnudos para la industria, los clasters racionales para la morada, repetidos, apiñados como núcleos de neutrones, lembrando, por el caos vislumbrado, las urbes antiguas de los almanaques; cielo bajo de carbono, lluvia o lluvina humeante por toda parte. Y me paso el tiempo mirando al paisaje vertiginoso que corre sin inventarse jamás.

            - Señor Pietro - el nombre me sale de la boca sin querer y no molesta al poto que se sienta a mi lado: él no da ninguna señal de haber oído mi esputo verbal: Sigue con la misma mirada baja, al suelo, como si estuviese encumbrado en sus anécdotas personales de poco interés para cualquier otro. Mismo así, me parece que le gustaría compartir una conversa, una buena conversa. No converso con él. Podría hacerlo y no mirar afuera. Pero no quiero conversar con estos potos de mala muerte. Tugel!

            Llegamos. Bajo del reil, me encamino a la salida popular. No creo que Carmen, huida como está, denunciada, sin aidís de valor, pueda haber ingresado en el sector selecto de los japifiu. En estos sectores, en cualquier urbe, la vigilancia es continua y nada pasa que no esté conforme a los parámetros acordados. Carmen habrá desembarcado por la salida popular, en donde la vigilancia es menos vigilante. Me presento a la puerta de salida, esloteo mi aidí y espero que la máquina procese los datos y suene el silbato característico de la legalidad. Un goto de merda me oja por cábala. Que puede hacer un goto de merda, sí no ojarlo a uno? Perdido en los lejanos e diluidos recuerdos de sus antepasados, todavía piensa que puede identificar a alguien ojándolo.

            Salgo de la estación, a la calle alborotada de la siesta. Hace mucho tiempo que no vengo hasta aquí: no importa, por más que tenga mudado, puedo reconocer: cualquier barrio, ciudad, distrito, de cualquier parte o cuadrante, se ha convertido en su semejante y todo es replicante de todo, aquí o allí. Todo es global menos el huevo de la gagá, que es oval. Por lo menos hasta que no opinen en contrario los encargados del eficientismo. Una cosa lo distingue a esta porción de tierra y cerros: el olor a pescado que sopla del mar o que brota de los emunctórios, de las sentinas profundas de la urbe y que se sobrepone a todos los perfumes y olores, letrinales, cloacales, sulfurosos y ácidos, como un menstruo siempre presente. Recuerdo este olor característico, a pesar de los años. Me viene a la memoria una morena jovencita, una guaya sin aidí, una ilegal criminosa, que utilicé una tarde entera hasta dejarla quebrada en el suelo mojado de un baño público. Tenía una mirada llena de mar, o una boca que me recordaba el mar, o una putéz insaciable que se movía desesperada como el mar. No sé que era. Muerta, perdió toda su esplendorosa maresía.

            Tiro a la suerte y me alojo en el Continental. La habitación es en el piso veinte y puedo ver, por las ventanas salpicadas de salitre, los bildings más altos que se entierran de cabeza en las inciertezas de una niebla sucia. A ratos aparece una mancha de sol que se dispone al reflejo ofertado. Se va, aturdida por la bruma y todo queda sin ganas, pachaciento, amenazado por la noche visceral. Nada de los cerros, de las colinas ondulantes que, dicen, hacían de esto, una urbe de rara belleza. Lo que Pica, vive enterrado en las nieblas obligadas.

            Agora al trabajo.

            - Señor Pietro - Procuro en el plan urbano las correspondencias.

            Me informo: ruela y número. Voy hasta la ruela indicada. Me sorprende un poco el perímetro, típico de retirantes. Creí que iba a encontrar otra cosa. Las infos que tengo de Carmen me sugieren un otro entorno, mas clín o más seductor. Nunca hubiese pensado en un perímetro de retirantes. Sin embargo, la tenue información que tengo me apunta para esto: «Pietro» y el número que veo delante mío. Llamo a la puerta que designa el número «27789». De adentro me grita alguien. Yo no respondo y llamo de nuevo. Nuevo grito. Insisto. Finalmente el macho se me presenta y abre la puerta.

            - Que tu quer? me lanza el umilucho.

            - Abre la puerta frangollo - le impongo mi autoridad. El machito se asusta cuando entro y lo empujo a un lado.

