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EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN (+)

  LA AGONÍA DEL PÁJARO CAMPANA - Obra de EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN - Año 2010


LA AGONÍA DEL PÁJARO CAMPANA - Obra de EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN - Año 2010
LA AGONÍA DEL PÁJARO CAMPANA
 

 

 
 
 
LA AGONÍA DEL PÁJARO CAMPANA

Drama en tres cuadros, escrito a la memoria de Resedá, quien con su canto imitaba el trino de los pájaros.
 
 
CUADRO I
 
Escenario como sugerencia: lugar rustico; ambiente campesino. Casa de techo pajizo, modelo culata yobai. Un mortero; fogón, y dos sillas y un banco. Podría estar igualmente una hamaca. La madre ceba el mate.
 
ESCENA I
 
Personajes: madre e hijo
 
Madre: Me enferma, hijo mío, escuchar tan seguidamente el golpe de tu hacha sobre el árbol indefenso. El no tiene como defenderse; y tú, tercamente, lo golpeas con insistencia hasta darle muerte... El ruido de esos golpes viene a anidar a mis oídos; y los golpes retiemblan, hasta llegar al corazón!
 
Hijo: ¡Es mi trabajo madre, no tengo otro!...
 
Madre: Y, al mismo tiempo que acostar el árbol, a la fuerza, truncar su vida vegetativa, sentenciado a muerte, con su llanto vegetal se precipita al suelo para morir, sin protestar! No sólo destruyes el árbol, hijo! También se machacan, dejándolos heridos de muerte violenta, desgajándolos, a todos los arboles mas débiles que encuentra en su caída final.
 
Hijo: Te comprendo, madre. Y sé que, por cada árbol que cae, por lo menos cien pájaros son los que vuelan del lugar para siempre. ¿Adónde irán los pájaros cuando se talan los montes, madre?
 
Madre: Un pájaro sin árbol es como un campesino sin tierra, el refugio y asiento de su vida; genitora de los frutos para alimentar su especie. Allí construyen su nido y hacen su vivienda. Una selva sin pájaros, hijo mío, es como imaginar a un cielo sin ángeles.
 
Hijo: O como a una orquesta sin músicos, o a un cielo sin estrellas.
 
Madre: ¡Habráse visto, Onofre, a las tierras desiertas y ávidas de vida donde los agricultores se dan a cultivar sus mieses y entre sus eras expandir el aroma de las flores?
 
Hijo: ¡No! ¡Nunca! ¡Nunca, madre! Y las pocas aves que quedan merodeando por el paraje, apenas se aproxima la noche, emprenden sus vuelos, con la impaciencia de encontrar en alguna parte de la tierra un símil del árbol que le han arrebatado!... A veces, como fantasmas, se pierden en la noche.
 
Madre: Dices bien, Onofre. Y no pocas veces quede absorta cuando bandadas de loros barullentos y enjambre de aladas palomas se desplazan por el cielo al ritmo de las nubes, con la suprema intención de buscar, también ellos, el paraíso perdido! El paraíso que les fuera arrebatado a la fuerza!....
 
Hijo: ¿Y que será madre, de la selva, de toda la selva, si se eliminan a los pájaros, sobre todo aquellos que cantan y deleitan tan dulcemente a los oídos humanos?
 
Madre: Reconoce esta verdad, hijo mío: el talamiento de los bosques no sólo hace desaparecer a los pájaros que cantan! Es como en la guerra: el furor del genocidio mata por igual a todos: a los sabios, a los ignorantes; a ricos y pobres; a pequeños y grandes; a locuaces y a mudos! . . . (Pausa)
 
Hijo: Si tuvieras que optar, dime madre, ¿a cuál de los pájaros músicos de nuestra tierra elegirías para que, no sean exterminados totalmente?     
 
Madre: ¡Por todos! Pero, sin duda, hijo, elegiría al pájaro campana y al jhavía corochire! Ellos son nuestros pájaros cantores por excelencia. Gravitan como luceros en una noche estrellada.
 
Hijo: Pero, madre!: también tienen su encanto el zureo de las palomas y el arrullo murmurante del pycazu!
 
Madre: (Levantando la mano y señalando el oído). Sí; escucha esa música, Onofre!... (Se oye rumor musical, apenas perceptible) (Es la música onomatopéyica del pájaro campana ejecutada con el arpa).
 
