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  CONCEPCIÓN 1947 - EL EJÉRCITO Y EL GOBIERNO DE MORÍNIGO - Dr. WASHINGTON ASHWELL - Año 2007


CONCEPCIÓN 1947 - EL EJÉRCITO Y EL GOBIERNO DE MORÍNIGO - Dr. WASHINGTON ASHWELL  - Año 2007

CONCEPCIÓN 1947 - SESENTA AÑOS DESPUÉS

Autor: Dr. WASHINGTON ASHWELL

Segunda Edición

Editorial SERVILIBRO

Asunción-Paraguay, 2007








HOMENAJE: Al Pynandí colorado, arquetipo de la raza y de sus ideales, exponente del agricultor-soldado de nuestra historia y del trabajador postergado de nuestras campiñas, que en 1947 se movilizó victorioso para aplastar el malón sedicioso de una condición que, despreciando el camino limpio y pacífico de las urnas, buscó acceder al poder por la vía violenta de las armas – EL AUTOR



INDICE

I. Introducción
La conquista de una apertura. Reconocimiento. El Ejército y el gobierno de Morínigo. El comienzo del desbande. La propuesta del general Juan B. Ayala. Se cierne la tormenta. La crisis militar. La reacción ciudadana. La búsqueda de un nuevo orden. La candidatura de Pampliega. Las bases limitadas de una apertura

II. Los partidos políticos
La democracia y los partidos políticos. Los partidos políticos. El Febrerismo. El Partido Colorado. El Partido Comunista. El Partido Liberal. La situación económica del país.

III. El Gobierno de Coalición
El nuevo orden. Las negociaciones para integrar el gabinete. La posición colorada. Las contradicciones febreristas. La discrepancia civicomilitar. El gran desafío. Los temores de Morínigo

IV. Las pugnas y confrontaciones facciosas
El marco de la transición. El sector militar. El Presidente de la República. La cúpula militar. La oficialidad joven. El comunismo en el Ejército. Los partidos políticos. El febrerismo. La oposición a las elecciones inmediatas. El atropello al liberalismo. La conspiración contra Jiménez. El Partido Comunista. El discurso de Oscar Creydt. Medidas sociales. Relaciones con la Iglesia. Acercamiento al Ejército. El Partido Liberal. El discurso del Dr. José P. Guggiari. La marcha al Panteón. El Partido Colorado. La gran marcha colorada. El discurso del Dr. Juan León Mallorquín

V. La desintegración de la coalición
Los primeros embates. La guerra de los cargos. La conspiración febrerista. El memorándum de las Fuerzas Armadas. La creación del Ministerio de Trabajo y Previsión. El febrerismo rompe la coalición. El golpe militar del 11 de enero. Se gesta la reacción. El contra-golpe de 13 de enero. El nuevo gabinete. Los prolegómenos de la sedición

VI. Los prolegómenos de la rebelión de Concepción
El programa del nuevo Gobierno. Comunicado del Ministerio del Interior. El Manifiesto del Partido Colorado. El Manifiesto del Partido Liberal. El conato de la Artillería. El atraco a la Policía. El levantamiento de Concepción. La marginación de la cúpula institucionalista. La invitación al Cnel. Alfredo Ramos. La proclama revolucionaria. La organización de los servicios civiles. La sublevación del Chaco. La adhesión del Partido Liberal. La Junta de Gobierno Revolucionaria. La resistencia a la participación civil. La organización de las fuerzas oficiales.

VII. El levantamiento de la Marina
El distanciamiento de la Armada. La traición del Cnel. Smith. El plan del Cnel. Fernández. El contacto y apoyo de Smith. El allanamiento del refugio del Cnel. Fernández. Comienza la represión. La huida de Smith. El final de la lucha. La aventura de los cañoneros. Las inquietudes políticas en las filas leales. La muerte del Dr. Juan León Mallorquín.

VIII. El colapso de la rebelión
El desprendimiento de Concepción. La persecución de las fuerzas leales. La marcha portentosa. La defensa de la capital. La Guardia Urbana. El Centro Blas Garay. El batallón Blas Garay. El cerco de Asunción. La deserción de Granada. La tarde antes. Misión a Luque. El principio del fin. El retiro de los cadetes y estudiantes. El colapso final.

