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LUISA MORENO DE GABAGLIO

  SOMBRAS HUIDIZAS - Cuento de LUISA MORENO DE GABAGLIO - Año 1995


SOMBRAS HUIDIZAS - Cuento de LUISA MORENO DE GABAGLIO - Año 1995

SOMBRAS HUIDIZAS

 

Cuento de LUISA MORENO DE GABAGLIO

 

LUISA MORENO DE GABAGLIO : Paraguaya. Chaqueña. Doctora en Ciencias Veterinarias (año 1976). Socia fundadora de PRONATURA. Socia del Club de Historia N° 1. Socia del Club del Libro N° l: Integrante de varios talleres literarios. Tiene cuentos publicados en los libros del "Taller Cuento Breve", en el diario "Hoy" y en algunas revistas literarias.

En el año 1988 obtiene el segundo premio con su cuento ecológico "Capibará" presentado en el concurso literario de cuentos breves "Veuve Clicquot Ponsardin".

En 1990, obtiene un diploma con Mención de Honor, con su cuento "Réquiem para el dorado", en un concurso organizado por la revista "Punto de Encuentro" de la ciudad de Montevideo, Uruguay.

En 1993, gana el segundo premio otorgado por la misma publicación uruguaya con el cuento "El antiguo catalejos". El 12 de octubre de 1993, fue galardonada con el segundo premio del Círculo Español de Puebla, en México, por el poema "Panthera Onca".

En el año 1992, se presenta su primer libro de cuentos ecológicos "Ecos de Monte y de Arena". Un año después, fue publicada la segunda edición de la misma obra, en su versión bilingüe, con el título de "Kapi yva", traducido al guaraní por el profesor Mario Rubén Álvarez. Este libro fue aprobado por el Ministerio de Educación y Culto, como libro de apoyo para la enseñanza del guaraní en todos los colegios del país.

En octubre del mismo año, publica su primer libro de poemas "Canela encendida".

 

 

