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MARIO MAESTRI

  ¿POR QUÉ EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ NO SE RINDIÓ? - Por MARIO MAESTRI - Domingo, 22 de Abril de 2018


¿POR QUÉ EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ NO SE RINDIÓ? - Por MARIO MAESTRI - Domingo, 22 de Abril de 2018

¿POR QUÉ EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ NO SE RINDIÓ?

Historia

 

Por MARIO MAESTRI


 

maestri1789@gmail.com

La Campaña de la Cordillera fue un combate sin posibilidad de victoria. El poderoso ejército imperial había recibido refuerzos en hombres, fusiles y cañones modernos, caballada fresca y bien alimentada. Los aliancistas controlaban el río Paraguay, gran parte de la nación invadida, el ferrocarril que conectaba Asunción con la Cordillera. Las tropas paraguayas eran ya solo un remedo de ejército: un puñado de veteranos, soldados heridos, viejos y niños armados con fusiles de chispa, armas de caza y muchas lanzas. Poseían pocos cañones, manejados por artilleros inexpertos. Su golpeada caballería estaba formada por jinetes y caballos reducidos casi a los huesos.

En agosto de 1869, Piribebuy y Campo Grande-Acosta Ñu no fueron combates, sino masacres. Los aliancistas solo necesitaron media hora para vencer las trincheras de la tercera capital paraguaya e iniciar una matanza, sobre todo de niños, ancianos y mujeres. En los dos enfrentamientos murieron miles de paraguayos y unas pocas decenas de aliancistas. Aún dispuestas a morir luchando, las tropas paraguayas habían perdido la capacidad de matar. Piribebuy y Campo Grande-Acosta Ñu sirvieron solo para retardar la persecución de la fantasmagórica columna comandada por Solano López, permitiendo que se internase en las quebraduras de la sierra del Amambay, donde se extinguió en pequeños combates y sobre todo en deserciones, enfermedades y hambre. El 1 de marzo de 1870, en Cerro Corá quedaban unos cuatrocientos combatientes famélicos de los más de ciento veinte mil que habían empuñado las armas desde la invasión de la provincia de Mato Grosso. Acompañaban la retirada sin destino civiles temerosos de la violencia de los invasores. También ellos se dejaron morir por miles en las márgenes de los caminos, sobre todo de cansancio, enfermedades y hambre. 

La historiografía lopista presentó la campaña de la Cordillera como una especie de viacrucis en el que Solano López buscó conscientemente su Gólgota para sacrificarse en honor de la patria. Los meses finales de lucha sin esperanza habrían constituido una victoria moral de un ejército que jamás se rindió y, literalmente, se extinguió en la lucha. Por su parte, los antilopistas acusaron y acusan a Solano López de orgulloso, inhumano e irresponsable por no haber puesto fin al sacrificio inútil de miles de vidas rindiéndose y partiendo al exterior con su compañera, hijos y bienes. Tal decisión habría acortado en más de un año una guerra que parecía no tener fin y hubiera ahorrado sus terribles sufrimientos finales.

Al Mariscal los aliancistas jamás le ofrecieron realmente rendición. Después del abandono de Humaitá por las tropas paraguayas, sobre todo el gobierno imperial propuso a Solano López únicamente rendición incondicional y la garantía de que no sería pasado por las armas en el acto de entrega. Jamás le aseguraron la inmunidad tradicionalmente brindada al comandante en jefe de una nación derrotada. Ya a finales de enero de 1865 Bartolomé Mitre amenazó a Solano López con hacerlo personalmente responsable de cualquier acto en «desacuerdo con los regulares [medios] reconocidos en la guerra», colocándolo «fuera […] del amparo de la Ley de las Ley Naciones». En los hechos, Mitre amenazaba con no reconocer la inviolabilidad personal de López, llevándolo a juicio y eventualmente condenándolo a la muerte, si fuese preso.

A inicios de 1869, después de Lomas Valentinas, el gobierno argentino comenzó a preparar el libelo acusatorio para el caso de que Solano López fuera preso: Papeles del tirano del Paraguay tomados por los aliados en el asalto del 27 de diciembre de 1868 dejaba claro el proyecto de juzgar y condenar a muerte Solano López y recordaba que, tras la advertencia de Mitre, le cabría al nuevo presidente, Domingo Sarmiento, «cumplir ese mando, en desagravio de la humanidad ultrajada en legítima represalia sobre el enemigo desleal», o sea, el pueblo paraguayo.

Los aliancistas querían a Solano López muerto, ya que su prisión traería graves problemas. Motivaría una fuerte campaña internacional y nacional por su liberación. Por otro lado, en ningún caso podrían dejarlo salir al exterior. Solano López era aún un hombre joven y la posibilidad de su regreso a Paraguay trabaría por décadas el proyecto de transformación del país en nación semitributaria de los Estados imperial y argentino. Tendríamos inevitablemente en el Paraguay de posguerra un partido proimperial, un partido proargentino y un partido nacional-lopista.

