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EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN (+)

  YO Y MI SOMBRA O EL CAZADOR DE LUCIÉRNAGAS - Por EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN - Año 2012


YO Y MI SOMBRA O EL CAZADOR DE LUCIÉRNAGAS - Por EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN - Año 2012

YO Y MI SOMBRA O EL CAZADOR DE LUCIÉRNAGAS

Por EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN

Editorial SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Asunción – Paraguay

2012 (299 páginas)

 

 

 

 

PREFACIO

 

EL CAZADOR DE LUCIÉRNAGAS

 

            Es o fue el título de un cuento que escribí estando en la prisión (1970-1972), aunque no recuerdo la fecha exacta de su "acta de nacimiento".

            Sólo recuerdo, y nítidamente, que lo terminé de escribir el día 31 de enero, aniversario de mi cumpleaños, y que hubo una fiesta en el pequeño calabozo -una celda en donde estaba incomunicado del mundo exterior-. ¿Fiesta? Sí, mi ocasional compañero, prisionero como yo, batió palmas cuando terminé de leer la obra y ese arranque de entusiasmo hizo venir al oficial de guardia quien, sin más explicaciones, arrebató de mis manos el cuaderno en donde el cuento estaba escrito, a lápiz, y en parte con birome de tinta roja.

            Al arrebatarme la obra -producto de la imaginación y los recuerdos-, me dijo estas palabras:

            "¿Por qué diversas líneas están escritas en tinta roja? ¿O será acaso una clave que usted envía a sus amigos de afuera?". Y sin más explicaciones, posesionado del "cuerpo de delito", cerró con llave la celda y llevó consigo todo el texto en donde sí estaba plasmada la clave de la supervivencia espiritual: ¡la capacidad o el don para escribir!

            Y tal vez por la impía actitud del policía, el oficial de guardia, en este caso, y por ser la obra producto de una elucubración poética, y muy personal, nunca jamás me devolvieron el manuscrito original secuestrado. Solamente se me quedaron grabadas en la mente algunas frases, las que, mal hilvanadas en su fase de primer "borrador", con el tiempo las reconstruí y ellas me sirvieron para usarlas como colofón del cuento titulado "Añareta-i, o El pequeño país del Diablo", publicado en el libro "La Rebelión de los Escarabajos - Cuentos y Relatos", editado en México en el mes de abril de 2011, y por iniciativa de la Editorial Archipiélago.

            Decía el texto rescatado: "Todavía no me reponía yo totalmente de mi abstracción meditativa, cuando escucho que mis hijos me llamaban. Salí hacia afuera y los vi correr por el patio, frenéticos y felices, persiguiendo una bandada de escurridizas luciérnagas...

            - Papá, ven con nosotros a cazar luciérnagas -dijo uno de ellos-. Fui con ellos. ¡Observé embebido el espectáculo! Y así fue cómo esa noche, tranquila pero llena de presagios, me confundí con los niños. Dejé de pensar en el "país del Diablo". Me sentí niño yo mismo. ¡Y a la par de ellos, me convertí igualmente, aunque sea por una noche, en un cazador de luciérnagas...!".

            Este trozo fue lo único que recuperé del cuento perdido. Y es porque estaba escrito en la contratapa de otro cuaderno.

            En efecto, con el título de El Cazador de Luciérnagas había escrito un cuento, entre tantos, para entretener a mis hijos durante la ausencia forzada (por la prisión), y los que, por esa razón quedaron distanciados de mí, en el tiempo y el espacio. Los locales en donde estuve prisionero fueron, en primer lugar, en el Departamento de Investigaciones (dos meses); y, en segundo lugar, la Comisaría Policial de Luque (24 meses). Total, desde enero de 1970 hasta febrero de 1972.

            El cuento en cuestión, así como otros ensayos y escritos posteriores pergeñados en la prisión, fue secuestrado -como se dijo-, por los funcionarios policiales, y nunca supe con qué finalidad. Tal vez -pensé- con la misma intención con la que, en los primeros días de mi "muerte civil", me secuestraron La Piel de Zapa, el libro clásico de Honorato de Balzac (1799-1850) y con esta curiosa frase: - "Este es un libro subversivo"-. Así me dijeron. Y para qué discutir, razoné, por semejante apreciación y despropósito. Una desubicación intelectual imperdonable. Mucho lamenté semejante equivocación y porque esa obra era un cuento elaborado con ternura y efusión. Y tal vez por la impiedad de perderlo ya no lo pude reconstruir así como fue hecho en su original, cargado como estaba de frescura y emotividad.

            Mas, ¿qué significa luciérnaga? El Diccionario informa que luciérnaga proviene del latín luceman, candil, y responde a la descripción de un insecto coleóptero blando, cuya hembra carece de alas y está dotada de un aparato luminiscente. Es la figura perfecta, meditaba yo, para asimilarla al hombre, al propio ser humano, porque aunque éste carezca de alas físicas para volar, posee en cambio una mente desarrollada que le dota de posibilidad de volar mentalmente, con la ayuda de su pensamiento, de sus ideas y de su aptitud para crear imágenes reales, rescatadas y recreadas por la inspiración y valiéndose de la ficción intelectual plasmada después en la escritura. Es decir, pensar y ordenar con la conciencia ideas y conceptos que constituyen finalmente productos elaborados por la reflexión y la meditación.

            El Creador ciertamente no lo dotó al hombre de alas para hacer volar su ser físico, por sí mismo. Pero sí le dotó de capacidad para desarrollar y cultivar su mente, y no solamente para recrear figuras de ficción como una fuente o un espejo en donde retratar la realidad. Así es, en efecto. El hombre, aun cautivo, puede, de esta manera, asimilarse a una luciérnaga, porque posee una mente pensante capaz de crear por sí mismo un aparato lumínico o luminiscente que lo transporte con su fosforescencia del mundo real o imaginario en donde construye sus ideas, sus castillos abstractos, plasmados finalmente en obras concretas. Es la magia de la literatura y de la imaginación en movimiento.

            De esta manera, perdido el cuento en su redacción original, en su construcción primaria, todo lo que se afirma y diga de la presente obra es el testimonio de cómo actúa y se expresa ese aparato lumínico que posee el coleóptero y que, a pesar de carecer de alas para volar o desplazarse, conserva, sin embargo, un aparato lumínico único que le sirve para configurar una ruta que le rescata de la oscuridad en que vive, o de la fuerza que accidentalmente lo paraliza. En mi caso, la prisión ciertamente cortó mis "alas" o mi capacidad para desplazarme, moverme o trajinar en un espacio físico más amplio, pero jamás pudo privarme de las alas maravillosas que posee la luminosidad de la mente.

            Por lo demás, ¿qué es lo que dejamos a las generaciones futuras, a los que nos suceden en el cotidiano vivir? Todo lo que dejamos atrás son los productos de nuestro trabajo, de nuestros conocimientos y el afán de nuestro amor al prójimo. Pero con una condición: que lo que dejamos sirva para que nuestros hijos se orienten mejor, vivan y se desarrollen con variadas opciones, y tengan la suficiente paciencia y sabiduría para completar o mejorar lo que hemos llegado a hacer en el curso de nuestra vida y en beneficio de la sociedad a la que pertenecemos.

            Así, cuando terminé la tarea que me obligó a realizar esta obra que ahora sale a luz, me di a meditar sobre la cantidad de libros que escribí y he puesto a conocimiento público. Este es el número 29 (veintinueve) y si a ese número añado los que no están editados todavía, el total seguramente llegará a 33 (treinta y tres) - la edad de Cristo-; y, en consecuencia, dije para mí: Es un buen signo, no sólo por la simple coincidencia sino felizmente por la constancia del trabajo realizado. Incluyo aquí, lo aclaro, la obra cumbre escrita con la colaboración de un equipo polivalente y con el objeto de festejar el Bicentenario de la Independencia Nacional:

"PARAGUAY EN LA VISIÓN DE DOS SIGLOS" (1811-2012).

            Con YO Y MI SOMBRA (o El Cazador de Luciérnagas), he tratado de recoger ideas, experiencias e imágenes que la vida me regaló como tesoros personales de mis propias actividades y de los recuerdos acumulados y vividos, y que hoy, con el afán de realizar un "reparto equitativo de esas riquezas", como piden los economistas, los convierto, mediante la literatura, en palabras escritas, las que podrían ser útiles y perdurables si acierto a expresarlas con propiedad, mesura y honradez intelectual.

            Con el agregado al título primigenio, el subtítulo de "El Cazador de Luciérnagas", pienso que tanto la intención como la alusión son correctas. ¿Por qué? Porque detrás de cada uno de los cuentos, meditaciones y relatos que ahora se publican, siempre apareció una luciérnaga imaginaria para destellar en ellos su luz, transmitida al seno de la memoria, y añadir así, a la magia de la ficción, parte del secreto del misterio y el milagro de la vida.