SOMBRAS HUIDIZAS

"Dios todopoderoso, que en tu misericordia infinita" no recuerdo cómo seguía la plegaria. Este muslo se está hinchando, lo sé por la sensación de vendas apretadas que siento sobre la herida abierta. No debí quitarme los pantalones, las nalgas se me van helando; pronto vendrán por mí; no puedo seguir aquí; estoy hecho una sopa; tiemblo de calor y de frío: es la fiebre. No me gusta el color que va tomando mi piel: bronce viejo, color de tierra ferruginosa, la que pronto me cubrirá si no llegan a tiempo mis perseguidores. El aguacero me trajo una feroz compañía -pensé que se trataba de una alucinación cuando la rata me atacó comiéndose un pedazo de mis dedos muertos. No sé hasta cuándo podré tenerla a raya con mi cinturón, me siento muy débil, se me borronean las cosas, el animalejo sigue pendiente de mis reflejos. Está mojado y tiritando de frío igual que yo, debe tratarse de una hembra, las tetas se le hincan: en el piso, tiene el vientre fláccido, tembloroso, no le importan mis, gritos, ni mis manotones, está hambrienta; "hágame caso; doctor Castro, déjese de esos engañabobos. Yo, Liberato Ozuna, lo haré rico de un tirón. Se trata solo de achuritas en salmuera, usted habrá escuchado de la fuente de la juventud, ¿verdad? Confíe en mí. Yo fui ayudante de cierto médico alemán. El herr está bajo tierra, pero yo quedé con la experiencia y los contactos" -decía Liberato, por lo bajo, con la respiración agitada del asmático. "Nos vemos, socio" -dijo guiñándome un ojo cuando nos despedimos aquella madrugada en los fondos de la Clínica. Y levantando la mano derecha me hizo la venia "¡Heil Führer!"- y se perdió hacia la terminal de ómnibus. Lo apresaron horas antes de mi lío con el cura y sus feligreses. Lo vi por última vez cuando pasaba frente a la Clínica. Lo llevaban esposado. Parecía feliz. Iba cantando la Marsellesa con su voz de fuelle viejo. Liberato Ozuna. Carne de Tacumbú. Sus compañeros de infortunio, como estará llamando a los otros presidiarios, ya habrán escuchado las frenéticas lecturas de los Evangelios Apócrifos y del diario de su amigo alemán. ¡Ah Liberato, gran tipo! Vendedor de ungüentos para borrar manchas de la cara. Tengo el pulso agitado y necesito aire, siento la lengua como si estuviera hirviendo en mi propia saliva. "Las mujeres que tienen manchas, como paños o maculosas, no son buenas para lo que sabemos". "Si usan mis pomadas, lucirán como alabastro oriental" -me explicaba Liberato cuando sabía que las chicas lo estaban escuchando. ¿Qué contendría la vieja valija de cuero que llevaba atada al portaequipaje de su bicicleta? Ese cuervo que acaba de aparecer en el ventanuco no es el mismo que ayer me vigiló durante horas. ¡Cuántos árboles se habrán convertido en arrobas de carbón en este horno! Es amplio, debe tener dos metros de altura por tres de ancho. Tatacuá para hornear carbón. Cuando me encuentren, querrán dorarme en mi propio jugo. Aunque ya tengo media res cocinada por el activo Welchii. El cuervo de ayer se parecía al señor cura. Tenía el mismo lobanillo amoratado en el párpado. Igualito al de mi amigo ensotanado. "Este néctar es de la vendimia de los capuchinos, amigo Castro" -me decía el curalmas-. "Moscateles machacados por sagrados pies"- y continuaba: "Después de la primera botella, usted estará en gracia de Dios; después de la segunda, lo estará tuteando. Al terminar la tercera, usted ya no será un simple destello de lo absoluto. Será lo Absoluto. Amigo Castro, la perdición del hombre se llama Kuñá. El súcubo. Adelaida, su concubina. Libérese de ella. ¡Qué escándalo! Los vecinos los escuchan" -Que ella, que Adelaida me iba a entecar, que era como oruga de marandová: devoradora. Que su boca era la fragua de mi condena, que ella me acusaba de pecar en su carne; que esa mujer era puro fuego, salida del mismísimo infierno. Cura mentiroso. Él la mandó llamar. Quería tener su propia versión. Quería escuchar la voz susurrante, cálida. Se estremecerían sus labios azulencos, húmedos, lascivos. "Dime, hija: te toca, cómo, dónde, ¡ah, ah! -la voz cada vez más ronca, las manos crispadas en los bolsillos de la sotana. Él la quería para sí. El pueblo lo sabe pero calla. "¡Pobre! Es un santo. Tan solo, tan sin nadie que le caliente la cama". Pronto estarán aquí el cura, el comisario y la indignada comitiva. Dirán "Quieren a este hombre o a Barrabás". Agua y jabón para sus manos de molusco. Yo, para la turba que me hará pedazos. Pueblo mandioquero. Cuna y sepultura de cretinos. Ay, Adelaida, Adelaida, y el incipiente bocio abrazado al cuello. Moviéndose como si tuviera vida propia cada vez que ella hablaba o tosía. Y ella consciente de su turbación, de la avidez con que la miraba. Púdicamente lo arropaba