Hijo: (Aguzando el oído) Sí; escucho, madre! ¿De dónde viene? (La música sube de grado).
 
Madre: Viene de la selva cercana, aquella misma que tú te empecinas en talar! Pero, más que canto, ¿no te parece que es el eco del grito que exhalan los pájaros porque la siente extinguirse, poco a poco, como en una agonía lenta pero fatal? (Se escucha el piar de la piririta, en la voz de Reseda). ¿Ves? ¿Oyes? ¡No es canto! ¡Es un sollozo lastimero, como una protesta que viene del seno de la tierra! Se parecen a esos niños indefensos que impávidos tiemblan, y cuando miran y se asombran viendo como su vivienda es arrasada por el fuego!...
 
Hijo: Los árboles aparentemente están quietos. Sin embargo, cuando los vientos azotan sus ramajes, o rozan con sus soplos la copa entera de sus crenchas, lloran, madre! ¡Lloran! ¡0h, madre!: ¿Por que lloran los árboles?
 
Madre: Mas que llorar, hijo, son gemidos lastimeros!
Hijo: Recuerdo que la abuela Nata hablaba del sauce llorón, aquel que solitario se erguía en la barranca del arroyo; sí, ese mismo arroyo que escurridizo y blando cruzaba la chacra familiar, de este a oeste!
 
Madre: Pero el sauce no es la selva, hijo. Este árbol llora cuando el viendo lo despeina y agita sus ramas, las que semejan cabelleras sueltas y profusas, y porque no pudiendo moverse como las aguas que incesantemente se desplazan, parece que ruega e implora por la suerte de su soledad estoica, allí plantado como esta en el linde de los barrancos.
 
Hijo: (Vuelve a escucharse la música del pájaro campana). Y este de ahora, este grito que parece sollozo, arpegio de mil arpas; y el sollozo que se vuelve canto? (Pausa para escuchar la música del pájaro campana)...
 
Madre: El músico que canto y orquesto los cantos de los pájaros, entendió que esos cantos forman parte de los sonidos naturales de la tierra, orquestados, por la selva... Escucha (Se oyen los sones de la música de El canto de mi selva, de Herminio Giménez).
 
Hijo: ¡Y en que parte de esta sinfonía, madre, se distingue el guyra pong, el jhavía corochire, el pycasú y el chopí?
 
Madre: El canto de los pájaros forma el entramado rítmico de un arpegio mágico. Es como en la prenda del ñanduti: una urdimbre etérea y misteriosa. También canta toda la fauna y la flora, el liquen orográfico. Es el canto de la naturaleza plena, en donde el estertor de la madre tierra se enlaza como en una creación. Es la tierra misma la que vibra como asiento genitora y permanente de la vida!...
 
Hijo: ¡Si tan solo pudiera distinguir al pájaro campana! La última vez que lo oí cantar en la copa de un árbol fue en el medio día del mes de agosto del año pasado! ¿Por qué? ¿Por qué, madre!?...
 
Madre: Esa ave, hijo, se ha vuelto mágica, casi mística. Y su canto natural se enrarece ya en los tiempos que corren! ¿Por qué?, me preguntas! Y porque su refugio, su asiento, su atalaya natural, los árboles altos y frondosos, esos árboles que hacen coincidir su altura con el telón del cielo, ya no existen! ¡Fueron todos talados para sacar parte de la codicia humana, que es honda, extensa, avasallante y al parecer interminable!...
 
Hijo: ¡Y yo soy uno de esos avarientos, madre! ¡Perdóname! El filo de mi hacha no solo corto el tallo, la planta del árbol! Hizo igualmente enmudecer el canto del pájaro divino! ¡El capitán de los pájaros de la selva paraguaya! (Hace muecas de su sufrimiento). Madre: ¡Yo soy un asesino confeso de la naturaleza! Un ecolicida, el genocida de las plantas! . . .
 
Madre: (Que trata de calmarlo). Serénate, Onofre! No todos los que matan o asesinan, verdaderamente son los únicos culpables! Los depredadores constituyen una cadena de fuerzas malignas! Muchos de los asesinos verdaderos ni siquiera muestran sus manos; ni siquiera se les ve el rostro! Les basta con dar órdenes para que otros se hagan cargo de los actos impíos, solapadamente!
 
