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ELVIO ROMERO (+)

  EL SOL BAJO LAS RAÍCES 1952 – 1955, 1984 - Poemario de ELVIO ROMERO


EL SOL BAJO LAS RAÍCES 1952 – 1955, 1984 - Poemario de ELVIO ROMERO

EL SOL BAJO LAS RAÍCES 1952 – 1955

Poemario de ELVIO ROMERO

Colección Poesía, 23

Segunda edición

Versión Corregida

© de esta edición Elvio Romero

Alcándara Editora

Edición al cuidado de C.V.M., M.E.V.M. y M.A.F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino

Tiraje de 750 ejemplares

Inscripción solicitada a la Agencia Española del ISBN

Hecho el depósito que establece la Ley 94

Se acabó de imprimir el 30 de mayo de 1984

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción, Paraguay (118 páginas)

 

 

 

ELVIO ROMERO, nacido en Yegros en 1926, es sin disputa el poeta paraguayo mejor conocido fuera del país. Una eficacia bifronte sostiene esa preeminencia: por una parte, su escritura asume de modo tan visceral las tristezas, las batallas, el martirio y la esperanza de la propia tierra, que termina por identificarse, semántica y conceptualmente, con los años imborrables y el espacio trágico del Paraguay contemporáneo. Pero tal integración no constituye un énfasis, ni siquiera una repetición; al contrario, ELVIO trabaja el camino de su poesía con el riguroso amor de un antiguo baqueano que recorriese los montes y los días discerniendo huellas y penumbras, perfumes y silencios. Y así la otra excelencia de nuestro escritor: sus versos nos castigan el rostro y aumentan el alma con el aire profundo de la auténtica Poesía.

ALCANDARA da las gracias al querido amigo que desde el exilio nos alcanzara los originales de EL SOL BAJO LAS RAICES, cuya primera edición -hace tiempo agotada- selló Losada en 1956. Además, la publicación de hoy se enriquece con la palabra de un gran americano, MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS, quien, en lo alto de su ausencia, abre el volumen con precisa admiración, y la de GONZALO ZUBIZARRETA-UGARTE, seguramente el mayor y más claro estudioso de la obra del poeta, como lo certifica el Epílogo elaborado para la ocasión. Falta declarar la explicable satisfacción de la editora, por tratarse del primer libro de ELVIO ROMERO que nace a la luz de su patria, después de casi cuarenta años de militancia en el fragor de la poesía.

 

 

 

PRESENTACIÓN

Lo que caracteriza la poesía de Elvio Romero es su sabor a tierra, a madera, a agua, a sol, el rigor con que trata sus temas, no abandonándose ni un solo momento a la facilidad del verso, y el querer interpretar el drama de su país joyoso de naturaleza y triste de existencia, como muchos de nuestros países. Pocas voces americanas tan hondas y fieles al hombre y sus problemas, y por eso universal. Poesía invadida, llamo yo a esta poesía. Poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida. Pero no la vida como la concibe el europeo, chato siempre ante nuestro mundo maravilloso y mágico, sino como la concebimos nosotros. Elvio Romero, como todos los auténticos poetas de América, no tiene que poblar un mundo vació con su imaginación. Ese mundo ya existe. Interpretarlo es su papel. Lo real es lo poético en América, no lo imaginado o ficticio. Y por eso se nos queda tanta geografía dispersa en flores, en astros, en piedras, en aves, cuando leemos los poemas de este inspirado poeta paraguayo. Por los intersticios de tanto prodigio como va cantando, se escapa el dolor de los pueblos, gemido y protesta, pero también esperanza y fe. Pero estos sentimientos y pensamientos nacidos del paisaje que se torna lúcido y que por momentos llegan a ser opresores, son rotos por el poeta que les "nombra". Romper el encantamiento "nombrándolos" es el arte de Elvio Romero, el encantamiento natural, ya que son transpuestos a sus poemas en el logro de otro encanto, el de la poesía, el sobrenatural. Sobre la naturaleza van sus versos arrastrando raíces de sangre viva, de vértigo, contraste y metamorfosis. Lo formal, si cuenta, cuenta poco en poetas en que hay una tempestad atronadora, en los cuales lo que se dice se expande y al expandirse crea o recrea, del mundo nuevo, su vibración auténtica.

(1956)

MIGUEL ANGEL ASTURIAS

 

 

EL HIJO DE LA TIERRA

Si me toca volver, si me tocara

volver a lo hondo, al haz de los rastrojos,

a lo hondo triste que encendió mis ojos,

a lo hondo cruento que labró mi cara;

 

si a mi propio nacer volviera para

remodelar mis raíces y despojos,

y tocando ese erial de fuegos rojos

mi propio origen, fuerte, me tallara:

 

volvería a cumplir el mismo rito,

volvería a cantar del mismo modo,

volvería a esplender el mismo nombre.