            Y, finalmente, digo a mis posibles lectores: Yo no escribo para ganar fama y dinero. Lo hago para recrearme, para transmitir a los demás mis sentimientos y acaso un poco de la sabiduría acumulada, como agradecimiento a Dios y a mis congéneres, por el don que Aquél me dotó y la solidaridad que éstos siempre me brindaron.

 

            Efraín Enríquez Gamón

            Asunción, setiembre de 2012.

            En el tiempo de la primavera.

 

 

Firma de ejemplares en la Manzana de la Rivera, Octubre 2012

 

 

 

ÍNDICE

 

PREFACIO

El Cazador de Luciérnagas

Yo y mi sombra

Diálogo junto al Mburicao

El caballo

El sueño

Detrás de la bailarina rusa

La vida de Pascual Duarte y la muerte de Rudi Torga

Las cuatro muertes de Matosa

La promesa

La aldea perdida

En busca de la eternidad

La muerte de mi madre

El hombre anclado y la mujer viajera

Conversando con Borges

Meditaciones sobre la muerte de un padre

 

 

 

 

 YO Y MI SOMBRA 

 

I

 

            MARCEL PROUST (1871-1922) concibió, con las partes del tema o los temas que abarcan "En busca del tiempo perdido", una obra monumental, toda ella integrada por una decena de tomos. Y aun cuando cada libro responda a un asunto particular, los diferentes libros engarzados como en un encadenamiento sucesivo, en donde hechos y acontecimientos reales, unidos a la fábula fabricada por el novelista, estaban puestos, en efecto, en la perspectiva del tiempo y del espacio. Pero no de un tiempo que pasa. Porque el tiempo siempre es el mismo, y se da en el propio devenir del hombre que nace, crece, se transforma y muere; y todavía -llevado por este acontecer-, con la esperanza de renacer de nuevo en alguna parte del universo cósmico. De esta manera, lo que pasa, termina y se pierde es el hombre, no el tiempo.

            Aquí yo no perseguiré esa finalidad. Ese no es mi objetivo. Como tampoco deseo imitar la tesitura sustentada por el afamado genio literario. Lo que me propongo, sí, es recrear el pensamiento -y tal vez la memoria-, para buscar mi propia sombra, ese dibujo penumbroso que proyecta nuestra figura humana, en distintas dimensiones y latitudes, sea hacia dónde vamos, sea desde dónde venimos, sea en donde nos quedamos, momentánea o permanentemente.

            Sé que mi sombra tuvo que achicarse, o agrandarse, según la ley propia de todo proceso biológico del crecimiento y las perspectivas donde ella llegó a proyectarse; inseparable de mí mientras me hace compañía, o mi cuerpo impide filtrar a la luz para anular la figura por él dibujada en el arco de las distancias y de las latitudes de su propio movimiento.

            Sin olvidar las perspectivas y las distancias desde las cuales ella fuera proyectada. Pienso, por ejemplo, en las diversas formas de mi sombra cuando los años de la infancia las transfiguraban en diferentes posiciones y ocasiones.

            El niño que imita el galopar del caballo, que se sube a los árboles, que camina en los diferentes momentos en que la tierra se mueve al impulso del sistema planetario, manejados par las leyes de la naturaleza y del infinito mundo que nos rodea.

            El niño que proyecta su sombra conforme a la dirección del sol, en las mañanas, al medio día, cuando su luminosidad zambulle bajo los pies; o en las tardes y en los ocasos cuando el horizonte de la noche que se avecina acorrala, poco a poco, con su penumbra, el reinado esplendoroso del día, que aparece desafiante en las auroras, llega al linde cenital y luego va desfalleciendo, para que finalmente se muera, o desaparezca con el ciclo exacto de la rotación de la tierra, en una sucesión de penumbras...

            Según sea el cenit o el nadir, abrazados por los rayos del sol, mi sombra -como la sombra de todo objeto que se mueve o está quieto-, se alarga o se acorta, o se vuelve tan sólo un punto diminuto cuando en forma vertical la luz del sol aterriza sobre nuestras cabezas. ¿Adónde encontrarla ahora, en sus verdaderas dimensiones? ¿Se habrá disipado con los movimientos, con los continuos desplazamientos? ¿Se habrá vuelto invisible en las noches oscuras o en los días nublados, de lluvias y de tormentas? ¿Cuántas playas la dibujaron en su universo arenoso? ¿Cuántos bosques la escondieron bajo sus tupidos follajes? ¿Cuántos edificios la eliminaron como objeto de proyección aun con la ayuda de la luz? Pero... a pesar de todo eso, en el meridiano, ella, la sombra, subsiste, se vuelve diminuta como la gota del agua en un vaso de cristal; o invisible en un vaso de arcilla oscura, casi como un viento que no se ve, pero que golpea las pupilas con su fuerza furente...

 

II

 

            Además existen diversas formas de la sombra. ¡Cuántas veces quisimos atraparla cuando la luz solar nos inundaba desde atrás con sus lumínicos destellos! ¿Y cuántas veces, ella nos perseguía, huidiza e invisible, débilmente, como un ciervo herido, cuando la luz se descargaba sobre nuestras mejillas y nos ponía de frente, viniendo a nuestra búsqueda con toda su fuerza refractaria? Y yo mismo, me pregunto: ¿sombra de quién soy? Porque ocupo un espacio que yo solamente lo acaparo. ¿Habrá dentro de mí otra sombra que se encoge o se alarga según camino, me quedo quieto o me echo en los brazos del sueño para trascender a un mundo imaginario? ¿Soy acaso sombra de mí mismo? ¿O soy la sombra de otro ser, inanimado o no, que resguarda su propio y personal universo? ¡Cuántas playas lejanas! ¡Cuántos caminos transitados! ¡Cuántos desplazamientos por los cuadrantes del planeta! ¡Pero aun cuando acaricia con su furia desatada la rosa de los vientos; golpeando mis constados parietales; o el haz de mis cabellos, o mi frente desnuda, nublando o haciendo chispear a mis ojos, oteando el horizonte lejano: parte de ella de la sombra, de mi propia sombra, se halla -siempre pienso-, mimetizada, sumergida u ondeando como cuchilla mi débil, mi diminuta, mi pequeña humanidad cautiva y azorada!

            ¡Ah!, ¡si pudiera conversar con ella! ¡Comunicarme con ella! ¡Si pudiera enterrar en su oscura soledad todos los espectáculos deprimentes que he visto en mi peregrinaje sin descanso, alrededor del mundo! O atrapar, dentro de ella, como en una envoltura secreta, las maravillas variadas de los paisajes, personas, objetos, nimiedades y montañas que mis ojos contemplaron impávidos; sin poder explicarse nunca, o la enormidad de mi ser junto a un grano de arena, o mi pequeñez ante las majestuosas montañas. Sólo alcanzables con la visión huidiza que se orienta hacia el cono inmenso que se abre en la limpidez del cielo, en las alturas...

            ¿Qué otro ser, con su sombra, se proyecta en mí? ¿Esencia pura? ¿Piedra bruta? ¿Suspiros, tal vez, que quedaron suspendidos en el aire o buscaron una materia de la cual asirse, en un esfuerzo para no esfumarse en el espacio sin límites que nos contiene y haga posible el hálito de la vida?

            ¿Las palabras que dije, desde el balbuceo infantil, los discursos, las despedidas, las invocaciones del amor, la melancolía de la tristeza?

            ¿Estarán todas ellas repartidas como átomos, perdidas o disimuladas en las concavidades secretas, en la inmensidad del universo? ¿Insertas quizás en esquirlas o briznas invisibles bajo el abanico de alguna sombra, de mi propia sombra, o inquieta siempre por los misterios no descubiertos del mundo que nos rodea?

            ¡Cómo quisiera dibujarla, verla quieta o conversar con ella en un convivio coloquial, inacabable! Sé que la tecnología moderna, captando las imágenes y sus proyecciones, podría ayudarme para ver su forma, o darme una pista de ella, y mostrarme igualmente el color de su figura, la latitud de su estructura dibujada, sus movimientos secuenciales, su vuelo errático y retráctil.

            Pero yo la quiero en movimiento; sentirla como el palpitar de mi corazón; no tiesa y muda, como una estatua. La quiero ver y estar frente a ella, dentro de ella, como parte de mi propio contenido, con vibraciones reales, del espacio que copia y del secreto que esconde; de su forma cambiante, para tener así la opción de descubrir de su naturaleza no sólo su imagen, incorpórea e inasible, sino también el hito de ese peregrinar sin término que para cobijarse roba a la luz su esplendor y fabrica su propio haz de penumbra irreconocible.

            Sí, que acontezca, es probable también, insinuando en alucinaciones lo real, o en actos ficticios como el sueño, que yo mismo sea la sombra de mi sombra. Por eso ella me persigue donde quiera que vaya. Es decir, la sombra real, verdadera, soy yo. Y ella, la sombra, persigue a la otra, a la que es incorpórea, intemporal, huidiza e inasible, que se esconde cuando aparece la noche. Y, como la sombra, que se ve pero no se toca, en la oscuridad dejamos de existir para la visión, excepto por la palpación física y nos perdemos así, entre la urdimbre de la noche oscura, impenetrable a la visión humana, salvo en la imaginación fantasiosa creada por la mente.

