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ELVIO ROMERO (+)

  ELEGÍA AL POLVO GUATEMALTECO - Poesías de ELVIO ROMERO


ELEGÍA AL POLVO GUATEMALTECO - Poesías de ELVIO ROMERO

ELEGÍA AL POLVO GUATEMALTECO

Poesías de ELVIO ROMERO

 

Tenías, Guatemala, que ser, pequeño polvo,

la salvaguarda del honor, tenías

que levantarte un día con tu cara de pueblo,

brotar como caliente rama en los arenales,

preñar tu territorio de vivientes vasijas

-sacudiendo la frente de perfume y cereales-,

Levantar los martillos duros en la desgracia,

bramar entre castigos,

para que todo el aire comprendiera de pronto

que su hermano menor, puro y bravío,

sostenía en las manos la conciencia de América.

 

I

¡Ah,

pueblo, pueblo, polvo resonando

por senderos de sol y advenimiento,

surco sagrado andando,

humana sombra de una aurora espléndida

de amor, sólo de amor profundo,

pueblo padre, parto de los amanecidos

temblores de la tierra, corona de los hombres,

liquen para la vida,

candil de un auroral deslumbramiento, claro

de luz y altura y música:

oh, haber nacido entre tu llama augusta,

oh, haber nacido para asir tus frutos!


     Vale sufrir, subir

para alcanzarte, nacer como cualquiera

aunque jamás vivir como cualquiera,

vale la pena combustirse en iras

para acoger tus alas vesperales, tus brillantes

pasos de fuerza y gérmenes,

para alcanzar tus ámbitos fecundos: vale alzarse y caer,

saltar el cerco

por merecer llevarte y abrasarte.


Pueblo, bravío polvo,

valiente padre popular, abierto

al viento boreal de los pasos futuros,

a las constelaciones tranquilas y a la vida

tenaz de los que te aman,

de los que van por ti condecorados,

por ti sumidos en nocturnos trances,

por ti poblados de pasión y auroras.


     Más valdría llevar

- ¡Oh, más, oh, más valdría!-,-

más valdría llevar, si a ti no te lleváramos,

una voz ya vencida por la sombra,

un pulso sin latido ni soberbia,

sin claridad solar,

o un gran saco de lágrimas oscuras.


     Estaríamos siempre

hincados en las piedras destrozadas,

sin nada ya - ¡Oh, recuerdos!-,

boca ya sin palabras;

deshabitados, rotos, maldecidos,

sin música final, sin himnos de alegría.


II

¿Qué eras tú, pequeñita de albura y de vellones,

lana por manos claras de tejedor buída,

primer rocío fresco que nos cayó en la mano,

madera en el estruendo de la carpintería

con que el hombre construye la casa del futuro,

en el glorioso acecho del pan y la alegría?


Bebías agua azul, la que transfiguraba

tu garganta en hermosa gruta fortalecida,

pociones de encendida miel de sus colmenares,

leche primaria y blanca de siembra campesina,

rebeldes gotas puras ungidas sin renuncios

para el milagro hermoso de curar las heridas.


Allí esparcía el viento resonancias de selva,

zodiacales y verdes torrenteras que iban

hacia las nuevas frentes con lustre de sudores,

hacia los cañamazos de la sangre y su hombría,

todo injerto en regueros de honradez alfarera,

unido al eco en marcha de una vital ceniza.


Y eso es todo: un pequeño país reconquistado,

en cuyas dulces manos la pasión advertía

sus resueltos avisos, por si el sordo enemigo

pretendiera de pronto, con pólvora y con picas,

galopar en sus tierras con alevosos cascos

o arrancarle a tirones la piel y la camisa.


Y sucedió que fueron rotos los altos muros,

abiertas ya las puertas de la patria, en un día

de ásperas alimañas, y los roncos volcanes

ocultaron sus lavas de antorchas primitivas,

para que el ceño avieso de un traidor no supiera

que allí se guarecían las llaves de la vida.


¡Qué signos extranjeros te marcaron la frente!

¡Cómo podrán bajar de la altura a tu arcilla

para que no nos pueda señalar nuevos rumbos,

para que no nos llame con fuerza hacia una cita,

donde vayamos todos a quemar flores rojas

y América renazca gallarda de sus chispas!


III

¿Quién puso entre tus hombros su madero

y tres veces negó ser de tu arena?

