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JORGE CANESE

  VOCES QUE NO SE APAGAN - JORGE CANESE


VOCES QUE NO SE APAGAN - JORGE CANESE

JORGE CANESE - VOCES QUE NO SE APAGAN

CD 3
 
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 
 

Poeta, narrador y médico. Ejerce la enseñanza en la Facultad de Ciencias Médicas de Asunción, ciudad donde nació en 1947. Corno escritor forma parte de la Generación del 70, publicó una abundante cantidad de poesías. Entre las obras de Canese hallarnos algunos de los títulos más representativos de su constante itinerancia en el campo de la literatura: "Más poesía" (1977), "Esperando el viento" (1981), "Paloma blanca, paloma negra" (1982), libro que fue secuestrado por la barbarie stronista. Otros poemarios: "Aháta aju" (1984), "De gua’u (la gente no cambia)" (1986), "Cantos del acantilado" (1987), "Alegrías del purgatorio" (1989), "Papeles de Lucyfer" (1992), "Indios-go-home/ accidentes en la vía húmeda" (1.994), "Amor puro, y sincero" (1995). Narrativa: "¿Así-no-vale?" (1987), "Stroessner roto" (novela, 1989), "En el país de las mujeres" (cuento, 1995), "Apología a una silla de ruedas" (1995). "Los halcones rosados" (novela, 1998). Canese es también iniciador y editor de "Ediciones de entrecasa", editorial fundada en 1993 y presentada públicamente con sus primeros tres lanzamientos en febrero de 1997. "La conspiración de los ginecólogos" (2006).

 

 

 

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JORGE CANESE

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 

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JORGE CANESE. Entrevista por VICTORIO SUÁREZ

(27-IX-92 - ABC)

“Hay que dejar de soñar y despejar los bolsones míticos”

( GENERACIÓN DE 70 - LITERATURA PARAGUAYA )

 

 

 

Para abordar el tema de la literatura paraguaya, esta vez conversamos con el poeta y médico Jorge Canese, quien ha tenido una meritoria actuación intelectual durante el largo proceso dictatorial. En ese sentido, trabajó incansablemente para la difusión del pensamiento y la poesía, rompiendo inclusive los esquemas preestablecidos.

 

–Entiendo que no estuviste muy integrado a la promoción del 70. ¿Cuál fue tu experiencia?

–Diría que fui un fenómeno medio raro. No me he llevado bien con nadie, a no ser en el plano de la verdad. He tenido conflictos permanentes con mis hermanos, mis padres, mi país, mis amigos. Suelo decir en broma que eso en realidad representa una variante alternativa. Lo que se quiere llamar grupo del 70 no existió como tal; de todos modos, mientras ellos hacían poesía yo hacía política, y a la inversa. Si bien mantuve una relación fluida con dicha promoción, nunca fui amigo de ninguno. Más bien eran mis amigos los políticos. La pregunta que me hiciste es importante para marcar el tiempo en que uno se acrisoló, aunque se supone que tal cosa se da alrededor de los 20 años. Una clasificación al respecto estuvo a cargo de los griegos, quienes exponen que la vida dura ochenta años y en cuatro etapas: los primeros veinte años de infancia y puerilidad; luego los cuarenta, donde comienza realmente la vida. Desde este período —siguiendo las alternativas— a los 60 se denomina de juventud, y de ésta a los ochenta es la transición segura a la vejez. O sea, lo que uno puede acrisolar a los 19- 20 años es muy poco. En ese sentido se debería rever ese concepto occidentalista contemporáneo que trata de demostrar todo lo contrario. Por otra parte, siempre tuve la sensación de llegar tarde a todas las cosas; con una actitud más reflexiva me he dado cuenta de que eso resulta una ventaja. Llegué tarde a la poesía, soy una persona que cree en el destino, en esta era del individualismo a full, donde aparecen supuestos comandos para manejar autómatas. Creo que se deben revalorizar ciertos esquemas mentales abandonados. Si entendemos el sicoanálisis es fácil percibir que la capacidad de maniobra que tenemos sobre nosotros mismos, sobre nuestra siquis, no llega al 10%. Estamos gobernados por un filogenético ancestral y acumulativo que determina nuestra forma de ser y hacer. La capacidad de maniobrar el timón es restringida, eso en contra de la egolatría que se cree dueña del mundo. No me quejo de las cosas que he vivido. Digo que el 70 fue un período divertido, una vida-pasión desde la vertiente católica en la que me inicié inventando una misa ago-go, conste que no me convencían los misterios de la Virgen; entonces tomé contacto con el marxismo y otras fuentes del pensamiento progresivamente. De esa época rescato la ebullición como algo saludable. Pero soy contrario a la clasificación, aunque ella resulte en el sentido de entender un concepto. Si vamos al rigor de la verdad, puedo decir que yo no soy de la generación del 70. Exagerando más, diría que la generación del 70 no existe, las generaciones no existen, etc. De todos modos no soy un tipo normal del 70. Cuando la gente hacía la revista “Criterio”, yo hacía militancia política estudiantil, estaba en el SEU (Servicio de Extensión Universitaria), abocado a la vacunación de campesinos. Entonces creía que la literatura era innecesaria, a pesar de haber escrito poesía a escondidas.

