DOBLE PÉRDIDA
Cuento de JOSÉ PÉREZ REYES
No podría decirse que era el último grito de la moda ni tampoco el primer grito de libertad.
Ya no había certeza en aquello de haber sido cuna del primer grito de libertad en América, pero de seguro no se habrá dado ni el primer ni el último grito de la moda por estos lares.
En cualquier caso había algo nuevo en el aire, que a estas alturas y sin importar desde qué altura, sigue siendo lo único verdaderamente libre y gratuito.
Se trataba de un reciente decreto. El decreto más a la moda que hasta la fecha fuera dictado.
En un franco proceso de imposición, la nueva línea de ropa había sido lanzada por decreto.
Directamente de arriba. Más que diseño exclusivo era un plan oficial, forzosamente inclusivo.
Por supuesto, la producción en serie había comenzado en forma secreta mucho antes de la firma del decreto, el gobierno sabe cómo guiar la industria textil en el país y esta tarea fue encomendada con suficiente antelación y debida precaución.
No se hace ningún desfile de presentación, ya que para los desfiles están los militares, los militarizados voluntarios y los niños involuntariamente militarizados también, es bueno recordarlo cada tanto, la memoria de una nación debe mantenerse en una buena formación. Alineados, de todas las edades, desde el pasado al futuro, siempre con un rumbo decidido. Niños y viejos unidos por el verde olivo, entrecruzados, unidos como si fueran la palma y el olivo de nuestro escudo.
Nada de muestras previas, nada de anticipos de temporada. Basta la resolución firmada.
Después de todo, era más fácil colgar de la red una copia escaneada del decreto de marras que poner en una amplia galería todas las prendas colgadas en perchas. No hay necesidad de catálogo virtual, a fin de cuentas, se trata de una resolución de orden presidencial.
De qué serviría mirar y mirar en la red, eso de comparar no va.
Más que optar, había que comprar. No se trata de elección, es de inmediata adquisición.
No hay que dar muchas opciones cuando el bolsillo está teledirigido. Eso tiende a complicar las cosas, bien lo saben quienes planifican todo antes de firmar los decretos.
Mañana empezarían las filas. Se tenía previsto un solo día para realizar todas las adquisiciones personales en cuanto a la nueva indumentaria. Esto es para facilitar la gestión de control conjunto que realizan el Ministerio de Hacienda y el Ministerio del Interior.
Todo el aparato estatal garantizaba una jornada segura y tranquila para toda la ciudadanía, un día oficial de compra de moda, jornada obligatoria, pero moda al fin.
Con muchas expectativas de una jornada plena, la ciudadana se levantó temprano esa mañana, el café aún humeaba en su garganta como dando señales de actividad volcánica en su interior, y salió con un gastado uniforme anterior, es que fue lo primero que encontró para ponerse, a lo cual hay que sumar el hábito.
La ciudadana llegó temprano, aunque esto le serviría muy poco, porque la tienda permanecía cerrada.
Sería suficiente decir que era una zona tan residencial en Asunción que se convirtió en zona presidencial, aplicando una complicada expropiación, también por vía decreto, asumiendo que ése es el único modo correcto.
Tampoco importa mucho citar el nombre y la dirección pues todas las tiendas, desde hace un buen tiempo, han uniformado sus logotipos y sus vidrieras, sus colores y sus escaparates. Y al carecer de publicidades, siguieron un mismo patrón de propaganda. La propaganda oficial. Así es como se han uniformado un montón de cosas, pero no sus precios.
Cosas del mercado que le dicen. En las cotizaciones siempre hay fluctuaciones y, entre ellas, sendos acomodos. Y esta tienda era un buen nicho de precios reducidos. Era lo que ella había oído. Sólo el olfato y el chisme consiguen guiar hacia donde hay buenos precios en el negocio.
Por eso, la ciudadana procuró entrar primerita en un horario en que la mayoría recién está despertando.
Apenas había levantado su cortina la tienda en cuestión, la ciudadana ya estaba en el mostrador pidiendo la nueva línea de ropa, la que por decreto se había impuesto a partir de ayer, en forma oficial, como indumentaria de rigor.
No hubo necesidad de citar la marca, hay etiquetas que nacen impuestas.
Pero de lo que entusiastamente pedía, nada había, ningún talle, ningún color, ni de los neutros. Por cierto, antes de preguntar por ellos la ciudadana debió haber tenido en cuenta que los colores neutros no están de moda en estos tiempos extremos. O puede ser que la vendedora haya oído mal, en vez de “colores neutros” escuchó colores nuevos o colores muertos, dando así por liquidada toda búsqueda de trapos. Porque en ninguna parte se venden retazos, no hay lugar para saldos, Esta es una sociedad que tiene el consumismo bien arraigado y muy actualizado.
Nada disponible, ninguno de los modelos, ni de los retro.
