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EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN (+)

  LA AGONÍA DEL HÉROE - Obra de EFRAIN ENRIQUEZ GAMON - Año 1977


LA AGONÍA DEL HÉROE - Obra de EFRAIN ENRIQUEZ GAMON - Año 1977

LA AGONÍA DEL HÉROE

Obra de EFRAIN ENRIQUEZ GAMÓN

Impreso en Talleres de la Editorial EL GRÁFICO

Asunción - Paraguay

1977 (143 páginas)

 

 

 

 

 

ÍNDICE GENERAL

 

I. Explicación introductoria

II. La Agonía del Héroe

1. Personajes

2. Prólogo

3. Acto Primero

4. Acto Segundo

5. Acto Tercero

III. Apéndice:

Francisco Solano López o el valor moral

 

 

 

 

LA AGONÍA DEL HÉROE

 

EXPLICACIÓN INTRODUCTORIA

 

            AMIGO LECTOR: He aquí, expuesta a tu consideración y crítica, esta obra a la que he intitulado LA AGONIA DEL HEROE. Ella pretende recoger, aunque muy débilmente, aprisionados en la estructura del lenguaje escrito, algunos aspectos del drama íntimo de que fue actor el más grande héroe de la nacionalidad: Francisco Solano López.

            Te confieso que esta obra, aun cuando haya sido escrita en el linde de la fantasía, su tema fue objeto de profundas y largas meditaciones y es el fruto de no pocos estudios sobre nuestro pasado histórico. Naturalmente que, siendo la figura de López de tan grande dimensión histórica, se hace muy difícil condensar su retrato, con todas las facetas de su inmensa personalidad, en unas breves paginas como éstas.

            Pero yo he osado correr un riesgo, escudándome en el hecho de que la acción que realizo es algo completamente original. Al menos, eso creo. Y me he esforzado, más que nada, en interpretar su hondura humana: lo que yo me supongo que pasó en la última noche, al comenzar el 1° de marzo de 1870, en Cerro Corá. Era el último amanecer, el último día de la vida física del héroe... Me he preguntado siempre: ¿cuáles habrán sido los sentimientos íntimos de este hombre excepcional, en las horas postreras que vivió en Cerro Corá?... ¡Cómo se habrá estremecido su corazón y vibrado las cuerdas emotivas de su alma en la inmensa soledad de su vida? Porque yo tengo la creencia -una fuerza de credulidad que es más potente que la simple impresión-, de que este conductor de pueblo, este adalid de oro; era un hombre atenazado por la soledad! Es cierto: era entrañablemente amado por su mujer, la inolvidable compañera de su vida, Elisa Alicia Lynch; era amado por sus hijos y por sus soldados, por el pueblo paraguayo entero. Y él correspondía a esa devoción. Pero hay indicios para pensar -por la fuerza imperturbable de su carácter como hombre de Estado, como soldado y por las tremendas encrucijadas que le tejió el destino-, de que nadie jamás penetró en la hondura íntima de su corazón y de su alma: Sin embargo, este es el destino de los grandes hombres, el precio amargo pero necesario que pagan los verdaderos hombres y los verdaderos héroes por su superioridad.

            López espera todavía al Esquilo que forje el canto de su vida y la glorié de su muerte. Así ha dicho nuestro inolvidable y talentoso Natalicio González en uno de sus versos. No es que con esta obra responda yo a semejante llamado. ¡Por Dios! No!.. Porque mi pluma es demasiado leve y mi imaginación demasiado pálida. Pero tú me perdonarás, lector amigo, que sea yo el que se atreva a iniciar la marcha con este intento. Otros vendrán después a escribir el drama excelso, insuperable, que haga honor al mérito esclarecido de nuestro legendario héroe. Yo no soy dramaturgo, Sólo inicio la marcha por el sugestivo y sagrado camino y, temerariamente, he usado el mecanismo del teatro por comodidad, para hacer hablar a los personajes del drama.

            AMIGO LECTOR: como verás, los personajes que aparecen en escena son todos reconocidos históricamente. Son, por así decirlo, nuestros héroes familiares. Aprendimos sus nombres y sus gestas desde que comenzamos a leer la historia de la Patria, y aún mucho antes, porque son nombres que siempre acuden a los labios de nuestros mayores. Empero, excepción de algunas frases muy conocidas, popularizadas por la pluma de Manuel Domínguez, Juan E. O'Leary y Natalicio González, entre otros, las expresiones de cada uno de ellos, de cada uno de los personajes, son de exclusiva invención mía. Y es más; son, en gran medida, sólo ficciones de una realidad imaginaria. Y me refiero especialmente al parlamento que tiene López con los muertos: Díaz, Venancio, Aquino, Mongelós, Bado. En este sentido, el autor sólo hace conjeturas, hipótesis poética, sobre lo que pasó en la mente y en los corazones de aquéllos héroes y heroínas en los momentos postreros de sus días y en las álgidas horas que vivieron junto al Héroe.

            Por otra parte, se que al haber escogido a la más grande figura de la Patria para ser el principal protagonista de esta obra, he asumido la responsabilidad de una tarea temeraria y atrevida. Incurro, como dije, en correr un gran riesgo. Pero, amigo lector, ¿quién es aquél que no sueña con realizar grandes tareas?! Yo pienso y actúo humildemente. Sin embargo, entre una piedra y una estrella, siempre elijo a la estrella. Y digo más. Así como podemos tal vez diferir en opiniones respecto de los verdaderos kilates de López como militar, o como estratega, o como Estadista y gobernante, yo sé que todos los paraguayos lo hemos aceptado, a conciencia, en toda la dimensión de su singular personalidad. Este hecho nos libera a cada quién -por lo mismo que nos señala un deber de responsabilidad como paraguayos-.

            Solano López es nuestro héroe, nuestra Mariscal, nuestro adalid. Y además de la veneración consagrada por las circunstancias, cada uno de nosotros puede venerarle a su manera. Por eso esta breve obra, amigo lector, es el testimonio de cómo yo venero a López, de mis sentimientos hacia los prohombres de nuestra nacionalidad y de mi respeto por las ideas por las cuales lucharon y murieron como hombres auténticos y como héroes insuperables. Por ello, amigo lector, no me acuses de haber desbordado mi osadía y mi entusiasmo de paraguayo. Acúsame solamente, si de algo quieres acusarme finalmente, de haber extremado mi veneración por ellos.

            Por último, amigó lector, se inserta como Apéndice una breve biografía-estudio sobre Francisco Solano López. Yo llamo a este resumen biográfico Francisco Solano López, o el valor moral, como un retrato histórico del personaje central del drama. Su finalidad es didáctica, para las jóvenes generaciones; y de información para quienes no conocen históricamente a López, así como las causas y el teatro de su inmolación.

 

            Efraín Enríquez Gamón

            Asunción, Paraguay.

 

 

 

PERSONAJES

 

            POR ORDEN DE APARICIÓN:

 

1. Bartolomé Mitre

2. Criado

3. Conde D'Eú

4. Barón de Mauá

5. Francisco Solano López

6. Elisa Alicia Lynch

7. Centinela

8. José Díaz

9. Elizardo Aquino

10. Venancio López

11. José Vicente Mongelós

12. José Matías Bado

13. Rafaela López

14. Silvestre Aveiro

15. Cacique indígena

16. Francisco Sánchez

17. Bernardino Caballero

 

Voces:

1. De las Residentas

2. De los Soldados

 

 

 

PRÓLOGO

 

ESCENA PRIMERA

 

Bartolomé Mitre en su estancia, escribiendo. Luego un criado:

 

MITRE: Todavía no vienen. ¿Por qué se tardan tanto? Los estoy esperando hace veinte minutos!... (Pausa) (Entra el criado).

 

CRIADO: Señor, ya ha llegado alguien; empero, no dijo quién es. Se hizo anunciar y espera a otro personaje. (Pausa). Pero, Señor; ya van a dar las seis y Usted todavía escribiendo?! ¡Tantos libros! ¿No se le cansan los dedos de apretar la pluma?

 

MITRE: Más que el cansancio de los dedos, cuando se escribe duelen los sesos. Mira, esto; es la traducción de la Divina Comedia. ¿La conoces?....

 

CRIADO: Tanto como conocerla, no... pero lo he escuchado a Usted tantas veces repetir en versos pasajes de la obra, que algunas palabras se me gravaron también. A fuerza de repetir hasta los clavos entran...

 

MITRE: Sí... (Se oye ruidos). Creo que vienen ya. Hazlos pasar.... (Sale el criado. Al rato entran dos personajes. Al verlos entrar, Mitre se levanta y saluda).

 

 

ESCENA SEGUNDA

 

Dos nuevos personajes: El Conde D’Eu y el Barón de Mauá.

Ambos saludan con reverencia.

 

MITRE: Vaya; esto es como la junta del Olimpo: estoy ante el Conde D'Eu y el Barón de Mauá...