 

–Sin embargo, en ese trajín, cuando aparecen tus primeros poemas, es fácilmente perceptible el planteamiento político en tus poesías; es decir, la asunción de un compromiso. Hoy, después de muchos años, parece que tu poesía se ha despolitizado.

–Es probable que creas en la despolitización de mis poesías, pero no es así. Mi último libro, “Los papeles de Lucy-Fer”, es el más político que se escribió en este país. Hablo en sentido amplio, no en el sentido tendencial como fue mi libro “Más poesías”, donde yo defendía que las masas y los campesinos son buenas alternativas de cambio para mejorar la estructura. Defendía ideas marxistas. En mis “Papeles de Lucy-Fer” ya no se da eso ideológicamente porque el planteamiento es de mayor amplitud. Con el paso de los años he manejado con mayor intensidad la ironía. En sentido genérico la política no está ausente. Yo leo los diarios. Un poeta como Emilio Pérez Chaves no lee los diarios, y a lo mejor ni la gente que hace política cultural —de mi generación— no se ocupa de informarse adecuadamente porque eso lleva tiempo. A pesar de todo, creo que los seres humanos funcionamos en relación, gregariamente. No es posible el anacoretismo metafísico, absoluto, el aislamiento, el YO solo y mi alma. Uno puede llegar a ser misántropo, difícil. Siempre entendí que somos gente en relación; y para mí es un conflicto más porque siempre me sentí raro. Nunca obtuve reconocimiento por lo que hago. Sé que no puede haber, a pesar de todo cumplo una función dentro del todo. Hago como alternativa una poesía experimental en este país. Repito lo que ya decía Jacobson: “Todo en el mundo humano funciona por la diferencia”. Somos, en realidad, elementos para la sociedad, aunque la sociedad no nos quiera (para qué pedir afecto).

 

–Los integrantes de tu promoción militan en diversas corrientes políticas. Sin embargo, vos te mantenés aislado. Se trata de un rechazo a la coyuntura, o estás dando la razón a Francisco Pérez Maricevich, quien había dicho que en el Paraguay el escritor se malogra por falta de eco, de respuesta.

