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RENÉE FERRER

  PEREGRINO DE LA ETERNIDAD, 1985 - Poemario de RENÉE FERRER


PEREGRINO DE LA ETERNIDAD, 1985 - Poemario de RENÉE FERRER
PEREGRINO DE LA ETERNIDAD, 1985

Poemario de RENÉE FERRER

Edición digital: Alicante :

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001

N. sobre edición original:

Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),

Alcándara Editora, 1985.

 

 

 

Enlace al ÍNDICE del poemario PEREGRINO DE LA ETERNIDAD en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

Peregrino de la eternidad: Génesis/ Planeta tierra/ Origen/ Peregrino de la eternidad/ Iguales/ Cavernas/ Encuentro/ Hijo/ Muerte/ Despedida/ Ausencia de mi padre/ Rumbos/ Reencuentro/ Ansia/ Inspiración/ Poemas/ El columpio/ Desamparo/ Astronauta/ Los montes/ Atardecer/ Deseo sólo un árbol/ Plegaria de un niño/ Minuto/ Respiración/ Para decirte/ De regreso/ Solitario/ Las preguntas/ Rutina/ En un rincón/Espejo/ Llamada

Sobreviviente (1984):- I - Acurrucado y solo/ - II - Un grito elemental empaña el aire/ - III - De cuanto me importaba/ - IV - En un surco doliente/ - V - Me cala la memoria lo inconcluso/ - VI - Desde la arena movediza/ - VII - Acurrucado y solo/ - VIII - Si yo pudiera tenerte/ - IX - Ya los últimos pájaros/ - X - Luces se encienden y se apagan/ - XI - Un murmullo de nubes se derrama/ - XII - La inteligencia en una hoguera/ - XIII - Un aroma jugoso/ - XIV - Se desnudan los astros/ - XV - En este andar tan quieto y desolado/ - XVI - Polifónicas voces me conmueven/ - XVII - Cierro los ojos/ - XVIII - La mano que detuvo/ - XIX - En la rodilla tengo/ - XX - Acurrucado y tieso/ - XXI - Fuimos arritmia y desvarío/ - XXII - Una espina ha dejado/ - XXIII - Sobre el altar inmenso del planeta/ - XXIV - ¡Tierra deshabitada/ - XXV - Las preguntas tienden sus alas negras/ - XXVI - Qué vestigios de tiempo quedarán/- XXVII - Para taparme tengo/ - XXVIII -El tiempo de morir me ha vuelto/ - XXIX - Hija del universo permanece

 

 

 

 

PEREGRINO DE LA ETERNIDAD

               

                              a César                   

                              a nuestros hijos

                                                        

GÉNESIS

Argamasa candente,

 la ilimitada vastedad devora.

Hay un denso silencio

sobre la respiración del universo.  

 

El minuto inicial se precipita.

En fogatas extintas se desvela

un refugio de sombra

para un tiempo sin nombre todavía.

Sobre su piel laten las dunas

y torrentes,

exhaustos los volcanes en sus venas.  

 

Las lluvias sepultaron las hogueras,

las hogueras se bebieron las lluvias,

 y desde el pezón azul,

ebrio de espera,

las cenizas alimentaron el germen.

 

En dilatada quietud, parió la aurora.

 Sin testigos, ni lumbre, ni palabra,

amaneció la tierra

prendida al rosal del infinito.

1984

 

PLANETA TIERRA

Permaneces

en tu órbita interminable tras el sol

como regazo que acuna

los delirios de la carne apaciguada,

 las lagunas torrenciales

de las agoreras vicisitudes del sueño.

 

Entre tantos planetas,

mi destino.

Refugio de mi amargura,

isla de mi silencio,

manantial y desierto.  

 

Antes que el infinito

apagara tus alas,

paloma incandescente,

estabas ya destinado para albergarnos.

Oh raza de abominable perversidad

y alado sacrificio.

 

Los huracanes del tiempo

esparcieron tus cenizas y dormiste largamente,

 en helada mansedumbre, tu quietud.

 

Pero estalló la aurora

y se hizo la vida,

la más bella y dolorosa,

la más pródiga y fecunda,

hija de la alegría.

 

Amamantaron tus rocas

nuestro aliento,

tus posadas cobijaron nuestro andar,

se llenaron de antorchas tus contornos

y nuestra sangre, desde entonces,

ardientemente, comenzó a peregrinar.          

1979

 

ORIGEN

Comencé con el tiempo

en las colinas de un astro intemporal

para ser peregrino taciturno

de la eternidad.  

 

Mi ser se fue poblando

de esquemas fugitivos

y con los años, dolientemente,

retorné a la inmensidad.

 

Bregando hacia la aurora paso a paso

fui dejando alforjas de ser y olvido

para encontrar delante en los caminos

más recodos que andar, nuevos destinos.

 

¿Qué fui en la distancia elemental,

que ya no tengo

de aquel primer latir ningún recuerdo?

 

Sólo escalar y escalar

encadenado al cuerpo,

 levantando al caer la frente al viento.  

 

Si el hombre sólo fuera llamarada,

una vida que deja interrumpida,

un cuerpo que se pudre y se termina,

qué triste su destino, qué mezquina

su limitada dimensión.

1979

 

PEREGRINO DE LA ETERNIDAD

 

                             a don Félix Azcurra

 

Islas surcando el infinito,

embriagadas de inmensidad.

 

¡Qué largos caminos te conectan,

cuán breves se tornan hacia atrás!

 

Esperanza de ir hasta Tu encuentro

-peregrino de la eternidad-  

 

Saber que caernos y en el tiempo,

fuertes, nos podremos levantar.  

 

Certeza de que un día no tendremos

ni el vestigio de la mezquindad.

 

Intuición de mundos sin rencores,

astrales colinas sin maldad.

 

Cual lluvia de luz el pensamiento,

al alma desciende sin hablar.

 

Amores profundos que tuvimos,

qué grato volverlos a encontrar.  

 

Paloma, la vida entre las tumbas,

ceniza que vuelve a flamear.

1979

 

IGUALES

Entrelazados en el silencio,

debemos entenderlo;

somos iguales todos,

creados para un norte incandescente

con la misma arcilla de los tiempos.

 

Diferentes, tal vez,

en el matiz que ponen los defectos

o el distinto color de nuestros cuerpos.

 

Sentirse acantilado que no rompe

el soplo huracanado de los vientos.

Oh error trascendental que nos denigra.

Qué tristemente lejos de la aurora

boga este barco nuestro hacia las sombras.

