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ELVIO ROMERO (+)

  EL POETA Y SUS ENCRUCIJADAS, 2002 - Por ELVIO ROMERO


EL POETA Y SUS ENCRUCIJADAS, 2002 - Por ELVIO ROMERO

EL POETA Y SUS ENCRUCIJADAS

 


Por ELVIO ROMERO


Editorial El Lector,

 

Asunción-Paraguay 2002


(170 páginas)


Diseño de tapa: JUAN MORENO

 




 

 


ÍNDICE GENERAL

ELPOETA Y SUS ENCRUCIJADAS

LA IMAGINACIÓN DESVELADA

NICOLÁS GUILLÉN

RAFAEL ALBERTI

PABLO NERUDA

LEÓN FELIPE

POESÍA, ¿ARTE DE CIRCUNSTANCIAS?

 II

CONVIVIR CON QUEVEDO

NUESTRO RUBÉN DARÍO

LA GRAN COSMOPOLIS (Meditaciones de la madrugada)

SORE FEDERICO GARCÍA LORCA

 LA GUITARRA

Mis amigos son los amigos de mi pueblo

Hacia el Paraguay lejano

 



LA IMAGINACIÓN DESVELADA

 

 

Año de 1945. Un inquieto grupo de escritores, dentro de un tenso clima de fervores cívicos, desplegaba su actividad en el Paraguay. Componían su núcleo, principalmente, Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Josefina Plá, Hugo Rodríguez Alcalá. Intentaban ellos, en un país culturalmente postergado, actualizar nuestras letras al nivel de cuanto se hacía en el mundo, o, por lo menos, en América Latina. La Segunda Guerra Mundial llegaba a su término. Se produciría, a. escala universal, un ascenso de las aspiraciones democráticas de los pueblos, un inusitado resplandor que también contagió al Paraguay, los escritores jugarían un relevante papel. Los poemas, los artículos, los cuentos, estaban contagiados por las corrientes universales en boga. Poemas de Eluard, de Aragón, que eran los símbolos de la Resistencia francesa, aparecían traducidos. Las revistas y los suplementos literarios concitaban un interés sorprendente. La poesía en lengua española invadía las librerías y su lectura enfervorizaba a los jóvenes. Si bien era ya conocida por una minoría culta, comenzó a ser leída por un público más amplio, que, al calor de la temperatura cívica reinante, absorbía los mensajes de esa literatura. Se nos hizo familiar el nombre de García Lorca, Cernuda, Aleixandre, Emilio Prados, Alberti, León Felipe y, entre los americanos, Neruda, Guillén, Vallejo, Tuñon.

 

La Guerra Civil Española, concluida en una catástrofe, había provocado una profunda conmoción en todos los ánimos. Por doquier, la solidaridad con el pueblo español rayó a una altura de fulguración humana como jamás se había visto en otra ocasión. Los jóvenes poetas de la generación española del 27 estremecieron a todos con su gesto de adhesión a la causa de la República herida. La experiencia de la guerra obligó a su poesía, íntima y deslumbrante, a cambiar de rumbo, a echarse por las calles y las trincheras como las duras piedras de la tierra sacudida, o como un “viento del pueblo", como dijo el más joven de todos ellos, Miguel Hernández, que pagaría con la vida el violento fulgor que fue cobrando el oro de su poesía.

 

Nuestro tema no es examinar el choque de esa poesía, íntima y deslumbrante, con el torrente épico que la envolvió. Cito el caso, simplemente porque los poetas sobre quienes escribo, estuvieron todos en la Guerra de España y su obra se sellará para siempre con su ceniza y sus fragores.