Hijo: Mañana, madre; mañana bien temprano, ¡o Ahora mismo! Llevare el hacha a tirar en el esteral espeso que se extiende al borde del monte. ¡Que se hunda en la ciénaga para siempre! Y yo mismo pediré a Anselmo que así lo haga también con la suya, de por sí ya desgastada por tanto uso! (Hace ademan de salir hacia el público, ante cuya presencia exclama). ¡Basta ya de derribar los árboles. Basta ya de talar los bosques enteros, pulmones del aire, de la tierra atmosférica, reguladores de la lluvia, refugio de la fauna y de la flora! ¡Catedral sagrada de nuestros pueblos originarios! Madre: ¡soy un asesino de la naturaleza! (Se dirige hacia el límite del escenario y arroja el hacha al vacio).
 
TELON (Se apagan las luces)
 
 
ESCENA II
 
Y expuestos sobre una mesa rustica algunos implementos agrícolas: azada, arado, machete. Y un pequeño ayacá con frutos diversos. Mismos personajes:
 
Hijo: Ya ves madre. Ahora ya mi oficio no es talar árboles. Me dedico a cultivar la tierra, tan generosa siempre, a pesar de que día a día deturpamos su epidermis y cavamos sus entrañas! De allí, desde su capa superficial, y desde sus entrañas, arropado de plantíos, vienen estos productos, dones de la naturaleza que nos sirven de alimento primario: la mandioca, con sus féculas nutrientes, la espiga dorada del país, los granos henchidos del trigo y la variedad múltiple de legumbres, cargadas todas ellas de propiedades nutritivas...
 
Madre: Y para disponer de todo eso, hijo, no fue necesario herir y deturpar gran parte de la selva. Extensos campos labrantíos, praderas opimas, se ofrecen al hombre para regalar el potencial de sus tesoros escondidos!...
 
Hijo: Comprobé, madre, siguiendo el consejo del agrónomo, experto en el cultivo de la tierra que, sin necesidad de talar o arruinar los bosques, algunos de ellos milenarios, o mermar sus latitudes con el asedio de las hachas, basta con darle un uso productivo al campo abierto y las praderas aledañas, tan abundantes y extensas por toda la geografía patria, las que con impaciencia esperan que el trabajo planificado del hombre las afane a los fines agrícolas, y las respete como fuente nutriente de la vida en su multiplicidad de seres vivientes que viven de la ubre generosa de sus dones inagotables.
 
Madre: Recuerdo que don Santiago Moisés Bertoni, compadre del abuelo Fermín, sabio naturalista por todos conocido, afirmaba ya en el pasado siglo que el costo total que se invierte para reacondicionar una hectárea de tierra a los fines productivos agrícolas, o ganaderos, su valor monetario resulta ser un cincuenta por ciento menos que invirtiendo en la misma extensión de tierra, talando los bosques vírgenes!...
 
Hijo: Y con esta salvedad, en inventario de beneficio: ¡No se inutiliza el bosque, siguen proliferando los arbustos y los arboles quedan en pie! La selva no se pierde!. . .
 
Madre: Hijo!, con tanta extensión que tiene la geografía patria, están desperdiciadas vastas áreas de tierra para fines productivos. Los geógrafos científicos, siguen diciendo que el desierto del Sahara, en África, así quedó con el tiempo después de sacrificar o exterminar a los bosques que por añares las cubrían!...
 
Hijo: Esperemos que alguna vez, madre, aparezcan al frente de los centros de enseñanza y de las instituciones del gobierno, expertos y patriotas estadistas que descubran las bondades del potencial verdadero y eficaz que posee la tierra, la Madre Tierra, ubre ubérrima de tantas riquezas soterradas...
 
Madre: Y, además, con suficiente sabiduría y compromiso social.
 
Hijo: Roguemos a Dios que así sea, madre!
 
Madre: Te felicito hijo!... ¡Enhorabuena! Porque ahora comprendes a respetar a la tierra. Y sabes apreciar sus frutos germinales, los que hacen posible la supervivencia terrena de la especie humana, de la fauna y de la flora, del aire atmosférico, de la lluvia y el sol. ¡Y el mundo de los pájaros!
 
Hijo: Bendíceme, madre, para que no me desvíe de este compromiso! ¡La tierra! Asiento de nuestros pies, sustento de nuestro cuerpo, mortaja de nuestra muerte, exhalación generosa y vital de la vida! (La madre bendice al hijo).
 