IX. La caída de Morínigo
Las secuelas de la rebelión. La pugna presidencial. El atraco de la Convención. La conspiración contra Morínigo. El comunicado de las Fuerzas Armadas.



I. INTRODUCCIÓN

LA CONQUISTA DE UNA APERTURA

Hacia mediados de 1946, un corto pero fulgurante período de libertad iluminó el opresivo panorama político del país. Sin que mediara aviso alguno de levantamiento o suspensión de las múltiples restricciones y prohibiciones vigentes en contra del ejercicio de los derechos de reunión y de expresión de las ideas, la sistemática persecución a las actividades políticas, gremiales y estudiantiles fue inusitadamente suspendida. La Policía dejó de reprimir, de apresar y perseguir. Con ese indicio aparente de una apertura política, la ciudadanía se volcó a las calles en procura de un ansiado protagonismo en la escena nacional. Las manifestaciones populares se repetían día a día en el centro de la capital. Ninguna fuerza salió ya a contenerlas o a dispersarlas. Fue el comienzo de un período nuevo y diferente, que alentaba el imperio de la ley y la justicia y la vigencia plena de un orden democrático.
 
Un cambió enorme, aunque todavía incipiente, comenzaba a desarrollarse en el país. Se vislumbraba el resurgimiento de la civilidad y el ocaso de los uniformes y los entorchados en la conducción de los negocios públicos. Era la restauración del imperio de la ley y de los derechos de las personas y el colapso del poder omnímodo de un régimen militar que se desmoronaba en medio de la algarabía popular. La libertad había triunfado sobre el despotismo. Y con la libertad; las ideas y los partidos políticos comenzaban nuevamente a gravitar como fuerzas determinantes del curso de los acontecimientos sociales. Terminaba un obscuro y trágico período de la vida política de la nación. La libertad había renacido en el país. Era una experiencia totalmente nueva la que vivía la ciudadanía.
 
Después de largos años de persecución y ostracismo, los partidos políticos reafloraron vigorosos en el escenario nacional. Se restableció la libertad de prensa. Los diarios de los partidos volvieron a la circulación con entera libertad. La ciudadanía recuperaba el derecho de expresar libremente sus ideas y sus reclamos por medio del discurso y de la prensa. Renacía la libertad de reunión, ya sea para hablar de temas de interés general o para rendir culto al objeto de una creencia o de una aspiración común. Nadie podía ser más molestado, detenido ni maltratado por expresar sus ideas o por la decisión caprichosa de alguna autoridad arbitraria. Uno de los protagonistas de ese proceso, el Dr. Raimundo Careaga, presidente entonces de la Federación Universitaria del Paraguay, hizo más tarde el siguiente recuento del ambiente de regocijo de las manifestaciones y mítines cívicos que se repetían en la zona céntrica de Asunción:
 
"Era impresionante constatar cómo la ciudadanía paraguaya a través tanto de las organizaciones políticas como gremiales, sociales y culturales salían en una suerte de explosión ordenada a difundir sus ideas, externar sus propuestas, solicitar adhesiones y tratar de aprehender un futuro cada vez más venturoso para la sociedad.
 
"Se estableció una auténtica convivencia. Se realizaban actos públicos, mítines, concentraciones y cualquiera que fuese la parcialidad política que organizara, todos los representantes políticos acudían con sus mensajes de salutación o solidaridad. El país entero era un hervidero. Pero un hervidero limpio, honrado, con esperanzas infinitas.
 
"En el Paraguay de ese breve periodo no habían ciudadanos de primera ni de segunda categoría. Tenían garantías todos los partidos políticos existentes y a crearse. Así veíamos al Partido Liberal, Colorado, Febrerista, Comunista, transitar con los mismos derechos y sus banderas desplegadas con orgullosa fe de que cada uno iba buscando el protagonismo de la construcción del nuevo Paraguay". (Careaga, Raimundo. Declaraciones. Diario Hoy. Sección Política. Marzo 4 de 1990)
 
Esa apertura no fue resultado de un acuerdo o consenso entre las diversas fuerzas cívicas que habían resistido y combatido a la dictadura militar ni de una concesión graciosa del poder opresor. Fue más bien consecuencia del colapso intempestivo de su sistema represivo, cuya eficacia se había extinguido súbitamente ante la presión de un cúmulo de factores internos y externos que escaparon a su control y a sus deseos.
Pero, a pesar de sus nobles auspicios y de las grandes expectativas que había generado, ese prometedor proceso político no culminó en la consolidación del orden democrático anhelado. Derivó muy pronto en una cruenta guerra civil, cuyas trágicas secuelas afectaron por igual a vencedores y vencidos.
 