 

Pues arbolando siempre el mismo grito,

la misma luz transformaría todo,

¡la misma luz coronaría a un hombre!

 

EL CUERPO DE MADERA

Tienes, patria, las manos de madera,

todo el herido cuerpo de madera,

     madera y resplandor;

el sudor como lluvia de madera,

de madera los huesos, de madera

     dispuesta a resonar.

 

     De madera la sangre

     (¡chaparrón de madera!).

 

     De madera los ojos

     (cristal de la madera).

 

     De madera los gestos

     (sesgos de la madera).

 

¡Forestal capitán de la madera!

 

Te hicieron con guitarras de madera,

cajas de percusiones de madera

     se rompen a tu andar,

tu mismo andar es playa de madera,

playa para las olas de madera,

     de madera y calor.

 

     De madera las uñas

     (filos de la madera).

 

     De madera los ojos,

     de madera.

 

Y fibra y capitán de la madera,

     ¡de madera el amor!

 

Por eso tienes, patria, de madera

el puño vesperal, de una madera

     difícil de quebrar,

la más clara esperanza de madera,

de madera encendida, y de madera

     ¡tu duro corazón!

 

LAS RAÍCES

De abajo,

desde abajo,

¡de allá abajo venimos!

 

De allá,

de las praderas,

de la más honda piedra, de la lluvia,

del revés de la lluvia;

del viento disparado en leguas tórridas,

del aire aquerenciado en leña y humos,

desde el punto inicial

de una raíz gloriosa, de allá,

¡de allá adentro venimos!

 

Aquí hay hombres que salen

de una dura corteza

(y son madera),

de aguas e inundaciones

(y son de agua),

de agricultura y riego

(y son semillas),

y hay hombres que son tierra,

que arrastran en la piel tierra adherida,

que tienen piel de tierra,

que tienen tierra en el costado, tierra

que les hornea el pecho,

que son tierra

¡que tierra son para encender la tierra!

 

¡Venimos desde abajo!

¿De muy abajo? ¿Acaso

desde el filón caliente de la sangre,

desde el fondo ardoroso de las lágrimas

o desde el mismo origen del sudor?

¿Desde el sudor venimos?

¿Venimos ya desde el sudor acaso?

 

¡Mirad nuestras banderas!,

mirad que vienen de la agricultura,

de muy adentro estas raíces

que deliran aquí, que trepan por nosotros,

que a nosotros adhieren savia y lluvias,

que aprietan nuestras venas,

que amarran nuestras manos,

que nos devuelven siempre

al tirón ancestral de nuestra sangre,

que nos habían,

que nos recuerdan que de allá venimos.

 

Venimos desde abajo.

¿De muy abajo? ¿Acaso

como el enigma puro de una flor luminosa

besada desde el fondo por labios milagrosos,

cada vez más de abajo,

de a lo largo del polvo de las hojas?

-¿somos raíces?-

cada vez más atados a la tierra,

¿cada vez más atados a las raíces?

 

¡Mirad nuestras banderas,

mirad que vienen de la agricultura,

desde la inmensa noche,

desde el día!,

¡desde el punto inicial

de una raíz gloriosa!

¡Temed que puedan encender la tierra,

 mirad que vienen desde muy abajo!

 

EL SANTERO

Lacú, cara de miel, cabello cano,

temblándole, jadeante, la camisa,

fabrica santos, leve la sonrisa,

barcino guante de sudor la mano.

 

Trabaja en palos. Y al tallarlos tanto,

con calor de melcocha por la frente,

lo llama por allí la buena gente:

"Lacú, cara de miel, cara de santo".

 

Modela efigies rojas de madera,

pálidos santos de color de luna,

y le suenan los dedos como en una

llanura fatigante y forastera.

 

Cuando está airado, talla entre avatares,

y cuando alegre, hasta el taller se alegra,

se le envuelve la sangre en noche negra

si se le llena el alma de pesares.

 

Tales son sus desvelos; son tan fijos

sus labores, sus vértigos, sus sueños,

y es tanta la pasión de sus empeños

que tiene el rostro de sus propios hijos.

 

Lacú mira el vivir, sigue a la gente,

ante las vidas simples se emociona,

siente latir un gesto y lo aprisiona,

lo fija todo en su labor paciente.

 

De allí que cuando miran los vecinos

las figuras de palo en sus altares,

se ven, tal como son en sus hogares,

tal como son, jirones de caminos.