            - Que tu quer? Me pergunta ya sin querer perguntar nada. Lo ojo, me acerco y le tacho al cuello por atrevido:

            - Que tu quer, no, que tu non sabe cual con quien falas.

            La guaya entra y me va logo reprochando:

            - Que tu quer aquí? me lanza la descolocada. Carajo, no soporto impertinencias de umiluchos, menos todavía de guaya umilucha retirante. Que se cree esta marginada inútil, expulsada de donde estaba por ineficiente? Para poner las cosas en claro y determinar con precisión quien es quien y quien será quien, me la foqueo ahí mismo, delante del frangollo que mira la viu con interés de pajero.

            (Una merda la guaya, sin vida. Me la hubiese probado de culo).

            La punteo que se retire, ella obedece sin decir nada; me siento en una butaca y le lanzo al frangollo:

            - A la paja servidor, al pajero corvalán, como se dice: dónde está Carmen?

            Me mira como se me estuviese ojando, el maldito y responde lleno de mala onda:

            - No sei.

            En una primera impresión me pareció que el frangollo sería fácil o frágil, lo que da en lo mesmo, no estoy preparado para ningún interrogatorio longo.

            - Señor Pietro, fíjese: está viendo estas manos? Le muestro mis dos grandes manos abiertas, espalmadas contra su mirada.

            - Son manos que tienen poder - me responde el frangollo y no entiendo por qué quiere complacerme. Miro mis manos y pienso que a mí no se me hubiese ocurrido decir semejante imbecilidad. Le retorco:

            - Ese no es el punto, mister. Fíjese en los huesos de mis manos: que le parece si chocan con violencia con los huesos de su cara? O con los huesos da la cara de la guaya?

            Lo veo tragar en seco y me lo imagino llevándose las manos a la mandíbula pulverizada.

            - No me bata - me lanza - no me bata -.

            Esperaba todo menos este pedido. Y no me gusta que me pidan cuando yo ni siquiera insinué que estaría dispuesto a oír un pedido. No dudé:

            - Lo bato ahora y lo batiré después - le anuncio.

            Me levanto con furia y le encajo un puñetazo violento que me deja la mano pulsante de dolor. El frangollo vuela y se destartala sangrante contra la pared. Espero un momento para que se recupere de consciencia. Cuando lo veo mexerse, lo levanto por los pelos y le aplico un codazo en el plexo. Vuelve al coma. Espero. Se mexe, lo levanto, lo coloco de cara, frente a mi cara, a portada del aliento primario; Le pergunto amablemente si desea continuar. No me responde. Su boca torcida es una confusión inmunda de carne, sangre y trozos de dientes. Le pergunto una segunda vez si quiere continuar. No me responde. Lo sacudo con decisión y lo oigo gruñir como un perro lastimado. Comprendo que no quiere continuar. Lo solto y cae al piso, disforme como un pedazo de ropa resbalado de una percha. Vuelvo a la butaca. Me siento, miro mis botas y le digo:

            - Señor Pietro, señor Pietro, tanto suelo arado a toa...que tal me contar?

            El frangollo se desespera, se agita, procura ser claro con las palabras que consigue balbucear, a pesar de todo:

            - No, no, eu soy señor Zuza. Pietro mudouse de aquí.

            Levanto la mirada de las botas, lo miro a él, después miro al techo. Retomo:

            - Señor Pietro, faz un puta calor y mi cabeza parece que va a hacer bum, por eso, mister Pietro, vamos a ser serios.

            - Pero no comprende, yo no soy Pietro, soy mister Zuza.

            Me rasco la cabeza, tengo los pelos engomados de sudor; bajo la mirada, lo miro al frangollo que parece sincero y pienso: rong aidi, carajo, rong aidí.

            Continuo para no perder la visita:

            - Alguna información objetiva sobre Pietro?

            - No, no. Sei de él, mas no lo ojé nunca, no sei.