 
ESCENA III
 
Los mismos personajes.
 
Hijo: Decías ayer, madre, que los taladores no solamente cortan los arboles...
 
Madre: Sí; no solamente cortan los arboles. Transforman la tierra para su posterior uso utilitario en "rozados" resecos, llenando la superficie de fantasmas descuartizados de sus formas primarias. ¡Qué insensatez humana: asolando selvas enteras en dilatados perímetros geográficos! Es más, después de talarlos, queman los restos que de él quedan. Todas aquellas partes que no son objeto de comercio: ramas, flores, hojas, tallos tiernos ¡los vuelve rastrojos, cenizas, humo!...
 
Hijo: Tal vez, madre, todo eso se hace con la intención inocente para asentar en esas áreas taladas variedades de plantíos agrícolas y generar alimentos elementales destinados a saciar el hambre incesante de los habitantes del planeta!. . .
Madre: ¡El hambre de los habitantes, dices?! Pero, hijo. ¡Qué hambre atroz e insaciable! Ya te he dicho, hijo: para hacer que florezca la tierra y crear bienes para saciar el hambre, no es necesario mutilar y envilecer a la selva entera, ¡con todo lo que en ella esta clavado y plantado! Exterminar troncos y raíces, quemar ramajes en flor, y hasta matar el halito natural del humus que la nutre!...
 
Hijo: ¡La tierra y todos sus elementas cósmicos puso Dios a disposición del hombre! Así nos explicaba el padre Francisco, madre!
 
Madre: Y acaso tú, Onofre, que para vivir mamaste de mis senos, en donde tenía guardada para ti la leche acumulada, y succionando mis pezones, lo hiciste así para que tú vivieras y yo muriera? ¿Me has condenado, por eso, a morir toda entera?! ¡¿Condenada a secarme?! ¡No! ¡No! Sólo te aprovechaste de la leche alimentaria, lo suficiente en el tiempo de tu tiempo, que por derecho a la vida lo tenlas!...
 
Hijo: Ya lo sé madre! Y agrego: ¿Me vas a negar que lo que allí en tu seno quedó, sin yo agotarlo, todo ese potencial alimenticio acaso se mermó para dar vida a tus próximos hijos, mis hermanos?
 
Madre: Dices bien, y acertadamente, hijo! Y por eso mismo comprenderás que los árboles talados, si no se los reforesta de nuevo, desaparecen para siempre! Por esa razón elemental es que una selva talada, destruida, quemada, es un robo deliberado e injusto que hacemos al futuro de las nuevas generaciones... Si nos inclinamos a destruir la tierra en su seno germinal, cancelamos despiadadamente no solamente el futuro de las nuevas generaciones, también destruimos, de paso, toda la flora que hace a su universo, el hábitat de la fauna, y degradamos finalmente, todo el sistema ecológico de nuestro universo planetario!...
 
Hijo: Toda la tierra, madre!
 
Madre: Toda la tierra, hijo: el asiento sagrado de la vida. Porque sabrás que la tierra no es solamente el suelo y el subsuelo. Forma parte de ella la luz del sol, el aire, el agua de los ríos; la atmósfera entera y hasta el cielo abierto. ¡Las estaciones del año son la tierra!
 
Hijo: Oh!, madre! Me quieres decir que lo que Dios creó con tanto amor, y así, sin discusión, todo lo destruye el hombre con un golpe de hacha, dominado por su avaricia?
 
Madre: No solamente la destruye, hijo; lo envilece y lo degrada; llevado del afán de su avaricia, de su gula insaciable, se vuelve presa de un espíritu destructivo y diabólico.
 
Hijo: No tanto, madre! ¡No exageres...
 
Madre: Cuando se arrasa un bosque, hijo, el hecho en sí produce un dolor tan agudo sólo comparable cuando se comete un aborto, a la fuerza, en donde el ser asesinado es un niño, un ser humano, una vida en gestación con finalidad de futuro!
 
Hijo: ¿Tanto así, madre?
 
Hijo: Soy madre, Onofre, genitora de vida. Y se del dolor que causa la muerte de un hijo, fruto del amor, criado en las entrañas intimas del cuerpo! Se cuando, después de un parto infausto, se pierde un hijo, se frustra una vida!. . .
 