 

Debemos entenderlo, alma pequeña,

estamos destinados a arrancarnos

esta adherida imperfección doliente,

perderla por caminos siderales,

ahogarla en torrentes ancestrales

hasta que sepultemos los rencores

en los pozos oscuros que separan

la vida de la nada.

 

En la quietud íntima del ser,

reconozco de otras multitudes

la ronca soledad;

distintas solamente

por los tristes desvelos del destino,

 iguales en el fin y en el principio

de un mismo derrotero peregrino.

1980

 

CAVERNAS

Taciturna la luz,

medita sus relieves

mientras el reposo adormece

las ondas.  

 

Ni círculos concéntricos

trazados en el agua,

ni bravo ventisquero

susurrando entre peñas

algún nombre.

 

Cavernas,

silenciosas cavernas.

 

Suspendido en el aire,

volatinero el cuerpo

pierde su forma estable,

mientras se escurre la carne

transformada en sal.

 

Ni música lejana,

ni rumor de palabras.

 

Cavernas,

esa nítida quietud

de las cavernas.

 

Un grito de protesta

rompe la piel usada

ahuyentando la sombra

de mezquindades

olvidadas.

 

Y somos, como entonces,

tras un cándido sueño

de inmortalidad,

tan sólo hombres.

1973

 

ENCUENTRO

 

  a César

 

Fuimos como un lucero despeñado

a oscuras oquedades neblinosas,

transfigurando nuestro sino alado

en humanas gaviotas azarosas.  

 

Una senda de abrojos, viva espina,

nos acunó con un temblor de fuente

como si su distancia peregrina

fuese tan sólo manantial ardiente.  

 

Con alforjas de luz impenitente,

calcinados de ardor, canto y desvelo,

las colinas subimos, raudamente,  

 

de ese destino persiguiendo el vuelo,

hasta vernos un día frente a frente,

 incandescente sol de tanto anhelo.

1981

 

HIJO

 

  a Josefina Plá

 

En qué remoto andar has dejado la réplica

de tu planta viviente.

En qué línea orbital

ha quedado varado tu mojón de silencio,

para venir a mí,

 útero en jazmín,

vena luciente.  

 

Qué has sido en ese tiempo desligado del mío,

antes de que yo naciera,

 y aun después

y sin término.  

 

En qué playa olvidaste la marca de tu aliento.

Qué valle sideral has dejado

extrañándote,

prendido al universo.  

 

Qué libros has escrito,

qué formas han nacido de tus manos

en un rincón incierto.  

 

Dónde dejaste pena para darme contento,

qué vacío a otra frente y canto a mi silencio,

hermano universal,

hijo de este momento.

 

Qué minuto fue tal en que me viste a solas,

cóncava de ternura,

esperándote.

Desde quién sabe cuántos años luz me has mirado

sin que yo lo supiera.  

 

Cómo fue que elegiste el recoveco oscuro

de mi sangre azarosa;

maduro, desde lejos, escrutabas mi sueño.  

 

Ya has sido alguna vez con otra madre, hijo,

y serás otra vez, hijo, de alguna madre.  

 

Yo no creo que hayas comenzado

con un roce de cuerpos estrenando la vida.

Has venido de antes,

de un ayer que no cuenta.

Eres un ente único que a mi encuentro se enciende.

1983

 

MUERTE

 

    in mernoriam   Enrique Grenno

 

Muerte,

qué triste es la muerte.  

 

Esa lúgubre emboscada entre las sombras

aguardando el instante irreversible.  

 

¡Qué espesa soledad la de la muerte!

 

El eco retumbante del recuerdo,

el gesto arrancado a la sonrisa

brevemente recobrada y ese lento, lento,

deambular por lugares conocidos

donde duelen tu rostro, tus detalles,

la ausencia de tus manos moldeando

en la frente la caricia.

 

¡Qué desgarro en el alma roturada!  

 

Esa declinación de tu presencia

buscando otros caminos.

Lejanía total de tus palabras.

Ese olvidar y sumergirse

en el abismo sideral

de tu vacío.

1979

 

DESPEDIDA

Inconmensurables pupilas del asombro.

Un sabor de tristeza escurriéndose

bajo la ronca protesta.  

 

Estar y no estar, saberlo ausente

y sentir aún tibia su caricia.

 

Quedarse mansamente prendida

a esa presencia,

abandonada al frío

de una realidad definitiva.  

 

Ni la súplica surge ya

del labio atribulado.  

 

Huir,

no verlo

en su sobria posición de entrega,

no oír su alma deslizándose

hacia el enigma de la nada.  

 

Dejar escapar su calidez

y un momento después

asustarse ante la esculpida frialdad

de sus mejillas.

 

Transcurrir de horas desgranando

 la verdadera dimensión del tiempo.

 

Desfilar de rostros,

de abrazos,

de apretones de manos

y encontrar en ese abismo

un desconocido aturdimiento.

 

Sentir en el alma

el llamado imperioso

de la eternidad.

 

Comunión postrera.

 

Darle en silencio las gracias

mirando a su frente dormida

con inédito amor.

 

Querer retener desesperadamente

 un gesto de cariño.

 

El ruido sordo del adiós

doliéndose.  

 

Palabras.

Él

 

Y la crueldad irreversible

de dejarlo solo

para seguir viviendo.

1973

 

AUSENCIA DE MI PADRE

 

Entre las uvas el sol

y entre los brotes pequeños

de la parra

el sonido silencioso

de tus pasos.

 

En la garganta se quiebra

el canto del verano.

 

En el lugar de tu banco

carpintero

duelen caras extrañas.

 

No quiero, pero es cierto.

 

En los nidos aún hoy

cantan los pájaros

pero tú ya no estás

para llevarte

el eco de su son

hacia los árboles.

1980

 

 

RUMBOS

 

   a papá

 

Me perturba que en triste lejanía

se mantenga el sonido de tu canto,

que la esencia de todo cuanto has sido

exista inmaterial entre los astros.  

 

Te volviste viajero de la noche,

de distintos senderos caminante.

Ya resuenan tus notas, otra escala

en esa dimensión que no me alcanza.

 

Qué importa si tú fuiste en la distancia

refugio de los cauces de mi llanto.

De otro sol es tu huella peregrina,  

 

diferentes alondras te acompañan.

Yo no puedo llegar hasta tu encuentro,

ni tu fuego se enciende en mi palabra.

1982

 

REENCUENTRO

 

Círculos.

Puñados de polvo titilante.

Curvas roturando el aire

que se cierra y olvida.

Y allí

tú,

nosotros,

en algún lugar,

desandando los derroteros

del universo.

 

Equilibrio y danza de esferas

luminosas

y el sollozo de tu pérdida,

flotando en la luz.