            Rong ardí, carajo. Que calor. Ojo en vuelta el perímetro: retirantes típicos, igual a todos: pocos muebles, los que pudieron salvar, mucho polvo, barro pisado de la calle. Olor a encierre, paredes inmundas y el calor de puta sentado en el aire. Me pergunto que haría Carmen en este lugar. Nada. Carmen simplemente no estuvo aquí. Rong ardí, mil carajos. Me la imagino a Carmen en un lugar como este, compañera de retirantes y basuras: estaría vomitando, la estupenda. Sin embargo, porque huye, llegué a pensar que podría estar aquí. Las vueltas que da la vida! Y agora va tenerse que acabar con estos dos guayos para no levantar huellas objetivas. Espero más un poco, sin ningún pensamiento en la mente. Apenas espero porque estoy bien sobre la butaca y porque quiero localizar una barata tonta que me pareció ver pasar a poca distancia. Estimo que se esconda detrás del maicroueiv. Me descalzo y le tiro la bota con fuerza al viejo maicro que se destartala con un jelovenois. La barata canalla, por supuesto, sale corriendo en mil patas, sin dirección, aturdida y sin rumbo. Perdida, se me acerca. Con el pié descalzo la piso y siento en la piel, su textura frágil de polvo y seda que termina.

            - Barata de merda -

            El frangollo me tiene en mira y quiere ser hospitalario sin saber cómo o con qué. Tiene miedo el frangollo, sabe que su vida está en mis manos. Qué puede hacer un frangollo retirarte si no confiar en uno? Yo espero más un poco de tiempo y entonces digo:

            - Chama a ella.

            Él la chama y ella entra sumisa y desnuda para que yo la haga de nuevo. Se me pone enfrente, mira al suelo. Le gestulo que se gire y ella se gira. Lo chamo a él y lo comando al lado de ella y también le gestulo que se gire. Entonces me levanto, marcho hasta ellos y ainda les ordeno: - Quédense bien quietos los dos, bien quietitos, carajo.

            Ellos obedecen y se enrigecen como gatos de invierno sobre el hierro de los bueiros. Le clavo, primero a él, después a ella; mi puñal estimado, la guagua, se entierra hasta sentir la punta gonflarse contra la rigidez pastosa de cada corazón. En el blanco, como siempre, y rápido: Soy buen gerente; todavía no se flamban completamente sobre el suelo, que ya estoy en la porta, y bai bai, en la calle.

            - Rong aidí, rong aidí, mil carajos.

            Fortuitas góminas komblan mi cabeza. Me siento para pensar y presiento las próminas que suflan in déspote alborde.

            Vuelvo a empezar. Del bolsillo quito mi pantalla; la preparo a Carmen y ella se me aparece en el cristal, sobrepuesta al reflejo de los negros bildings a mi vuelta, peleando espacio con un pedazo de cielo que se espeja, presumido, con un azul que nunca tuvo. Carmen se sonríe y se aleja de mí, pero antes de que esto ocurra la oigo decir que lo visita al Señor Pietro. Se vira y me lanza, petulante, una sonrisa de provocación muleca

            - 27789 si tu quer saber, mam faker.

            Soy ciudadano consciente. Por eso chamo a los gatos para que se hagan presentes en el 27789. De esa forma se cumplen las formalidades y algún otro retirarte podrá salir de la calle y adueñarse del perímetro ahora desocupado.

            - Perímetro libre - informo.

            - La causa? - me pergunta el empleado.

            - La causa, cambalache, es que acaba de ser desocupado - le brinco para tentarlo.

            Nadie desocupa un perímetro a no ser por una causa muy pertinente. Por eso el otro me insiste:

            - Informe el motivo de la desocupación.

            Yo le digo, con dignidad:

            - Perforación del músculo pulsante.

            El otro me responde desolado:

            - Me fala bem que no entendo.

            Lo toreo para reírme:

            - Perforación del jar, objeto punzante llegó al jar y lo desangró.

            El otro no se ríe y me quiere seguir cuestionando:

            - Cómo ocurrió la perforación?

            Yo no estoy pa toda la mañana. Le podría iluminar y decirle que ocurrió un ataque al músculo cardiaco. En vez de eso le termino:

            - Escreve no boletin: Jaratá duplo.

            - Identifíquese - me lanza el goto con voz de acero.

            - Fakiu - le devuelvo riendo.

            - Fakiu tambén hermano.

            El se ríe y ya nos sabemos latinos.