 

Para probar mejor lo que origina

dentro del puño como fuelle ardiendo,

se amarra al brazo enérgico un estruendo

de escopeta o cuchillo o carabina.

 

Si labra un santo, firme y despiadado

baña el cincel de fuego y agavilla

la gubia con cendal de maravilla,

fragor de tierra, semillar y arado.

 

Y si es santa, despierto en nuevo brío,

le da un soplo final mágico y sabio:

con flor de pacholí le pinta el labio,

las lágrimas, con gotas de rocío.

 

Y tanto se parece a sus criaturas

que él mismo es ya raíz, árbol, madera,

palpitación terrestre y verdadera

de cortezas con sol por vestiduras.

 

Trabaja en palos. Y al tallarlos tanto

con calor de melcocha por la frente,

lo llama por allí la buena gente:

"Lacú, cara de miel, cara de santo".

 

CARA TALLADA

Fregado por la tierra en tal medida,

de tal manera a su tirón atado,

tengo cara de campo, cara herida

     de semilla y sembrado.

 

Tanto me inunda su dolor de arcilla,

de roja arena y de surgente clara,

que hasta la propia tierra se arrodilla

     madrugando en mi cara.

 

Cara de región grave y de llanura

encandecida, sorprendida, arada;

cara de cicatriz, tajante y dura,

     pura y crucificada.

 

Tengo cara de pasto amaneciente,

de sol brillante en cuesta semillera,

cara de pan llevando ponla frente

     la activa primavera.

 

Cara de grumo gris que al aire acuño,

cara de pana o paño de bandera,

cara rebelde levantando el puòo

     de greda tempranera.

 

Con visaje sombrío, tengo oscura

cara de cárcel si a mi patria ofenden,

si con golpes le ultrajan la cintura,

     la encadenan y venden.

 

Cara de sombras pongo si me sabe

a sal el polvo que a mi patria embiste,

cara de sombras que ya apenas cabe

     sobre su mapa triste.

 

¡Y qué cara de alegre adolescencia

si irrumpen en pasión sus viejos ríos,

cara encendida, cara con presencia

     de muchachos bravíos!

 

Cara de sangre, cara antigua para

fecundar el fulgor que al sol avanza,

cara labrada por las lluvias, cara

     de rama y de esperanza.

 

Cara de soplo matinal, de hondura,

cara de pala en tierra verdadera,

cara tallada en viva agricultura,

cara de sol, de pan, de sementera.

 

ESCRITO EN OTOÑO

Madre mía, es la noche;

la airosa noche, madre, la noche de un otoño

que prolonga su triste joyel por los guayabos;

la noche sola, ufana, el distraído

silbo de la penumbra en las palmeras; ella, inmensa

aguardadora de la voz de tu hijo,

la que ha de verme humano como siempre a tus ojos,

inclinado al brasero de tu regazo inmenso.

 

Aquí estoy, madre mía, solo otra vez contigo,

todos oídos al claro temblor de tus palabras,

todo recogimiento junto al aromo tibio

de tu profundo corazón; así, contigo, en esta noche

en que te veo a solas, a solas con las cosas

que tú y yo recogimos a través de los días

nutridos de luz roja;

aquí estoy, madre mía, descubierta la frente

y con el mismo gesto caminante

que a tu cobijo urdía los sueños que conoces.

 

Llego hasta ti, en la noche,

con leve paso tardo de criatura que ensaya

agrupar en un puño todo el amor del mundo.

¿Que si apenas sonrío? ¡Cuántas, cuántas

deshabitadas noches labraron mi silencio!

- ¡noches que arrebataron de mis ojos al niño

que hubiera yo querido perder sólo en la muerte!-,

me dejaron visajes taciturnos,

revolar de mirada pensativa, insistente

melancólica arena entre los labios,

la misma mueca amarga de muchacho perdido

por los montes ayer, cazando estrellas.

 

He elegido este otoño

para rendirte cuenta de mis actos,

y tú me selecciones las perlas de la alforja,

diciéndote: he cumplido,

diciéndote que nunca desajusté mis pasos

de esos caminos rectos como el tronco de un árbol,

que nunca estos mis labios se apartaron del agua

generosa del cántaro más puro,

que prolongué en mi sangre la verdad de tu sangre,

que custodié con alma la lámpara que un día

pusiste entre mis manos, señalándome un norte

de sencilla conducta ante la vida.

