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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  AHED, LA LEONA DE NABI SALEH - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 07 de Enero de 2018


AHED, LA LEONA DE NABI SALEH - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 07 de Enero de 2018

AHED, LA LEONA DE NABI SALEH

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

Cuando las operaciones simbólicas conducen a las fácticas, las geografías fabricadas a las reales y las imágenes a los hechos, hablamos de la política en su función de maquinaria generadora de ficciones.

El arresto de Ahed Tamimi cerró el 2017. Se la llevaron a mitad de la noche el martes 19 de diciembre, después de que esta palestina de dieciséis años se enfrentara a unos soldados israelíes en Nabi Saleh. Los hizo marcharse. Esto no es ficción.

La ficción no siempre es irreal o inocua. No es irreal: es una práctica social real con efectos fácticos reales. Puede definir el modo de entender una situación, y el modo de entender una situación ciertamente define el modo de actuar frente a ella. Por eso la política es en gran parte una máquina generadora de ficciones. La ficción puede afectar, entre otras cosas, el modo en el cual la sociedad se relaciona con un territorio. Una geografía imaginaria ha sido construida, por ejemplo, en Palestina desde fines del siglo XIX. Hemos asistido a la larga y sostenida fabricación cultural del escenario cuya ocupación es una operación económica, política, militar, pero también literaria, ficcional, simbólica. El mapeo de Palestina durante el mandato británico, por poner un caso, fue parte de esa ocupación simbólica inicial, como lo fue la lista hecha por la Jewish Palestine Exploration Society y el gobierno británico de Palestina en 1922 de los sitios cuyos nombres árabes se habían cambiado ya oficialmente por nombres hebreos (1). El término utilizado en los documentos para designar tal alteración de la toponimia fue «restitución». Esa operación fabulatoria que justificaba en el discurso la ocupación del territorio palestino en la práctica pudo completarse por imposición estatal después de la Guerra de los Seis Días. La ficción cartográfica adelantó la posterior legitimación del reclamo del territorio mediante la conversión de sus ocupantes judíos en legítimos dueños, y de sus habitantes nativos en intrusos. Bajo el mandato británico, lord Balfour había declarado en 1917, cuando los judíos eran cerca del ocho por ciento de la población palestina y tenían el dos por ciento de la tierra, que el gobierno de Su Majestad veía con agrado el establecimiento de un hogar nacional para los judíos en Palestina. En 1896 el periodista austríaco Theodor Herzl había publicado Der Judenstaat y en 1897 se había creado la Organización Sionista Mundial. Herzl buscó el apoyo de los monarcas europeos para su Estado judío. En Palestina, ese estado, dice su libro, sería «parte del muro de Europa contra Oriente» y «de la cultura contra la barbarie». La doble equivalencia ficticia (cultura = Europa, Oriente = barbarie) aún es real para muchos. Su «realidad», de hecho, fue un respaldo para que la inmigración judía se desarrollara bajo el dominio británico junto con las diversas formas de discriminación que los palestinos intentaron paliar en esos años con huelgas y protestas. Décadas más tarde, mucho más conocido y lamentado era el sufrimiento judío durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando en 1947 Gran Bretaña anunció el fin de su mandato y se planteó en las Naciones Unidas partir el país en dos y dar a los sionistas, entonces un tercio de la población con un cinco por ciento de la tierra, el cincuenta y cinco por ciento del territorio, Israel tenía el apoyo de la gran potencia occidental que emergía en la posguerra, Estados Unidos, que consiguió que la propuesta fuera aprobada. Apenas aprobada, hubo ataques armados israelíes contra aldeas árabes, pero el día de 1948 fijado para llevarla a los hechos aún es considerado por muchos, pese a los cientos de miles de árabes que habían tenido que huir, el día de la «independencia» israelí. Cuando en 1949, ya con el ochenta por ciento del país en manos del Estado de Israel, un comunicado de las Naciones Unidas reclamó repatriación o compensación por sus tierras para los casi ochocientos mil palestinos refugiados por entonces, las autoridades israelíes lo ignoraron, al igual que todos los siguientes.