 

CONDE D’EU: Saludos, General, con mis mejores cumplimientos.

 

BARON DE MAUA: Con mis mejores augurios, General. Y esto, si Vuestra Excelencia me permite, es más que el Olimpo, a juzgar por los personajes y el motivo...

 

MITRE: Dispensadme, caballeros; pero acostumbro anotar él árbol genealógico de todos los ilustres personajes que llego a conocer y cuyos valores me llaman a considerarlos con alta dignidad. Vos, Conde D'Eu...

 

CONDE D’EU: Yo soy Luis Felipe María Fernando Gastón de Orleans. Pertenezco a la estirpe de un árbol histórico que se ramifica en cuatro familias de origen real. Soy hijo del Conde Nemurs y Nieto de Luis Felipe. Entre nuestros antepasados figuran varios reyes y estamos emparentados con las más rancias familias de la monarquía europea. Soy, además, yerno de Pedro II, el Emperador del Brasil...

 

BARON DE MAUA: Yo soy Ireneo Evangelista de Souza; no tengo origen real. Nací en Río Grande do Sul; hoy, por gracia de su Magestad el Emperador, Barón de Mauá.

 

CONDE D'EU: Pero hay algo más, dignísimo Barón... (Dirigiéndose a Mitre). Este caballero es un banquero que podría competir con los mejores que produjo Europa, y es, en ese campo, un conquistador moderno. No arremete ciertamente con la espada, pero utiliza un arma en nuestros días más punzante y filosa: el arte de los negocios. Si no, veamos su fascinante biografía, resumida, en pocas palabras: a los 17 años se hace acreedor de una especial distinción por la casa Rotschild... Es un alma inglesa nacida en territorio americano. Su educación comenzó en inglés, el arte comercial aprendió del sistema inglés y hasta la salida de su cólera lo expresa en el idioma de los hijos de Albión...

 

MITRE: ¡Inglaterra es la civilizadora del Mundo!

 

CONDE D'EU: Pero dejadme seguir, Excelencia, El Barón de Mauá es un artista. Abolido el comercio de esclavos en 1850, Ireneo ahora canaliza su capital en bancos, flotas, algodonales, cafetales. Provee créditos, cañones, fusiles y balas... Será, es, un excelente aliado; y de todo lo que nos provea lo haremos pagar con creces a ese soberbio dictador guaraní, que tercamente se resiste a abrir las puertas de su país a la civilización moderna!... (Pausa). Sólo tiene un pequeño defecto dé apreciación política. Ama a su Patria, venera a la Argentina, pero no quiere dejar de ser amigo de los uruguayos; detesta al General Flores...

 

BARON DE MAUA: Las arcas de la empresa que represento están de par en par abiertas al poderoso Brasil y a la amistosa Argentina; pero Venancio Flores no es hombre de fiar. Es un bandido. Yo soy amigo de los uruguayos... ¡Pero la idea de la Provincia Cisplatina paso a la historia!

 

MITRE: Esta es una empresa común, Barón. Tres países son más que un hombre, y representan más que un valor sentimental...

 

CONDE D'EU: Vayamos a nuestro asunto, Excelencias.... (Pausa). (Se sientan alrededor de la mesa). Y, Flores...?.

 

MITRE: No estará hoy aquí; yo asumo su representación. Desde el 19 de abril de 1863, año en que desembarcó en el sitio llamado Rincón de las Gallinas, no tiene respiro. Es muy difícil gobernar a un pueblo revoltoso. Para Brasil y Argentina, son importantes las Repúblicas limítrofes. Flores es nuestro aliado; yo hablo por él. Nuestro problema es el soberbio López, que osa desconocer la Ley de los fuertes y no acata los principios de las leyes naturales que rigen la vida de las naciones...

 

BARON DE MAUA: El tiempo urge; revisemos el Tratado...

 

MITRE: Todo está hecho. Las largas y enfadosas tramitaciones terminaron. Hoy es 1° de Mayo de 1865; y dentro de cuatro días anunciaré al Congreso la decisión suprema... Señor Conde: el Embajador Almeida Rosa, el dignísimo representante de su Gobierno, no me ha podido explicar una duda que quedó latente en mí; tampono pudieron sacarme de la duda el Embajador Carlos de Castro y aún nuestro representante, Don Rufino de Elizalde.

 

CONDE D'EU: Y cuál es esa duda, Excelencia?

 

MITRE: Se trata de una simple interpretación. Héla aquí: el artículo 1° del Tratado dice: "La República Oriental del Uruguay, Su Magestad el emperador del Brasil y la República Argentina contraen alianza ofensiva y defensiva en la guerra provocada por el Gobierno del Paraguay"... Y yo me pregunto: ¿cómo es que, por una parte, se invoca el nombre de Repúblicas soberanas, y por la otra, la de una persona natural? Por una parte aparecen dos países, y por la otra una sola persona?! Yo tengo el espíritu liberal y no comprendo este modo de apreciar las cosas...

 

CONDE D'EU: Eso es muy sencillo, Excelencia. En el sistema monárquico, o en el sistema a quién Ustedes los liberales llaman del "absolutismo", el país es la persona del Emperador, del Rey o del que sea. Y sin embargo, Excelencia, para testificar nuestra confianza en los individuos es como, por el Artículo 3ro. del Tratado, siendo imposible al mismísimo Emperador venir a dirigir personalmente las operaciones de la guerra, se os confía, Excelencia, el mando en jefe de los Ejércitos Aliados! ...

 

MITRE: Grande honor, Excelencia. Mis reconocimientos para Su Magestad. (Levantandose). Tengo previsto, antes de ponernos en campaña, dirigir un mensaje al pueblo, a nuestros pueblos y a la conciencia del mundo... (Extrae unos apuntes de su escritorio). Aquí están escritos los párrafos que diré oportunamente: "En ocho días estaremos en los cuarteles; en quince días en campaña y a los tres meses en Asunción"...

 

BARON MAUA: Bravo, General; yo no soy político, pero sé que los pueblos gustan de escuchar temeridades. Vos, General, estáis llamado a ser el Alejandro americano: vais a libertar a un país de bárbaros de sus bárbaros opresores. Mi empresa brinda, por anticipado, por el éxito de su profecía!...

 

MITRE: Antes que lleguen los plenipotenciarios, os invito a brindar, por adelantado, en vuestra humilde casa. Vamos... (Sale el Barón de Mauá, y, antes de transponer la puerta, el Conde D’Eu pregunta a Mitre):

 

 

ESCENA TERCERA

 

CONDE D'EU: General, me he informado que además de guerrero, sois un literato. Y que ahora mismo, al tiempo que vuestra espada ya está tensa para la batalla, estáis traduciendo al castellano la obra del Dante?!

 

MITRE: Gracias por su interés y por su lisonja, Excelencia. Es cierto; estoy traduciendo La Divina Comedia; empero, le confieso, no puedo avanzar del Infierno, que comprende la Primera Parte del Libro...

 

CONDE D’EU: ¿Podéis explicaron, Excelencia?

 

MITRE: Mirad, Señor Conde: cuando intento escribir y a la tarea me doy, yo mismo me siento como el autor, en una selva lóbrega, rodeado de fieras en acecho que ni me dejan esclarecer las ideas ni ubicar el propósito de mi pensamiento. Las acechanzas de la selva constituyen el símbolo de los errores, y las fieras el símbolo de los peores pecados humanos: la lujuria, la soberbia, la avaricia!... El Infierno, según la concepción dantesca se abre como un abismo en el centro de la tierra... Y siempre que llego a la primera sección del séptimo circulo, allí me detengo; ese círculo está custodiado por un monstruo mítico con cuerpo de hombre y cabeza de toro a quien le llaman Mínotauro. Yo no alcanzo a ser Teseo, y siempre acabo vencido, porque aquí en este círculo, según Dante, es donde se castigan a los que cometen actos de violencia contra la humanidad; y así, yo mismo veo desfilar a espíritus deformes que representan a los tiranos de la antigüedad, a los tiranuelos medievales y a algunos bandidos célebres. A todos estos personajes, los centauros los vigilan permanentemente y los sumergen en un río hirviente de sangre... y eso me causa horror!...

 

CONDE D'EU: No vayáis a creer, Excelencia, que el Paraguay es el séptimo círculo y López una mezcla de Teseo y el Minotauro?...

 

MITRE: Nada de eso, Señor Conde. Aún cuando en sueños, lo confieso, he visto a López al frente de un ejército de centauros!... Pero lo que me abruma del género humano no son las atrocidades que cometen los miembros de su especie. Sólo que no alcanzo a comprender por qué estamos destinados a comenzar siempre por el Infierno, de cuyo círculo asfixiante y fatídico no se puede pasar...

