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ELVIO ROMERO (+)

  EL DICTADOR, EXTRANJERO, ALEGRES ERAMOS..., CARTA A JULIO CORREA - Poesías de ELVIO ROMERO


EL DICTADOR, EXTRANJERO, ALEGRES ERAMOS..., CARTA A JULIO CORREA - Poesías de ELVIO ROMERO

EL DICTADOR, EXTRANJERO, ALEGRES ERAMOS..., CARTA A JULIO CORREA

Poesías de ELVIO ROMERO

 


 

EL DICTADOR

(Epigrama)

     Pobló el solar

     de cárceles;

     supuso que a su paso

     no crecerían nunca

     las hierbas ni el rocío.

     El desprecio a su imagen

     y a su nombre

     los verdeció

     hace tiempo.


 

EXTRANJERO

 

Viajero: te lo han dicho;

ya lo has oído, pobre de ti, "¡extranjero!".

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos.

Y te lo ha dicho un niño, deseando

saber qué aires silbabas; te lo ha dicho mirando

tu mirada; te lo ha dicho sintiendo

en su inocencia toda tu inocencia.

Esta tierra no es tuya

–debes saberlo siempre–, ni siquiera tu sombra

te conoce esta tarde; recoge nuevamente

tus pobres cosas; pudiera conocerte

piadosamente un día la piedra en que descanses.

Viajero: ¡te lo han dicho!

Escúchalo y no tiembles. Quizá haya sido justo

morir antes de oírlo; quizá ya ese "extranjero"

te induzca a retornar, a no ser huésped

de tu propia penumbra destrozada.

Y te lo ha dicho un niño, pobre de ti,

viajero.

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos

 

(De: Antología Poética, 1981)

 


 

ALEGRES ERAMOS...

 

Usted sabe, señor,

qué alegría colgaba en la floresta;

qué alegría severa

como raigambre sudorosa;

cómo el alegre polvo veraniego

fulguraba en su lámina esplendente,

¡cómo, qué alegremente andábamos!

 

¡Qué alegremente andábamos!

 

Usted sabe, señor,

usted ha visto cómo

la lluvia torrencial sempiterna caía

sobre un textil aroma de bejucos salvajes

y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

su flora resbalosa,

su acuosa florería.

 

Usted sabe, señor,

cómo los sementales retozaban

hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

con qué poder la noche deponía

su amargura en la altura del rocío

tal como deponía la desdicha

su arma en las arboledas.

 

Usted sabe qué alegre

frutecer de racimos por las ramas,

como alegres luciérnagas subían

a encender las estrellas

a conducir azahares que estallaban

como emoción nupcial o lumbraradas.

 

Usted sabe, señor,

que antes de que aquí se enseñoreara

la pobreza, frunciendo hasta las hojas,

desesperando al aire,

bien sabe, bien conoce

que cualquier miserable aquí podía

prorrumpir con un canto en su garganta,

en su pecho opulento.

 

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!

Juvenil, ¡cómo izabas

una sonrisa fértil como un grano,

cómo te coronaban los jazmines

y cómo yo apuraba

mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

 

Antes,

antes de la amargura,

antes de que sorbiéramos

un caudaloso cáliz de indigencias boreales,

antes de que supiéramos

que en su reverso el sol guardaba al hambre,

¡qué alegres caminábamos!

 

Antes,

antes de que al aura ofendieran,

antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,

qué alegría, señor,

¡qué alegremente andábamos!

 

 

CARTA A JULIO CORREA

 

Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado

en este oficio amargo de recordar mi tierra,

llena de estragos hondos y un sino desolado,

la que dejó mi vida tendida en su costado

izando hasta su cielo las sombras de la guerra.

 

Te recuerdo plantado como un árbol frondoso

ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,

árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso

de empurpurada tierra, de polvo fragoroso

resumiendo el silencio del paisaje desierto.

 

Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene

un telón de sombrío derrumbe oscurecido,

que es una rosa ardiente la pasión y sostiene

el corazón su rama de espinos, se me viene

la voz en hondo trueno de tizón encendido.

 

Te alcanzó en el sendero la vida más amarga,

y su sabor amargo lo llevaste prendido

como algo que en la densa soledad nos descarga

una dura tristeza, una tristeza larga

arándonos el pulso y el puño decidido.

 

Has conocido al hombre cuando enseñó el severo

reverso de su sangre poderosa y bravía,

que luego se hizo fuego vibrante y sol señero,

torrentera boreal, remanso verdadero,

abriendo por los montes tajos de valentía.

 

Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo

beso del esplendor en la luz mañanera,

de roja claridad acostada en el filo

de la tarde, del limpio albor llevando en vilo

el amor, la mies clara, el sol, la primavera.

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡Viejo dolor ceñido

al bulbo terrenal que la vida sustenta;

viejo dolor de pueblo castigado y caído,

de pueblo que levanta su ardor amanecido

en la humillada noche como dura tormenta!

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡La libertad vendida,

vendido el cielo claro, vendidas las amigas

albas que demoraban su ramazón florida,

vendido el aire suave, la brisa atardecida,

vendido el corazón, vendidas las espigas!

La libertad, fogosa, reclama nuestra mano,

dulce como los sueños, roja como la brasa

radiante que resalta hacia un confín lejano;

la libertad, tan simple como el trigo lozano,

cual la mesa raída y el vino de tu casa.

¿Escucharás también la nueva melodía?

¿No has aguardado acaso que la vida recobre

la fabulosa gracia de vivir la alegría,

de vivirla en las cosas más tiernas cada día,

en el bucle de un niño o en tu mantel de pobre?

Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas

acogiendo el anuncio de las nuevas semillas.

Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas.

La tierra, el alba pura se abrirán generosas.

Nosotros, como siempre . . . ¡cantando maravillas.

 

(De: Despiertan las fogatas... [1950-1952], 1986)

 


 

(De: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 3ra. Edición

Autora: TERESA MENDEZ-FAITH 

Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004 

Puede ampliar la información sobre el libro en la página de la autora 

www.anselm.edu/homepage/tmfaith/welcome.html

e-mail: tmfaith@anselm.edu)

 

 

 

 

 

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