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GLORIA GIMÉNEZ GUANES

  ROA Y PARAGUAY - FABULACIÓN Y UTOPÍA - EDUARDO AZNAR & GLORIA GIMÉNEZ GUANES


ROA Y PARAGUAY - FABULACIÓN Y UTOPÍA - EDUARDO AZNAR & GLORIA GIMÉNEZ GUANES

ROA Y PARAGUAY - FABULACIÓN Y UTOPÍA

EDUARDO AZNAR & GLORIA GIMÉNEZ GUANES

Editorial SERVILIBRO

Ilustraciones: Acervo MILDA RIVAROLA

Diseño de tapa: José Luis Peralta de Cienfuegos,

sobre un grabado de Ulrico Schmidel

Diagramación: Víctor Ricardo Peralta Díaz

Asunción - Paraguay

Setiembre de 2012 (374 páginas)

 

GLORÍA GIMÉNEZ GUANES

Nacida en Paraguay, tras sus estudios en la Universidad Columbia de Asunción, viajó a los Estados Unidos.

En México trabajó para Televisa, y en Londres estudió Dirección de Cámaras en la YMCA. Desde 1977 vive en Madrid, donde trabaja para diversos medios periodísticos y es corresponsal de Radio Ñandutí.

Fue Secretaria de la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera y del Club Internacional de Prensa de España.

Junto al escritor Augusto Roa Bastos, coordinó las «Jornadas por la democracia en el Paraguay», realizadas en Madrid en 1987. Fundó y preside el Ateneo Cultural Lidia Guanes, institución creadora del Premio de Novela Inédita homónimo.

Ha publicado Los duendes de la rebeldía (Ñandutí Vive, 1998); Madres en el amor y en la guerra con O. Caballero Aquino (Servilibro, 2006) y En los sótanos de los generales, con A. Boccia, M. H. López y A. Pecci (Servilibro, 2007)


EDUARDO AZNAR SAINZ AGUIRRE

Bilbaíno, nacido en Madrid en 1943. Abogado, economista y empresario. Fundador de la Fundación para la Ecología y la Protección del Medio Ambiente (FEPMA) en 1978, y presidente de esta Institución sin fines de lucro, dedicada a la preservación del Patrimonio Natural y Cultural.

Desde 1977, es paraguayo consorte.

Ha publicado recientemente, para el proyecto Vanishing World Diversity, una serie de cuadernos de viaje fotográficos sobre Marruecos, Argelia, Túnez, Etiopía, Yemen, Bolivia, Perú, Ecuador, Tibet, Birmania e Indonesia.



INDICE

I. Introducción

II. La Tierra sin Mal (El Paraíso Terrenal) –

III. La Palabra - alma (El Verbo)

IV. El Encontronazo (Descubrimiento y Conquista)

V. La Tentación de la Utopía (Reducciones Jesuíticas)

VI. Yo el Supremo (Independencia y primera Dictadura)

VII. El Fiscal (Guerra de la Triple Alianza)

VIII. Hijo de Hombre (Guerra del Chaco)

IX. Iturbe (Infancia y formación)

X. Primeras letras, primer exilio (1947, Dictadura de Morínigo)

XI. Buenos Aires - Exilio prorrogado (Dictadura de Stroessner)

XII. Toulouse - Madrid (Activismo político)

XIII. Manorá (Reconocimiento, regreso y abandono)

XIV. Anexos

1. Carta abierta al pueblo paraguayo. Hacia la reconciliación nacional

2. Nacimiento de un ciudadano

3. Discurso de apertura de las Jornadas por la Democracia en Paraguay

4. Discurso del Premio Cervantes 1989

5. La justicia en un mundo sin fronteras

6. Extractos de correspondencia con Milda Rivarola

7. El tiranosaurio del Paraguay. Las últimas boqueadas (I)

8. El tiranosaurio del Paraguay. El agujero negro (II)

9. El tiranosaurio del Paraguay. Conquistas de la calle (III)

10. El tiranosaurio del Paraguay. Metástasis (IV)

11. El tiranosaurio del Paraguay. La guerra psicológica (V)

XV. Bibliografía



PRÓLOGO

Este libro es un viaje de descubrimiento, y también la clave de un retorno al Paraguay. Los autores, españoles de origen o adopción, leen a Augusto Roa Bastos desde una perspectiva curiosa e innovadora. Y este gran escritor, a través de su obra completa, logra narrarles —consigue una vez más narrarnos— una historia nunca antes contada de su tierra y de su gente.

Al no ser este un texto de críticos literarios, sino de viajeros que descubren o retornan a un país de la mano de un maestro, sus autores gozan de una libertad indagatoria y redactora excepcional. No surgen del oficio literario o histórico: son un hombre y una mujer enamorados del Paraguay, que siguen las recónditas señas de su paisaje y reconocen a su gente a través del relato—país de su más excelso narrador.

Porque a lo largo de su trayectoria de vida y de una obra doblemente inmensa —por su excelencia y vastedad, al ir desde la ficción novelística, de cuentos y poemas, atravesando textos teóricos, hasta converger en manifiestos democráticos— Roa Bastos piensa y reescribe el Paraguay desde sus orígenes, reconstruye literariamente cada etapa histórica de esa tierra de “fabulaciones y utopías”.

Para las generaciones futuras, el reescribe a su manera todo el pasado de lo que el poeta Campos Cervera -amigo y compañero suyo del exilio- describió como la “patria de mi alegría, y de mi duelo”. Con la libertad que permite -y concede- el oficio artístico, su reflexión literaria no está constreñida por sujeciones cronológicas: casi naturalmente, Augusto dialoga en sus primeros libros (Trueno entre las hojas en 1953 e Hijo de hombre, en 1960) con su tiempo presente, el que vivió o testimonió desde su infancia.

En la década del ’70, inicia la más difícil de sus travesías: se retrotrae a los tiempos iniciales de la nación, con ese magnun opus que es Yo el Supremo. Si sus primeros cuentos portaban acento autobiográfico, incorporando personajes reales de su niñez, Roa Bastos redibuja ahora la extraña y potente figura de Rodríguez de Francia a través de una exégesis “trasgresora” de la bibliografía re el Dictador.

En una entrevista de 1990 (Revista de Occidente N° 109) explica la dialéctica entre historia y literatura que marcó toda su obra: “Yo el Supremo no es, en absoluto, una novela histórica sino una historia inventada del personaje clave de nuestra historia (...) que tiene por centro una reflexión sobre el poder absoluto en la dimensión relativizadora de la historia. Traté así, de que mi novela fuera una contra-historia, cuyo mecanismo es el de la trasgresión constante de la pretendida ‘verdad’ histórica.”

Pocos años después, Augusto se desplaza a los tiempos fundacionales, originarios, compilando la olvidada literatura de los pueblos indígenas que habitaban estas tierras desde tiempos precolombinos (Las Culturas condenadas, de 1978). Una década después de su contra—historia del primer Supremo, en El Sonámbulo —cuento bellamente ilustrado por los óleos de Cándido López— perfila a otro Dictador, el tercero: el Mcal. Francisco S. López. Recién en sus últimos años, Roa reliterarizará brevemente los tiempos de la Guerra Grande, que refundan, de modo trágico, su nación.

Redescubre, en 1992, la matriz del desencuentro entre mundos ignorados: en la Vigilia del Almirante, sus “ficciones” repiensan Europa y América a través de esos viajes -y de ese personaje- que desde fines del XV alteraron para siempre la historia occidental, y nuestra propia historia.

Y recupera la ambientación temporal de sus primeras obras al término de su ciclo, cuando su tiempo —y el de su patria— ya no eran los mismos. Un anciano Roa Bastos emprende su última y fecunda reflexión trasgresora de la historia: en El Fiscal (1993), Contravida (1994) y Madama Sui (1996), completa su grandioso viaje literario, desde los distintos pasados hacia su propio presente.

Al realizar una re-lectura de la obra roabastiana en perspectiva cronológica, Eduardo Aznar y Gloria Giménez logran finalmente el propósito confeso del Premio Cervantes: entregar a sus lectores “una suerte de imagen fantasmagórica de una realidad (...) que ha evolucionado”. La historia, toda la historia paraguaya, como escucha erudita de múltiples voces, y en ocasiones, como contra-historia, fábula o alucinación.

Para ello, nuestros autores debieron recorrer no sólo la bibliografía completa del propio Roa, sino también la obra de sus biógrafos y críticos literarios, memorias y estudios de historia paraguaya, e incluso a otros novelistas que —a su manera— dialogaron con las inmensas fabulaciones de roabastianas.

Como todo buen viaje, éste fue realizado con curiosidad y respeto. Roa Bastos y el Paraguay, o la “historia patria” a través de su literatura— fueron redescubiertos por Eduardo y Gloria con una suerte de deslumbramiento. En los últimos capítulos, su relectura trasluce el afecto entrañable que ligó —durante décadas— estas tres personas de historias y trayectorias tan disímiles, ligadas por una misma sensibilidad respecto al Paraguay y a su gente.

Este libro es entonces hijo de una pasión, la de escuchar en la obra de un amigo, escuchar junto a él, las centenares de voces —las que expresan alegría y el dolor, aquellas del afán del poder o de su resistencia, las de la memoria o la desesperanza— para retrazar con ellas una innovadora reflexión sobre la historia y la literatura paraguayas. El Paraguay así narrado —el país así escuchado— se nos entrega con un rostro diferente y, pese a su carácter fabulatorio, mucho más verosímil. Porta una fuerza y una belleza distintas, nos descubre su rostro más utópico y humano.

Milda Rivarola



Tipos de Palmeras del Paraguay. Dibujo acuarelado, en Pauche (2010)

 

I. INTRODUCCIÓN

Augusto Roa Bastos y el Paraguay forman un par indisoluble generador de un diálogo fecundo entre la tierra y el hombre, entre el país y el autor, entre la historia y la fabulación, que se alimentan mutuamente. El Paraguay forma y conforma a Roa, Roa crea y recrea al Paraguay. Encama el espíritu de esa isla rodeada de tierra y de silencio y le da una proyección universal con su literatura y con su ejemplo.

Tanto su vida como su obra, aun en los largos años de exilio, siempre estuvieron ligadas con firmeza a esa isla, a ese lugar insólito impregnado de mitos y de fabulas, paridera de utopías — siempre abortadas o frustradas— y nido del dolor. Ese dolor paraguayo asumido y expresado crudamente por el anarquista español Rafael Barrett quien, como tantos otros extranjeros, sucumbió a la fascinación de ese mundo extemporáneo y quedó hermanado para siempre con su gente y con su tierra.

Recordando su partida hacia el primer exilio, Roa escribe:

Sobre el rojo furioso de la tierra y las palmeras cada vez más enanas dije adiós al terruño. País de la profecía y del misterio para muchos; para mí lo es también. Y en ese momento y para siempre. Me acordé en ese instante de Georges Bernanos, que había venido a buscar allí el Paraíso Terrestre y que sólo encontró la belleza terrible del infierno.

A muchos otros extranjeros es ocurrió lo mismo. Desde Bonpland hasta Guido Boggiani, desde los mártires jesuítas del Cáaro hasta el ácrata Rafael Barrett, que ‘adoptó el dolor paraguayo’ y murió de ese sufrimiento. Algunos lograron sobrevivir y se quedaron como clavados en la cruz de esa tierra imposible; la que como dijo el poeta Luis Cernuda de la suya, ‘a su imagen nos hizo para de sí arrojarnos ’...” 1

Para saber de Roa hay que saber del Paraguay, un lugar del que parece haberse enamorado el infortunio. Y el genial narrador de historias más o menos apócrifas sobre un país más o menos apócrifo, un país que es y que no es, que se columpia entre la ficción y la realidad, desde el mito y la utopía hasta el sometimiento, el hambre y la muerte, puede ayudamos a entender y a amar mejor al Paraguay. Viéndolo del revés, como proponía Gracián y practicaba Roa.

El solía referirse a sí mismo como autor de ficciones o criatura de estas ficciones. Lo mismo podríamos decir del Paraguay.


NOTAS

1 Bareiro Saguier, R.: Augusto Roa Bastos. Montevideo, Ed. Trilce, Colecc. Espejos, 1989


América Meridional. Mapa Grabado en metal de Bellín (1756)


II-LA TIERRA SIN MAL (El paraíso terrenal)

Desde el Orinoco hasta el Río de la Plata perviven numerosos topónimos de la familia lingüística Tupí-Guaraní y se mantienen aún algunos pequeños grupos marginales de estas etnias, en muy precaria situación. Esto se debe a las sucesivas migraciones de estos pueblos de origen caribe que a lo largo de los siglos fueron desplazándose por toda la región oriental de Sudamérica, básicamente por las costas de lo que hoy es Brasil, hasta llegar al norte de Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay.

Estas migraciones de los Tupiná, Tupinambá, Amoipirá, Tupiniquín y Guaraní anteriores a la conquista tuvieron por causa, aparte de los presumibles factores de índole demográfico-militar (2), una fuerte motivación religiosa, en la constante búsqueda de la Tierra sin Mal, o sin males, componente primordial del alma, la cultura y la mitología Tupí -Guaraní. Estos movimientos milenaristas se caracterizan por estar dirigidos por un profeta o Karaí Guazú (3). Pierre Clastres nos lo resume así en Le Grand Parleur:

“Cuando a comienzos del siglo XVI los primeros europeos pusieron pie en América del Sur... encontraron estas sociedades culturalmente homogéneas, profundamente trabajadas por una sorda inquietud. De tribu en tribu, de pueblo en pueblo, vagaban unos hombres, llamados Karaí por los indios, que no cesaban de proclamar la necesidad de abandonar este mundo que reputaban malo, a fin de ganar la patria de las cosas no mortales, residencia de los dioses, Tierra sin Mal. Se trataba de un fenómeno de migraciones religiosas que lanzaron a los indios por millares tras los Karaí en una búsqueda apasionada del paraíso terrestre...”

Buen ejemplo de esto son las migraciones religiosas hacia la Tierra sin Mal situada al Oeste que, entre 1539 y 1549, llevaron a un grupo costero Tupí-Guaraní hasta el Perú, acabando en un completo holocausto. Otras migraciones, como la de los Cainguá, siguieron produciéndose durante los siglos XIX y XX.

Bajo el mismo impulso, los Mbya-Guaraní, que se consideran fracasados en la búsqueda espacial de la Tierra sin Mal, la sustituyen por una vía mística hacia la divinización y un particular cultivo de la palabra profética de los Karaí.

A las tradicionales funciones del chamán, curación de los enfermos, interpretación de los augurios, dirección de las ceremonias religiosas, el canto y la danza, en el profetismo guaraní de los Karaí se añade la acumulación temporal del poder político y místico, en la medida en que la palabra del profeta es poderosa, tan poderosa que es capaz de provocar radicales transformaciones en la sociedad.