 

III

 

            Me he fijado muchas veces en los disfraces. ¿Son acaso sombras disfrazadas de la realidad? ¡O son, por lo contrario, realidades que se afanan por ser sombras de los que verdaderamente no existen como seres de carne y hueso y sueñan ser, pretenden, al menos, con las máscaras puestas, imágenes desfiguradas, sombras de otras sombras, proyecciones de alucinaciones mágicas, en un intento terco por escapar a un mundo donde desaparece la identidad y el cuerpo entero se transfigura en un porfiado afán de ser lo que es, o lo que se es, buscando nuevas formas y huir, esfumarse de la inconforme realidad que nos ubica, casi siempre, en un callejón sin salida, y desde donde no podemos escapar, porque no hay término seguro, ni comienzo premeditado!

            Y ya una vez, medito, bajo tierra, borrado de la faz de ella, ¿dónde quedará mi sombra? ¿Acaso se abrazará confundida con el cuerpo yerto, se incorporará a él, buscando un refugio? ¿Acaso para descansar, para volverse en otra forma de sombra, trasformada; sombra de la sombra que se alarga hacia la eternidad, desapareciendo para siempre, o unirse, como en la historia de los hermanos siameses, para finalmente convertirse en una unidad compacta y empecinarse inútilmente en recuperar su propia autonomía?

            ¿Todo eso constituye el "más allá", el misterio nunca develado, los sueños y los mitos del hombre? ¿Y de las cosas? ¿Será la sombra total? ¿La sombra cobijada por la sombra? ¿Sombra de la sombra? Ella, la sombra, ¿siempre persigue algo o a alguien? ¿Huye? ¿Atosiga? ¡Amedrenta, acompaña! ¿Busca acaso, hacer recordar al hombre su absoluta imposibilidad de vivir solo en su propia soledad, como un anacoreta, apartado del mundo que lo rodea?

            ¿Busca, acaso, insinuar al hombre, parte de las coordenadas de ese misterio extraño que siempre, a través de los tiempos, se empecinó tercamente en descubrir?

            ¿O la sombra nos persigue y se adhiere a nosotros, ya como una lapa, ya como un duende, para hacernos recordar que, al fin y al cabo, no somos finalmente sino una sombra; una sombra que aparece, se desplaza y se apaga, sin dejar rastros visibles de la materia corpórea dentro de cuyo universo hacemos escuchar apenas el hálito de una forma de vida, la que es fugaz y pasajera?

            ¡Pero, a pesar de todo, la seguiré buscando, la iré persiguiendo; huiré de ella para que me persiga y me alcance, que esté conmigo, que me acompañe, que me alucine, que juegue conmigo como un duende invisible e inasible, aun sabiendo que mis palabras, sones audibles que se diluyen más allá del círculo de la distancia que ausculta y mide el parapeto del eco, jamás alterarán su figura acompañada de la mudanza persistente, no importa las formas que adquiera, no importándome, en fin, su patético silencio inmutable!

            La iré buscando, y tal vez, ¡quién sabe!, ¡por fin, en alguna hora menos prevista nos encontremos frente a frente, o fundidos los dos, ella y yo, en una sola sombra, haciendo nuestra morada en la profundidad de los abismos o en las enhiestas crestas calladas que se instalan para siempre en la cima de las montañas altas, inalcanzables e inaccesibles!

 

IV

 

            A veces pienso -o quizá sólo tenga la intención de pensar-, que mi sombra y yo nos perseguimos mutuamente. Si me paro o me quedo quieto, ella también se para y se aquieta. Si camino, se desplaza al ritmo de mí andar.

            Y si me cobijo debajo de una planta o de un techo por donde el sol no penetra ni traspasa con su luz, desaparece. O por lo menos, no se hace visible; se esconde. Pero esa actitud es solamente un truco de que ella se vale. Yo sé que está ahí conmigo, calladamente. La siento y la presiento, instalada bajo mis plantas, o en mí alrededor, como una espía invisible atenta a los movimientos que haga, en cada instante. Enroscada a mí cuerpo como una sierpe, o como esas lianas que se enredan en los tallos de los copudos árboles.

            Y si me quedo dormido. ¿Hacia dónde proyectará su presencia? ¿Dentro de mí mismo? ¿Velando mis sueños? ¿Refugiada en mis párpados, o dormida también dentro del piélago de mi cerebro?

            Con todo esto no quiero decir que la temo, o que me molesta. Es más, me sentiría huérfano el día que no la vea, que no la encuentre, que no sienta su compañía. ¡Y me halle yo, al final, si eso sucede o sucediera, hecho sólo una sombra sin sombra!

 

V

 

            En el momento de algún devaneo, frecuentemente la duda nos acosa, nos acorrala. Pensaba, pienso y seguiré pensando, que acaso yo mismo sea una sombra, la sombra de otro ser, o de otra sombra. ¿No será que ella, cavilé varias veces, sea, es, al fin de cuentas el mismísimo Ángel de la Guarda de que nos hablan las religiones? ¡Eso! ¡Puede ser! ¿Yo soy sombra de otro ser, inseparable de mí mismo, como la otra cara de la moneda, o de la luna, en donde una y otra integran la unidad, como se dice, en los ejemplos que tienen dos formas diferentes pero que están unidas en una misma naturaleza?

            Mas, si soy la sombra de otro ser, también pienso, es que nunca tendré la opción de deshacerme de ella. ¡Estará inmanente en mí, corno el aire que respiro, como el latido de mi corazón, como las corrientes de mi sangre recorriendo el universo del cuerpo!...

            Me sujetaré, pues a vivir, a convivir con ella, en una secuencia de alimentación y retroalimentación del misterio que rodea nuestra vida. La vida humana, la que, al final, también se diluye, y desaparece como una sombra.

 

            Asunción, julio/agosto de 2002. París, abril de 2003.

 

 

 

 

 

DIÁLOGO JUNTO AL MBURICAO

 

A HERMANN GUGGIARI

 

            TEMÁTICA Y REFERENCIA: Diálogo imaginario entre Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores, en ocasión en que este último fuera sepultado en la misma plaza en donde el poeta (su imagen) ya llevaba años allí, y con el sello de su nombre, rebautizada ahora como plaza MOG-JAF.

            ESCENARIO: La plaza Manuel Ortiz Guerrero (MOG), José Asunción Flores (JAF), sobre el arroyo Mburicao, cerca del Cementerio de la Recoleta. Se abre el telón y las figuras, al trasluz, dialogan, cada una de ellas desde el extremo del escenario.

            FONDO MUSICAL: La Guarania Mburicao, creación de José Asunción Flores, inspirado en homenaje al arroyo del mismo nombre.

            VOCES: dos voces.

 

 

I

PRIMERA PARTE

 

MOG: ¡Flores! ¡Flores! ¡Por fin! ¿Por qué tardaste tanto? Esta soledad, lo confieso, mi querido José Asunción, amigo del alma, ya estaba por ulcerarme el espíritu, así como la lepra ulceró mi carne viva y por cuya causa me sobrevino finalmente la muerte.

 

JAF: Apenas abandonaste este mundo, y después de regresar de la guerra del Chaco, adonde me alisté como soldado raso, retorné a Buenos Aires para perfeccionar el arte de la música, en el género que ahora se la conoce universalmente con el nombre de Guarania.

MOG: Guarania, en efecto, según lo tengo estudiado, era la vasta extensión territorial sobre cuya superficie se desarrolló la cultura guaranítica, la cultura de los guaraní-jára. A decir del sabio Moisés Bertoni, Guarania era el hábitat natural de los guaraníes, en una vasta superficie de la tierra.

El nombre, con dejo poético, es una elaboración moderna, pero su desinencia ha sido tan feliz como para contener, en un vocablo eufónico, toda la imponderable sugestión y el hechizo de una raza aborigen justa y asombrosamente humana a nivel de su evolución... Entiendo que la palabra así acuñada tiene ya patente intelectual y va más allá de una simple referencia geográfica. Creo que nace con la aspiración de concretar sobre la enfermiza y postiza adhesión a lo foráneo, una racionalización fresca, humectante y auténticamente paraguaya...

 

JAF:    Entiendes muy bien Manú, y la adobas con tu forma peculiar del decir poético.

 

MOG: ¡Qué José Asunción! ¿Fuiste a componer, acaso, otras guaranias, más allá de India, Nde rendápe aju y Panambí Verá?

 

JAF:    Sí, también estrené, y con éxito, Buenos Aires, Salud y Pyharé Pyte y muchas otras canciones, orquestadas algunas de ellas en el pentagrama que me facilitaban las composiciones de tus inspirados versos.

 

MOG: Y, ¿cómo estáel mundo ahora? ¿Modificáronse acaso las normas de la convivencia humana?... ¡Cuando partí para este mundo insondable, y después de vivir físicamente treinta y seis años, los jinetes del Apocalipsis cabalgaban soberbios, impíos, irritantes, sobre la vasta comarca chaqueña! La muerte, no súbita, sino esperada ya, me privó de la oportunidad para empuñar el fusil y defender a la Patria.