 

CONDE D'EU: No os abruméis, Excelencia! Y para que podáis avanzar más allá del séptimo circulo, el Emperador ha dispuesto poner a vuestra disposición a los mejores generales del Imperio.

 

MITRE: Y Vos, Conde, no vendréis conmigo?

 

CONDE D'EU: Vendré, pero más tarde, para la consumación de la tarea. Mientras, tendréis a un antiguo camarada: al General Luis Alves de Lima y Silva, Conde Caxías. Vos lo conocéis muy bien...

 

MITRE: Sí; si es que es el mismo que, en 1853, entró con 20.000 hombres al Uruguay obligando al Presidente Oribe a capitular. Nos ayudó también a batir al tirano Rosas en Morón, en 1852... Sin él, es probable que no hubiéramos vencido a la Confederación Argentina!...

 

CONDE D'EU: ¿Veis, Excelencia, cómo se puede romper la barrera del séptimo círculo?

 

MITRE: El Brasil, supongo, estará llamado a ser la primera gran potencia de la América del Sur, si así de optimistas y valerosos son sus hijos!?

 

CONDE D'EU: El único obstáculo, por ahora, es el régimen del Paraguay. Ese es nuestro séptimo círculo. Vayamos ahora, a brindar, si os parece. El Barón de Mauá nos espera! (Sale).

 

MITRE: (Que queda solo y mirando hacia el infinito). Sí... el Barón de Mauá nos espera. Y a los argentinos, ¿qué nos espera? Los bandeirantes no temen transponer, impávidos, el séptimo círculo; ¡si tan sólo tuviéramos la tozudez de estos bandeirantes y la perfidia de Albión, tal vez podríamos construir un círculo para nosotros solos!... (Telón).

 

 

 

ACTO PRIMERO

 

ESCENA PRIMERA

 

            La acción en Cerro Corá. Es la madrugada del 1º de marzo de 1870, horas antes de la batalla final. El desarrollo de las escenas a un costado de la carpa de campaña de López.

            López, solo; monologando.

 

LOPEZ: ¡Cuán lentamente se desplaza la noche! Diríase que está paralizada la tierra y que el carro de la aurora no puede escalar las cimas de las altas montañas ni atravesar la espesura de los bosques sombríos!... Es el final; lo sé. Me lo dice el murmullo de la noche; la brisa que baja, húmeda y silenciosa, de los cerros cercanos; el oloroso frescor de las gramillas y el susurro inquietante del Aquidabán cuya torrente sorda grita su rebeldía de siglos por entre el cauce de su basáltico y accidentado lecho... Y yo estoy solo... ¡Solo!... Tengo la sensación de que la muerte vela los sueños de la vida. Apenas diviso, entre la malla sutil de las tinieblas, la figura de mis bravos que guardan estos parajes solitarios; en ellos se retrata la silueta informe de la Patria con sus postreras horas de martirios. ¡Oh, Dios de las Naciones! ¡Qué enigma trágico dibujaste sobre la blanca frente de esta patria atormentada! Cazando creaste el mundo diríase que aquí, en esta recóndita región del planeta, quedó diseminado y escondido un poco del caos primigenio que no pudo ser dispersado por el poder milagroso de tu soplo divino!... Más, me pregunto: ¿por qué dejaste qué crezcan los hermosísimos vergeles que adornan las praderas, los campos infinitos y la tupida y dilatada selva? ¿Por qué regaste la faz de esta tierra con el líquido de mil arroyos cantarinos y tantos ríos prodigiosos? Como un orfebre, delicado, moldeaste sus leves y graciosas colinas y derramaste la vida en su contorno con la luz transparente de tu sol maravilloso!... Pero hoy, sólo veo sombras! Sombras que vagan extraviadas, sin tino, bajo la vastedad del cielo, aprisionadas entre la urdimbre de esta negra y larga noche!... Esta es mi lucha, oh Dios, el indescifrable secreto de mi drama: ¡Mi espada no puede derrotar al ejército terrible de las tinieblas!... ¿Y mis bravos? Oh, mis bravos! Los he visto en Tuyuti, en Curupayty, en Acosta Ñú; en cientos de batallas! Si; los he visto cuando, inflamados de un ardoroso santo patriotismo, ofrendaban sus vidas indomables a la Patria agredida, y defendían el honor nacional como si estuvieran orgullosamente compitiendo en un atractivo certamen de héroes inmortales! He visto en sus arrojos retratarse la bravura del león y la intrepidez del águila... Y morían; ¡morían! ... Y allí quedaban con sus labios desangrados como los claveles escarlatas en las ánforas de un recuerdo imposible! Sí, y sus ojos brillaban, alborozados, como si hubiese anidado en sus órbitas el fuego eterno y el resplandor inconfundible de las mágicas estrellas! (Pausa). Y aún después de muertos, yo sé que son ellos las que me siguen, ¡me siguen!... Sí, oigo el galopar de sus corceles cuyos ecos golpean como martillos metálicos mis tímpanos adolorados! Oigo el fragor de sus gritos! Sí; escuchad! ... (Se oyen ruidos de caballería en tropel y los gritos de: ¡Viva el Paraguay! ¡Vencer o morir! Luego, los ecos se apagan). ¿Oísteis? ¡Sí, son ellos! Vienen de Ytororó de Boquerón, de Lomas Valentinas! Pero... ya son inasibles. Son etéreos. ¡Són viajeros de la eternidad! Sólo hallaréis sus imágenes en los ásperos y mudos signos de los bronces; esculpidas en las rocas frías! Y en la edad futura, sus cenizas estarán diseminadas en los polvos de los caminos!... (Pausa).

 

 

ESCENA SEGUNDA

 

Elisa Alicia Lynch sale de la carpa; entra en escena.

 

ELISA: ¿Hablabas, Pancho?

 

LOPEZ: (Casi con sobresalto). ¡Ela! Mi bella, mi amada, mi dulcísima Ela! (Le extiende las manos y ambos se miran como extasiados). "Hablabas?", me preguntas?... No; sólo meditaba en voz alta. Sabes, a veces creo que nuestra tierra está llena de espíritus en espera de que les confiemos nuestros íntimos secretos y pensamientos... Pero no temas, en tal caso tú serias la reina de esos espíritus; la gran maga... (Ambos sonríen. Y tras breve pausa, mirándola fijamente, exclama): ¡Ela: creo que se acerca el final!...

 

ELISA: Oh, Pancho; sé que todo un mundo está contra ti. Pero también sé que es natural que los reptiles envidien a las águilas. Los que en la cumbre tienen sus moradas, forzosamente están expuestos a los embates de vientos embravecidos...

 

LOPEZ: Yo no temo a la muerte. Lo que me aflige es la suerte de la Patria. No mi suerte. Todos los días mucha gente muere por causas útiles o vergonzosas, y, ¿por qué no he de morir yo por amor a la tierra que me vio nacer, y por mi honor de hombre y de soldado? Si hemos aprendido a vivir en nuestra Patria, aprendamos también a morir por ella. Y creo que tanto como debe dársele un significado a la vida, debe dársele un significado de valor a la muerte. Morir es tan importante como vivir, pues la muerte no es sino la coronación de la vida!...

 

ELISA: Pero Pancho, tú eres un héroe y los héroes son los únicos muertos que no mueren!...

 

LOPEZ: Ela, ves?... (Toma la espada y da tajos en el aire).

 

ELISA: Pero, qué haces?...

 

LOPEZ: Con mi espada hiero el aire, de celos, porque guarda de mí tus suspiros!...

 

ELISA: (Abrazándose a López). Oh, Pancho: ¡cuánto te amo! Pero... no!... No digas palabras que desconciertan y ofuscan. A tu lado he aprendido que no todo termina cuando hay un sólido principio! El final, dices? Tu gloria, como mi amor, sólo tiene un comienzo y se agranda en el tiempo y en el espacio y no terminará nunca. Aún si quedase en esta tierra un solo paraguayo, ése será el hilo de tu verdadera historia!...

 

LOPEZ: Oh, Ela! Y tú, siempre, como el lucero, apareces en lo más oscuro de la noche. Tú eres la estrella que yo arranqué a los cielos de Europa, y tal vez los hados, me persiguen por eso... Y los niños, ¿duermen?...

 

ELISA: Sí, duermen. ¿Quieres que los despierte?

 

LOPEZ: No; que duerman, que reposen. Deja que esas almas, inocentes se substraigan de la vorágine que a todos nosotros nos consume y se escapen al dulce y delicado mundo de los sueños. Déjalos, Ela, que duerman, que sueñen, libres de fantasmas y de pesadumbres...