Sobre todo de parte del Estado imperial hubo siempre una determinación no escrita de que el Mariscal fuera muerto en combate. Una instrucción jamás abrazada por el marqués de Caxias, que sugirió siempre una victoria militar seguida de una negociación. Propuesta desautorizada repetidas veces por Pedro II, con quien él no tenía buenas relaciones. No sentaba al espíritu aristocrático del viejo militar tener la sangre de un mariscal en sus manos. Tal vez jamás sabremos con certeza si la fuga a través del Potrero Mármol se debió a una desatención o a una decisión de Caxias. Lo cierto es que el marqués desobedeció sus órdenes, dio la guerra por concluida y abandonó el mando de las tropas, negándose a emprender la caza del comandante máximo de las tropas que había derrotado.

Posición quizá compartida por el conde d’Eu, que en Paraguay buscaba solo conquistar fama de comandante excelente, a pesar de su inmensa inexperiencia militar. Por eso no ofreció cuartel en las batallas de Piribebuy y Campo Grande-Acosta Ñu, sus grandes éxitos militares, a diferencia de lo propuesto en general por la tradición histórica. Después de esos hechos magníficos, se desinteresó de la guerra, se entregó a la depresión, imploró a su suegro volver a Río de Janeiro al frente de una parada militar, dejando a López internado en las selvas paraguayas. O sea, se proponía repetir la opción del marqués de Caxias.

Debido a las violencias cometidas contra los últimos combatientes y la población civil en la Cordillera, de las cuales, como comandante máximo de las tropas imperiales, fue responsable indiscutiblemente, el conde pasó a la historiografía paraguaya como un militar duro y sanguinario a pesar de haber sido más un comandante de opereta que un terrible ogro. El desastrado comando militar supremo del príncipe francés en el Paraguay puso fin a todas sus esperanzas de llegar a ser en el Imperio del Brasil algo más que el torpe y amorfo marido de la heredera imperial.

Solano López prosiguió su retirada sin rumbo, ciertamente consciente de que conocería la humillación y la muerte en manos del enemigo. No hay dudas sobre la decisión del alto mando imperial de que el Mariscal no fuera capturado con vida. Antes del ataque a Cerro Corá, Silva Tavares, coronel y rico estanciero de Río Grande do Sul, en presencia del general Correa da Cámara, su comandante y coterráneo, dijo a la tropa que se preparaba para el último asalto: «Doy cien libras a quien mate a López». El premio terrible fue registrado por la historiografía sobre todo debido a la polémica sobre la paternidad del golpe que abatió al Mariscal, reivindicada por Silva Tavares para su ordenanza, el cabo José Francisco Lacerda, del 19º Cuerpo Provisional de Caballería de Río Grande do Sul .

Más tarde, en Río Grande do Sul, Chico Diablo recibió de Silva Tavares cien novillos por haber lanceado a López en la ingle, antes de que se internase en las matas del arroyo Aquidabán-nigüí. Una injusticia. El soldado João Soares, que, un poco más tarde, le disparó al Mariscal por la espalda el tiro mortal de fusil, nada recibió y la historia no retuvo su nombre. Esto porque el general Cámara intentó negar la ejecución sumaria, bajo su mando directo, del comandante supremo paraguayo, herido de muerte sin ofrecimiento de rendición y tal vez sin la frase conclusiva «Muero por» o «con mi Patria». Pero esa es otra historia.

 

 

Adolf Methfessel (Berna, Suiza, 1836-1909): Mangrullo y Campamento brasileño.

 

 

Principal bibliografía consultada

Silvestre Aveiro: Memorias militares, Asunción: El Lector, 1998. 106 pp.

E. Cardozo: Hace cien años: crónicas de la guerra de 1864-1870 publicadas en La Tribuna de Asunción en el Centenario de la Epopeya Nacional, Asunción, El Lector, 2010. Tomo 4.

Luiz da Câmara Cascudo: López do Paraguay, Mossoró, Fundação Vingt-Un Rosado, 1995 [edición facsimilar], 113 pp.

Diários do Exército em Operações sob o comando em chefe do Exmo. Sr. Marechal de Exército Marquez de Caxias, Revista do IHGB, tomo 91, vol. 145 (1922), Río de Janeiro, Imprensa Nacional, 1926, pp. 1-673.

Rodrigo Goyena Soares (ed.): Diário do Conde d´Eu, comandante em chefe das tropas brasileiras em operação na República do Paraguai, Río de Janeiro, Paz e Terra, 2017, 332 pp.

Mário Maestri: La guerra sin fin: la Triple Alianza contra el Paraguay. La Campaña Defensiva, 1866-70, Asunción, Intercontinental, [2018].

Ordens do Dia, Exército em operações na Republica do Paraguay sob o comando em chefe de todas as forças de sua alteza o Senhor príncipe marechal do Exercito Luiz Felipe Fernando Gastão de Orleans, Conde d’Eu. Compreendendo as 1 a 47, 1869 a 1870. Re-impressa por ordem do Governo, Río de Janeiro, Francisco Alves da Souza, 1877.

Papeles del tirano del Paraguay tomados por los aliados en el asalto de 27 de diciembre de 1869, Buenos Aires, Imprenta Buenos Aires, 1869, 174 pp.

Fuente:  www.abc.com.py

Suplemento Cultural de ABC Color - Página 4

Domingo, 22 de Abril de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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