            Hay que desconfiar del santo milagroso y hay que desconfiar de cualquier milagro. «Milagro es un buitre real hacer cara fea delante de un plato de merda», me enseñaba Mitre, un agnóstico fichado. Yo tenía que haber desconfiado que estaba fácil demás. Hubiese desconfiado de la pista en un primer momento. Pero son de esas cosas que le pasan a uno: sin querer, se busca lo más fácil, de la misma forma que una recta busca facilitarse el camino entre dos puntos. Hubiese desconfiado que el nombre de Pietro y el número informado me llevarían a una pista falsa, o mejor dicho, no necesariamente a una pista falsa, pero a una interpretación falsa de la pista, lo que no es igual. El nombre de «Pietro» y el número significan algo diferente de lo que encontré hasta ahora. De cualquier forma estoy como estaba en el inicio: un poco perdido.

            Camino por las vías del centro, por entre la masa de umiluchos y retirantes, para quemar energías y tratar de ordenar las ideas. A cada paso, se me asalta para ofrecerme servicios u mercancías. Siento que el estómago reclama afago. Me dirijo a un quiosco que proclama todo sin gorduras y con bajas calorías. Cuido la salud y el físico: alimentación suficiente y ejercicios del cuerpo.

            - Que será? - me lanza el servidor gestulando a la variedad de opciones que se displean a un lado.

            - A ver qué se me da - le respondo y me pongo a comparar mentalmente gustos, sabores, texturas, mientras siento que la boca se me llena de agua.

            - Será lo que será - me dice el servidor que espera mi pedido con una sonrisa de vitrina en los labios. Reconozco con benevolencia la sonrisa número seis del manual Ualmart del Servidor, capítulo «atención, afectividad y vigilancia». Me parece que en la ocasión estaría más apropiada la sonrisa número nueve, « inocencia y espera». Como cliente hubiese preferido esta expresión facial, teniendo en cuenta el porte joven y lavado del servidor masculino. Una opinión mía apenas. Tendrá él a su gerente que lo determina de otra forma. Me decido:

            - Crepes al calor con pasta de corvina -

            - Así será para su satisfacción y la nuestra - el servidor, muy apropiadamente asume el semblante indicado en el capítulo «comanda», si no me equivoco, posición tres. Correcto. Conozco, o conocía, de memoria este manual: tuve una compañera que drilava servidores y en una época, estuvimos muy juntos, tan juntos que yo la acompañaba durante las clases y oía, y también veía, claro, lo que iba aconteciendo. Buena época, me recuerdo y buen manual, el top.

            Degustando mi snac, me pongo a pensar en mi situación. Por un lado es verdad que estoy comenzando: hoy llegué al primer distrito de investigación por consiguiente y según mi contrato, el plazo de siete días comienza a contarse a partir de mañana. Hoy es mi día cero. Todo lo que hice hoy fue apenas una preparación para lo que haré. En esto me parezco a Bruckner, con mucho orgullito me quiero parecer al gran Bruckner que compuso una sinfonía con el número cero porque le parecía que aquella era apenas una preparación para lo que tenía en mente hacer. En las horas que me pertenecen a mí mismo, oigo mucha música, soy un gran amante de los clásicos, de los tres bes, Juan, Beethoven, Bruckner.

            Estoy frustrado con el aborto del clú, «Pietro» y del número acoplado. Shit. Por un lado, como decía inda agora, estoy comenzando y no me puedo quejar si no tengo todo el panorama dispuesto. Por otro lado me doy cuenta que tengo muy poco para continuar o mismo para empezar. No me quejo del trabajo, nada de eso: lo acepté y sé hacer sudar al vidrio, como se dice. Confío en mí, pero no puedo dejar de pensar que tengo poco, muy poco para llevar a bien mi labor. Otra vez shit.