Ya años atrás quise abordar el estudio de ese convulsionado proceso. Tenía para mí un atractivo especial. Por mi edad y mi militancia juvenil, fui testigo cercano de su desarrollo y en muchos pasajes, un partícipe diría activo de él. Le dediqué luego largas horas y días de lectura e investigaciones en archivos nacionales y norteamericanos, buscando reunir la mayor documentación posible al respecto. Lo abordé, asimismo, en detalle con varios de sus protagonistas más importantes. Pude intercambiar impresiones y documentos con otros investigadores que se interesaron en su conocimiento. Alcancé así a reunir una colección importante de información y del material documental disponible sobre los sucesos registrados en su transcurso.
 
No obstante los trabajos y preparativos realizados, abandoné el proyecto a instancias del Dr. Mario Mallorquín, quien me pidió que lo postergara para no enturbiar las gestiones que en compañía de los Dres. Osvaldo Chávez y Waldino Lovera estaba desarrollando para lograr la concertación de un Acuerdo Nacional entre los diversos partidos que pugnaban por la restauración de un orden democrático en el país y para la unificación de un frente republicano, requisitos que consideraba indispensables para evitar un nuevo fracaso en la restauración del orden democrático que buscaba para el país. Creía él que hablar de los acontecimientos del año 1947 en esos momentos era revivir susceptibilidades y recelos todavía latentes de personas que habían sido afectadas por el proceso o que habían sido protagonistas responsables del hecho.
 
Mario Mallorquín pudo ver realizadas sus aspiraciones de un Acuerdo Nacional que lo tuvo como uno de sus principales animadores, de una unificación en las filas del coloradismo y de una nueva apertura política que todavía se mantiene. Solamente que el proceso que él contribuyó a concretar todavía no ha culminado en su objetivo principal de consolidar un orden democrático en el país y tiene por delante negros nubarrones que parecieran querer obscurecer su desenlace. Creí por ello conveniente volver al estudio de aquel Frustrado intento del 46, con la esperanza de encontrar en su análisis respuestas que pudieran ayudar a no repetir su lamentable desenlace.
 
Volví así a retomar el examen de su desarrollo, no para revivir recriminaciones ni para atribuir culpas y responsabilidades a nadie, sino para buscar una debida comprensión de lo ocurrido. Ha transcurrido un tiempo suficiente para poder tener hoy una visión con perspectiva de conjunto de los factores que han incidido en su desarrollo y para que las pasiones entonces en juego se hayan adormecido. Nosotros no buscamos reactivarlas. Trataremos solamente de esclarecer y presentar lo sucedido con la mayor fidelidad y honestidad posibles, para que el mejor conocimiento de su realidad nos ayude a evitar los mismos errores en nuestras actuaciones presentes y futuras. No queremos hacer pelear a los muertos para dividir a los vivos. Por el contrario, queremos liberar el presente de las influencias perniciosas del pasado y rendir, además, con ello un merecido homenaje a todos los que en esa intensa jornada aportaron generosos el caudal de sus esfuerzos y de sus ideales y hasta el sacrificio mismo de su vida. Todos fueron héroes a su manera. Todos actuaron invocando un sentimiento patriótico, aun cuando todos incurrieron en el error común de querer arribar a las grandes soluciones nacionales por la vía de la violencia y de la imposición sectaria, cuando esas soluciones solo podrían haberse logrado por la vía del entendimiento, en un marco democrático, de libertad y de tolerancia, que permitiera el equilibrio y la convivencia pacífica de nuestras naturales diferencias.
 