–No existe ningún rechazo, sino una opción. Llevo en cuenta, además, que el poeta no debe meterse en política, conste que en Latinoamérica el escritor que no pertenece a un grupo político y sectario siempre fue mal visto. Todo el mundo se refiere a la parte política del escritor, por eso, yo dije: soy escritor o no soy. Pude haber sido político, pero decidí no mezclarme en eso, porque con la política se defiende una idea, con la literatura no sucede lo mismo, se precisa de una absoluta libertad, sin ataduras. El sello de la creación es un impulso, una energía, una pulsión, es lo que empuja. Luego llega la artesanía para que esa fuerza tenga decorados, pero lo fundamental es una fuerza impulsiva inicial que debe ser lo más ciega posible. En la medida en que uno pinta, barniza, se produce una segregación restringida del universo. Si seguía siendo católico, marxista, freudiano, esotérico, o lo que sea, iba directamente a restringir mi punto de mira. No digo que aquéllas no sean opciones válidas, pero con ellas el universo de referencia es pequeño, no es universal. Por eso abandoné la política y muchas cosas más.

 

– ¿Cómo ves la literatura paraguaya? ¿Qué podrías resaltar en ese sentido?

–Soy contrario a los pesimistas y a los optimistas porque ambos pecan por exceso. El Paraguay existe. Este país es una realidad y la literatura paraguaya tam bién es una realidad. Somos una moneda de uso y cambio, dentro del contexto capitalista circulamos poco, pero circulamos a nivel mundial. Raúl Amaral decía que el Paraguay siempre tuvo gente que sintonizó la época. Pertenecemos a un país raro que da pie para muchas cosas. Dentro de la relatividad de lo que es este mundo, creo que el Paraguay no es una maldición específica. Tiene ciertas características de contrapunto y variación respecto –inclusive– a América. Somos parte del mundo, tenemos una serie de cosas jodidas: el stronismo, la corrupción, etc. La gente se queja de que hay poca creación. Pero creo que miente. Lo importante es que este país experimentó una variación, no es gran cosa, pero cambió.

 

–¿Qué hace el escritor en esta transición? Aparentemente existe un lamentable estancamiento. ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos?

–Si comparamos numéricamente con ciertas épocas, se puede decir que los años 83-86 fueron picos de la decadencia del stronismo. Mucha gente pudo comenzar con ciertas publicaciones. En el 82, cuando apareció “Paloma blanca, Paloma negra”, nadie publicaba, era un período de maldición. Existió mayor auge, en sentido numérico, pero no sé si eso es significativo. Personalmente creo más en la calidad que en la cantidad. De todos modos, después del golpe no creo que se haya publicado menos; sucede que hoy en día existe menos “lata parãrã” y hay más dispersión. Antes del rodriguismo éramos todos cuates, escritores “perseguidos”, rupturistas, derechistas, pero nos conocíamos y había una actitud política. Hoy día cada uno anda por su lado, eso no es malo en el sentido de tirarse mierda, porque tal cosa ocurre en todo el mundo. Los grupitos están repartidos, algunos por el Centenario, otros por los cafés, los círculos políticos, etc. Creo que se está creando una visión más compatible con lo que sucede en el mundo. Se llegó a un reacomodo metabólico, político, ideológico, estético. Recién ahora estamos viendo las publicaciones de la transición.

 

–Me preocupa aquello que señaló Pérez Maricevich: carencia de solidaridad, marginalidad del escritor, fanfarronería retórica de una literatura tartamuda, carente de profesionalismo y dominio técnico de lenguaje. ¿Cómo interpretarías dichas expresiones?