 

Viaje de soles desprendidos

hacia un punto inalcanzable,

un principio sin día,

un retorno sin tiempo.  

 

Y despoblando la realidad

de la muerte,

nuestras almas

contemplándose en la inmensidad.

1973

 

ANSIA

 

Necesito embriagarme de oquedades,

apaciguar alondras fugitivas

en praderas de luz interminables;

olvidarme del tiempo y de las horas,

desconocer el paso.

 

Alejarme de todo cuanto quiero

y en callado y suspenso encogimiento

partir hacia los pozos del espacio.  

 

Comprender los misterios abismales

y en los valles de estrellas extinguidas

esperar el silencio de mi ocaso.

 

Trascender de la tierra que me acuna

dejando como huella mis pedazos.

1984

 

INSPIRACIÓN

 

En un lecho de herrumbre,

lavada de las pupilas la ceniza

salobre de la entrega,

este tiempo de renacer levanta

la llama de tu aurora,

y siento como si hubiera muerto

en la colina rutinaria de las horas

aquella aceptación,

esa renuncia culpable,

ese dejar de ser,

y ser ahora.  

 

Después de aquel silencio

caído sobre las palabras olvidadas,

de aquel volatinero llenar de hojarascas

los recodos del alma,

te encuentro, inmemorial,

diáfana, alada,

sobre el punto germinal

de mis fronteras,

trascendiendo la ausencia derribada.

1972

 

POEMAS

 

Los poemas caen sobre mí

como lluvias torrenciales,

como partes de un astro visionario

que vuelven a nacer entre mis manos,

como ríos anhelantes de su cauce

a través de mi carne.  

 

Caen en mí

cuando las horas parten

y no estoy en mi cuerpo sino llena

de sed y de distancia

en el tránsito alado de los pájaros.

 1980

 

EL COLUMPIO

 

 

  a José Antonio Bilbao

 

Catedral vegetal transfigurada

por la plácida estampa de la luna,

alberga en su ramaje vieja bruma,

de tantos nidos la tibieza alada.  

 

Pende bajo su nave dilatada

un columpio que oculta verde espuma.

Del agobio de todo cuanto abruma

de repente escapé, precipitada.

 

Quise desamarrar mi pensamiento,

ser velamen que parte sin cadenas,

un cántico lejano que resuena.  

 

Y en el rítmico y suave movimiento

del columpio, mi carne se hizo viento

encendiendo fogatas en mis venas.

1982

 

DESAMPARO

 

I

Quiero hundirme en la arena blanda, oscura, de un río,

sumergirme en su cauce, en su aroma de estío,

penetrar la corriente de transitar constante,

su silencio de guijas remotas, un instante.  

 

Acallar con mi canto las congojas del alma.

Recostarme en las horas hasta alcanzar el alba,

porque ansío un remanso que cobije mi llanto,

subterráneo vestíbulo para guardar mis ansias.  

 

Quiero hundirme muy hondo, muy hondo en el ocaso

llevándome hasta el fondo de ese lecho de espumas

las congojas que empañan el alma cuando siente

 la soledad inmóvil, que transtorna y abruma.  

 

II

¿Qué es el hombre, perdido, solitario, vagando

de galaxia en galaxia, de sollozo en latido,

si no tiene unas manos trémulas, aguardando

el momento preciso de llenar su vacío?  

 

¡Qué tristes soledades, qué negras espesuras!

Las manos extendidas suplicando una ayuda

y nadie que recoja la queja enmudecida.

Sólo somos entonces fría piedra esculpida.

1981

 

ASTRONAUTA

 

 (al acoplase las naves Apolo y Soyuz)

 

Te vas

por el incierto sendero

de la eternidad,

traspasando el horizonte

del silencio,

hacia la paz absoluta,

hacia el enigma,

hacia la diáfana quietud

de estáticas soledades remotas.

 

Y siento como un quejido

arrastrando la protesta

de tu viaje

sobre la carne tibia

de mi cansancio.

 

¿Qué parecen los campos de batalla

desde las latitudes que recorres?

 

¿Qué las manos implorantes,

extendidas,

los cuerpos macilentos,

los ojos que se escapan

de las órbitas,

las cosechas

borrachas de napalm,

el hambre,

el abandono,

los niños mutilados

en las sombras?  

 

¿Cómo ves

el surco roturado,

la espiga,

el labrador,

calcinando en el tiempo

su destino

de polvo;

las selvas;

las colinas

y el rancho solitario

por donde se cuela el viento?  

 

¿Los monstruos de hormigón

tragándose el latido

de roncas multitudes?

¿Las máquinas gritando

su eco repetido

de acero elemental,

potencia y hierro?

 

¿Qué somos desde lejos,

qué te dicen

los minúsculos contornos

que, al fin, nos pertenecen?

¿Tristes imágenes

que llevas contigo,

y te agobian,

te subyugan

o estremecen?

 

En tu viaje estelar

que pertenece

a un segundo crucial

de la existencia,

¿encontrarás un pueblo transparente

sin odio ni rencor

sin lucha y duelo,

sin ansias de ser

el poderoso,

mortífero hacedor,

omnipotente

dios de hidrógeno?  

 

¿Hallarás troncos nuevos,

savia mansa,

piedad para la vida,

calor para la alondra,

sollozos que no existan

deambulando entre sombras?  

 

De la luz sideral

-la huella límpida

de tu paso

en la galaxia-,

recoge un gesto de renuncia,

una congoja de andar

nuestros caminos

apagando alboradas

con esta sed implacable

que nos limita

y nos denigra,

y tráenos

de las praderas insondables

del espacio

un recuerdo de ternura,

una migaja de caridad

que transforme

nuestras raíces

hasta volvernos hombres.

1975

 

LOS MONTES

 

Filigrana de helechos,

monte umbrío,

cuna de madreselvas,

¿qué soledades guardas tú?  

 

Cómo me gusta entrar en tus honduras,

embellecerme con tu luz,

desprenderme de tantas ansiedades,

enjuagarme de tanta laxitud;

sacudirme con ramas de jazmín

la polvorienta ausencia de crecer,

encontrarme de nuevo como antes,

con las manos tendidas sin temer,

brindarme toda entera en raudo vuelo

a la pasión ardiente de volver

hacia antiguas colinas

donde tuve

otra piel, en el día de nacer.

 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Sólo así podré amar lo que ya tengo,

no torturarme siempre por no ser.

¡Que abandonen mi cuerpo las espinas

 y se enciendan estrellas otra vez!

1979

 

ATARDECER

 

  a Francisco Pérez-Maricevich

 

Resplandecen las nubes en la tarde.

