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MARIO CASARTELLI

  SAGRADA IRREVERENCIA, 1993 - Poesías de MARIO CASARTELLI


SAGRADA IRREVERENCIA, 1993 - Poesías de MARIO CASARTELLI

SAGRADA IRREVERENCIA

 

 

Poesías de MARIO CASARTELLI

Arandurã Editorial,

Asunción – Paraguay

1993 (121 páginas)

 

 

OFRENDA

 

Señora de las Letras Melodiosas,

he vuelto a profanar tu sagrada materia

con esta mi aprendiz

y terca irreverencia.

 

Mas porque nunca supe

vivir de otra manera,

y porque en las regiones

de Desatino y Niebla.

el sólo recordarte

fue mi Norte y Estrella,

por eso no me siento

indigno de tu fiesta.

 

En donde te invocase

brotaban los sonidos de tu lengua:

bastó decir AMOR

para sentir crecer la luz ante mi puerta,

pronunciar PAN o VINO

para encontrar amigos en la mesa,

o la sílaba SED

para arrancar el agua de la piedra.

 

 

SAGRADA  IRREVERENCIA

 

I

LA VARA DE MI LENGUA

 

AL HIJO PRÓDIGO

Regresas, hijo mío,

después de tantas vueltas.

Regresas y tus labios

de sed relampaguean.

 

Poblado y solitario,

con la pisada experta;

el pecho despejado,

igual que una pradera.

 

Sé que no me olvidaste.

Sé que aún perseveras

resolviendo el enigma

del caminar a tientas.

 

Abreva, aquí en mi seno.

Sacia, otra vez, tu lengua.

Y renueva tu canto,

para que no te mueras.

 

 

LA POESÍA

 

Cuando la poesía cambia de piel, igual que las cigarras en el advenimiento de una nueva estación, percibo señales de humo que me invitan a viajar con la mirada puesta en el corazón. La razón se indisciplina -ya lo cantó Serrat y, como una serpentina, se enmaraña por ahí. Voy en busca de amigos, los ebrios vagabundos inocentes, que me llevan como a un ciego por las calles del aguacero y con un vaso de vino me iluminan las nieblas de la vida.

Cae la poesía, allí donde la lluvia deshace las huellas que dejo en el camino, y el camino me ofrece gredas frescas con que hollar historias nuevas. Canta un gallo. Sale el Sol. Me inclino, reverente, a saludarlo; y el arco iris traza un puente en el aire para que yo suba a recoger de entre las nubes una gota de rocío. ¿Me dicta el universo algún mensaje? ^Soy su escriba preferido del instante? Destino, azar, instinto, voluntad: vigilia.

Cuando la poesía sacude mis pátinas, un viento orea y purifica mis pulmones. Oigo el súbito grito salvaje de un hombre en el sendero. Lo escucho atentamente.

 

 

LA VARA DE MI LENGUA

...que atenta contra la moral

y las buenas costumbres

Ña Censú

Me adhiero a la quietud y al movimiento.

Y ellos son mis vasallos y mis reyes.

Salobre o dulce, igual que a pejerreyes,

cualquier agua es vital para mi aliento.

 

(Des-mandar, des-mentir un mandamiento,

desflorar los preceptos y las leyes

de aquel que sólo impone mansos bueyes

o que pretende sólo un ronco viento.)

 

Quizá de esta manera alguien supiera

que el alma de mi lengua es la cuchara

que no escoge su plato, que la vara

 

para medir mi voz la da cualquiera.

Cualquiera que violando ventanales

se burle de los muy buenos modales.

 

TÚ ME PREGUNTAS

Tú me preguntas

adónde va el camino que me lleva.

Y qué puedo decirte

sino que a veces una lágrima me enseña

a reencontrar aquel pedazo mío

disperso en las veredas,

 

y que también mi risa

me hace saber -ay, qué tristeza-

que la memoria, frágil,

se olvida de las más profundas penas

que, uno supone,

debieran ser eternas.

 

Y qué decir, entonces,

sino que ésta mi vida, pasajera,

tan angeldemoniadamente humana,

se va, se va, como cualquiera.