–No quiero polemizar con pesimistas ni con optimistas. Mi interés no es tal cosa. Simplemente diré que opino lo contrario; creo que este no es un país tartamudo; es pobre, pequeño, aislado; en síntesis –y he dicho varias veces–, es un país de mierda, pero no creo que sea tartamudo ni esquizofrénico. En cuanto a detalles de solidaridad y formación de escritores, no sé; no se puede echar la culpa al indio guaraní ni al “kaiguetismo”. Ese tipo de maniqueísmo no me entusiasma, lo único que me interesa realmente es la creación. En este país no hay críticos, muchos tienen ese título pero escriben solo prólogos de alabanzas cuando es su cuate. El paraguayo es cobarde, es tan cobarde que no es capaz de pensar en ganar. El ser cobarde no es un defecto, es un detalle en un país pequeño donde se chismea; como todo pueblo chico se pasa con boludeces. La poesía, lo estético, no es una pequeñez, siempre se produjo. Por eso no me gustan las posturas rimbombantes ni las pesimistas; sin embargo, simpatizo con cierto hipercriticismo, es una coyuntura; con respecto a la cuestión de directores y actores contra los hipercríticos, yo creo que hay que saber callarse a tiempo. En este país los directores y actores tienen las de ganar, pero tipos como Aiguadé y Nestosa —hipercríticos—, venenosos, son gente que modernizan al país, aunque no nos guste su actitud, aunque parezcan sobrepasados y rencorosos; así es en todo el mundo, tenemos que ser como todo el mundo, no porque aquí debemos valorar el esfuerzo. La ingenuidad de Aiguadé y Nestosa radica seguramente en la aplicación de la lógica estoica; es decir, el rigor para un buen producto. Es una lógica que funciona, pero se vive en un país de muy poco rigor; el lamento que produce esta situación es absurdo, porque no creo que saque gente de la platea.

 

–¿Qué libros paraguayos llamaron tu atención?

–Seguramente voy a quedar mal con muchos, pero voy a decir lo que me gustó: algo de Roa Bastos (Yo El Supremo), poesías en distintas vertientes, José María Gómez Sanjurjo, ráfagas de la promoción del 40, me interesan detalles de unos y otros. En realidad no soy bueno para valorar, pero se han producido buenas obras, inclusive ensayos, donde persiste nuestra mayor pobreza. Creo que la poesía es la cantera más rica de este país, no de ahora, sino desde el novecientos que presenta ya un cuerpo; eso no se da en la narrativa, donde existe muy poca producción. En la poesía hay más trajín, relacionamiento, intercambio; eso hace el producto, el recurso estilístico. De lo que más me quejaría es de la parte ensayística, que no exista crítica. Aparentemente nuestro nivel de aislamiento no pudo romper hasta hoy esa barrera, o seguramente no tenemos un consumo de volumen para justificar la crítica. En todo nuestro proceso cultural también jugó un rol negativo el stronismo, un verdadero calvario que dio la sensación de nunca acabar. En ese sentido, tengo la impresión de que esta transición —a pesar de la corrupción— es otro país; hemos avanzado hacia una modernización, no por mérito nuestro sino porque hubo una retención acumulativa que de repente se destapó y nosotros nos fuimos homogeneizando.

 

–Yendo específicamente a tu producción literaria, puedo asegurarte que a mucha gente le asusta tu poesía. Estás buscando permanentemente la polémica o asumís una severa actitud de cuestionamiento a la visión puritana de la sociedad. ¿Qué es lo que te impulsa encender unos versos venenosos, exagerados, zozobrantes?

–No soy un tipo afrentoso. Tengo amigos que son así, que se proponen para eso deliberadamente. El fenómeno de la creación es para mí la función que yo siento para cumplir en esta vida, el resto es otra cosa. Lo que me toca a mí es escribir, eso es lo que hago. Creo que soy, más médium que sujeto de la creación. Yo tiendo a sentir la vida de manera intensa, sin mendigar, no es orgullo. Yo creo que funciono de manera distinta a la generealidad, eso no es ni bueno ni malo, tampoco implica maldición o actitud sectaria.

 

—De tu primer libro, “Más poesía”, a “Papeles de Lucy-Fer” se te nota más “deslenguado”, más agresivo en la versificación.