 

Debo decirte a ti, junto al sendero

de claridad lunar, pequeña madre mía:

yo no he bebido nunca el vino adulterado

de las alevosías,

no embadurné la boca por los odres sombríos,

no conjuré divinidades falsas;

quise poblar el mundo de opulentos graneros,

soñé para los hombres los frutos capitales,

busqué trazarles rumbos sin duras peripecias,

busqué prenderles alas,

y llegar a este término de acogerme a tu pecho,

ganado el galardón de hablarte a solas.

 

A solas, madre mía, ante el otoño

-gran sonajero de murmurio y tiemblos-,

a solas, sin que nadie me escuche ni te escuche,

nombrándote a los míos; a los míos, a aquellos

que posaron la palma de la mano en mis hombros,

los que nos fueron fieles en la dicha y la pena,

y que hubieran querido, como yo, en esta noche,

cantar en ti a la madre de todos sus desvelos.

 

Guarda tú las reliquias:

de los antepasados; guárdalas; madre mía,

guárdalas en el hondo zarzal de tus recuerdos,

cúbrelas de silencio, que se arrumben los cofres

en el gris meridiano de nuestro patio humilde,

y que en tu mano vuelvan las bujías

nuevamente a alumbrar los aposentos.

 

Acógeme, entretanto,

tiéndeme a tu costado, en las almohadas

como antaño otra vez, como en los días

de copiosa quietud, de gestos, de palabras

que asistieron también con su inocencia

a toda la creación del universo.

 

LA COPA DE LA PAZ (BRÍNDIS)

¡Alcemos esta copa, mis amigos! ¡Que suene

en nuestras manos firmes su prestigiosa lumbre

y, exprima un zumo vivo de azul viñatería;

que su profunda y clara transparencia se llene

de resonancias hondas, y se encienda y alumbre

nuestras tierras ardientes con su mensajería!

 

Alcemos esta copa, la más antigua y pura

copa de temblor claro que la patria elabora

-copa del corazón, de terracota altiva-,

copa de paz que ofrece con cándida hermosura,

copa labrada en hornos de semilla sonora,

al ras de una llanura candente y encendida.

 

Bebamos de esta copa paraguaya, ofrecida

por estas manos rudas, por los callados hijos

de la selva, el quebracho, la terrestre dureza;

copa de bordes tibios, de arcilla conmovida,

con el cuenco inclinado al horizonte, fijos

sus nuevos manantiales por cauces de pureza.

 

Con esta copa sola podrá secarse el llanto,

tejerse un hondo nido de amor a las parejas

de pájaros, que afirman su vuelo entre las luces;

con esta copa sola derrotarse al espanto,

lavar nuestros senderos de vértigos y rejas

librando a su habitante de cárceles y cruces.

 

Que el árbol tenga paz. Que el árbol fuerte tenga

tranquilas sus raíces, de esplendores ilesos,

que nada hiera el fondo de su hondura severa;

que en paz la tierra dura le aliente y le sostenga,

que el aire en paz le alhaje con pétalos y besos

sosteniéndole el viento la rama duradera.

 

¡Alcemos esta copa, sea la bienvenida

al merecer por siempre nuestra fe y alabanza;

que pechos leñadores sostengan su armonía;

alcemos esta copa prohijando a la vida,

alcemos esta copa de infinita esperanza,

esta copa sedienta de luz y de alegría!

 

COLOR DEL ALBA

Para el hombre que trabaja

y en los montes deja el jugo,

se enciende un alba de yugo,

cuchillo, caña y baraja.

 

Decoración de las parras,

campos, casas y viñedos,

sol y música en los dedos,

el alba de las guitarras.

 

Si es muda ceniza, cobre

que no brilla ni resuena,

triste, vendida y ajena,

es alba de gente pobre.

 

Fulgor de un hacha violenta

que al pueblo arroja de bruces,

sembrando el suelo de cruces,

¡alba de sangre y de afrenta!

 

Revienta salvas de vinos,

de horror en su laberinto,

puñal sangrante en el cinto

si es un alba de asesinos.

 

Herrumbrando los llaveros

sobre los hombres dormidos,

frior de rifles tendidos,

¡alba de los carceleros!

 

Capitán de resplandores

que echa flores y claveles,

vino puro en los manteles

¡el alba de los cantores!

 

Alba destilada en rachas

de perfumados jazmines,

alba de amorosas crines:

¡el alba de las muchachas!

 

Y hay hombres que entre los dientes

llevan albas de emociones,

albas de hermosas canciones,

¡albas de los combatientes!

 

 

 

ESCUCHE EN VIVO/ LISTEN ONLINE:

COLOR DEL ALBA

Intérprete: JUGLARES

Material: DESPERTAR

 

 

 

 

LÁPIDA PARA LOS ARTISTAS

QUE TRAICIONARON AL PUEBLO

Debo hablar de vosotros, de vosotros que en venta

dejáis hasta el humilde cristal de una mirada

-apartando los ojos del farol que alumbramos-,

que enarboláis por pluma la pluma que no inventa,

por honor la humillante reverencia a una espada,

por divisa la pobre moneda de los amos.