 

MENSAJE

Si me escucharas en silencio

quizás comprenderías

que mi lenguaje nace del aliento

de aquellos que prefieren

el frío en la intemperie de los pájaros

a la estufa obligada o al alpiste

de las imposiciones.

 

Yo soy de los que vuelven

después de haber corrido por el bosque;

y habiendo convivido con los árboles

-con todos, grandes y pequeños-,

ahora, en el estío, me guarezco

no bajo la frescura

medida o desmedida de las ramas soberbias

sino bajo la sombra

humilde de los mangos.

 

Hace tiempo, ya lejos,

pisé reinos de lujos y esplendores.

El ocio allí era un rey de lengua larga

que todo lo lamía y a todos contagiaba.

 

Por esos rumbos

ya no quiero volver.

 

Escucha, sólo escucha:

si alguna vez me buscas

me encontrarás mirando a las hormigas

con sus pequeñas cargas necesarias,

con su trajín fraterno donde nadie

se jacta de ser ángel, profeta o salvador.

 

MONEDA

Ya estoy contando en idas y venidas

la cifra de mis todos y mis nadas.

Mis desmedidas canto, con medidas

de sueño y realidad entrelazadas.

 

Hay lágrima y hay risa por las gradas

de mis epifanías perseguidas,

a veces para siempre ya perdidas,

a veces para siempre recobradas.

 

¿Halladas o encontradas? Da lo mismo:

azar y voluntad Son cruz y cara

de esa moneda pródiga y avara

 

que acalla el habla y rompe mi mutismo.

Moneda del infierno y paraíso

que guarda mi indiviso y mi diviso.

 

VINO

Las veces que me pierdo

detrás de un esplendor,

o cuando los laureles de mi frente

me ciegan el mirar del corazón,

me basta la corona de una copa

con su macizo púrpura sabor

para sentir de nuevo tu palabra

-sabio duende burlón-

que me dice a hurtadillas:

tonto, necio Faetón.

Por eso no pretendo hallar olvidos

ni gema en tu canción.

Te busco, simplemente,

pues vaya adonde vaya y donde estoy,

tú me devuelves, Vino,

hasta el hombre que soy.

 

II

LA MISMA PARRA

 

VERTEDERO

Cuando niño, se escapaba algunas siestas para hurgar en el vertedero de basuras del barrio, de donde surgían muñecas rosadas sin brazo, novelas deshojadas de amor, pelotas para siempre desinfladas y, en fin, otras cosas menos dignas de mención. Moscas infaltables danzaban felices en ese reino de inmundicias. Pero él vivía la aventura como un cuento mágico.

El otro rostro de la realidad quiso una tarde que sus blandos pies probaran sin querer el borde roto de una taza de porcelana. Más que el susto enojoso de su padre se le grabó, indeleble en el pecho, esa mirada cargada de afecto que desde entonces lo acompañó como si fuese un Ángel de la Guarda. Quizá por eso nunca cedió a las advertencias de peligro. Una mañana preguntó a su madre por su destartalado camioncito de madera. Y ella le respondió que el recolector de basuras se lo había llevado.

Esa misma siesta fue a buscar aquel juguete. Y, luego de su paciente búsqueda de aguja en un pajar, lo encontró entre los interminables desechos. Mamá tenía razón: tan maltrecho estaba el camioncito que hubiese sido inútil cualquier intento de reparación. De modo que lo más acertado era dejarlo allí. Resignado, sintió que un pedazo de sí se desprendía para siempre. Y recordó que sus mayores solían decir que todo aquello que uno pierde lo recupera en el más allá. Pasó un día, una semana, y esa tenue esperanza fue apagada por el tiempo, cuando el tiempo se encargó de mudar el vertedero a otro sitio de la ciudad.

El barrio y el niño dejaron de ser niños, y sobre aquellos escombros creció una calle empedrada con casas relucientes.

Medio siglo después, otro niño en otro vertedero halló el retrato carcomido de un hombre envejecido. Nunca entendió por qué, en un fugaz parpadeo, creyó ver salir del retrato el espectro de un niño que iba al encuentro de un antiguo camioncito de madera.