            El gavilán se las pasa de mirón, por eso se mantiene con plumas y alas para volar. Lo que quiero decir es que el que no ve, no mama, Anastasio, el Presidente, lo refiero por el primero nombre cuando lo recuerdo profesor, decía que toda nuestra civilización se fundamenta en lo ocular y que este hecho determinó, no solo las religiones y las relaciones entre hombres y dioses, como también la física de los átomos, la filosofía de la crítica, la emancipación analítica y otras ciencias que no recuerdo más. Todo se basa en el ojo, en la capacidad que tenemos de ver y también de saber mirar, decía. Anastasio me hablaba de la ocularidad del fenómeno. Se dejaba llevar por mil y un senderos de especulación, se ponía serio, dramático, perentorio, locuaz, catedrático, mientras hablaba de lo que significa ver:

            - Todo se resume al ojo; es en el ojo más que en el alma que llevarnos a cielos y a infiernos, son los ojos que nos salvan y son ellos que nos condenan. La idea es del ojo. Uno es, lo que aparenta ser, amigo mío, y las apariencias, aparecen y desaparecen porque hay miradas. - me consideraba su amigo y a veces me lo decía. Mitre sentenciaba al final: «Recuerda siempre, amigo mío, que las palabras del tirano, por más condenas que proclamen, no se equivalen nunca, pero nunca jamás, a una sola imagen del terror». Anastasio Mitre que inventó los calabozos para el olvido y los empalamientos del invierno, sabía de qué hablaba.

            Cuando terminaba de asuntar, después de una longa exposición, científiateológieticamoral, sobre el ojo, sus derivados y apostasías, me miraba con la ascendencia rectilínea de un verdugo, esperaba que sus palabras se manifestasen sobre mi rostro, como huellas de látigo tensionado y se desinflaba pachorro, se sonreía y entonces yo sabía prever lo que se me venía: estaba interesado en alguna hembra. Me anunciaba, grave, mesiánico « tengo que verla, amigo mío, tengo que verla»; continuaba a fundamentar la importancia que los ojos, que todos los ojos, tienen para la vida y terminaba su apología ordenando que se la trajera al objeto de sus antojos. Y entre risas y divagos me prometía:

            - Amigo mío, después te cuento lo que vi.

            Entre risas y divagos yo aprendí mucho, de veras. En Mitre, todo era entre risas y divagos: cuestiones de estado, reuniones ministeriales, decisiones políticas, negocios, antojos, sentencias. «El Presidente solo se pone serio cuando coge», así decía él, y lo dice aun y yo no hago más que repetirle las palabras. Pues entre risas y divagos aprendí que el ojo es importante, aprendí que quien no mira no mama e inventé, por pura fantasía de ocurrencia, lo que decía sobre el gavilán, sus plumas y su vuelo. Yo mismo me las paso de mirón, como el gavilán; por esto sé donde piso y sé a dónde voy; sé donde estoy, sé quien me rodea. Y por ser así, cauto y atento, con el ojo mío y con el ajeno, sé que alguien me oja en este momento; lo presentí en un primer instante, hace un ratito; agora, ya lo achei. Lo presentí mientras comía mi panqueca y lo veo ahora que me sigue, entre la masa de potos, desorderos, retirantes y desocupados, por las vías, ruelas, becos y galerías: Dobla cuando doblo, para cuando paro, se esconde cuando me vuelvo y lo quiero ojar. No sé quién es, quien puede ser, pero sé de otra cosa con seguridad: tiene relación con lo que hago aquí, con mí cazada a Carmen, el filin de la experiencia me lo apunta.

            Tengo variantes para la situación; si quiero, puedo perder a quien me sigue, ciencia para tanto no me falta, lo dejo a cosarce el codo si quiero. Sin embargo, decido diferente, tomo la directiva de no huir y me expongo al peligro de ser seguido y a lo que demás vier. Dejándome seguir aprendo sobre quien me sigue. Voy a minerar en aguas turbias y de la canga que encontrar sabré reconocer el lid precioso que me falta y que me llevará a la respuesta que muchos se hacen como yo: En donde, mil y un carajos, está la hembrona huida de Anastasio Mitre.

            Como primer medida de estrategia, me dirijo hasta el hotel que me aloja. Quiero que quien me sigue sepa, si ya no sabe, donde puede encontrarme o reencontrarme si es que me pierde mientras me sigue. Vuelvo al hotel discretamente, tampoco quiero dar en la cara que me escancaro todo, a merced del seguidor. Invento un pretexto, llego al hotel, subo al cuarto y bajo de nuevo a la vía con otra camisa: pretexté cambiarme de ropa, seguro que por el calor.