Al igual que la de los Karaí, la palabra de Roa es también poderosa al describir este universo. (4) Se refiere a los Guaraní como:

un pueblo de iletrados que no conocían la escritura pero conocían el lenguaje y la magia de los mitos, de la ritualización social de la vida, la energía nutricia de la naturaleza... Del atavismo nómada les había quedado la pasión de los desplazamientos mesiánicos. Los guaraníes continúan amando - aún hoy- las peregrinaciones hacia esa Tierra sin males que buscan sin cesar en medio de danzas inacabables al ritmo de sus signos sagrados. Entre la neblina mítica, el irisado ‘tatachiná’ de los amaneceres y las noches, que para los guaraníes es el aliento de sus dioses, la ven centellear como la constelación central de sus mitos de origen. Y ese resplandor, lejano y cercano a un tiempo, brilla para ellos sin eclipse posible, puesto que esa tierra virgen, no contaminada aún por los males, les ha sido prometida por las profecías...

En la cosmogonía de los antiguos guaraníes, Ñamandú, ‘El Padre—Ultimo— Último- Primero ’, forma con las tinieblas primigenias su cuerpo y los atributos de su divinidad. Antes de construir su futuro firmamento -dice el Himno Sagrado- antes de haber conseguido su morada terrenal, crea su propio cuerpo en medio de los vientos originarios. El Sol aún no existía, pero Ñamandú hizo que le sirviese de Sol la sabiduría contenida dentro de su propia divinidad. Este es el primer acto de creación que se relata en el Génesis guaraní. Por eso Ñamandú es el primer padre, pero el dos veces último porque rodea con su cuerpo la infinitud del tiempo y del espacio. O acaso porque esta visión cosmogónica concibe dos tiempos distintos y paralelos: el tiempo de la vida en la Tierra y el tiempo de la vida, más allá de la muerte, en la ‘Tierra-sin-males ’...

...El segundo acto creador de Ñamandúes el de la palabra. Antes de existir la tierra en la protonoche, crea el fundamento del lenguaje humano. El himno inmemorial en que mito y religión se confunden lo expresa con los acentos de un ensalmo profético: creó Ñande—Ru (Nuestro Padre) el fundamento del lenguaje humano e hizo que formara parte de su propia divinidad como médula de la palabra-alma. La palabra-alma originaria es la que vertebrará y hará erguirse en su dignidad humana a los innumerables hijos del Primer Padre al ser enviados a la morada terrenal...

 

Habitantes del Paraguay. Grabado acuarelado, en Azara (1817)

 

Estos dos primeros actos de creación y fundación definen desde el principio el carácter religioso y social de los antiguos guaraníes: el Primer Padre se crea a sí mismo como una entidad divina pero al mismo tiempo antropomórfica y crea el fundamento del lenguaje. El verbo será la médula de la palabra-alma, en su función religadora, es decir, religiosa, celebratoria y unificante.

En las comunidades Tupí-Guaraní, compuestas por varias familias ampliadas que constituían sociedades homogéneas sin estratificación social, pueblos sin Estado, según Heléne Clastres (5), existía un jefe guerrero que detentaba el poder absoluto en tiempos de guerra, pero en tiempos de paz la jefatura civil era ejercida por un Mburuvichá (6), controlado por un consejo de ancianos. Esta jefatura, sin embargo, carecía de medios de coacción y debía ser ejercida mediante la persuasión.

Los Karaí por su parte, viven en un contexto de ambigua marginalidad. Retirados, llevan una existencia errante, pero su prestigio, influencia y autoridad no están limitados a una sola comunidad y se fundamentan en que son ellos quienes poseen el secreto para acceder a la Tierra sin Mal. Durante las migraciones que se extendían amplia y profusamente en el espacio y en el tiempo, desplazando a pueblos enteros, es el Karaí quien desempeña la jefatura política, desplazando del poder a los Mburuvichá. En definitiva, es este nomadismo Tupí-Guaraní el que termina consolidando el dominio de los Karaí, validado por la religión.

Esta es la situación que encuentran los españoles cuando llegan al actual territorio del Paraguay, donde los movimientos más importantes de resistencia militar a la ocupación -levantamiento de Oberá en 1579 y rebelión de Guyra- verá- son dirigidos por los Karaí.

 

Jefe Indígena Guaraní. Grabado francés (ca. 1800)

 

Veamos lo que nos dice Roa al respecto:

La multiplicación de las rebeliones en el momento en que los europeos destruían la antigua civilización y cultura de los guaraníes se explicaría por la desesperación que se apoderó de los indios... Los chamanes, desplazados y reprimidos por el nuevo poder, recuperaron su ascendencia carismática sobre los indios a los que incitaban a huir o a rebelarse. En el corto período de menos de veinte años, entre la fundación de Asunción y la institución de las encomiendas, hubo una veintena de rebeliones, entre ellas varias exclusivamente de mujeres. El mismo año en que fueron implantadas las encomiendas surgió la primera rebelión de carácter mesiánico. No sería la última: “El antiguo Paraguay”, escribe Métraux, “habitado por los indios guaraníes fue durante dos siglos la tierra de elección de mesías y profetas indígenas. Ninguna otra región cuenta con tantos movimientos de liberación mística”.

Peregrinaciones, nomadismo, migración, huida de este mundo. Los antiguos guaraníes podrían responder como el personaje de Kafka en La partida:

¿Hacia dónde cabalga el señor?

- No lo sé - respondí - Solo quiero irme de aquí, solamente irme de aquí. Partir siempre, salir de aquí, sólo así puedo alcanzar mi meta.

- ¿Conoce pues su meta? - preguntó él.

- Sí - contesté yo. Lo he dicho ya. Salir de aquí, esa es mi meta.

Han pasado los años pero pervive la necesidad. A lo largo del pasado siglo, muchos paraguayos tuvieron que emigrar o exiliarse por razones económicas o políticas. Solamente en la ciudad de Buenos Aires vive cerca de medio millón, sobre una población total de seis millones de habitantes. Y hoy cada vez son más los que se van y los que se quieren ir, en un nuevo éxodo hacia un mundo mejor, hacia España, hacia Europa, en busca si no ya de la tierra sin mal, sí, al menos, en busca de la tierra del menor de los males.


Indios Macoví colectando frutos. Dibujo acuarelado en Paucke (2010)


NOTAS

2 Métraux, A.: Religiones y Magias indias en América del Sur. Madrid, Ed. Aguilar, 1973.

3 Gran Señor, en guaraní.

4 Tentación de la utopía, La república de los jesuítas en el Paraguay. Prólogo de Roa Bastos. Barcelona, Tusquets/Círculo, Biblioteca del Nuevo Mundo, 1992.

5 Clastres, Heléne: La Societé contre l 'Etat, Le grand Parleur et Le Prophétisme tupí-guaraní. París, Ed. du Seuil, 1975.

6 Jefe político.


Pintura facial indígena. Dibujo acuarelado, en Paucke (2010)

 

Familia Guaraní. Carta Postal (ca. 1900)


III.. LA PALABRA - ALMA (EL VERBO)

En el hermoso texto que describe los mitos de origen guaraníes, Roa señala la primordial importancia que tiene la palabra para estos pueblos:

El Primer Padre se crea a sí mismo como una entidad divina pero al mismo tiempo antropomórfica y crea el fundamento del lenguaje...

La palabra-alma originaria es la que vertebrará y hará erguirse en su dignidad humana a los innumerables hijos del Primer Padre al ser enviados a la morada terrenal...

Cadogan y Courthés coinciden en definir a los guaraníes como una civilización del verbo, de la palabra, del discurso; el verbo los hace hombres, el lenguaje es elemento primordial de la convivencia y de la organización social.

Los antiguos Mburuvichás sólo podían imponer sus decisiones mediante la persuasión, mediante la palabra, al no disponer de elementos de coacción capaces de garantizar el acatamiento de sus órdenes. Y entre los atributos esenciales exigibles a la jefatura india está el de ser buen orador, generoso y hacedor de paz. En contrapartida, disfruta del privilegio de la poligamia.

Para los guaraníes la palabra es la vida misma y así queda reflejado en el fragmento de su Himno de los Muertos que Roa elige como segundo epígrafe para su obra Hijo de Hombre:


He de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos...

Y haré que vuelva a encarnarse el habla...

Después que se pierda este tiempo y un nuevo tiempo

amanezca...


Indias Guaraní con ayaká, recipiente de colecta. Carta Postal (ca. 1900)

 

No deja de maravillar la lucidez del pueblo guaraní, al identificar el habla con su humanidad. El lenguaje constituye, en efecto, el rasgo más característico y conspicuo de la naturaleza humana, como ya señalaba Aristóteles en su libro sobre la Política. Y hoy sabemos que la capacidad lingüística está programada en el genoma humano, es consustancial al hombre, innata y parte primordial de nuestra naturaleza. Por eso no es necesario ir a la escuela para aprender a hablar, sino que basta con oír hablar a otros a la edad adecuada (entre uno y tres años); los genes, a través del cerebro, se encargan del resto.

Podemos constatar, por tanto, que los conocimientos contemporáneos expresados en la árida jerga científica vienen a decimos lo mismo que la intuición poética guaraní plasmada en el concepto de la palabra - alma originaria: que es el lenguaje el que nos hace humanos. Tanto da si fue creado por Ñamandú o producto de un programa genético. Ahora bien, aunque la capacidad de hablar es “natural” en el hombre, la lengua concreta que hablemos es un código cultural aprendido espontáneamente del entorno familiar y social en el que crecemos.

En este sentido, Roa precisa: En países como el Paraguay se agudizan al máximo los problemas derivados del bilingüismo- guaraní/ castellano— y la inevitable diglosia por la relación de dependencia entre la lengua “culta ”— dominante -y la lengua oral y popular- dominada—...

En efecto, Paraguay es, aún hoy, un país bilingüe en el que dos quintas partes de la población habla sólo en guaraní y menos de un 6% se expresa exclusivamente en español, mientras un 50% es bilingüe (habla ambas lenguas o una mezcla llamada “yopará”), lo que constituye un caso único en todo el continente americano.

Esta singularidad impregna la obra de Roa Bastos y determina su voluntad de integración de ambas lenguas en su escritura, al entender que el escritor paraguayo no puede prescindir de esta rica y oscura porción de nuestra realidad ambiental y espiritual; no puede excluirla sin rebajar el potencial de su capacidad de concepción y expresión. Debe incorporar (a sus textos) su atmósfera, infundirle su sentido, su emoción vital.

Este intento de fusión -señala Courthés- va mucho más allá del léxico, de la sintaxis o de la semántica; implica una metamorfosis entre el autor y su obra y explica la cita de Yeats que reproduce en Hijo de Hombre: Cuando retoco mis obras, es a mí a quien retoco. Es lo que le lleva a afirmar: Es un texto en el que el escritor no piensa, pero que lo piensa a él.

Con motivo de la reedición de Hijo de Hombre en 1983, Roa añade un nuevo capítulo y reelabora numerosos pasajes del texto original. En la “Nota del Autor” con que presenta la edición hace las siguientes reflexiones:

Un texto...no cristaliza de una vez para siempre ni vegeta en el sueño de las plantas. Un texto, si es vivo, vive y se modifica. Lo varía y reinventa el lector en cada lectura. Si hay creación ésta es su ética. También el autor —como lector— puede variar el texto indefinidamente sin hacerle perder su naturaleza originaria sino, por el contrario, enriqueciéndola con sutiles modificaciones. Si hay una imaginación verdaderamente libre y creativa, ésta es la poética de las variaciones. Esto hace posible la aventura de las metamorfosis de los libros éditos o inéditos en busca de su identidad, exactamente como lo hace el hombre a lo largo de su vida...

Rubén Bareiro Saguier habla de:

“Una escritura marcada por los estratos subterráneos del idioma indígena... que no puede escapar al universo cultural del guaraní, que es como la materia placentaria en la que está inmerso el paraguayo” y destaca “el acento original que posee la voz de Roa Bastos, en la que se reconocen las inflexiones profundas de un habla constelada de imágenes cercana de las cosas, como si fuera inventándolas a medida que las nombra. Una lengua metafórica con su carga de olores, de sones abruptos, de susurros entre el ramaje...

La expresión guaraní es ‘reducida’ poéticamente en el ámbito contextual, con lo cual se consigue incorporar mayor eficacia en el propósito de infundir su sentido, su emoción vital, utilizando no el término sino el halo de la voz, el aliento de la lengua...”

Refiriéndose a su novela Yo el Supremo, Roa Bastos reconoce su propósito de rescatar la palabra viva, la palabra oral, de la fijeza cadavérica de la escritura procurando aproximarla a la forma de la lengua hablada que es la pertinencia del discurso narrativo... Los cambios se reproducen por adición, supresión e interpolación; por acoplamientos, aglutinación. He seguido en esto el sistema de cambios o transformaciones de la lengua guaraní, por el cual dos o más palabras forman una nueva, alterando radicalmente la relación entre significante y significado y designando una nueva realidad.

El marcado interés de Roa por la lengua y la cultura de los pueblos indígenas del Paraguay se expresa en su compilación de estudios etnológicos, publicada en 1978 bajo el título de Las Culturas Condenadas. En su introducción escribe:

Unos pueblos que, como dice Bartomeu Meliá, agonizan cantando su muerte y cuyos cantos son la poesía de la lucidez y la clarividencia, densa y brillante como un diamante... estos poemas míticos son probablemente lo mejor que se haya dicho en Paraguay... los textos de esta literatura mestiza escrita en castellano... se apagan, carecen de consistencia y de verdad poética ante los destellos sombríos de los cantos indígenas tocados por el sentimiento cosmogónico de su fin último en el corazón de sus culturas heridas de muerte...

Esta perfección, esta plenitud, esta unidad y originalidad de los cantos y mitos indígenas... prueban una de las tesis de la ciencia lingüística: la de que no hay una lengua inferior a otra. Prueban a sí mismo, que no sólo las culturas que se proclaman “superiores ” son las que producen “jerárquicamente” las mejores y más altas expresiones artísticas... Los mitos y poemas, incluso el vasto réquiem que se eleva como un trémolo funerario de las culturas condenadas resaltan sobre todo lo escrito en la literatura nacional...

 

Shamán Guaraní en danza ritual. Grabado, en Rengger, 1835

 

En otros textos posteriores, extraídos de entrevistas, conversaciones y apuntes autobiográficos publicados por Rubén Bareiro Saguier, Roa Bastos recalca:

Nuestros verdaderos héroes culturales ...no están en los panteones de la historia sino en el humus de las grandes selvas desaparecidas, taladas por los industriales de la dependencia... Me interesan los que indagan en los estratos populares, etnográficos, socio y etnoculturales: esos lugares que son de espacio pero también de tiempo, en los cuales se halla depositado el barro sedimentario y originario de nuestras culturas no letradas en vías de extinción... No hay que olvidar que yo soy del Paraguay, un país donde la tradición mítica y oral sigue vigente y donde se produce una literatura oral en estado de nacimiento permanente...

Sentía la necesidad de la pulsión mítica de nuestra realidad... Roland Barthes expresó muy bien esta esencia o presencia del mito en la literatura que consiste, según él, en reconvertir la cultura en naturaleza, o al menos en convertir lo social, lo cultural y lo ideológico, lo histórico, en hechos naturales. Lo que el mito restituye, en el contexto de una cultura, es una imagen natural de lo real...

El mito como puente entre cultura y naturaleza, la oralidad, es decir, la palabra viva, frente a la fijeza cadavérica de la escritura, la fusión del bilingüismo paraguayo y la metamorfosis entre el autor y su obra son elementos sustanciales en la producción literaria de Roa Bastos, conjugados al servicio de un hondo compromiso con la condición humana y la realidad social; de un solidario sentimiento de responsabilidad social sin el cual el individuo es una flor—del—aire. Una mónada. Una mónada solipsista. Eso: una monería...

