Portal Guaraní - EL CÓDIGO GUARDADO BAJO LLAVES - Por DELFINA ACOSTA

Tengo ante mis ojos un libro que vale la pena ser leído. Me refiero a El texto cifrado, de la escritora Emilia Piris Galeano. El material literario fue publicado por la Editorial Servilibro y lleva el prólogo del ilustre escritor español José Vicente Peiró Barco. Debo decir, antes que nada, que la autora es una lectora consumada de libros clásicos, modernos y de textos literarios que van apareciendo con verdadera luz dentro del habla castellana y así se distinguen de los mal iluminados.

Hay un cuento que me llamó hondamente la atención. Lleva por título En olor de multitud. Emilia trata magistralmente sobre la hoguera de vanidades en la que se consumen muchos escritores de cualquier parte del mundo. Con un lenguaje preciso y haciendo uso de una notable picardía e ironía, ella va mostrando no el perfil, sino la figura purulenta de un escritor que supo manejar sus contactos para ejercer un poder monopolizador dentro del ambiente literario. Aquello de valerse de la prensa y de manipular a los medios para agigantar una fama que en realidad no posee sustento propio se da frecuentemente en todos los sitios del planeta.

Nadie, realmente, ha leído las obras del monopolizador. Pero las gentes hablan maravillas de ellas. Hipócrita, tonta sociedad que no sabe distinguir entre los escritores humildes y de valía y corre tras los manipuladores de los medios.

Un día, el escritor fallece. La noticia de su partida a otro mundo llena las páginas de exequias. Tremenda fama póstuma, que oficia de coronación de la fama en vida.

El remate del cuento es un mensaje contundente para tantos escritores de todas las latitudes que se deleitan en su ego gigantesco. Ahí va:

“Según anuncian en todos los medios periodísticos, en su funeral hablarán esta tarde algunos connotados colegas. Todo el mundo va a estar allí, además. También para mí es ineludible asistir; es más, veré si todavía puedo anotarme para resaltar las cualidades de este ilustre escritor que ha partido a la eternidad cubierto de la fama que tantos otros envidiosos no alcanzan por más que se empecinan en ello”.

El cuento La elección nos presenta la lucha interior de un religioso, un hombre que debe ser fiel a su condición de presbítero y muestra, cierto día, su obra literaria a un monseñor. He ahí, en la ira del monseñor ante el atrevimiento de hacer arte, cuando el corazón del presbítero (que solo se debe a Dios) entra en un dilema, en una sangrante encrucijada.

Al leer esta historia, en que el diálogo es manejado con solvencia y fina elaboración, tuve una sensación de asfixia. Y recordé además la época terrible de la Santa Inquisición de la Iglesia católica. ¿Hasta qué punto es compatible la literatura con lo místico, con lo relacionado con las esferas divinas? Yo no lo sé. No tengo respuestas, a decir verdad. Mas Emilia, que parece entender los recovecos de la psiquis humana, ahonda en el tema con un conocimiento puntual de la condición espiritual y la necesidad natural de escribir. En la mayoría de los textos de Piris, podemos encontrarnos con la ironía de la vida a través de imágenes indisolubles, la proyección de la esperanza, la desesperanza.

La autora nos lleva a meditar en las profundidades de la mente del ser humano. Sus cuentos son puntillosos, vale decir, de fina hechura.

Ella va descifrando códigos así. Y hay que leer cuanto escribe con atención, con bastante atención, ciertamente, para poder acceder a los mensajes que nos envía a través de su pluma cargada de oficio.

Sin lugar a dudas, Emilia Piris Galeano forma parte importante de la narrativa paraguaya de los últimos tiempos.

A mitad de camino
entre la colina del barrio y el río,
la casa era un conjunto decrépito de tablas carcomidas.
Por su aspecto,
era absurdo suponer que la bienaventuranza
pudiera encontrarse allí.
Las dos hermanas viejas y famélicas que la habitaban
consumían sus días lidiando con su jauría
de perros: exacerbados por el hambre
y el acoso de las pulgas,
los canes solían disputarse a dentelladas
las piltrafas de las viandas paupérrimas
de sus dueñas.
Y si torpe ave de corral vecino caía
en ese predio alucinante,
un torbellino de plumas se agitaba allí
tras el relámpago del despedazamiento.
Aquel día llegué a esa casa al impulso de mi curiosidad
hacia esos seres hambrientos:
volvía yo de la ribera del río
y me detuve allí con la intención de compartir
el lote de pescados que traía.
Al verme llegar,
ambas mujeres se acercaron rápido al portón
para recibir la sarta de bagres. Los perros las siguieron
y se arremolinaron alrededor de ellas
con gemidos lastimeros: habían percibido
el intenso olor a pescado.
Ignoro el destino final de aquella dádiva casual
y de esos seres infortunados.
Pero a veces algún aullido me hace pensar en ellos
y en los restos siempre despreciados
del naufragio de la dicha.

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