 

AGUACEROS

Te doy este domingo y esta siesta,

sin nadie más que tú entre los verdores

del patio, y la cigarra y los rumores

de estío en tu minúscula floresta.

Y, bajo los limones que se doran,

pongo a tus pies ramitas que se quiebran,

pequeños puentecillos que celebran

un tránsito de hormigas que atesoran

migajas presurosas porque huelen,

igual que tú, esa cálida fragancia

de tierra y sol y nube con que suelen

llegar, desde algún fondo de la infancia,

azules de presagios agoreros,

los súbitos, lejanos aguaceros.

 

MIS AMIGOS

Recordando a Paniagua

Mis amigos, los ebrios y los locos,

que cruzan como todo vagabundo,

-de barcos o de pájaros- el mundo,

se arreglan en la vida como pocos.

Navegando en sus dignos desaliños,

mis amigos no irán nunca al infierno

porque nunca se olvidan de ser niños.

Cuando soplan los vientos del invierno,

se abotonan el saco, malolientes,

se palpan el fantasma de sus suelas,

y con el frío trémulo en los dientes

se refugian de noche en las escuelas.

Y en el alba, dormidos, alzan vuelo

para plegar sus alas en el cielo.

 

III

POR ESO PARA TI MI REVERENCIA

 

VERCINGETÓRIX (46 a. de C.)

¿Qué memoria nos queda de tus días

sino la que en su pluma nos da el César?

¿Qué perfiles de ti sino estos signos

que, pese a las argucias del escriba,

te levantan feroz y sin medida?

Escucho, oh general, cómo tu nombre

hace temblar la voz de los romanos.

Te veo hollar la hierba de las Galias

sobre un caballo hirsuto, veo las sombras

de ramas que el Sol mueve en tus espaldas.

Siento el olor del fuego y la madera,

y tu risa salvaje en las aldeas

desgarrando con blancas dentelladas

la carne de sabrosos jabalíes.

Bajo la oscura noche de la Luna,

sitiado entre los bosques de la Alesia,

ese lince que habita en tu mirada

vigila al invasor interminable.

Allí, tu antigua lengua de druidas

ordena comenzar un nuevo ataque.

Y el grito sudoroso en la batalla

de nuevo está en el hierro que destroza

piel, vientre, hueso, músculo y garganta.

Ya el duro fatigar en tus jornadas

de avance y sangre y hambre y retiradas

decide, finalmente, que a tus tropas

les toque el sinsabor de la derrota.

Y llega aquel momento en que a los tuyos

proclamas que tus pasos no anduvieron

sedientos de usurpar reinos ajenos

-esa codicia cruenta del romano

que no a otro precio supo hacer la guerra-,

sino por la defensa de los sueños

de cada hijo fruto de tu tierra.

Así, sabiendo adversa tu fortuna,

propones que tu pueblo te dé muerte

o te entregue con vida al enemigo

para consumación del sacrificio.

Ya una mujer solloza. Ya te entregan.

Ya caen tus escudos y tus lanzas

al pie de los latinos. Ya te llevan.

Ya el largo cautiverio. Ya el delirio

por calles de esa Roma que contempla

tu cuerpo encadenado. Ya se acerca

tu fin. Ya los suplicios y la muerte,

después, sólo los ecos de tu nombre,

oh, heroico general, Vercingetórix.

 

INFIERNO IV, 104

Parlando cose, que il tacere e bello

Pienso en un borrador que Dante pudo haber escrito, imaginando las palabras que en el limbo de su Inferno le dijera la gran sombra de Homero; un borrador de inolvidables frases que acaso la prudencia y el pudor le hicieron prescindir en sus tercetos; y, por temor de que pudieran ser indignas de la voz del alto aeda, lo resignó a las llamas; un borrador que el florentino rehacía con paciencia y deshacía para dejarnos, finalmente, la sugerencia apenas de aquel eco, de modo que pudiésemos seguir nuestro comercio con las musas, soñando rescatar esas palabras que tal vez nadie habrá de pronunciar.