—En realidad, con “Más poesía” ya era deslenguado. Yo, pobrecito, había entrado en la secta literaria, que también es una claque, en el 77, año en que aparece mi primer libro. Recuerdo que en una lectura llevada a cabo en la librería “Liquen”, a más de uno de los asistentes les cayó mal que yo usara la palabra “carajo” y cosas así. En esa época, decir malas palabras en un texto era mortal. No tengo mala intención, pero me impulsan para ser como un látigo de Dios, un instrumento cicateador, no en el sentido represivo sino desnudador, para que cada uno se mire a sí mismo. No es una cuestión personal con nadie; yo entiendo que lo que escribo molesta a mucha gente, pero no tengo nada contra nadie en particular. Quiero interpretar las cosas en sentido metafísico, como Arthur Rimbaud, o en el aspecto erótico, como Charles Baudelaire. Valoro el dadaísmo por su ruptura, el surrealismo por la cristalización, la gran antipoesía chilena, la poesía concreta brasileña; en fin, todos los movimientos rupturistas que surgieron en América Latina. Después de todo, nada nuevo fue inventado. Los discursos conceptuales y formales que propongo son recreaciones de cosas que se han producido. Estoy más cerca de la antipoesía. Me gustan la libertad primero y la rigidez después; la poesía concreta crea esta praxis a la inversa. Existe una influencia progresiva en mis obras. A modo de anécdota, recuerdo que cuando estudiábamos psicoanálisis, decía a mis compañeros de grupo: “Hay que dejarse coger...” por un texto, dejarse penetrar, significa levantar ciertas barreras de permeabilidad de modo a que un concepto estético penetre en estado puro dentro del ser para metabolizarlo después. Eso me gusta, pero es difícil; estoy abierto a todas las opciones. Me gusta captar los matices y detalles e ir incorporándolos, me interesa la mezcla.

 

–¿En tu último libro querías reivindicar al demonio?

–El demonio es un mito contemporáneo y en realidad quiero reivindicarlo con buenas intenciones. Pensándolo bien, el demonio no existe, es grave decirlo; el demonio puede ser uno mismo, y si no existe se asume mayor responsabilidad; el tema de mi último libro es más o menos ese. El escritor es un demiurgo, es humano, no soy partidario de los escritores malditos. En este mundo todo tiene una compensación, existe un equilibrio vital.

 

“EN ESTE PAÍS LO ÚNICO QUE HA CRECIDO ES LA CORRUPCIÓN”

 

–¿Cuál es tu opinión respecto al lugar que está ocupando la cultura dentro del actual proceso?

–Este es un país marginal al igual que la cultura. Diría que estamos en un momento infeliz, infecundo. De todas formas, hay pequeñas ventajas de sinceridad atroz que implica ver duramente el fondo de la trama. No vamos a pedir la resurrección, pero el tipo de proceso que se vive, si bien no funciona, provoca una revalorización y, probablemente, conduzca a una decantación cultural. Suelo decir que somos una pista controvertida de patinaje de doble vuelta, pues, cuando se está llegando todo el mundo aparece desencantando de lo que para nosotros es una moda. Hoy día los escritores y artistas viven el tiempo más ingrato, en el sentido de que la producción literaria es lo que menos vale. Uno recuerda con nostalgia el último stronismo, donde la solidaridad no era tan complicada; todo parecía más fácil y había grupos, cenáculos o corrientes, donde la simpatía común se establecía al combatir la mole del stronismo que pesaba como la peste. Pero al desaparecer el monstruo, no sucedió lo mismo con sus mil cabezas. Lastimosamente las uniones de los grupos artísticos, científicos, quedaron dispersas en la marginalidad. No obstante, se trata de un fenómeno, de una letanía digna para la reflexión.

 

–Muchos te ponen el sello de transgresor nato. ¿Es que no alcanzaron a entenderte? ¿No se ha interpretado tu literatura?

