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JESÚS RUIZ NESTOSA

  Escríbeme a la tierra - POLILLA AZUL - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Viernes 31 de Marzo de 2017


Escríbeme a la tierra - POLILLA AZUL - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Viernes 31 de Marzo de 2017

Escríbeme a la tierra

POLILLA AZUL

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

 

SALAMANCA. El poeta español más grande de la generación del 27 (Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, entre otros) y quizá uno de los menos recordados, Miguel Hernández, murió tuberculoso, de hambre y de frío en una cárcel de Alicante, el 28 de marzo de 1942; es decir, hace setenta y cinco años. Enterrado en Orihuela, su pueblo, al lado de la tumba que comparte con su esposa, se ha puesto hace años allí ya un buzón donde sus seguidores depositan sus poemas dedicados a Hernández. Él lo había pedido: “Aunque bajo la tierra/ mi amante cuerpo esté,/ escríbeme a la tierra,/ que yo te escribiré”. Tenía nada más que 31 años.

Venía de una familia de campesinos. Él mismo, en su niñez, había sido cabrero (cuidador de cabras), una niñez marcada por la pobreza y la necesidad. En su poema dedicado a la Noche de Reyes lo recuerda: “Me vistió la pobreza,/ me lamió el cuerpo el río,/ y del pie a la cabeza/ pasto fui del rocío”. Cuenta en el mismo poema que dejaba sus zapatos (sus abarcas, unos zuecos de madera que se los hace uno mismo) en la ventana y al día siguiente seguían tan vacíos como siempre: “Ningún rey coronado/ tuvo pie, tuvo gana/ para ver el calzado/ de mi pobre ventana”.

De ideas comunistas, peleó en la Guerra Civil (1936-1939), y en las trincheras, en los momentos que no se combatía, él leía sus poemas para dar ánimo a los combatientes. Contrariamente a lo que podría pensarse, nunca permitió, sin embargo, que su ideología alterara su voz poética como ha sucedido tantas veces con tantos otros. Por el contrario, su ética y su estética (que tienen que ir necesariamente unidas) se mantuvieron fieles al verbo: “Aunque te falten las armas,/ pueblo de cien mil poderes,/ no desfallezcan tus huesos,/ castiga a quien te malhiere/ mientras que te queden puños,/ uñas, saliva, y te queden/ corazón, entrañas, tripas,/cosas de varón y dientes”. Proveniente de familia de analfabetos, Miguel Hernández es el heredero, vaya uno a saber a través de qué caminos, del hálito poético del Siglo de Oro español.

Terminada la guerra y en medio de aquel espantoso caos en que los fusilamientos ilegales llenaban las cunetas de los caminos de cadáveres anónimos, Miguel Hernández, en lugar de huir a Francia, donde también le esperaban los campos de concentración creados por los franceses, se fue al sur, a Sevilla, a Alicante, a Huelva, donde no quedaba ya ningún amigo que pudiera ayudarle, hasta que entendió que debía huir a Portugal. Pero la policía del tirano Antonio de Oliveira Salazar lo detuvo y lo devolvió a España. Allí comenzó un largo peregrinar por diferentes cárceles, “las cárceles se arrastran/ por la humedad del mundo”, en las que por los malos tratos, los continuos castigos, la falta de higiene, la mala alimentación, enfermó primero de tifus y luego de tuberculosis, sin que recibiera nunca la atención médica necesaria. Su mujer y unos pocos amigos hicieron lo imposible para que fuera trasladado de la cárcel de Alicante a la de Valencia, donde podía recibir un tratamiento adecuado a su enfermedad. El permiso llegó el 21 de marzo, pero los médicos decidieron no trasladarlo debido a la gravedad de su estad, siete días antes de morir.

Su mujer, Josefina, con quien se casó cuando ya agonizaba, cuenta que Miguel Hernández murió a las cinco y media de la madrugada y el director de la cárcel no dio permiso para que se hiciera una mascarilla con su rostro. El cuerpo le fue entregado a la viuda a las seis de la tarde, quien lo trasladó al cementerio donde no pudo ser enterrado debido a la hora. Lo pondrían en el depósito de cadáveres para enterrarlo al día siguiente. Su viuda pidió permiso para velarlo, pero se lo negaron. Un trabajador del cementerio le dijo en voz baja que no se trataba de nada personal en contra de ella ni de Hernández. “Es que de noche –le murmuró– vienen a fusilar gente y no quieren que haya testigos”. Así de inclemente fue la mano de la tiranía con la voz más preclara del siglo: “Que mi voz suba a los montes/ y baje a la tierra y truene,/ eso pide mi garganta/ desde ahora y desde siempre”.

 

 

Fuente: ABC Color (Online)

Viernes 31 de Marzo de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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