Por algún azar, la vendedora no tenía en la tienda ninguna de esas prendas, hasta las que guardaba en el depósito tuvo que enviar al programa de entretenimiento del canal oficial “Bailando por un modelo”, se supone que por exigencias del programa modelo del propio gobierno. Qué mejor promo, después de todo, habrán pensado los encargados del marketing estatal.
Pero la ciudadana se sintió engañada, montó en cólera, armó una escena que casi echa abajo la tienda.
Reclamaba lo que consideraba su derecho y su deber a la vez, como el voto, cosa rara de entender. Vociferaba cosas como “pan y circo”. Exclamaba que Dios tenía que proveer los dientes también, no solamente el pan. El combo tenía que ser completo para que ya nunca más se dijera “Dios da pan a quien no tiene dientes”.
De la diatriba de la ciudadana, salió aturdida la vendedora, laceraron sus oídos frases como esa que soltó al final, mientras golpeaba la vidriera: “Cómo voy a mantener mi pan si no me visto con la indumentaria que me exigen en el circo”. Al escapársele de la boca esta frase, la cosa salió de cauce.
Ya por entonces, la vendedora había pulsado el botón mixto, que no era para solicitar un rápido menú ejecutivo. Le decían mixto, porque era mitad rojo-mitad azul, al botón que existe debajo de la caja de la tienda y que no es para pedidos de comida, aunque así pareciera indicar su nombre, sino para que intervenga la Nueva Guardia.
Como ya era habitual, acudieron con premura, apenas accionado el botón mixto, allí estaban los guardias, en la puerta, para calmar los ánimos de esta pelea.
A pesar de su amedrentadora presencia, las dos damas seguían trenzadas en una discusión tendera. Separaron a ambas, por medio del rígido bastón de mando, que tampoco había cambiado en nada porque seguía siendo dorado como si alguien lo hubiera bañado con una generosa lluvia dorada.
Al instante amordazaron a la ciudadana. A la vendedora la interrogaron.
De la ciudadana no se oyó más nada, fue llevada amordazada a la renovada sección de Investigaciones. La vendedora sí tenía que hablar, pero antes de responder al férreo cuestionario que allí mismo le planteaban, pidió que le acompañara un abogado.
En vías de protección de sus derechos mercantiles realizó una desesperada búsqueda, en el corto tiempo que le asignaban, pero no había ninguno disponible, ningún abogado conectado, ni para chatear en línea.
Algunas cuestiones no terminaban de convencer a los interventores de la Nueva Guardia. Solicitaron inmediata intervención de la tienda, con miembros de la Contraloría del Estado, que a su vez exigieron el acompañamiento de representantes del Ministerio del Interior y de Hacienda. Todo como se debe.
No hubo compra-venta alguna en esa tienda. No pudo consumarse acto de comercio, a pesar de la vigencia del decreto modelo.
De algún modo, se generó una situación indeseable para las partes involucradas. Se trataba de una doble pérdida en un “Estado que impulsa el Progreso en la Paz”.
Pérdida por ambos lados: una ciudadana que termina detenida, acusada a primeras horas de la mañana de cometer una serie de faltas: alzar tumulto, amenazar la paz social y quebrar la armonía tendera; y una vendedora que no realiza la venta por haberle convenido un envío promocional de nuevos uniformes al canal oficial, una vendedora que así puso en evidencia que no opera como debiera porque, al ser requerida de más pruebas contra la tumultuosa ciudadana para llevar las grabaciones a los respectivos ministerios, descubrieron que en su tienda no funcionaban las cámaras y eso también constituye falta grave, equivale a multa y clausura temporal de dicho local, hasta que se ponga en orden.
Todo negocio debe adecuarse a las reglas del mercado y del Estado, que están para ser cumplidas y que juntas son imbatibles.
Al final de cuentas, a la vendedora no le servirá de mucho la promoción de uniformes en el canal oficial de la televisión, aunque sea en horario principal del programa de baile supuestamente en vivo, porque a raíz de este incidente, le dieron dos meses de suspensión a su tienda. Y ahora menos aún importa cuál era su nombre, ya que si persiste en esta situación, su tienda puede ser desacreditada definitivamente.
Las malas lenguas dicen que, al ser llevada a una celda para guardar reclusión, a la ciudadana le dieron como uniforme de presidiaria, un gastado modelo de vestido, ya en desuso, que había caído en el reciclaje de vestuarios varios y vairos.
La ciudadana, caída en la angustiante categoría de compradora frustrada, se vio compelida a llevar esa indumentaria del viejazo y a callar cualquier forma de reclamo.
Su caso entraría en la etapa de sumario. “Aplíquese y comuníquese”, dirá la resolución en su parte final, aunque ella siga incomunicada y, para empeorar la situación, desuniformada.
La regla es general, pero no uniforme.
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SEP DIGITAL - NÚMERO 1 - AÑO 1 - MARZO 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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