Como fogatas blancas se estremecen.

En las hojas delgadas el sol arde,

tras la esquina del viento permanecen.  

 

Levanta el cocotero su precisa

llamada vegetal en movimiento.

Hay un roce de tórtola indecisa.

Convocan las cigarras su lamento.  

 

La enredadera que el ocaso aquieta

va perdiendo las flores de su altura

empañando la brisa de violeta

 

y dejando en la noche, sin premura,

sobre las piedras de la plazoleta,

una alfombra de muelle singladura.

1980

 

DESEO SÓLO UN ÁRBOL

 

Árbol,

posada vertical de los caminos.

 

Varado en la noche,

de pie bajo el murmullo de los vientos

permanecen atadas tus raíces

a fértiles honduras,

en silencio.

 

Libre, desde la aurora se levanta

tu posada de pájaros sonoros,

los rincones rugosos donde los nidos cantan.

 

No necesitas andar,

ni necesitas

desplegar tu velamen

desde el muelle germinal

que te detiene.

 

Eres barco con ancla aprisionada,

eres sueño de aves sin frontera,

eres sombra,

eres agua, primavera.

 

Y en esa espera inmóvil

que te envuelve

hay un darse sin límites,

un abrazo que acoge

el cansancio de todos los caminos,

la remota ansiedad del peregrino.

 

Árbol de cantos graves,

tu sombra es sorbo de agua

en la despierta pulsación del tiempo.

En ti la primavera desparrama

su manantial de aromas

y en tu generosa vocación de entrega

los frutos se sazonan.

 

Si tengo que elegir para mi alma

una morada,

no quiero un cementerio,

no ansío una galaxia,

deseo sólo un árbol.

1980

 

PLEGARIA DE UN NIÑO

 

             a César Enrique, José Rodrigo,

  Eva María y Juan Pablo

 

No me trunques la vida.

Aunque tú no me quieras,

déjame volar para aportar al mundo

la grande o pequeña dimensión

de mi alma

inacabada aún, inacabada.  

 

Tú no tienes derecho a suprimirme,

tú no eres mi dueña,

sólo el arco a través del cual

una flecha se lanza

hacia las profundidades de la vida.  

 

Y si me esperas...

Sí, generosa y egoísta, decides esperarme,

deseando que llene tus ansiedades,

te lo agradezco,

con la infinita gratitud

del que recibe

la más rotunda oportunidad

que da el destino.  

 

Pero recuerda que soy una persona

distinta;

dolientemente me formarán los días

y de ti recibiré tan sólo

la tibia caricia que mitigue

esa dulce y angustiante

realidad de existir.  

 

Seré tu compañero,

pero vengo de otra dimensión,

para otros fines;

no sólo a darte dicha

sino a crecer en la línea

de mis propios caminos.

 

Aunque te duela verme remontar el vuelo

hacia los arrecifes de los sueños,

déjame hacerlo.

 

Respétame

porque soy, como tú,

un ser indivisible.

Bajo este cuerpo frágil que me acuna,

bajo mi torpe y pequeña humanidad

de niño,

mi alma prisionera te pide respeto.  

 

Tras mis palabras simples

se escurren, vacilantes,

mis pensamientos.

 

Amame,

no porque te haga falta,

sino porque, indefenso,

me haces falta.

No me ames sólo a mí

sino a todos los niños

para que yo aprenda a amar

a todos los hombres.

 

No tuerzas los senderos de mi sencillez

bajo el vendaval de la materia.

 

Dame tu tiempo límpido y sonoro,

las tardes soleadas a tu lado,

los días

que, una vez, serán recuerdo.  

 

Muéstrame que me quieres

 negándome aquello que no debo tener.  

 

No me atormentes con el silencio

de tu fatiga.

 

¡Háblame, por favor!

Yo sé que a veces tú no puedes,

pero trata.

 

Soy pequeño.

Necesito de ti, de tu sonrisa,

desesperadamente necesito

que me aceptes como soy,

y me ames

hasta el fin de los tiempos.

 1978

 

MINUTO

 

  a Raquel Chaves

 

 Hay un minuto que orilla las sombras del abismo,

donde cambian los rumbos

y deshacen las huellas su oquedad transitada.  

 

Es como si la carne se nos fuera cayendo

y la luz se asilara

en los tembladerales de la ausencia.  

 

Es un ave imprecisa que no nos pertenece

sí, agónica, la vemos posarse en otro hueco.

Y tan irremediable

cuando, implacable y fría,

nos roza con su vuelo.

1983

 

RESPIRACIÓN

 

Oleaje acompasado

que muere en mis orillas.

¿Qué me traes

de tus valles submarinos,

de tus gaviotas errabundas?

 

Te contesta mi espuma

quedamente,

deshaciéndose en tu arena

de silencio.

 

Aire pendular anegando

la silente intimidad.  

 

Se escuchan los alientos uno a otro,

mareas de dos playas

que convergen

en abrazo perfecto.

 1983 

 

PARA DECIRTE

 

Tristeza que agobia

y transfigura.  

 

Extendida en un lecho de agua,

quiero hallar un abismo

separado del tiempo,

deshacerme en un túnel

donde quede varada

la pena enmudecida.  

 

Cómo hiere en el alma

el minúsculo cincel de la palabra.

Cómo duele en el alma.  

 

Va dejando vacíos

recodos de amargura,

va talando los sueños

donde las horas cantan,

va volviendo de piedra

la protesta y la lágrima.  

 

Qué triste es todo entonces.

 

Quiero un lecho de olvido,

una venda de musgo,

un sorbo de agua mansa.

Deja que me recueste

en las laderas del silencio.

Tremendamente sola,

para pensar, amor,

para decirte...

1978

 

DE REGRESO

                                                  a Carlos Villagra Marsal

y el grupo de poesía en el «Pensadero»

de La Alcándara

 

Hoy regresé a mi casa

envuelta en jazmines

y una fragancia suelta en el cabello.  

 

Hoy regresé a mi casa

con un canto en las sienes,

desde un lugar donde se guarda el sol

en cristales gemelos

y se empapan de río las palabras

en las tardes agónicas, sin tiempo.  

 

Regresé de una isla

tan alta y tan distante,

que sus playas dialogan

con los follajes quietos.  

 

Allí donde encendimos las luciérnagas

para leer poemas,

donde fuimos nosotros

y nos sentimos libres

ante el verbo.

 

Crecimos con las horas y los días,

todos juntos crecimos

entre corolas blancas,

y al regresar a casa hoy me acompaña

ese jazmín temblando en la baranda.

