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IVÁN GONZÁLEZ

  CURUVICA DE RÍO, DE IVÁN GONZÁLEZ, UN POETA CASI FLUVIAL - Por ARMANDO ALMADA-ROCHE - Domingo, 22 de septiembre de 2013


CURUVICA DE RÍO, DE IVÁN GONZÁLEZ, UN POETA CASI FLUVIAL - Por ARMANDO ALMADA-ROCHE - Domingo, 22 de septiembre de 2013

CURUVICA DE RÍO, DE IVÁN GONZÁLEZ, UN POETA CASI FLUVIAL

 

  Por ARMANDO ALMADA-ROCHE

 

Iván González (Asunción, 1966) escribe poemas y relatos breves, es docente universitario e investigador en el sector educativo y, actualmente, se desempeña como director de Relaciones Institucionales en el Grupo Editorial Atlas. Es miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y del PEN Club.

Además de Solo de papel (1996), 1999, 2002), ha publicado Veredas (1992, con Alberto Luna y Roque Jara), Curuvica de río (1999, 2012), Sol y luna (2000, con José Antonio Alonso). Algunos poemas suyos han sido publicados en diversos medios impresos y digitales, tanto en el país como en el extranjero; algunos forman parte de Sin fronteras 1 ½: Pequeña antología de poetas jóvenes uruguayos y paraguayos (2004).

José-Luis Appleyard dijo al respecto de Curuvica de río que en “cierta manera, estos versos dan la impresión de que al poeta ‘le duele Asunción’ al verla tal cual es, por lo que al describirla da a veces, dolorosamente, con todas sus miserias; pero querida de todos modos. Y es el río el que ejerce una mayor atracción en el poeta. Es esa Curuvica de río la que encandila sus ojos ávidos de esa agua, y así puede decirle: ‘Me cruzás el cuerpo en múltiples abrazos/ curuvica de río/ escucho tu jadeo de olas endulzándome el aire…’. Y ese término, ‘curuvica’, un guaranismo incorporado a la lengua española, adquiere la fuerza que solo un poeta puede darle, y la imagen se irisa ante el sol que arranca de las aguas esos pedacitos húmedos y bellos, que son las curuvicas de un todo fluvial, vital e impresionante”.

Lengua y espíritu de Iván González

La poesía no consiste en lo que se nos comunica, sino en cómo se nos comunica, en la indisoluble articulación del contenido semántico y la expresión lingüística. Apartemos esta y por muy poético que sea su contenido, al quedar inexpresado, desaparecerá la poesía. Por ello, para intentar la aprehensión del mecanismo de una poesía, no queda más camino que el análisis de su forma lingüística, aunque algunos denominen a este, con cierto desdén, análisis formal. Forma es la poesía como todo arte. Sin la forma, que configura y discrimina los contenidos suscitados por la intuición y el sentimiento, no queda nada: un caos incomunicable (y la poesía, se ha dicho, es esencialmente comunicación).

Es sabido que las palabras, alrededor de su núcleo significativo intelectual, tienen como un halo consistente en las resonancias sentimentales y fantásticas que a ellas asocian los hablantes. Lo típico de la poesía es precisamente que esta envoltura que pudiéramos llamar gaseosa pase a primer plano, puesto que el poeta no emplea tanto los vocablos para evocarnos representaciones intelectuales y utilitarias como para transmitirnos un estado de ánimo, sentimientos. Cada poeta selecciona las voces más idóneas, por sus particulares resonancias, para expresar sus vibraciones sentimentales. Por eso cada poeta, con sus sentimientos particulares y la temperatura típica de sus vivencias, suele tener predilección por determinados grupos de palabras. Igual que la sintaxis clasifica las palabras por su función en la frase, igual que un diccionario ideológico las ordena por el parentesco de sus conceptos, podríamos en poética clasificar los vocablos por las características sentimentales asociadas a su núcleo semántico intelectual, y tendríamos, por ejemplo, palabras “blancas” (como nieve o paloma), palabras “negras” (como muerte o túnel), palabras “suaves” (como seda o murmullo), palabras ásperas (como roca o grito), etc. Clasificación, pues, según el clima sentimental.

