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Guillermo Da Re (+)

  14 DE MAYO DE 1811 - INTIMACIÓN A VELASCO, 1907 - Óleo de GUILLERMO DA RÉ


14 DE MAYO DE 1811 - INTIMACIÓN A VELASCO, 1907 - Óleo de GUILLERMO DA RÉ

PEDRO JUAN CAVALLERO INTIMANDO AL GOBERNADOR VELAZCO SU DESTITUCIÓN

14 DE MAYO DE 1811 - INTIMACIÓN A VELASCO, 1907

 

(BOCETO)

Óleo sobre tela, 82 x 114 cm.

GUILLERMO DA RÉ

(Italia, 1860 - Paraguay, 1910)

Colección JUAN SILVANO GODOY

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES 

Vista de exposición : Junio 2011

 

ENLACE (INTERNO) RECOMENDADO:

HISTORIA - RECORRIDO VIRTUAL y CATÁLOGO DE OBRAS

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES, PARAGUAY

 (Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

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Recomendado

 

PARAGUAY INDEPENDIENTE

Obra de EFRAÍM CARDOZO

Segunda edición paraguaya

Tapa: Cuadro del pintor paraguayo

LUIS TORANZOS

Gentileza de la CASA DE LA INDEPENDENCIA

CARLOS SCHAUMAN EDITOR

Impreso en Talleres Gráficos de

Industrial Gráfica Comuneros S.A.

Asunción – Paraguay

1988 (401 páginas)

 

 

 

ÍNDICE

I.      - LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

 II.    - LA JUNTA GUBERNATIVA

 III.   - PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA. EL CONSULADO

 IV.   - LA DICTADURA DEL DOCTOR FRANCIA

 V.     - EL SEGUNDO CONSULADO

 VI.    - CARLOS ANTONIO LÓPEZ

 VII. - FRANCISCO SOLANO LÓPEZ Y LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

 VIII. - LA CONSTITUCIÓN DE 1870. LA LIQUIDACIÓN DIPLOMÁTICA DE LA GUERRA

 IX.    - LA CUESTIÓN DE LÍMITES CON BOLIVIA. LOS PARTIDOS POLÍTICOS

 X.     - LA GUERRA DEL CHACO

 XI.    - LA CONFERENCIA DE LA PAZ DEL CHACO

 XII.  - LA CONSTITUCIÓN DE 1940.

 

 

 Pedro Juan Cavallero intimando al gobernador Velazco su destitución.

(14 y 15 de Mayo de 1811)

Pintura de GUILLERMO DA RÉ

 

 

 

 CAPÍTULO PRIMERO

LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

 

 

EL PARAGUAY CONSTITUÍA UNA NACIÓN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX.

-El proceso de emancipación de las colonias españolas sorprendió a la provincia del Paraguay en una etapa avanzada de su evolución social y con los elementos constitutivos propios de una nación. Los conquistadores españoles radicados desde 1537 a orillas del río Paraguay, en unión con los guaraníes originaron, a través de los años, un pueblo numeroso; homogéneo, trabajador y valiente, que sabía lo que el Paraguay, fundador de: ciudades, significó en la civilización del Río de la Plata, se enorgullecía de su ascendencia hispánica y poseía una robusta conciencia nacional.

 El sentimiento nacional hundía sus raíces en una larga historia de infortunios sufridos en común. Primitivamente centro de la conquista y de la colonización, desplazado el eje del Río de la Plata a Buenos Aires, el Paraguay quedó confinado dentro de sus selvas, donde, lejos de las grandes rutas comerciales y olvidado casi de la Corona, su pueblo soportó duras pruebas que vigorizaron su temple, le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad. «Todos convienen en considerarse iguales», anotaba Félix de Azara. El Paraguay, en su aislamiento y a los golpes de la necesidad, forjó instituciones peculiares, como la del servicio militar obligatorio y gratuito, y se acostumbró a vivir su propia vida, a lo cual contribuyó el incansable ejercicio de la facultad que le otorgó la famosa Cédula de 1537 para elegir, en caso de vacancia, sus gobernantes ad interim. El Paraguay era una comunidad turbulenta, con espíritu crítico aguzado por la adversidad, cuando se inició en América la liquidación del Imperio español.

 

EL PARAGUAY NO ESTABA SATISFECHO DEL RÉGIMEN COLONIAL.

 -Sobre la vida económica del Paraguay gravitaban anomalías que la hacían languidecer. El país poseía el monopolio natural de algunos productos nobles, como la yerba, que se consumían en toda América, y sobre los cuales las leyes impositivas cargaron la mano en forma de sisas, alcabalas y arbitrios con excesivo rigor. Mientras el oro no pagaba sino un quinto, la yerba rentaba en 1778 diez veces más de su valor, y al llegar a ciertos puntos esta proporción era aún mayor. La industria yerbatera, que podía cimentar el florecimiento de la Provincia, le dejaba escaso provecho. Lo mismo ocurría con los demás productos paraguayos. Irritaba más esta situación si se consideraba que el importe de las gabelas paraguayas era destinado a costear fortificaciones y tropas en Santa Fe, Montevideo, Chile y Perú; y aun la guerra contra los piratas de los mares del Sur, en tanto que los paraguayos estaban obligados a prestar servicios periódicos sin paga y aportando cada uno caballos y víveres, en los numerosos fuertes y en las frecuentes incursiones contra los indios del Chaco. En vano la Provincia imploró la cesación de esta «insoportable e inicua pensión». Cuando la Corona modificó el sistema fue sólo para eximir de la obligación de las milicias a los cosecheros de tabaco. La igualdad democrática de la carga era su única compensación hasta entonces. La Corona consagró una injusticia para crear otra institución no menos odiosa: la del Estanco del Tabaco. Tal como era manejado, con fines exclusivamente fiscales, se prestaba a abusos y no aseguraba al productor paraguayo sino un mínimo provecho. Otra institución que retardó el progreso fue la del puerto preciso, creada en exclusivo beneficio de Santa, Fe. En este puerto las embarcaciones paraguayas debían descargar forzosamente, para luego ser conducidos los productos en carretas santafesinas hasta Buenos Aires. Después de muchas imploraciones el Paraguay obtuvo la desaparición de esta cruel imposición, pero ella dejó en el alma paraguaya un sedimento de amargura y la conciencia de que sus quejas difícilmente llegaban a oídos de la lejana Corona.

 

LAS IDEAS DE LA REVOLUCIÓN NO ERAN AJENAS AL PARAGUAY.

 -La insurrección contra España se hizo al influjo de las doctrinas proclamadas por la Revolución francesa. En la teoría de la soberanía popular justificó el pueblo de Buenos Aires la deposición del virrey Cisneros y la constitución de un Gobierno nacional. Cautivo Fernando VII, el pueblo reasumía su soberanía designando la autoridad que en su nombre ejercería el poder. La idea central de la Revolución americana no era extraña al corazón paraguayo. El Paraguay había tenido su Revolución Comunera (1717-1735), que proclamó principios idénticos a los que Francia universalizó y Buenos Aires adoptó. La tradición revolucionaria y libertadora paraguaya venía de lejos. Los primeros conquistadores trajeron la simiente de las comunidades peninsulares, simiente que brotó briosa en la selva paraguaya. El partido de Irala fue denominado «comunero». Al adelantado Alvar Núñez depuso el vecindario asunceno a la voz de «Comunidad y Libertad». Es larga la lista de gobernadores, y aun de obispos, derrocados al grito clásico de «Libertad». La deposición del virrey Cisneros no podía sorprender al turbulento pueblo paraguayo.

 

BUENOS AIRES INVITA AL PARAGUAY A ADHERIRSE A SU REVOLUCIÓN.

 -La Junta constituida en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810 no se limitó a pedir al Paraguay su adhesión a su Revolución. Quiso también que se le reconociera como depositaria de toda la autoridad que correspondía al virrey, hasta tanto se reuniera el Congreso General de las Provincias, donde se organizaría el Gobierno definitivo y para cuya integración el Paraguay fue invitado a enviar su diputado. En ese sentido escribieron a Velazco la junta, la Audiencia y el Cabildo. Fue portador de la invitación el coronel paraguayo José de Espínola y Peña, nada apropiado para esta difícil misión, pues se había creado durante su actuación en la Comandancia Militar de Villa Real muchas enemistades. Recibidos los oficios, el gobernador Velazco le invitó a esperar la respuesta en Villa Real. Espínola no acató la orden y prefirió fugarse a Buenos Aires, adonde llegó después de accidentada persecución.

 

EL CONGRESO GENERAL RECHAZA LAS PROPOSICIONES DE BUENOS AIRES.

 -Ni el gobernador Velazco ni el Cabildo de Asunción quisieron tomar solos determinación alguna en la grave cuestión planteada por la junta de Buenos Aires. Convocaron un Congreso General, que se reunió el 24 de julio de 1810, integrado por los miembros del clero, del ejército, del Cabildo, de las magistraturas y corporaciones, comerciantes, hacendados y diputaciones de las villas y poblaciones del interior. El gobernador Velazco propugnó el desahucio de la pretensión porteña que, de ser admitida, podía embeber la caducidad de su propia autoridad, y exhibió documentos que comprobaban la existencia en España de un Consejo de Regencia, reconocido como depositario del poder del Rey durante su cautiverio.

 El Congreso resolvió jurar inmediatamente obediencia a dicho Consejo de Regencia y que se guardara armoniosa correspondencia y fraternal amistad con la junta Provisional de Buenos Aires. No se permitió discusión alguna desde que se supo que el abogado paraguayo doctor Gaspar Rodríguez de Francia había sostenido atrevidamente, frente al mismo gobernador Velazco que presidía la Asamblea, que el poder español había caducado. También se habían escuchado voces favorables a un avenimiento con Buenos Aires para evitar la lucha armada.

 El Paraguay se aprestó a ponerse en condiciones de hacer frente a las contingencias que podía acarrearle su negativa a reconocer a la junta de Buenos Aires. La nota de Buenos Aires era explícita: anunciaba el envío de una fuerza militar. Y el coronel Espínola no fue menos categórico en las amenazas que profirió al huir. Velazco llamó a los paraguayos para la defensa de la patria proclamando que Buenos Aires quería conquistar el Paraguay". Seis mil hombres acudieron al llamamiento «como si un rayo hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos», recordó después Velazco. La flotilla mercante fue armada. El Seminario de San Carlos se convirtió en cuartel. Pero faltaban armas. No se poseían sino 500 fusiles, Velazco salió personalmente a la campaña a recoger armamentos y a organizar las levas.

 

EXPEDICIÓN FLUVIAL A CORRIENTES.

 -Antes de conocer las resoluciones del Congreso de julio, Buenos Aires había decretado el bloqueo del Paraguay. Fue intercedida toda clase de comunicación del Paraguay con el exterior. A consecuencia de las órdenes que recibió para tal efecto de la junta de Buenos Aires, el subdelegado en Corrientes, Elías Galván, detuvo un convoy de ocho embarcaciones paraguayas, cargadas de mercaderías, que iban a Asunción. El gobernador interino, coronel Gracia, dispuso que una escuadrilla de cuatro buques de guerra, al mando del capitán José Antonio de Zavala y Delgadillo, se trasladara a Corrientes para liberar, por las buenas o por la fuerza, las embarcaciones paraguayas. El 30 de septiembre de 1810 llegaron a Corrientes y el 1° de octubre, Zavala, en un ultimátum al Cabildo, gallardamente redactado, exigió que, en el término de una hora, a todos los barcos detenidos se les permitiera continuar la navegación. «Y esta resolución - terminaba el ultimátum - será la única satisfacción que se admitirá en desagravio del gravísimo insulto que ha recibido aquella antiquísima y respetable Ciudad (de Asunción), madre de las ciudades del Río de la Plata» El ultimátum fue aceptado. Los barcos fueron liberados al día siguiente, después de obtenida la promesa de que la navegación no sería entorpecida en lo sucesivo.

 El Paraguay y Corrientes mantenían una contienda de límites. Los correntinos se habían establecido en Curupaity y todos los esfuerzos paraguayos para recuperar la posesión de esos terrenos fueron vanos. Corrientes ocupaba también los pasos de Itatí, del Rey y de Añasco. Fue aprovechada la expedición de Zavala para zanjar definitivamente el viejo pleito. El alcaide de primer voto de Ñeembucú,  Blas José Rojas de Aranda, se apoderó de la guardia de Curupaity, el. 27 de septiembre, al mismo tiempo que el teniente Fulgencio Yegros ocupaba los pasos sobre el Paraná, restableciendo la jurisdicción paraguaya.

 

BUENOS AIRES DECRETA UNA EXPEDICIÓN AL PARAGUAY.

 -Sin esperar la comunicación de las resoluciones del Paraguay, la Junta de Buenos Aires decidió despachar la expedición auxiliar. Fue destinado a realizarla el ejército que, puesto bajo el mando de Manuel Belgrano, se estaba organizando para la Banda Oriental. Según instrucciones, Belgrano debía pasar primeramente a las Misiones y luego al Paraguay, para poner a la Provincia «en completo arreglo»; si hubiese resistencia se le autorizaba a ejecutar al Obispo, al Gobernador y a los principales causantes de la resistencia. El coronel Espínola informó que escasas fuerzas bastarían para que tomara aliento el poderoso partido porteñista que, afirmaba, había dejado en el Paraguay. Por esta razón Belgrano llevó escasos efectivos, entre ellos varios paraguayos, como el mayor José Ildefonso Machaín y los hijos del coronel Espínola.

 La Junta, siguiendo los informes de Espínola, destacó dos emisarios confidenciales al Paraguay, para buscar contacto con los principales personajes paraguayos y persuadirles de la conveniencia de apoyar la causa de la Junta. Fueron ellos el capitán Francisco de Arias y el paraguayo Juan Francisco Agüero, quienes no pudieron cumplir su misión, pues éste fue arrestado en Asunción y aquél tuvo que volver a mitad de camino.

 

BELGRANO ES DERROTADO EN PARAGUAY.

 -El 10 de diciembre de 1810 el ejército de Belgrano, que alcanzaba a 1500 hombres, vadeó el Paraná, después de sostener corta escaramuza con la guardia de Campichuelo, y comenzó a internarse en territorio paraguayo. Las proclamas e intimaciones profusamente distribuidas no surtieron efecto. Ni enemigos que combatir ni amigos que ayudasen aparecieron en el largo y desamparado trayecto. Las chozas abandonadas, los sembradíos destruidos, el ganado disperso en los montes, eran indicio claro del espíritu con que el Paraguay recibía a los invasores. Al fin ambos ejércitos se avistaron en Paraguarí, el 15 de enero de 1811. Nuevamente intentó Belgrano persuadir a los paraguayos mediante proclamas y ejemplares de la Gaceta de Buenos Aires lanzados desde las alturas de los cerros vecinos. Pero aunque los papeles fueron ávidamente recogidos, Belgrano no notó sus efectos. «Desde que atravesé el Tebicuary - escribió a la junta- no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho hasta ahora en nuestro favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para oponérsenos, le obliga al Ejército de mi mando a decir que su título no debe ser de auxiliador, sino de conquistador del Paraguay».

 Tres días estuvieron ambos ejércitos ocupados en guerrillas, hasta que el 19 de enero de 1811, simultáneamente, decidieron atacar. Pero Belgrano tomó la delantera y llevó en seguida la confusión al centro de las fuerzas paraguayas, que se retiraron dispersas. Velazco casi cayó prisionero y, creyéndolo todo perdido, huyó a refugiarse en la cordillera cercana. Cavañas y Gamarra, que mandaban las alas, se repusieron de la sorpresa y obrando de concierto aislaron a las fuerzas atacantes desprendidas de sus bases en persecución del centro paraguayo. Luego maniobraron para envolver al resto del ejército porteño, pero Belgrano creyó prudente ordenar la retirada abandonando 120 prisioneros en poder de los paraguayos. La fuga de Velazco dejó sin cabeza al ejército paraguayo e impidió que se tomara disposición para perseguir a los porteños, que casi sin ser hostilizados levantaron su campamento y se replegaron hacia el Sur. La batalla de Paraguarí estaba ganada por el Paraguay. Pero Belgrano no era el   único derrotado. También lo fue el gobernador Velazco, cuya inesperada fuga le concitó el desprecio general.

 

PRIMEROS CONTACTOS ENTRE PARAGUAYOS Y PORTEÑOS.

 - Falto de jefes, el ejército paraguayo no emprendió enseguida la persecución de los porteños. Primeramente Belgrano pensó fortificarse en el Tebicuary, pero luego optó por hacerlo cerca del Paraná, a orillas del profundo río Tacuarí, muy apropiado para la defensa, en espera de los refuerzos anunciados por la junta de Buenos Aires. Mientras se retiraba dio a conocer a ésta, en sucesivos oficios, su opinión de que «era precisión decretar la conquista del Paraguay para que S. M. don Fernando VII no lo pierda»; pero con mayores elementos, «pues no hay uno solo que esté por la causa sagrada y se nos hace la guerra por todos los medios»". Ignoraba Belgrano la transformación que se estaba operando en el campo paraguayo. La conducta de Velazco y la de los españoles de Asunción, que se apresuraron a embarcarse con sus caudales cuando los fugitivos de Paraguarí dieron la falsa noticia de que se había sufrido una derrota, en tanto que los paraguayos asaltaban el cuartel para armarse y organizar la defensa de la ciudad, contribuyeron a ahondar las naturales divergencias entre europeos y nativos. Los papeles e impresos de Belgrano corrían de mano en mano. Los paraguayos comenzaron a poner atención en las declaraciones del jefe porteño, que no parecían estar de acuerdo con los alegatos del gobernador español.

 Velazco había inflamado el corazón de los paraguayos acusando a Buenos Aires de querer conquistar el Paraguay, al mismo tiempo que propalaba que los porteños no eran católicos y reconocían como rey a Tupac Amarú... Belgrano, en cambio, afirmaba que Buenos Aires, fiel a su rey y a su religión, no buscaba subyugar al Paraguay, sino auxiliarle para que manifestara libremente su voluntad, y ofrecía la libertad de comercio y la abolición del Estanco del Tabaco, de las gabelas impositivas y del servicio de milicias, que tan pesadamente gravitaban sobre la vida del país.

 Dos veces Cavañas buscó contactos con Belgrano, con el pretexto de intimarle rendición, pero en realidad para conocer mejor sus intenciones y disipar las dudas que habían nacido en el espíritu paraguayo. La primera el 24 de enero de 1811 por intermedio del capitán Antonio Tomás Yegros. La segunda lo hizo directamente el 20 de febrero el mismo Cavañas. «V. S. es católico - le escribió -. Nosotros también lo somos y según su Proclama a los Naturales de estos Pueblos vemos que aclaman el nombre de nuestro amado rey Fernando: ahora bien., ¿por qué razón ha traído armas, y se ha hecho nuestro agresor, talando los derechos de esta provincia, sin haber pecado siquiera venialmente contra el Rey, Religión, ni nuestra reconocida hermandad, hasta llegar a experimentar el rigor de nuestras armas.» Belgrano aprovechó tales coyunturas para explayarse sobre sus ideas, recalcando enfáticamente, una y otra vez, que no había venido a conquistar al Paraguay, «sino a auxiliarlo para que salga de la esclavitud en que se halla".

 

El Tambor de Tacuarí. Óleo de Rigamonte (Museo Histórico de Buenos Aires)

 

CAPITULACIÓN DE BELGRANO EN TACUARÍ.

 -Belgrano, fortificado a orillas del río Tacuarí, esperó que los paraguayos tomaran la iniciativa. El 9 de marzo de 1811 los paraguayos, mandados por el capitán Fulgencio Yegros, el comandante Juan Manuel Gamarra y el mayor Urdapilleta, iniciaron un movimiento envolvente, al mismo tiempo que una escuadrilla de botes armados remontaba el Tacuarí. Ante el vigoroso ataque paraguayo y la gravedad de la situación, Belgrano envió como parlamentario al paraguayo Alberto Cálcena y Echeverría. Cavañas, sin consultar con Velazco y contra la opinión de Gamarra y otros jefes, resolvió conceder capitulación a Belgrano, bajo su responsabilidad. Belgrano, que se consideraba perdido y que había quemado ya sus papeles, supo con sorpresa que el jefe paraguayo había ordenado el cese de las hostilidades y le concedía el paso, con armas y bagajes, al otro lado del Paraná, en vista de que uno había venido a conquistar el Paraguay, sino a auxiliarlo"

 Terminadas las hostilidades, paraguayos y argentinos fraternizaron efusivamente. Al llegar Belgrano al campamento paraguayo, fue saludado con honores militares. Cavañas y Belgrano conferenciaron cordialmente. Los prisioneros fueron libertados y Belgrano, antes de repasar el Paraná, envió a Cavañas sus anunciadas proposiciones de paz. “Habrá desde hoy decían- paz, unión, entera confianza, franco y liberal comercio de todos los frutos de la provincia, incluso el tabaco, con las del Río de la Plata y particularmente con la capital de Buenos Aires.” El Paraguay debía enviar a Buenos Aires emisarios para enterarse del verdadero estado político en las provincias del Río de la Plata y luego designar el diputado al Congreso General. Cavañas sometió las proposiciones a consideración de Velazco, al mismo tiempo que gestionó una entrevista entre éste y Belgrano para resolver las cuestiones planteadas. Mientras tanto Belgrano mantenía correspondencia y entrevistas con oficiales paraguayos, sobre todo con Yegros y Cavañas, procurando convencerles de la sinceridad de los principios de la Revolución porteña.

 Llegado el gobernador Velazco al campamento paraguayo, aunque aprobó la capitulación, ordenó que se cortara en el acto toda comunicación con los porteños. Se negó a considerar las proposiciones de Belgrano y a entrevistarse con él. En Asunción la noticia de la victoria de Tacuarí fue recibida con júbilo, pero la capitulación mereció severas censuras en el Cabildo, por creerse que por lo menos debió exigirse a Belgrano la entrega de las armas. Entre los críticos estuvo el doctor Francia, que reprochó a Cavañas su excesiva generosidad con Belgrano. La estrella de Cavañas comenzó a declinar, surgiendo rápidamente la de Fulgencio Yegros, en torno del cual comenzó a agruparse la joven oficialidad paraguaya. Lo evidente era que Velazco, hasta hacía poco indiscutido y respetado, había perdido todo prestigio. Su desgraciada actuación militar y luego la vanidad con que en los pueblos de las Misiones se hizo tributar honores de vencedor, precipitaron su descrédito. Aun más, cometió el error de desmovilizar inmediatamente al ejército, sin dar paga ni recompensa a los soldados. Velazco regresó a Asunción el 18 de abril de 1811 y viéndose huérfano de prestigio, se entregó enteramente al Cabildo, que fue, desde entonces, el núcleo de la reacción contra el creciente descontento popular.

 

 

DESPIERTA LA CONCIENCIA NACIONAL.

 -La guerra porteña fue de grandes efectos morales. Sirvió para mostrar a españoles y porteños la vigorosa realidad del patriotismo paraguayo. El Paraguay en masa había acudido a los campamentos a la invocación de la Patria hecha por el gobernador español en sus inflamadas proclamas. «Como si un rayo -anotó Velazco- hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos, me hallé a los dos días de haberse circulado los avisos con más de 6.000 hombres prontos a derramar la última gota de sangre antes que rendirse» Y Belgrano informó asombrado a Cornelio Saavedra acerca del entusiasmo de los paraguayos, bajo el concepto de que, oponiéndose a las miras de Buenos Aires, defendían su patria, la religión y lo que hay de más sagrado, recalcando: «así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse: pantanos formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha sido nada para ellos; pues su entusiasmo todo lo ha allanado; ¡qué mucho! si las mujeres, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay están entusiasmados por su patria ...».

 No podía sorprenderles su propio patriotismo a los paraguayos, pero sí la revelación súbita de su propio valer. La guerra había sido ganada a un adversario, si bien inferior en número, superior en armamentos y recursos, con el solo esfuerzo nacional, y pese a la defección española. Despertaba, de golpe, la conciencia de lo que la nación era capaz y al soplo de las nuevas ideas propaladas por los porteños se vivificaron viejas y adormecidas doctrinas. El pensamiento comunero de la soberanía popular resurgió potente a la superficie, para sustentar el derecho del pueblo paraguayo a romper, por su propia voluntad, anacrónicas ligaduras y decidir sobre su propio destino, suprimiendo las rémoras del régimen colonial que entorpecían su bienestar.

 La campaña militar tuvo un final inesperado: se operó sobre el mismo campo de Tacuarí la completa reconciliación con Buenos Aires. El pueblo paraguayo había acudido a los campamentos no por odio a la capital del Virreinato, sino porque creía mortalmente amenazada su libertad. Entre Asunción y Buenos Aires no había divergencias de intereses. El Paraguay gemía bajo un régimen absurdo del cual no era responsable ni beneficiario Buenos Aires. Las gabelas que abrumaban al comercio se pagaban en beneficio de otras ciudades. Buenos Aires, por boca de Belgrano, venía a ofrecer la tan ansiada libertad de comercio al Paraguay. La odiosidad que la invasión había creado en torno de los porteños se trasladó sobre el régimen colonial, donde estaba la raíz de muchos males. La opinión pública se tornó en gran parte favorable a Buenos Aires.

 

EN LA OPINIÓN SE DISEÑAN TRES TENDENCIAS.

 -El cambio producido no significó que la opinión estuviera uniformada. Había gran confusión y tendencias contradictorias. Por un lado se conspiraba activamente, por el otro se hacían preparativos de defensa del régimen amenazado mortalmente. Se distinguieron tres corrientes antinómicas que chocaban entre sí. En primer término el núcleo, poco numeroso pero selecto, de los españolistas, que se encastillaron en el Cabildo jurando odio eterno a Buenos Aires y se proponían aplastar la subversión. Contaban con el apoyo de parte del viejo patriciado paraguayo y de reputados militares nacionales, como García y Gamarra, y defendían, con el régimen español, sus privilegios económicos y sociales.

 En el otro extremo estaban los porteñistas, ocultamente dirigidos por el asesor del gobernador, el doctor Pedro Somellera, y entre los cuales figuraban algunos paraguayos de nota, como el doctor Ventura de Bedoya y fray Fernando Caballero; buscaban la cesación del poder español y la sujeción de la Provincia a la Junta de Buenos Aires. La gran masa de la opinión no se embanderó en estos dos extremos. Estaba capitaneada por la joven oficialidad de Paraguarí y Tacuarí; creía tener por jefe al general Cavañas y quería la cesación del viejo régimen al mismo tiempo que un entendimiento con Buenos Aires, No atinaban a encontrar la fórmula que conciliase su deseo de unión con Buenos Aires con su voluntad de conquistar la libertad de la patria. Su inclinación excesiva a las ideas de Buenos Aires amenazaba llevar al Paraguay por un declive peligroso. Pero en su retiro de Ibiray estaba gestando su fórmula y acariciando sus sueños el doctor Gaspar Rodríguez de Francia.

 

 

El general Fulgencio Yegros, presidente del primer gobierno paraguayo

Óleo del pintor paraguayo PABLO ALBORNO

 

 

REPRESIÓN DE CONATOS PORTEÑISTAS.

 -El Gobierno se vio precisado a adoptar severas medidas contra el partido porteñista. Numerosos vecinos de Asunción fueron confinados, en octubre, al Fuerte Borbón. Uno de ellos, don Santiago Aráoz, se fugó para delatar un plan subversivo, inspirado por el Vocal de la Junta de Buenos Aires, doctor Castelli. En Villa Real y en Yaguarón fueron arrestados el cura y el administrador. La más seria de las conspiraciones porteñistas debió estallar el 6 de abril, pero fueron apresados y enjuiciados sus directores civiles, Manuel Hidalgo y Marcelino Rodríguez. Con ellos se hallaba comprometido el popular alférez Vicente Ignacio Iturbe, pero Velazco no quiso tomar medidas contra uno de los héroes de las recientes jornadas.

 La reacción, desde el Cabildo, se aprestó a librar batalla contra la Revolución latente. Fueron recogidas todas las armas de los milicianos licenciados, y se anunció que Ello enviaba desde Montevideo armas y oficiales—. Se dispuso que se celebrase un nuevo juramento de fidelidad al Consejo de Regencia y se lanzó un «Empréstito patriótico». El capitán Genovés quedó encargado de concertar con Elío los planes de resistencia contra Buenos Aires. A principios de abril se resolvió enviar una escuadrilla a Corrientes con el oculto propósito de asegurar la llegada de los refuerzos de Elío y reanudar de hecho las hostilidades con Buenos Aires, rompiendo así el armisticio de Tacuarí. No obstante la agitación popular no cejaba, agravada con la injusta postergación de los nativos en la provisión de cargos y comisiones.

 

ES OCUPADA LA CIUDAD DE CORRIENTES.

 -El 7 de abril de 1811, la escuadrilla al mando del comandante de Ñeembucú, Jaime Ferrer, apareció frente a Corrientes, y se apoderó de los barcos surtos en el puerto El 17 llegaban a ese mismo puerto las armas y oficiales enviados por Elío. Alentado por este refuerzo, Ferrer envió un ultimátum al teniente gobernador Elías Galván, adicto a Buenos Aires, para que en el término de dos horas se declarase aliado del Paraguay y reconociese a Elío como virrey del Río de la Plata. Galván se refugió en el campo y el Cabildo aceptó el ultimátum. Ferrer ocupó la ciudad. Velazco le encargó el gobierno de la ciudad hasta que lo asumiera el comandante designado, Blas José de Roxas Aranda, quien inauguró su gobierno, el 28, con una violenta proclama dirigida contra la «turbulenta y fascinerosa» Junta de Buenos Aires". Las invectivas de su proclama encubrían otra realidad: Roxas de Aranda era uno de los cabecillas de la conspiración que se estaba fraguando contra el poder español en el Paraguay.

 La verdad era que en Asunción se conspiraba intensamente. Había un estado de subversión general. Velazco recibió noticias fidedignas de la conspiración por intermedio de paraguayos eminentes, como Zavala y Delgadillo y Pío Ramón de la Peña". Conspiraba Somellera con finalidad netamente porteñista. Conspiraba un grupo importante de militares, tomando de bandera a Cabañas, con Vicente Ignacio Iturbe a la cabeza. Un tercer grupo, capitaneado por Pedro Juan Cavallero, buscó los consejos del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, quien, habiéndose negado a cooperar en los trabajos de Somellera, aceptó después dirigir la conspiración y trazó el plan revolucionario. El movimiento no se circunscribió a la capital, pues debía producirse un levantamiento general. Roxas de Aranda tenía que pronunciarse en Corrientes, Fulgencio Yegros en Itapúa y Cavañas en las Cordilleras. Quedó señalada como fecha del levantamiento en Asunción el 25 de mayo, aniversario de la Revolución de Buenos Aires.

 

CONCIERTAN LOS ESPAÑOLES LA AYUDA DE PORTUGAL

 -Si  Velazco se mostraba vacilante no ocurrió así en el Cabildo, el cual recordó, para sus fines, la ayuda militar insistentemente ofrecida por Portugal, a cambio del reconocimiento de los eventuales derechos de la inquieta e intrigante princesa Carlota Joaquina a la corona de España  Ya a princios de enero de 1811, el embajador de España en Río de Janeiro había ofrecido ayuda a Velazco por intermedio de Diego de Souza, gobernador general de Río Grande, Velazco había aceptado interceptar la retirada de Belgrano y Cavañas escribió a Souza indicándole el paso del Itaibaté para vadear el Paraná los refuerzos solicitados. Souza anunció entonces a Velazco que 1000 hombres marchaban hacia San Boria listos para obrar contra Buenos Aires de acuerdo con Velazco, entre el Paraná y el Uruguay, aunque no era de parecer que esas fuerzas fueran al Paraguay.

 Desaparecido el peligro con la capitulación de Tacuarí, Velazco escribió a Souza aprobando la alianza portuguesa-paraguaya, pero dejando al arbitrio del virrey Elío la aceptación del plan. Souza destacó al teniente José de Abreu con la misión de reiterar al Paraguay la protección portuguesa y concertar con Velazco y el Cabildo operaciones militares en la Banda Oriental, donde la situación del virrey Ello era desesperada. Abreu llegó a Asunción el 9 de mayo. Tropezó con la oposición de Velazco, que ya no creía necesaria la cooperación portuguesa; pero el Cabildo, resuelto a llevar a todo trance la guerra contra Buenos Aires, incluso fuera de las fronteras paraguayas, después de largas deliberaciones efectuadas a puertas cerradas y en medio de la expectativa nerviosa del público, resolvió el 13 aceptar las proposiciones de Souza, colocando a la Provincia bajo la protección de Portugal para mejor defender los derechos de Fernando VII y de sus legítimos sucesores, entre los cuales quedaba reconocida implícitamente y en primer término la princesa Carlota Joaquina.

 

EL 14 DE MAYO DE 1811 ESTALLA LA REVOLUCIÓN.

-Hirvió de indignación la Asunción cuando corrió como un relámpago la noticia de que el partido españolista había resuelto entregar la Provincia a Portugal. Desde los tiempos trágicos de las «bandeiras» el Paraguay odiaba a Portugal. No se olvidaba la implacable destrucción del floreciente Guairá; Igatimí y Alburquerque eran páginas de dolor en la historia de la Provincia. Los indecisos tomaron partido en contra del Cabildo; el descrédito cayó sobre los españolistas, que ya no atinaron a reaccionar. Velazco, por oculta delación, conoció el plan subversivo, pero estaba moralmente aplastado y a nada se decidió. El 14 de marzo de 1811 transcurrió en medio de gran agitación. Se resolvió efectuar esa misma noche el levantamiento para impedir la salida del emisario portugués Abreu, señalada para el 15.

El capitán Pedro Juan Cavallero debía tomar el cuartel a la hora de la queda, cuando el mayor de plaza de la Cuesta saliera para la ronda habitual. Esa noche estaba en la guardia el capitán Mauricio José de Troche, uno de los complotados y cuyo relevo se había prolongado gracias a la complicidad del asesor Somellera. En el cuartel no, había sino 34 soldados curuguateños. Después de las ocho de la noche, Cavallero, Iturbe y demás complicados franquearon, sin dificultad, las puertas del cuartel. Las campanas de la Catedral, en la soledad de la noche, tocaron a rebato, llamando al pueblo al cuartel. Inmediatamente Cavallero se proclamó comandante. Los presos políticos puestos en libertad fueron armados, y se adoptaron disposiciones para prevenir cualquier reacción. En total no había más de 72 hombres, pero disponían de toda la artillería de la plaza y abundantes municiones. Más que el número y las armas les daba fuerza la intuición de su responsabilidad histórica. En sus manos estaba el destino de la nación paraguaya.

 Enterados de la novedad, algunos capitulares, el comandante Gamarra, el emisario portugués y otras personas, acudieron a la residencia del gobernador, situada a menos de cien metros del cuartel. Gamarra se ofreció para tomar el cuartel a viva fuerza. Contaba con los barcos de la bahía, con su guardia de granaderos y con el cuerpo de miñones. Pero Velazco no quería derramamiento de sangre e intentó someter a los sublevados pacíficamente: Gamarra fue destacado ante el cuartel, donde le negaron la entrada, aun cuando invocara su calidad de paraguayo. Una segunda misión, a cargo de un oficial, ya fue recibida a tiros. El tercer emisario, el mayor Cabrera, tuvo otra suerte: le abrieron la puerta del cuartel, pero fue para arrestarlo y maniatarlo. Sin desalentarse por estos fracasos, Velazco envió a fray Inocencio Cañete, tenido en opinión de santo, para conocer a lo menos las pretensiones de los sublevados. Tres veces intentó fray Cañete que se le dejara entrar en el cuartel. Algunos oficiales le ordenaron que se retirase, «pues no necesitaban de más pláticas», pero Cavallero, más urbanamente, le pidió que dijera al gobernador que estuviese tranquilo, puesto que por la mañana lo sabría todo.

 

CAVALLERO INTIMA EN LAS PRIMERAS HORAS DEL 15 A VELAZCO.

 - Transcurrieron muchas horas antes que los sublevados dieran a conocer sus exigencias. Esperaron, tal vez, instrucciones de Francia, o que Cavañas, urgentemente llamado, viniera a incorporarse a la Revolución, a lo cual, con gran sorpresa general, se negó alegando que sólo vendría si fuera llamado por el gobernador. Era más de medianoche cuando llegó a la residencia de Velazco el alférez Vicente Ignacio Iturbe, portador de una carta en la que Pedro Juan Cavallero, por él y sus subalternos, exponía las exigencias de la Revolución. «En atención - comenzaba el ofició que llevaba fecha 15 - a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que lo atacó, ahora se va a entregar a una Potencia Extranjera que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la Potencia Portuguesa, este Cuartel, de acuerdo con los oficiales patricios y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos.»

 Para tal efecto se reclamaba la entrega inmediata de todo el armamento que estaba fuera del cuartel. El gobernador podía seguir en el Gobierno, pero asociado a dos diputados designados a satisfacción del cuartel, mientras llegaran los demás oficiales de la plana mayor, «que entonces se tratará y se establecerá la forma y modo de Gobierno que convenga a la seguridad de esta Provincia». Se exponían otras exigencias: debía separarse del lado del gobernador a su sobrino don Benito Velazco y al ministro tesorero José Elizalde, sobre quienes recaía el odio general; había que cerrar la Casa de Gobierno y el Cabildo; ningún barco podía moverse del puerto; tanto el ayudante de Velazco, José Teodoro Cruz Fernández, como los miembros del Cabildo, tenían que ser destituidos y puestos en prisión.

 Velazco no dio respuesta inmediata al ultimátum de Cavallero, vacilante acerca del partido a tomar. Su dilación fue aprovechada por un grupo de europeos, que, al amparo de la noche, intentaron asaltar el cuartel, pero fueron fácilmente dispersados. Para obligar a Velazco a apresurar su decisión, Cavallero resolvió sacar a las tropas del cuartel a la calle. Sus fuerzas, acrecidas con el aporte de numerosos patriotas, tomaron posiciones en actitud de asaltar la Casa de Gobierno.

 Si Velazco quería evitar la sangre, los patriotas no se hallaban más resueltos a iniciar las hostilidades. Como hábil estratagema para impedir la reacción españolista se pensaba conservar a Velazco en el gobierno, y esto hubiera sido imposible si se apelaba a las armas. Caballero destacó nuevamente a Iturbe, reiterando su anterior intimación. Velazco, sin contestar directamente a Cavallero, dispuso que el obispo García Panés y otros eclesiásticos se personaran ante las tropas para procurar, una vez más, un arreglo pacífico. El obispo se enteró de la inflexible determinación de los revolucionarios de no admitir otra solución que la aceptación incondicional de las exigencias del cuartel.

 

CAPITULACIÓN DE VELAZCO.

 -Resuelto a no permitir nuevas dilaciones, por última vez Cavallero despachó a Iturbe hasta la Casa de Gobierno. Esta vez Iturbe no llevaba sino un ultimátum verbal, que concedía al gobernador quince minutos de plazo para dar su respuesta. Velazco vio que toda resistencia era imposible y decidió capitular. La Revolución había triunfado. Una salva de cañonazos atronó los espacios y el pueblo, congregado en la plaza Mayor, prorrumpió en gritos de «^Viva la Unión!».

 Consiguientemente a las proposiciones aceptadas por Velazco, había que nombrar los dos diputados que en nombre del cuartel se agregasen al Gobierno. Vecinos prominentes fueron invitados a dar su opinión. Acerca de uno de los diputados no hubo discrepancias: el capitán Juan Valeriano de Zevallos, aunque español de origen, gozaba de gran reputación entre los revolucionarios. Sobre el otro diputado hubo alguna discusión. Somellera maniobró sin éxito para ser elegido; el doctor Fernando de la Mora y el doctor Ventura de Bedoya excusaron su aceptación. Surgió el nombre del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, en torno del cual hubo extenso debate, pero finalmente fue proclamado,". Cavallero escribió al doctor Francia que estaba en Ibiray, comunicándole su nombramiento y pidiéndole que viniese inmediatamente a la capital.

Mientras se debatía la organización del Gobierno, el capitán Cavallero y el gobernador Velazco continuaron cambiando correspondencia. Cavallero se quejó de no haber sido exhibidos documentos que acreditaban la voluntad de Velazco de no someter al Paraguay a un dominio extranjero, así como de la demora en entregar el armamento de los miñones, guardia personal del gobernador, y las llaves de la Casa Consistorial. Velazco, contestó lanzando un bando en que se ordenaba la entrega de las armas en poder de los particulares, lo cual puso en conocimiento de Cavallero, así como que la correspondencia con los portugueses estaba siendo copiada y que las llaves del Cabildo se hallaban a su disposición.

 

EL 16 DE MAYO DE 1811 QUEDA CONSTITUIDO EL NUEVO GOBIERNO.

 -A las ocho de la mañana del día 16 el doctor Francia llegó al cuartel. Su primera disposición fue suspender el envío del emisario especial que estaba por ser despachado

a Buenos Aires para comunicar la Revolución. Cavallero informó en seguida a Velazco la designación de los diputados del cuartel, que, en consorcio con el gobernador, darían expediente a las providencias gubernativas, en la inteligencia que éste régimen sería interino hasta tanto se arreglara la forma definitiva de gobierno. Ese mismo día los dos diputados juraron por Dios y ante una cruz, en el patio del cuartel, desempeñar fielmente sus oficios. Poco después Francia y Zevallos se dirigieron a la Casa de Gobierno a iniciar sus nuevas funciones. La Revolución había triunfado sin derramarse una sola gota de sangre.

 Había que comunicar al pueblo las finalidades de la Revolución. Esta se había hecho al grito de «^Viva la Unión!». Pero el pueblo no deseaba la sujeción a Buenos Aires, lo cual, desde luego, tampoco era la intención de los jefes de la revolución. Estos no atinaban a conciliar su deseo de unión con Buenos Aires con la voluntad unánime de conservar la independencia nacional. El doctor Francia, que hasta entonces había sido el director oculto del movimiento, al aparecer a la luz y tomar resueltamente las riendas del gobierno, dio a conocer la fórmula que podía permitir al Paraguay allanar esa contradicción. El 17 el Triunvirato lanzó un manifiesto en el que estaba expuesta la solución-". Se prevenía allí al pueblo «que siendo tan benéficas como pacíficas las miras e intenciones del presente Gobierno y sus consocios, del mismo que las del expresado Comandante y tropas acuarteladas dirigidas sola-mente a promover la mayor felicidad de la Provincia, no han tenido por causa y por objeto en la presente determinación el entregar o dejar esta Provincia al tasando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires, ni de otra alguna, y mucho menos el sujetara ninguna Potencia extraña; y que todos los nominados, muy distantes de semejantes ideas, no han tenido ni tienen otra que la de continuar con todo esfuerzo haciendo los sacrificios que sean posibles a fin de sostener y conservar los fueros, libertades y dignidad de esta Provincia, reconociendo siempre al desgraciado soberano bajo cuyos auspicios vivimos, uniendo y confederándose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas Provincias y las demás del Continente bajo un sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de Derechos». Por vez primera se lanzaba a la faz del Río de la Plata la palabra «Confederación»"-.

 

SE BUSCA LA AMISTAD PORTUGUESA.

 -El motivo ocasional de la Revolución fue la creencia de que Velazco quería entregar la Provincia a Portugal. El emisario Abreu, que se apresuró a destruir la correspondencia de que iba a ser portador, recibió orden de no abandonar la ciudad. El nuevo Gobierno no creyó, sin embargo, prudente romper con Portugal. El 20 de mayo de 1811 se le entregó a Abreu una nota para don Diego de Souza, en la que se manifestaban deseos de seguir cultivando relaciones amistosas con los pueblos de dominio portugués-. En términos análogos se escribió al comandante del fuerte de Coímbra. Pero al mismo tiempo que se intentaba este acercamiento, se dieron instrucciones a los comandantes de fronteras para que vigilaran los movimientos portugueses.

 

LA CIUDAD DE CORRIENTES ES EVACUADA.

 -Quedó resuelto que la comunicación oficial de la Revolución a la junta de Buenos Aires se cursara después del Congreso General, cuya reunión para el 17 de junio se había acordado el 28 de mayo. Pero para mostrar de antemano los sentimientos amistosos que animaban al nuevo Gobierno, se decidió a fines de mayo la evacuación de Corrientes, donde, el 16, el comandante Blas Roxas de Aranda se había pronunciado contra las autoridades apresando al triunvirato capitular y a más de 100 europeos, que fueron embarcados para Santa Fe, operación hecha de acuerdo con el primitivo plan de la Revolución, simultáneamente con la que el teniente coronel Fulgencio Yegros realizó, en forma análoga, en Itapúa.

 Cumplido el abandono de Corrientes, el 6 de junio, fue lanzado un manifiesto en que se explicaba que, siendo el principal cuidado del nuevo Gobierno conservar la tranquilidad interior y la paz, unión y buena armonía con la ciudad de Buenos Aires y las demás del Continente «siempre que pueda efectuarse de un modo digno y compatible con el decoro y libertad de esta antigua, vasta y respetable provincia»,  se había ordenado la evacuación para que el pueblo de Buenos Aires y todo el mundo imparcial se convencieran de la moderación y generosidad del Paraguay triunfante que, desplegando las energías de sus fuerzas, «nada más ha deseado sino el que se respete su libertad; que no se trate de usurpar los más preciosos e inmutables derechos naturales de los hombres; y finalmente, que así como no se entromete, ni se entrometerá jamás, en el régimen interior de otras provincias, en la forma de su gobierno o administración, en la provisión de sus cargos, ni menos en disponer de su debilidad o de sus fuerzas, tampoco consentirá que sin la asistencia, influjo y cooperación de sus representantes legítimos, y sin la precisa igualdad de derechos, por las miras mal entendidas del interés común, o solamente por la prepotencia y ambición, o tomando ocasión de las convulsiones de una anarquía, intente someterla, o disponer de su suerte, o hacerse árbitro de su felicidad, despojándola anticipadamente de la verdadera libertad civil, inconciliable con semejante sujeción, que no la autoriza ni puede autorizarla la ley, especialmente sin haber mediado algún pacto de sociedad»". El documento, aunque no le estaba dirigido, apuntaba directamente a Buenos Aires. Anticipando las condiciones de la unión del Paraguay, buscaba desvanecer cualquier equívoco acerca del verdadero carácter de la Revolución paraguaya.

 

DESTITUCIÓN DEL GOBERNADOR VELAZCO

 -El gobernador Velazco firmaba mansamente cuantos documentos le presentaban los otros triunviros. Su  actitud demasiado pacífica, originó recelos. Cundió el temor de que los capitulares continuaran sus maquinaciones en connivencia con Portugal. El coronel Gracia, que estaba en Iquamandiyú, apenas se enteró de la Revolución, se había fugado a la frontera del Brasil. Las sospechas se convirtieron en convicción cuando se conoció una carta dirigida por Carlos Genovés a Velazco. En cambio a Montevideo, el conductor de los prisioneros porteños escribió al gobernador instándole a redoblar sus comunicaciones con los portugueses.

Otras cartas interceptadas por las autoridades" dieron motivo al Cuartel para una nueva intervención. El 9 de junio anunciaron los jefes y oficiales, en un Bando", que se habían visto precisados a suspender en sus oficios y guardarlos en lugar seguro al gobernador Velazco y a los miembros del Cabildo, quedando encargados del gobierno interino Francia y Zevallos.   

No solamente se aplicaba la energía  de los patriotas contra el partido españolista. Los porteñistas no fueron tratados con mayores consideraciones. El doctor

Somellera, que fuera ya eliminado de todas las deliberaciones del Gobierno, fue apresado, así como numerosos amigos que le secundaban en su labor proselitista    El Congreso General iba a reunirse sin que los dos partidos extremistas estuvieran en condiciones de ejercer la menor influencia.

 

EL 17 DE JUNIO DE 1811 SE INAUGURA EL CONGRESO.

 - Convocado para construir el definitivo régimen de gobierno y regular la forma de unión y relaciones con Buenos Aires, el 17 de junio de 1811 fue inaugurado el Congreso Generalas. Estaba integrado por los miembros de los cuerpos civil, militar y eclesiástico de la Provincia, de las diversas corporaciones, vecinos principales de la capital y compañías, invitados a concurrir mediante esquelas, y diputados de las villas y poblaciones del interior, elegidos en juntas de vecinos principales a simple pluralidad de votos. Eran no menos de 261 congresistas, de los cuáles sólo cuatro de nacionalidad española. Presidieron la Asamblea los asociados doctor Francia y capitán Zevallos y el comandante del cuartel, capitán Pedro Juan Cavallero, quienes abrieron el acto con un mensaje en que explicaron los propósitos de la convocatoria y el espíritu que animaba a la Revolución, y declararon que la Asamblea tenía completa libertad para tomar decisiones. «La Provincia del Paraguay- decían -, volviendo del letargo y de la esclavitud, ha reconocido y recobrado sus derechos y se halla hoy en plena libertad para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad»

 Después de ser leídos los manifiestos del 17 y 30 de mayo y del 9 de junio, y los documentos que justificaron la suspensión de Velazco y los del Cabildo, el Congreso levantó la sesión pública, pasando a deliberar en privado acerca de las importantes cuestiones sometidas a su estudio. Los tres días siguientes fueron dedicados a la emisión de los votos. El primero fue el de Mariano Antonio Molas, cuyas proposiciones, con algunos agregados, quedaron finalmente admitidas. No hubo discusión y sí gran uniformidad de ideas. «Todos los ciudadanos que habían concurrido al Congreso-recuerda Molas-manifestaban la más tierna y dulce sensación al contemplarse libres y con plena facultad de votar, según su conciencia, sobre la forma de gobierno que los había de regir en adelante. En todas las conferencias no hubieron disensiones ni contiendas que dividiesen los ánimos ni la uniforme opinión popular»

 

SE CONSTITUYE UNA JUNTA GUBERNATIVA PRESIDIDA POR YEGROS.

-En virtud de haber sido aprobadas las proposiciones de Molas, el Congreso resolvió el cese definitivo del gobernador Velazco y la constitución de una Junta Superior Gubernativa, presidida por el teniente coronel Fulgencio Yegros e integrada, en calidad de vocales, por el doctor José Gaspar de Francia, el capitán Pedro Juan Cavallero, el doctor Francisco X. Bogarín y don Fernando de la Mora. La Junta no debía durar más de cinco años y su reemplazo tenía que verificarse en Congreso General. Su presidente debía ser el comandante general de armas y al mismo tiempo suplir las veces de juez de alzadas para las causas mercantiles. También se decidió la privación de sus oficios a los miembros del Cabildo, a excepción del alcalde provincial Manuel Juan Múxica, y se autorizó a la junta a constituir el nuevo Ayuntamiento. Acerca de las cualidades requeridas para llegar a las funciones públicas se decretó que tendrían acceso a ellas los naturales, siempre que concordaran sus opiniones con las adoptadas por el Congreso, y aun los americanos, con tal que uniformaran también sus ideas «con las de este Pueblo». Los españoles quedaron inhabilitados para el mismo efecto, haciéndose expresa excepción en favor del capitán Zevallos, por los servicios que había prestado a la Revolución.

 

SE RESUELVE LA UNIÓN CON BUENOS AIRES.

 -Quedó resuelto, con un solo voto en contra, que «esta Provincia no sólo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas para el efecto de formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad» bajo las siguientes condiciones: 1º El Paraguay aceptaba enviar un diputado al Congreso General de las Provincias con el fin de arreglar la Autoridad Suprema Superior y de dictar la Constitución; 2.º Cualquier reglamento, forma de gobierno o Constitución que se dispusiera en el Congreso General no obligaría a la Provincia hasta tanto se ratificase por el voto de sus habitantes y moradores; 3.º Mientras no se formara el Congreso General, la Provincia se gobernaría por sí misma sin reconocer ninguna jurisdicción a la Junta de Buenos Aires; 4º Quedarían suprimidos los impuestos de sisa y arbitrio sobre la yerba que se cobraba en Buenos Aires para que la Provincia pudiera gravarla con destino a sus propias necesidades; 5.º Extinguido el Estanco del Tabaco, quedaría este producto y todos los demás del país de libre comercio con las otras provincias. El Congreso designó, de antemano, diputado. Al doctor José Gaspar de Francia, quien debía ponerse en camino para Buenos Aires «luego que por la Excma. Junta y generoso pueblo de aquella ciudad no se ponga reparos, como se espera, en estas proposiciones». Y para acentuar el espíritu amistoso hacia Buenos Aires, a propuesta del capitán Juan Bautista Rivarola se autorizó a la junta a gestionar en Montevideo la libertad de «los prisioneros», caídos en Paraguarí y remitidos, bajo segura custodia, por Velazco en vísperas de la Revolución.

 

SON SUPRIMIDOS EL ESTANCO Y EL SERVICIO MILITAR GRATUITO.

 -La Provincia, en libertad de determinarse por sí misma, aplicó su voluntad a la inmediata supresión de los dos gravámenes que mayormente entorpecían su vitalidad. El Congreso de Junio decretó la libertad de comercio extinguiendo el Estanco de Tabaco, y al mismo tiempo puso fin al servicio militar general, obligatorio y gratuito, disponiendo la creación de tropas remuneradas, a cuyo efecto creó los recursos necesarios. El importe de la venta de las partidas de tabaco del Estanco, adquiridas por la Real Hacienda, debía ser destinado a ese fin. Para el mismo objeto se creó un impuesto moderado sobre el tabaco y maderas que se exportasen y se autorizó a imponer también la yerba tan pronto como Buenos Aires aceptara la supresión de las sisas y arbitrios con que la gravaba en su puerto. Extinguido el Estanco de Tabaco, quedó también suprimido el cargo de ministro factor y administrador de rentas, subsistiendo sólo el de ministro tesorero de Real Hacienda, que debía ser nombrado por la junta de Gobierno. Al fin el Paraguay se liberaba de las insoportables anomalías económicas creadas por el régimen colonial. Comenzaba a palpar las conveniencias de su libertad.

 

 

 

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