1983

    

SOLITARIO

 

        a los que no pueden oír

 

Varado en el insomnio de las horas,

configurando tu isla de silencio,

lamido de recuerdos por la noche,

carcelero en destierro,

ya te aferras a un canto mutilado

y al rumoroso palpitar del tiempo.  

 

Los sonidos diluyen sus contornos,

no llegan las palabras a tu encuentro

huyendo por las sendas que amanecen

junto al despeñadero de los sueños.

 

Inventas el murmullo de las cosas

que mínimas se escurren a lo lejos,

y las voces golpean sigilosas

contra tus dunas yermas con su acento,

pero no las alcanzas y te quedas

desolado y desierto.  

 

Y así andas errabundo entre las tumbas

de los cantos de enero,

entre la sombra de los vendavales

acongojadas desde los silencios.

 

Abandonado y solo,

ahogado en el baldío de los ecos,

se desprenden alondras fugitivas

desde la ramazón de tu aislamiento

pero tú no percibes su aleteo:

no te alcanzan su canto ni su fuego.

1980

 

LAS PREGUNTAS

 

  a Osvaldo González Real

 

Hay abismos donde flotan

los ateridos halos de la incógnita;

claroscuros navíos prisioneros

de anclaje irremediable;

pozos atormentados donde lloran

las antiguas preguntas.

 

Yo no quiero el silencio

de un canto de sirena,

la desvelada claridad de un sueño

consolando raudales tumultuosos;

ese desmemoriado deambular

por las esquinas del espacio,

sin mi alforja de enigmas bajo el brazo.

1982

    

RUTINA

 

Cómo debe pesar esa rutina

cuando ya no se quiere.

No escuchar de su pulso un sobresalto,

sólo atroz lejanía.  

 

Cómo deben cansar

las mismas palabras repetidas,

los gestos siempre iguales,

cuando ya no se quiere.  

 

Cómo debe pesar

el decirse las cosas ya sabidas;

la ondulación caliente del hueco de la cama,

y ese ademán de adiós todos los días;

los besos distraídos del retorno,

la espera en la constancia ensombrecida.  

 

Permanecer iguales,

tan crudamente idénticos

no obstante los abismos.

Como debe doler esa rutina

de amar siempre sin tregua,

cuando no canta el alma.

1983

    

 

EN UN RINCÓN

 

  a Eva María

 

En un rincón de sombra

clavé una rama

de madreselvas blancas y olor quieto.

Su ramaje trenzó, muy lentamente,

la savia con los hierros.

Hoy a la tarde, al pasar rozando

el borde del balcón, el más incierto,

sentí el primer racimo de su seno

rendirse abiertamente al manso viento.  

 

Al pie de tu balcón

planté una rama

para que te perfume hasta los sueños

y deje en el remanso de tu pelo

una ancha cinta de olorosos besos.  

 

Yo no sé si al andar de tu camino

tropezarás con otro Bécquer nuevo,

pero en tu balcón planté esa rama

de madreselvas blancas y olor quieto.

1982

 

ESPEJO

 

  a Gladys Caramagnola

 

Busco un espejo donde se refleje

no mi figura, mi piel,

ni la arruga nueva

que floreció una tarde de congoja

y de la cual no sé el itinerario

porque olvidé su nombre.  

 

Un espejo, no para ponerme

los colores que borra la memoria,

ni verme vestida en el instante

de inaugurar contigo viejas notas,

inundados los dos como si fuera

recién nacido nuestro amor antiguo.  

 

Yo no busco un espejo que reprise tu imagen

bajo mis venas, cada vez más honda;

la tibieza del primer abrazo

a diario repetido en tantas formas.  

 

Un espejo no pido, como todos,

para mirar mi rostro;

ni ver si se adentra en la amplia frente

enlutada una pena, alguna sombra.

 

Quiero un espejo que sepa

-sin la carne-

reflejar del espíritu el contorno;

que no sea testigo de mi sangre,

de mis rasgos o vértebras,

que sólo deje el alma al descampado,

desnuda y sin adorno.  

 

Que detenga en su hondón de plata

las urgentes palabras.

Quiero ver esa imagen de mí misma

sin la piel que la cubre y aprisiona:

tal vez pueda encontrar en su reflejo

aquello que se ha ido sin retorno.

1984

 

 

LLAMADA

 

  a Rubén Bareiro Saguier

 

Soy la tierra que llora.

Un regazo vacío que abre su tibieza

para acunar tu ausencia.

 Una espera infinita.  

 

Soy los mangos del patio donde duelen

tus rodillas de niño,

la alcoba de tu primer amor,

y el beso aquel temblando en mi fragancia.  

 

Soy el sol que te busca en los portales,

las calles por ti andadas.

Una sombra sin nidos.

Un viento inmóvil.

 

Soy la luna trenzada en el encaje

del lapacho florido,

la blanca inspiradora que te extraña

y quiere estar contigo.  

 

Soy el lecho de un sueño desvalido,

 el puerto de algún barco que se fue

con su mástil radiante hacia el olvido.

 

Soy la tierra que llora

la voz de tu palabra silenciada.

 

Soy tu madre

y te quiero aquí conmigo,

sin réplica

o demora,

porque sin ti soy una vida

 atrozmente incompleta.

1984

 

SOBREVIVIENTE

             

(1984)

 

Estos poemas obtuvieron el primer premio en el Concurso de Poesía convocado por «Amigos del Arte» en 1984 y se publican con la suficiente autorización de dicha entidad. 

                          

- I -

Acurrucado y solo.

Los brazos aferrados a las piernas

en un páramo de aves abrasadas.  

 

Aterido y helado

el corazón. Transidas las arterias

por un dolor antiguo y sin embargo inédito.

Estrenando el horror,

a pesar del horror

de los siglos repitiéndose.

 

Sumido en una cóncava, interminable espera.

Fetal hasta los huesos

bajo el gris desconsuelo de la luna.  

 

Torrenteras de sal en sus mejillas,

y un vidriado paisaje de rescoldo y ceniza

en el aposento de las órbitas.

 

Aferrado al espanto de vivir todavía

va dejando las aguas de su cuerpo

en brocal de silencio.

 

Ante sus ojos secos estertoran

ciudades derribadas,

 humareda,

y sobre el aire tenso

un sabor incisivo

a metal retorcido, a polvo vegetal,

a pájaro sediento.

 

Hoy deambula entre ausencias desde su lecho inmóvil.

Ausencias que le hablaban tan sólo hace un momento

de ir a un bar por la noche

o confundir los cuerpos

bajo el blanco arrebato de las sábanas.

