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JOSÉ SEGUNDO DECOUD (+)

  TRAICIÓN Y POESÍA: PARALELOS ENTRE EZRA POUND Y JOSÉ SEGUNDO DECOUD (CON BREVES COMENTARIOS SOBRE ROBERT BRASILLACH) - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 04 de Junio de 2023


TRAICIÓN Y POESÍA: PARALELOS ENTRE EZRA POUND Y JOSÉ SEGUNDO DECOUD (CON BREVES COMENTARIOS SOBRE ROBERT BRASILLACH) - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 04 de Junio de 2023

TRAICIÓN Y POESÍA: PARALELOS ENTRE EZRA POUND Y JOSÉ SEGUNDO DECOUD

(CON BREVES COMENTARIOS SOBRE ROBERT BRASILLACH)

 

Por THOMAS L. WHIGHAM

 

Profesor emérito de la Universidad de Georgia

¿Qué tienen en común el poeta estadounidense Ezra Pound (1885-1972), el político paraguayo José Segundo Decoud (1848-1909) y el escritor francés Robert Brasillach (1909-1945)?

Siempre hubo polémica en torno al poeta norteamericano Ezra Pound (1885-1972), un genio que cometió un terrible error. En la década de 1930, cuando vivía en Italia, declaró su lealtad a Mussolini. Luego, durante la guerra, hizo propaganda del régimen fascista en transmisiones de radio para las tropas estadounidenses que avanzaban por la península italiana. Según la opinión general, era un traidor. Sin embargo, tenía defensores en Estados Unidos, que argumentaban, en primer lugar, que Pound no se vendía por dinero, y, en segundo lugar, que a un genio literario se le pueden perdonar sus opiniones políticas. Al final, cuando fue capturado por sus compatriotas, se le consideró loco, y este juicio lo salvó de la muerte por traición.

¿Hay algún caso parecido en la historia paraguaya? ¿José Segundo Decoud, tal vez? Un hombre de talento literario que encalló en las rocas de la política. Y a quien algunos llamaron traidor, sugiriendo que quería vender su país a Argentina.

Examinemos los dos casos.

Pound despreciaba a Estados Unidos porque su democracia permitía a individuos menores llegar a la cima. Era elitista y antisemita y detestaba mezclarse con las clases bajas. Que el gobierno de Roosevelt considerara a los pobres, los iletrados y los judíos como seres humanos le revolvía el estómago. Aunque estaba en desacuerdo con gran parte del pensamiento del siglo XX, nunca se consideró un traidor. Pero no sorprende que para otros lo fuera.

La respuesta de las autoridades al caso Pound fue fascinante. En la constitución estadounidense, ayudar a los enemigos del país en tiempos de guerra es traición, y no cabía duda de que el poeta había cometido traición con sus transmisiones radiales. De interpretar sus actos como traición, las autoridades no tendrían más remedio que enviarlo a la horca. Pero el gobierno ejecutaría así a uno de los más grandes poetas del siglo XX. Ningún gobierno quiere hacer eso.

Las autoridades decidieron que Pound fuera examinado por psiquiatras que, muy convenientemente, descubrieron que se había vuelto loco. Un gobierno no puede ejecutar a un loco que no distingue el bien del mal. Además, Pound actuaba erráticamente y mucha gente lo había visto. Así que fue retenido por los psiquiatras durante años en el Hospital Saint Elizabeth de Washington, donde se le hicieron muchas pruebas, permitiéndole seguir escribiendo poesía.

Sus amigos y admiradores, como T. S. Eliot, Conrad Aiken y Katherine Anne Porter, entre otros, presionaron al gobierno para que lo liberara. Y también ciertos administradores del Hospital que sostenían que, si bien estaba incurablemente loco, su confinamiento no tenía ningún propósito. En 1948, cuando para los observadores su psicosis había avanzado, Pound publicó Pisan Cantos, que inmediatamente ganó una serie de premios como la mejor pieza de poesía norteamericana de la posguerra.

Lo paradójico de la situación era obvio. Pronto el debate se centró en el diagnóstico psiquiátrico de Pound. El cargo de traición fue olvidado. En 1958, las autoridades abandonaron el caso. Liberado discretamente, Pound pasó sus últimos catorce años en amarga reclusión en un pueblito italiano. Reflexionando sobre cómo el destino había torcido su carrera, comentó que todo su trabajo había sido «inútil» y que había vivido «en fragmentos» (1).

Al sentir simpatía por el poeta incomprendido, ¿omitimos injustamente condenar al traidor? Las autoridades militares y psiquiátricas nunca lograron resolver esto. Nuestros impulsos aún son contradictorios. Podríamos ser juguete de cambios de interpretación tanto de la psicosis como de la traición. Un acto merecedor de ejecución en 1945 podría parecer mera excentricidad décadas después. Y los psiquiatras no miran a sus pacientes del mismo modo hoy que hace medio siglo.

Comparémoslo con el caso de José Segundo Decoud (1848-1909). Aunque mero poeta ocasional, fue un notable escritor, periodista, orador y organizador político en un momento en que Paraguay necesitaba organización urgentemente. Encabezó la misión diplomática para renegociar la deuda nacional en 1885 en Londres. Su talento fue aclamado pero sus actos frecuentemente provocaron indignación.