 

JAF:    La pluma, guiada por tu intelecto, fue tu fusil, así como la música fue el mío. La música, como parte de mi instrumento de combate.

 

MOG: Tú, José Asunción: ¿fuiste a esa guerra? Creo recordar que sí, vagamente...

 

JAF: Sí, fui en efecto. Estuve en ella. ¡Y si bien no alcancé a disparar ningún tiro de proyectil en contra del ocasional enemigo, llegué a curar a soldados humildes y sepultar a muchos de ellos, abatidos por las balas y por la sed; la sed que dejaba inanimados a los cuerpos en los espartillares, esparcidos sobre la greda de la tierra!

 

MOG: ¡La guerra! ¡Atroz acción humana! ¡Cruel acontecimiento! (Pausa). Pero bien. Eso ya pasó.

¿Qué vino después? ¿Llegó el enemigo a desmembrar a nuestro Chaco del cuerpo geográfico de la República?

 

JAF:    Fue una guerra atroz, como dices, y en los hechos más que en las palabras. ¿Nuestro Chaco, dices? No se desmembró del todo. Sólo una parte. Y aunque el enemigo, después de la batalla de Yrendagüe, fue en retirada hasta la otra ribera del Parapití, no se pudo conseguir que ese río marque los límites de nuestra soberanía geográfica. Y así, mientras nuestros soldados, con empuje y coraje, arremangaron a las fuerzas enemigas hasta esas latitudes, los intereses en pugna por la posesión de la riqueza de la tierra, la que yace en el subsuelo, como el mineral del petróleo, hicieron aparecer a sus representantes verdaderos y todo nuestro ejército se vio obligado a replegarse a una distancia menor más acá del Parapití. ¡En resumen, con nuestros soldados de línea, con nuestro pueblo en armas, se ganaron las batallas, pero en gran medida se perdió la guerra en la mesa de negociaciones!

¿Por qué no reconquistamos la totalidad de nuestro territorio? Los personeros de esos intereses entraron en otro tipo de enfrentamiento o confrontación, y "negociaron" la paz sobre los cadáveres aún tibios de tantos heroicos combatientes.

 

MOG: ¡O, en otras palabras, los paraguayos ganamos las batallas en los campos de combate, pero perdimos la guerra en el escritorio de los abogados de las empresas extranjeras! ¡Qué infamia! ¿Has llegado a plasmar en la música esas acciones...?

 

JAF: No pude, mi querido Manú. Lo he intentado. Es cierto. Pero la inspiración no pudo compaginarse con tanta tragedia humana. Desde ese instante, y como siempre, sí me avine a una decisión: ¡Trabajar por la paz entre los hombres y entre los pueblos! A ese afán, y con la ayuda de los poetas, pude llegar a elaborar una obra musical a quien dimos en llamar: María de la Paz.

 

MOG: ¡Qué bello nombre! José Asunción: Siempre me he preguntado, en la otra vida, en la que juntos estamos ahora, y después de ser testigo del estrago que causó la denominada Primera Guerra Mundial (1914-1917), sobre las causales reales que incubaron las guerras civiles o inciviles entre paraguayos. Entre estas, de la que más recuerdo y con toda nitidez, era aquella desatada en el año 1922. El ser humano, a través de los siglos, desde el asesinato de Abel por Caín, y aún antes, lleva dentro de sí el demonio de las contradicciones. Y aun cuando disfruta del libre albedrío para hacer el bien, se pasa siendo lobo de sí mismo, y no precisamente como el que en forma poética soñaba Rubén Darío, en la figura del "hermano" Francisco, sino todavía más cruel y despiadado. Pero, si me excusas, dejemos ese tema, y háblame de ti, de tus obras, de tus fatigas, de tus creaciones y de la lucha incesante para ganar el pan de cada día, que también, es cierto, es una forma de guerra contra la escasez y la inequidad. ¡Nadie puede escapar del desafío de la necesidad! Y también, no sé si puedes informarme: ¿Qué se sigue diciendo de mí? ¡Estoy, o sigo siendo recordado por nuestro pueblo, esa constelación de seres humanos que tanto amé y en cuya tierra nací y viviré para siempre, con mi carne hecha cenizas, y con mis versos y mis cenizas hechos briznas y recuerdos!

 

JAF: Manú, los poetas y músicos, así como los santos y los héroes verdaderos, son los únicos muertos que no mueren. Al menos, en la memoria colectiva. Y tú, estoy seguro, sigues siendo el emblema de esa conciencia. Te has convertido en leyenda, más allá de la historia, casi en un ser mitológico. Y te diré más: En la diversidad de las joyas literarias musicalizadas con arte, obra de poetas y músicos, nadie aún puede superar a nuestros Nde rendápe ajú, a India y a Panambí Verá. Son músicas de antología, junto con el canto poético. Estás presente cada vez en que la "amada inefable" -como dices en tus poemas-, recibe una serenata en la ventana; sigues viviente, en la figura incorporada de nuestros aborígenes y sigues revoloteando por los jardines y el alma de los hombres.

Sin Manuel Ortiz Guerrero, la poesía paraguaya carecería de ese hálito o imán, de ese duende invisible que danza sin fin en cada época, la que nunca acaba de repetirse ni aún en las estaciones marcadas por el designio de la naturaleza. ¡Es el simbolismo de Panambí Verá!

 

MOG: ¡Qué bien hablas, José Asunción! Más que músico, eres músico-poeta. Y en esto me superas. ¡Yo no pude ser poeta-músico!...

 

JAF: ¡Cómo que no! ¡El poeta es aquel que vuelve musical a las palabras, y al resentimiento humano y a las ideas!

Y nadie más que Manuel Ortiz Guerrero lo ha conseguido.

Como que también la música es la palabra orquestada.

Por lo demás, no olvidarás seguramente aquel Soneto que escribieras en 1928, cuando dijiste:

 

Mi instrumento

Músico soy, de música sencilla,

feliz con regalar un aire al viento.

A veces en mi falta hay la cosquilla

y el cerceo de luz de un pensamiento.

Pensamiento glorial que está en semilla

debajo de mi lengua ¡oh, qué tormento!

que no puede ser voz y es pesadilla

de tremenda ansiedad en cada acento.

Con todo, así sentado en la gramilla

bajo el combo total del firmamento,

suelo ensayar mi música sencilla,

a veces con dolor pero contento.

Mi instrumento es de cana de Castilla,

aún verde, y... guaranítico mi aliento.

 

MOG: ¡Oh, José Asunción Flores! Sé que hoy el pueblo te llama con el apelativo de José Paraguay Yboty. ¡"Paraguay" por Asunción, e Yboty por Flores!

 

JAF:    También recuerdo tu poema La guitarra del desengaño, cuya métrica y forma diseñan e imantan la imagen de una guitarra. ¡Eso quiere decir que la música siempre vivió asociada con la poesía, como parte del numen del poeta! Sobre las dos, y la pintura, está edificado el pedestal de las bellas artes.

 

MOG: Pero, como sabes, al final digo en el poema que de dolor "se ha roto la cuarta"...

 

JAF:    Si; mas, se le quedó la quinta y la sexta cuerda, y todas las cuerdas a guisa de cero, ¡infinitas!... (Pausa). Dime Manú, quiero aclarar contigo, ahora que ya está vedado a nosotros mentir (aunque tú nunca has mentido), quiénes son los cuatro personajes que recuerdas en tu Soneto Ricordo, el soneto gris de catorce años, a los que aludes para sin nombrarlos, en la segunda estrofa escrita.

 

MOG: ¿Puedes recitármelo? ¿Sólo esa estrofa?...

 

JAF:    Sí, puedo hacerlo. Dice así:

"... Hoy, tras de los catorce años y de daños,

Ya no iremos los cuatro juntos, en los divinos

Crepúsculos guaireños, a YCUÁ PYTÃ, de extraños

Discursos, que fingían trémolos cristalinos..."

¡Ves! Ahí hablas de trémolo, que en la música es la repetición rápida de un mismo sonido. ¡El trémolo es parte de la música!

 

MOG: Y también trémolo significa: la vibración suave de la voz. Pero, iré directo a tu pregunta: Los cuatro personajes de que hablo y rememoro son: Leopoldo Ramos Giménez, Natalicio González y Facundo Recalde, y yo.

¿Qué se hicieron de ellos? ¿En dónde están?

 

JAF: Todos fueron, a su manera, grandes personajes de la literatura, del periodismo y de la política. A dos de ellos los tragó la política, sobre todo la forma de esa política que se practica aún hoy, hasta nuestros días. Pero todos ellos, te diré, y como tú, se hicieron a sí mismo con integridad propia.

¡Qué cuarteto! ¡Seguramente irrepetible!. . . Es la herencia cultural de Villarrica.