 

Desmesuradas cuencas

donde a beber no llegan ni siquiera los cuervos.

No hay cuervos ensañados sobre la muerte aislada.

Todo es muerte y silencio.

Sólo muerte y silencio.

 

En la vastedad desconsolada

del planeta

una queja gastada se ha quedado sin voz.  

 

A lo lejos, errante, va un tumulto de sombras

que no le dicen nada,

o todo le repiten;

y en el centro preciso de una distancia insomne,

acurrucado espera:

el reverso de la vida,

la consumación,

la caridad del olvido.

- II -

Un grito elemental empaña el aire;

estalla calumniando la médula del hombre

contra el rojo abismal del horizonte.  

 

Un clamor desgarrado estruja el aire,

y desde ese vocerío

agujas de voz perforan

la turbia lejanía de las nubes.  

 

Tan sólo voces y sombras

tras vómitos de luz impía.

Tan sólo voces girando

sin palabras, sin nombres.

Tan sólo un ronco gemido

de gargantas anónimas rodando.  

 

Y sobre ese mar de voces

se alimentan las hogueras

del llanto inconsolable de la aurora.  

 

No es necesario el sol.

Sin la pausa del cansancio

se vuelve añicos la voz

en las rompientes de la nada.

 

- III -

De cuanto me importaba

nada queda.

Los que a veces me amaron

simplemente se han muerto.

Y las manos,

aquellas alfareras

sobre la arcilla abrasadora

de mi cuerpo,

murieron tiritando,

 distantemente.

Lejos.  

 

El eco de los pájaros

se ha vuelto ceniciento.

De los árboles cuelga la amargura del duelo;

y en la trémula línea del silencio,

calado de abandono,

asumo

la soledad sin término.

 

- IV -

En un surco doliente

derrama

su calcárea cerrazón

la nada.

En la margen del llanto se desnudan las sombras.

Todo está consumado

en el linde del sueño y la vigilia.  

 

Nosotros lo quisimos,

tristemente nosotros.

Nosotros recubrimos con mortajas los campos.

El mundo está vacío.

El aire yerto.

Y los últimos pájaros

se quedaron sin voz.

 

- V -

Me cala la memoria lo inconcluso.

Las palabras temblando sin sonido

en el portón de los labios,

los moldes palpitantes esperando

la arcilla de mis besos.

Me agobian los andrajos de la noche,

el pulso simultáneo agonizando.  

 

Quisiera vivir otra vez,

en algún lugar

y algún momento,

el sereno alumbramiento del alba.

Contagiarme de canto. Desandar los recuerdos.

Y en calles conocidas transitar, con un péndulo

de sueños en la frente.

Beberme con deleite

un sorbo de la vida

como si no existieran humareda o silencio.

 

- VI -

 

 a Miguel Ángel Fernández

 

Desde la arena movediza

del recuerdo

el silbato de un tren quiebra la aurora.

Todos los hombres van en él.

Todos los hombres,

con su nudo de fibras diferentes,

su singular retablo de tinieblas.  

 

Ceden asientos,

solícitos se apartan,

se aglomeran confusos

Pisándose los pies

tras una mueca indiferente

 o la sonrisa cordial.  

 

En el primer vagón,

caviar para la cena.

En los demás, gradualmente,

los paladares se tornan

menos exigentes.

Decrecen, decreciendo, decreciendo.

Paladares de rosa.

Paladares de arena.

Paladares de estopa.

Todos juntos, iguales,

sobre un riel que se interrumpe

y permanece.

 

También risa,

candor,

un cálido contacto de sudores y aliento.

Y amor,

esa clara conciencia de absoluto

rigiendo el microcosmos interior.  

 

El silbato de un tren quiebra la tarde.

De pronto,

su respiración se apacigua

y da tiempo.

 

Se apea un pasajero

tendiéndose en el borde

del minuto anterior y del siguiente,

mirada absuelta en tierra,

de boca al firmamento.

 

- VII -

 

  a Marta Geymar de Bogarín

 

Acurrucado y solo,

jinete de la brisa

hacia la orilla del mar.

Empaparse de sal. Sentir la espuma.

 el siseo desarmado de la espuma.

El sol reverberando

en el bolsón de los cerros.  

 

Cautivar el instante fugitivo

en la retina de un adiós

que permanece,

y aspirar

salitre, canto, brisa marinera.  

 

Calado de abandono

en las espaldas del viento junto al mar.

Retener esa curva de luna

recién nacida.

El blanco cementerio de la espuma.

Sobre conchas quebradas

estampar una huella lineal.  

 

Cuerpos

tendidos, libres, invitantes.

Párpados entornados,

entrega a voces.

Mentes

como sábanas blancas desprendidas.

 

Noche.

Noche y luna.

Y ese rumor de caracolas

en la arena.

Manos asidas. Pasos. Besos.

Ya se desnuda el sol.

Es el alba.  

 

La espuma entristece cada ola.

Peces hinchados flotan en sus crestas.

Acurrucado y solo

solloza sobre el viento,

abandonado del mar.

 

- VIII -

Si yo pudiera tenerte

sabría lo que decirte.

Ahora que ya no estás,

herida sangra la tarde.  

 

Si yo te hubiera perdido

y en otros brazos te hallaras

toda mojada de besos,

 el dolor no sería tanto.  

 

Es tu ausencia total lo que entristece.

Tu no ser para siempre lo que agobia.

Ya no estás y no estás. Así de simple,

mientras me voy secando en mi memoria.  

 

Es saber que no hay tú y ninguna otra.

Nunca amor. Nunca beso. Nunca olvido.

Es saber que estoy solo para siempre,

acurrucado y tieso.

 

- IX -

Ya los últimos pájaros

se quedaron sin voz.  

 

Imágenes inmensas bailotean en sombras.

Un río se desborda entre mis piernas

llevándose jirones de mí mismo.

 

De súbito estoy lejos sin saberlo.

Sin que mis huesos lo sientan

voy errante.

Los ojos se me escapan de las órbitas

como pájaros ciegos.

Me invaden centenares de rostros mutilados

que al tocarlos tiritan y se alejan.

Ignoro si los demás son

y permanezco,

si sigo acurrucado en mi conciencia.  

 

Cenicienta la tarde va borrando

ecos de envejecidos arenales.    

 

- X -

 

  a Mario Casartelli

 

Luces se encienden y se apagan.

Colores se abrillantan

y enceguecen.

La ciudad en tumulto

el aire en calma.

Las horas puntualmente derramándose.  

 

Suena un timbre

y se cierra un cajón.

Todo de nuevo igual al día siguiente.