 

 

SHAKESPEARE

Thy registers and thee I both defy

Soneto 123

Pierden brillo los bronces del pasado.

Sucumben hacia el polvo las molleras.

El río va royendo las riberas

en donde el pez al fin será pescado.

 

No habrá de verdecer eterno el prado,

pues con la fiera herrumbre de tus eras

oxidarás, oh Tiempo, primaveras.

Y así, sobre las flores que he cantado,

 

sobre la melodía de mi mano,

también te cernirás. Y será en vano.

Porque aunque perseveres con tus daños,

 

y, verso a verso, todo lo hagas mella,

inmune a los colmillos de tus años,

mi Musa será siempre una doncella.

 

ACRÓBATA

Homenaje a Jean Arthur Rimbaud

Payaso loco,

pobre diablo,

así murmuran

en torno a tus piruetas,

y trenzan y destrenzan alambres de sentencias.

 

Pero tú sabes

que cada monumento se despliega

por virtud de incontables partículas de arena.

Así, con tus pequeñas acrobacias,

con esas diminutas destrezas cotidianas,

creas y creces sin cesar

hasta entregar a los ojos del hombre

montañas de estupor y maravilla.

 

Campeón del equilibrio,

sobre un cordel filoso sorteas largas trampas,

y desde el vértigo nos muestras

el arte de arrumbar

las tablas de la vieja hipocresía.

 

Si algunos husmeadores subrepticios

pretenden atraparte en catalejos

tú les sacas la lengua y exhibes el trasero;

o, según el cristal con que te miran,

respondes con algún gesto fraterno.

 

Cada acto tuyo es símbolo crucial:

instauras claridad de pista en pista,

y si sobran palabras te levantas,

y en un rito urgentísimo proclamas

tu gran salto mortal.

 

Por eso para ti mi reverencia,

Señor de la Irreverencia,

porque en cualquier lugar o tiempo tus muecas nos invitan

a remover herrumbres, pátinas,

y a transmutar el orden de las cosas.

 

Y son los hombres como tú (siempre lo fueron)

los que afrontando el circo de la historia,

sin esperar de nadie gracia o cielo prometido,

burlan límites, fronteras,

y desflorando todo amplían o inauguran

trayectos, surcos, puentes, horizontes.

 

SORTILEGIO

Homenaje a Góngora

Yo que suelo, al igual que el cauto Ulises,

esquivar sortilegios de sirenas,

y, por miedo a naufragios y a más penas,

sujeto mis palabras aprendices

 

al mástil de mi nave; yo que grises

bajantes dejo atrás buscando arenas,

y con timón seguro, por serenas

corrientes, suelo hallar puertos felices;

 

ahora, sorprendido en raros vientos,

descubro tu cantar de maravilla

que en sus olas sin fin, que en sus espumas

 

me arrastra hacia terribles movimientos.

Y tu canto, a la vez, desde mi quilla,

venciendo maremotos, nieblas, brumas.

 

AL POETA GUÍA

Arde en mi pecho la Quimera.

Desciendo hacia la fiebre de las calles,

y con un poema a cuestas voy a buscarte a los lugares de siempre,

 

Soñoliento, me recibes.

Te rizas el pelo blanquísimo,

y abres los ojos y me escuchas.

Oh, espejo de Virgilio,

me guías sabiamente hacia palabras que me faltan

como también me esquivas de aquellas que me sobran.

 

Y mi salvaje selva oscura se ilumina de estrellas.

 

Pero tu rostro se esfuma y tu silla está desierta.

Y yo vuelvo a las veredas

donde sólo el recuerdo de tus pasos resuena en la madrugada.

Y la lluvia regresa pero tú no regresas.

 

Y es entonces cuando yerro pobre y huérfano de ti,

como un niño a quien le toca, finalmente, comprender

que ha llegado el momento de caminar solo en el mundo.

 

 

IV

INDIGNA DE LA VOZ Y DE LA TIERRA

 

VIENTOS DE GUERRA

O TRIADA DE UN SOLITARIO EN SU CUARTO Y CODA

1

Aquí llegan rumores de otro valle:

sirenas en metálicos aullidos,

vientos de guerra, soplos desmedidos.

