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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  INCOHERENCIAS Y MILAGROS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 29 de Septiembre de 2019


INCOHERENCIAS Y MILAGROS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 29 de Septiembre de 2019

INCOHERENCIAS Y MILAGROS

Opinión

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

La semana pasada, en Paraguay, el titular de la Secretaría Nacional de Cultura anunció un recorte de varios cientos de millones de guaraníes a ese organismo y al Fondo Nacional de la Cultura y las Artes en el presupuesto nacional para el próximo año y, como dijeron los medios de prensa, «organizaciones y miembros de la comunidad cultural» protestaron con comunicados y movilizaciones. No pensaba hablar de esto, pero he recibido un artículo –publicado también en estas páginas, en nuestra edición de hoy– que, según creo, ilustra bien la ideología que suele sostener este tipo de políticas, que no son políticas solo del gobierno paraguayo y que no se aplican solo al área (así llamada) «cultural».

El propósito de la teoría –seamos optimistas, llamémosla así– de la «economía naranja» es disolver las contradicciones entre capital y trabajo en la figura del empresario de sí mismo/ trabajador para sí mismo, que no tiene capital pero es libre de conseguirlo, fábula neoliberal esta, la del emprendedor, que legitima la mercantilización de toda actividad humana; con el Estado y el empresariado como regulador y beneficiario, respectivamente, de los negocios, la economía naranja forma parte de esa mercantilización.

En materia de cultura, por ejemplo, la responsabilidad pasa a los inversores privados, la obligación del Estado de garantizar su producción y el acceso a ella queda eliminada en el proceso y esos derechos –igual que otros: educación, vivienda, salud, etcétera– dejan de ser tales para volverse mercancías, de modo que exigir su cumplimiento pierde sentido ante la libertad de cada quien de consumir lo que quiera y pueda (y si no puede, por supuesto, es un fracaso privado, ajeno a la cosa pública) en un mercado cuya oferta –transferir los recursos a proyectos que interesen al sector empresarial implica esto por lógica– es definida por criterios económicos.

Por eso, este recorte refleja medidas parejas en otros países e integra procesos más amplios a nivel global, tal como la universidad pública económicamente asfixiada aquí se refleja en otras partes, tal como la salud pública se desmantela de varios modos en diversos contextos, etcétera: el desplazamiento de las responsabilidades del Estado a los inversores privados en Paraguay y otros lugares del mundo forma parte de políticas que están al servicio del sector empresarial y que, con mitos y teorías como la economía naranja o el emprendedurismo, el discurso hegemónico respalda.

Es un error protestar contra este recorte en forma aislada. Si los aumentos anunciados por Hacienda para el 2020 engrosan los presupuestos de las fuerzas armadas, diversos recortes privan a la gran mayoría de la población de lo más necesario. En este momento hay un paro académico en la Universidad Nacional y trabajadores del Hospital de Clínicas –el «hospital de los pobres»– en huelga de hambre. Tras un reciente feminicidio en Ñemby, el Ministerio de la Mujer informó que el promedio es una víctima cada diez días; con el recorte a ese ministerio no habrá, según la Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay, fondos suficientes para implementar la Ley 5777/16, que quiere garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Después de una reunión la semana pasada con los ministros de Educación y de Hacienda, que rechazaron sin justificación sus reclamos, la Federación Nacional de Estudiantes Secundarios los ha declarado, a ellos y al presidente, «Enemigos públicos de la educación». Etcétera, etcétera.