con su manto de crespón negro, su manto de viuda. "Me creció porque me lavé la cabeza antes de cumplir los cuarenta días de mi parto", después de acariciar esa bola suave, tibia, movediza. Boca sedienta de yodo trepada a su garganta como un niño, como un enamorado o como un extraño ser nutriéndose de ella, de su calor, de sus jugos, del suave ronroneo de su voz. Y ella asustada de sus propios gritos, aterrada de volver a ser feliz: bajo las sábanas. Mi sucubina, ahora concubina del célibe libador de cepas blancas. Estoy velando mi propia muerte. Las ondas de fuego que suben a mi garganta me impiden gritar todo el horror de mi impotencia. Debo de tener cuarenta grados de fiebre, o quizás más. Vi la cara de la muerte tantas veces. Jamás pensé que asistiría a mi propia defunción. "Vivir, morir" ¿dónde habré escuchado eso?, rezar, o mejor soñar. Ah, si pudiera dormir, pero algo que no alcanzo a comprender me tiene despierto y lúcido. Debe ser a causa de las toxinas. "Si triunfan esas fuerzas extrañas, esa mano sucia que está contaminando nuestro partido y su unidad, entonces esta Junta será una farsa". Así comencé mi último discurso. Al día siguiente, el Director me llamó a su despacho. Alto, canoso, aséptico. "El campo le sentará bien, doctor Castro. Usted es joven y allá lo necesitan", su mirada neutra indagaba mi reacción. "Con el tiempo, la firmeza retornará a sus manos, y por acá se olvidará lo que le pasó"; el muy hipócrita. No encontré peor enemigo que el colega mediocre y vanidoso. El pulso puede jugarnos una mala pasada en cualquier momento. Es normal en nuestro trabajo: un mal día es suficiente, pero eso debe pasar inadvertido. Así tenía que ser, siempre tuvimos mucho celo en cuidarnos las espaldas. Pero no, al señor Director le bastó ese resbaloncito para sacarme de en medio. Me separó del cargo. Yo les podría molestar. Era peligroso para la unidad de la claque, y por esa razón fue prudente cancelarme la matrícula. Un baldecito de alquitrán y listo. Me fregaron, para eso están los amigos. Estos bichos me ponen muy nervioso, van aumentando en número conforme avanzan las horas. En algún lado leí que los cuervos huelen la carroña y envían a su bromatólogo. Ese que está en la boca del horno vino a controlar mi grado de putridez. Si la plebe no llega a tiempo, pronto estaré al dente para el banquete de los emplumados. Por suerte en este proceso no hay dolor. Eso sí, comienzo a oler mal. Huelo a cosas rancias, no puedo controlar el castañeteo de mis dientes; si por lo menos pudiese cambiarme esta ropa mojada, o cambiar de posición. Volvió a salir el sol. ¿Dónde habrá ido la rata? Jamás sentí tanto frío. Enseguida me di cuenta de que prevención e higiene no tenían validez en este rincón de mala muerte. Desde el primer día, el cuello de mi bata quedó asqueroso de sudor y de tierra colorada. "Mi hijo tiene ojeo" -dijo la mujer. El yuyero la mandó sahumar mirra, pindó, incienso y yerba alrededor del niño. No hubo caso de convencerla con otro tratamiento. Volvió al yuyero. Días después vi pasar aquel cortejo rencoroso; en medio iba el cajoncito rosado; no sé por qué lo llevaron sin la tapa, pero cubierto de, creo que eran jazmines; apenas se veía la carita pálida entre tantas flores. Los acompañantes apedrearon las ventanas y me echaron maldiciones. Durante varios días no pude olvidar el olor penetrante del angelito. Fue como si el olor se hubiera estancado ahí en la calle y se aventara hacia el consultorio. Me arden los ojos, estos ojos legañosos que ambicionan los cuervos. Nunca me acostumbré al agua turbia, caliente, que deja en la garganta el sedimento oleoso del barro. Hasta el pensamiento se me volvió arenoso. Sucumbí a la temible paz bovina. La rapidez mental, las decisiones audaces daban paso a una bochornosa abulia. Como si el proceso cerebral se desarrollara en el rumen. "Usted no sabe aprovechar su suerte, Castro. Qué desperdicio de materia prima", insistía Liberato. Veo sus ojos saltones desbordándosele por la falta de oxígeno. "Castro, estamos perdiendo el tiempo, esto es seguro", que sin riesgos, que allá en Asunción me dedicaron el INRI. "El aire puro del campo le sentará bien, doctor Castro" -así me había dicho el Director. Sin embargo, en cierta secreta sesión a la que no fui invitado, labraron mi epitafio. "No va a ser fácil dañar la imagen del doctor Castro"- fue la tibia defensa de- Fernando, mi inseparable colega, mi compañero de pesca. Pero su voz fue acallada. Bastaría con un comentario medio en broma", y surgió la idea: "Homosexual". "¿Castro homosexual?" No, mejor bisexual, más amplio. De amplio espectro: barre con toda duda. ¿Y si no resulta? "Cleptómano". "El cleptómano inspira lástima". "Tan buen muchacho y con