 

ELISA: Sabes, Pancho, hace un momento, observando a los niños dormir y aspirando el aliento que dejaban escapar por sus tiernas bocas entreabiertas, he recordado, de pronto, de aquéllos días, hoy ya lejanos, cuando por la mar veníamos y una gaviota se posó sobre el mástil del Tacuarí. ¡Qué blanca y fina era! Parecía una perla marina... Entonces; reíste como nunca jamás otra vez te he visto reír... Sí, recuerdo que entonces estrechaste mis manos entre las tuyas y, trémulo como un adolescente, me dijiste: "Ella es el centinela; es mi alma, disfrazada de ave, y velará por ti hasta que poses tus pies sobre la tierra de América!"... ¿Te acuerdas?...

 

LOPEZ: Sí, Ela; me acuerdo! Como tampoco olvido nada de lo que a ti me ata desde el primer momento en que nos conocimos. Si; por ejemplo: a mis oídos resuenan todavía, como un eco musical, las notas cristalinas de tus risas, en armonía con los trinos melodiosos de los pajarillos que cantaban escondidos entre las ramas de los arboles de los Campos Elíseos... Te acuerdas de Paris, de los Campos Elíseos? . Oh, Ela, ¿porqué vuelven a atormentar mi memoria aquéllos felices días entre esta mar de ruinas? ¡Cuánto ha soplada el viento desde entonces! Pero... ¿qué más recuerdas?

 

ELISA: Tantas cosas! En el piélago de mi mente, todos tus recuerdos, como los granos de trigo en la espiga de oro, como las jugosas uvas en un racimo, así se apiñan y juegan con mis pensamientos. Tratándose de ti, nunca distingo si los frutos son ácimos o dulces; sólo sé que los recuerdos constantemente asedian todo mi ser y punzantes algunos de ellos, más que otros, me llenan de infinita dicha y me excitan al sollozo y lloro de felicidad. Pero... te diré de uno en especial que todavía se agita en las concavidades secretas de mi corazón y envuelve eternamente la membrana de mi retina con el rayo de un lucero luminoso. Recuerdo, Pancho, cuando navegando por el río Paraguay, río arriba divisé, ¡finalmente!, erguirse altivo en su pequeño promontorio el seno túrgido de tu adatado Cerro Lambaré. Estaba cubierto de lapachos florecidos, y era tal como me lo describiste y tal como lo pinté en el cuadro de mi mente soñadora. Yo lo vi tan bello, tan discreto y sereno, tan grato, que en ese instante de la comunión de mi alma con un pedazo florecido de tu Patria, se alejaron para siempre de mí todas las dudas pequeñas y grandes que hasta entonces no pudieron ser enteramente desprendidas de mi corazón enamorado, de mi alma femenina. Sentí, así, de repente, que se contagiaban a mi cuerpo, a mi alma, a mi pasión sin límites, el aroma de las flores que desde los barrancos opuestos adornaban los parapetos terrígenas del río. ¡El olor de la selva!... El olor, en fin, de toda tu bendita tierra... Pues, te he de confesar, Pancho, que desde muy pequeña me extasiaba yo aspirando el olor de la naturaleza. Muchas veces me he pasado horas y horas acariciando al mar y cierta vez me he quedado dormida abrazada a un almendro en flor! Y tu tierra, Pancho, tiene todos los olores y los aromas que amó! Yo no sé si tú sabes que, a veces, en la cuenca de mis manos pongo un puñado de tierra y me quedo por largo tiempo aspirando ese secreto perfume que ella sólo brinda a quienes la aman y la comprenden. Por eso, si yo muriera lejos de aquí, le pediría a tu pueblo que rescate mis cenizas para que ellas se mezclen con esta tierra para siempre. ¡Gracias, Pancho, por el amor y la felicidad que supiste darme! (Se abrazan).

 

LOPEZ: Ela! ¿Sabes qué estaba recordando ahora?

 

ELISA: Quisiera saberlo!...

 

LOPEZ: ¿Te acuerdas de nuestros paseos por Manorá?

 

ELISA: Oh, Pancho! ... Manorá! ...   ¡Qué lejos está! Ah, la picada, húmeda aún por el rocío de la noche. ¡Y los ásperos follajes de las frondas! ¡Y los zorzales! ¿Los zorzales? ... Me acuerdo de aquélla vez en que enmudecieron...

 

LOPEZ: ¿Enmudecieron?...

 

ELISA: Sí, enmudecieron. He aquí el motivo y las circunstancias: Iban por Manorá, ella y él, montados ambos en briosos corceles. Iban de La Recoleta a Campo Grande. Ella era, bueno... una amazona rubia, oriunda de un famoso país que soñaba, como la soñadora de los cuentos de hadas, en un príncipe azul, venido de un país lejano, casi misterioso... Y él, un apuesto adalid; adalid de un pueblo invencible y misterioso, que fue un día a cruzar los mares extensos y violentos. Y ella y él se encontraron y se amaron... Y una mañana límpida, transparente, he aquí que cabalgaban juntos, uno junto al otro, por la picada de Manorá, abierta en plena espesura, cuyo murmullo vegetal era orquestado por las voces canoras de los zorzales nativos. De repente, a mitad del camino, perdidos para el mundo en ese mundo silvano, se miraron apasionadamente, tal vez arrebatados por el extraño sortilegio que contagia la selva. Se miraron; y bajo la verde sombrilla de cientos de árboles, al pie de un maduro cedrelo... ¡se amaron! Y en aquél tiempo, en el instante cósmico trascendental, la selva se aquietó de sus ruidos murmurantes y los zorzales enmudecieron ante el arrebato del amor...

 

LOPEZ: Oh, Ela. ¡Mi amada Ela! ... Sólo tú tienes la, virtud de aquietar la tormenta que en mi pecho se agita desatada! Sólo tú, como por arte mágico, conviertes en hálitos de ternura los volcanes que rugen encontrados en mi atribulado pecho... Sí; y hasta estos brazos que se volvieron duros y violentos por el continuo y abominable ejercicio de la espada, se tornan en lazos de seda cuando sienten el contacto de la cálida presencia de tu adorada persona; y ¡ves?: tiemblan como trémulas plumas cuando en ellos te refugias! Tú eres para mí la brisa, el aliento vital, el perfume, la paz. Contigo todo se aquieta y dulcifica; todo mal se contrae y huye; toda pestilencia se aroma de fragancias... Pero...

 

ELISA: Oh, Pancho! Pancho! Soy una mujer afortunada. Sí; yo sé que virtudes extraordinarias no poseo, salvo aquéllas que nacen y se alimentan de la savia del amor. Y sé también que es el hechizo del amor la fuerza que transforma tu energía rotunda en íntimo y dulcísimo deleite; y esos bramidos roncos de tus luchas y de tus desvelos, yo los recojo en mi seno como a hijos que buscan anhelantes la protección y la ternura...  Pero, ¡no te martirices más, Amado Mío! Ya está por dar la aurora. Siento en la atmósfera alentar el dulcísimo dolor del venturoso parto. Descansa por un rato, Pancho, mientras yo vuelvo a los hijos...

 

LOPEZ: Gracias... Ela... Sí; vuelve a los niños. Hoy, ellos más que yo, necesitan el calor de tu abrigo. Ellos van a vivir y yo a morir... Pero antes déjame besar tus manos, lazos de mi destino, blancas vigías de mis noches negras. Y si con ellas me enseñaste el camino del amor verdadero, déjame pedirte que también con ellas escarbes esta tierra que tanto amamos para hacer en su seno la hoya de mi tumba. Si la tierra paraguaya está bendecida por Dios y santificada por la sangre de sus héroes, yo sabré que con un puñado de ella, arrojada sobre mí por ti, estará el más dulce secreto que puede ambicionar tener un hombre... (Toma las manos de ella y las besa. Ambos quedan mirándose y Ela dice):

 

ELISA: Cuando tú te vayas, se creará un vacío en el espacio, y aunque la tierra pueda medir la longitud de tu cuerpo, para medir tu hazaña no bastará la historia de dos generaciones...! ¡Te amo! ¡Siempre te amaré!. (Se desprenden sus manos enlazadas y Ela, lentamente, ladeando la cabeza para mirar a López, vuelve a la carpa. Mutis).

 

 

ESCENA TERCERA

 

López, monologando. Luego el Centinela.

 

LOPEZ: ¡La aurora! Sí... pero ¡cuánto se tarda la aurora! ¿Será esta noche una de aquéllas que no amanecen nunca?! ¿Y ese rumor? La selva inquieta desata ya sus presagios. Oigo al Urutaú en su endecha melancólica... ¡Cómo canta! Pero... ¿es acaso canto el sollozo?... (Llama). ¡Centinela!...

 

CENTINELA: (Presentándose). A las órdenes, Señor!

 

LOPEZ: (Vacilando). No!... ¡Nada!... Vete a tu puesto. Vete... (El centinela obedece y López queda otra vez solo y sigue el monólogo). ¡NO!... No puede el centinela ir a acallar al Urutaú. ¿Qué digo? ¿Acallar el canto?... En todo caso, lo que hay que acallar es el cañón que ruge, no al pájaro que canta! Ah, si pudiera la pólvora que mata ser harina del pan que da la vida! ¡Que canten los pájaros! ¡Que sople la brisa! ¡Que murmuren raudos los arroyos! ¡Qué?... Veo que ya la luna está haciendo su nido de plata en la copa de los árboles! ¡Oigo caballos que relinchan!... (.Oye pasos) ¡Quién vive? (Aparece el mismo centinela).