Y por encima de todo, la riqueza e intensidad de un discurso narrativo impulsado hasta las más altas cimas por la fuerza de su verbo creador. Porque -en feliz expresión de Courthés- Roa, como el hombre guaraní, nace y renace a través de la palabra. Es palabra.

 

Oyg guazú, choza colectiva Guaraní. Grabado, en Rengger (1835)



IV.      EL ENCONTRONAZO (DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA)

El siglo XV y la primera mitad del siglo XVI fueron en Europa un período de grandes transformaciones que clausuran la Edad Media y abren paso al Renacimiento. Emerge una nueva concepción del hombre y del mundo. La visión teocéntrica se vuelve antropocéntrica. Se indaga en el saber de la antigüedad clásica grecorromana, hasta entonces reducido por la Iglesia a la rígida escolástica aristotélica-tomista. Irrumpe el Humanismo. El hombre se libera de viejas supersticiones y trata de explicar los fenómenos naturales por medio de la ciencia que los árabes recuperan, perfeccionan y transmiten al mundo europeo: introducen la aritmética y el álgebra indo-musulmanas, la óptica de Apolonio, las tablas astronómicas...Se recuperan la geometría de Euclides, las obras de Ptolomeo, de Marino de Tiro, de Estrabón, de Eratóstenes. La Tierra deja de ser plana, es redonda. Se calculan sus dimensiones aproximadas. Cambia y se enriquece la geografía. Se hacen nuevos mapas y portulanos y se consiguen importantes avances técnicos, como el uso de la brújula y otros instrumentos de navegación.

Las rutas comerciales tradicionales con el Oriente, establecidas desde dos siglos atrás por mercaderes venecianos y otros intermediarios mediterráneos como los genoveses, al amparo de la “pax mongólica”, quedaron interrumpidas con la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos en 1453.

Con los caminos terrestres cortados, ya no se podía acceder a los misteriosos países de Cathay (China) y Cipango (Japón) descritos por Marco Polo en el relato de sus viajes al Imperio del Gran Khan que seguía fascinando y alimentando la imaginación de los europeos ni, lo que era peor, disponer de las fabulosas riquezas -piedras preciosas, seda, perfumes y sobre todo especias- que allí podían encontrarse en abundancia.

Era preciso, por tanto, abrir otras rutas y los nuevos conocimientos técnicos y geográficos permitían intentarlo por vía marítima. Los portugueses fueron los primeros en lanzarse a la aventura, desde su amplia plataforma atlántica. Bajo el impulso del infante Don Enrique el Navegante, se proponen el ambicioso proyecto de controlar el litoral occidental africano y rodear África para llegar por mar directamente a Asia y así romper el monopolio mercantil veneciano y sortear el bloqueo otomano. Ya en 1434 habían llegado hasta el cabo Bojador y en 1488 Bartolomeu Dias dobla el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente. En 1497, Vasco da Gama llega por fin a la India.

Comienza así la “era de los descubrimientos” a los que pronto había de incorporarse Castilla. Cristóbal Colón propone a la Reina Isabel la Católica su plan, rechazado previamente por Portugal, para llegar a las Indias, es decir a Asia, por el Oeste, a través del Océano Atlántico.

Tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, en las que se establecen los recíprocos derechos y obligaciones de la Corona y el descubridor -a quien se le concede el título de Almirante de la Mar Océana y Virrey de todas las tierras que descubra-, la expedición sale del puerto de Palos de Moguer, con escala en las islas Canarias, en agosto de 1492. El 12 de octubre de ese mismo año Colón “descubre” sin saberlo, el llamado Nuevo Mundo, hoy América; fruto de su equivocada estimación del tamaño de la Tierra, que creía mucho más pequeña, y de la distancia entre Europa y Asia, que creía mucho más corta. Este “error fecundo” dio lugar a un formidable proceso a cuyo término dos terceras partes del mundo habían sido incorporadas a la ecumene occidental.

 

Combate indígena. Grabado en Schmidel (1948)

 

Produjo, dicho con palabras de Roa en el prólogo de su novela Vigilia del Almirante, el mayor acontecimiento cosmográfico y cultural registrado en dos milenios de historia de la humanidad. No es de extrañar que Augusto se interesara por este hombre enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión. Las ambigüedades de su persona y de su aventura reúnen todos los elementos con los que gusta jugar el autor para producir un relato de ficción impura, o mixta, oscilante entre la realidad de la fábula y la fábula de la historia... sobre el puñado de sombra vagamente humana que quedó del Almirante.

Juega con el misterio de sus orígenes: ¿Era Colón Genovés? ¿Gallego? ¿Mallorquín? ¿Judío catalán?... Con sus dudas y su fe en el éxito de su viaje inédito hacia Oriente por Occidente. Con el secreto de su delirio, sepultado bajo un doble secreto de confesión. ¿Hubo un protonauta predescubridor?. Dispone también del horizonte mítico -el Mar Tenebroso, las tierras fabulosas de Cathay y de Cipango, de las Antillas- elemento primordial en toda obra de Roa. Y del designio religioso que impregnaba el espíritu de Colón y de sus coetáneos europeos: la misión de propagar la fe católica que abanderó y justificó en última instancia la conquista y colonización de los pueblos americanos. Y por encima de todo con el espectro inescrutable del azar que, mofándose de la voluntad, determina caprichosamente los destinos del hombre y de las acciones humanas.

En esta ocasión, Azar, Fortuna o Divina Providencia desencadenó un proceso que en pocos años daría origen al descubrimiento y conquista de lo que después fue el Paraguay. Colón sería entonces el protopadre fortuito de la patria del autor. Es por ello que su texto está escrito con amor —odio filial, con humor, con ironía, con el desenfado cimarrón del criollo cuyo estigma virtual son la huella del parricidio y del incesto, su idolatría del poder, su heredada vocación etnocida y colonial, su alma dúplice.

Vigilia del Almirante sale a la luz en el quinto centenario del Descubrimiento. (Colón) nos dejó su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años para nacer como un mito:

De pronto ha cesado el viento... El mar se mueve apenas bajo el pesado mar de hierbas. Ni una brizna de viento y las naves al garete desde hace tres días, varadas en medio del oscuro colchón de vegetales en putrefacción...

La fatalidad ha levantado este segundo mar encima del otro para cortarnos dos veces el camino...

Vamos hacia atrás, al revés, empujados por la vasta pradera flotante en la que desovan anguilas enormes como serpientes. Se ven en la penumbra los racimos de huevos rojos como ascuas, los reptiles entrelazados en una inmensa cabellera de medusa... Estamos entrando en el futuro de espaldas, a reculones...

 

Hombre y mujer Cario. Grabado, en Schmidel (1948)

 

No van a amilanarme. Voy tan seguro de mí, tan centrada el alma en su eje, que no puedo detenerme a pensar lo peor donde otros imaginan que ya se están hundiendo. Siempre hay un camino mientras existe un pequeño deseo de delirio. Llevo encendida en mí la candela lejana... Sólo avanzando hacia atrás se puede llegar al futuro. El tiempo también es esférico...

El espacio infinito ha empezado a poner sus huevos en el ánimo de la gente. Hay que aliviar su angustia. Sé lo que les pasa a estos hombres. No es gente de mar. En su mayor parte es carne de presidio, frutos de horca caídos fuera de lugar, fuera de estación. Lloran como niños cuando se sienten destetados de lo conocido. Hay que engañarlos para su bien con la leche del buen juicio. Infelices don nadies que se han lanzado contra su voluntad a descubrir un mundo que no saben si existe, los hombres contemplan aplastados el mar de algas montado sobre el mar de fondo. Desde el castillo de popa les grito: ‘¡Mirad el cielo!... ¡Pasan pájaros!... ’ nadie se mueve ni oye nada salvo el cólico de la cólera revolviéndose en sus estómagos. Ni el vuelo de los pájaros ni el inmenso islote murcilaginoso que nos cerca, señal segura de costas cercanas, avientan su miedo. Creen que trato de seguir alucinándoles con embeleços...

 

Aves acuáticas. Dibujo acuarelado, en Paucke (2010)

 

Desde la Isla de Hierro hasta aquí, antes de encallar en el tremedal de los sargazos, hemos navegado veinte y siete días... Los tres cuartos de día que hemos adelantado merced a los serviciales alisios, al rumbo rectísimo marcado por el Piloto, de nada nos servirán. El mar de hierba está anclado en las naves, al acecho para tragarnos...

No he salido aún del anonimato. No he salido aún de la placenta capitular. No soy hasta ahora más que el feto de un descubridor encerrado en una botella... Sin embargo esas tierras están ahí, al alcance de las manos. Las agujas no mienten. Los moribundos tampoco. El Piloto no pudo mentirme cuando ya se moría. Salvo que la vida y la muerte sean una sola mentira...

Hago girar el globo de Behaim que sigue punto por punto las indicaciones de la carta y del mapa de Toscanelli. Don Martín y don Paolo parecen haberse puesto de acuerdo. La ruta del Piloto es la misma... La única diferencia inquietante entre las indicaciones del florentino y las del Piloto es la distancia. Este habla de 750 leguas al poniente de las Islas Afortunadas. La carta de Toscanelli, de 1000 leguas. Hay una línea rectísima, la del Trópico de Cáncer, en 24° grados de latitud norte. Están marcadas, primero, las Antyllas. Luego, las Siete Ciudades, fundadas por los obispos navegantes. Aparece también esa misteriosa isla del Brasil que algún portugués metió de contrabando en esas cartas del tiempo de Lepe. Luego el archipiélago de las Once mil Vírgenes, atravesado por el Piloto y sus náufragos, a la entrada de las Indias ...Más al oeste, la enorme de  isla de Cipango, y más al oeste todavía...la tierra firme de Cathay en la cual señorea el Gran Khan, Rey de Reyes. Allí los templos y las casas reales tienen tejados de oro. Cuarta al sudlesteueste, las ciudades de Mangi, Quinsai y Zaitón, todas las cuales están descritas en los libros de Marco Polo. Es como si ahora las estuviera yo viendo palpitar a lo lejos...

La Estrella Polar se oculta tras la luna. No aparece en el limbo del astrolabio…

No puedo medir la altura pero tampoco las horas. La clepsidra y el reloj de arena marcan dos tiempos diferentes...

Ha más de la mitad de mi vida que voy en este uso. Todo lo que hoy se navega lo he andado. He visto todo lo que hay que ver. Y también lo que no se ve. Y hasta lo que todavía no es...Lo imposible no existe. Lo imposible no es sino la cadena de posibles que no ha empezado a cumplirse todavía. Después, lo que sucede es lo que nadie ha esperado, me sopló fray Juan Pérez a través de la rejilla del confesionario cuando le referí bajo puridad de sacramento el secreto que me confió el Piloto... y fray Antonio de Marchena a quien también revelé el secreto bajo sigilo de confesión. A veces lo que se encuentra es lo que no se buscaba, hijo mío, musitó el fraile astrólogo. Nada de esto empece a que los sueños se cumplan. Con la fe en Dios, hay que guardar siempre encendido un poco de delirio en lo más secreto del corazón...

En las Capitulaciones de Santa Fe, en dura lucha con el Consejo de sabios, letrados y cosmógrafos de Salamanca y de Córdoba, como ya había ocurrido siete años antes con la Junta de matemáticos de Lisboa, yo había logrado establecer que algunas de esas tierras ya estaban descubiertas.

Lo están de verdad aunque no me creyeran...

Esta lenta marcha sobre el lomo jorobado del mundo es la que está aún sin decidir. Voy escalando el Mar de las Tinieblas por la pared oeste.

Soy un predestinado, un elegido de Dios. Lo ha dicho sin ambages otro elegido de Dios: Bartolomé de las Casas...

Es la fe inextinguible en la Divina Providencia la que abroquela mi espíritu y mi carne en torno al bastón de hierro de mi voluntad.

Muy pronto todo se restablecerá en su justo equilibrio...Esos pájaros volaban sin ninguna duda hacia o desde una costa cercana... Quiera Dios enviarnos pronto los más rápidos vientos...

Los hombres se apelmazan. Están dispuestos a todo. Veo las caras cenicientas, sus caras agrietadas en un tajo casi invisible del que ha huido hasta la última gota de sangre. Quieren cobrarse la mía...

 

Pintura facial Caduvea. Dibujo, en Boggiani (1895)

 

Recupero la voz tonante. Vuelvo a tronar la intimación de los tres días de espera. Los tres de la resurrección y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, dije con entonación de púlpito.

Siento que me estoy volviendo abyecto. Yo os digo: si no alcanzamos esas tierras en tres días podéis cortarme la cabeza, podéis arrojarme al mar y podéis volveros vosotros a España. Yo mismo firmaré la orden de mi ejecución: mar, horca o degüello. Un girón de la vela cangreja cae y me cubre la cara de inventado cordero pascual. Veo entre los pliegues que se les vuelve a levantar la cresta de su orgullo marinero. No va a durar mucho el remilgo crestigallo...

Desde que la armada zarpó de la Isla de Hierro, vengo reduciendo a postas la cuenta de las distancias. Estos mentecatos se han amotinado porque creen que ya estamos bordeando el fin del mundo. Ven el disco plano de Eratóstenes flotando en el agua. No les ha entrado aún en el cacumen el que la tierra tiene la forma de la inmensa teta que vio Plinio...

Terra est rotunda spherica.anoté en los márgenes de mi ejemplar de Imaso Mundi concordando con su autor, el cardenal d’Ailly, aunque no tanto. Un poco más con Silvio Eneas Piccolomini, Pío II, que honró a la cosmografía desde el papado en su prodigiosa Historia rerum. Fue el primer Papa viajero de la historia. No paró de recorrer lejanos países hasta que lo finaron a flechazos en Sumatra...

Llevo la aguja de marear fijada con una oblea de cera en dirección sudno-rueste en lugar del norte invariable. Los Pinzones y los Niños llevan su propia cuenta del itinerario y saben por dónde enderezar el tornaviaje si se atreven a finarme. He variado el rumbo para engañarlos, con lo cual hemos perdido otro día más. Todos mis cuidados y ardides no han logrado impedir el motín. No han hecho más que fomentarlo y reventarlo como un forúnculo. Fuera de mencionar los pájaros, señal segura de costas cercanas, no he vuelto a dirigir palabra a los amotinados. No lo volveré a hacer hasta que las naves se pongan de nuevo en movimiento y podamos aunque más no sea navegar de bolina con el aliento del austro...

Dos eclipses seguidos. El peor es la conjunción de Marte con Saturno. Siempre trae fuertes temporales y mar fosca. Son 700 leguas las que hemos andado desde las Afortunadas. No faltan más de 50 ó 70 para arribar a ese archipiélago de las Once Mil Vírgenes marcado en su carta agónica por el Piloto... Plegue a Dios que sean arrecifes perlíferos, o mejor aún promontorios de oro natural. El motín se calmaría de inmediato aunque después comience la ruda pelea por arrancar con los dientes pedazos de esas rocas auríferas...