Con ese pensamiento en mente solo quiero hacer historia, porque como nos dice Croce, "la historia en su sentido de disciplina intelectual nos libera de la historia, en su acepción usual de pretérito humano". Liberarse de la historia es conocerla, admitirla y dejarla como lo que es, un hecho pasado consumado e irreversible, una fuente de experiencias que pueden servir de guía para encarar el futuro, para poder así avanzar por una senda más firme, con una visión más amplia, más justa, buscando un perfeccionamiento, un futuro mejor. Como nos dijo Mario Halley Mora con su galano brillo:
 
"En el pasado están los errores que corregir y los aciertos que repetir. Están las lecciones de la grandeza y de la claudicación. Están los itinerarios equivocados y los caminos correctos. Están las experiencias que dejaron los hombres, los grandes que iluminaron su tiempo y proyectan su luz en el tiempo por venir, es decir, los ejemplos de lo que se debe hacer y de la conducta que se debe honrar y el honor que se debe cumplimentar, y están también los pequeños que fueron superados por los acontecimientos y pasaron a figurar en la trastienda de la historia" . (Halley Mora, Mario. Cuando los cambios solo tienen. raíces en el pasado. La Corbata. Enero 21 de 1997)
 
Con esas inquietudes en nuestra mira, no haremos la crónica detallada de los eventos sino la descripción del proceso en su conjunto. Trataremos de presentar lo ocurrido con la mayor fidelidad posible. Incurriremos posiblemente en errores, pero no serán intencionados. Vamos a abordar el período con espíritu abierto, sin prejuicios, sin agravios que vengar ni ofensas que inferir, pero con afán inquisitorio y con ansias revisionistas. Sabemos que con ello nos exponemos a la reacción de múltiples susceptibilidades. Pero eso no nos amilana. Vamos a lanzarnos con decisión y sin reservas a la búsqueda de lo que realmente ocurrió en ese crítico período. Creemos que para sacarnos de encima la pesada carga de ese turbulento pasado, para liberarnos de ese dramático pasaje de nuestra historia, como dijo Marichal al fijar las normas para la crítica histórica, tenemos que tener el valor de mirarlo cara a cara, "como cuando en lugar de dejarnos abatir por contrariedades y desgracias, en lugar de lamentarnos y de hacernos reproches por todos nuestros errores, hacemos sinceramente nuestra propia historia y nos proponemos seguir adelante con la clara conciencia de lo que debemos hacer". (Marichal, Juan. El secreto de España.Taurus. p. 84)




EL EJÉRCITO Y EL GOBIERNO DE MORÍNIGO


Desde la terminación de la Guerra del Chaco, la injerencia militar en la conducción del país fue acentuándose en forma significativa. Para superar la crisis de autoridad que minaba la ordenada administración del país, los jefes del Ejército creían en la necesidad de un mandó único militar y político. Con ese pensamiento y, a partir del derrocamiento armado del gobierno de Eusebio Ayala en febrero de 1936, el Ejército se constituyó en el centro exclusivo del poder y en el único gran elector. Desde entonces, todos los presidentes que se sucedieron en el mando, Rafael Franco, Félix Paiva y José Félix Estigarribia, fueron nominados en los cuarteles. El general Higinio Morínigo, que pasó a sucederle a Estigarribia con motivo de su trágico fallecimiento, fue igualmente nominado por los Comandos de Grandes Unidades de la capital y nombrado luego Presidente mediante un acuerdo con los dirigentes del Partido Liberal, el mismo día del trágico deceso de su antecesor. (Los detalles de este nombramiento pueden verse en nuestro libro Historia Económica del Paraguay. Tomo II. pp. 387 y sig.) En realidad fue más otra imposición militar antes que un acuerdo cívico-militar.
 
Poco después de asumir el cargo y a raíz de las divergencias surgidas en el seno del gabinete sobre la legitimidad y extensión de su mandato, Morínigo procedió a eliminar del Gobierno a los miembros y representantes del liberalismo y pasó a gobernar con un reducido grupo de intelectuales católicos que entraron a ocupar los cargos principales del gabinete y a constituir, con el apoyo del Ejército, un Estado autoritario y corporativo con el modelo de la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar. Con ello se produjo la caída final del liberalismo. Terminó allí un largo período de hegemonía de ese partido en la vida nacional. Los dirigentes del liberalismo fueron todos perseguidos y desterrados. El Gobierno proclamó el fracaso de la democracia y del liberalismo económico. Transcurridos apenas unos meses, Morínigo dispuso, por un simple decreto del Poder Ejecutivo, la disolución del Partido Liberal, acusándolo de traición a la patria por haber solicitado ayuda financiera de un gobierno extranjero para derrocar al Gobierno nacional.
 