 

Estáis en vuestro sitio. Ya habéis tenido cita

con las sombras falaces que amaba vuestro pecho;

ya entregásteis el Árbol que cubrió la primera

morada de la sangre: la tierra que se habita;

ya habéis herido el aire, que se tumba deshecho

por donde traficásteis también la primavera.

 

Triste oficio ha ordenado la sombra a vuestras manos:

destinar a un retablo de farsa a la esperanza,

subastando las hierbas, las pasiones, los nombres:

abrir todas las puertas de casa a los tiranos,

presumir que el dinero puede alcanzar o alcanza

las delicadas cumbres del sueño de los hombres.

 

¡Lejos estáis del alba! Vuestras frentes desiertas

no conocen el suelto poderío del viento,

ni vuestros pies el claro fragor del mediodía

robusteciendo el ala de las mieses abiertas;

de sequía en sequía, sois el abatimiento

que ignora el sorpresivo temblor de la alegría.

 

No sabéis que la tierra lleva el tenaz empeño

de alimentar sus predios con fervor conquistado

luego de ensangrentarse con luchas y avatares;

lleváis puñales negros de rencor en el ceño,

lleváis entre los dientes el dinero logrado

a fuer de haber vendido las arpas populares.

 

¡Las arpas populares! Allí están, encendidas,

con el cordaje a punto y en pie de llamaradas,

buscando manos que hablen con voz de varonía;

allí están, largo a largo, resonancias hendidas

en los bravíos cauces del mañana, entregadas

a la faena hermosa de arder con rebeldía.

 

No era para vosotros la vestidura ardiente

del canto que dirige sus flechas a la vida

con prodigioso vuelo de cuchillo y de riego;

no era para vosotros el panal transparente

de resina y milagro, de miel enardecida

que en la boca llevamos, con vocación de fuego.

 

¡Habitad el silencio! Ya tendréis otra suerte

mientras inauguremos la fiesta en los senderos,

y palpitantes arpas en el telar del viento

nos hablen de otra vida adolescente y fuerte,

¡y cumplan sus jornadas los varones señeros,

por donde el sol bautiza su nuevo nacimiento!

 

ABRID EL PECHO AL CORAZÓN

Abrid el pecho al corazón, hermanos,

que el corazón se encienda a cada hora,

que se cubra de sol dando a la aurora

la misma claridad que a vuestras manos.

 

Que el corazón trabaje, que sonría

saliendo humildemente a ser un hombre,

que tenga en su destino un nuevo nombre,

un nuevo signo en el umbral del día.

 

Dejadle ser un árbol; que resuene

por dentro como grano en sembradura,

fruto resplandeciente que madura

la amanecida unción de lo que viene.

 

Dejadle ser un hombre, simplemente,

con vocación de pámpano y arado,

sobre su propia luz atrincherado,

grano de surco, amigo de la gente.

 

Que pueda el corazón ser lo que quiera,

preñado vientre o llama enardecida,

fertilizante avena de la vida,

color de naranjal de una pradera.

 

Venablo hiriente, cerbatana, lanza

zigzagueante en el alcor del cielo,

resplandor avizor llevando en vuelo

la progenie de pan de la esperanza.

 

Dejadle hacer al corazón, que cante

con un collar de fuego en la garganta,

como un brillante soplo que levanta

vuestra triste raíz de arena errante.

 

Que pueda el corazón ser lo que quiera,

un hombre enamorado simplemente,

¡pero un hombre de pueblo, sonriente,

que aprendió a fecundar su sementera!

 

LOS HOMBRES

Los moradores de estas tierras duras

     llevan cuchillos,

amasijan sus puños yendo al monte,

del monte bajan con centella y brillos.

 

Los moradores de estas tierras duras

     son de madera,

de la madera arrancan su alegría,

a la madera van con su tristeza.

 

Los moradores de estas tierras duras

     tienen guitarras,

con su guitarra suben por las cuestas,

con su guitarra hasta la tierra bajan.

 

Los moradores de estas tierras duras

     llevan fusiles,

suben al hombro fogaradas de oro,

quemaduras metálicas y firmes.

 

Los moradores de estas tierras duras

     hierros trasudan,

hierros afilan para sus puñales,

para el bélico afán de la cintura.