Pues bien: en cada poeta se puede encontrar una selección de léxicos de este tipo. Por eso traslaticiamente es posible hablar de poetas suaves o poetas broncos, de poesía sosegada o de poesía hirviente, según el tipo específico de resonancias sentimentales que predomine en su vocabulario. Entonces, no debemos olvidarlo: esas palabras agrupadas por su parecido sentimental o imaginativo en el poeta tienen en su poesía una significación que puede distar bastante de su valor semántico meramente práctico, pues al aparecer con frecuencia se apoyan las unas a las otras y ponen en primer término su común denominador, esto es, su envoltura poética del mismo signo, quedando solo al fondo su referencia conceptual.

Demiurgo de la palabra

¿Qué selección léxica se opera en Iván González? ¿Qué temperatura interna de sentimiento nos reflejan las preferencias de su vocabulario? ¿Qué representaciones de fantasía quedan construidas con tales palabras?

El hombre duerme, rodeado por el peso de la ciudad. Este sentimiento del poeta abarca casi toda su poesía. El léxico lo refleja. El sentimiento de la ciudad lleva implícito la creencia de que antes –¿cuándo?– hubo un algo, algo que se ha des-hecho y se añora. Así, las palabras fundamentales –y más conceptualizadas– de soledad y fuego y ríos arrastran en la poesía de Iván González un cortejo de otras que indican resultados del pasado, muchos con el prefijo des-: desgajado, desarraigado, desbordada, destrozados, etc. El mismo temple aúna otros sustantivos: olvido, amargura, tristeza, etcétera.

Pero no todo es gris o negativo. Aun en el caos de las calles de su ciudad y ante el desamparo, existe algo que aspira a regiones claras y luminosas: el amor, la paz, la luz. Y como contrapunto a la coloración sombría de su ciudad, encontramos otras palabras positivas, iluminadas, libres, aireadas, todos símbolos de la meta liberadora que busca el poeta: lluvia, fuego, río, arroyo, etcétera.

A veces, en el paisaje en ebullición, surgen fugaces ensenadas de aguas tranquilas y suaves. Son momentos en que la violencia cotidiana se serena en resignada melancolía. Entonces el léxico bronco que conocemos aparece contrastado por otras palabras “positivas”: alto, puro, júbilo, barrio. Por ejemplo, uno de sus poemas dice:

Lluvia alta
y fina en los traspatios
olor a naftalina en los abrigos
sabor de café cargado tras los labios
paso de escarabajo en las solapas
náufraga de nubes
hundida entre las olas
verdes de los árboles
la tarde me ha traído hasta la orilla
misma de la táva
gris y difusa en cada pulsación
filosa del viento
la muerte retobada se ufana
escalofríos
–trenes desbocados bajo la piel
la bruja de la cueva muere de improviso
en los brazos laberintos
de tus calles
¿Nada o Dios?

Las palabras, además de aportar a la poesía la tonalidad del sentimiento, desempeñan otro papel: el de configurar en realidades objetivadas la representación imaginativa que sobre los sentimientos construye el poeta en su fantasía. ¿Cómo ve, cómo transmite Iván González el juego de sus sentimientos y de esas pocas piezas fundamentales de sus vivencias (hombre, mundo, ciudad, río, paisaje, niñez, Dios, etc.)? En esquema, la construcción imaginativa de estos sentimientos es así: el hombre –o el mundo– es una isla rodeada de un río amenazador, el de la muerte, el de la nada, y sobre ella y él hay una bóveda de salvación, el cielo, Dios, hacia la que el hombre –río– tiende; a veces hay niebla y el horizonte es confuso: el cielo y el río se mezclan, resultan uno: ¿nada o Dios? Y aquí queda apuntado un rasgo de las imágenes de González: nunca son fijas, su contenido suele ser polar.