El nuevo Gobierno se constituyó así sin apoyo popular alguno. Su autoridad provenía, no de la voluntad de las urnas, sino de la imposición de las armas. La solidaridad institucionalizada de las Fuerzas Armadas fue luego su único sostén. Para apuntalar al Gobierno, los jefes y oficiales del Ejército y la Armada fueron obligados a suscribir un acta de fidelidad al Presidente de la República y a su programa de gobierno. En ese insólito documento se decía:
 
"En la ciudad de Asunción, capital de la República del Paraguay, a los trece días del mes de marzo de mil novecientos cuarenta y uno, reunidos en el Palacio de Gobierno los señores Jefes y Oficiales del Ejército y de la Armada de la guarnición de esta ciudad, en presencia del Excelentísimo señor Presidente de la República (...) DECLARAN:
 
"Que el sistema liberal individualista ha sido la causa primordial de la anarquía política, de la miseria económica y del atraso material de la Nación;
 
"Que los políticos profesionales que ese régimen nefasto engendró, deben ser reducidos a la impotencia para alejar la posibilidad de cualquier reacción que apeligre la estabilidad del nuevo Orden Nacionalista Revolucionario;
 
"Que las Fuerzas Armadas de la Nación reconocen en el general don Higinio Morínigo el Jefe Supremo de la Revolución Paraguaya en esta etapa de su proceso histórico y se proponen firme y decididamente sostener su gobierno con entera lealtad y estricta disciplina hasta el cumplimiento de su Plan Trienal;
 
"Que ORDEN, DISCIPLINA Y JERARQUIA son los basamentos indestructibles sobre los cuales debe asentarse el Nuevo Estado Nacionalista Revolucionario.
 
"Por tanto, (...) por nuestra fe de paraguayos y nuestro honor de soldados (...) JURAMOS defender fielmente la causa de la Revolución Paraguaya y sostener con entera lealtad y estricta disciplina al gobierno del General Morínigo hasta el total cumplimiento de su Plan Trienal. Si así no lo hiciéramos, Dios y la Patria nos lo demanden". (Condensado del texto del acta suscrita por los Jefes y oficiales del Ejército y la Armada. El Tiempo. Marzo 13 de 1941.)
 
Un diario oficialista explicó el significado y alcance de ese juramento en los términos siguientes:
 
"Las Fuerzas Armadas del Nación se hicieron intérpretes del anhelo de redención política, económica y social que agitaba a la juventud y a las masas laboriosas, abatieron el sistema responsable de nuestra anarquía y nuestro ignominioso atraso, enarbolando como único símbolo de unidad y acción revolucionaria el pabellón sagrado de la Patria y proclamaron que el orden, la disciplina y la jerarquía son basamentos indestructibles sobre los cuales debe asentarse el nuevo Estado Nacionalista Paraguayo" . (La Revolución Nacionalista y las Fuerzas Armadas. El Tiempo, 24 de julio de 1941)
 
Con ese pronunciamiento, el Ejército se constituyó en el depositario exclusivo de la soberanía popular. Pasó a dictar normas al Gobierno y a nominar por sí los candidatos que ocuparían las altas funciones representativas del Estado. Como señaló más tarde el general Amancio Pampliega, entonces Ministro del Interior, "el poder político era un monopolio de los cuarteles, un resultado de los designios de los mandos militares".(Pampliega, Amancio. Misión Cumplida. Ed. El Lector. p. 15)
 
El régimen institucional así establecido era rígido y autoritario, pero no granítico. Siendo su base fuerte y poderosa, era a la vez frágil y quebradiza. A pesar de los principios invocados de la unidad y la disciplina de las Fuerzas Armadas, en su seno bullían, como en toda organización humana, celos y rivalidades, disensos y disparidades que presionaban continuamente contra su unidad y su orden internos. Las pugnas de mandos y de hegemonías personales se repetían con relativa frecuencia y producían las grandes rupturas que determinaban decisivos desplazamientos y cambios de comandos de grandes unidades y de mandos menores. En esas circunstancias, la estabilidad de la estructura gubernamental, basada exclusivamente en el apoyo de los cuarteles, dependía de la habilidad del presidente Morínigo para sortear y superar las crisis que se repetían.
 