 

     Y siempre

el torvo ceño ante el candil foguean,

     avanzan

con sus ásperos torsos de madera,

     escalan

con briosa pasión las rojas cuestas,

     y ahora

ante el muro de sombra al que se acercan,

con sus guitarras cantan y protestan,

y con el puño en alto ante las rejas,

en el momento aciago en que golpean,

comienza a amanecer

     ¡y arden y sueñan!

 

MACHETE

Aquí quiero clavarte,

recio varón, en una

crispación temblorosa

sobre la tierra dura

aquí, para que puebles

de coraje y de altura

las fragorosas fuentes

del corazón, y asumas

los gestos varoniles

que los hombres procuran.

 

Aquí hace falta siempre

que la sangre consuma

calladas combustiones

de enérgica hermosura,

pues por los pobres yermos

la vida tiene puntas

de arado que ara surcos

de negras desventuras,

y a todo un pueblo hieren

con puñado de púas,

le asogan entre cruces

y de bruces lo insultan

y le rompen los huesos

con clavo y ligaduras.

 

Por eso es que quisiera

tenerte adonde zumban

los sofocantes sesgos

calientes de la lluvia,

por esos sitios rojos

donde los puños buscan

tenerte entre fulgores

de revuelta y de lucha,

que así, lavado el filo

de herrumbres y de arrugas,

desarraigues de golpe

las malezas desnudas,

la vieja servidumbre

de la comarca enjuta,

cuyo temblor vasallo

no hierve ni fecunda.

 

¡Contempla nuestras manos,

tiéndelas, una a una,

libres por fin, unidas,

como banderas puras!

¡Qué grano jubiloso

no saldrá de la hondura,

haciendo estallar, frescas,

las cosechas futuras,

en tanto un haz triunfante

de racimos, prorrumpa

con un dichoso idioma

de amor y de ternura!

 

¡Qué no será ya nuestro,

si todo se inaugura

junto a un sol victorioso,

testigo de estas luchas;

qué no será ya nuestro,

si sólo con las súbitas

claves de los preanuncios

la vida nos alumbra;

si todo el porvenir

se emociona en las rutas

por dónde vas rompiendo

las alimañas rudas!

 

Todo saldrá a tu paso,

como alguien que saluda,

y hasta la tierra misma

te habrá de abrir su cuna,

la tierra, entera y virgen,

de pertenencia tuya.

 

¡VEDLOS PARTIR!

¡Vedlos partir! Unos rompen

con sueños las noches claras,

otros van con embozados

lutos  de piedra en la espalda,

bocas de negros visajes

que no resuenan ni cantan;

aquéllos son la creación,

éstos; las cenizas magras,

para unos se enciende el sol,

para los otros, se apaga.

 

Algunos van por la vida

como arados por fragancias,

varones que a flor de piel

respiran la luz del alba,

firmes como airosa espuma,

tiernos en la encrucijada,

descifradores de un haz

de antiguo trébol que sangra

radiantes mensajerías,

señales para mañana.

 

Pero hay hombres que no llevan

sino estériles guadañas,

ecos de vacío pozo,

noches de vacía trama,

manos que no acariciaron

cabelleras de muchachas,

besos que nunca iluminan

ni fecundan las estancias,

torsos que no se foguean

con afán de abrir la marcha.

 

Fuegos altos llevan unos,

como otros no llevan nada.

Estos marchan enlutados

y con la boca cerrada,

con eclipses en la piel,

cubiertos de arena pálida,

pájaros que al remontar

el vuelo pierden las alas

y en los atajos que acechan

se oscurecen y rezagan.

 

Vigor de lumbre en la vida,

contemplar a los que marchan

resueltos, reconocibles

por el monto de sus ansias,

que en los crepúsculos sueñan,

que en los mediodías cantan,

con labios que alimentaron

las decididas palabras.

 

Unos cargan en los hombros

sus briosas llamaradas;

los otros, yertas y frías

ramazones y marañas,

y siempre al saber por cuál

sendero los dos avanzan,

para unos se enciende el sol,

para los otros se apaga.

 

EPÍLOGO

De todas las vocaciones poéticas, ELVIO ROMERO es la más fervorosa que ha producido, hasta ahora, el Paraguay. Es asimismo -juntamente con Augusto Roa Bastos y Gabriel Casaccia en la narración- el escritor paraguayo cuya obra ha tenido más difusión fuera del país, hecho que le da un relieve especial a aquélla, dado la sistemática ignorancia, de nuestra literatura en el exterior.