El artículo, también publicado en nuestra edición de hoy, que mencioné al comienzo y con el que, respetuosamente, debo disentir aquí, afirma que los artistas creamos cuando recibimos subsidios del Fondec y que dejamos de hacerlo si no los recibimos. Eso es falso (por ejemplo, en mi caso ni pido ni recibo auspicios para hacer lo que yo quiero, por un lado, y por otro no veo nada malo en recibirlos ni me parece justo hacer tal afirmación sobre quienes sí los reciben), pero, al igual que el resto del artículo, ejemplifica el discurso hegemónico del que hablo, y que lo impregna: al sostener que «nadie debe mendigar, ni transitar caminos irregulares» en busca de auspicios, descalifica moralmente a quienes solicitan auspicios a esos mismos organismos del Estado cuyo presupuesto se recorta ahora, y al añadir que el «Fondec debe dejar de ser una entidad de beneficencia» para «transformarse en una poderosa fuerza al servicio de la sostenibilidad de los proyectos de los recurrentes» porque «está bien adjudicar un recurso económico» pero «no tiene que ser más que un capital semilla», introduce el criterio del valor mercantil en temas culturales y destierra la idea del derecho a la cultura; libera, en suma, de responsabilidades al Estado y abre las puertas al sector empresarial. (Que, por otra parte, en Paraguay ya las tiene abiertas, como lo demuestra el reciente caso del Conacyt, cuyo consejo directivo, integrado en gran parte por representantes de gremios empresariales, decidió frenar la financiación de aquellos proyectos que puedan afectar los intereses del sector privado.)

Quizá el problema no debe considerarse ni enfrentarse desde un solo sector. ¿Tiene sentido pedir más presupuesto para una secretaría cuyo papel, en un escenario como el brevemente descrito aquí, quizá no pueda ser sino servir a los mismos intereses a los que sirven todos? A fin de cuentas, su funcionalidad al poder no acaba de hacerse visible recién ahora con el acatamiento, y aun la justificación, del recorte –ya era un secreto a voces (por citar un ejemplo solo en apariencia frívolo, ¿por qué su logotipo, que tenía los colores de la diversidad, fue cambiado por uno tricolor, nacionalista? Etcétera, etcétera–). Si no, ¿por qué necesitarían ahora, ante el recorte, pedir al secretario que defienda lo que en teoría representa? Por otra parte, si el Estado desmantela instituciones públicas de educación, de salud, etcétera (y, a propósito, la «responsabilidad social» de las empresas privadas es un notorio eufemismo para apoyar aquello que, ya porque supone un beneficio económico, ya porque corresponde ideológicamente a sus fines, interese al sector empresarial, lo que deja fuera las miradas críticas), esperar que el apoyo a la cultura quede intacto es esperar –elija cada quien el término que prefiera– una incoherencia o un milagro.

Este recorte es parte de un problema mucho más vasto y complejo, como precisamente las personas que se consideran miembros de la comunidad cultural deberían saber y decir. De otro modo, la «cultura» –dejo, como supongo que ya es obvio a esta altura, para otra ocasión comentar la polisemia de esa palabra– se limita a reproducir intereses que, cómica o trágicamente, pueden volverse en su contra, como ahora. La crítica del discurso hegemónico aquí expuesto brilla por ausente en el campo cultural paraguayo mientras la pérdida de derechos de la gran mayoría de la población avanza. Desalojos ilegales. Criminalización policiaca de los jóvenes con iniciativas como el grupo Lince. Despidos arbitrarios. Persecución impune de toda disidencia por parte de sectores ultrarreaccionarios, nacionalistas, antiderechos... And so on, and so on. Las políticas públicas –educativas, económicas, culturales, de transporte, de vivienda, de salud, etcétera– influyen en las definiciones socialmente aceptadas de lo importante, de lo justo, de lo valioso, en la convivencia y en el reconocimiento mutuo, en el modo en que una sociedad se piensa a sí misma. Si las políticas públicas son un gasto, si los colores del logotipo antes mencionado –por eso decía que el ejemplo solo en apariencia es frívolo– pasan de representar la diversidad a representar lo uniforme, si la cultura tiene que justificarse siendo rentable, si la educación es económicamente excluyente, el mensaje de todos estos signos –y muchos más– es claro: no somos iguales. Ninguno de estos signos fue menor: «Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes», escribió hace años Todorov en un artículo, «se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización». ¿Por qué reaccionar ahora, desde la llamada «comunidad cultural», ante algo tan coherente con tantos mensajes diariamente aceptados? Saber pensar desde los lugares de otros todo lo que sucede en nuestro tiempo, en vez de preocuparnos solo por lo que nos afecta cuando algo nos afecta, podría merecer el nombre de cultura.

 

 

 

 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 29 de Septiembre de 2019

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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