 

Aves. Dibujo coloreado, en Azara (1992)

 

Oía pasar todavía alguno que otro pájaro en el silencio total del universo. Y no hubo más. Tras la calma engañosa desató sus furias la tempestad. Se rompió la noche en pedazos y sólo se oyeron caer truenos pesados como un derrumbe de témpanos rajando la masa de calor equinoccial que chirriaba como parrilla inmensa. Rayos y relámpagos taladrando la oscuridad en todas direcciones caían sobre la nave encajonada entre las exhalaciones de dos cielos, el que subía y el que bajaba. Había más mar que noche, cielo con más agua que mar. La nave menos que un leño saltando de un abismo a otro entre olas espesas de metal derretido... La mar océana ha soltado sus ataduras...

El timonel había abandonado su puesto. Me lancé hacia el gobernalle que giraba enloquecidamente. Amarré mi brazo a su brazo de bronce con un cable. La tempestad se estaba encalmando. Y ahora sólo me quedaba esperar que la tormenta no volviera a comenzar a bordo...

La luz del amanecer, al tercer día del plazo reclamado e impuesto por mí, muestra la nao capitana convertida en un espantapájaros de las tormentas, recubierta por espesa capa de hierba, de liqúenes, de peces muertos. Las dos restantes carabelas están salvas pero han perdido también algunos hombres: La tempestad nos ha rescatado, a cambio, del infecto mar de los Sargazos. El suave aliento del alicio vuelve a soplar agitando los andrajos de las velas sobre nuestras cabezas...

He recuperado, como trazado a tinta sobre el mar el derrotero del Piloto... La nave aunque algo desorientada todavía, vuelve a hacer bullir su estela de nácares y espumas. Al alba del doce de octubre se ven pasar bandadas de ardelas y una masa verde de juncos de río al costado de la nave... Vimos una ballena de las que suelen andar cerca de las costas y una tropa de delfines. Tomé un pájaro posado en la vela bonete. Pájaro de río no de mares, parecido a un garjao con pies de gaviota....

Los de la Pinta ven una caña y un palo, una larga pértiga con adornos trenzados en piel de víbora, de seguro vara-insignia de un rito ceremonial de los cemíes... los de la Niña también ven otras señales de la tierra cercana. El Niño, su piloto... ha recogido un palillo cargado de escaramujos y una avegilla amarilla semejante a un colibrí, con los que se ha puesto a jugar maravillado sobre cuvierta.

A estas señales el motín se ha desinflado por completo. Respiran y alégrame todos en el aire limpio y vuelven a reír con cara humana. Por primera vez desde que zarpamos de Palos, gritan y arrojan sus gorros contra los masteleros rotos. En un santiamén se reparan los daños, se cosen las velas, se unen y remontan los palos. Como ornitorrincos los hombres hacen piruetas trepados a las jarcias y los obenques...

Como a las dos horas después de medianoche pareció la tierra a unas trece leguas de distancia. Mandé amainar todas las velas. Sólo quedó el treo, que es la vela grande sin bonetes. Pusiéronse las naves a la corda temporejando allí hasta el amanecer. El espectáculo que se descubrió a nuestra vista con las primeras luçes del alba era deslumbrador. Entramos lentamente en una resplandeciente ensenada ovalada y tersa como un espejo donde la mar se mueve menos que el agua en el fondo de un aljibe. Después sabríamos que era una isla de las

Lucayas a la que los nativos dan el nombre de Guanahaní.

A la vista de la costa y de innumerable cantidad de gente que nos observaba llegar con aire pacífico, ordené que se transportaran a tierra bajo custodia de gente armada diez cajas con los rescates preparados. Entendí que lo mejor era ganar su buena voluntad porque nos toviesen mucha amistad. Cognosçí al primer golpe de vista que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Sancta Fe por amor que no por fuerça.

Sentí que estaba viviendo las mismas imágenes y escenas que el Piloto me refrió haber contemplado en el espejo incrustado en el cerebro del pájaro...

Salí a tierra en la barca armada con la bandera real. Los capitanes salieron en sus bateles con las dos banderas de la Cruz Verde marcadas con las dos letras, una F y una I, iniciales reales de Sus Altezas Sereníssimas Fernando e Isabel. Llamé al escribano Rodríguez de Escovedo y al veedor real Rodrigo Sánchez de Segovia, y dije que me diesen fe y testimonio de cómo yo, el Almirante, por ante todos, tomaba possessión de la dicha isla y de las que se fuesen descubriendo, nombre del Rey y de la Reina. Mis Señores, haziendo las protestaciones del caso. La lectura del acta y toma de posesión duró un buen pedazo de día.

Mandé cortar un árbol de mazaré y labrar con él una cruz de más de veinte braças de altura. El árbol boca abajo, convertido en Cruz cristiana, fue plantado como marca y señal del sitio donde se levantará la Casa Fuerte...

Después se erigió el rústico altar de troncos para la misa acción de graçias conçelebradas por fray Buril y fray Ramón, el ermitaño...

La isla de Guanahaní fue bautizada por mí como San Salvador...

Colón regresa a España y arriba al puerto de Palos, a los siete meses de su partida, con un exótico cargamento de papagayos multicolores, extraños frutos y animales desconocidos. También con algo de oro, más siete mancebos y siete doncellas indígenas, como muestra de la riqueza y exuberancia de las tierras y los pueblos descubiertos para los reyes. Sin embargo, a pesar de realizar otros tres viajes más a las Antillas, nunca llegó a desembarcar en el continente, limitándose a recorrer la costa de Centroamérica y las bocas del Orinoco. Pasó el resto de su vida en pleitos con la corona en reclamación de sus derechos, fue encarcelado y proscrito en las islas que había descubierto y murió frustrado y abandonado por todos en Valladolid, el 20 de mayo de 1506.

 

Indígenas ante el paso de un buque. Grabado, en Demersay (1861/5)

 

Roa escribe:

En la sombría y desolada cartuja de Valladolid, yacente en su lecho, los ojos del Almirante continúan cerrados... No está dormido ni muerto. Solamente agoniza....

Al navegante amortecido se le mezclan los viajes. En la sentina del barco, entre los prisioneros caníbales, se ve preso y encadenado él mismo y ve a su hermano Bartolomé en la misma situación, depuestos por el comendador y veedor real, Francisco de Bobadilla. Se toca tan cargado de cadenas como los propios caníbales. Come con ellos de la misma escudilla, el pan de raíz y de maíz, duro como la piedra, hierbas vegetarianas, las algas que se recogen del mar... Se ve desterrado en Jamaica... Tiene absoluta prohibición de entrar en la Española por él descubierta y fundada...

¿Quién nasció sin quitar a Job que no muriera desesperado, y me fuese en tal tiempo propicio entrar en la tierra y los puertos que yo, por voluntad de Dios, gané a España sudando sangre?- escribe a los Reyes en la Carta de Jamaica del 7 de julio de 1503.

“Pero he aquí que mis amantíssimos Reyes me castigan, e me niegan, e me cubren de anatemas, que no habrá sepoltura bastante honda en la tierra capaz de recogerlas e guardarlas con mis restos. Las Yndias, que son la parte más rica del mundo, yo os di por vuestras, e Sus Altezas me pagan con la ingratitud, el desprecio y la muerte anticipada del olvido ”.

El trabajo de investigación que emprende Roa para escribir sobre el almirante lo lleva a algunas reflexiones que quedan incluidas en su novela:

Todo en la vida del Almirante es sujeto y objeto de dudas e incertidumbres..

No sólo no quiere acordarse del lugar en que nació, sino que finge haberlo por completo olvidado...

Lleva el alma quebrada por la mitad: una parte de ella permanecerá enterrada en el sombrío Medioevo; la otra, apuntará hacia el recién nacido Renacimiento, con el que no tendrá posibilidad alguna de identificarse, pero que de todos modos apoyará su luminoso pie sobre este escalón de piedra negra. La hazaña inverosímil de este hijo de cardadores y ves, de la que él mismo no tiene la menor idea, es la palanca que levantará el mundo de la Edad Moderna...

Su destino es saber y no saber. Descubrir y encubrir. Ser glorificado y humillado. Poseer la riqueza del mundo y pasar al otro en la indigencia. Dio a los europeos un mundo que no lleva su nombre, como si hasta las genealogías lo omitieran con vergonzante pudor. Pero aun de este encubrimiento de su nombre el fue el responsable. Al fin de su vida encomendó a su compatriota y amigo Amérigo Vespucci ‘‘que fiziese todo lo que pudiese por ese mundo descubierto por él y completase todo lo que él ya no hobiese de poder fazer ”.

Si en verdad existió el Piloto Desconocido, él fue sin duda el precursor del Descubrimiento... El Almirante no es más que el precursor del Encubrimiento, puesto que a las tierras recién descubiertas superpuso sin más las del Oriente Asiático... Hasta su último suspiro ignoró que había descubierto en verdad la puerta de entrada a un Nuevo Mundo.

Por otra parte, el Almirante es sin duda el precursor claro de conquistadores, inquisidores y encomenderos que descubrieron y expoliaron para Europa el Orbe Nuevo... Título no pequeño que nadie lo puede disputar. Fue el primer funcionario de la Corona que inauguró en las nuevas tierras las famosas fórmulas jurídicas del “requerimiento y repartición” por los cuales los indígenas quedaban sometidos a perpetua esclavitud...   

...El antiguo grumete ligur ha puesto en este triunfo sólo media vida. La otra media de Caballero Navegante dedicará a descubrir el Vellocino de Oro de las Indias y a compartirlo con la Corona y el Papado, según escribe en sus memoriales, cartas y oficios. Estos se repetirán al infinito sobre la santísima trinidad del Descubrimiento: oro, posesión de las tierras, expansión de la religión cristiana.

Tras los pasos de Colón pronto se encaminó una ingente marea de aventureros, ávidos de gloria y de riquezas. En su mayoría eran gente sin fortuna y sin instrucción. Algunos apenas sabían leer y escribir. Querían ante todo “medrar y valer más”, es decir, salir de su condición baja y equipararse a la nobleza. Una vez terminada la reconquista, con la caída del reino musulmán de Granada, ya no podían alcanzar al mismo tiempo “honra y provecho” en la península. Por eso se embarcan a “hacer las Indias”.

Los primeros descubridores esperaban encontrar riquezas fabulosas (el mito de El Dorado), pero la realidad distaba mucho de aquellas ilusiones. Cuando muere Fernando el Católico, en 1516, ya se ha sacado todo el jugo a las Antillas. La población indígena, sometida mediante el “repartimiento” a trabajos forzados agotadores, decae rápidamente, víctima también de las nuevas enfermedades traídas por los europeos, contra las que los “indios” no estaban inmunizados.

Se buscan entonces nuevas tierras que descubrir y conquistar en tierra firme. Es la meta que persiguen las expediciones de Pedradas Dávila a Castilla del Oro (Panamá) y de Vasco Núñez de Balboa, primer europeo en “descubrir” el Océano Pacífico. En esta perspectiva se inscribe también la expedición a México.

Hernán Cortés sale de Cuba en noviembre de 1518 con once naves, ciento cincuenta hombres blancos, trescientos indios, algún negro, quince cañones y otros tantos caballos. En abril de 1519 desembarca en la costa mexicana y funda la villa de la Vera Cruz, la primera en todo el continente americano. Cuenta con la inestimable ayuda de dos intérpretes, el sacerdote Jerónimo de Aguilar y una joven india, Malinche, que sabía maya y nahuatl. Sabe aprovechar, además, el descontento de los pueblos sometidos por el imperio Azteca. Establece una alianza con los Tlaxcaltecas y, al frente de un ejército formado mayoritariamente por indios, entra en la capital, Tenochtitlán, e impone definitivamente su autoridad sobre el emperador Moctezuma en agosto de 1521.

La conquista del imperio inca no es menos impresionante. Almagro y Pizarro salen desde Panamá con una flota y, desde la costa, éste último llega a Cajamarca, donde a la sazón se encontraba el Inca Atahualpa (1531). Pizarro le tiende una emboscada, lo captura y exige una enorme cantidad de oro por su rescate. Finalmente lo hace ejecutar. En noviembre de 1533 ocupa Cuzco, capital del imperio inca que incorpora al imperio español.

En menos de veinte años dos imperios inmensos, bien organizados y poblados, se vienen abajo a manos de unos aventureros cuyo número nunca sobrepasó los mil hombres ¿Cómo se explican tan fáciles y contundentes victorias?

En primer lugar, por la superioridad técnica de los españoles, pero también por factores psicológicos y religiosos: los indios esperaban el retomo de sus dioses que, al principio, identificaron con los europeos; éstos dominaban el trueno mortal y cabalgaban acorazados sobre una bestia descomunal y desconocida, “En su puño llevaban amaestradas las águilas y atacaban con jaguares que les obedecían”. Escapaban además de las espantosas epidemias, mientras ellos morían por millares.

 

Cruce del río en "pelotas". Grabado en D´Orbigray (1836)

 

El factor determinante fue, en cualquier caso, la habilidad de los españoles para aprovecharse de las rivalidades locales y del resentimiento que las tribus sometidas tenían contra los incas y los aztecas. De ahí la paradoja: la victoria fue siempre más rápida y decisiva en los imperios más potentes y organizados. Los españoles atacaron directamente a la cabeza y superpusieron su autoridad sobre la propia estructura de los imperios conquistados.

Precisamente, esta es una de las circunstancias que marcan la diferencia entre procesos de conquista y colonización emprendidos en América por los españoles, y aquellos desarrollados por los ingleses o demás europeos. Estos últimos encontraron solamente sociedades tribales, mucho menos estructuradas y más dispersas, que dificultaron su sometimiento y administración.

Igual les ocurrió a los españoles en el resto del continente que les quedaba por conquistar. Concretamente, es ese mismo tipo de organización social y política el que encuentran entre los pueblos de la cuenca del Plata y el Paraguay.

Juan Díaz de Solís fue el primer europeo en llegar al “Mar Dulce” o Río de la Plata en 1515, donde es muerto y devorado por los indios charrúas. El resto de la expedición regresa a España con la mala nueva. Quedan en la costa de Brasil (isla de Santa Catalina) algunos náufragos acogidos por los indígenas.

Entre ellos está Alejo García, primero en pisar tierras del Paraguay de camino hacia la mítica Sierra de la Plata. Llegó hasta el Alto Perú antes que Pizarro y a su regreso, con muestras de metales preciosos, fue muerto a su vez por los indios, en 1525.

Hernando de Magallanes exploró el río Uruguay en 1520, haciendo escala en su periplo alrededor del Mundo. En 1527/28, Sebastián Gaboto remontó el río Paraná y fundó el fuerte de Sancti Spiritus. Llegó hasta la confluencia con el río Paraguay, donde se encontró con Diego García. Juntos subieron hasta el Pilcomayo, pero pronto sus desavenencias los obligaron a regresar a España.

 

Indios chaqueños en un sendero. Grabado, en Reclus, 1894

 

Finalmente, a principios de 1536 llega al estuario del Río de la Plata una gran expedición comandada por Don Pedro de Mendoza, financiada con el botín conseguido en el saqueo de Roma, al servicio del emperador Carlos V en su lucha contra el papa Medici, Clemente VII. El 2 de febrero funda el fuerte de Nuestra Señora de Santa María del Buen Ayre, futura Buenos Aires, en el lugar llamado Riachuelo de los Navios. Con Mendoza vienen más de 1500 hombres en once naves. Entre ellos Juan de Ayolas, Juan de Salazar y Domingo Martínez de Irala, que habrían de tener en los años siguientes un papel decisivo en la conquista y establecimiento de la primera estructura colonial del Paraguay. También les acompañaba el cronista Ulrico Schmidl que enriqueció su relato con numerosas ilustraciones incluidas en su “Viaje al Río de la Plata”.