 

En nuestras manos de adolescentes cayeron, por aquellos años, algunos libros fundamentales: “España, aparta de mí este cáliz” del peruano Vallejo, “España, en el corazón” de Pablo Neruda, "La rosa blindada" de Raúl González Tuñón, "Capital de la gloria" de Rafael Alberti, “España, poema en cuatro angustias y una esperanza” de Nicolás Guillén, "El español del éxodo y del llanto" de León Felipe. Y en algunas antologías, los romances viriles de Emilio Prados y Miguel Hernández. Años antes, nos había deslumbrado el “Romancero gitano” de Federico García Lorca, que tan larga influencia ejercería en América Latina.

 

Es fácil imaginar el resultado emocional y estético que ocasionaron, en el Paraguay cubierto de soledad y verano, esos estallidos radiantes de la poesía. En ese clima de exaltación y embriaguez, publiqué mis primeros versos. Pero la vida, a la que suele imprimir el azar un sello variable, me ofrecería pronto una ocasión única: convivir con algunos de aquellos seres tocados por el milagro del canto insustituible, haciendo que pudiera tejer con ellos los hilos de una larga amistad. Voy a eludir, si puedo, la anécdota pueril y voy a intentar ofrecer la visión que guardo de algunos rasgos de su persona y de su creación.

 

Marchaba yo hacia el exilio, en 1947. El Paraguay también sintió la quemadura de la pólvora. Una cruenta guerra civil llegaba a su término; un telón negro se desprendió del cielo cortando su atmósfera de cristal.

 

 

 

 



PABLO NERUDA

 

Difícil es decir algo nuevo sobre la vida de Pablo Neruda, porque su poesía misma es una extensa autobiografía, algo así como un largo relato de sus emociones. Puede afirmarse que ella es el monólogo de un hombre consigo mismo y de un diálogo con el mundo; quizás sea por eso el más completo inventario de los temblores de su alma, de las vicisitudes de su corazón y del universo exterior que le rodeó. Desde su texto en prosa "Infancia y poesía", donde narra sus años iniciales en Temuco, hasta sus últimos cantos, su obra es un minucioso recuento de las horas de su vida. Tituló "Las vidas del poeta", las primeras memorias publicadas en el Brasil; es decir, la suma de momentos vividos por un solo ser en mil distintas circunstancias, un ser que nunca, en el transcurso de los días, era el mismo y que jamás, tampoco, dejó de ser el mismo. No me compete entonces, internarme en el laberinto de sus múltiples peripecias, apenas señalar algunos hitos de su singular itinerario. Nació, como ya se sabe, en 1904, en Temuco. Su verdadero nombre era Neftalí Ricardo Reyes. Acaso el clima austral de lluvias frías le hayan dado esa propensión a la melancolía que ocupó su juventud. En su primer libro " Crepusculario", escrito entre los 16 y 19 años, sopla un aire desconsolado, un color prematuro de hojas amarillas. Al año siguiente escribe "veinte poemas de amor y una canción desesperada", que pronto llegará al corazón de miles de lectores. Anotó esas congojas del amor adolescente, rodeado -según dijo él mismo- "de todo lo que existió y sigue existiendo para siempre en mi poesía: el ruido lejano del mar, el grito de los pájaros salvajes, y el amor ardiendo sin consumirse como una zarza inmortal", es decir, rodeado de los elementos de la naturaleza y con el pecho ocupado por una llamarada.

Ya en este libro se prefigura lo que sería su poesía posterior, su imaginería vinculada al silencio y al sufrimiento. ¿No son acaso anunciadores de su futura labor estos versos del poema 9?

Pálido y amarrado a mi agua devorante

cruzo en el agrio olor del clima descubierto,

aún vestido de gris y sonidos amargos,

y una cimera triste de abandonada espuma.

En junio de 1924, entrega a la revista Claridad "Galope muerto", que ha de abrir el primer volumen de "Residencia en la Tierra", ese libro capital de nuestro idioma. En efecto, "Residencia en la Tierra" se contará entre sus libros cimeros. Este texto es el de la desolación, las cenizas y el derrumbe; la muerte y el desaliento de un poeta sumergido en un mundo amargo, enfermo y hostil. Jamás, en lengua alguna, esas tristezas alcanzaron expresión semejante; su estilo de melopea y desaliento, representa la cumbre del modo nerudiano de ese tiempo cruel, que tanta influencia ejercería en la poesía moderna. Tocaba así el poeta un límite en donde, aparentemente, todo concluía sin posible continuación.