Y siento que esas cosas son el talle

de mi cuerpo mortal en cuyas venas

recorre un animal, en marejadas,

diciéndome, otra vez, que soy apenas

un fruto de demencias ordenadas.

Desesperado entonces, salgo y pido

un signo, algunas mínimas razones

que salven la jornada en que me hundo.

Y entre un verdor de ramas, desde un nido,

minúsculas cabezas de pichones

dan trinos primigenios para el mundo.

 

2

¿Valdrá la vida un trino de gorriones,

por unos pocos justos redimirla?

Si la guerra otra vez lanza su esquirla

haciendo fracasar nuestras canciones;

si la guerra otra vez todo lo birla

derrumbando los sueños y razones,

¿la misma vida habrá que repetirla

para ganar los mismos medallones?

Aquellos que vendrán para suplirnos,

¿sabrán que tanta guerra en la memoria

pasó siempre fugaz como un cometa,

y que no resta opción, antes de irnos,

más que indagar si habrá una nueva historia,

otra oportunidad para el planeta?

 

3

Sepan los que vendrán para el relevo

-si vienen-,con su sol nuevo y lejano,

que a pedir indulgencias no me atrevo

-Bertolt Brecht las pidió y ha sido en vano-

porque desde la cumbre en que me elevo

arrojo y siembro siempre el mismo grano

y obtengo el mismo fruto en cada llano;

porque el vino sombrío que ahora bebo

repite que anochece y no es temprano

para cambiar mi gris de rata y cebo;

porque la larga historia donde abrevo

mi sed de ser mejor para el hermano

descubre, una vez más, que siempre llevo

mi instinto más letal: mi piedra en mano.

 

CODA:

Y sin embargo el vino consumido

como un ángel caído en la tormenta,

como un dios resignado a suerte cruenta,

deja en el labio un gusto redimido.

 

Y el hombre se levanta, pues le alienta

su afán de que no todo está perdido.

Y, sin respuesta a cómo ha consentido

tan íntima derrota, tanta afrenta,

 

sacúdese del polvo ante el espejo,

se va a beber el aire en muchedumbre

y el sol que a todos toca en su costumbre.

 

Y todo se hace joven, nada es viejo.

Y el hombre, al perdonar, es perdonado.

Y vuelve por la vida coronado.

 

 

URGENCIA

¿Quién soy para decir que un canto mío

te acoge o te destierra?

                                  ¿Quién erige

en juez o inquisidor a esta mi lengua,

a este plano reptil

que en tus tropiezos se restriega

y, en vez de alzar la voz que te levante,

te humilla y te condena?

 

La vida impone opciones.

La ira y el dolor a veces ciegan.

Pero pongamos cartas en la mesa,

a ver si así aprendemos

a compartir humanas transparencias.

 

Ya largo hemos mirado

la cruz y no la cara en la moneda.

Y acaso en el revés

estén las huellas

en donde nuestros pasos

finalmente se encuentran.

 

Por eso, hermano mío,

perdona las afrentas.

Ayúdame a buscarte y a encontrarme,

a desprender mi máscara de piedra

y a sacudir y sacudir mi ropa,

hasta que alguna sementera

me desnude y amanse este latido

que está necesitando, urgente y sin esperas,

llenar de luces,

besos y azucenas,

la parcela de tiempo

que nos toca sembrar sobre la Tierra.

 

ROCÍO HUMILDE

Sus ojos del color y la tersura

de un sayal franciscano, parda tierra,

miraban con piedad la humana guerra

y emanaban arroyos de ternura.

 

Recogía en la calle a cualquier perra.

Sus manos eran bálsamo, eran cura

de mendigos de amor, eran ranura

por donde pasa Dios -dicen- y yerra.

 

Era pan la bondad de su rutina.

Rocío siempre humilde y transparente

que bañaba los cardos y las rosas.

 

Hoy la he visto parada en una esquina

con el mismo ademán entre la gente.

Y hoy he vuelto a creer en tantas cosas.