–Yo me siento como el instigador, promotor de una escritura alternativa de valores culturales que no precisamente concuerda con la normalidad. Una de mis metas es solidificar ese tipo de alternativa en este país. Eso no significa montar parámetros políticos para negar a muerte la cultura oficial. Pero uno no puede meter el dedo en el ombligo, o de no meter la mano en la llaga de los defectos de la cultura oficial de un país. Una posición como la mía no es grata para los demás, aunque estimo que alguien podrá coincidir conmigo en qué postura es constructiva, sea dialéctica o no. Estos años de transición me han servido —aislamiento de por medio— para consolidar mi producción, pero la época más ingrata me toca. Tengo tres o cuatro libros terminados que no puedo publicar porque no existen eventuales editores, el páramo es total. En realidad, creo que la edición de mis obras no implica urgencia, esto es peor o mejor para el país. Sé que estamos pagando un precio, las cosas no están claras y es muy difícil construir un proyecto estético serio, porque mientras unos dicen “este es un país de mierda”, otros aseguran que “Paraguay es una maravilla”. Más allá de todo yo creo que en realidad somos un país rasca donde no podemos practicar el consenso. Hay que dejar de soñar y despejar los bolsones míticos que nos pesan en la cabeza.

 

–Tu generación vivió las utopías. Sin embargo, hoy existe poca señal de aquellos que optaron por romper las posturas ortodoxas. ¿Será que murieron los sueños y que ya no se reacciona como antes?

–La supuesta muerte de las utopías no se produjo como cree la gente. Sucede lisa y llanamente que ha nacido una utopía peor de la que hemos padecido. Se trata de la autosuficiencia, el individualismo, el bastarse uno mismo en su intimidad espiritual; éstas son las utopías nefastas de las que hoy no podemos escapar porque se construye a escala mundial. En este país siempre hemos sido copiones, es que no tuvimos la suerte de disponer variedad de cabezas que piensen para hacer algo original. El error del paraguayo ha sido siempre la falta de conocimiento y capacidad para metabolizar las cosas. Somos sensibleros y actuamos superficialmente.

 

– ¿Hacia dónde apunta la clase política en este momento? ¿Esa clase no está entendiendo el país?

–La clase política tiene el mismo nivel que el país. Y este país es muy homogéneo en lo siguiente: somos pobres e ignorantes. Tenemos que aceptar eso para ubicarnos en la tierra y tentar luego cierto despegue. No pretendo revivir los mitos, pero don Carlos Antonio López enviaba a la gente a capacitarse afuera. En ese sentido, hay que hacer algo, comprar libros, privilegiar el conocimiento; la buena gestión se debe alentar, no así el compadrazgo y la coima. La triste realidad es, sin embargo, que no se ha privilegiado el conocimiento que puede redundar en beneficio del país.

 

– ¿Cuál es la postura de los intelectuales en este momento crucial? ¿Puede construir alternativas de cambio en este país?

–Yo no privilegio la clase intelectual de este país. La clase intelectual se pierde en los mismos laberintos de otras clases y padece los mismos síntomas, los mismos vicios de ignorancia, comodidad, “kaiguetismo”. ¿Para qué pensar si se puede no pensar? ¿Para qué construir si uno puede vegetar? Ese mito del indigenismo que tanto nos molesta cuando los extranjeros nos dicen: “ustedes son todos unos indios” —dicho que señala supuestamente que los indígenas son todos unos abúlicos—, habla de que no somos gente competitiva. Y, en realidad, no somos un país que necesite del esfuerzo personal o colectivo para salir adelante. Se echa la culpa a la geografía, pero alguna vez dije que somos un error geográfico donde la cultura sigue sin valer nada. Aquí no hay criterio estético y los que dirigen el gobierno no pueden mencionar siquiera a Schubert, Shakespeare o a cualquier figura de la literatura universal. En Paraguay no se sabe distinguir caviar ruso de “pajagua mascada”, la gente está obsesionada en sandeces. De todos modos, creo que el sector intelectual debe pulir su obra y esperar la aparición de algún grado de lucidez. Ahora, el proceso nos va a seguir doliendo.

 
 
 
 

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