 

CENTINELA: Soy yo, Señor...

 

LOPEZ: ¿Otra vez? A qué vienes, hijo; yo no te he llamado...

 

CENTINELA: Señor, su madre, Doña Juana Pabla solicita verlo. Me dijo, es decir, me pidió...

 

LOPEZ: (Volviéndose hacia el centinela y poniéndole las manos sobre los hombros). ¿Mi madre? ¡Mi madre!...  Ve, hijo... Ya estoy con ella. Yo nunca me he apartado de mi madre. Sí, porque mi madre es esta tierra que piso y me sostiene y esta noche inmensa que me abraza en su seno como a un hijo querido. Ella está allí, adentro de esa carpa; está en cada una de las mujeres humildes del pueblo que en el silencio resignado de su abrumador destino amamantan a sus hijos, recostadas en las ruedas de las mansas carretas. Está en las heroínas que dulcifican los momentos tristes y agónicos de mis valientes guerreros. Mi madre es la causa que defendemos tú y yo, hijo mío... Pero vete ya; y dile a esa persona que pregunta por mí que no estoy, que me he ido... que estoy sacando chispas con mi espada en las piedras silenciosas de la noche... (El centinela se va; meditando sigue su monólogo). Ah, si pudiera hablar con los espíritus y obtener de ellos que se presenten aquí aquéllos seres que amo y que tienen el afecto cálido de mi corazón. Pero no; los poderes de Dios son inescrutables y el hecho sería imposible... Además, muchos de ellos ya murieron; ¡ya están profundamente muertos!... (Se sienta; sumerge la cara entre las manos y hay silencio. Luego se oye una voz -o un coro de voces- que claramente dice(n).

 

VOZ - CORO DE VOCES: ¡López! ¡López! Esta es la voz de los espíritus. Cuando se ama los ruegos de los hombres se convierten en los frutos del pensamiento. Ellos te dicen: ¡vendrán tus seres amados! ¡Vendrán tus amigos! ¡Vendrán a ésta sórdida velada como un premio del reclamo que hace tu alma atormentada! Disponte a recibirlos... (La voz -voces- se apagan y López se levanta sobresaltado; retrocede unos pasos. Habla).

 

LOPEZ: ¿Y esas voces? ¿Sueño...?   ¿Acaso deliro...? Y, sin embargo, claramente las oí sonar en mis oídos?!... (Se oye pasos y se ve avanzar una figura desde la penumbra).

 

 

 

 

ESCENA CUARTA

 

López; y la persona que llega: Díaz.

 

LOPEZ: ¿Quién va... ?

 

DIAZ: ¡El General José Díaz!...

 

LOPEZ: ¡Díaz? ¡José Díaz! ¡Eres tú, realmente!? ¿O es sólo una visión que engaña a mis sentidos?...

 

DIAZ: Sí, Señor; José Díaz. Y no soy una visión. (Los dos hombres se abrazan).

 

LOPEZ: ¡Es el final, verdad?...

 

DIAZ: No; Señor: no es el final! Apenas hemos iniciado la marcha. Pero de esta contienda, hoy será la última batalla. Y en ella no podría abandonarte... Mariscal: ¿puedo decir "¡Presente!"...?

 

LOPEZ: Lo que no logré explicarme nunca es cómo pudiste abandonarme, después de Curupayty! ¡Todavía después de Curupayty, donde todos juntos de nuevo vimos renacer al Ave Fénix de la Patria, simbolizado en el valor del soldado paraguayo. Tú, Díaz, el hombre sereno, el primer estratega de los ejércitos de la República?...

 

DIAZ: Señor, yo no puedo torcer la decisión de Aquél que gobierna nuestras vidas. Y en el arte de la guerra aprendí a dirigir los proyectiles contra el enemigo... Pero, ¿quién puede tener jamás el poder de adivinar la dirección que llevan las balas disparadas súbitamente? Además, nadie muere en la víspera. Era mi hora. Y la muerte siempre llega en el minuto exacto, sin retorno, con decisión inapelable!...

 

LOPEZ: Sí, ya sé que todo está contra nosotros. De mí dicen que soy un monstruo, un tirano. Que no luchan, dicen, contra la Nación; que luchan tan sólo contra mí, contra un sólo hombre! ¿Tú crees eso José Díaz?...

 

DIAZ: El valor de los insultos o de los halagos depende de dónde provienen y en qué oportunidad. Yo sólo sé, Señor, que nosotros defendemos una bandera y que tú eres el asta; ese es su designio; porque saben, Señor, que ninguna bandera flamea, en la arena o sepultada en el lodo... Cada uno de los paraguayos que te acompañamos somos una astilla tuya, y preferimos enterrarla antes que verla abatida. Pero... yo sé también que ellos, nuestros enemigos, no logran nunca conciliar el sueño. Nosotros no combatimos contra ellos; ¡ellos combaten contra, nosotros! Una atroz pesadilla, por eso, carcome sus conciencias; son presa del más horrendo de los insomnios y creen que así, matando y matando más y más, logran pacificar al lobo que aúlla en sus entrañas. Y creen que ingiriendo como antídoto el mismo elemento del veneno que lo ciegan podrían, para combatir el trágico desvarío de sus errores, obtener una gracia para sus crímenes imperdonables!...

 

LOPEZ: ¡Oh, Díaz! ¡José Díaz!... Siempre he evocado tu memoria cada vez que veía brincar a los relámpagos en el otero de los horizontes, tanto como en los latidos acompasados de mi atormentado corazón!...

DIAZ: Gracias, Señor, porque sé que en la hora de mi muerte tuve el privilegio de tus lágrimas. ¡Y hasta fuisteis mi enfermero de cabecera! ¿Qué satisfacción mejor galardonada desearía yo tener, Señor? ¿Y quién que sepa sollozar por él a tan valiente varón no tendrá sobre sus sienes puesto con tanta solemnidad el laurel de la gloria?... Tus enemigos se aterrorizan por el poder de tu genio, por el filo de tu espada, por el poder de tu espíritu indoblegable, y por el valor indeclinable de todo tu pueblo! La Patria tiene en vos a su más fiel y abnegado hijo; a su hijo más honrado, porque os confunde con ella misma. Sois su alma, su emblema, su fuego, su historia. Pero nosotros también, los que a vuestro lado combatimos, tenemos el privilegio de vuestra solicitud, de vuestro afecto, de vuestras lágrimas. Somos parte de vuestra fibra y de vuestros sentimientos. Si gran honor es haber muerto por la Patria, Señor, también es muy honroso disfrutar de vuestra amistad y de vuestra compañía que colma la dimensión y la profundidad de mi hombría como ciudadano y la bondad de mi suerte como paraguayo!...

 

LOPEZ: (Acercándose a Díaz, de costado, y poniendo su brazo izquierdo sobre el hombro del amigo, dice): Ven, caminemos un poco. Quiero que este aire fresco, ayudado por tu presencia tonifique mis fuerzas. (Caminan algunos pasos y mirando a su amigo confiesa:) Quiero mirarte distraído y ver cuando el soplo del viento juguetea en el dosel de tus pupilas. Sé que en momentos así la inspiración se posaba en el alma del guerrero! ¡Cuánta falta me has hecho!... Después de tu partida, la Patria perdió a un pedestal, el ejército a su mejor general y yo perdí a mi mejor amigo! (Pausa. Luego López señalando con el índice el horizonte, continúa): Allí comienza la selva, la vasta selva. Apenas traspasado el linde de su mundo vegetal, está el Aquidabán que me sirve de sedante en las siestas estivales. Siempre que puedo allí me refugio. He llegado hasta él y varias veces me entretuve pescando en sus aguas. ¡Sus aguas! ¡Qué frescura! ¡Qué bálsamo!... La otra vez soñé, sí, ¡soñé!, José Díaz, que se corrió hacia atrás treinta años el reloj del tiempo, e íbamos tú y yo, en la flor de nuestra adolescencia, a chapotear en sus aguas caprichosas. Que hacíamos montañas de espuma sobre su lomo, líquido y las profusas y gallardas tacuaras que proliferan en sus riberas, eran como nuestras ilusiones; sí, como nuestras ilusiones: verdes, proyectadas como flechas hacia el espacio azul del infinito!... Pero... ¿no sientes temblar levemente la tierra? ¡No oyes, algo así como un rumor sordo que se agita entre las plantas de los pajonales y de los bejucos cercanos?...

 

DIAZ: ¡Sí! Siento, Señor!... ¡Es el Universo que palpita!...