¿Quién levantó su cólera a tu frente?

¿Quién ha ultrajado, pueblo, tus estelas?

¿Quién ofendió tu rayo poderoso?

¿Quién no supo medir tu efervescencia?

¿Quién lanzó contra ti golpes verdugos?

¿Quién profanó tu vara de grandeza?

¿Quién codició tu rutilante fuego?

¿Quién quiso ver caída tu cabeza?

¿Quién se apartó cuando sintió tus pasos?

¿Quién te clavó con su mirada abyecta?

¿Quién injurió en la noche tu corona?

¿Quién vejó a escupitajos tus centellas?

¿Quién bebió en la vasija del cobarde?

¿Quién ignoró tu espada turbulenta?

¿Quién maceró su máscara en la infamia?

¿Quién esquivó la luz de tus estrellas?

¿Quién huyó ante las alas de la aurora?

¿Quién detestó tu barba nazarena?

¿Quién lastimó los dedos con su látigo?

¿Quién arañó los muros de la afrenta?

¿Quién no alabó tu nombre y poderío?

¿Quién quiso para ti llanto y pobreza?

¿Quién ultrajó la sombra de tus héroes?

¿Quién se pobló la sangre de violencias?

¿Quién con rencor tejió su vestidura?

¿Quién temió contemplarte la cabeza?


IV

¡Ah, espina de traiciones!

Oh, pueblo,

ay, desdichado polvo fragoroso:

¿quién humilló tu fabulosa cifra de pasiones,

quién confundió un domingo con un día jueves,

un puñal con un lirio,

quién preparó la fosa para el niño humillado

que en su sitio de muerte todavía lloraba?


Ah, espina de traiciones,

hueco, penumbra, zócalo

de nieblas implacables, rencoroso

número de traición y ojeras pálidas,

hebras de espina muerta,

punta espina, roída espina sangre

de risco oscuro y abrumante noche.


Sostén de un hueso pálido,

inexorable faz de espina odiosa:

¿quién se habrá de apiadar de tu caída?

Raigón del estupor, yacente fibra

mecida de la muerte, centro agónico:

¿qué cielo acogerá tu flor morada

de agostado cadáver?


Ah, espina de traiciones:


¡Ya te demolerán, polvo por polvo!


V

Cuando todo caía

como triste ceniza en tus hogares,

y el aire era una verde luciérnaga sedienta

y enloquecida entre un olor de incendio;

cuando te fué cubriendo el casco, el risco, el odio,

y en vez de cunas se contaban tumbas,

¡qué dura y triste caída,

qué dura y triste caída retrasando los pasos

y el crecimiento azul de las cosechas,

qué dura y triste caída,

retroceso a los huecos de una estrella.


VI

¿Quién no vió, Guatemala, que en la activante hogaza

de tu pan resoplaban los enconados vientos,

que con dedos de odiosa trepidación cubrían

las medallas del pueblo?


¿Qué montaraz no erguía su escopeta en la mano

como metal terrible pensando en tus senderos,

con la camisa rota por las traspiraciones

y el rencor bajo el ceño?


¿Y qué guerrero altivo no apretaba la boca

como siendo llamado por tu arena y tu incendio,

recorriendo la oscura cuadra de sus cuarteles

como animal sediento?


¿Quién no supo que pronto, sin regiones ni orígenes,

los árboles ya apenas serían trozos secos,

arrancándose todas las raíces de cuajo,

marchando hacia tu encuentro?


¿Qué campesino anónimo dejaría en su arado

su admiración y asombro por tu pecho de estruendo,

sufriendo por llenarte de salud rigurosa

desde los pies al pelo?


¿Quién, conociendo todas tus piedras agredidas,

no quiso, en tu hora triste, dejar junto a tu pecho

revólveres calientes y fósforos bravíos

para tus guerrilleros?


Mi amarga, oscura tierra, también por tus volcanes

prendía sus cuchillos de guarania y de fuego,

¡y hasta su gente hambrienta quería fecundarte

de cantos y armamentos!


¡Mi amarga, oscura tierra, también mordiendo polvo,

parecía arrojarte con sus puños deshechos

muchachos paraguayos de hermosura terrestre,

verdes y resurrectos!