El mismo golpeteo acompasado.

Vaporoso el aroma del café recién hecho.

Camaradas. Amigos. Amantes.

Vida que se empuja y se levanta.  

 

Retorno al hogar

y a esa tibieza de voces pequeñas

en la nuca.

Sentarse con deleite ante la cena

y más tarde

el encuentro de tu curva en la mía.  

 

Todo de nuevo igual al día siguiente.

A veces pesa la rutina

y es un refugio el canto de los pájaros.

 

- XI -

Un murmullo de nubes se derrama

sobre mi piel impermeable y fría.

Hace lunas que corre con la misma cadencia.

Es una adormidera

ese son repetido.

Solamente chorrea su líquida tristeza.

Ha tornado más gris los campos grises.

Ha encarcelado el cielo

entre barrotes de agua.

La lejanía se ha vuelto tan gris

y tan distante

que ya no sé si existo

o soy tan sólo un punto vacío en la distancia.

 

- XII -

 

  a Hugo Rodríguez-Alcalá

 

La inteligencia en una hoguera

fue vencida.

Ardieron la belleza,

la palabra, el sonido.

Con dolor se aprenderá todo

nuevamente

en otro mundo errático y vacío.  

 

El ingenio del hombre tiene gusto a ceniza.

Computadoras, técnica, artefactos,

máquinas que ayudaban a hablamos desde lejos,

a escribir un deseo en otras latitudes,

son ceniza en el aire enajenado,

cenizas los colores y la forma,

el andamio de notas y silencios,

el verbo, el pensamiento.  

 

El hombre ha transformado

piedra en luces,

estiércol en semilla,

arena en beso.

Todo sabe a cenizas, a cenizas.

 

Respira aún la tierra su diferencia de horas,

pero nadie lo nota.

No hay albas retrasadas a la noche ligera,

sólo un sabor de ausencia

cuando lloran los pájaros

el duelo de su voz.

 

- XIII -

Un aroma jugoso

se libera en volutas blanquecinas.

Es aliento de nabos,

de papas, de alcauciles,

un mensaje de carne, perejil y cebolla.

 

Ese vaho me pone húmedas las mejillas,

de mantel me contagia

y de pan me apacigua.

Lentamente lo sorbo, lentamente lo aspiro,

su savia me hace ancho,

más tórrido el latido

y me baña la lengua con su calor antiguo.  

 

A la mesa tus ojos almuerzan con los míos.

En el tiempo tirita la niebla del olvido

y me llora la boca ante un plato servido.

 

- XIV -

Se desnudan los astros

en sus engarces de infinito, fijos.

No hay celajes intrusos,

ni se enturbia

la láctea inmensidad con sus matices.

 

En la noche persiste la quietud de la luna.

Placidez luminosa y distanciada,

 ajena a todo llanto.

Sólo calma.  

 

De repente tropieza con un brillo diverso.

Minúsculo destello de alegría.

De su fibra y talento

algo resta a lo lejos.  

 

Entre las luces quietas

un satélite hurga

los intersticios de la noche.  

 

Testigo y aposento

de un semidiós de carne

olvidado de amar.

 

- XV -

En este andar tan quieto y desolado

hay un cierto cariño,

un apego a las piedras,

a sus formas redondas,

adecuación constante

a muda condolencia.  

 

Reconozco montículos

que hablan con la luna.

Sé de sus confidencias,

de sus cosas telúricas,

y hay un triste aguacero

de palabras remotas

que se van olvidando.  

 

Es ya comunicarse

a imagen simplemente.

Prescindir de la lengua,

librar el pensamiento.  

 

El agua duerme su claridad

entre guijas

y busco mi reflejo como Narciso adentro.

Qué naufragio de formas deshace mi figura.

La que soy y no he sido,

la que agoniza y tengo.

 

- XVI -

 

            a Renée Alfaro,

    mi madre

 

Polifónicas voces me conmueven,

sacuden mi angustiado crescendo de congoja.

La fiebre pulsa notas en mis sienes

y me entrego al deleite.  

 

Qué placer sumergirse

en ese mar de escalas,

sentir cómo se esfuman los contornos

y el tiempo.  

 

El torrente de Bach penetra en mi alma,

su genio matemático

de estructuras sonoras.  

 

Un puente inmaterial

me distancia del mundo.

Su canto superpuesto mis gritos apacigua

y soy por un momento sinfónico espejismo.

 

- XVII -

Cierro los ojos

y evoco

el despertar de los montes.

Las primicias del sol

sobre el trémulo pulso de las hojas.

La oscilación de la rama

al peso leve de los pájaros.

La gota de rocío descendiendo

el declive de la flor,

cual sorbo diminuto

que una garganta de cristal espera.

Acude hasta mis labios

la agridulce redondez de la fruta,

una astringente dureza de semillas.

Inquieto,

el sol le disputa mi rostro

a una sombra adolescente.

Y me entrego,

en comunión total, al cielo

que ha descendido hasta envolverme

con su incolora transparencia.

Las cigarras

insinúan el atardecer

y los astros remontan su brillo primigenio.

Quietud. Reposo.

Y el temblor de los nidos ofreciéndome

su hueco ceniciento.

 

- XVIII -

La mano que detuvo

el pulso de la vida

quizás tenga respuesta para tanto silencio.  

 

Quizás vaga buscando

en los tugurios de la conciencia

las insomnes raíces

del bien y del mal.  

 

¿La mano que enterró

el canto de la vida,

sabía de este páramo siniestro,

en su remota lucidez sabía

de aves esqueléticas,

ausentes ya de voz?  

 

La mano que ultrajó

el cauce de la vida,

desde la ignota orilla

de la eternidad, ya lo sabe.

 

- XIX -

 

   a Isidro, Susana y Marta

 

En la rodilla tengo

una rosada y honda cicatriz.

Hace tiempo lloraba su amarilla congoja

bajo una costra negra,

y me dolía.

 

Fue una tarde de enero;

equilibrista alado, resbalé hasta las piedras

desde el áspero cordón de la vereda

y la carne

se me volvió rojo aguacero.

 

Fueron días de tiesa languidez,

purulentas lagunas

y cáscaras concéntricas.

Una fiebre morada se dormía en mi piel.  

 

Cómo extraño tu mano,

del algodón caliente la caricia violeta,

consolando mi herida.

 

- XX -

Acurrucado y tieso,

sueña.  

 

Un hombre de arterias transparentes,

de una sangre tan pura

que el coraje se le toma inteligencia.

Al fiel de la balanza siempre asido.

Hermoso, austero, caudaloso.

Un hombre que enciende en cada hombre

el germen de su especie.