La expedición empezó con muy mal pie y pésimos augurios. Arribada a la bahía de Guanabara (Río de Janeiro) el maestre de campo Juan de Osorio fue asesinado a puñaladas por los lugartenientes de Mendoza, quien había ordenado injustamente su ejecución instigado por los celos de Ayolas. Este crimen pesó como una maldición en el ánimo de los expedicionarios, que se vieron expuestos a un sin fin de penurias y calamidades.

Cercados y acosados permanentemente por los indios pampa Querandí, sin posibilidad de abastecerse ni conseguir alimentos, la hambruna terrible los obligo a recurrir a la antropofagia. Cadáveres no faltaban. Por inanición o bajo las fechas de los indios, murieron más de mil. Entre ellos Diego de Mendoza, hermano del Adelantado y Luján, uno de los asesinos de Osorio.

El testimonio de una de las pocas mujeres que acompañaban a la expedición, Doña Isabel de Guevara, en su carta de “probanza de méritos y servicios” dirigida a la Reina Juana la Loca, es suficientemente explícito y sobrecogedor:

Muy alta y poderosa Señora: A esta provincia del Río de la Plata, como el primer gobernador de ella, don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres, entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una; y como la armada llegase al Puerto de Buenos Ayres, con mil y quinientos hombres, y les faltase el bastecmiento, fue tamaña el hambre, que, acabo de tres meses murieron los mil; esta hambre tamaña, que ni la de Jerusalén se la puede igualar, ni contra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres con tanta flaqueza, que todos los trabajos cargaban las pobres mujeres, así el lavarles la ropa, como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, limpiarlos, Hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas veces los indios le vienen a dar guerra, hasta acometer poner fuego en los versos, y a levantar soldados, los que estañan para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados...

 

Combate entre Payaguá. Grabado coloreado, en Paucke (2010)

 

Porque en este tiempo, como las mujeres nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres.

Don Pedro de Mendoza, entre tanto, yacía enfermo socavado por la sífilis, contraída probablemente en Italia, y atormentado por el fantasma de Osorio. Siguiendo el procedimiento establecido con otros conquistadores, había firmado con la Corona una capitulación que le confería el título de Adelantado y derecho de conquista sobre un inmenso territorio, desde el “río de Solís” hasta el Perú de Pizarro y Almagro. Pero tuvo que dejar la empresa a cargo de sus segundos. Envió río arriba, primero a Ayolas e Irala y tras ellos a Salazar, para buscar provisiones, explorar el camino hacia la Sierra de la Plata y encontrar un lugar menos hostil y más apropiado para asentarse, pensando ya en abandonar Buenos Aires. Hizo testamento, cediendo el mando a Ayolas, y emprendió el regreso a España, donde no alcanzó a llegar pues murió carcomido por su enfermedad, el 22 de abril de 1537, a la altura de las islas de Cabo Verde. Su cadáver fue arrojado al mar.

Roa Bastos no muestra en sus escritos un especial interés por este período de conquista. Sin embargo, nos invita a leer la novela de Esteban Cabañas “Lo dulce y lo turbio. Crimen y castigo de Don Pedro de Mendoza” de la que dice es, sin duda alguna, una de las mejores obras de la novelística paraguaya contemporánea. Inspirada en un tema histórico, el de los descubridores y fundadores españoles de nuestra región austral, “Lo dulce y lo turbio” renueva creativa-mente el género de la novela histórica de América Latina.

Esteban Cabañas, heterónimo de Carlos Colombino, arquitecto, pintor, poeta y artista polifacético, reencarnación viva del más puro espíritu renacentista, paraguayo universal como Roa, nos cuenta las vicisitudes y revive el ambiente de aquella gesta, a través de las reflexiones de Domingo Martínez de Irala y otros destacados expedicionarios:

“No quiero comprender. No veo sino brumas. La costa refulge al amanecer como si me llamara, más allá del borde, más allá de esa línea en donde la arena desgaja su innumerable polvo al viento, al suave aire de la mañana. El cuerpo de Osorio aparece ahora -y es un decir- con un color de higo maduro. Un tenue brillo de fruta soleada, surcada por hilos de un marrón violáceo, un flujo arrebatado que no pudo salir aún con tanto agujero. El torrente interior murió congelado antes de emerger de su carne. Las correas del pabellón de campaña han sido abandonadas en el suelo y hay una que señala o parece indicar el lugar en que fue detenido. Incluso, las manchas se han esparcido desde allí hasta este mismo lugar donde Osorio ha caído. En torno, brota el silencio. El silencio invadido desde adentro, desde esa voz que habla por la espalda, desde atrás, ladeándose en el inasible humo de las quemazones...

 

Plano de Buenos Aires. Grabado de Charlevoix (1757)

 

¿Qué hay en el silencio que promete ese preciso instante? ¿Qué hay ahí en ese cuerpo que yace sin vida y sin embargo, habla? ¿Qué cosas dice?...

Si he visto toda la escena, en este momento no la recuerdo. Se me antoja un sueño, una pesadilla. Cuarenta puñaladas de un solo golpe como apiñándose urgentes, incisivas, por atrás, por el pecho, en los bajos, donde la carne no opone resistencia y el metal se desliza abriendo un labio rojizo, tembloroso y fugaz. ¿Qué hay en esas bocas de las heridas que apenas han cerrado? ¿Qué rezuman? ¿Es que gritan clemencia? “Confesión, confesión”, se oyó en el instante del tránsito.

Los que alargaron el puño. Los venidos de la sombra. Unos han huido. Otros se han visto demorados por la escritura del papel sangriento, que, con premura, han fijado sobre los restos de Osorio. Cumplida la faena, se escurren. Es posible que estén preparando la mortaja. Se han ido con el temor y la angustia creciendo por delante de estas palmeras salvajes...

Miro por última vez el cuerpo de Osorio. Su soberbia ha concluido.

“Serás vengado”, me oigo pensar en el vacío. No sé cómo ni cuándo, pero aquí muy adentro me veo discurrir, cual si yo mismo estuviera ausente del conciliábulo que se realiza dentro de mí. Me he negado a leer el texto infamante. Allí pude usar el albedrío, sin embargo, hay algo que me ha sido impuesto. Me pregunto qué.

Los veo regresar: Ayolas, el preferido, Salazar, Medrano, Luján y otros. Aún conservan en las manos crispadas huellas de los puñales. Traen la sarga que fuera usada para el matalotaje cargado en Sevilla, en Cádiz, en San Lúcar de Barrameda. Es de un color desvanecidamente amarillo, de urdimbre rayada, asaltada por dedos invisibles. Ahora envolverán el tumulto de un corazón saturado.

Impávido, Ayolas me recibe con una larga mirada, instalada en el escozor del aire que milita sobre la costa oceánica. A Salazar se lo ve menos fortalecido después de esta mañana de cacería. El más perdido. Ya han previsto la partida. Todo se realiza con esa premura que esconde lo turbio dentro de lo diáfano. Cuajado en el umbral del día, la escoria de la jornada navegará con nosotros hasta el final del mundo.

Don Pedro prohíbe que lo entierren: “Un traidor no merece confesión ni tumba”, vocifera.

Ayolas mudamente me pide lealtad, ya que soy depositario de su poder y, al mismo tiempo, nos une una extraña amistad...

Vamos al sur. Osorio ha quedado atrás frente a esa errática costa de arena y oro, de verde suculento, de montaña de una sola pulida piedra...

En la misma barcaza viajaba un soldado de la Germania, un bávaro llamado Ulrico. Era bajo y pelirrojo, de un abultado pelo que agregaba unos centímetros a su talla. De natural silencioso pero dubitante. Y sonriente... Oí que murmuraba: Se trata de las manchas - ¿Manchas de qué? -pregunto y me digo-. ¿De quién, sobre quién segrega esa sombra moteada que de súbito asusta? ¿Qué mácula nos amenaza?...

- Es que Don Pedro está enfermo.- Y se apresta a desenredar la gabia donde aparece el aspa de San Andrés.

- Es la peste gálica.

- Si es cierto lo de la peste, Don Pedro de Mendoza buena razón se tira - digo. Que si fuera verdad, la mancha, más que otra cosa es cosa de Osorio. Una maldición cayendo justo antes de llegar a destino. Maldición como de osario...

 

Mapa del Paraguay y de los países vecinos. Grabado coloreado de Bellin (1756)

 

La marea levanta un dique sobre las aguas del río y revienta en un cardumen de pejesverdes en ese límite, subrayándolo. El río que era mar. Mar no salado. Después de diecisiete meses de lentísima navegación llegábamos al río de Solís, ahora llamado Río de la Plata...

A Don Pedro le acercan su butacón guardamecí de color guinda, lustroso, sobado por muchas manos. No quiere hablar. Mira de reojo el perfil expectante de Ayolas.

“Escucho voces”, dice, “aquí, lejos”. Oye el plantel de remeros desaguando bacines sobre el río. Huelen las carcajadas.

“Pero no es esto”, aclara, “no son las risas”.

Oye su propia voz, centuplicada en potencia, decir: “Que donde quiera y en cualquier parte que sea tomando el dicho Juan de Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o estocadas, las cuales les sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes”. “Es mi propia voz”, reconoce Don Pedro...

El nubarrón se inclina al norte, de donde procede el río, adonde suben a buscar el Vellocino de Oro, la tierra de los Caracaraes, las ciudades relumbrantes, los peces argénteos, la dorada cumbre desde la que mana el oro líquido, el Paitití...

En medio de una niebla que brotaba del agua... sin una gota de viento, petrificada, absolutamente quieta, estaba la flota... Después, como si alguien con un cuchillo separara en dos una porción de quesadilla, un corte que hacía aparecer un arco iris esfumado, como un telón se levantó la bruma y apareció la tierra. Bajo el aire límpido podía mirarse hasta el infinito. Era una tierra sin horizontes. Absolutamente plana, sin árboles, cubierta de un pelaje amarillento, único, monótono. Sin más.

Comimos en la mesa del barco todos juntos antes de bajar. Arriba se disfrutaba del aire que, por comparación con los que habíamos dejado, nos pareció el mejor... Oí que Benavides dijo: “¡Qué buenos ayres los de esta tierra!”...

Al tercer día de su llegada al Buen Ayre, Don Pedro ya no pudo moverse. Se había instalado en “El Trinidad”, un navío que encallara en la playa, siéndole dispuesto allí el castillo de popa. Abajo se ubicó la prisión, en la cabina de remos. La primera noche escuchó el Adelantado una voz muy ronca que provenía de esa mazmorra: “Caerán de a uno los asesinos de Osorio. Los matadores seremos todos”.

Y Don Pedro no distinguió si era una voz real o eran sus propias voces internas que volvían...

Traedme, hijos sin madre, judíos bellacos, los costrones del embutido- gritó indignado de sopas y calderías sosas.

Es que se han perdido, señor. Ha más de tres días que le vengo diciendo. Las vituallas fallan y han mermado. Es por el hambre y el sol. No hay modo de refrescarlas. Todo se pudre. Y, para mayor desgracia, tampoco ha llegado el “Santiago”. Está la gente muriendo por montones... Atado a su cama como a un potro, Don Pedro ve sucumbir de hambre a la mayor parte de su tripulación. Los cuerpos son evacuados del recinto y se los orea para utilizarlos después. En un escrito, sobre un papel amarillento, roto en sus bordes aparece en medio de un poema:

“Las cosas que allí se vieron
no se han visto en escritura
¡comer la propia asadura
de su hermano!”


Combate en el Río de la Plata. Grabado, en Schmidel (1948)

 

Alguien cuenta que en la línea final de los pastizales hay gente en movimiento.

“Atacarán, sin duda”.

“Que las fogatas duren hasta el amanecer”, ordena Don Pedro en el colmo de sus fatigas...

El ataque que temíamos se dio lejos, en otro lugar. Fuimos en grupo unos trescientos soldados, a pie con las alabardas nuevas, las pulidas corazas, tanteando el terreno invadido de alimañas, con la soberbia de un batallón de Carlos V que había cruzado Europa... Al llegar al borde de la laguna, sobre el perfil del pastizal, una ondulación de plumas de avestruces coronaba el horizonte... Don Diego ordenó cruzar la ensenada sin protección ni avance...

En grescas aisladas, acechanzas oscuras, emboscadas apenas perceptibles en esa comarca rasa, muchos de nuestros paisanos han caído de una estocada. Otros, antes de morir eran tumbados por las guaranias (así llaman los querandíes a un cordel de tres tiras con piedras atadas en sus extremos) que en zigzag cumplían en un santiamén su propósito a cabalidad.

Seguimos avanzando, viendo la matanza a diestra, a siniestra, de frente y a la zaga cual una pesadilla en medio de un torbellino de flechas. Aún, así, Don Diego no amagó retirada. Las patas de los caballos se enredaban en las boleadoras y los jinetes eran arrojados a la tierra. El aire se había vuelto gris del polvo que subía del suelo, trastornado con el tambor de jinetes turbulentos y cuerpos enredados.

Vi caer en alterada trifulca a Bartolomé Bracamonte, a Preafán de Ribera y a Don Juan Manrique. En otro enredo singular percibí a Luján, que encontró la muerte camino al río.

-No tiene marca de flecha- dijo alguien.

-Más bien son puñaladas- aseguró Escobar, guardando con presteza su estoque ensangrentado. Y pensó: “Ha encontrado el final que le fuera destinado en la Bahía de Guanabara”...

...Otros involucrados en la matanza de Osorio corrieron ese día igual suerte (o igual desdicha) en ese río que llevaría el nombre de Luján desde esa fecha hasta ahora...

...Al final, restábamos sólo ochenta hombres envueltos en una sola sombra, arrastrándonos en la primera obscuridad de la noche...

Se han reparado las pértigas de los barcos. Los buracos han sido sellados con brea y cera del país que Gonzalo descubrió junto a un río, donde también vio un felino por vez primera.

“Vídeo un tigre”, dijo pleno de éxtasis, “de pelaje moteado, amarillo de luz, deslizarse en una rama, como un manto de plumas. Vídeo toda una maravilla de aves”...

El lunes amaneció con una lluvia de esas que derriten las piedras y el río avanzó desde el sur lamiendo cada pulgada de la tierra con una voracidad de mil sedientos...

El martes, a pesar de la lluvia que nos mantenía encerrados, vimos (a través del muro que levantáramos y parte de la empalizada que nos rodea), un abanico de tres mil metros formado por un contingente de indios colocados uno al lado del otro en un movimiento circular que llegaba de río a cielo. Era el día de San Juan, pero nadie osó recordarlo...El sitio se inició casi naturalmente, y a la semana nadie imaginó traspasar los límites fijados por esa marea humana. Para entonces, únicamente quedaba el río...


Tigres pescando. Dibujo acuarelado de Paucke (2010)

 

...El suministro fue inmediatamente cortado, la ración menguada cada veinticuatro horas. Comenzamos a comer lagartijas, ratas, víboras, hasta la suela de los borceguíes, algunos consumían excrementos o carne de orca...

Ante lo insostenible de la situación, Don Pedro de Mendoza se desplazó hasta Corpus Christi, donde Ayolas había encontrado provisiones y muchos indios pacíficos. Descontento con su emplazamiento lo cambió de lugar y de nombre. Le llamó Buena Esperanza. En Buenos Aires dejó como responsable a Francisco Ruiz Galán.

Preocupado por la ausencia de noticias de Ayolas e Irala, que habían remontado el río Paraguay hacía ya meses, envió en su busca a Juan de Salazar y a Gonzalo de

Mendoza con una flotilla de dos bergantinesñ y 120 hombres y se dispuso a regresar a España, nombrando su sucesor a Juan de Ayolas y como segundo a Domingo Martínez de Irala. En la novela de Cabañas, Juan de Salazar lo cuenta así:

“Llegamos ayer treinta leguas encima de La Candelaria y allí encontramos a Domingo de Irala en tren de calafatear los barcos. Fue un encuentro festejado con artillería, arcabuces y salvas que ocasionaron la huida de los naturales. Gonzalo de Mendoza trajo consigo bastimentos, y así ayudamos a la gente de Irala que, casi muerta de hambre, al subir a nuestros bergantines se abalanzó a cubierta y no dio tiempo de preparar nada. Había sobrevivido con seis onzas de bizcocho, comiendo hierbas, raíces, cardos, culebras, lagartos y ratones. Sólo Domingo, la india de Ayolas y las de Rodrigo vivían de alto coturno, con provisiones propias de los capitanes, ahora que Domingo era lugarteniente de Ayolas...

Fue en el día del encuentro -o desencuentro- con Irala que me inicié en la escritura. Puse en el acápite: ‘La Candelaria, veintitrés de junio de mil quinientos treinta y siete’. Este bienandar con Irala no durará mucho. Hay un naipe que se apaga y asume el rostro enemigo”...

Ese mismo día del encuentro entre Irala y Salazar en alta mar se oyó una voz tremenda. Don Pedro de Mendoza, atado a su camastro, emitía en un último estertor una voz moribunda. Era una voz repetida, insistente. Por el aire se presentía el fantasma de Osorio. “Necesitábamos una víctima”, gritaba, “era la forma de exorcizar el miedo. Necesitábamos una víctima”. Pero la verdadera razón se le escapaba...

Habían zarpado del puerto del Buen Ayre para España hacía, o así lo sufrían, un siglo, ante la situación de deterioro en que se encontraba la salud de Don Pedro. Antes de la partida se puso a escribir su testamento: pedía a gritos que le reservaran un poco de oro y plata, una perla, alguna joya. Urgía a su criado Ayolas (a quien delegó el cargo mayor) que le enviara algo extraído de la sierra del Plata para no morir de hambre en España, ya que ahora no poseía nada; todo lo robado en Roma lo gastó en la escuadra...

... Estaba la embarcación a la altura de las Islas Azores y ya no quedaba nada de comer. Esa mañana el capitán ordenó matar una perra preñada, lo que tranquilizó el hambre de todos momentáneamente.

 

Indios Toba. Grabado, en D´Orbigny (1836)

 

Pero hace dos meses, aquí, en este mismo camarote anclado en el puerto del Buen Ayre, Don Pedro pasó mirándose largamente en un espejo enmarcado en cordobán dorado, sus siete llagas, las de su cabeza, las de su pierna y las de su mano que no le dejaba firmar...

...Esto ocurrió hace dos meses. Hoy, el mismo día del encuentro entre Domingo de Irala y Salazar sobre el río, Mendoza muere en alta mar. Sus últimas palabras fueron: “Lo siento mucho Osorio”. Nada más. Después calló...

...Envuelto el cuerpo y su espada ricamente labrada con una manta árabe, fue arrojado al océano.

El clérigo leyó una larga letanía mientras el mar lo sepultaba...

Uno de los enigmas no aclarados de esta gesta es el porqué del abandono del puerto en el que Irala debía esperar el regreso de Ayolas de su expedición a través del Chaco hacia el Perú. Cuando éste volvió al cabo de varios meses, con un rico botín de oro y plata, encontró el lugar desierto. En “Lo dulce y lo turbio”, Cabañas-Colombino, desde la mente de Irala, lo resuelve así:

Ayolas me ordenó que lo esperase aquí en este puerto. Mucho ha cavilado en eso...

Mi destino sujeto a la alquimia del devenir, tiene para mí algo que ver con la muerte. La muerte de aquel otro, el Osorio apuñalado que abandonamos en aquella Bahía de Guanabara. Este destino está fabricado a partir de esa muerte, fluye desde allí hasta este puerto de La Candelaria...

...Es que no puedo comprender o no quiero hacerlo, como dije al principio.

...Mientras esperaba mi turno, yo estaba siendo ocupado por la duda... Porque sólo la muerte ofrece una oportunidad... La muerte de Ayolas era eso: yo sería su heredero. Reemplazarlo en la búsqueda del oro. Porque lo que él trajo, acopió, robó, es apenas un signo. Lo que tiene atado a su cuerpo es una señal. Pero lo que hay entre él y yo es la muerte...

...Lo único que importa es el documento que me confirma como lugarteniente; con este papel exigiré el lugar al que estoy destinado desde el día en que mataron a Osorio, a quien juré vengar. Pero, ¿es verdad está venganza o es mayor verdad esta ambición? Nunca nadie lo sabrá. Yo mismo, ahora que desciendo por este río magnífico, me lo pregunto.

 

India Guaraní dando de mamar a su hijo. Carta Postal (ca. 1900)

 

Juan Pérez, el lenguaraz portugués, trae a mi presencia un niño muy joven. Se llama Gonzalo. No tiene más de quince años. Me relata lo que supe desde el principio. Ayolas, acompañado de doscientos indios y ochenta gentes, arribó al puerto de La Candelaria y se encontró solo. Entendió que lo habían abandonado. Miró el río vacío y sin nadie. Y se le heló la sangre. Mandó que le trajeran el oro y la mucha plata que había arrancado en los poblados. Se aferró a los metales porque eran lo único que le restaba.

“Sus paisanos estaban cansados y enfermos”. Estando en amistad con los payaguás, de ellos, en un golpe de macana, recibió la muerte en un recodo. Un poco antes, había enterrado veinte sacos a tres leguas de la costa, porque los indios ya no podían con el peso del metal: barbotes, ajorcas y planchuelas de oro; vasos, cuñas y hachetas de plata. Con Ayolas murieron todos, cada uno ultimado por una pareja de payaguás de su escolta...

Nadie puede acusarme de esta muerte. Cierto es que no le esperé el tiempo todo, todo el tiempo, pero gasté las haciendas y rescates que dejara Don Pedro en la jornada que hice tierra adentro en su búsqueda.

El cadáver de Ayolas, con restos de su rapiña, quedó a la intemperie al costado de la laguna. Nadie le dio sepultura. Igual que a Osorio...

“Tenía que haber un culpable”, pensó Domingo al dar la orden.

Frente a él, se extiende la plaza donde se han colocado cuarenta postes de palma negra, hincados sobre leño ardiente. Allí, atados, cuelgan los cuerpos de los payaguás, matadores de Ayolas.

 

Indias Guaraní, una adulta y otra joven. Grabado, en Rengger (1835)

 

Hay un fuerte olor a resina. El humo levanta de vez en cuando chispas y bisbisea al caer alguna grasa. Los cuerpos resisten todavía. Algunos aún chamusquean, otros siguen vivos bajo las lentas brasas. Los más, ya asados son retirados y puestos sobre tarimas donde los guaraníes los trocean y devoran.

“Tenía que haber un culpable”, repite Domingo.

Juan de Salazar funda el fuerte de Santa María de la Asunción el 15 de Agosto de 1537. Buenos Aires es abandonada al poco tiempo y, a partir de entonces, Asunción pasa a ser el centro de control, exploración y poblamiento del vasto territorio del Río de la Plata.

Domingo Martínez de Irala afianza su derecho a la sucesión de Mendoza y Ayolas, frente a Francisco Ruiz Galán (jefe de la guarnición de Buenos Aires). Gobierna la Provincia Gigante de las Indias desde 1539 hasta su muerte en 1556, con una interrupción de dos años (1542-44) en que cede el mando al segundo Adelantado nombrado por la Corona, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hasta que éste, víctima de las intrigas habituales, es destituido y apresado por sus capitanes descontentos con sus formas “rudas y arbitrarias de proceder” que generaron graves conflictos. Al cabo de un año de prisión, fue devuelto a España para su enjuiciamiento.

Irala crea el Cabildo de Asunción el 16 de noviembre de 1541, transformando el fuerte en la primera ciudad del Plata. “Amparo y reparo” de la conquista y madre fundadora de muchas otras villas y ciudades. Ocho en el siglo XVI: Ontiveros-Ciudad Real, Santa Cruz de la Sierra (en el Chaco hoy boliviano), Villa Rica del Espíritu Santo (en el Guairá), Santa Fe de la Vera Cruz, Concepción del Bermejo, San Juan de la Vera de las Siete Corrientes (hoy las tres en Argentina) y Santiago de Xerez, dispersas en un área de dos millones de kilómetros cuadrados. También acomete la segunda fundación de Buenos Aires (1580).

Las facilidades que tuvieron los españoles para establecerse sobre el río Paraguay en torno a Asunción se debieron a la buena acogida que les dispensaron los indios guaraníes de la tribu de los Carios, que habitaban en la región. Estos veían en los poderosos recién llegados unos posibles aliados valiosos en su lucha contra sus inveterados enemigos, los Payaguá del Alto Paraguay y otras tribus del Chaco.

Conforme a la costumbre de entregar a sus mujeres como arras, que implicaban un compromiso recíproco basado en el sistema guaraní de parentesco político, las ofrecían a los españoles para formalizar el pacto.

Este maravilloso regalo les permitió disponer de numerosas jóvenes concubinas. Se produjo así un rápido y extenso mestizaje. Una proliferación de lo que se ha dado en llamar “mancebos de la tierra”. Aunque hubo casos de suicidios y abortos provocados, en general las madres guaraníes veían cómo sus hijos nacían más blancos y prosperaban más rápido con los españoles. Les hablaban en guaraní, introduciendo así su lengua en el proceso de aculturación recíproco que experimentaron ambos pueblos. Junto con la labor de franciscanos y jesuitas, éste fue el elemento clave para la implantación y conservación de la lengua indígena en el Paraguay, hasta hoy.

Domingo Martínez de Irala puede ser tomado también como paradigma de estas paternidades fundadoras de la estirpe hispano-guaraní. Su legendario apetito por las indias le llevó a engendrar numerosos “mancebos de la tierra”, nueve de ellos reconocidos oficialmente. Así se instituyó el “cuñadazgo”. Las crónicas de la época dicen que Asunción se había convertido en un verdadero harén: el “Paraíso de Mahoma”.

Roa Bastos, en su novela Yo El Supremo, dice por boca de su protagonista:

En el califato fundado por Irala, cuatrocientos sobrevivientes de los que habían venido en busca de El Dorado, en lugar de la Ciudad resplandeciente encontraron el sitio de los sitios. Aquí. Y le levantaron un nuevo Paraíso de Mahoma en el maizal neolítico. Tacha esta palabra que todavía no se usa. Millares de mujeres cobrizas, huríes las más hermosas del mundo a su completo servicio y placer. El Alcorán y la Biblia ayuntados en la media luna de la hamaca indígena.

En cuanto a la segunda fundación de Buenos Aires, el Supremo Dictador artífice de la independencia se explaya con los emisarios de la Junta Porteña que exigen la anexión del Paraguay (1810):

Por decir algo, insisto en la refundación de Buenos Aires que quiere refundir a los Paraguayos. Siempre es un buen tema... En 1580 hacía casi cuarenta años que la ciudad-puerto había desaparecido. Incendiados los últimos ranchos, avanzó el pasto y, cubriendo las cenizas, la borró del mapa. ¡Cuánto habríamos ganado todos, señores, de haber dejado el borrón! Pero Asunción, la madre prolífica de pueblos y ciudades, había nacido para amamantar lechones. De Asunción salieron los fundadores de la segunda Buenos Aires. El gobernador Juan Garay decidió establecer en el Río de la Plata un puerto para unir España a Asunción y al Perú. Se levantó, pues, el estandarte de las levas. Al toque de trompeta y tambor salió el pregonero a llamar a todos los habitantes que quisiesen tomar parte en la jornada... se alistaron diez españoles y 56 nacidos en la tierra. Partieron de Asunción acompañados de sus familias, de sus ganados, sus semillas, sus instrumentos de labranza, su esperanza. Garay y sus compañeros bajan el río en bajel. Algunos salen por tierra arreando 500 vacas. Buen tropel, ¿no? Buen plantel. El 11 de junio se produce el segundo parto de la ciudad- puerto. Todo se efectúa tranquilamente. Armoniosamente. Se acabó la epopeya. Uno es el que mata la fiera, otro el que adereza la piel y aforra el capisayo. No hay que omitir la liturgia de la fundación. El gobernador corta hierbas y tira cuchilladas como lo prescribe la antigua costumbre. El escribano Garrido ahueca la voz. El buen vizcaíno Garay sonríe para sus adentros. Su sonrisa se le refleja en la hoja de la espada. Vean cómo inventan los cronicógrafos. Buenos Aires queda fundada definitivamente. Cabildo. Rollo Cruz. Su plano, en pergamino de cuero. Suelo llano, no había por qué meterse en gambetas, dijo Larreta. Se trazan de norte a sur, “leste/ueste ”, calles perpendiculares. Damero honrado, franco. Dieciséis cuadras de frente sobre el río, nueve de fondo. Seis manzanas al Fuerte, entre ellas la que mordisqueó Adán. Tres conventos, Plaza Mayor. Un hospital. Predios para las chácraras de los pobladores. En fin, ya gatea la ciudad, ya comienza la chácrara. El cuento de nunca acabar. Entre la cincuentena de mancebos de la tierra paraguayos hay una manceba paraguaya, Ana Díaz...

Como ya hemos anticipado, Roa Bastos no se ve motivado para escribir sobre el periodo de la colonia, con su larga lista de Adelantados, Gobernadores, Virreyes, Intendentes, Regidores, Comendadores, Veedores, Oidores y demás capitostes de la burocracia administrativa y judicial. Denuncia, eso sí, en varios escritos, La explotación del régimen colonial y la corrupción de sus representantes, garantes y beneficiarios. Especialmente abomina de la institución de la encomienda, que esclavizaba a los indios en favor de los colonos.

Pero reconoce a la vez la valerosa lucha y el admirable empeño de Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria para implantar las Leyes de Indias, destinadas a la protección y salvaguarda jurídica de los naturales. También los esfuerzos -aunque vanos- de la Corona para conseguir su aplicación efectiva.

En cualquier caso, centra su atención particularmente en los dos fenómenos revolucionarios, cada uno a su manera, que atentaron contra el poder colonial: el experimento utópico de los jesuítas y la sublevación comunera. Sobre el primero, conoceremos las reflexiones de Roa en el capítulo siguiente, el de La Tentación de la Utopía.