Esos poemas fueron escritos en Birmania, Ceilán, Malasia, Java y Singapur, dentro de una atmósfera moral agónica y marchita. El día se le aparece "con un alrededor de llanto". Sostiene que su poesía de esos años  reflejó "la soledad de un forastero trasplantado a un mundo violento y extraño". Pero todo en su vida sucede de manera vertiginosa. El ciclo de la desolación se cierra pronto. Está en España y España le cambiará para siempre. Julio de 1936. La Guerra Civil. Al poco tiempo cae asesinado Federico García Lorca. Pablo Neruda sale de las tinieblas de su soledad y empieza a ver el mundo de otra manera. En España frecuentó a los más claros y radiantes poetas del momento: Alberti, Cernuda, Lorca, Aleixandre y prohijó a quien sería pronto uno de los más altos poetas peninsulares: el pastor Miguel Hernández. En España aprendió el rigor y el equilibrio del idioma - según él mismo lo indicó al contacto con sus grandes clásicos, Jorge Manrique, Garcilaso, Góngora, Quevedo. Allí vio ascender la estrella del vigor popular, vio crecer la amenaza, a prepararse las plazas para el holocausto y el heroísmo. Le cupo ver la inmolación del pueblo en una hazaña insólita, de pasión, y entonces lúcido y mirando el porvenir, abandonó para siempre su guarida de sollozos y juntó "sus pasos de lobo a los pasos del hombre".

Al contacto con la sangre y el heroísmo, empieza a ver al mundo de otra manera. Y será, desde ese momento, el poeta a quien no escapa ningún suceso histórico. Será el máximo poeta de circunstancias de nuestro tiempo. Había escrito en su poema "Bruselas":

De todo lo que he hecho, de todo lo que he perdido,

de todo lo que he ganado sobresaltadamente,

en hierro amargo, en hojas, puedo ofrecer un poco.

Y es verdad. De todo lo que ha hecho y vivido nos ha ofrecido un fruto incomparable, como si fuese a devolver al mundo lo que sus sentidos absorbieron. En marzo de 1939, escribe: "El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado".

Con lucidez absoluta establece el cambio que se opera en él y en su poesía. Dice en su "Reunión bajo las nuevas banderas".

...Huid,                                                              

sombras de sangre,

hielos de estrella, retroceded al paso de los pasos humanos

y alejad de mis pies la negra sombra!

................................ .

................................ Es la hora

alta de tierra y de perfume, mirad este rostro

recién salido de la sal terrible,

mirad esta boca amarga que sonríe,

mirad este nuevo corazón que os saluda

con su flor desbordante, determinada y áurea.

 