 

 

V

AL PECHO QUE POR TI CLAVÓ CUPIDO

 

LOS AMANTES DE HOTELES

Florecen instantáneos al soplo del deseo.

Y en una habitación, reservada a sus ansias,

trazan puentes de besos por donde van y vienen sus historias:

reclamos de la savia hasta su fruto,

presagios de la sombra hacia la luz.

 

Se quieren sin promesas, sin fechas, sin tequieros.

Y, en íntima penumbra resguardados,

olvidan a los hombres con sus imposiciones;

parecieran veleros que se tocan suaves

después de haber pasado las corrientes hostiles.

 

Algún mensaje tienen para darse. Pues las manos se trenzan.

Y cerrando los ojos se ven, se corresponden.

Oye la sangre lo indecible. Cantan los muslos. El silencio dice.

 

Se irradian. Reverberan. Se consumen. Y parten.

Y cruzan ligerísimos, tal liebres hacia el bosque,

dejando entre las sábanas calientes todavía

el eco o el perfume de sus labios.

 

Pero antes de perderse proclaman o replican

su anónima canción en las paredes:

"Por aquí hemos pasado. Hemos nacido. Hemos durado. Sido".

 

INFIERNO V, 121

Ahora saben que en tiempo de desgracia

no existe mayor pena

que recordar el tiempo de la dicha.

Y, sin embargo, aceptan

el medioeval castigo

de las llamas eternas.

Unidos en la llaga de un pecado,

prosiguen su condena

sin rumbo ni destino.

                               Si les dieran

volver a caminar desde el principio

de nuevo reandarían cada senda.

No se imaginan otro paraíso,

tampoco lo desean.

Les basta el ansia de sus labios

que se aman, que se besan.

Y abrazan ese infierno para siempre.

Son Paolo y Francesca.

 

DECIR

Cuesta decirlo.

                         Sentir ese temblor

que se hace material casi en el pecho.

 

Después de tus porciones

de niebla y desaliento,

cómo cuesta, qué difícil

pronunciar esos acentos.

 

Pero llegado el día

en que todo lo revela el silencio

-primero igual que una luciérnaga,

después como una lámpara creciendo-,

te das cuenta

que el frío quedó lejos,

que no puedes negar, que su tibieza

te fue desdoloriendo,

que fueron arrumbados los fantasmas

de tu miedo.

 

Y aceptas esa voz,

                            ese secreto,

como un sol definitivo,

rotundamente cierto.

 

Y, finalmente, dices:

Sí, la quiero.

 

A UN JOVEN ENAMORADO

¿Me preguntas si al ser joven yo un día

dibujé un corazón en un cuaderno?

¿Si me burlé del duende del invierno

cuando en labios de amor mi beso ardía?

 

Como todos los jóvenes, creía

ser un sol siempre sol, lozano y tierno.

Jugué a ser bailador de un baile eterno

y el baile fue una breve melodía.

 

Y ya ves, aquí estoy desencantado

de esa fiebre de fiesta y de locura.

pero el hecho narrado no asegura

 

que el joven pudo estar equivocado.

Porque entonces las veces que hubo fuego

fui llama en el encanto de su juego.

 

ENVÍO:

Si mil veces te enciende y mil te apaga,

juega joven, que amor no tiene paga.

 

 

 

VI

 

POR ESAS PERIFERIAS DE LA URBE

 

SIESTAS DE PATIO

Esas siestas de patio silenciosas

donde cruzan rumores de algún viento

para calmar al sol y al ser sediento

mientras las horas pasan luminosas;

 

siestas de soledad, lentas, ociosas,

donde sólo una hamaca en movimiento

acompaña el vaivén del pensamiento

sin turbar el sentido de las cosas;

 

esas siestas de sombras sobre el suelo,

que trazan a la hormiga su universo

y escuchan el rumor de un ave en vuelo,

 

suelen ser las señales de algún verso

dictado por las cálidas cigarras

para que el pecho en tierra tienda amarras.