Decoud se convirtió en un líder clave en la Asociación Nacional Republicana, organización inspirada directamente en la lucha del Mariscal López contra la Triple Alianza. Filiación extraña ya que Decoud había iniciado su vida pública luchando contra López como oficial de la Legión Paraguaya. Su servicio en esa unidad del ejército aliado lo haría aparecer como traidor a los ojos de muchos colorados en el siglo XX. En su época, sin embargo, no mermó su influencia en el gobierno ni en las filas de la ANR. La élite política de Paraguay era, por supuesto, muy pequeña, y cabría argumentar que la nación no podía prescindir de él.

En este sentido, la experiencia de Decoud fue opuesta a la de Pound. Su imagen pública estuvo relativamente limpia al principio y solo después de unos veinte años sus actos fueron condenados como propios de un traidor. Pound, por el contrario, fue repudiado al principio y se volvió menos traidor, al parecer, con el tiempo. En ciertos círculos políticos, en especial colorados, Decoud sigue siendo un foco menor de polémica. Pound, en cambio, es para todos un genio cuyos ideas políticas no empañan su brillo literario.

Pound murió amargado en el exilio; Decoud se suicidó. En su nota de despedida a su esposa, se disculpó por sus fracasos como cónyuge y compañero y trató de situar su carrera e ideas en el contexto de la historia paraguaya:

«Jamás acepté el despojo de la nación. Por eso no acumulé fortuna. […] Decían por ahí que mi honestidad me tornaba peligroso, porque mientras yo sabía el abordaje consumado contra el Tesoro público, no me complicaba con nadie, lo que me permitía ser juez de todos ellos. Y alguna vez podría sentarlos en el banquillo. […] No faltan los que me llaman “traidor a la Patria”, por haber participado de una cruzada americana para libertarla de un tirano. En Grecia y Roma se llamaba “Pater Patri” a quienes la liberaron de sus tiranos. ¡Oh, tiempos; oh, costumbres! […] ¡Oh, hombres de López! ¡Todos cortados por la misma tijera! La injusticia melló mi espíritu. Y seguí al servicio de los gobiernos republicanos que vinieron después. […] Benigna mía: Quise escribirte una carta íntima y personal, y de nuevo cometo el error de hablarte de la cosa pública. Es que llevo el amor a mi Patria en el corazón y solo se extinguirá cuando este deje de latir… que es igual a decir pronto. Los ciudadanos de la antigüedad clásica preferían la muerte a una vida estéril y truncada por las bajas pasiones de los hombres. He concebido así la idea de una inmolación, como un sacrificio personal ante el ara sagrada de la Patria. ¡Ojalá que este holocausto cierre la nómina de los que habiéndole entregado toda su vida, sucumben también ofreciéndole su propia muerte! ¡Que los muertos entierren a sus muertos! Hoy, 3 de marzo de 1909. Adiós» (2).

Al terminar su vida con estas palabras, Decoud apeló tanto a la posteridad como a la compasión de su esposa. Quería que los paraguayos entendieran por qué había tomado sus decisiones y, sobre todo, que nunca había traicionado a su país. Nos convenza o no este mensaje, lo cierto es que Decoud estaba tratando de escribir su futura reputación.

Pound no se suicidó ni permitió que la preocupación por la posteridad guiara sus actos y opiniones. Como no respetaba demasiado a sus compatriotas, poco le importaba lo que pensaran de él. Podían llamarlo traidor si querían.

¿Cómo definir la traición? Si el traidor es un genio, ¿debe ser indultado? El talento literario de Robert Brasillach (1909-1945), «el James Dean del fascismo francés», era reconocido incluso por miembros de la Resistencia a los que atacaba salvajemente en la prensa. Liberada París, fue arrestado y acusado de colaborar con los nazis, cargo que admitió de buena gana. Sin embargo, cuando lo sentenciaron a muerte, escritores como Jean Cocteau, Jean Anouilh y Albert Camus apelaron a De Gaulle para que conmutara la pena. El general se negó. Brassilach murió ante el pelotón de fusilamiento, fascista impenitente hasta el final. Al escribir sobre su carrera, juicio y ejecución, Simone de Beauvoir admitió la calidad intelectual de su obra, pero defendió el papel de la venganza en el castigo de hombres como él. Precisamente porque el odio es un sentimiento violento, personal, argumentó, la política no puede prescindir de él (3). Brasillach sigue siendo controvertido hoy, al igual que Pound, al igual que Decoud.

¿Son válidas estas comparaciones? A estos tres hombres de diferentes países, con diferentes destinos, el único factor que los vincula es la opinión de los demás sobre ellos. Quizá eso baste. ¿Qué piensan los lectores?

 

Notas

(1) Donald Hall, «Ezra Pound. The Art of Poetry no. 5: An Interview», Paris Review, 28, 1962.

(2) https://es-la.facebook.com/lacolmenahistoria/photos/jose-segundo-decoud-una-carta-de-suicidiojose-segundo-puso-fin-a-su-vida-en-asun/840786152706278/

(3) Blake Smith, «In Praise of Hate», Tablet, 19/08/2019.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 04 de Junio de 2023

Página 1

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 


 

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