Escribe "España en el corazón" (1936-1937), otra pieza indispensable en el complejo ajedrez de su quehacer fecundo. Desde entonces parece que abraza la causa del mundo. Se vuelve, sin duda alguna, el más universal de los poetas contemporáneos. Cantando por encima de toda frontera, conoce los ríos, las flores, los insectos, las luchas, la vida de todos los pueblos. Su copa se llena en un gesto de amor hacia todos sus hermanos. En el mundo suceden cosas terribles; apenas se seca la sangre del millón de muertos que devoraron el terror y la crueldad infinita, cuando ya Europa se precipita a otra catástrofe. La vida del poeta ayer solitario, se instala en el centro mismo del vértigo de los acontecimientos. Abre lentamente los ojos como un ser omnisciente que habrá de abarcar con su mirada todas las miserias y las grandezas humanas. Ya no tendrá descanso hasta el fin mismo de sus días. Su actividad es absolutamente increíble. En 1937 funda, con César Vallejo, "El grupo hispanoamericano de ayuda a España". Regresa ese mismo año a Chile y funda "La alianza de intelectuales de Chile para la defensa de la Cultura". Al año está recorriendo su país de punta a punta difundiendo el programa del Frente Popular, que por primera vez triunfa en América. Asiste a congresos, pronuncia conferencias. Retorna a Francia para traer a Chile a los refugiados españoles. Desde hace tiempo le venía tentando la idea de un largo canto a su tierra natal. Está escribiendo el "Canto general de Chile", que se transformó en el "Canto General" con el transcurrir de los años. Vuelve a Chile. Sale hacia Guatemala, Cuba y México y escribe un poema fundamental de la poesía americana, "Un canto para Bolívar". Estados Unidos, Panamá y Colombia lo ven pasar en un viaje incesante. Participa activamente en la vida política de Chile y en 1945 es elegido Senador de la República. Escribe también, ese mismo año, su monumental "Alturas de Machu Pichu". Ya dije que su actividad no cesaría hasta su muerte. Recorre el mundo entero en las condiciones más inverosímiles. Su prestigio se tornó legendario. Ningún poeta en nuestro siglo atormentado alcanzó tal renombre; no hubo rincón alguno del planeta donde no fuese conocido y las multitudes se agolpaban para escuchar sus palabras cargadas de pasión y poesía. La lección de sus actos fulguraba como el oro.

En el año de 1949 lo conocí. Neruda venía huyendo, luego de atravesar la cordillera, indocumentado y con el peso de los originales de su "Canto General", que terminó en la travesía. Miguel Ángel Asturias, a la sazón Cónsul de Guatemala en la Argentina, le facilitó su pasaporte para llegar a Francia. Neruda contó en sus "Memorias" con mucha gracia, el episodio. Lo vi fugazmente. Pero llevó consigo mi primer libro y al tiempo recibí unas líneas suyas, hablándome de él.

Entonces sucedió algo que me ha emocionado para siempre. Vivía en París, en 1950, y de pronto recordó a mi Paraguay natal. Imaginó, que la antigua Catedral de Notre Dame fuese un gran barco que pudiera zarpar y retornarle a América. El texto se titula "Vámonos al Paraguay". "Yo no conozco Paraguay -escribió allí-. Así como hay hombres que se estremecen de delicia al pensar que no han leído cierto libro de Dumas o de Kafka o de Balzac o de Laforgue, porque saben que algún día lo tendrán en sus manos, abrirán una a una sus páginas y de ella saldrá la frescura o la fatiga, la tristeza o la dulzura que buscaban, así yo pienso con delicia en que no conozco el Paraguay y que la vida me reserva el Paraguay, un recinto profundo, una cúpula incomparable, una nueva sumersión en lo humano.

Cuando el Paraguay sea libre, cuando nuestra América sea libre, cuando sus pueblos se hablen y se den la mano a través de los muros de aire que ahora nos encierran, entonces, vámonos al Paraguay. Quiero ver allí donde sufrieron y vencieron los míos y los otros. Allí la tierra tiene costurones resecos, las zarzas salvajes en la espesura guardan jirones de soldado. Allí las prisiones han trepidado con el martirio. Hay allí una escuela de heroísmo y una tierra regada con sangre áspera. Yo quiero tocar esos muros en los que tal vez mi hermano escribió mi nombre y quiero leer allí por primera vez, con primeros ojos, mi nombre, y aprenderlo de nuevo, porque aquellos que me llamaron entonces, me llamaron en vano y no pude acudir".

En 1954, asistí al cumpleaños del poeta, que cerraba medio siglo de vida. En su casa de la Avenida Lynch estaban, estábamos, todos sus amigos del mundo, Ehrenburg, Jorge Amado, Miguel Ángel Asturias, González Tuñón y cuántos y cuántos más que fueron a ofrendarle el clavel de la fraternidad y la admiración. En él Teatro Caupolicán le entregué un mantel de ñandutí, tejido por manos campesinas del Paraguay. Isla Negra también se abrió en esa ocasión para nosotros. Y no dejó de ser inolvidable una cena en Valparaíso, donde Neruda hizo servir los mariscos más deliciosos del mundo, regados con buen vino chileno.