esos vicios", y ya cunde la desconfianza. Ni de enfermero me querrían en ninguna parte. No hay mejor corrosivo. Avanza despacio, pero es seguro. Malditos, y yo preguntándome qué bicho les picaba cuando, al llegar a alguna reunión, veía que apresuradamente guardaban lapiceras, o ridículas baratijas de dudoso gusto. Hombrecitos llenos de ponzoña, de lamentable estrechez mental. Gracias a Liberato descubrí la telaraña con que me habían envuelto. Una sola vez fue a la capital y ya me vino con la noticia. Si salgo de esto, si el Clostridium. Allá arriba, en el cielo abovedado, veo un nido de avispón. Liberato me dio nombres y apellidos de los amigos y correligionarios que me estamparon la infamia. Cleptómanos de ideas ajenas. Oportunistas que acaparan los diarios adoptando poses y retóricas de moda para hacer impresión; pero el "ego cógito" es un memorable finado. Inflados de viento, pura cáscara. Ahora me dan risa esos sofocones de los dueños de casa, vigilando mis pícaros dedos. Pelones. Qué soberana estupidez, el infierno se ocupará de sus lenguas bífidas, como los cuervos lo harán de mis ojos en el sepulcro hediendo de sus buches. Los ojos del doctor Castro, los que vieron decenas de vísceras humanas, irán a la molleja de esos bicharracos. Qué ironía mi última morada, la pepsina cuervífera. El cura se infló como un sapo. Chilló, zapateó y escupió cuando me vino a interrogar. "¡Satanás!" Infame. Dime con quién andas y te diré quién eres. Liberato, profanador de tumbas y de santos, y usted, ateo confeso"- la voz del fraile retemblaba en las paredes; el curador de almas soltaba al inquisidor solapado. Rojo de ira, blandía los puños ante mi incurable alma, mi alma infecta de ateísmo, y luego con la sotana al viento y el crucifijo en alto fue en busca de la jauría. Liberato era tenaz. Sabía tentarme el condenado. "Menudillos saladitos, Castro, y en nuestros bolsillos un fajo de dinero yanqui. Y sería solo el comienzo. El bien y el mal no son sino sombras huidizas, nubes pasajeras. Del cielo Azar al cielodólar, viejo. ¿Eh?- y entró al consultorio aquella mujer tan delgada. El hijo no lloraba, gemía sin lágrimas. De la boca entreabierta salía un ruidito subterráneo, como de elásticos rotos. Los ojos estaban fijos en algo ajeno a este mundo. De la piel rezumaba algo pegajoso, y el vientre se veía hinchado, tal vez lleno de parásitos. "¿Qué come? -le pregunté. "Candial aguadito con té de anís" -me contestó alzando hacia mí una mirada afligida, cansada. "¿No le das de mamar?" Ella escondió el rostro demacrado. "No tengo más leche, me tomó aguacero y se me pasmó mi pecho". "¿Qué significa esa pulsera de trapo rojo y el palito de yerba?". "Todavía no se bautizó, y para que no le lleve el Pombero" -dijo apretando contra sí al niño, liadito como un cigarro. Cuando desnudé al chico, vi que tenía una cosa grasienta en el abdomen. "Es tonsinsal de chancho. Su remedio para la hinchazón" Un círculo violáceo se cerraba alrededor de los labios, sospechosamente pálidos. La voz de Liberato comenzó a martillarme en el cerebro. Ya no había pulso en ese bracito, puro pellejo. "Este chico debe quedar internado" -le dije sin mirarla. "Salvale a mi hijo, doctor" - se aferró a mi bata, súbitamente sacudida por un sollozo. Me costó separarla del niño, pero al fin la empujé suavemente y cerré la puerta. Preparé el instrumental y llamé a Liberato. De vez en vez, sentía que la mujer susurraba "Dios misericordioso" o algo así. Me asombró ver cómo el pequeñito luchaba por la vida con todas las fuerzas que le restaban, pero poco a poco iba entregándose, devorado por la enfermedad. Se revolvía convulsivamente, movía la cabecita, los brazos, abría la boca buscando con desesperación el aire que se le escapaba, y con un quejido de protesta, murió. Liberato y yo comenzamos a trabajar. Una hora después, suturé el pequeño vientre y-dispuse que entregaran el niño a su madre. A lo lejos vi avanzar a la mujer con el muertito en los brazos; despeinada, pálida, parecía salir de un feroz combate. Al pasar a mi lado sus ojos de loca no me reconocieron. Después vino aquel interminable silencio, y luego esos pasos precipitados en la calle, el cura, los gritos, ¡Asesino! y la fuga y el caballo desbocado arrastrándome con la pierna rota, y fue ayer o ¡cuántos cuervos ya habrán bajado! ¿Por qué tanto silencio? ¿Qué diría esa oración que rezaba bajito la madre del niño?


 

Fuente:
VERDAD Y FANTASÍA
TALLER CUENTO BREVE
Dirección y prólogo:
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
© Taller Cuento Breve
QR Producciones Gráficas
Asunción – Paraguay,
Mayo de 1995 (194 páginas).
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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