 

LOPEZ: Hacia el Este, hacia dónde se asoma siempre el sol (señalando con su índice pulgar), partiendo del Mbaracayú, presiento que llega por la Cordillera de Amambay una legión interminable de héroes. Es el pueblo paraguayo, Díaz, que para estar a la altura de su destino histórico, sólo sabe caminar por las cumbres! Y como si viera con mis propios ojos, al lado de la caravana inmortal, viene un tropel de ágiles jinetes, galopando por las laderas escarpadas. Sí; los veo!... La encabezan Rivarola, Toledo, Mongelós, Bado y Caballero!... ¿No los sientes? ¿No los ves? Yo mismo siento ya que dentro de mí corcovea un potro alborotado... Pero, ¡qué! ¡Es el final, Díaz, y tú más que nadie lo sabes... ¿Palideces?...

 

DIAZ: No, Señor. ¡Estoy cegado por la luz de tu patriotismo! Estoy emocionado. Y lo del Aquidabán no fue sueño, porque horas más, a pleno sol, y todos juntos nos encontraremos allí. El tacuaral, Señor, es el haz de lanzas que quedaron sepultadas en Curupayty, en Estero Bellaco, en Itá Ybaté. Por eso están airosas y eternamente verdes. Ahora son todas astas y sus hojas ralas, sus copas informes, constituyen los girones de nuestra bandera que por salvarse de la ignominia del lodo, llegan hasta la misma bóveda de los cielos!...

 

LOPEZ: ¡Todo está preparado!?...

 

DIAZ: ¡Todo está preparado, Señor!...

 

LOPEZ: (Mirándolo fijamente y con voz tonante): ¡José Díaz: yo también estoy preparado! (Los dos hombres se abrazan y Díaz desaparece en la noche.

Pausa. López medita; luego aparece el General Aquino).

 

 

 

ESCENA QUINTA

 

López; luego entra Aquino, el General Elizardo Aquino,

portando una zapa y un pico.

 

 

LOPEZ: ¿Quién va!?...

 

AQUINO: ¡Elizardo Aquino, Brigadier General de los Ejércitos de la República!...

 

LOPEZ: ¡Elizardo Aquino!... Y esos implementos, ¿qué haces aquí con ellos?

 

AQUINO: Siempre los traigo conmigo, Señor. Pues creo que si en tiempos de paz hemos construido con tesón, en los tiempos de destrucción debemos redoblar nuestra potencia creativa para reconstruir lo que se ha destruido y crear al mismo tiempo cosas nuevas para el disfrute de las nuevas generaciones!...

 

LOPEZ: ¡Elizardo Aquino: el soldado obrero!...

 

AQUINO: Su ilustre padre, el Presidente Carlos Antonio López, nos dijo un día que la prosperidad de las naciones solo es posible cuando el sello distintivo de un pueblo es el trabajo y que si bien es cierto que para defender a la Patria bastaría un fusil, y para amarla bastaría con tener sentimientos, la construcción permanente de una nación sólo es posible con talento, cualidad que debe emplearse en las infinitas variedades de la inteligencia humana, expresadas a través del trabajo, creativo...

 

LOPEZ: Sí; recuerdo que admirado de tu ejemplo, en su Mensaje al Congreso Nacional, en el año 1857, fuiste citado por él y mencionó al entonces "hábil e ingenioso Teniente Aquino, infatigable organizador de los servicios de carpintería en los Arsenales, luego director de la primera fábrica en su género en el Paraguay: la fundidora de hierro de Ybycuí". El mismo que después estudió inglés, física, gramática y que siendo comandante de Zapadores construyó innumerables puentes y caminos para la República...

 

AQUINO: Sí... Pero también el mismo quién el Mariscal López hizo estudiar ingeniería a fin de levantar y nivelar terraplenes y colocar rieles...!

 

LOPEZ: Recuerdo. Y pocos meses después, como resultado de su eficiencia, una locomotora recorría, como si fuera un dios mitológico, la vía férrea instalada por él. ¡La Estación de Pirayú fue su obra personal!... Era un soldado cuyos ascensos ininterrumpidos provenían de dos fuentes y razones igualmente meritorias: el trabajo y el combate!...

 

AQUINO: Es porque en vuestro ejemplo, Señor, he aprendido que la defensa de la patria debe ser permanente y que el verdadero soldado debe combatir siempre en dos frentes: en la guerra, con las armas; y en la paz, con las herramientas del trabajo! Aquélla es ocasional; pero esta otra lucha es continua y permanente y de su batalla diaria depende La felicidad de los pueblos!...

 

LOPEZ: General Elizardo Aquino: ¡Hablas como un estadista! ¿Cuántos paraguayos pensarán como tú?...

 

AQUINO: Todos, Señor..., por lo menos, la mayoría. La cuestión difícil es encontrar la oportunidad y desarrollar el espíritu creativo a través de la cultura. Ser culto no significa saber muchas cosas, sino poner al servicio del hombre lo que se sabe, como un acto de amor y solidaridad humana... El paraguayo, no es menos que un griego, que un inglés o que un francés; ni menos que nadie. Pero los conocimientos sólo se adquieren estudiando. Y quien estudia aprende y quien aprende se libera por sí mismo. En mi concepto, el trabajo y la educación son los recursos fundamentales que condicionan la verdadera libertad del hombre! Por eso, el gran Don Carlos, no se ha cansado de repetir que "las escuelas son los mejores monumentos que se levantan a la libertad"...

 

LOPEZ: Te comprendo. Y no me equivocaba al analizar la fuerza y la entereza de tus convicciones. Con hombres así, ¿cómo pueden vencernos estos macacos? Después de tu partida, al visitar la carpa de campaña, para mí no fue ninguna sorpresa encontrar allí, junto a los pertrechos de guerra, un lote de instrumentos de trabajo y... ¡hasta una biblioteca!...   

 

AQUINO: ¡Gracias, Señor, por tan excepcional honor! En mi lecho de moribundo, aquélla tarde del 18 de julio de 1866, escuché de vuestros labios un vibrante: ¡VIVA EL GENERAL AQUINO!... ¿Merecía yo tanto privilegio, Señor?...

 

LOPEZ: Recuerdo que eso pasó en el Hospital de Campaña de Paso Pucú... Estabas ahí, agonizante, después de haber sido gravemente herido en la batalla de Boquerón. Y aquél grito no fue un privilegio: ¡era una expresión laudatoria para un gran soldado!...

 

AQUINO: Por eso hoy, Mariscal, en el postrer día de su vida como hombre mortal; pero en el primero en que seréis bautizado como hijo de la gloria y de la inmortalidad, vengo a devolveros el oro con que cerrasteis las aberturas de mis heridas! Y repito en guaraní, lo que entonces dije a los que estaban presentes conmigo: "...Fierro pe che mbocuá los cambá jha upei ñandé ruvichá órope o mboty la icuare!...

 

LOPEZ: Y yo aún gritaría: "¡VIVA EL GENERAL. AQUINO!"... mil veces; con todo el aliento de mi vida. Y conmigo, todos los paraguayos al unísono!... (Pausa).

 

AQUINO: ¿Y qué paso después de aquéllos aciagos días? ¡Tan obstinado se mostró el enemigo?!...

LOPEZ: Después de la batalla de Curuzú, que sucedió a la de Sauce-Boquerón, todos nuestros esfuerzos se concentraran en fortificar Curupayty y Humaitá. Para ganar tiempo en la realización de estos trabajos, así como para sondar la verdadera intención del enemigo, se produjo la entrevista de Yatayty-Cora, el 12 de septiembre de 1866...

 

AQUINO: ¿Yatayty-Corá?...

 

LOPEZ: Sí, en ese mismo lugar donde dos meses antes combatiste al enemigo...

 

AQUINO: ¡La batalla de Yatayty-Corá! La recuerdo. Fue el 11 de julio de 1866. Nuestras fuerzas estaban entonces comandadas por el General Díaz. ¡General Díaz! ¡Que gran Capitán! Y después, Señor, ¿con quién fue la entrevista?...

 

LOPEZ: Con el entonces Comandante en Jefe de los Ejércitos de la Triple Alianza. La iniciativa partió de nuestra parte... En efecto, escribí diciendo que proponía una entrevista entre los jefes de ambas fuerzas en pugna para concertar una conferencia en donde, acaso, con la ayuda de Dios, pudiera echarse las bases de una paz honrosa entre ambos combatientes y en la creencia de que la sangre derramada, era ya bastante como para lavar la ofensa con que cada uno de los beligerantes se creyese agraviado!...

 

AQUINO: ¡Hubiese sido mejor hablar a las piedras, Señor! Bien sabíais que ellos no querían la paz! Ellos querían anexar nuestro territorio y destruir nuestro Estado: ¡la destrucción del Paraguay como República independiente! Recuerdo que despreciaban hasta nuestro idioma. El idioma guaraní, el instrumento cultural terrígeno de nuestro pueblo! ¿Porqué la despreciaban?... Porque, es sencillo; sabían que el idioma mantiene y alimenta una entidad colectiva que se llama la nación paraguaya!...