 

MOG: Sí, y por eso decía ya, ahora lo recuerdo, en los seis últimos versos del poema:

"...Ya no verán más nunca los ocasos sedeños

trotar a nuestros flacos y locos Clavideños

por esas calles, verdes de pasto, del Guairá.

Dispersos por el mundo, demudados y extraños,

jamás ya iremos juntos a repuntar rebaños

de versos, por las glaucas lomas de YCUÁ PYTÃ".

 

JAF:    Sí, y tal vez igualmente pensando en ti, Natalicio González, recordándote en su Meditación sobre la Poesía, afirmaba:

"...el poeta es como el mítico buzo que en las

honduras del mar tenebroso ha captado una estrella;

o usando una expresión menos simbólica, es aquel

que alimenta con sus entrañas y pasiones una

luz, la única luz que ilumina lo que la vida cela y

oculta. Crea la Belleza, es decir, algo que deslumbra

al hombre selecto, y que la revela el sentido de una

realidad impensable y hermética a su comprensión

intelectual..."

 

MOG: ¡Qué voces! ¡Recuerdo todavía al autor de Piras Sagradas, recitar sus poemas de índole anarquista en la esquina de las calles donde se edificó el Belvedere, cuando hasta allí juntos fuimos para apoyar una huelga de obreros! ¡Fue allá por el año de 1915! ¡Qué días! ¡Qué años aquellos!... Era todavía la época en que los poetas asumían el compromiso de ser como heraldos de los reclamos sociales.

 

JAF:    ¡Qué tiempos aquellos!... (pausa, música lenta, Mburicao).

 

MOG: Además de la Guarania, la música elemental y singular que compacta con los acordes del "alma de la raza", como decía don Manuel Domínguez, lo más dramático y distintivo del pueblo paraguayo, te pregunto: ¿Has explorado, con la ayuda de tu vocación natural y tus sentimientos patrióticos, otras vetas con potencial e igualmente necesarias para guardar en ellas, digamos, el sentimiento colectivo, el sello peculiar del Paraguay eterno?

JAF:    ¡Ahí sufrí un traspié terrible! Y no por causa del numen que me acompaña y edifica obras de contenido, como parte de la historia y de la lucha que nuestro pueblo ha llevado a cabo por centurias enteras.

 

MOG: ¿Tú, un espíritu libre, vencido por un obstáculo, acaso fortuito, infranqueable o definitivo...?

 

JAF:    Como los poetas, el músico igualmente necesita del duende, del ángel y de la Musa que acompañen su obra, la gestación y realización de su obra. Federico García Lorca decía, que esos tres númenes son los artífices del quehacer poético y de toda obra artística.

 

MOG: ¡Pero esos dones y valores, si así puede decirse, siempre los tuviste en el corazón y a flor de piel! Estaban y están contigo, en toda tu música, impregnados en tu vida misma...

 

JAF:    Te diré, Manú: El más grave momento del artista es conocer que no basta la vocación y la pasión, y encuentra que una muralla pétrea, sorda, insensible, oscura, de repente se interpone, entre el objetivo y la meta que proyecta y sueña. Me explicaré con menos frases rebuscadas.

 

MOG: Te escucho. Desata tu "secreto"; hazte de cuenta que me constituyo en el pentagrama de tu confesión intimista. Tú sabes que, entre artistas, y todavía más claramente, entre poetas y músicos, la palabra une no solamente nuestras lenguas corporales. ¡Va más allá; une nuestros sentimientos, y hasta nos ata a las aspiraciones compartidas y a los dolores que nos acorralan y laceran!

 

JAF: Con ser un episodio, con dimensiones aparentemente burocráticas, el fenómeno se produjo como el desatino de una terca obcecación y de un lamentable fanatismo. ¡Tú conoces de mis ideas políticas! Pero nunca mezclo el fanatismo ideológico con la ensoñación del arte, y menos aún de la música.

 

MOG: Siempre fuimos hombres libres. Sin el fundamento de este atributo, de dignidad humana, jamás seríamos verdaderos artistas. ¿Y cómo, pues, explicas la situación creada?

 

JAF: Verás, Manú: Para coronar mi obra musical, que lleva más de sesenta años de trajín, me propuse, después de diagramar y estudiar el tema a conciencia, crear un Poema Sinfónico -o lo que fuere, en el género de la música- con el siguiente fondo temático: el drama de Cerro Corá. A ese efecto, titulé a la obra en proyecto como La Agonía del Héroe, que más que agonía de un hombre excepcional -o de muchos hombres-, como fue Francisco Solano López, ¡históricamente fue la agonía de todo un pueblo!

Por lo demás, el término agonía lo tenía apreciado e interpretado no como desaliento, pérdida de facultades naturales o como la suerte de la muerte misma.

Más bien, como lucha, y así, como la conquista de la gloria; aún cuando todo lo expresado sea finalmente el producto de una derrota circunstancial e irreversible, tal como ocurriera en Cerro Corá.

 

MOG: ¿Y qué factores imponderables afectaron o truncaron tu obra? ¿O derrotaron tu idea?

 

JAF:    Mi idea era simple: Solicité al gobierno de entonces el permiso para instalarme, con una flauta y un piano como instrumentos musicales únicos, en la ribera del río Aquidabán, en el perímetro o la cercanía en que fue asesinado el héroe, el 1° de marzo de 1870. Allí terminó el vía crucis de nuestro pueblo como consecuencia final de la infame guerra llamada de la Triple Alianza contra el Paraguay. Pensé no solamente usar ese templo sagrado para fortificar mi espíritu, y avivar la inspiración con el canto de las aves, el murmullo de las aguas que se deslizan sobre las piedras que forman el lecho del Aquidabán... y, tal vez, quién sabe, con las voces soterradas que allí quedaron para restañar en el futuro las heridas de la Patria. ¡Todo eso pensé, ideé, acaricié como el supremo de mis anhelos, ya en mi vida madura! ¡Quería llegar a la cima de mi obra musical dispersa, como el mejor compromiso que me impuse a cumplir con mi pueblo!

 

MOG: Todo eso explica, mi querido José Asunción, que si bien terminó el vía crucis de la guerra, con las batallas quemantes, ella sigue dándose en otros campos. ¡Al terminar la guerra del 70, empezó otra, acaso más atroz y cruel que la guerra bélica misma! Es tan nefasta como aquélla: La desmembración del territorio nacional y la ocupación forzosa de su ámbito geográfico por las fuerzas enemigas, por los ejércitos extranjeros. Ocupación que duró casi una década. Y tú sabes, José Asunción, que con la consumación de esa guerra, el porvenir histórico del Paraguay tomó otros rumbos, otros derroteros.

A partir de ahí, con las nuevas reglas de la subordinación y los férreos lazos de la dependencia impuestas por los invasores, se desarrolló un paulatino proceso para desnaturalizar la esencia misma del hombre paraguayo. "...-A los paraguayos hay que matarlos en el vientre de su madre!"...- no fue una exclamación gratuita, dicha por quién, y a partir de ese hecho vandálico y degradante, fuera considerado el mejor "pedagogo" de América. El destino se vengó de él. Tuvo que venir a vivir en esta tierra sus últimos días, corrido por la barbarie de su propio país. Se trata de Domingo Sarmiento.

Y aquí murió en paz. ¡Ironías del destino! La guerra silenciosa e invisible que después se dio, desfiguró finalmente los valores culturales propios. Por eso, no me es extraño que te prohibieran, de momento, cumplir con tu bello y patriótico propósito. ¡Ay, los metecos y los bárbaros! Como decían los habitantes de la Grecia antigua...

 

JAF:    Así fue, en efecto. No sólo prohibieron mi obra diseñada. Me prohibieron igualmente pisar el Paraguay, mi propia tierra, y menos aún Cerro Corá. Orden estricta del dictador de turno. Y creo que, desde ese momento, comenzó mi propia agonía personal.

Mi único propósito era condensar en un canto singular el súmmum de los valores musicales que duermen y palpitan en el mundo mágico de la Guarania. Pero mi dolor no terminó ahí, por la frustración...

 

MOG: ¿Existieron además otros atenuantes?

 

JAF: ¡Sí! ¿Te acuerdas de Leopoldo Ramos Giménez?

 

MOG: Que sí muy bien me acuerdo de él... Recitábamos juntos La Cumbre del Titán, allá, en el Belvedere. ¡Un hermoso soneto escrito por él en homenaje a Francisco Solano López! Decía así:

"Iba López, no el verdugo, no el tirano...

Iba inmenso como Él mismo, de sombras y rayos; fatal.

¡Conmoviendo iba el coloso todo el suelo americano

con su trágica derrota que cual grande fue triunfal!

Era un hombre que bajaba y un divino que ascendía

y ¡qué dura esa caída para la gran ascensión!

¡Si fue sombra su derrota, toda noche gesta un día,

y Él, en medio de esa noche, era inmensa irradiación!

Es el lúgubre momento. Se desprende la grandeza

más sublime y más humana del Titán cuya cabeza

como un sol hacia el abismo fragorosamente va.

¡Desde entonces, de esa tumba donde halló su cumbre el Fuerte

más hermosa y más terrible, más soberbia ante la Muerte

su figura de protesta levantó Cerro Corá!".

 

Tengo entendido que la escribió en febrero de 1914.

 

JAF:    Pues, verás, Manú- ¡Cosas del destino! Las metamorfosis atribuibles a las debilidades humanas, hicieron que este mismo poeta a quien recuerdas con nostalgia y reverencia; sí, este mismo poeta fue el escogido para bastardear mi obra suprema: la música en el género de la Guarania, y también oponerse a ese propósito señalado! ¡Sentí, no tanto por mí, sino por él, una inmensa pena!

 

MOG: Es, en alguna medida, José Asunción, una de las grandes tragedias que atosiga a la conciencia humana: ¡Llenarse de estulticia y bajeza cuando el hombre -la más excelsa obra del Creador del Universo-, renuncia a su condición de integridad como persona, por la malsana apetencia del poder y la enajenación de los valores, por las ofertas crematísticas, por la comodidad pasajera que da "el buen vivir", aún dentro de la holganza! El hombre que traiciona sus propias ideas motrices es un converso satánico y peligroso. Y sabrás, José Asunción, que el converso político o religioso, en su caso, sea por el afán del dinero o del político, se constituye generalmente en el enemigo más atroz y despiadado de sus propios camaradas de filiación ideológica; y están propensos a cometer, al mismo tiempo, los siete pecados capitales, llevados del servilismo y también y, por lo general, contratados para practicar la sevicia más vil y degradante contra sus semejantes... Pero, ¡qué va!, José Asunción, Tú ya venciste a todos ellos. Pues ellos, mañana, por ahora, serán episodios trágicos y aislados en la vida del país. ¡Mientras tú, con tu Guarania, y con los ejemplos de tu conducta, serás por siempre la irradiación de una luz suprema y perenne que jamás morirá en el alma inmortal del Paraguay de todos los tiempos!

 

JAF:    Recuerdo, Manú, lo que alguna vez dijiste en uno de tus versos, en la colección Pepitas, creo, esta sentencia:

"Frágil es el hombre de partido:

Se acomoda al agua en donde es vertido!".

 

MOG: ¡Conmiseración para todos ellos, que no aprecian el canto y la poesía, vasos comunicantes de los hombres selectos! Y como dijo el Maestro: Los que nunca aprenden a conocer "el camino de la verdad y la vida".

Y, sobre todo, de la dignidad humana.

 

 

II

SEGUNDA PARTE

(Varios años después)

(Mismo escenario). Continúa el diálogo:

 

JAF:    Hoy estamos aquí, uno junto al otro, en la ribera del arroyo Mburicao, arroyito con alma de río caudaloso, especialmente cuando sobre el lecho que corre se descuajan las lluvias torrentosas... ¡y los árboles le arropan con sus verdes sombrillas!

 

MOG: Te pregunto: ¿En tiempos en que la lluvia no lo inunda y acrece, sigue apacible y a la vez rumoroso, limpio y cristalino, como la líquida flor de la naturaleza, y cuyo murmullo sirvió para inspirarte el poema sinfónico de su nombre?

 

JAF: No tanto, Manú. La codicia del hombre lo ha condenado a ser arroyuelo siervo que carga con la basura que el vecindario arroja sobre el lecho de piedra por donde sus aguas todavía se deslizan... ¡Hoy no pasa de ser un arroyuelo turbio y famélico! Aguas cada vez más turbias y delgadas que, en determinadas épocas del año, sólo son hilillos silenciosos, como esos perros enfermos que ya ni ganas tienen para ladrar.

 

MOG: ¡Qué lástima! Aparentemente ya no existe rincón del mundo en donde el ecolicidio, como forma impía de destruir a la naturaleza, a las fuentes de vida natural, como los bosques y el aire, deja que libremente la polución y la contaminación destruyan y envilezcan los dones gratuitos y necesarios que Dios puso al servicio del hombre. Más que las guadañas que siegan las siembras, el ecolicidio no solamente desequilibra el eco-sistema. Contamina el medio ambiente. Destruye la tierra, morada del hombre y las otras especies, como la fauna y la flora. Y los ecologistas, ¿qué dicen, y qué hacen?, ¿qué barrera ponen a tan impía deturpación?

 

JAF: Su voz es casi inaudible, que ni los débiles escuchan. Y menos aún los poderosos. ¡Hoy día, el afán de lucro y el consumismo todo lo avasalla, todo lo petrifica, vuelven escoria el hábitat del hombre y pestilente hasta las aceras de sus caminos!

 

MOG: ¡Pienso, José Asunción, que los muertos podríamos formar un ejército, así como hacen las hormigas, salir a combatir a los impíos, a los depredadores de las riquezas naturales, a los que desvalorizan los bienes terrenales del hombre, sobre todo el haz de riquezas que pertenecen ya, por derecho, a todas las generaciones, y especialmente a las futuras!... ¡Nos apropiamos de bienes que son de nuestros hijos!... ¡Y les dejamos sin herencia, e inermes!

 

JAF: Hasta hoy, infelizmente, no se ha inventado el arma que pueda usarse con eficacia contra la codicia, y menos aún contra la impunidad de la fuerza bruta que aplasta el derecho ajeno.

MOG: Día llegará, José Asunción, en que los muertos podamos usar las estrellas como proyectil de nuestras hondas y horadar la frente insana de los conspiradores del mal, así como hizo David contra Goliat, el gigante de pies de barro. (Pausa)

 

JAF: ¿Qué pasa, Manú? ¡Siento como que están removiendo la loza que guarda mis huesos!... ¡Siento a la tierra temblar por los golpes de pico y removida con zapas! ¡Parece un terremoto!

 

MOG: ¡No! José Asunción: Sólo son las manos de la justicia las que la están removiendo.

 

JAF:    ¿Las manos de la justicia, dices?

 

MOG: Sí, de la Justicia histórica, la que vive y se aploma en la memoria colectiva. ¿No lo sabes? Como soy más viejo que tú, y además poeta, se me anticipan los acontecimientos como proyectados en luces de luciérnagas.

 

JAF: ¿No me dirás que, aun después de muerto, tientan y se enseñorean hasta con mi cadáver?

 

MOG: Solamente removerán de lugar, momentáneamente, la loza de tu sepulcro. ¡El pueblo paraguayo decidió, por fin, levantar un monumento a tu memoria!

 

JAF: ¿Un monumento a mi memoria? ¿Qué es eso? Explícame que ya la duda y la impaciencia, como en el niño, aguijonean la parte sensitiva de mi humanidad rebelde.

 

MOG: Como la tierra, José Asunción, que en su aparente inmovilidad está quieta en el mismo sitio, se desplaza y vuelve al mismo lugar en donde estuvo. Tú te desplazas también en el tiempo y en el espacio, para volver al mismo sitio de tus vivencias: el corazón de tu pueblo. Y esta vez al son de los compases de tu Guarania Mburicao. ¿Escuchas? Cavan el vientre de la tierra para acomodarte mejor. Y esta vez, y ya para siempre, junto a mí, como lo anhelé y debe ser.

Ahora estamos unidos en el trinar de los pájaros y en las ráfagas del viento que mueve la copa de los árboles. La plaza lleva unidos nuestros nombres. ¡Es el triunfo de la idea y la maduración de los nobles propósitos trabajados en la vida!

 

JAF: No sé; y me dirás la verdad disipando esta duda: Me informé que tu cuerpo, originalmente sepultado en el Cementerio de la Recoleta, fue, años atrás, trasladado a Villarrica, la ciudad que fuera tu cuna. ¿Es eso cierto?

 

MOG: Sí; es cierto, José Asunción. Sucedió por dos razones: Una, porque la comunidad guaireña reclamaba mis cenizas; y, otra, porque aquí en la Recoleta algunas gentes de impío proceder profanaron mi tumba y mutilaron mi cuerpo!...

 

JAF:    ¿Mutilaron tu cuerpo?

 

MOG: Sí; así fue, en efecto: Cercenaron mi brazo, hurtando, no sé con qué finalidad, una de mis manos, cortándola a la altura de la muñeca. La misma mano con que aprisionaba la plumilla para escribir mis poemas. ¡Qué equivocación! Pues la mano, salvo la de un artesano, no es el miembro principal que da vida a la idea. Esa es una función de la mente, de la vocación intelectiva. ¡La mano, así como para el poeta y para el músico, es el instrumento de que se vale la mente para plasmar la creación!

 

JAF:    ¡Qué infamia! ¡Qué impiedad vergonzosa!

 

MOG: No importa, José Asunción, porque como en el dicho popular: "no hay mal que por bien no venga", esa acción, aunque deleznable, fue el motivo principal para que mis compueblanos, los guaireños, y otros amigos de la cofradía artística, decidieron "repatriar" mi cuerpo -o lo que de él quedaba-, y no sólo a Villarrica. Me depositaron finalmente en el lugar llamado Ycuá-Pytá, un barrio legendario de la geografía guaireña. Y allí estoy; allí están mis huesos, desde entonces, acunado bajo tierra, al pie de frondosos árboles y en la ubre de la naciente de un manantial que "fluye, fluye permanentemente" sus borbotones de agua. Además, simbolizando mi vida y mi obra, un artista modeló la figura de un panambí verá, y con la sentencia póstuma de las palabras del poeta Vicente Lamas que dice: "Su mejor poema fue su vida". Como ves, fui recompensado con creces!...

