EL CAOS MÁS INNECESARIO DEL AÑO

Por ALFREDO BOCCIA PAZ

  galiboc@tigo.com.py

Hay que tener cierta edad para recordar la ansiedad producida por la dichosa libreta de baja del servicio militar obligatorio.

Era tan importante como la cédula de identidad. Durante el stronismo era el trofeo luego de tres vacaciones pasadas en los cuarteles, en el caso de los cimeforistas, y de casi dos años para los conscriptos de tropa.

En esos tiempos las Fuerzas Armadas reclutaban a casi 25.000 jóvenes. El resto se las arreglaba para conseguir “la baja” a través de las numerosas rendijas que existían en una estructura militar corrupta. Mediante el pago a gestores, era posible ser declarado “inapto” o “hijo sostén”. Esos integraban el peyorativamente llamado “RI 200”, por el costo de la estampilla de la tasa militar.

Los que no hacían ni una cosa ni otra eran “infractores”. Corrían el riesgo de ser bajados de los ómnibus o apresados en una redada nocturna y ser subidos a un camión que los llevaba a la Armada. Si los padres no se movían enseguida para rescatar al hijo, estos podrían terminar en un barco rumbo a algún fortín chaqueño a cumplir el castigo.

La Constitución de 1992 mantuvo el SMO, pero introdujo la objeción de conciencia. Entonces hubo filas impresionantes de jóvenes dispuestos a esperar horas bajo el sol con el objetivo de obtener el dichoso carné de objetor de conciencia.

Pasaron los años y la reglamentación del servicio civil supletorio nunca fue concretada por legisladores poco dispuestos a enfrentar polémicas desgastantes y críticas juveniles. Por el lado de los militares, tampoco hubo demasiado empeño, pues los sucesivos recortes presupuestarios los obligaban a reducir año tras años la cantidad de postulantes que podían aceptar. Hoy son solo unos 4.000.

El servicio militar había sido derogado de facto y la objeción de conciencia no se reglamentaba. Ni la libreta de baja ni el carné de objetor tenían utilidad. Desde entonces una generación de jóvenes se olvidó del tema.

Los que deseaban hacer la pasantía en la milicia lo hacían –si cabían– y los demás vivían su vida. Todo hubiera continuado así, si no fuera porque durante la campaña electoral Mario Abdo puso énfasis en reivindicar el servicio militar obligatorio. Lastimosamente, lo hizo con un enfoque anacrónico: pensar en el cuartel como un reformatorio.

Solo faltaba un adoquín entusiasta dispuesto a empedrar el camino al caos. El defensor del Pueblo, Miguel Godoy, se consideró en condiciones de ordenar las cosas. Se salteó la etapa de uniformar criterios, informar debidamente y escuchar sugerencias.

En tres días logró crear una histórica confusión institucional. En todo el país los jóvenes forman nutridas filas en las que priman la desorientación y la rabia. Mientras se sucedían directivas contradictorias, los improperios juveniles carcomían la popularidad de Mario Abdo, quien debe estar comentando cuán peligroso puede llegar a ser un improvisado con ímpetu.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

www.ultimahora.com

Sección OPINIÓN

Sábado, 29 de Diciembre de 2018

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