«PAISAJES HUMANOS»

Obra de BERNARDO ISMACHOWIETZ

PAISAJES HUMANOS

Dos dimensiones distintas y complementarias pueden apreciarse en la obra pictórica de Bernardo Ismachoviez: la restauración y recuperación de las realidades profundas que ocultan los materiales con los que trabaja y la reelaboración simbólica de estos materiales en el marco impuesto por las formas complejas del cuerpo humano. En el primer caso, el artista vuelve a los orígenes del arte y su labor se emparienta con la de quienes, en el amanecer de la pintura, tomaban el ocre de la tierra como signo inequívoco de la vida y buscaban en cocimientos vegetales y otras mezclas los colores que pudieran dar sentido de «realidad» nueva en la que el cuerpo humano se instala en el espacio pictórico como cosmos, como forma ordenada de un mundo cognoscible, como propuesta capaz de trascender sus propios límites materiales a través del discurso. En el primer caso, los referentes están en la materia, en el mundo de las cosas. En el segundo, el cuerpo humano es su propio referente: continente de ese mundo de las cosas al que los materiales con los que el artista trabaja tan sólo hacen referencia. Entre estas dos dimensiones se establece la distancia que separa la magia de la poesía. La materia «deja de ser» para «ser otra cosa».

Lo sorprendente en el trabajo de Bernardo Ismachoviez no es, sin embargo, esta doble dimensión, que se da, de hecho, en toda obra de arte verdadera, sin que importe mucho la materia de la que parte el creador (palabra, arena, hierro, sonido, color, y hasta el propio cuerpo del artista). Lo sorprendente y sugestivo es el nivel de simbolismo que alcanza en la dimensión poética de su trabajo. Contrariando la idea bíblica, que con tanta fuerza ha impregnado la cultura occidental, de que en el rostro está el espíritu («Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente», se lee en el Génesis) Ismachoviez infunde «soplo de vida» a cuerpos sin rostros y transfiere vida propia a la propia materia de la que parte. Y, así el cuerpo dice lo que el rostro oculta, pero también «dicen», a su manera, la arena, los cables, las telas, las arpilleras y hasta los marcos violados que el mismo artista quiebra con la clara intención de resignificarlos sumándolos a un texto en el que, según las más antiguas convenciones, cumplían tan sólo la mera función de contexto.

La obra de Ismachoviez no es convencional ni complaciente. Quien observe con detenimiento estos cuerpos sin rostros retorcidos sobre sí mismos, contorsionados, vueltos hacia adentro, como si sólo dentro de sí encontraran la fuerza para expresarse, comprenderá que cada cuerpo es uno y todos y que la fuerza que nos transfieren procede de esa materia inerte que el artista ha convertido en poesía, y entonces el observador podrá sentirse identificado con lo que esos cuerpos sin rostro le están diciendo y hacer suyo un discurso corporal que siempre el rostro nos ha velado. Al velar los rostros, el artista pone en evidencia el paisaje humano de las formas, la carga significativa de los relieves corpóreos, la importancia discursiva de los cuerpos desnudos, la imperiosa urgencia de la libertad.

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 FUENTE DEL COMENTARIO E IMAGÉN DE OBRA: