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THOMAS L. WHIGHAM

  MADERA E INDUSTRIAS ASOCIADAS - PRIMERA PARTE (Obra de THOMAS WHIGHAM)


MADERA  E  INDUSTRIAS ASOCIADAS - PRIMERA PARTE (Obra de THOMAS WHIGHAM)

MADERA  E  INDUSTRIAS ASOCIADAS  (PRIMERA PARTE)

Obra de THOMAS WHIGHAM

 

Esta vida algo salvaje que lleva el obrajero,

le hace que adquiera gran confianza en sí mismo, y es casi

fatalista. Nada le sorprende y está siempre preparado para la lucha.

VICENTE G. QUESADA

 

El Alto Plata siempre ha sido una zona maderera por excelencia. En el período precolombino, los indios de la región vivían impresionados por los bosques, que consideraban un territorio prodigioso, poblado de duendes benevolentes y demonios amenazantes. Los primeros europeos también se sintieron impresionados, no tanto por el aspecto mágico de los bosques, sino por el valor de los productos que podrían ofrecer al mercado, especialmente de sus maderas. En el siglo XVIII, cuando por primera vez los pudieron explotar en forma extensiva, la actitud hacia los bosques y sus potenciales ganancias era la de un gran optimismo. Eso no debe sorprender: la madera parecía inagotable y nadie la consideraba un recurso natural digno de ser conservado. En un futuro remoto, los naturalistas lamentarían la destrucción casi total de los árboles, pero en aquella etapa inicial no podían imaginarse tales sentimientos. Los comerciantes coloniales veían la madera como una obvia fuente de riqueza en una economía de exportación en crecimiento.

En verdad, comparados con el tabaco, la yerba y el cuero, la madera y sus productos constituyeron sólo una mínima parte del comercio altoplatense a fines del siglo XVIII. Los consumidores de las provincias de abajo tenían grandes cargamentos de maderas procedentes de los bosques del nordeste, principalmente cuando se presentó el auge en la demanda de materiales para la construcción de viviendas, barcos y carretas en Buenos Aires y Montevideo. Los mazos, muebles, carretas y los ejes encontraron en el sur un mercado favorable. Sin embargo, el consumo local absorbía la mayor parte de la producción anual de madera y su procesamiento implicaba tantos riesgos así como su transporte río abajo. Además, como el comercio de la madera sólo raras veces producía ganancias igualadas a las de la yerba, los comerciantes del Alto Plata comúnmente se concentraban en la exportación de la yerba más que en la madera.

A pesar de lo mencionado más arriba, en ciertas áreas, como la zona boscosa adyacente a la ciudad de Corrientes, los madereros se ingeniaron para generar una industria maderera lucrativa. También aparecieron los aserraderos y los astilleros. Como en otros aspectos del comercio alto platense, la realidad política determinaba el éxito o el fracaso de esos emprendimientos. En todos los niveles, desde la producción de maderas aserradas hasta la fabricación de muebles sencillos y buques veleros completamente construidos de madera, las industrias forestales del Alto Plata tuvieron que aceptar la política caprichosa de las provincias de abajo y las limitaciones que imponían sus desórdenes. En el nordeste, las disputas de límites complicaban más las cosas convirtiendo a los correntinos en competidores de los paraguayos.

 

 

RECURSOS NATURALES

 

Los indios precolombinos reconocían la riqueza de los bosques altoplatenses; los consideran su propio hogar, así como la fuente de sus herramientas, viviendas y medios de transporte por agua. (1) Cuando los europeos llegaron a la región, utilizaron las maderas para otras funciones: carretas, muebles, cajas de fusil, materiales de construcción de viviendas y buques de alta mar. Por el año de 1600, el Alto Plata había ganado reputación por sus finos productos de madera dura. Consecuentemente, la madera sin trabajar y los productos elaborados aparecieron en las provincias de abajo en mayor cantidad.

Había sesenta variedades de maderas útiles de todo tipo y color, con diversos grados de elasticidad, durabilidad y flotabilidad. La madera más valiosa era el cedro paraguayo (Cedrela fissilís) fácil de trabajar, muy requerido en todo el Río de la Plata por su resistencia y su color veteado; era además conocido en España y otros lugares de Europa. El lapacho (Tabebuia) le seguía en demanda con sus muchas variedades. Los artesanos usaban esta madera dura y resistente, también utilizada en la confección de vigas para la construcción de viviendas y de barcos. (2)  El yvyraró (Paterogyne nitens) servía para un propósito similar, se usaba principalmente para fabricar ejes, cabillas de ruedas y tablas fuertes y flexibles. Los artesanos apreciaban el urundey (Astroniun urundeuva) por su color, su veteado y su resistencia al deterioro; aunque compacto y difícil de trabajar, era apreciado para la fabricación de muebles. (3) El timbó (Enterolobium timbouva) en parte por su resistencia a la descomposición, era preferido para tablajes de barcos; los trabajadores a menudo armaban grandes canoas de los troncos de estos árboles. Muchas variedades de petereby (Cordia) se utilizaban para mástiles y vergas de buques. El palo santo (Phyllostyllan rhamnoides) proporcionaba fuertes y flexibles ejes para carros, mientras el tataré (Pithocolobium scalate) servía para fuertes cuadernas de embarcaciones. El tatí (Piptadenia rigidia) proporcionaba fuertes y flexibles mangos para varias herramientas, y además el tanino de su corteza era utilizado en toda la región platense para curtir cueros. Las palmas, el bambú (tacuara) y otras maderas suministraban postes para murallas, cajas de fusil, balsas, tablones, muebles y leña. (4)

A principios del siglo XIX, Buenos Aires recibía carbón de leña exclusivamente de los puertos ubicados sobre el delta del Paraná y la región baja del Uruguay. Sin embargo, como la demanda del producto aumentaba, los recursos altoplatenses también contribuyeron al abastecimiento. (5)

La explotación forestal dependía de la disponibilidad de mano de obra y del acceso al transporte por río. Los ríos que alimentaban el sistema fluvial del Paraguay y Paraná cruzaban el Alto Plata en todas las direcciones. Al norte de la zona central del Paraguay, el fangoso río Jejuí servía como principal arteria para el transporte del cedro paraguayo. Más al sur, los bosques cercanos a las áreas colonizadas que rodeaban el Tebicuary suministraban una gran variedad de maderas. Los madereros de Corrientes realizaron un esfuerzo sostenido para explotar los bosques cercanos a Empedrado, en la isla de Apipé, otros terrenos contiguos a Paso de la Patria (confluencia del río Paraguay con el Paraná) y, a medida que el nuevo siglo transcurría, los remotos bosques del Chaco. Como regla general, los paraguayos se abstuvieron de explotar su parte del Chaco, que en consecuencia dejaron abandonada a los indios hostiles. La madera de quebracho (Schinopsis lorentzf) proporcionó la base para una importante industria en el Chaco paraguayo varias décadas después, aunque aún era casi desconocido y se lo usaba poco.

 

NOTAS:

(1) Para un excelente análisis sobre la utilización de los bosques por los indios pre-colombinos, ver Julian H. Steward, ed. Handbook of South American Indians. The Comparative Ethnology of South American Indians. Vol. 5, Smithsonian Institution, Office of American Ethnography, Bulletin 142 (Washington, D.C. 1949), Pássim.

(2) El lapacho era exportado a España para ser usado como maderos trituradores para la extracción del aceite de oliva. Ver Thomas Faulkner, S.J., A Description of Patagonia and the Adjoining Parts of SouthAmerica. (Chicago, 1935), pág. 35. Mucho más adelante, Edward Augustus Hopkins observó que él había "visto maderas de lapacho que habían sostenido los techos de las casas de Buenos Aires por más de doscientos años. Ahora éstos son más seguros que nunca y, por lo que parece, eran aptos para prestar el mismo servicio hasta en el fin del mundo. El marco de una puerta de la misma madera, medio incrustado en la tierra y con la inscripción '1632' pertenecía a la puerta frontal de la casa que yo habitaba en la ciudad de Asunción. Con una inspección más cercana se lo veía en un estado de perfecta preservación". Ver Hopkins. Memoir on the Geography, History, Productions and Trade of Paraguay (1852). American Geographical Society. Occasional Paper n° 2 (1968): 17-18.

(3) Jerry W. Cooney. Forest Industries and Trade in Late Colonial Paraguay. Journal of Forest History 23 (1979), pp. 188-89.

(4) Para una descripción de las maderas paraguayas, ver: de Carlos Antonio López a los Comandantes de la costa Arriba, 26 de junio de 1854, ANA, SH, 311, n° 4; para una descripción correspondiente a las maderas correntinas (la gran mayoría de las cuales coinciden parcialmente con las del Paraguay), ver: de Quesada al Intendente, 25 de octubre de 1785, Archivo General de la Provincia de Corrientes, Documentos del Gobierno (en adelante AGPC-DG) 26 (1785).

(5) Clifton B. Kroeber. The Growth of the Shipping Industry in the Rio de la. Plata, 1794-1860. (Madison, 1957), p. 57; Jonathan C. Brown. "Dynamics and Autonomy of a Traditional Marketing System: Buenos Aries 1810-1860". en Hispanic American Historical Review 56 (1976), pp. 613.

 

 

MÉTODOS DE EXPLOTACIÓN

 

Durante los tiempos de la colonia, las Leyes de Indias y la Ley de Montes determinaron tanto las prácticas de explotación como el comercio maderero en el Alto Plata. Estos códigos legales permitían a las comunidades la explotación de los montes de la provincia como terrenos comunes. Los moradores del lugar hacían pleno uso de los bosques para su subsistencia (p. e., recogiendo leña) pero el Gobierno se negaba a concederles el derecho de la libre ocupación para la explotación forestal comercial. (6) Por ley, las autoridades monárquicas permitían a los municipios arrendar terrenos a personas particulares para la explotación forestal, a cambio de una cierta suma de dinero. No obstante, la extracción ilegal de madera por los vecinos era muy frecuente en el Alto Plata durante la última parte del período colonial. En el Paraguay, la tala ilegal parece haber disminuido gradualmente en los tiempos del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, aunque siguió siendo notable en la economía correntina, donde aún durante períodos de conflictos permitía cierta ganancia.

La costumbre de arrendar bosques para la explotación forestal en el Alto Plata cambió poco con la independencia. Los gobiernos de Asunción y Corrientes siguieron actuando de acuerdo con versiones modificadas de la Ley de Montes, que al final dio autoridad sobre los bosques al Estado o la Corona. En Corrientes, el Estado apenas ejercía control sobre la tala de bosques, haciendo uso de su autoridad únicamente en la venta de maderas. El Estado paraguayo fue mucho más allá, atribuyéndose el total monopolio de la explotación de maderas duras. (7) A diferencia de los correntinos, después de la independencia, los paraguayos impusieron una estricta reglamentación sobre las actividades madereras, que normalmente requería una serie de permisos (escritos en papel sellado), pasaportes internos y detallados inventarios de todas las maderas a ser extraídas. Estos controles servían para minimizar las operaciones privadas de extracción de bosques, dejando al Estado como único financista de tales empresas para mediados del siglo XIX.

La pericia de hacheros hábiles era necesaria para cualquier expedición exitosa en los montes altoplatenses. Los matorrales eran tan espesos que hacían casi invisible el sol, cuya luz sólo ocasionalmente llegaba a las enredaderas, helechos y troncos en descomposición. Los trabajadores se perdían con facilidad. El peligro de los indios hostiles o los animales salvajes podía acechar detrás de cualquier grupo de árboles. La pericia de un hachero de primera clase era necesaria también para apreciar con precisión la calidad del monte en pie y para determinar cómo derribar los árboles de modo adecuado. De esa manera, un talador que hubiera pasado algún tiempo trabajando en el monte podía obtener un buen salario. (8)

Para ayudar a los hacheros, los contratistas (de los cuales muchos eran vascos con experiencia en el corte de madera en España) reclutaban obreros sin experiencia entre los hombres solteros de la población rural y en el Paraguay, se los traía de varios pueblos de indios. Durante el período colonial, los gobernadores provinciales con frecuencia ordenaban a los pueblos suministrar mano de obra de indios a los empresarios privados, con la condición de que estos trabajadores fueran remunerados de la misma manera que los obreros no calificados y que la mitad de sus salarios fueran acreditados al erario del pueblo. (9) Francia nunca se molestó en cambiar ese sistema, que siguió prácticamente sin cambios hasta 1848. Por otro lado, en Corrientes los taladores indígenas fueron una excepción; la actividad permaneció generalmente en manos de los mestizos.

Una vez reclutada, la cuadrilla de taladores emprendían su camino por tierra o en canoas desde el obraje, situado sobre un río principal o afluente, hasta las áreas de talado situadas a cinco leguas de distancia aproximadamente. Debido a que los árboles crecían de manera dispersa por todo el terreno antes que en el sitio donde uno lo esperaba, a menudo era necesario abrir una serie de picadas desde el sendero principal. (10)

Los hacheros cortaban los árboles seleccionados y luego, en altas carretas tiradas por bueyes, transportaban los troncos al obraje u otro lugar conveniente situado sobre el río. Cuando se juntaba una cantidad suficiente de madera y los aserraderos del campamento principal terminaban de darle forma de toscos tablones cuadrados, los hombres armaban con ellos las jangadas. Un clérigo de mediados del siglo XVIII, Pedro José de Parras, que navegó por el río Paraná, dio una clara descripción sobre el trabajo de los madereros:

[Las jangadas] se componen de varios maderos ligados entre sí, con sogas, abrazaderas de hierro y mucha clavazón. Hay de estas embarcaciones algunas grandísimas, de modo que tienen entre cincuenta y sesenta varas de largo con correspondiente anchura. Suelen, sobre estos maderos así unidos, formar entablado que sirve de suelo a la casa que allí forman, de madera y cueros, en la que conducen la hacienda de yerba, tabaco, azúcar, etc.; sin embargo estas embarcaciones no se hacen para transporte, sólo para desarmarlas y vender las maderas de que se componían. (11)

 

Los taladores trabajaban durante las estaciones más secas del año, cuando los caminos aún eran considerados impenetrables a causa de las inundaciones. El trabajo duro ponía a prueba la salud de los obreros. Además de los caprichos del clima, ellos se enfrentaban a muchos peligros en el monte. En arroyos aparentemente tranquilos que separaban los arbustos, algunas veces se hallaban yacarés o pirañas. Las serpientes habitaban en los árboles junto con las avispas y otros insectos agresivos. Quizás el enemigo más temible era el yaguareté o jaguar:

...nada teme y caza su presa cualesquiera que sea el número de hombres y comienza a comer sin darle la muerte. Es un enemigo temible, los trabajadores tienen siempre perros que les indiquen la proximidad del yaguareté. Por la noche encienden grandes fogatas y en torno de ellas se acuestan, porque el yaguareté huye del fuego. En la oscuridad sus ojos brillan como chispas. (12)

 

Los indios constituían otro riesgo. Ciertos grupos nativos, como los toba del Chaco, mantuvieron relaciones amistosas con los taladores (obrajeros), haciendo algunas veces de guías hacia los montes vírgenes. (13) Otros grupos como los monteses y los mbayas de la región oriental atacaban con impunidad los obrajes, llevándose a las pocas mujeres del campamento que acompañaban a los obrajeros y matando a los hombres que encontraban. En el extremo norte, esos indígenas a menudo tenían un tácito respaldo de los brasileños que codiciaban los mismos territorios. (14)

El temor a los guaicurúes impidió el establecimiento de grandes empresas de explotación forestal en las áreas del Chaco situada frente a Asunción antes de la época de Carlos Antonio López. Inclusive un acuerdo con los indios amistosos algunas veces se tornaba irritante. En marzo de 1857, por ejemplo, los hacheros correntinos del obraje de Riacho Guaicurú situado en el Chaco, abandonaron sus operaciones luego de disparar accidentalmente a un peón indio. Los taladores, creyendo que los tobas considerarían el accidente como un acto premeditado, huyeron aterrorizados ante una sublevación general. (15) La vida para los obrajeros en los bosques del Alto Plata era difícil. Aislados de los centros de actividad humana, se volvían astutos, de carácter fatalista y con una confianza unos en otros que trascendía los bosques. Los taladores pasaban meses trabajando bajo un sol abrasador, transportando macizos troncos de árboles (con la ayuda de bueyes cuando era posible) desde el obraje que quedaba río abajo.

Luego seguía el trabajo en el río. Nadando en aguas de muchas brazas de profundidad, los trabajadores juntaban las maderas y armaban las jangadas. Luego de cinco o seis horas, los hombres exhaustos tenían que trepar sobre las jangadas ya listas o con mayor frecuencia, tenían que moverse despacio y con esfuerzo remando sobre ellas, sufriendo el agua fría. Su única recompensa por un día de duro trabajo eran varias tazas de yerba mate, uno o dos trozos de charqui y una ración de tabaco. (16)

Al igual que los yerbateros, los obrajeros estaban acostumbrados al aislamiento y al sacrificio. Algunas veces los changadores proporcionaban a los obrajeros bebidas y mercaderías de contrabando, pero en la mayoría de los campamentos de talado, las posibilidades de alguna diversión -incluso de obtener alguna bebida alcohólica- eran escasas. El único desahogo para las frustraciones de los obrajeros era trabajar aún más, hachando la madera metro por metro, quedando aún más deprimidos en el proceso. (17) Las deserciones eran frecuentes.

La escasez de documentación en los archivos, particularmente en los del periodo independiente, obstaculiza cualquier conocimiento profundo de aquellas operaciones en los montes. Podemos suponer que la mayoría de las prácticas siguieron iguales durante todo el período estudiado. Los obrajes de Corrientes, por ejemplo, hacia mediados de siglo, estaban organizados de acuerdo con una de las varias formas. Algunos estaban financiados por empresarios particulares o socios comerciales, que pagaban mensualmente a los taladores. Muy a menudo, los taladores recibían pagos por pedazos, dimensiones y porcentajes fijados por adelantado. Dos hombres podían derribar dos árboles diariamente, cuatro troncos equivalían entre 25 a 28 varas (una vara tiene 33 pulgadas de longitud) de madera o una carga completa. La carga podía representar 35 pesos en el mercado de Corrientes. (18)

Los obrajeros que no tenían un respaldo financiero específico, formaban asociaciones mutuales que se hacían cargo de vender la madera por medio de intermediarios. Luego de acumular tres o cuatro cargas, generalmente se hacían los arreglos para transportarlas río abajo con un capitán de barco, quien a su regreso recibía el 50 por ciento de las ganancias.

El aislamiento de los obrajes favoreció los abusos que el gobierno correntino era incapaz de evitar. Eso no impidió la promulgación de algunas leyes ingenuas que aparentaban ser buenas. En 1853, las autoridades del puerto de Corrientes aprobaron las reglamentaciones establecidas para impedir las huelgas en los obrajes del Chaco. Estas medidas incluían los permisos para obrajeros y promotores, la garantía de las obligaciones recíprocas de ambos y la prohibición efectiva de las huelgas. En un esfuerzo por controlar a los deudores prófugos, el gobierno prohibió el empleo de taladores a un promotor que estuviera endeudado con otro. (Aviso de la capitanía del Puerto (de Corrientes), 5 de junio de 1853, en La libre navegación de los ríos. Corrientes, 8 de junio de 1853.)

 

NOTAS:

(6) Con relación a la Ley de Montes, ver Enciclopedia Universal Ilustrada europeo-americana. (Madrid, s/d) XXXVI: 478-79. Las leyes concernientes a los terrenos en general se encuentra en Recopilación de leyes de los reinos de las Indias (Madrid, 1973) 2:102-104.

(7) Oscar Creydt. Formación histórica de la nación paraguaya. (s/1, 1963), p. 36; John Hoyt Williams. The Rise and Fall of the Paraguayan Republic, 1800-1870. (Austin, 1979), p. 73.

(8) Cooney, Forest Industries. 1990, señala una considerable inflación en el salario de los taladores con experiencia a fines de 1790. A principios del nuevo siglo un hachero podía ganar hasta cinco reales por día (cuatro veces más de lo que podía haber ganado una década antes). Las raciones básicas de yerba, tabaco, sal, mandioca y carne eran proveídas a todos los obreros independientemente de sus salarios. Ver también Juan Francisco de Aguirre. Diario del capitán de fragata, Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires 17-20 (1949-51), pp. 417-430.

(9) ibid., pp. 443-44, y Providencia sobre sueldos de indios. Asunción, 22 de octubre de 1790, ANA. SH 155.

(10) Cooney, Forest Industries. p. 191.

(11) Citado en Cooney. Ibid.; ver también Fray Pedro José de Parras. Diario y derrotero de sus Viajes, 1749-1753. España-Río de In Plata-Paraguay. (Buenos Aires, 1943), p. 153.

(12) Vicente G. Quesada. La provincia de Corrientes. (Buenos Aires, 1857), pág. 109.

(13)Ver Alcides D'orbigny. Viaje a la América meridional. (Buenos Aires, 1945),1:273-89.

(14) John Hoyt Williams. "The Deadly Selva: Paraguay's Northern Indian Frontier", en The Americas 33 (1986), pp. 1-24.

(15) Citado en El Comercio. Corrientes, 2 de abril de 1857.

(16) Este estilo de vida se hace ficción en los imaginativos cuentos de Horado Quiroga. Cuentos completos, 2 vols. (Montevideo, 1979).

(17) Los viejos métodos de medida españoles utilizados para la madera fueron aplicados en todo el Alto Plata durante todo él período examinado. Estas medidas siempre fueron aproximadas. Los equivalentes a las antiguas medidas son: una vara equivale a 34,09 pulgadas; un pie equivale a 11,36 pulgadas; una tercia equivale a un pie pero únicamente para medir el ancho de la madera; y una pulgada equivale a 0,946 pulgadas inglesas. En el Río de la Plata no existía una definición estándar en términos de madera aserrada, aunque las vigas generalmente eran de dos pies cuadrados en la sección transversal.

(18) Cifra de fines de la década de los 1850. Ver Vicente G. Quesada. "Impresiones y recuerdos", Revista del Paraná, 2 (30 de septiembre de 1861): 99.

 

Enlace al documento:

LA INDUSTRIA MADERERA ALTOPLATENSE: LA DIMENSIÓN COMERCIAL

MADERA  E  INDUSTRIAS ASOCIADAS  (SEGUNDA PARTE)

Obra de THOMAS WHIGHAM

 

Fuente:

LO QUE EL RÍO SE LLEVÓ

ESTADO Y COMERCIO EN PARAGUAY Y CORRIENTES,  1776-1870

Obra de THOMAS WHIGHAM

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Colección Bicentenario a cargo de IGNACIO TELESCA

Biblioteca de Estudios Paraguayos

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Asunción – Paraguay, 2009 (372 páginas).






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