Para ese efecto, su sistema era simple pero efectivo. Nunca se involucraba en las confrontaciones que se producían por debajo de su mando. Cuando se desataba una disputa, hacía intervenir a los mandos inferiores a su rango o dejaba que las pugnas en juego se definieran para acoplarse luego al vencedor. En esa forma, era siempre el árbitro final que estaba por encima de las confrontaciones subalternas. Su autoridad nunca se comprometía. Por el contrario, en los momentos de crisis, su apoyo era buscado por las partes contendientes y, dirimida la pugna, su intervención era imprescindible para legitimar los cambios resultantes y para el mantenimiento y la continuidad del orden institucional.
 
Con este sistema pudo sortear múltiples crisis menores y mayores que se presentaron durante su gobierno. Se sucedían los cambios, algunos precedidos de fuertes disparos y de amplios desplazamientos de tropas otros. Pero, al final, siempre se restablecía el mismo orden, con otros nombres en los mandos regulares, pero el régimen y el orden institucional proseguían invariables.
 
Con esas características salientes, Morínigo gobernó en nombre y representación exclusiva del Ejército durante todo el quinquenio siguiente. Hacia fines de mayo de 1946, ya en víspera de la crisis que se desataría una semana después, la Embajada Americana dio el siguiente cuadro de las relaciones del presidente Morínigo con el Ejército:
 
"El Presidente Morínigo es un dictador militar. (. . .) Se mantiene en el poder por voluntad de las Fuerzas Armadas, las que, en general, se cree que son leales a él, aunque, como es natural en todo Ejército, existen grupos contrarios con los cuales Morínigo tiene que maniobrar. Así como están las cosas hoy, se cree que el Presidente puede contar con la lealtad en términos políticos del ministro de Defensa Nacional, general Amancio Pampliega; el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general Vicente Machuca; el comandante del Chaco, general Francisco Andino; el comandante del Regimiento de Artillería de Paraguarí, Tcnel. Alfredo Stroessner; de la Escuela Militar, comandada por el general Juan Rovira; de la Unidad de Ingeniería asentada en Villarrica, comandada por el Cnel. Chávez del Valle, y probablemente también de la Policía de la Capital, a cargo del capitán Jesús Blanco Sánchez, y de las fuerzas navales.
 
"Lo que no ha quedado claro es si en los últimos tiempos el presidente cuenta también con el apoyo del "Grupo de Caballería", que comprende al Jefe de Estado Mayor interino, coronel Bernardo Aranda, el comandante de la Caballería de Asunción, coronel Victoriano Benítez Vera, el comandante de la Caballería de Concepción coronel Heriberto Florentín, y el comandante de las Fuerzas Aéreas coronel Pablo Stagni. La importancia de este grupo reside no solamente en el hecho de que la Caballería se encuentra en la cercanía de Asunción, y por lo tanto, en una posición privilegiada para ejercer una considerable presión sobre el gobierno, sino también que el comandante de la Caballería controla prácticamente todo el arsenal balístico del ejército. (...)
 
"Algunos consideran al "Grupo de la Caballería" más fieles a sus propios intereses políticos que al presidente. Aunque existen algunas evidencias arbitrarias por parte de este grupo, la Embajada, sin embargo no tiene pruebas de deslealtad hacia el gobierno o el presidente. Los miembros de este grupo, como cualquier otro militar de alto rango, algunas veces tienden a considerar al presidente como a uno de sus camaradas. Su reconocido peso probablemente les permite realizar sugestiones políticas al presidente, que otros sectores militares dudarían hacerlo.
 
"La Embajada duda también de que el poder de este grupo sea total como algunas personas creen o dicen creer. Nunca se demostró, por ejemplo, de que el coronel Benítez Vera fuese capaz de levantar la División de Caballería contra el presidente. Por lo menos uno de sus comandantes, el Tcnel. Enrique Jiménez, es considerado muy leal a Morínigo. Estos comentarios no deben ser interpretados como que existen otros altos oficiales en Asunción y Concepción que sean desleales al presidente dentro del Grupo de Caballería". (Embajada Americana en Asunción. Despacho no. 1757. Mayo 31 de 1946. Reproducida en Alcibiades González del Valle. El Drama del 47. Ed. Histórica. pp. 26 y sig.)
 