 

Escena en una misión Jesuítica. Dibujo coloreado de Paucke (2010)

 

La revolución comunera estalla en Paraguay el año 1717 y es sofocada definitivamente en 1735. Reivindica la autonomía y soberanía del “común” frente a la autoridad real, sentimiento de larga tradición y honda raigambre en las cortes castellanas medievales. Y tiene como antecedente remoto el movimiento de Padilla, Juan Bravo y Maldonado en Castilla, aplastado por el emperador Carlos V en Villalar (1521). Aunque en este caso tiene también el tinte de defensa de los intereses de los colonos encomenderos que precisaban de la mano de obra indígena que los jesuítas con sus Reducciones y la Corona con sus Leyes les limitaban. El Dr. Francia -también en la novela de Roa Yo El Supremo- reivindica los ideales y la gesta de los comuneros:

Cuando nuestra nación era aún parte de estas colonias o Reinos de Indias como le llamaban antes, un funcionario de la corte con cargo de fiscal oidor en la Audiencia de Charcas, José de Antequera y Castro, vio al llegar a Asunción la piedra de la desgracia pesando sobre el Paraguay hacía más de dos siglos. No se anduvo con muchas vueltas. La soberanía del común es anterior a toda ley escrita, la autoridad del pueblo es superior a la del mismo rey, sentenció en el Cabildo de Asunción. Pasmo general. ¿Quién es este joven magistrado caído de la luna? ¿Es que ahora la Audiencia se ha convertido en una casa de orates? No le hemos oído bien, señor oidor.

José de Antequera se puso a estampar a fuego en la letra, en los hechos, su sentencia de juez pesquisidor: los pueblos no abdican su soberanía. El acto de delegarla no implica en manera alguna el que renuncien a ejercerla cuando los gobiernos lesionan los preceptos de la razón natural, fuente de todas las leyes. Únicamente los pueblos que gustan de la opresión pueden ser oprimidos. Este pueblo no es de esos. Su paciencia no es obediencia. Tampoco podéis esperar, señores opresores, que su paciencia sea eterna como la bienaventuranza que le prometéis para después de la muerte.

El juez pesquisidor vino no con la fe del carbonero que se santigua. Llegó, vio, pesquisó todo muy a fondo. Le sublevó lo que vio. La corrupción absolutista había acabado por infestarlo todo. Los gobernadores traficaban con sus cargos. La corte hacía manga ancha con los que le hacían la corte, a trueque de seguir recibiendo sus doblones... Diego de los Reyes Balmaceda compró la gobernación del Paraguay por unos patacones. De un puntapié Antequera expulso al crápula Reyes que fue a quejarse al virrey de Buenos Aires. Así estaban de corrompidos estos Reinos de Indias.

Los paquetes oligarcones de las villas empaquetaban carne de indio en las encomiendas. Inmenso cuartel de sotanas el de los jesuítas. Imperio dentro de otro imperio con más vasallos que el rey...

El somatén antequerino levantó a los comuneros contra realistas—absolutistas. Blasfemias. Lamentaciones. Rogativas. Cabildeos. Conjuras. Libelos, sátiras, panfletos, caricaturas, pasquines...

Un siglo atrás José de Antequera llega, brega, no se entrega. El gobernador de Buenos Aires, el ínclito mariscal de campo Bruno Mauricio de Zabala invade el Paraguay con cien mil indios de las Misiones. Barbilla hundida, bucles enrulados, se pone a la cabeza de la expedición represora. Cinco años de batallas. Colosal carnicería. Desde los tiempos de Fernando III, el Santo, y de Alfonso X el Sabio, no se ha visto lucha más cruenta. Con retardo de siglos la Edad Media entra a talar las selvas, los hombres, los derechos de la provincia del Paraguay.

En la gran pelotera... los sarracenos de Buenos Aires, los padres del imperio jesuítico, los encomenderos godo-criollos, descabezan, destripan la rebelión. Antequera es llevado a Lima. También Juan de Mena, su alguacil mayor en Asunción. Son arcabuceados en las mulas que los llevan al cadalso, antes de que el pueblo amotinado pueda libertarlos. Para mayor seguridad arrojan sus cadáveres sobre el tablado.  Las dos primeras cabezas ruedan por la independencia americana. Gorgoritos de historiador. Lo que no impide que aquello haya ocurrido...


Mapa Histórico de la Provincia de las Misiones y de los Establecimientos de los Jesuítas

sobre el Paraná y el Paraguay, de 1575 a 1768. Mousey, Litografía (1865)


V. LA TENTACION DE LA UTOPIA (REDUCCIONES JESUÍTICAS)

El pensamiento de la Contrarreforma, coetánea de la expansión del Imperio español en el Nuevo Mundo, prefiguró los objetivos oficiales de la Conquista que había de ser no sólo material, de tierras y de riquezas, sino también y simultáneamente espiritual, de gentes, de almas.

Este segundo aspecto motivó la creación en las Indias de misiones evangelizadoras que contaban con el respaldo del Rey de Castilla y del Papa y que serían legitimadas a partir de 1513 con el principio del “requerimiento”, que justificaba la Conquista de América por el “atraso y perversión” en que estaban sumidos sus habitantes, debiendo, por tanto, “reducirlos al cristianismo”.

En Paraguay, las primeras misiones fueron obra de los franciscanos a partir de 1580. Pero fueron los jesuítas quienes, con la fundación de San Ignacio Guazú en 1609, iniciaron con arreglo a unos criterios y a un modelo propios de inspiración platónica-cristiana la experiencia más extraordinaria y singular del proyecto evangelizador y la que tuvo mayor repercusión política, social, económica y cultural en su momento; aunque nada quedara, al final, de aquel esfuerzo.

Fue también la experiencia más controvertida, denigrada y ensalzada a la vez según los intereses o las ideologías en juego, cuya pugna condujo finalmente no sólo a su destrucción, sino incluso a la expulsión de los jesuítas de los dominios españoles decretada en la “Pragmática Sanción” promulgada por Carlos III en 1767.

Más de siglo y medio de activismo evangelizador y de consolidación de un poder que controlaba más de cien mil kilómetros cuadrados de territorio, con una población de más de doscientos mil indios, constituyen uno de los hitos fundamentales de la historia del Paraguay que, lógicamente, interesó sobremanera a Augusto Roa Bastos. Su interés, conocimiento y erudición destacan con brillantez en su extenso prólogo a la obra Tentación de la Utopía (Tusquets/Círculo, 1991) en la que diversos especialistas analizan el fenómeno de las Reducciones Jesuíticas del Paraguay. Las siguientes reflexiones sobre este “Sacro experimento” están extraídas de ese texto que Roa titula “Entre lo temporal y lo eterno” y que comienza así:

Las Misiones Jesuíticas del Paraguay configuraron sin duda el experimento más original de la llamada “conquista espiritual” en el Nuevo Mundo. Fue, asimismo, el capítulo de la evangelización más discutido e incomprendido por los cronistas de la época, y hasta por los historiadores eclesiásticos. Algo de eso ocurrió, aunque en otra dirección, con las corrientes del pensamiento filosófico, jurídico, antropológico, político o sociológico que, a partir del siglo XVIII y basados en los modelos del utopismo clásico, renacentista e iluminista, tomaron las Misiones como centro de sus teorías y especulaciones...

 

Plano de la Misión Jesuítica de Candelaria. Grabado, en Demersay (1861/5)

 

Allí está en las bibliotecas, por ejemplo, aquella resplandeciente Ciudad del Sol que el humanista y hereje calabrés Tommaso Campanella imaginó en un retrato utópico memorable, escrito en la cárcel, como parte de su lucha contra la escolástica. Relato que prefiguró, con pocos años de anticipación, la obra de los padres de la Compañía de Jesús entre los guaraníes. Célebres autores agnósticos contrarios a toda idea de Dios y de religión -el marqués de Sade, entre ellos, en su poco leída noveleta Isla de Tamoé-se inspiraron en la mítica ciudad de Campanella y acaso en el mismo reino de los jesuítas...

En el mundo clásico, para Montaigne, los salvajes son los únicos “hombres de bien”. Rousseau hizo el culto del “buen salvaje”. Voltaire mandó a Cándido —el arquetipo del optimismo universal- que fuera a visitar a los jesuítas del Paraguay y les envió, imaginariamente, un barco cargado de armas para su defensa. Se diría que piensa en un libreto cinematográfico. En su discurso sobre los jesuítas del Paraguay, Montesquieu establece la noción misma del poder y reúne las figuras paradigmáticas de Licurgo, de Solón, de Mahoma, de Jesús, en las relaciones entre política y religión, entre vida y cultura. Federico Hegel en sus “Lecciones de Historia” se refiere con cierta soma al “buen empleo del tiempo ” en el Estado jesuítico, en el que los padres hacían cumplir a toque de campana.... hasta las relaciones sexuales de los indios. A la luz de las estrellas según las estaciones y los ritos de fertilidad de la propia tradición indígena se ve el tropel de hombres que irrumpen desnudos y febriles en los gineceos...

 

Neófitos de las Misiones huyendo de los Bandeirantes, sobre el Paraná. Grabado en Cardel (1857)

 

La superposición y el sincretismo de culturas daban lugar a encantadoras supercherías fabuladas, a veces, por los propios extranjeros...

Autores eminentes de todos los tiempos han visto en el Estado jesuítico el nacimiento del Estado moderno; e incluso en otros dominios el surgimiento del pensamiento antropológico actual. El Estado jesuítico fue también llamado Reino o Imperio jesuítico, República comunista cristiana de los guaraníes ...Esta profusión y confusión de patronímicos prueban que el antiguo enigma no ha dorado aún del todo...

El padre José Manuel Peramás, jesuíta del tiempo de las Misiones, después de la expulsión escribió un libro ...La República de Platón y los guaraníes, donde dice: “Abrigamos la esperanza de poder demostrar que entre los indios guaraníes de América se realizó, al menos aproximadamente, la concepción política de Platón ”.

El pensamiento jurídico, filosófico y político sigue discutiendo y elucubrando hipótesis y teorías sobre las Misiones como sobre un fenómeno histórico que nos concierne contemporáneamente...

A la vista de semejante controversia que lleva siglos produciendo ríos de tinta, constatamos que siguen en pie los inveterados interrogantes. ¿Qué más fueron en realidad las Misiones de los jesuítas en el Paraguay? ¿Cuál fue su singularidad? ¿Ciudad de Dios - como algunos inquieren, con ecos agustinianos - o de los hombres, sujetos a la historia?

Para desentrañar, o al menos intentar comprender mejor este enigma, procede tener en cuenta, en primer lugar, las circunstancias particulares de la época, el contexto en que se inició y desarrolló tan magna empresa.

 

Plaza de La Misión de La Exaltación. Grabado, en Keller-Leuzinger (1874)

 

Tras el fracaso y la frustración por la búsqueda del oro inexistente, la colonia se había convertido para los indios, pero también para los españoles, en tierra de todos los males y de muy pocos bienes”. El establecimiento en 1556 de la "encomienda”, que imponía el trabajo forzado -y extenuante- de los indios en favor de los colonos, propició evantamientos y rebeliones, como preludio de una auténtica catástrofe demográfica.

A esta contribuían además las numerosas y repentinas incursiones de los bandeirantes paulistas que -saltándose la arbitraria línea fijada en Tordesillas por portugueses y españoles para repartirse el mundo- invadían las tierras fronterizas arrasando todo a su paso, saqueando y capturando a los indios, hombres, mujeres y niños, para venderlos como esclavos a los “fazendeiros” portugueses en el mercado de Sao Paulo.

Por otra parte, la Corona encontraba grandes dificultades para defender sus intereses frente a los colonos y a las propias autoridades de la administración colonial y tanto más para imponer la aplicación de las Leyes de Indias que con tanto denuedo habían defendido el verbo ardiente del padre las Casas y la lucha jurídica del pensamiento anticolonial encabezado por Francisco de Vitoria.

 

Misioneros y Neófitos cruzando un río. Dibujo coloreado, de Paucke (2010)

 

Roa ve en estos frentes abiertos el origen de las misiones que el Rey confiara a la Orden de Loyola y que sintetiza así:

Tres eran estas misiones: primera, reducir y cristianizar las tribus guaraníes rebeldes que las armas de los conquistadores no habían logrado someter. En segundo lugar, organizar un poder económico y militar sobre la base de los indígenas reducidos, con suficiente fuerza de disuasión para contrapesar el poder de los colonos encomenderos y de las propias autoridades civiles y militares.... Por último, los jesuítas debían levantar con las reducciones un muro de contención contra las invasiones de los bandeirantes paulistas, feroces depredadores y cazadores de esclavos que constituían el riesgo mayor en las fronteras de los dos imperios...

Y añade: Misiones en que las dimensiones de lo temporal y lo eterno se hallaban extrañamente mezcladas como en una fantasía teológica medieval...

¿Cómo enfrentaron entonces los íntegros y esforzados legionarios de la Compañía tan descomunal y heterogénea tarea? Leamos el relato de Roa:

En medio de las rivalidades y turbulencias del régimen colonial... tanto las autoridades locales como las de otras Órdenes religiosas y en particular el clero secular asunceño empezaron a mirar con malos ojos a esa legión de “mercenarios ensotanados”. Los primeros jesuítas dieron la pauta de su estrategia evangelizadora. Tomaron “la tierra a pecho y cargaron las distancias a la espalda”. Se marcharon lejos a buscar tribus insumisas en lugares todavía no hollados por conquistadores ni encomenderos...

 

Indios del Paraguay. Carta Postal (ca. 1920)

 

La conquista espiritual significaba para los jesuítas “reducir” a los indios a la nueva fe, la del cristianismo, sin reducirles la cabeza, como hacen los jíbaros, o sin reducirles el alma y el mundo mágico aposentado en ella... habían pensado que podían “conquistar” a los guaraníes a la nueva vida, manteniéndoles en su lengua, en su cultura, en sus costumbres, en sus modos ancestrales de ser y de vivir: el “disimulado cautiverio”...

Esto implicaba liberarlos, en primer término, de los colonos españoles y del servicio obligatorio de las encomiendas, las que juntamente con el hambre, la extenuación extrema, el contagio del mal gálico y de las otras enfermedades que habían traído los europeos diezmaban la población indígena...

Los jesuítas quisieron, en primer lugar, salvar a los indios del etnocidio generalizado. Esto hacía imperativo, en consecuencia, impedir el mestizaje étnico, por una parte y restablecer, por otra, las estructuras naturales de parentesco entre los guaraníes... Sólo entonces, gradualmente, los padres irían introduciendo en la mente y en las almas de los ya reducidos las verdades y los valores eternos del cristianismo, de los que la Orden de Loyola era portadora y sembradora. Y esto no era incompatible con las misiones que les confiara el Rey...

Los jesuítas comenzaron por donde debían: lo primero que hicieron fue aprender la lengua...

Siguieron en esto a los franciscanos, quienes fueron los primeros en ocuparse de este “aposento del Espíritu ”. Fray Luis de Bolaños -llamado por los indios el “Hechicero de Dios”, acaso justamente por su don de lenguas— recopiló el primer vocabulario guaraní y elaboró la primera gramática. El jesuíta Antonio Ruiz de Montoya perfeccionó la obra del franciscano.

Tituló su léxico “Tesoro de la lengua guaraní”. Vistas las circunstancias, este “tesoro” era el único y el más útil que podían encontrar en esas comarcas salvajes. Los jesuítas eran “lenguaraces” excepcionales...