La ficción puede lograr proezas. Puede desafiar a la lógica o arrancar páginas enteras del libro de la historia. El desafío a la lógica es constante en el discurso de los medios, vicioso, circular –por ejemplo, la resistencia a cualquier ataque del ejército israelí se toma como una prueba de que fue un ataque contra terroristas–. Y lo de arrancar páginas se puede ilustrar con el hecho de que, como escribió Deleuze, el sionismo, y luego el Estado israelí, siempre exigieron a los palestinos reconocimiento jurídico, pero el Estado de Israel nunca dejó de negar el hecho de la existencia del pueblo palestino (2). Como si los palestinos hubiesen estado allí de paso y por error. Como si los hubieran expulsado de sus moradas y sus tierras porque habían venido de otro lugar. «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», fue el lema que popularizó, a inicios del siglo XX, Israel Zangwill, y que completó Golda Meir en 1969 al declarar a la prensa: «No existe tal cosa como los palestinos. No han existido nunca» («There was no such thing as Palestinians. They never existed»). Hay mentiras que se imponen como verdades; hay ficciones que se concretan como hechos. La ficción permite hacer creer a muchos que objetar las acciones del Estado sionista de Israel, por ejemplo, es ser antisemita. Volviendo a Deleuze, en el texto citado antes escribió que el Estado de Israel nunca ha ocultado su propósito, que desde el inicio, más que vaciar el territorio palestino, fue hacer como si estuviera vacío. U ocupado, cabe añadir, por «extranjeros». La mera existencia de palestinos, por supuesto, estorba esa ficción. Por eso, no se trata, en Palestina, de someter a los nativos para explotarlos o convertirlos en esclavos, como lo podrían haber hecho otros imperios coloniales de la Antigüedad (y de la Modernidad también). Se trata de borrarlos, de lograr que no existan y que ni siquiera hayan existido. Como en la bestial frase de Golda Meir. Desde el principio se ocupó el territorio como si estuviera «vacío». No es solo un exterminio: es, por decirlo así, el exterminio de un exterminio, el exterminio en la ficción del hecho del exterminio para imponer su inexistencia después en la realidad. No se trata solo de negar el derecho, sino el propio hecho palestino.

En el campo de la ficción metapolítica, de la fabricación de los hechos, es posible y usual negar el propio terrorismo presentando como terrorista al que se defiende. Un palestino puede pasar cinco años o más en la cárcel por tirarle una piedra a un soldado israelí –es delito de agresión a la autoridad– y recibir una multa adicional cuyo no pago suponga un aumento de la pena. Pero es él quien delinque. Con la Ley para Prevenir Daños por Huelga de Hambre, la Knesset les arrebató a los palestinos presos el último recurso de protesta que les quedaba. Pero son ellos los que causan daños. No son abusos simples, sino dobles. Los duplica la ficción en su función perversa.

El arresto de Ahed Tamimi cerró el 2017. Se la llevaron en medio de la noche el martes 19 de diciembre, después de que esta palestina de dieciséis años se enfrentara a unos soldados israelíes que habían ido a atacar palestinos cerca de su casa, en Nabi Saleh. Les gritó que se fueran, intentaron golpearla y Ahed, que libra estas luchas desde que era una niña de diez años, no se dejó amedrentar y respondió con cuanto tenía, que puede ser nada o serlo todo: sus puños, su valor, su furia. Y los hizo marcharse. Millones de personas lo vieron en las redes sociales gracias a la cámara de un celular: visión fortuita, indicio de lo mucho que no vemos. Esto no es ficticio, sino real. Ahed es real.

Quizá, como ya señalaba Gorgias, los seres humanos no podemos conocer verdades. Pero sí podemos reconocer mentiras. Y si la ocupación simbólica precede a la ocupación política, la extinción simbólica es una amenaza de extinción física. Borrar los topónimos árabes de los mapas, borrar de un territorio la impronta cultural de sus habitantes, borrar de la historia de su país a los palestinos, son construcciones ficticias contrarias a los hechos que registran los libros, pero las páginas de los libros se pueden arrancar, y los libros se pueden quemar, y las ficciones pueden anunciar horrores muy reales. Boicotea el aparteid. Llama al crimen por su nombre. Es lo mínimo que una persona decente, mientras surgen mayores desafíos, puede y tiene que hacer para empezar.

Notas 

(1) Gideon Bar: «Reconstructing the Past: The Creation of Jewish Sacred Space in the State of Israel, 1948-1967», en Israel Studies, vol. 13, 2008.

(2) Gilles Deleuze: «Grandeur de Yasser Arafat», en Revue d’Etudes Palestiniennes, n 10, invierno de 1984, pp. 41-43

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color

Domingo, 07 de Enero de 2018

Página 1

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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