Todo amor, todo canto,

arte y ciencia.  

 

Muy cercano de Dios

y de sus límites.

Un hombre planetario

de alma cósmica,

de luz tan destilada

que ya la tierra esplende ante su nombre.  

 

Acurrucado y tieso,

sueña.

 

- XXI -

Fuimos arritmia y desvarío

de un sonoro raudal ebrio de vida.

Tan diversos destinos hemos sido.  

 

Surco en campera lejanía

llevando y devolviendo terrones de vigilia.

Manos sobre la arcilla persuasivas

y un arco tenso de sonidos.  

 

El jardinero fiel que en la mañana

se contagió de rosa y de rocío.

El vientre que ha prestado sus cobijas

para acunar un niño no nacido.

El hombre que en horarios amordaza

su vocación de sueño envejecido.  

 

La precisión del genio reclinada

sobre formas minúsculas,

la pasión de crear inmensas urbes,

y el gusto por el monte y el olvido.  

 

Sepultada visión

de mundos transitorios.

Mensajeros tal vez de extraños himnos.

Los dadores del pan

y del cariño,

y esa inmensa fatiga de cosas cotidianas.

 

- XXII -

Una espina ha dejado

tarde atrás,

una lágrima roja

en el hueco rosado de mi mano.  

 

Me devolvió al contorno de mí mismo,

escribió entre mis venas una carta

con noticias antiguas de mi cuerpo,

poniéndole un dolor al andamiaje

de mis viejas palabras.  

 

Se ahonda en mi recuerdo aquella espina.

Más abajo de ti, -

-toda hermosura-,

bañada su agudez con tu fragancia,

-tan perfecta en tus pliegues,

tan distante y ajena a su destino.

 

Cómo duelen las ansias de tenerte,

aposentada en mí,

doliente y dulce espina.

 

- XXIII -

Sobre el altar inmenso del planeta

una hilera de cirios encendidos.  

 

Heterogéneo enjambre de pulsos y congoja,

cada cual en lo suyo según su singladura.  

 

Cuántos sin comprender hemos pasado

tremendamente ausentes entre tiniebla y lumbre.

Inconciencia total

o paso incierto.  

 

Sobre el ultraje de sus madreselvas

el vértigo,

el abismo.  

 

Un olor a pabilos sepultados

sin develar la incógnita.

 

- XXIV -

¡Tierra deshabitada,

adolece de gérmenes,

de orquídeas, de amapolas,

adolece de espigas

y ahógame

en savia!

 

- XXV -

Las preguntas tienden sus alas negras

sobre la sombra lunar

de un hombre quieto.

Es noche

y se adentran las espinas

en los arrabales del cerebro.  

 

La densa permanencia de la muerte

silenció el canto del ruiseñor

en la aurora.  

 

Sepultada la luz,

con asombro

nació el sol al otro día.  

 

¿Por qué se deslizó

puntual ese minuto en el carril del tiempo?

Si existe un dios en otro espacio

y un compás ajeno a mi clepsidra,

¿por qué se deslizó,

y ahora me encuentro acurrucado y tieso?        

 

Fueron siglos de andar      

desmigajando errores

en las cunetas del olvido,      

hurgando en las tinieblas el enigma      

sólo oculto a tus ojos ciegos.  

 

Pensar es el destino de los hombres.  

 

El ojo omnipotente no interviene.

Sólo mira de lejos a sus sombras,

sólo espera a lo lejos.  

 

El sollozo de un dios, eso es congoja.  

 

Te liberé la mano

cuando nació tu tiempo planetario.

Escalaste peldaños de una senda

que alguna vez me roza

y te di algo único y doliente:

la voluntad de ser.  

 

Sólo a tu ser responde este destino.

 

- XXVI -

Qué vestigios de tiempo quedarán

cuando habiten mis ojos

las hilachas ignotas de la sombra.  

 

Y aún

cuando algo reste

en un punto abismal y permanente,

quién quedará para vivirlo a solas.  

 

Morirán

las ondas que lamieron

las arenas de Troya con su espuma,

la espera en el telar

y el viaje incierto.

Al sol resplandeciente, las legiones.

Aquel llorar de remos compartido

y aterrados aún ante las fieras,

los círculos sangrientos.

Las beatíficas naves ascendentes

y la simple certeza de encontrarse en la muerte.  

 

¿Qué restará de los vastos misterios

a la lumbre del genio develados,

de las rutas abiertas

desflorando el mar,

del pulso de la luna,

de la misteriosa respiración

de los planetas?

 

¿Qué restará de esta isla que me alberga

entre sus coordenadas siderales,

de sus horas huyendo

hacia los aposentos de un tiempo intemporal?  

 

En un pozo de sombra

se sumirán conmigo

los siglos, y los siglos, y los siglos.

 

- XXVII -

Para taparme tengo

una manta de frío y de silencio,

una lágrima gris

y todo el abandono.  

 

La tierra calla envuelta en humo

y frío.

No llega el sol,

mi mente sola vaga por antiguas querencias.

Alguna flor,

algún momento,

se escapan brevemente de la aterida realidad

para extrañar un sueño.  

 

Es invierno.

Un invierno de escarcha cenicienta,

sin lumbre,

sin alientos,

sólo atroz permanencia.

Ya no hay viento, ni luz,

tan sólo frío.  

 

Los huesos tiemblan en mi cuerpo,

los nervios, las ausencias,

el vacío corazón.

Recostada en la pena del crepúsculo

tirita mi alma amoratada.

 

- XXVIII -

El tiempo de morir me ha vuelto

la carne fugitiva.

Voy entrando al ocaso de mí mismo.  

 

Desde el alba

mi pensamiento enterró su destello.

El pulso en la arena plantó el eco.

Naufragaron mis miembros

en estáticos gestos

buscando las cobijas del olvido.  

 

El laberinto derrumbó, al fin,

sus paredes.

Todo es irremediablemente cierto

y todo lo comprendo.  

 

Con su soplo la nada bate el viento

y la muerte se bebe mi último silencio.

 

- XXIX -

Hija del universo permanece

tras su sesgo orbital en movimiento.

Con lengua sideral

fustigó el viento su calma cenicienta,

y en la cuna del mar

ahogó la espuma un sollozo deshecho.  

 

Más triste la alumbró

la tristeza del sol esa mañana,

desvistiendo

su pálida piel desposeída.

 

Sola va,

desnuda y fría,

su rumbo perenne repitiendo.

No hay pájaros velandola vuelta de la noche.

Sólo una inmensa congoja

de estrellas enlutadas.

 

 

 

 


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