Hijo: ¡Oh, madre! Ahora lo comprendo. Cada árbol, cada planta, cada ser de la especie que fuere, es fruto, es hijo de la tierra! ¡Por eso te dueles madre, por el acto insano de dar muerte a todos ellos!...
 
Madre: Si, hijo! Lo que la tierra sangra y llora por cada árbol que se tala, por cada rama que se quema, por cada animal viviente que se aniquila, por cada lluvia que se fuga... Es como cuando un objeto se pierde en la oscuridad: no se lo ve, pero existe, vive y palpita!... (Pausa). ¡Se escapa de la visión y se escurre de nuestras manos!
 
 
CUADRO II
 
Final (en la semipenumbra)
 
Hijo: ¿Por qué las aves cantan, madre?
 
Madre: Las aves, hijo, son músicos por naturaleza. El hombre piensa, razona, se inspira. Ríe. Llora. Se impregna del asombro que provoca el signo de la interrogación por la magia y el misterio. El ave, por instinto y vocación natural llena de melodías la selva porque forma parte de ella. Su trino es un microcosmos esparcido desde su propio universo. El trino de las aves forma parte de las maravillas del universo...
 
Hijo: Y cuando las selvas fuesen ya todos arrasadas, y los arboles crucificados como Cristos vivos, ¿adónde irán a recalar los ecos rumorosos de su presencia, el trino de sus cantos? ¿Se dormirán como en la muerte?
 
Madre: Como la música, hijo, que inunda de sonidos los oídos y luego se esfuman, se apagan, quizás también sus trinos permanecerán como las apagadas y silenciosas imágenes en los cuencos interminables y secretos del universo. Son como el éter vibrátil que se abraza al silencio, energía invisible que se adhiere al misterio para sobrevivir en la imaginación humana!. . .
 
Hijo: Sabes, madre, que ayer, los "mariscadores" mataron el ultimo tigre que todavía quedaba; escurridizo, aquí y allá, después de la depredación total del bosque de Itacuruzú. Estuvo refugiado en la isleta que, como lengua rala del monte, quedó entre el esteral y el campo abierto!
 
Madre: Y, ¿por qué lo mataron?
 
Hijo: Y como ya no tenía guarida, se refugió en el entramado de las talas. Sus ojos tristes pero acusadores, parecían fanales de fuego. ¿Que, por que lo mataron? Adujeron esta excusa, acicateada por el miedo! ¡El tigre era un peligro! ¡Peligraba la vida del hombre, en toda la comarca!
 
Madre: Y pensar que, destruyeron la suya! ¡Le robaron su casa, su sustento natural; cercaron su dominio! El que entonces sí estuvo en peligro fue el tigre, y no el hombre! i Malsana e impla insensibilidad humana!
 
Hijo: Día vendrá, madre: Eso dicen, en que las futuras generaciones solo conocerán a las aves y al tigre, sobre el lienzo de los pintores y tal vez, si sobreviven, en el canto de los poetas!...
 
Madre: Y acaso, me pregunto yo ahora, no imaginamos y conocemos idealmente al mismo Jesús, solamente en el lienzo de los pintores? Y, a veces, solamente en la imaginación de la fe. ¡Él, que fue uno de los reos más dulces e inofensivos que conoció la historia de la humanidad, la historia sobresaliente del hombre? Y esa misma suerte correrían varias especies vivientes de la naturaleza. Y de todos ellos sólo quedaran imágenes y lejanos recuerdos!...
 
Hijo: Madre: Todos somos, desde un principio, como los relámpagos: luces, truenos, estertores, fugaces meteoros terrenos! Hablas de imágenes y recuerdos. Y yo quedo dudando, si es que finalmente quedaran con vida los que pueden llegar a recordar!... (Pausa)
 
Madre: (Al oír, a lo lejos, el canto del ave): ¡Onofre! ¡Onofre! Ha vuelto el pájaro campana! ¡El pájaro campana retornó al Paraguay! (Reseda canta el pájaro campana en sus dos versiones: castellano y guaraní. Al terminar el canto, cae el TELON).
 
.
Fuente:


IV ÉPOCA – Nº 18

A CENTRE OF INTERNATIONAL PEN

EDICIÓN ESPECIAL

LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA EN EL PARAGUAY

Arandurã Editorial,

Asunción – Paraguay

Julio 2010 (199 páginas).
 
 
 
 
 
 
 
 

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