VII

Pero oye:

             si devuelve

la tierra el grisú negro de los hermanos muertos,

si al abrir los ataúdes se encuentra que los hombres

no son ya sino brotes de nueva sembradura,

si los maizales tienen

nuevamente color de ojos que miran,

de bocas que hablan y de cuerpos que andan,

es que un nuevo linaje te brota desde el fondo,

es que terrosos puños saltan desde tu pelo,

es que por tus follajes

nuevamente en secreto la dignidad se enciende,

nuevamente te salen panes desde los hornos,

nuevamente palpita desde abajo

la libertad en forma de muchachos rebeldes.


Verás los brotes vírgenes;

cómo, sin que lo sepas, te encuentras acunando

criaturas que te nacen de repente,

cómo de nuevo vuelven a empujar los arados,

cómo estos hijos verdes

-logrando la estatura pura de las estrellas-

te tocarán las manos, te besarán la frente,

quemarán la mortaja que te cubre,

y acaso con la misma sonrisa matutina

o la misma escopeta

-restaurando parcelas- llevarán tu bandera.


Son hijos tuyos verdes

-caras de maderamen, semblantes de agua oscura-,

sangres acumuladas en tu infausta ceniza,

barros recolectados de tus predios;

son pañuelos que lavan tus heridas,

son mejillas quemadas del arenal del pueblo.


Son hijos tuyos verdes,

irrumpiendo de pronto de un telón de catástrofes,

con sus caras de surcos y yemas perfumadas,

atizando las chispas de la leña en la hornalla,

y tendrán señalado su destino,

pues ellos nuevamente gritarán por la patria

un canto enamorado,

un canto que otra vez defienda el fuego,

que defienda otra vez la luz de América.


VIII

Y así,

patria pequeña,

polvo de briznas altas,

palpitante laurel, densa esperanza

-color Motagua en el trasluz del alba-,

corona y halo en la plateada frente

de gente vencedora,

enderezada al porvenir, abeja y fósforo

quemados en la piel de nuestros pueblos:

ya verás cómo se alzan o se tienden

en tu lustral salud hombres tranquilos,

nacidos para ti, para tu augusta

exhalación de hogueras varoniles,

fajándose tu rayo venidero, tu fulgor futuro,

ciñéndose tus aires,

tu orgullosa materia,

tu profunda salud de padre pueblo.


¡Fecundarás el pan de tus varones!

¡Cuidarás de tus vivos y tus muertos!

¡Desenmadejarás tu polvo inmenso!

¡Levantarás tu levadura humana!

¡Y amasarás tu pan junto a tus vértigos!


RUEGO AL POLVO GUATEMALTECO

Da luz al que durmió con el rocío

     y fue sacrificado.

Al que anegó a la noche con sus lágrimas

    y fue sacrificado.

Al que salió a fundar una simiente

     y fué sacrificado.

Al que amarró su llanto entre la tierra

     y fué sacrificado.

Al que a un pájaro dió miga en la mano

     y fué sacrificado.

Al que cosió el zapato para el héroe

     y fue sacrificado.

Al que incendió su barba por los otros

     y fue sacrificado.

Al que mordió su lengua en el tormento

     y fue sacrificado.

Al que prendió con riesgo una cerilla

     y fue sacrificado.

Al que supo segar para su hermano

     y fue sacrificado.

Al que fue abofeteado en la discordia

     y fue sacrificado.

Al que usó como traje a su decoro

     y fue sacrificado.

Al que llevó en silencio su amargura

     y fue sacrificado.

Al que izó hasta una nube su tristeza

     y fue sacrificado.

Al que no vió jamás a su alegría

     y fue sacrificado.

Al que sembró los granos terrenales

     y fué sacrificado.

Al que supo tener misericordia

     y fué sacrificado.

Al que cogió fatiga en sus harapos

     y fué sacrificado.

Da luz al que jamás soñó en reposo

     y fue sacrificado.

Al que tuvo apetencia de la vida

     y fué sacrificado.


Fuente:

EL SOL BAJO LAS RAÍCES 1952 – 1955

Poemario de ELVIO ROMERO

Colección Poesía, 23

Segunda edición

Versión Corregida

© de esta edición Elvio Romero

Alcándara Editora

Edición al cuidado de C.V.M., M.E.V.M. y M.A.F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino

Se acabó de imprimir el 30 de mayo de 1984

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción, Paraguay (118 páginas)

 

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