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Luego de más de quince años de flotar sobre la política paraguaya, el fantasma del desbloqueo de las listas aterrizó en el Parlamento.

Se ha tomado su tiempo, porque su llegada generaba resistencias. Pero como muchos de quienes la rechazaban eran legendariamente corruptos y abusivos, fue alimentándose la convicción de que esos tipos no ocuparían sus curules sin la vigencia de las listas cerradas. De tanto escucharlo, año tras año, nos convencimos de que las listas sábana eran las perversas culpables de la pobre calidad de nuestra representación política.

A la idea le había llegado su hora, pero descendió a la realidad de un modo atropelladamente paraguayo: con inexplicable apuro y exuberantes improvisaciones. Como ya nadie se atrevía a oponerse, todos los partidos fueron tomados por el furor antisábanas.

El desbloqueo constituye uno de los cambios más trascendentes de las últimas dos décadas de nuestra historia electoral.

Es el resultado de una incontenible presión ciudadana y comienza a transitar un camino lleno de buenas intenciones. El elector dispondrá de un voto preferencial que premiará al candidato que le inspira más confianza, lo que le dará el poder de modificar la lista presentada por el partido. Ojalá resulte y el próximo Parlamento esté poblado por menos descarados.

Hay, sin embargo, un feo dato discordante: varios países de la región (Perú, Colombia, Chile, Brasil, Ecuador, Panamá, El Salvador) han probado sistemas parecidos y no obtuvieron los resultados esperados. Varios de ellos se propusieron volver al método de listas cerradas. Es lo que ha advertido un grupo de politólogos en una nota leída en el Senado. Señalan que el voto preferencial encarece el costo de las campañas y complica los procesos de control del financiamiento político. En los países en los que se implementó, aumentó la influencia del submundo de la mafia y el clientelismo de los candidatos con mucho dinero.

Al personalizarse la política, se debilitan los partidos por la disputa y la fragmentación interna. Como los candidatos electos no responden más que a sí mismos, la gobernabilidad del país se vuelve más difícil, pues el Poder Ejecutivo se ve obligado a negociar individualmente con cada uno de ellos.

El voto preferencial dificulta la representación de las mujeres y vuelve mucho más lento el escrutinio de los sufragios.

La eliminación de las listas sábana no significó en esos países una mejoría en la calidad de la representación parlamentaria ni en la confianza en la política. Eso pasa por un desbloqueo mental y cultural del elector, por reformas de fondo del control de financiamiento y del Tribunal Superior de Justicia Electoral.

Pero resulta inútil advertir que no habrá cambios sustanciales. Eliminar las listas sábana se convirtió en un fetiche colectivo y no se puede negar a las sociedades su derecho a probar nuevas alternativas.