En el remanso del río flota el hombre. En el siguiente poema encontramos la imagen del hombre como isla:

Me cruzás el cuerpo en múltiples abrazos
curuvica de río
escucho tu jadeo de olas endulzándome el aire
mientras me hundo en tu profundo cauce
tus peces me acarician en aleteos múltiples
voladores del agua tijeretas locas
hoy bebo en tu cabello tu aliento fresco
y escucho tu sollozante risa
oleaje crecido desde la calma
rompés las orillas del silencio torrentosa
subís al horizonte desnuda de nubes
desgranás mis uvas con tu ávida boca
te volvés a la noche más suave que el viento
me entrego a tus besos redondeles de luna
y te amo en lo hondo de tus ojos de agua
El tigre azul
El río puede ser también el del amor. Río tranquilo, donde bogar en gloria, cuando la mujer es un río de oro. Pero enseguida reaparece la otra visión del río, la furia, el tigre que devora:
De improviso
el río con su bocaza grande abierta
el río con su bocaza grande
el río con su bocaza engulle
mastica
mastica
traga devora
el río se ha vuelto un tigre azul
el río acecha a mis niños en las noches
tiene las zarpas filosas
araña las paredes de mi casa
tigre río azul tigre
con su ronda se ha comido la luna
(ya no alumbra encima de la torre cristalina)
tigre río azul tigre
en su ronda mete miedo al sol
(ya no reseca el suelo de mi patio)
el río se agazapa en su cueva
el río se agazapa y sale
se pasea
me mira
me mira
me mira con sus ojos de tigre
me mira
me mira y salta
el tigre
el río
el tigrerío
me ataca

En cuanto a los procedimientos de transposición imaginativa de las palabras, no creemos que haga falta puntualizarlos. Sabido es que toda imagen se basa en una comparación, explícita o tácita. Todos los grados aparecen en Iván González: a) por indicación de cómo: “como un tigre azul”; b) por copulación “tigre río azul tigre”; c) por oposición: “río, que se agazapa y sale”, etc.

Ensayos poéticos

Es muy conmovedor observar cómo este joven poeta (todavía es joven) (fuerte en la sustancia y suave en las formas), trata de disculparse con gentiles evasivas de que “no es un poeta verdadero”. El poeta esconde tímidamente, casi se diría púdicamente, toda la energía que impulsa y sostiene su espíritu: su vocación lírica. Si habla de sus poesías, los denomina “ensayos poéticos”. Dice: “Que un día espera ser digno de ser llamado poeta”. Nunca se enorgullece de sus intentos o de sus éxitos; en cambio, afirma que sólo se trata de obras todavía inmaduras: “Tengo el convencimiento profundo de que el fin de mi existencia es algo noble y útil para los hombres, siempre que logre alcanzar una perfección conveniente”.

Iván González ve en la poesía el aliento de Dios que anima y fecunda la tierra, la sola armonía en la que su espíritu se baña, para extinguir dentro de sí mismo el perpetuo disconformismo en una perpetua felicidad. La poesía colma el vacío de angustia que hay entre las partes más nobles y las más bajas del espíritu, entre los dioses y los humanos, en la misma forma que el cielo presta color y llena el abismo aterrador que se extiende entre las estrellas y la superficie de la tierra.

Insisto, pues, en que para Iván González la poesía no es simplemente un adorno humano o una postura moral o intelectual, sino acaso el único propósito de la existencia, el principio creador que sostiene el universo. Por esta razón, la consagración de su vida (después de su mujer y sus hijos) a la poesía es la única oferta de valor. Este solo concepto aclara magníficamente el carácter de nuestro poeta.