Entrados en la lengua de los indios, los padres habían conquistado la mitad de su alma...

Ciertas coincidencias míticas y mesiánicas que los jesuítas habían venido a encontrar entre la religión cristiana y la de los guaraníes iban a facilitar aún más la conquista espiritual. En primer lugar, la intensa religiosidad ceremonial de los indios, su fe en la palabra profética de sus chamanes, la conexión de los núcleos tribales en los rituales de la plegaria, del canto y de la danza. “Teólogos de la selva”, los definirá más tarde uno de los historiadores de las Misiones... El paraíso cristiano como lugar de la bienaventuranza eterna coincidía con el mito intemporal de la “Tierra sin males ”. Del mismo modo que muchos otros mitos y símbolos religiosos, tales como el Primer Padre...los palos cruzados (yvyrá yuasá) como sostén de la morada terrenal, asimilado e identificado por los misioneros con la cruz cristiana...

El verbo... la palabra-alma dará a la palabra de los misioneros cierta analogía con la palabra de los dirigentes chamánicos y hará que los jesuítas sean también considerados chamanes (Hechiceros de Dios)...El proceso de aculturación o de “endoculturación” se produjo de este modo casi “naturalmente”.

No obstante la firme voluntad de los jesuítas de mantener a los indios en su “ser natural”, no dejaban por ello los hijos de Loyola de ser adalides predilectos del papado en la cruzada contrarreformista y para ellos inicialmente trabajar ad majorem Dei gloriam (divisa de la Orden) significaba esto: ganar a los indios a la causa de Dios y del Imperio.

El segundo Concilio de Lima (1567) había establecido el criterio de que los indios dispersos no reunían las condiciones precisas para poder ser civilizados ni, por tanto, cristianizados. Previamente debían ser agrupados, urbanizados y enseñados a “vivir políticamente”. Consecuentemente, los padres fundadores diseñaron el trazado de las reducciones y la planta de las viviendas de los indios de acuerdo con esta premisa. Lengua indígena, vivienda española— apostilla Roa. La construcción de las reducciones exigía una de cal y otra de arena...

En la línea decidida de no “desnaturalizar” el tekó ymá (el modo de ser tradicional) de los guaraníes, asentados en cacicazgos, fue respetar el sentido de esta organización poblacional de sus viviendas pero dándole otra forma en relación al concepto de espacio... En la nueva organización de las viviendas se pasó de los fuegos dispersos en pocas casas solas, del agrupamiento de cinco o seis familias y del pequeño aldeamiento circular a un pueblo de estructura rectangular de mil familias o más, orientado hacia la plaza donde dominaba la iglesia, simbolo central de la nueva religión y del nuevo orden social; signo, asimismo, de la autoridad catequizadora, de carácter hegemónico, de los padres. Dentro de este nuevo espacio todo quedaba ritualizado...

La ritualización de la vida social, cara a los guaraníes, giraba ahora en torno al “buen uso del tiempo”; es decir, en torno al uso religioso del tiempo minuciosamente regulado y distribuido...

El curso del tiempo real fue totalmente recubierto y saturado por esta sucesión de pequeños y grandes acontecimientos ceremoniales. Transformada esta saturación en rutina, ella creó en los reducidos el efecto de un tiempo sin retorno, de una pantalla invisible que impedía mirar hacia atrás. Los movimientos gestuales, los hechos siempre repetidos en forma de rito producen la misma sensación cenestésica derivada de la inmovilidad que lleva al nirvana. De esta sensación colectiva, referida por los cronistas, surgió también la idea de la paz arcádica de las Misiones.

 

Indios Lengua. Carta Postal de Fresen (ca. 1900)

 

Otra reforma radical, no percibida tampoco por los indios como ruptura, fueron los elementos introducidos por los padres en los trabajos agrícolas... Desde este ángulo, la cuña de hierro fue el “ábrete Sésamo” de los Jesuitas en las reducciones. Ella se constituyó en una verdadera “revolución del hacha”...

Los indios reducidos descubrieron que el excedente ganado se traducía en otras ventajas dentro del “buen uso del tiempo”. Más trabajo en menos tiempo. Más tiempo para los esparcimientos y la vida ritualizada...

La transformación del campo espacial de la vivienda y la revolución del hacha se convirtieron en los auxiliares más eficaces de la conquista espiritual y del progreso material y civilizatorio.

Progreso que fue, en verdad, admirable. La mano de obra gratuita de que disfrutaban los encomenderos fue rescatada en parte y utilizada en las reducciones según el propio modelo colectivista de los guaraníes, basado en la comunidad de bienes y en la distribución igualitaria de la producción; modelo que los padres adoptaron-adaptaron de buen grado, al considerarlo idóneo para el desarrollo económico y la consolidación de las reducciones. Para sentar las bases materiales de la evangelización. En el clímax de su auge y apogeo (primeros decenios del siglo XVIII) el vasto sistema de cultivos, poblados y estancias de las Misiones guaraníticas se extendía sobre más de cien mil kilómetros cuadrados a lo largo de tres países actuales: este del Paraguay, Mesopotamia argentina y territorios adyacentes al río Uruguay, limítrofes con Brasil. Y se había convertido en el emporio económico, social y cultural más avanzado del Río de la Plata. Autosuficientes, los treinta pueblos de las Misiones eran los mayores productores y exportadores de algodón y de yerba mate de la región y poseían miles de cabezas de ganado.

Desde una perspectiva humanista y cultural, también los logros fueron extraordinarios: En primer lugar, la obra de los jesuítas había salvado cuando menos del etnocidio a los guaraníes. Lo que significó la sobrevivencia de un pueblo, de su lengua y su cultura y siglos después, hasta nuestros días, haría que el guaraní continuara siendo una de las dos lenguas nacionales del Paraguay y la lengua popular por excelencia... Ochenta años antes que en Buenos Aires se establecieron en las Misiones las primeras imprentas, (y con ellas) la entrada del guaraní en la escritura.

El sincretismo social y cultural de las Misiones, fue incluso, en tanto a fenómeno humano, más interesante que el simple mestizaje étnico o biológico.

Sin embargo, la “Arcadia ” de los guaraníes no fue siempre, o lo fue sólo a trechos, una isla paradisíaca, la república platónica o la sociedad sabiamente regulada por leyes imaginadas por Erasmo y Tomás Moro, o por Montesquieu. No fue tampoco “la ciudad resplandeciente ” de Campanella. Menos aún la iglesia de los primeros cristianos revivida en las catacumbas selváticas del Paraguay, soñadas por Muratori. Las reducciones jesuíticas fueron algo más simple que todas esas construcciones del pensamiento y del espíritu. Fueron, asimismo, algo más complejo puesto que ellas se encarnaron en la realidad y sufrieron las contaminaciones y los infortunios que la realidad inflige a los designios civilizadores que intentan cumplirse a contracorriente de un poder hegemónico...

El aspecto militar y guerrero de las Misiones fue por lo menos tan agitado como el religioso y civilizador. Los jesuítas y los indios cristianizados, que habían logrado organizar y armar un ejército relativamente importante, lucharon años y años, alternativamente o a la vez, contra las rebeliones chamánicas, contra las invasiones de los bandeirantes paulistas, contra los colonos encomenderos... también... contra los criollos del común, o comuneros, cuando estos se alzaron contra la autoridad del Rey... (puesto que) uno de los objetivos de la “revolución comunera”... era destruir el sistema de las Misiones jesuíticas y apoderarse de los indios de las reducciones para someterlos a la encomienda...

La última parte de esta agitación bélica que estremeció constantemente a los treinta pueblos de indios, surgió a raíz de la entrega a los portugueses por marte de España de los siete pueblos, cesión estipulada en el tratado de Madrid de 1750 entre los dos estados. Los indios se rebelaron y se lanzaron durante tres años a una lucha sin cuartel contra esta entrega y la recuperación de sus pueblos, en las llamadas “guerras guaraníticas”...

Estas guerras demostraron... que siglo y medio de conversión y aculturación en las reducciones no habían apagado en ellos el sentimiento de pueblo y de nación, entroncado con el pensamiento tradicional del mesianismo guaraní... que había surgido en ellos cierto sentido histórico de los acontecimientos y una conciencia nítida de resistencia contra la política europea...

Roa recalca las contradicciones intrínsecas del proyecto jesuítico, tanto en relación al proceso de endoculturación, aculturación y finalmente transculturación de los indios, como con respecto a su encaje en la colonia, y apunta que dichas contradicciones pudieron ser determinantes de su futuro fracaso y extinción.

Respecto a los indígenas, los jesuítas... olvidaron que la conversión del indio exige dialécticamente la conversión del misionero. “Lo que hace que yo sea pagano para vosotros ”, dijo un chamán a un misionero, “esto mismo hace que vosotros no seáis cristianos para mí”... Se les pasó por alto que todo proyecto de colonización —por humanitaria y abierta que sea— supone necesariamente un cambio de vida, de cultura, de cosmovisión en los civilizados.

Esta contradicción queda explicitada, con dramática lucidez, en la reflexión del chamán guaraní Guyraverá que Roa incluye como epígrafe al comienzo de su texto: Voy perdiendo mi ser mientras me voy humanando.

Los indios sabían que no tenían opciones ...No tenían futuro: o la extinción biológica o la extinción cultural por la integración en la sociedad dominante. No les quedaba otra alternativa que peregrinar fuera del tiempo hacia esa otra vida, más allá de la muerte, encarnada en la tierra virgen, intocada, exenta de todo mal. Es lo que hacen hasta hoy...

En cuanto a las relaciones con la colonia, Roa señala que, habida cuenta de las misiones harto complejas y difusas que el Rey les encomendara, a medida que el proyecto jesuítico fue cuajando, su propia lógica y la dinámica del proceso evangelizador emprendido llevaron a los padres hacia posiciones de colisión cada vez mayor, no sólo con los intereses de los colonos encomenderos sino también, lo que resultó mucho más grave, con el propio proyecto colonizador de la corona e incluso con la autoridad del Papa, de quien la Orden fuera brazo predilecto desde su fundación.

Y subraya la contradicción intrínseca de un proyecto cuya concreción tendía a organizar en el marco de la colonia absolutista y feudal, una comunidad religiosa y humanista... que sirviese luego de modelo a la transformación del régimen colonial en su conjunto...

¿Se habían convertido también los jesuítas, a su modo, en reformistas religiosos y sociales?

...habían concebido un proyecto bastante explosivo en el contexto de la colonia, como realmente lo fue. Los jesuítas lo supieron un siglo y medio después en la estupefacción de un relámpago. Es la ceniza de ese relámpago lo que se ve arder todavía tenuemente entre el musgo y los helechos que tapizan las ruinas de las Misiones jesuíticas...

La Orden de los jesuítas fue suprimida. La “pragmática sanción” los desterraba para siempre de los dominios españoles, librados a su suerte, despojados hasta de su carácter de sacerdotes. Sin misa ni olla donde mojar el gaznate.

¿Eran merecedores de tan duro castigo aquellos hombres arrojados y valientes que habían levantado con grandes penurias y sacrificios esa constelación de pueblos indígenas en el corazón de América del Sur...? En la sanción impuesta por la corona española contra los jesuítas del Paraguay y contra la orden en su conjunto, abolida por el Papado, más que razones de orden espiritual cuentan motivos de agravio temporal, político y material que ni el Rey ni el Papa pasarían por alto. Allí están las ruinas ennegrecidas por el tiempo, testimonio y monumento a la vez, doblemente simbólicos. Tras ellas se adivina un esfuerzo casi sobrehumano.

Un testimonio monumental, viene a decir, del enfrentamiento de las dimensiones antagónicas de lo que pertenece a Dios y de lo que pertenece al César, la vieja lucha entre lo temporal y lo eterno. Y también un ejemplo palpable de las conflictivas y paradójicas relaciones entre utopía e historia.

Respecto a esta cuestión, Roa destaca el papel del pensamiento utópico como núcleo desencadenante y orientador de los grandes movimientos colectivos, así como el valor inmanente de los elementos utópicos como componentes de las ideologías, que debería ser tenido más en cuenta.

Pero muestra su extrañeza porque casi todos los que se han ocupado de las Misiones jesuíticas del Paraguay coincidan en considerarlas una utopía, cuando en realidad, muestran más bien el momento concreto en cuyo contexto el pensamiento utópico pasa a la historia y se objetiva en ella dejando de ser utopía.

Lo malo de los nombres sólo adviene cuando se transforman en estereotipos. No es improbable que algo de esto haya ocurrido con la “utopía ” de las Misiones jesuíticas, y también lo inverso: el que por su origen y sus funciones llevara en sí misma el germen de su negación y destrucción al encarnarse en la historia y ser destruida por ella.

La construcción del espacio anticolonial empezaba a producirse en las reducciones; comenzó a hacerse realidad, a convertirse en historia. Pero al estallar sus contradicciones, las Misiones se colocaron fuera de la práctica de la colonia. Sólo entonces, a partir de ese momento, de esa ruptura del espacio histórico, se convirtieron en utopía, en una utopía contra la colonia: un lugar sin lugar dentro de la misma colonia que las había engendrado.

Poderosos económica y militarmente en su misterioso aislamiento misional, de acceso vedado a la curiosidad y contaminación de los “gentiles”, enemistados con todos, objeto permanente de las insidias de criollos, encomenderos y funcionarios locales, los jesuítas sucumbieron finalmente a las intrigas y rivalidades del régimen colonial. Ante el dilema de desafiar la autoridad de la corona y el papado o someterse en cumplimiento de su cuarto voto de obediencia al Pontífice, “no se atrevieron -como dice Meliá, citado por Roa- a atacar el sistema colonial en sus mismas raíces. Este fue el drama de la expulsión de los jesuítas que tuvieron que obedecer al sistema en contra de un ideal de justicia a favor de los indios que sólo pudo ser realizado a medias, y que al fin se volvió contra indios y jesuítas a la vez”.

 

Ruinas de la Iglesia de la Misión de San Miguel, Grabado en Demersay (1861/5)

 

Justa o injustamente las Misiones se convirtieron así en chivo expiatorio de las frustraciones idealistas de la historia: Fortaleza de un gran enigma, asediada sin cesar, aún mucho después de que se hubiese convertido en ruinas y metamorfoseado en la leyenda de un hipotético “Reino de Dios sobre la Tierra”. Ese reino edificado sobre los dos palos cruzados, sostén de la morada terrenal, según uno de los mitos de los antiguos guaraníes...

Las ruinas de ese Santo Sepulcro, sacro y salvaje a la vez, en el que quedó enterrado el mito de la redención pacífica de los indios, ya forman parte del paisaje...

Ningún mito, ninguna leyenda quedó entre los guaraníes contemporáneos de los chamanes blancos, de aquellos “hechiceros de Dios ” que les habían prometido conducirlos hasta la verdadera “Tierra sin males ” por otros derroteros que los anunciados en la profecía inmemorial...

El esfuerzo sobrehumano de levantar ese reino de Dios en la Tierra se quedó a medio camino en la marcha hacia la tierra prometida; la bienaventuranza eterna de la religión cristiana y el lugar sin males de la utopía mesiánica guaraní. El tiempo se mostró avaro con indios y jesuítas; la historia, “esa alucinación en marcha” fue con ellos excesivamente pródiga en vicisitudes e infortunios.

 

 

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