Nace el poeta, en 1926, en Yegros, pueblo del sur del país; es allí, en Encarnación y Ñu Porâ -este último otro pueblito situado en las proximidades de la frontera con el Brasil- donde pasa los primeros años de su vida. La niñez campesina de Romero cobra enorme significación en cuanto a su destino poético. Ya en el exilio, su obra no consiste, en gran parte, sino en la evocación de la naturaleza del Paraguay, a cuyas primeras revelaciones asiste con ojos deslumbrados: "Yegros -dice el escritor- ha sido y es para mí el rilkeano país de la infancia, el de las sorpresas y el de los imborrables encantamientos". 1

El acervo estilístico de Romero es, en líneas generales, el de toda una época, y lo utiliza con la asimilación necesaria para transfigurar su expresión e imantarla de una fuerza primigenia y personal.

Tierra antropomórfica es la del poeta; cruel y mezquina como los hombres, oficiante de los más despiadados holocaustos en un rito que parece inacabable. Pero también como ellos, a un mismo tiempo, generosa y solidaria. La Simiente -personalizada-brota de la imaginación de Romero con una aureola jubilosa y triunfal y se instala, como un paradigma, entre los hombres:

 

Una dura Simiente, valerosa,

inmensa y clara,

como un destello azul sobre los montes,

densa, sobresaltada,

ríe como un muchacho por los valles,

ríe por las ventanas,

con sus dedos va a abrir, segura y fresca,

la rumorosa flor de la mañana.

 

Vertiginoso polen de alegría,

de juventud, avanza,

trae un pan en las labios, nos promete

una dulce morada,

de sus hombros descarga los murmullos

por las hierbas.

                  Y avanza

 

De todas las constantes que tipifican el lenguaje de Romero, la más característica es la reiteración. Toda su poesía, tanto en el significante como en el significado, constituye una vibrante acumulación reiterativa. El poeta se sirve de ella en sus diversas variantes -estribillo, sintagmas no progresivos, anáfora, correlación y paralelismo- como un martilleo que, aunque casi siempre resuena en una dimensión social, a veces deja también oír sus ecos en otra en la que está implicada la condición humana con toda su contradictoria complejidad.

Al estudiar esta fórmula estilística del poeta, se advierte de inmediato la concurrencia simultánea de dos o más tipos de reiteración en un mismo poema. El ejemplo que se muestra seguidamente, exhibe, además de anaforismo, la reiteración correlativa de los elementos de una serie sintagmática no progresiva:

(Al) De allá,

(A2) de las praderas,

(A3) de la más honda piedra, (A4) de la lluvia,

(A5) del revés de la lluvia,

(A6) del viento disparado en lenguas tórridas,

(A7) del aire aquerenciado en (B1) leña y (B2) humos,

(A8) desde el punto inicial

una raíz gloriosa,

(A9) de allá,

(A10) ¡de allá adentro venimos!

 

"Allá" se repite dos veces y "lluvia", una. "Viento" progresa en su correlativo "aire"; y el adjetivo "tórridas", en los sustantivos "leña" y "humos". La trayectoria en que se sucede la serie de sintagmas no progresivos es casi vertical; sólo se interrumpe brevemente en la unidad A7 que se bifurca en B1 y B2.

La patria de Romero adquiere entidad física por medio de un fruto de la tierra -la madera-, y tiene cualidades antropomórficas: lucha y sufre, ama y sueña como el hombre, quien a su vez no es otra cosa sino una cifra telúrica:

 

Tienes, patria, las manos de madera,

todo el herido cuerpo de madera,

     madera y resplandor;

el sudor como lluvia de madera,

de madera los huesos, de madera

     dispuesta a resonar.

 

     De madera la sangre

     (chaparrón de madera).

 

     De madera los ojos

     (cristal de la madera).

 

     De madera los gestos

     (sesgos de la madera).

 

¡Forestal capitán de la madera!

 

Te hicieron con guitarras de madera,

cajas de percusiones de madera

     se rompen a tu andar,

tu mismo andar es playa de madera,

playa para las olas de madera,

     de madera y calor.

 

     De madera las uñas

     (filos de la madera).

 

     De madera los ojos,

     de madera.

 

Y fibra y capitán de la madera,

     ¡de madera el amor!

 

Por eso tienes, patria, de madera

el puño vesperal, de una madera

     difícil de quebrar,

la más clara esperanza de madera,

de madera encendida, y de madera

     ¡tu duro corazón!