 

LOPEZ: Lo dices muy bien y aciertas en la verdad! Pero aún sabiendo eso, y más, intenté la concertación de la paz... En fin, la entrevista se llevó a cabo. Se discutió durante cinco largas horas. Y es cierto; el representante del enemigo me pareció que más curiosidad tenía de hablar personalmente con López, con el Mariscal López, que hablar de la paz. Y más que una piedra insensible, era también una triste veleta y al mismo tiempo un desdichado lobo. Por una parte, estaba impedido para poder aceptar cualquier tentativa de paz porque era un simple instrumento manejado por entre hilos de poderosas fuerzas coaligadas por imperios egoístas y rapaces; y como hombre sin escrúpulos, poco le importaba los horrores de la guerra! Sólo insistió en las condiciones establecidas en el famoso y tristemente célebre Tratado. Y tú sabes, Aquino, que esas condiciones, por ser onerosas, infames y afrentosas al honor y a la dignidad nacional, eran inaceptables para un pueblo libre que ha forjado su libertad a costa del sacrificio y la sangre de varias generaciones!

 

AQUINO: Mientras las águilas vuelan, los buitres rapiñan! ¿Y vos, Señor, caminando por ese estercolero?...

 

AQUINO: Antes que el asco personal, están las razones de Estado. Pero, además, yo quería sinceramente la paz! Y con ese acto, además de otros tantos, me asistía la satisfacción de haber dado así la más alta prueba de patriotismo para mi país, de consideración para los enemigos que la combaten, y de humanidad para el mundo imparcial que nos observa...

 

AQUINO: Pero la respuesta fue el rugido sordo de los cañones. Ya lo sé. Ah, Mariscal!... Habrán aprendido, sin embargo, que cada terrón del Paraguay tiene un alto precio y que deben de sacrificar cientos de hombres por cada metro de tierra que nos despojan a la fuerza!.

 

LOPEZ: A ellos nunca les importó la muerte de sus hombres!... Y tienen todavía un millón de esclavos en la reserva!.

 

AQUINO: Así, mejor pactar con el diablo, Mariscal, o con las alimañas de los esteros. Hasta esas especies que nacen y se desarrollan entre los elementos estancos y pútridos de la naturaleza, parecen tener conciencia ante el alma afligida del hombre. Mas, los sicarios no la tienen nunca, y lo único que siembre renuevan, y que tiene vida en ellos, es la hidra que crían en sus entrañas!... Y claro: ¿qué les importa a ellos la vida de cientos de hombres, el llanto de los niños, la desesperación de las mujeres, con tal de alimentar a la hidra voraz que es la guía, la senda de sus destinos!... (Pausa). Y de la Fundición, Mariscal, ¿qué se hizo?...

 

LOPEZ: Ah!... Toda la fábrica fue destruida, asolada, y sus últimos defensores inmolados cruelmente! En su desesperada defensa, el Capitán Julián Insfrán sufrió horrendos martirios! Y así, allí donde se fundían hierro y bronce, finalmente se fundió también la voluntad de acero de nuestro pueblo! Me contaron que destruían la fábrica con inaudita saña, como cuando se mata a un reptil venenoso... ¡Ellos, que se dicen ser los representantes de la civilización!...

 

AQUINO: Ah, Mariscal! ¿Ybycuí? ¡Ybycuí!... Recuerdo los días de labor; el estridente golpe de los martillos; la exhalación volcánica de las fraguas; el rostro sonriente de los hombres y la fusta de cuando dábamos término a una obra creativa! Allí nacieron azadas y machetes para nuestros agricultores! Todos nos sentíamos un poco dioses allí... ¡No pasó un sólo día en que no apareciera un bello arcoíris a formar un puente de luces entre el cerro y el arroyo Mbuyapey!... Decían los trabajadores que a través del arcoíris, Dios reponía, el agua que diaariamente se utilizaba en la fábrica! Pero la guerra trastrocó la nobleza de nuestro afán y hasta las ilusiones íntimas se convirtieron en fuego!... Allí se creo el cañón "El Gordo Criollo", que tenía nada menos que diez toneladas de peso; y otro, de doce toneladas, el inolvidable cañón "El Cristiano", llamado así porque fue totalmente hecho con el bronce fundido de las campañas de las iglesias. En su tubo inscribimos esta leyenda: "La Iglesia al Estado"; y cuando los artilleros lo detonaban, decían con el peculiar gracejo nativo: "Atención, macacos: "ahí va un ángel!"... Pero, no importa Mariscal! Se acuerda, Señor, lo que decía, el Semanario Cabichu-í...? Decía: "Jamás seremos esclavos! "...

 

LOPEZ: (Con energía) ¡Y jamás lo seremos!...

 

AQUINO: ¡Jamás lo seremos, Mariscal!... Y llegará el día en que los crisoles de metales serán otra vez crisoles de paz y de trabajo creador; y en vez de granadas, los cañones paraguayos dispararán rosas y mieses! ¡Y sé que mañana, quizás a estas mismas horas, aquí cerca, en la picada de Chirigüelo, estará el General Francisco Roa, abrazado al último cañón del Paraguay combatiente!

 

LOPEZ: Tal vez tenían razón algunos de aquéllos antiguos griegos cuando señalaban que el comienzo de la vida está en el fuego...

AQUINO: Sea lo que sea, Mariscal, jamás seremos esclavos!...

 

LOPEZ: ¡Así será!... General Elizardo Aquino: la copa está servida, es preciso beberla!

 

AQUINO: Sí, Mariscal; pero en las copas de los héroes como vos, el vino se hace sangre, la sangre se hace tierra y en esa tierra crecen finalmente mirtos y laureles para honrar su recuerdo hasta la eternidad! (Los dos hombres se abrazan. Aquino se va).

 

 

ESCENA SEXTA

 

López; coro de voces. Luego Venancio. Y el centinela.

 

LOPEZ: (Como despertando de un sueño). ¡Qué oigo? El rumor sigue pero la aurora se tarda tanta! ¿Porqué siempre tarda tanto lo que tanto se espera?... (Aguzando el oído exclama y se pregunta) ¡Ya vienen! ¿Ya vienen? Pero quiénes son? Quien vive!?...

 

CORO DE VOCES: ¡Son los jinetes de la noche que rondan los valles de Cerro Corá! Cabalgan por todas las latitudes de la Patria y traen en la grupa de sus corceles a tus seres queridos... Aquí llega uno; recíbelo...

 

LOPEZ: (Al ver salir la figura desde las sombras): ¿Quién es? Acércate; no te diviso... (Una figura avanza tambaleándose, tosiendo. Su rostro está castigado por el dolor y el sufrimiento. Vuelve López a preguntar): ¿Quién eres?... No te conozco...

 

VENANCIO: (Avanzando más). ¡No me reconoces, Señor?...

 

LOPEZ: (Ya más cerca de la persona que avanza): ¡Venancio! ¡Venancio, hermano mío!...

 

VENANCIO: Sí; soy Venancio, tu hermano...

 

LOPEZ: Estás agitado! ¿Tuviste que correr tanto?...

 

VENANCIO: Vengo de aquí cerca, de la Picada del Chirigüelo... (Tose).

 

LOPEZ: Venancio, hermano mío! ¡El más amado de mis hermanos!...

 

VENANCIO: Tengo sed, Señor; mucha sed...

 

LOPEZ: (Grita) ¡Centinela!... (Aparece el centinela).

 

CENTINELA: A las órdenes, Señor!...

 

LOPEZ: Un vaso de agua, hijo. Un vaso de agua. (Vale el centinela; vuelve y trae el vaso de agua. Luego hace mutis. Venancio bebe el agua).

 

VENANCIO: Gracias, Señor; ahora estoy mejor.

 

LOPEZ: (Mirándolo fijamente pero con pavor) ¿Del Chirigüelo, decías? y qué hacías allí?...

 

VENANCIO: Pues... no lo sabes? ¿O finges ignorar? De tus órdenes venía encadenado, Señor!...

 

LOPEZ: ¿De mis órdenes venias encadenado?... Sí. Ya recuerdo. Ahora recuerdo. Fue desde los días de San Fernando... (Pausa). ¿Porque me traicionaste, Venancio!? ¿Por qué!?...

 

VENANCIO: ¡Traidor... yo!?... Yo no he traicionado a nadie. Ni a t; ni a nadie. Pero en la vorágine, la ceniza de la inquina cegó tus ojos y dejaste que avancen sobre mí los destructivos y asfixiantes tentáculos de la calumnia... Tú tienes celos de la Patria, más que de la verdad!...