Con esas características generales, el gobierno de Morínigo era dictatorial y despótico. No admitía la crítica ni la disidencia. La ciudadanía no gravitaba. El pueblo debía escuchar y leer tan solo la palabra y las directivas oficiales. Se instituyó para el efecto la represión sistemática de todas las inquietudes y manifestaciones opositoras del resto de la población. Un rígido sistema policial quedó encargado de imponer la observancia estricta de la tregua política y sindical en todo el territorio de la república. Los partidos políticos fueron proscritos, la prensa rigurosamente controlada y las libertades y los derechos individuales conculcados y restringidos. Todo en aras del mantenimiento de la paz y el orden internos.
 
No obstante el extremo rigor de la represión aplicada, su eficacia era limitada. Es cierto que el orden instituido operaba con relativa regularidad, pero la resistencia de la población a la opresión institucionalizada se mantuvo incólume. La violencia aplicada no pudo doblegar las ansias de libertad de los diversos sectores ciudadanos. La actividad sindical no solo se mantuvo sino que se intensificó considerablemente al amparo de la clandestinidad con que la disidencia laboral buscó eludir la cacería organizada de las fuerzas de seguridad. Aun con la persecución implacable de sus directores, del amordazamiento de su prensa y de la prohibición rigurosa de toda movilización proselitista, los partidos políticos lograron mantener la cohesión de sus cuadros y la lealtad de sus bases.
 
Ante el silenciamiento de la voz del pensamiento libre, la libertad perseguida y las aspiraciones ciudadanas buscaron refugio en el ámbito de la juventud de los colegios y facultades. Los centros estudiantiles pasaron a cubrir el enorme vacío dejado por los mayores exiliados o apartados del escenario nacional y se convirtieron en los voceros de las aspiraciones ciudadanas. Los reclamos y planteos juveniles eran encendidos y gallardos. Se pedía insistentemente la restauración de la libertad y la justicia, el retorno de los exiliados y la convocatoria de una asamblea nacional constituyente para que, libre y soberano, el pueblo decidiera los cauces de su destino y las bases de sus instituciones y de su gobierno. La dura represión aplicada no pudo nunca acallar su voz. Se apresaba, se confinaba o deportaba a un dirigente juvenil y en el siguiente acto aparecían dos oradores nuevos con el mismo verbo y la misma pasión.
 
Al mismo tiempo, los acontecimientos externos gravitaban decisivamente sobre la vida nacional. Diversos sectores de la población habían asumido posiciones activas en favor de las fuerzas envueltas en la conflagración europea y reproducían en el país las mismas confrontaciones y tensiones que dividían a la humanidad en esa decisiva hora. De un lado estaban los partidarios de las naciones totalitarias y del otro los que apoyaban las fuerzas de la democracia. Ante esa coyuntura, los altos mandos del Ejército se definieron todos en favor de la Alemania agresora y totalitaria. "Los militares éramos admiradores del Ejército Alemán", confesó sin pudor ni remordimiento el general Pampliega. (Pampliega. Ob. cit. p. 78.)
 
Con esas influencias, el avance victorioso de las fuerzas aliadas, ya en tierras alemanas, repercutía fuertemente en el país. El suicidio de Hitler en abril de 1945, la capitulación del Ejército alemán el 7 de mayo siguiente y finalmente la rendición incondicional del Japón el 14 agosto del mismo año hicieron crisis en el Paraguay. La ciudadanía se volcó a la calle para celebrar esos triunfos y el régimen gobernante no pudo ya recurrir a la violencia para contener la algarabía generalizada de la población civil. La mera fuerza, con todo su poder armado, resultaba impotente y desconcertada ante el desborde de júbilo de la ciudadanía ante la derrota de las fuerzas totalitarias. Sumóse a ello la fuerte presión ejercida por la gravitante diplomacia americana, que propiciaba la reconstrucción de la posguerra sobre bases democráticas, con la plena vigencia de las libertades y los derechos ciudadanos.
 
 
 

EL COMIENZO DEL DESBANDE
 
Con ese tenso panorama nacional, las críticas y las protestas ciudadanas contra el autoritarismo oficial comenzaron a repercutir en los cuadros del Ejército. El temor de un desmoronamiento inminente de la estructura de poder comenzó a cundir en sus filas y su consecuencia inevitable fue la proliferación de planteos diversos en procura de soluciones alternativas.
 
Comenzaba la descomposición interna de los centros de poder que minaría la capacidad del régimen para resistir la presión del reclamo ciudadano y del Gobierno americano para el restablecimiento de un orden democrático en el país. Era el preludio claro de una inminente desintegración de la estructura oficial.
 
 
 
 

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