 

VENDEDORA DE YUYOS

Se le arrugaron las manos hasta que los cansados

dedos se le doblaron por siempre en la vereda,

 

hasta que el delicado calor le fue exhalando

el último suspiro. Y allí quedó su cesta.

 

Su pohã ro'ysã -su bagaje de yuyos-

no refresca ya el sol de la tarde asuncena.

 

Nunca más perdudilla, ni limón, ni albahaca,

nunca más ese mimbre de su heroica cabeza.

 

Sabiamente callada, piernas finas de pájaro,

el benéfico duende de esta calle cualquiera

 

se alejó del estruendo de motores y hombres,

y volvió hacia las fuentes de la tierra y la hierba.

 

 

VII

MIRAR EL SOL ARDER DESDE UN OTOÑO

 

AÑOS

Mirar el sol arder desde un otoño

que hacia el final invierno se despide,

 

y sólo recobrar la primavera

cuando una flor a la memoria asiste.

 

Sentir que la corriente de los días

desplaza nuestras viejas olas grises

 

hacia riberas más y más distantes

de los radiantes cauces aprendices.

 

(Ya no los horizontes infinitos

sino la certidumbre de los límites.)

 

Desde una cima que, otorgando glorias,

también muestra después ser sólo linde

 

de sueños, vanidades, sombra y humo,

pisar sólo peldaños en declive...

 

ÍNDICE

OFRENDA

I - LA VARA DE, MI LENGUA

AL HIJO PRÓDIGO// LA POESÍA// LA VARA DE MI LENGUA// TÚ ME PREGUNTAS// MENSAJE// MONEDA// VINO// SEÑORA DETRÁS DE LOS CRISTALES

II - LA MISMA PARRA

OLOR DE YUYOS// VERTEDERO// AGUACEROS// MIS AMIGOS// REGRESO// MI PADRE// TÍO EN LA HAMACA// COCINA// ELEGÍA DE UNA MESA// VERANO FAMILIAR// SUEÑO// UN SILLÓN PARA ANTONELLA// CANCIÓN PARA MAGALY (1993)

III - POR ESO PARA TI MI REVERENCIA

VERCINGETÓRIX (46 A. DE C.)// INFIERNO IV, 104// ÚLTIMOS PASOS DE QUEVEDO// A JOAQUÍN O. GIANNUZZI// SETIEMBRE 19 A. DE C.// SHAKESPEARE// ACRÓBATA// SORTILEGIO// AL POETA DE LA BALADA DE LA PALOMA DEL OTOÑO// UN ESPAÑOL EN EL PARAGUAY (1905)// ANGEL RUBIO// AL POETA GUÍA// CONOCIMIENTO DE UN POETA// ELEGÍA (16-X-1991)

IV - INDIGNA DE LA VOZ Y DE LA TIERRA

HERENCIA DE WALT WHITMAN// VIENTOS DE GUERRA O TRÍADA DE UN SOLITARIO EN SU CUARTO Y CODA// URGENCIA// ROCÍO HUMILDE

V - AL PECHO QUE POR TI CLAVÓ CUPIDO

LOS AMANTES DE HOTELES//  INFIERNO V, 121// CAMINO DE LA OBRA// RESIGNACIÓN DE LOS MAYORES// LA FLECHA DE CUPIDO// COMO EL FRÍO.// TREN// AUSENCIA// PERFUME// CUARTETA// DECIR// A UN JOVEN ENAMORADO

VI - POR ESAS PERIFERIAS DE LA URBE

CENOTAFIOS// PANTEONES DE UN CEMENTERIO DE PUEBLO// ANCIANA ESPERANDO// FINAL DE UNA CANCHITA DE BARRIO//  GALLINA// VACA PACIENDO// PITOGÜE// RECETANA// ANCIANA EN PENUMBRAS// CÁNTARO// SIESTAS DE PATIO//  VENDEDORA DE YUYOS// BARRIO SAN GERÓNIMO// SOSIEGO NOCTURNO

VII - MIRAR EL SOL ARDER DESDE UN OTOÑO

AÑOS// SABER DE TIEMPO EN TIEMPO// SALUDO ÍNTIMO

 

 

 

 

 

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