 

LOPEZ: ¡Ah, Venancio! !Mi querido Venancio!...

 

VENANCIO: Sí... Sé que soy la voz de tu conciencia. Y que después de mí, la orden más dolorosa que diste fue la que alcanzó a Pancha Garmendia, que ha sida ajusticiada en contra de tus íntimos sentimientos!... Pero, ¡no cargues ya con tantos pesos! Por mi parte, te declaro que mi conciencia está tranquila y aunque mi cuerpo se halla hoy carcomido por las enfermedades y magullado por los azotes, mi cabeza está firme y mis ideas son limpias. Te perdono, Pancho. En la guerra, la más espantosa y cruel de las acciones humanas, a los hombres les consume la pasión de Vulcano y sin querer devoran a sus propios hijas...

 

LOPEZ: Detente, Venancio... Tú bien sabes y puedes comprender por qué, que yo no mezclo nunca mis sentimientos personales, mis emociones íntimas, con los deberes que asumo en nombre de la Patria...

 

VENANCIO: Sí; no digo lo contrario. Y ya te lo dije. Te perdono; y es más: a pesar de todo, puedo todavía comprender el terrible desenlace de tu propio infortunio! (Los dos hombres se abrazan y lloran. Al rato dice Venancio): ¡Lloras?!... ¿Tú, lloras?!...

 

LOPEZ: ¿Y por qué no?... ¿No tengo derecho a tener sentimientos?. Al nacer, lo primero que hace el hombre es llorar, y porqué espantarse si ya grande sigue llorando todavía?.

 

VENANCIO: Al menos has llorado conmigo...! Somos así el retrato de la Patria?...

 

LOPEZ: Tú, más que yo, Venancio, eres el retrato perfecto de la Patria! La viacrucis de tu existencia es el mejor testimonio. Siempre, desde los días de San Fernando, he meditado sobre ello. Así, se te hizo militar en contra tal vez de tus íntimos deseos, sin serlo nunca jamás ni de vocación ni de corazón, forzado por las circunstancias. Siendo enamorado y abanderado de la paz, ¡toda tú vida ha estado atada al carro de la guerra!... ¡Qué contrariedad!:... Y dices hoy que estás así por culpa, de la calumnia?... ¡La calumnia! ¡Esa Hidra destructiva que acorrala la existencia del hombre! ¿Y la Patria, Venancio?... ¿No ha sido acaso calumniada?... ¡La soez y fría lengua de la infamia nos lame a todos por igual sin que podamos escapar un sólo paraguayo del poder despiadado de su veneno! Estas fuerzas del mal, aliadas del temor y del odio, hacen correr a la Patria, desde los albores de su Independencia, la suerte de Prometeo... Si; sentimos que nuestros enemigos son como buitres hambrientos que no sólo devoran nuestras partes vitales; además se empeñan en mancillar nuestro honor y encadenar nuestra libertad! Pero yo te digo, Venancio, que si todo el pueblo paraguayo es como el Dios Prometeo, su espíritu es, sin embargo, más fuerte que la roca en donde lo atan y su paciencia y su patriotismo hacen desesperar a los propios buitres que lo desangran!...

 

VENANCIO: Siempre sostuve, Pancho, que la guerra fue desatada por la envidia de aquellos señores que no pueden tolerar el surgimiento de un país libre en las barbas del despotismo y de la anarquía...

 

LOPEZ: ¡La envidia! Bien los has dicho! La envidia, Venancio, por ser hija de las Tinieblas, le teme a la luz porque su resplandor vivificante golpea, constantemente la piel de aquellas sórdidas pupilas acostumbradas a metamorfosearse sólo al amparo de las sombras!...

 

VENANCIO: Por eso, tu carga es más grande que la mía!...

 

LOPEZ: Sí; aún así, es cierto, creo que mi carga es más pesada que la tuya: pues no sólo debo representar a la moral de una civilización que se obstinan en destruir en sus propios cimientos y a la conciencia de una época; más que eso, mi querido Venancio, debo cargar también, como un atribulado Atlas, con todo el peso que tiene el mundo del pasado, y proyectar, con su masa incómoda y cruel, sobre los hombros de varias generaciones futuras! !Volcanes de fuego reventarán sobre mi cabeza, mientras que sobre tu tumba descenderá la paz y podrás descansar, quietamente, por los siglos de los siglos, bajo la dulce protección de la palma y el olivo. Pero yo nunca podré vivir aislado del gorro frigio y del león... Porque mientras tú, Venancio, duermas tranquilamente en el silencio acogedor del remanso eterno, en un oasis acariciado por las alas de la brisa y el beso del olvido, yo estaré por mucho tiempo desesperado en un patético horno de iras, lidiando eternamente contra las sierpes negras que la hidra del mal no deja de crear, incesante, en sus lóbregas entrañas!...

 

VENANCIO: No te excites. Domina tus impulsos. Ya Benigno me decía... Te acuerdas de Benigno, y de Inocencia y de Rafaela...

 

LOPEZ: Sí, los recuerdo. Pero Benigno nunca aprobó mi conducta. ¡En todo me contradecía! En cuanto a Inocencia y Rafaela, bueno... las veo solamente como lejanos puntos que flotan en él aire, que se balancean en la hamaca del viento! Pero... ¿a qué recordar eso ahora?... No podemos asir el pasado. El tiempo huyó y se escapó para siempre.

 

VENANCIO: No, Pancho; el tiempo no huye. El tiempo es único y eterno. Los que pasamos y huimos somos nosotros! ¡Volvemos al polvo de donde provenimos!

 

LOPEZ: Si; creo que sí. Perdóname. Eso lo digo porque hoy espero a la aurora, un tiempo que tanto espero y que tarda tanto!... ¿Sabes tú, Venancio, por qué hoy como nunca tanto se tarda en venir la aurora?

 

VENANCIO: Porque todos los momentos que se esperan con vehemencia, o se tardan mucho tiempo o no llegan nunca; o llegan cuando no los esperamos!...

LOPEZ: Venancio! Venancio!... Porqué no podemos otra vez, como hace años, sentarnos tú y yo a la sombra del viejo algarrobo para pedirte consejos; a pasearnos al filo del crepúsculo por el camino aquél por cuya vera se desparraman los verdes naranjales!? ¡Pero sea!... ¡Vayamos al encuentro de nuestro destino!...

 

VENANCIO: (Haciendo una reverencia). Envidio, Señor, tu destino. Tal vez ya no consigas vencer a tus enemigos en los campos de batalla porque ellos son cientos y se multiplican como ratas. Pero veo que aún en la hora postrera puedes vencer a tus propias emociones. Tan sólo lamento no haber podido ayudarte más. ¡Fue tan poco lo que hice! ¡Y qué triste suerte la de nuestros compatriotas que siendo hombres libres tengan que morir sacrificados en manos de los esclavistas y de los impíos! ¡Dios mío!... ¡El pueblo libre, vencido! El pueblo esclavo bajo la férula de amos despiadados, el vencedor!.

 

LOPEZ: El vencedor, Venancio, no es aquél que queda con vida en el campo de batalla, sino aquél que muere por una causa bella! ¿Hombres libres, dices?... ¡He ahí la dimensión de la dignidad humana! Es como una ley histórica. Y tú sabes muy bien, Venancio, que desde los tiempos inmemoriales el hombre libre es la presa favorita de las fauces del oscurantismo, de la prisión y del poder destructivo de la guerra. Y sigue siendo ese signo el gran cáncer de nuestro siglo...            (Venancio tose una y otra vez).

 

VENANCIO: Perdóname, me ahogo...

 

LOPEZ: Ven, eleva tus ojos al cielo...

 

VENANCIO: (Tratando de mirar). No puedo, Señor; estoy casi ciego. Pero... mira tú por mí y dime lo que ves...

 

LOPEZ: Sí, Venancio; miraré por ti!

 

VENANCIO: ¿Qué ves...?

 

LOPEZ: Veo, Venancio, a la Cruz del Sur, nítidamente. Es la vigía tutelar de los que andan. El lazarillo de los viajeros que se pierden en la dimensión infinita del espacio y es el norte de los que se extravían en los caminos desiertos!...

 

VENANCIO: A esas estrellas, te ruego, que pidas algo para mí: una esperanza, una promesa...

 

LOPEZ: A esas estrellas les pido, Venancio, en nombre de Dios, que guíen tus pasos y nos haga salir, a los dos, de la maldita y triste encrucijada en que nos encontramos hoy, para reunirnos todos juntos en el más allá, allí donde todo se olvida y todo renace...! ¿Crees en ello, Venancio,...

 

VENANCIO: Si, ¡creo!... Gracias, Señor!

 

LOPEZ: ¡Hasta pronto, Venancio!...

 

VENANCIO: ¡Hasta pronto, Señor!... (Se abrazan; vase Venancio. Cae el Telón).

 

 

 

 

 

 

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