 

Debe repararse en que la utilización de la anáfora y de la correlación produce en el poema que se acaba de transcribir la representación de ese mundo tan propio del escritor, dominado por la naturaleza, en el que se localizan las vivencias profundas de su infancia. El sustantivo "madera" aparece nada menos que veinte y ocho veces a lo largo de la composición, y, exceptuando una ocasión, siempre está introducido por la preposición "de". Además se puede ver en ella una lujuriante arborescencia de correlaciones: "manos" progresa en "cuerpo" "huesos" y "puño", mientras que "sudor" avanza en "lluvia", "sangre" y "chaparrón". Otros elementos registran, por su parte, una progresión correlativa de un solo grado: "ojos", en "cristal"; "gestos", en "sesgos"; "uñas", en "filos". Pero aún no termina aquí esta densa red correlativa, ya que se pueden señalar otros desplazamientos del mismo carácter como "guitarras" que avanza en "cajas de percusiones" y "playa", en "olas". Por lo demás, el mismo núcleo de la anáfora se halla reiterado con el adjetivo "forestal". Resultaría difícil encontrar en toda la obra de Romero un poema en el que no se recurra a alguna variante repetitiva, pues es el recurso más relevante de su lenguaje, el medio por el cual insufla a la palabra de una connotación que transciende su contenido habitual.

En las líneas siguientes, adviértase la poderosa plasticidad de una imagen lograda a través de la anáfora.

 

Sujeto a palos en cruz,

un hombre, quieto,

sobre dos palos en cruz,

con sogas entre los huesos.

 

Y abajo el viento.

 

Acaso atada mi tierra

como un tamborón de cuero

sobre dos palos en cruz.

 

Y enfrente el viento.

 

¡Toda la patria en el suelo

sobre dos palos en cruz!

 

¡Y encima el viento!

 

La reiteración del "viento", en tres niveles, establece la representación del "hombre" -quien es "tierra" y "patria" a la vez agonizando en un pasado-presente de crucifixión:

 

Y encima el viento

                         Y enfrente el viento

              hombre

Y abajo el viento

 

 

 

ESCUCHE EN VIVO/ LISTEN ONLINE:

Y ENCIMA EL VIENTO

Intérprete: ÑAMANDU

Material: Y ENCIMA EL VIENTO

 

 

 

El humanitarismo de la inspiración de Romero se basa en la irreductible integración de hombre y paisaje. Es en el seno de su tierra -sometida por él a un constante proceso de transmutación dramática- donde intuye, desde niño, los símbolos de su poesía. Lo que asimila de los poetas a quienes más admira -y lo que recibe también de su ideología- sólo opera como estímulo para la expresión inevitable de una experiencia que se le arraiga feroz-mente en la memoria.

ALCANDARA se congratula de haber recibido, de manos del poeta, esta versión corregida de EL SOL BAJO LAS RAÍCES. El propósito de esta Editora -dar a conocer de una manera orgánica la poesía paraguaya- no se cumpliría en plenitud sin la publicación de un poemario de Elvio Romero.

Asunción, 19 de mayo de 1984

GONZALO ZUBIZARRETA-UGARTE

1.- Ver Hugo Rodríguez-Alcalá, "Elvio Romero, poeta del campo", en Literatura paraguaya y otros ensayos, p. 213.

 

 

 

 

INDICE : Presentación,

*. El hijo de la tierra,// El cuerpo de madera,// Las raíces,// El santero,// Todo creció en el valle,// Aguafuerte,// Valeriano Méndez llega a los obrajes,// Cara tallada,// Conversando con José Asunción Flores,// El cegador de alondras,// Guitarra,// Escrito en otoño,// La copa de la paz,// La pala,// Color del alba,// Guardamontes y botas,// Lápida para los artistas que traicionaron al pueblo,// Pequeña canción,// Abrid el pecho al corazón,// Los hombres,// Las intrépidas lanzas,// Nana en el alba buena,// Otras fogatas,// Un hombre,// Elegía,// Poema,// Machete,// La guitarra pueblera,// ¡Vedlos partir!,// Aquí y allá,// Chaco,// ¡A ver, muchacho!,// El amo de los feudos,// ¿Quién va?,// ¡Es tu deber, soldado!,// Estad atentos siempre,// La simiente

*. ELEGÍA AL POLVO GUATEMALTECO : Tenías, Guatemala, I, II, III,  IV, V, VI, VII, VIII, Ruego al polvo guatemalteco,

EPÍLOGO.

 

 

 

 

ENLACE A OTRA OBRA DE ELVIO ROMERO:

CANTAR DE CAMINANTE

Autor: ELVIO ROMERO

Editorial El Lector,

Director Editorial: Pablo León Burián,

Texto de contratapa: Ariel Romero

Edición al cuidado de:

BERNARDO NERI FARINA

Ilustración: Le Semeur – Vicent Van Gogh

Diseño de tapa:

Ariel Romero, Jorge Altamira.

Asunción-Paraguay (93 páginas)

 (Hacer click sobre la imagen)


 

 

 

 

 

 

 





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