 

JAF: ¿Quiere decir, entonces, Manú, que tu cuerpo está allá y aquí ahora solamente una parte de tu alma?...

 

MOG: ¡Sí; mi alma disfrazada de mariposa está aquí, y hoy, ya con tu compañía, balancea su vuelo, uniéndonos al son de tu incomparable guarania Mburicao!...

 

JAF:    Estoy tentado a no creerte. ¡No por dudar de ti, sino de la intención humana. ¡Pero hablas también de un monumento! ¡Ya tengo mi sepulcro en el suelo que tanto amé! ¿¡Qué más puedo querer!?...

 

MOG: Es necesario, José Asunción, que no solamente estés, por derecho propio, como lo estoy yo, en el suelo que tanto amaste, integrado a su tierra. Sin embargo, dije: Son las manos de la Justicia que volviéndose instrumento de la arquitectura, diseña una escultura destinada a perpetuar el recuerdo del creador de la Guarania, la música sacramental que identifica a la nación paraguaya. La Guarania es el alma musicalizada del pueblo paraguayo. Por eso, como parte substantiva de él, la escultura y sus diseños tratarán de perpetuar tu memoria para siempre. Es como se dice en Ñemity, escrita por Carlos Federico Abente, y a cuyos versos le pusiste una música que todos tararean y cantan.

"¡Elevar la nación!". Con tu obra de arte musical, José Asunción, has hecho eso precisamente: ¡elevar la nación!...

 

JAF:    ¿Y a quién se le ocurrió diseñar las formas de esa escultura? Tú que estás a mayor distancia, ¿me puedes describir cómo será, o cómo es, su estructura, su forma, su paisaje... su figura, finalmente?

 

MOG: No se la puede describir fácilmente, mi querido José Asunción. Más que describirla, hay que verla, gozar de su simplicidad y de su belleza. Yo que soy poeta y tengo el don de la premonición, de la adivinanza, te la diré: ¡La concepción del monumento es de un gran artista, de un creador egregio; amigo tuyo. ¡Hermann Guggiari! ¿Lo recuerdas? ¿Lo puedes ubicar en tu memoria?

 

JAF: ¡Hermann Guggiari! ¡Mi amigo, mi hermano en el arte! Nos conocimos en Buenos Aires, en la década de los años cincuenta del siglo pasado.

Estábamos entonces los dos en el exilio. Y ahí compartíamos el pan y la sal. ¡El noble Hermann! Recuerdo que estábamos distanciados por el tenor de nuestra ideología política pero hermanados profundamente por el espíritu humanista que nos unía. Los dos amábamos la libertad, ese don primario y elemental sin cuyo usufructo no puede realizarse el hombre en plenitud, y con más razón el artista, a quien no se le puede jamás poner lindes o fronteras a su creación... ¡Esa sería como encarcelar la idea!

 

MOG: ¡Pues ahora, y para siempre, José Asunción, Paraguay Poty, se enlazan tres artes inseparables: la poesía, la música y la escultura!

 

JAF: ¡La trinidad artística! ¡Sacra también por la palabra, el sonido y la figura!

Gracias Manú: reposemos tranquilos... ¡Somos criaturas que vinimos al mundo para enriquecer el espíritu humano! ¡No pasamos en vano por la vida!

 

MOG: ¡Salvas al músico! ¡Lo dice el poeta, el que atrapa la sutil y huidiza estrella!

 

JAF: ¡Es para purificar el barro donde descansan los pies del hombre!

 

(Silencio: sigue la música de Mburicao.)

 

 

Asunción, 27 de agosto de 2007.

En el centenario del nacimiento de José Asunción Flores.

 

 

 

 

LA VIDA DE PASCUAL DUARTE

Y LA MUERTE DE RUFI TORGA

 

REPORTAJE IMAGINARIO A RUDI TORGA

 

 

I.

 

            La vida siempre estuvo ligada a la muerte. Esta es consecuencia de aquélla. Es decir, existe la muerte porque existe la vida. Curiosamente, esta vez, escudriñar la vida ajena es la que me provocó la muerte. No fue la mía, y más todavía, dentro del contexto de una novela.

            Agoté la propia para darle un sentido de interpretación adecuada a la vida ajena. La urdimbre de la trama se produjo en forma imprevista para mí. Quizás por apego al idioma vernáculo, el que hablaban ya nuestros ancestros, y el uso que hice de él para escribir poemas y volcar en la escritura ideas y pensamientos buscando formas con más contenido alegórico a las expresiones de canciones y hasta en las obras teatrales, tanto de autores nacionales como extranjeros.

            Es cierto que los guaraníes -al menos los aborígenes- no llegaron a tener un alfabeto propio, excepto unos signos ideográficos a los que los estudiosos denominaban, no sé por qué, "una forma de escritura lapidaria", tal vez por las inscripciones simbólicas que lograron hallar los investigadores que vinieron con los conquistadores de América, en las primeras décadas del año 1500 de nuestra era. Pero todo esto no es sustancial a la trama que se tejió para provocar mi muerte.

            Ésta, la muerte, no se manifiesta solamente por el abandono que hace el último hálito de vida en el cuerpo humano. Existen, además, otras formas de muerte. Por ejemplo, aquellas que anulan las potencias creativas del hombre en el afán de perfeccionamiento de un futuro existencial, como una búsqueda permanente que lo distingue en su particular vivir respecto de otras especies procreadas dentro del universo de la naturaleza.

            Viene la muerte, igualmente, cuando las fuerzas motrices se anulan por impulsos misteriosos que succionan de la vida activa el fuego espiritual que la sostiene y que sirve de tea para impulsar su movimiento por los senderos que conducen al futuro, a un mejor futuro.

            Existe muerte cuando la obra que realizamos no fructifica, más allá de la materia que la compone, en una realización de bien colectivo o, por lo menos, de felicidad personal que testimonie una contribución con la belleza de la obra realizada, como dice Natalicio González.

 

II.

 

            ¿Por qué digo todo esto, lo que acabo de decir? Puedo seguir seguramente "filosofando" sobre la eterna dualidad vida-muerte, o muerte vida. Pero esa no es la intención que persigo. Yo más bien deseo sentar, contar, referir, cómo colmé el contenido de ese vaso misterioso, manantial al comienzo, río que corre con arrebatos de cataratas después, para volverse finalmente lago quieto en donde ya no emergen flores emblemáticas ni se escucha el trinar de la oropéndola en las auroras o en los atardeceres. El abrazo con la noche profunda, como nos decía el poeta Carlos A. Jara.

            Actor de teatro, poeta, periodista, escritor, traductor de obras literarias del guaraní al castellano, o del castellano al guaraní, un día, el menos pensado para mí, me solicitan traducir al idioma nativo la estupenda novela de Camilo José Cela (1916-2002), Premio Nobel 1989 y Premio Cervantes 1995; y, además, Miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua. La novela escogida fue La vida de Pascual Duarte, escrita por el autor en el año de 1942 y que iniciara la corriente "tremendista" de la novela española, según afirman los estudiosos de este género literario.

            La tarea no era fácil. No se trataba solamente de hacer uso del diccionario, cuando la ocasión así lo ameritaba, e ir volcando como en un transvasamiento los vocablos del habla castellana al habla del idioma aborigen. Traducir una obra, así me lo confirmaron los entendidos en la materia, y las experiencias de mis propios trabajos, en una menor dimensión literaria, no es solamente interpretar el sentido esencial de la obra ajena. Más que eso o además de eso, es recrear tramas, personajes, ambientes históricos, afanes costumbristas y los mensajes que en cada palabra o frase, o capítulos, están entrelazados entre metáforas y reescribirla de nuevo. La simple traducción literal muestra la forma, pero no la esencia, la estructura, el cimiento y el misterio mismo sobre el cual se asienta y aflora la inspiración del autor primario.

            Es un proceso de transculturación, como un proceso de transfusión sanguínea, mezclar una sangre con otra, sin que se afecte su hermenéutica filosófica o se rechacen por incompatibilidad natural las materias mezcladas o sustituidas.

            A esa tarea me di, por varias razones. En primer lugar, para indagar la fuente de la creatividad del autor y sopesar mi interpretación discursiva del proceso de la novela. En segundo lugar, medir mi capacidad de captación apropiada de las imágenes literarias construidas originalmente por el autor y el modo como la percepción de los lectores en el idioma guaraní pudiesen comprender el nudo de la trama novelesca con el auxilio de los valores culturales propios. En tercer lugar, y esto era el meollo de la cuestión, universalizar nuestro idioma nativo, hasta hoy día semisoterrado de las corrientes culturales del mundo. Abrirle una ventana, más allá de su propia geografía física o sociológica, tratando de mostrar las bondades que posee este idioma polisintético como vehículo para absorber e interpretar los valores de otras culturas literarias.