            Me encamino en dirección al mar, sin grandes prisas, tomando cuidado para que el guayo no me pierda en la masa de gente y máquinas que colman las vías.

            El mar se me destapa al vencer yo una esquina. Antes de encontrarlo siento que se acerca por el pulsar ofegante de la maresía mezclada, contra mis narinas. Maresía que mezcla flujos de orina, pisadas de mierda, vapores de basura orgánica abandonadas en los cantos oscuros.

            Y al vencer la esquina, el mar se me descubre por entero. Lo veo, ser inmenso, que se mueve con una sola voluntad, ondulándose por etapas para no causar sobresaltos.

            Paseo por la rambla costanera, veo a mi lado, las rocas brillosas de limo que atajan, con dientes carcomidos, algas, papeles, metales, vidrios. La espuma rosada burbuja entre las aguas.

            Alejados de la costa, dentro del agua, se puede ver la silueta tenebrosa de un u otro edificio abandonado en pié cuando comenzaron las inundaciones del deshielo. Algunos resistieron a las resacas violentas no sin perder mucho de lo que fueron, algunos todavía resisten. En momentos de mar intenso, cuando el oleaje se viene salvaje, cae una pared, un pilar, pedazos de cemento y hierro que se hunden hasta la antigua vía bajo agua. Entonces, la silueta ya podrida, cariada, se vuelve más dantesca aún.

            Por sobre el hombro, ojo a quien me sigue: allí está, turbeiro apostrofante, mirándose las botas, mientras piensa que yo no sé.

            Sigo caminando al compás del oleaje que se insiste sobre la costa artificial, barrera inventada contra la mar. Una puta deliciosa se me acerca gatutina y me ofrece su rumor. Yo me la sonrío y ella, complacida, se relame:

            - Fokof - le digo.

            - Fokin - me tienta, mientras ya mira al siguiente que pasa, esperando comprensión. Y sigo mi camino, ramblando sobre la rambla, oliendo el aire de vapor salado.

            Me figuro lo que dirá el guayo que me sigue: De cierto piensa que así, caminando sobre la costa, espero algún contacto marinero, quien sabe, una salida del mar, una sirena, quien sabe. O entonces me cree capaz de una proeza mayor, hacer aparecer un transatlántico para me divertir. Los seguidores son así: piensan que aquel a quien siguen es muchísimo más de lo que de verdad es. Nunca se dan cuenta del embuste por la sencilla razón de que no quieren desengañarse jamás. En la verdad enemiga muchos perderían la motivación que los mantienen vivos. A la mentira entonces, que me crea lo que no soy: el impostor propuesto es él. Seguro que no desconfía de nada: piensa que me sigue y soy yo el que lo busco. No es todavía hora de definir; paciencia, hay que tenerla.

            La oscuridad aumenta con la hora y la noche toma su turno en algún lugar detrás de la niebla. Hora de hacer el camino de vuelta. La marea está baja y descubro un baúl herrumbrado entre escombros de piedra; un remanente de alguna habitación de aquellos perfiles abandonados y dementes que insisten en apuntar las vías submersas en donde clavan sus pies. El mar que no veo, los golpea sin treguas y de las entrañas dolidas, machacadas, suenan los baques siniestros que se oyen con temor.

            La puta gatutina baja lépida del móvil de un cliente. Se incorpora, se gusta en una sonrisa, se comprime la cintura recién preñada, se firma en las piernas, levanta pecho y me provoca, insaciable, mientras paso:

            - Fokmi -

            No le respondo ni ella percibe mi silencio. Busca siempre a un otro, siempre a otro para existir.

            El guayo continua en mi cola. Llego al hotel, subo al cuarto. Del piso veinte lo veo discreto, apoyado en un árbol. Con el larga vista lo ubico mejor. Consulta el reloj. Tiene las uñas cuidadas, cubiertas con esmalte. Lleva una cicatriz ancha, pegada a la boca. Tiene un receptor metido en el oído. Y cuando se mueve para acomodarse en su puesto, deja parpadear, dos veces, a la luz del alumbrado, algo que espeja con pulsión: de seguro que es la lamina de un puñal. Un kiler, como yo. Estamos entendidos y me voy a dormir antes de comenzar mi día primero.

 

 

 

 

 

 

 

 

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