Ese mismo año estaríamos juntos en el Brasil, en un encuentro de escritores. Era un año fértil en la vida del poeta. Habíase publicado, de modo anónimo, "Los versos del Capitán", esa canción del amor maduro y pleno, y doloroso también. Enterado estaba yo de que era obra suya. Pero, como se sabe, la amistad obliga siempre a la circunspección y a la prudencia. Neruda intuía que yo conocía ese secreto. Guardo aún el ejemplar, firmado por él, en que me hacia cómplice de su más honda intimidad. En otra ocasión contaré esas confidencias. Algo nuevo sucedió en su vida; el amor renacido la iluminó. Nada quedaba ya del poeta atormentado de ayer.

Me tocó después tenerlo en mi casa, hacer largos viajes juntos, festejando otra vez sus fiestas íntimas, viajar hasta Isla Negra, con José Asunción Flores, y allí compartimos con él la intensidad y la alegría de sus horas creadoras, de su jovialidad increíble, de su lúcida y asombrosa inteligencia.

Neruda era hombre de generosidad incomparable. Es curioso pensar cómo hay objetos que se nos tornan inolvidables, que contienen el recuerdo de alguien que amamos o admiramos. En 1967, asistimos al Segundo Congreso de Escritores Soviéticos. Regresamos juntos a París. En esos días apareció, en una edición limitada de 66 ejemplares, su "Altura de Macchu Picchu", como un libro objeto, ilustrado por el austríaco Hundertwasser. Íbamos por las tardes a la exposición del libro. Y luego nos lanzábamos a recorrer los anticuarios, que eran su pasión. Largamente permanecía Neruda en esas tiendas, contemplando amorosamente cada objeto. Pues bien, en una de esas caminatas, me llevó a conocer la casa donde vivieron en París con Alberti al fin de la guerra española. Allí mismo, recordando al amigo entrañable, decidimos visitarlo en Roma. Ya de regreso al hotel (Neruda andaba siempre con lentitud) entró sin avisarme a una de esas pequeñas "boutiques" que dan encanto a París. Salió agitando en la mano una bellísima corbata azul, a rayas, que él mismo se encargó de anudar a mi camisa. Sonreía como un niño que descubriera un juego. Mi talante cambió, ciertamente, y con aquella corbata radiante emprendí, con él, el vuelo a Italia, en cuyo aeropuerto nos esperaba el gran poeta. ¡Dichosos días aquéllos! ¿De qué no hablamos entonces? De todo y de nada. Sólo sé que la poesía fluía de todos nuestros actos, la gracia, el encantamiento, la preocupación por los asuntos del mundo, la inquietud por los amigos lejanos, qué sé yo, todo lo que constituye la confidencialidad inexplicable del lazo fraternal.

En noviembre de 1972, regresaba Neruda a Chile, desde Francia, donde a la sazón oficiaba de embajador. Su país había encendido en América una antorcha de increíble llamarada. Pasaba por Buenos Aires, donde acudimos a verlo. El poeta estaba ya herido de muerte. Lo sabía y lo sabíamos. Le hice firmar todavía un ejemplar de sus Obras Completas. Don Gonzalo Losada, que compartió con él momentos intensos de amistad indeclinable, cuando lo vio partir pronunció estas palabras que nos quemaron como fuego: "Adiós, amigo del alma". Lo demás ya se sabe: la caída del gobierno popular, su desgarramiento, su muerte. ¿Qué puedo contarles más? Nada, ya que entraríamos en una zona de penumbras, porque un crespón negro flotó, a la hora de su muerte, sobre nuestro corazón para siempre.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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