            Por otra parte, pensé que, en gran medida, nuestro proceso cultural está históricamente ligado al proceso cultural hispánico, y por lo tanto no era una aventura inútil tomar como instrumento experimental de esa tarea la obra de un eximio y talentoso escritor en lengua castellana. Un trabajo recreativo, y de investigación al mismo tiempo, vendría -pensaba yo-, a enriquecer nuestro propio acervo y quizás en la búsqueda de un camino más sólido y permanente para el propio idioma. Catapultado más allá de la oralidad.

 

III.

 

            El autor original, guiado por su propio talento, pudo muy bien ir construyendo su obra al impulso de su inventiva e inspiración. Conocedor del escenario en donde ponía en movimiento a sus actores, fue estructurado la novela dentro de un ambiente para él conocido sobradamente, tanto en sus costumbres como en su sicología social. En mi caso, es lo que yo mismo intenté hacer, utilizando el instrumento del idioma nativo y su relativa ductilidad para interpretar la idea esencial del asunto, nudo y espíritu de la novela.

            Con pasión de demiurgo, tracé un plan de trabajo. Y con las experiencias de noctámbulo incorregible de la bohemia, primero; y noctámbulo estudioso, después, fui armando el esquema para la recreación de la obra.

            No tengo ya noción de cuánto tiempo consumí en la tarea. Iba yo describiendo, adaptando, recreando los capítulos y en una lucha tenaz contra el tiempo huidizo que se deslizaba sin retorno, acudí a un amigo entrañable, el poeta y escritor Rodolfo Dami, que por entonces -por razones de estar azotado por una enfermedad terminal- se refugió en Yaguarón, o en sus alrededores, para que fuera estudiando, corrigiendo -si ese era el caso necesario-, o enriqueciendo las partes ya traducidas de la obra. Pobre de solemnidad, mi amigo Rodolfo, fue a su vez "subcontratado" para esa tarea y parte de sus magros honorarios amenguaban por fuerza mis propios recursos financieros, que no eran tampoco de gran ponderación.

            Así y todo, horas nocturnas de días, semanas y meses, fueron acumulándose unas tras otras, hasta dar finalmente cima a la obra: La novela titulada La vida de Pascual Duarte estaba ya traducida al guaraní. Terminó la tarea fundamental. ¡Qué regocijo! Tan contento estaba que los personajes de la obra, comenzando por el propio Pascual, los encarnaba yo en algunos de los personajes paraguayos bien conocidos por mí, y de trato diario con Rodolfo. Cambiaban las circunstancias, el ambiente cultural, el horizonte geográfico, pero el condimento de la vivencia experimental y la tragedia desatada se daban en situaciones idénticas: la atormentada vida del hombre sobre la tierra. Es una obra, pensé entones, que hubiera escrito retratando a personajes del ambiente paraguayo, incluso que la escribí soñando, y ahora la tenía allí, terminada, acabada, saltando y latiendo como un corazón abierto entre las letras del abecedario castellano, acomodadas a las expresiones del idioma guaraní, como si vertiera en un gotero mágico e invisible el manantial de mi propio espíritu. ¡Aleluya! ¡Acababa de crear un nuevo mundo!

 

IV.

 

            Y llegó el día de su edición. Tarea de otra naturaleza: Cuidar de su escritura, ver si no se produjo distorsiones en las palabras, si las reglas gramaticales no eran violadas, si las pelusas deslizadas desconectaban las expresiones en su forma y fondo; si las letras, en fin, estaban correctamente acomodadas. ¡Era como envolver con pañales a un niño recién nacido, producto de tanto desvelo, de tanto afán literario, de tanto amor intelectual! Y prontamente también, el día de su presentación en sociedad, la sociedad de los posibles lectores. El día del "lanzamiento" del libro ya impreso, como se acostumbra decir en acontecimientos de esta naturaleza.

            La cita se hizo, como correspondía, en el Centro Cultural de la Embajada de España, bautizado con el nombre de Juan de Salazar, así denominado como homenaje y recordación al capitán don Juan de Salazar de Espinoza, fundador de la ciudad de Asunción, en un día del 15 de agosto de 1537.

            Al acto asistió la esposa -ya viuda- del novelista, autor de la obra. Y mucho público del mundo intelectual, artístico y político. Y ahí sucedieron dos hechos insólitos. ¡Yo, el coautor -por la traducción y la recreación- fui privado del honor de integrar el conjunto de personas que llenaban la plataforma del pódium! Y por méritos propios. Y mucho menos, mi "ayudante" Rodolfo Dami. Se hicieron los discursos alusivos, se impuso una condecoración oficial de cortesía a la viuda del novelista, venida expresamente de España para ese evento. Y la recordación para otros personajes, que ya la nublada memoria o los olvidó o los puso en la penumbra que imposibilita su clarividencia.

            Y el otro hecho, igualmente insólito, y quizás de más grueso calibre, lo constituyó el extenso desarrollo del discurso vacuo y fantasioso del presentador "oficial" de la obra. Dijo, entre otras apreciaciones eclécticas y diletantes, que en su concepto la enseñanza del idioma guaraní en las escuelas primaria y secundaria, constituía un entorpecimiento para el mejor aprendizaje de los alumnos, aprendizaje de las asignaturas humanísticas y científicas, dio a entender. Con esas expresiones, echó por tierra el cometido esencial del propio trabajo de traducción; y, en gran medida, demostraba a la que fue consorte de Camilo José Cela, así como a todas las personas presentes -por lo menos para aquellas que podrían haber tenido la capacidad del conocimiento y del entendimiento-, que más allá de la prudencia convencional para resaltar abiertamente la ignorancia, hacía asomar una actitud de total irreverencia, y, por qué no decirlo, un ataque frontal a la cultura, la que precisamente allí, con esa obra, se estaba manifestando. ¡Qué contrasentido! Para colmo, el personaje fungía como miembro conspicuo del Consejo Asesor de la Reforma Educativa. ¡Pobre país, pensé, sin pedagogía elemental y sin filosofía existencial propia!

            Quiero creer que esa noche comenzó el proceso de mi propia muerte. Y de la muerte más poética: la muerte de gran parte de la fe en la persona humana, en las instituciones, en la utilidad y la belleza de la obra realizada.

            Importancia minúscula tenía entonces para mí haber trabajado gratis. Siempre trabajé sin paga pecuniaria alguna por la cultura y por el rescate de los valores autóctonos de nuestro país. Nunca esperé un reconocimiento material por mis trabajos intelectuales. Las verdaderas riquezas las acumulaba en el perfeccionamiento de mi propia sabiduría, en labrar mi piedra bruta, y enriquecer la cultura de nuestro pueblo. El afán intelectual y artístico no tienen precio; no pueden ser valorizados en términos monetarios. De ser así, ¡los intelectuales y los artistas hubieran sido los seres humanos mejor pagados y más ricos del mundo!

            El hombre, siguiendo las enseñanzas del Maestro, se libera cuando perdona. Por eso digo que perdono todo el deshonor y la ingratitud de los demás. Pero es muy difícil liberarse de ese torno que aprisiona nuestro cerebro, que es la recámara de la conciencia y nos sentimos disminuidos cuando golpean nuestras puertas y nuestros afanes las actitudes descontroladas de la bajeza humana. Con ella no solamente se hiere la dignidad ajena, se envilece la ética y se destierra la solidaridad. La mezquindad nunca ha construido nada verdadero, que perdure y sea duradero porque es práctica de los avariciosos y los egoístas esconder los grandes tesoros con que se adorna la vida del hombre, el ser más excelso de la Creación.

            Quiero creer, por todo ello, que la desilusión que en este duro trance experimenté, fue llevándome poco a poco a la muerte. En menos de dos meses. Mezclada esa ingrata experiencia con los azotes propios a que sometemos diariamente a nuestro débil cuerpo y a nuestra limitada conciencia, fueron, como el veneno, entumeciendo mi lengua, amenguando las ganas de seguir viviendo. Sentí que, de alguna manera, tenía estrangulada mi libertad. Y anulados mis derechos.

            Pero no fui derrotado. Dejé una obra hecha, junto a tantas obras que quedaron terminadas o inconclusas. Dejé un estandarte. Otras mentes; otras generaciones podrán venir a recogerlo.

            Corregir los errores que pude haber cometido y develar la estatua escondida dentro de nuestra propia conciencia. Cumplí con mi deber. No robé. No engañé. No traicioné a mi Patria y a mis amigos. Estoy lleno de lauros. Para mí los ramos de laurel. En mi tumba. Hasta Siempre. Y ya las generaciones venideras, quizás, dirán mentalmente o entre dientes: ¡La vida espiritual de Pascual Duarte fue la muerte física de Rudi Torga!

 

            París, 31 de enero de 2004.

 

 

 

 

 

 

 

 


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