Portal Guaraní - JULIÁN CÁRDENAS - PINTOR DE PRIMAVERA, 2014

Hace 25 años, a Julián Cárdenas, enfermero de profesión, por azares del destino, los caminos de la vida lo condujeron hasta las puertas del arte. Entró, le gustó y se quedó. Hoy, sus obras ya han recorrido remotos lugares, como EE. UU., Rusia y Japón.

Primavera. Hay quienes piensan que los nombres influyen en la personalidad y algunos hasta se atreven a afirmar, en el destino de una persona. Primavera, así se denomina la compañía de Itacurubí de la Cordillera donde nació y transcurrió parte de su niñez el artista visual Julián Cárdenas.

En aquella época, en esa comunidad rural no había muchos elementos que lo encaminaran hacia el arte; sin embargo, muy niño aún, a los 14 años, se dio una serie de hechos fortuitos o inexorables, ¿por qué no?, que cambiarían radicalmente su vida. Aunque él considera que tenía un don dormido esperando el momento oportuno para despertar, desplegar sus alas y volar.

Uno de los dos varones de los seis hijos de don Julián Cárdenas y doña Blásida Rolón, la crianza con el rigor de un padre muy estricto no hizo más que templar su carácter y lo dotó de una tenacidad inusual para un niño que a los 14 años, prácticamente, se “escapó” de su casa. Cuando su padre decidió que solo las cuatro hermanas seguirían estudiando una vez que terminaran la primaria, no se resignó. Quería, debía, necesitaba seguir estudiando. Desobedeciendo a su padre, comenzó a juntar el resto que había quedado de la cosecha del algodón de un vecino. De ese modo, logró reunir dinero y pudo seguir estudiando en un colegio público en San José de los Arroyos. “Mis hermanas iban a un colegio privado”, señala.

Al culminar el ciclo básico, decidió aventurarse y, con ayuda de sus padres, vino solo a Asunción. Influenciado por un tío enfermero, decidió estudiar la carrera de Enfermería e ingresó como cadete en el Hospital Militar.

Todo iba sobre ruedas, hasta que el dedo del destino de nuevo quiso desviar su ruta. “En aquella época, los castigos entre los militares eran brutales”. Un día, los “antiguos”, por vaya a saber qué motivo, lo castigaron con rajas… El daño casi fue fatal. “Perdí un riñón y, con él, casi la vida”, rememora. Por partida doble, su única posibilidad de seguir estudiando se le escurría como agua de las manos. Debía abandonar la milicia.

Pero, entonces, salió a relucir su temple. Se animó, se acercó al director del hospital, le explicó su situación económica y le resaltó sus ganas de culminar el curso de Enfermería. “Le pedí quedarme como estudiante externo”, recuerda. Este lo comprendió y le posibilitó contactar con un general, quien accedió a su petición. Y se quedó.

Pero no fue nada fácil. Su padre no le perdonó su desobediencia. Doña Blásida, su madre, era la única que lo apoyaba. Vivía, literalmente, en el hospital. Estudiaba y trabajaba allí de día, y de noche asistía a los enfermos terminales.

Con una tenacidad y poder de decisión increíbles, culminó el curso… y su soltería. Pronto vino el primer hijo y luego otro, hasta completar cinco herederos. Entonces, supo que debía ir por más: estudiaría Sicología. Ya estaba decidido.

Pero no logró conseguir a tiempo su certificado de estudios para la inscripción a los exámenes de ingreso y no pudo rendir. Cual Caperucita, tuvo que optar por dos caminos: el más largo o el atajo. Un amigo le dijo que probara en la Escuela de Bellas Artes… e ingresó.

Los primeros años fueron difíciles. No solo le faltaba técnica, sino que tampoco podía ser constante en la facultad. Sus hijos eran su prioridad y, aunque actualmente está divorciado, lo siguen siendo hasta hoy.

“Mis maestros decían que no era buen dibujante, pero sí buen colorista”, cuenta. Realmente, el artista despliega el colorido de su Primavera natal en sus pinturas hiperrealistas. Poco tiempo después de haber ingresado, ya comenzó a vender sus trabajos y, desde entonces, no paró.

El poeta José Pérez Chávez fue uno de los primeros en admirar sus obras. “Le gustó particularmente una rosa y la compró. Me sentí tan halagado. La muestra se había hecho en el Banco de la Nación Argentina”. Pérez Chávez es uno de los que más ha comprado sus obras. “Tiene toda una colección”.

De aquella primera exposición han transcurrido 25 años. Su arte lo ha llevado a exponer tanto en nuestro país como en el exterior. Perú ha sido sede de siete de sus muestras. Asimismo, su arte ha recorrido EE. UU., Suiza, Rusia y Japón.

Julián Cárdenas festejó sus 25 años de encuentro con el arte el 3 de setiembre, con una celebración que le ofrecieron en la Municipalidad de Fernando de la Mora. Pero los reconocimientos no terminaron allí. También fue homenajeado por la Cámara Paraguaya de Artistas Plásticos. El artista, hoy, disfruta satisfecho del camino recorrido de la mano del arte, y asegura que su objetivo es que la gente conozca y disfrute de sus pinturas.

Egresado del Instituto de Bellas Artes (UNA), Julián Cárdenas (51) es licenciado en Artes Plásticas. Pintor, paisajista hiperrealista en naturaleza muerta, participó de diferentes talleres con reconocidos artistas plásticos, paraguayos y extranjeros. Sus obras embellecen colecciones privadas en nuestro país, Brasil, Argentina, Uruguay, Suiza, EE. UU., Perú, Japón, España y Francia.

Ha expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes y en la Manzana de la Rivera.

Participó del 54.º aniversario de la fundación de las Naciones Unidas. Formó parte de la conmemoración de los 20 años de pontificado de Juan Pablo II, en sendas exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes. También participó en la III Bienal de Martel. Sus obras han sido contratapa de la revista El Expreso, de Perú. Tiene más de 100 exposiciones individuales y colectivas, en Asunción y en el interior del país.

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