UNA ANÉCDOTA JOCOSA DE TIEMPOS DEL DR. FRANCIA

POR THOMAS WHIGHAM

Profesor emérito de Historia, Universidad de Georgia

Si algo merece buena memoria –parece decirnos este curioso y divertido hallazgo llegado desde los archivos de un reconocido investigador de la historia paraguaya–, es la carcajada de un tirano.

El Dr. Francia, en un grabado del libro de Charles Washburn The History of Paraguay, 1871.Archivo, ABC Color

Uno de los grandes placeres de la jubilación es sentarme en la cafetería local y ofrecer, taza en mano, mis observaciones aforísticas sobre la vida a los representantes de la generación más joven que tienen la mala suerte de encontrarse al alcance de mi voz. Piensan que no me percato de que, secretamente, se ríen de mí, y no de mis chistes. Pero, sinceramente, no me siento mal por eso en absoluto, porque sé muy bien que su reacción es el tipo de adulación involuntaria que los jóvenes siempre reservan para los viejos. En todo caso, en mi búsqueda de material entretenido, frecuentemente reviso una gran cantidad de papeles viejos que guardo en cajas de cartón que datan de mis primeros días como investigador de la historia paraguaya. Casi siempre encuentro algo inusual.

Hace unos días, justamente, descubrí algunas viejas fotocopias de un periódico cultural, La Musa Americana. Revista de Arte, que se publicaba en Asunción durante la primera década del siglo XX. Francamente, ya no recuerdo dónde encontré el original, pero, además de la poesía olvidada y la crítica literaria, el periódico también relataba varias anécdotas. Y aquí, para diversión de mis amigos de Paraguay, ofrezco un ejemplo de la edición del 1 de junio de 1905, que refiere un acontecimiento supuestamente ocurrido casi un siglo antes, cuando un conocido militar se reunió con el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. No puedo decir con certeza si realmente ocurrió tal como se relata aquí, pero muchas historias del supremo dictador del Paraguay, mucho más conocidas, son igualmente dudosas. Dicho esto, siguen siendo divertidas.

«Crónica de la tiranía

El capitán Vicente Gómez

Una respuesta salvadora, por Liberato M. Rojas

Era don Vicente Gómez uno de los más distinguidos oficiales de nuestro ejército, allá por los tiempos en que el dueño de vidas y haciendas gobernaba a su humor la joven República del Paraguay, el terrible Francia.

Tenía arrogante y simpática apostura, y agudísimo ingenio, prendas ambas muchas veces de más valía que el dinero para sobornar voluntades. Pero, más que por tales méritos, por raro capricho de la suerte dispensábale particular estima el Dictador, tanto que, en ocasiones, animábale a departir con él durante largas horas en jovial y animadísima plática.

No sé si a este especial favor, o a buenos servicios de cuartel, o a algún hecho de armas ignorado por nosotros debió aquel militar feliz sus galones de Capitán de artillería.

Lo que sabemos es que el Capitán Gómez tenía entre sus hábitos cotidianos, el de matar lombrices todas las mañanas -lágrimas de gavilán, taguato resay, como él decía; sucediendo a veces que, de doblar la dosis, seguramente contra alguna lombriz inmensa, perdía el equilibrio en términos que se le hacía imposible ponerse firme.

Aconteció que en una de tales ocasiones, por maldita coincidencia, recibió del Dictador la orden de presentarse inmediatamente ¿Y cómo comparecer borracho, él, Capitán del ejército, ante Francia, ante el terrible Francia?

La tal orden fue para él como el anuncio de su sentencia de muerte.

Y no era posible eludir la presentación en aquella época (que muchos aún tienen por feliz) en que mandaba don Gaspar en nuestra tierra como tal vez en el cielo no manda Dios.

Se movió, pues, el Capitán Gómez, tambaleante, más ya de miedo que de borrachera, en dirección al palacio de gobierno, que lo era entonces el vetusto y raído edificio que hoy [1905] ocupa la oficina de correos y telégrafos.

Al trasponer las gradas del corredor que enfrenta con el actual cuartel de caballería, apareció en el zaguán la raquítica figura del Dictador.

Algo como un ciclón sacudió el espíritu del Capitán.

Un sudor frío cubría su frente.

Dio dos pasos cruzados, y tratando de ocultar su desequilibrio, se apoyó con las manos en la pared; luego marchó, quebrando ya a la izquierda, ya a la derecha, hasta llegar donde, de pié firme, adusto el ceño y con la vista clavada en él, esperábale amenazante el árbitro absoluto de su vida.

Cuando el beodo Capitán hizo como pudo el saludo de ordenanza, Francia, en tono de reproche severo le dijo:

“¡Con vientos contrarios navega Ud., Capitán Gómez!”

Y el Capitán, que con su ingénita penetración y en un instante fugaz como el relámpago había ya escudriñado el alma de aquel Lucifer, respondió tan rápidamente como su lengua en esos momentos le permitía:

“¡Es cierto, Excelentísimo señor, por eso vengo bordeando!”

Una carcajada sonora saltó de la boca del Dictador... ¡La única tal vez ingenua que se le escapó en toda su vida!

El Capitán Gómez se salvó de la muerte gracias a su inesperada ocurrencia.

Así son los tiranos.»

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 29 de Marzo de 2020

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