Lo bajo siente, pues, la atracción de lo elevado, pero también lo elevado tiende hacia lo bajo: la vida se eleva a la espiritualidad; pero también la espiritualidad desciende hasta la vida. Carece de sentido la naturaleza, sin que los mortales la reconozcan, sin que los hombres la amen. La rosa no es rosa aún, si no la acaricia una mirada contemplativa; ningún atardecer es hermoso, si no se graba en la retina del hombre. Y como el hombre necesita de lo divino para no morir, lo divino necesita del hombre para ser realmente tal y crea por eso los testigos de su omnipotencia y el carácter verdadero de la divinidad.

Esta concepción primordial de la filosofía de nuestro poeta, de la razón, de su razón, lo afirma cuando dice:

De la razón que nos trae
de la razón que nos lleva
en ese espacio que va
más allá de las tapias
mucho más allá de las orillas
donde ya no se agitan los mares
ni se arremolinan los vientos
nada nos quede en las manos
de la razón que nos quema
de la razón que nos apagas
en ese tiempo que va
más acá de las calles
mucho más acá de las pisadas
cuando ya no se apuran los pasos
ni se aceleran los cuerpos
nada nos quede en las manos

Poesías circunstanciales

Por esto el poeta, figura ungida y a un tiempo maldita, surgido del mundo, pero lleno de algo divino, está colocado entre los hombres y los dioses y está llamado a mirar lo divino para ofrecerlo a los mortales en imágenes adecuadas a la vida terrenal. El poeta procede de entre lo humano, pero sirve a lo divino; su obra es una suerte de apostolado, una misión. Solamente gracias al poeta la humanidad puede vivir simbólicamente en sus tinieblas lo divino. Como en misterio de la Misa, en el poeta los humanos consumen la hostia y beben el vino, cuerpo y sangre de lo infinito.

No puede ni debe el poeta escatimar algo de la cotidiana felicidad que es el precio –monstruoso precio– pagado por su vocación.

La poesía es un desafío lanzado a la fatalidad, es devoción y coraje. El que habla con el cielo, no puede temer ni los rayos ni los truenos, y menos puede temer al destino.

Como no puedo concebir la belleza independiente del tiempo y del espacio, no empiezan a complacerme las obras del espíritu (en este caso específico: la poesía) hasta que descubro su engarce con la vida, y el punto de contacto es precisamente lo que atrae. En el artista, en el poeta, busco al hombre. ¿Qué es sino una reliquia el más hermoso poema? Goethe ha formulado una frase profunda: “Las únicas obras duraderas son obras circunstanciales”. Pero, en realidad, son circunstanciales todas las obras, porque todas absolutamente dependen del lugar y del tiempo en que fueron creadas; no es posible comprenderlas, no es posible admirarlas con un amor inteligente, cuando se desconoce el lugar, el tiempo y las circunstancias de su origen. Las poesías de González también son circunstanciales.

Iván González tiene todavía mucho camino por recorrer. Es joven, talentoso y posee un especial cuidado en el momento de escribir poesía. No se parece a nadie, su estilo es peculiar, muy de él. Sin embargo, desde luego, viene de muchos poetas anteriores: los clásicos, y de los paraguayos, ¿por qué no? Hérib Campos Cervera, Elvio Romero, Ramiro Domínguez, por citar sólo a algunos de sus posibles influencias. Pero, repetimos, su voz es nueva, pujante. Su Curuvica de río, que acabamos de comentar, tiene las virtudes que toda poesía debe tener: originalidad, ritmo y brillantez de la palabra. Su pluma transmite los latidos de su alma y pinta el paisaje de su patria con una claridad y hondura inigualables.

Bienvenido, Iván González, al mundo de la poesía.


 

Fuente:  www.abc.com.py

Suplemento Cultural de ABC Color

Domingo, 22 de septiembre de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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CURUVICA DE RÍO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Autor: IVÁN GONZÁLEZ

 

 

Año: 2012

 

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