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IGNACIO TELESCA

  SAN IGNACIO: FRONTERA Y PERIFERIA EN EL PARAGUAY COLONIAL - Por IGNACIO TELESCA - Año 2009


SAN IGNACIO: FRONTERA Y PERIFERIA EN EL PARAGUAY COLONIAL - Por IGNACIO TELESCA - Año 2009

SAN IGNACIO: FRONTERA Y PERIFERIA EN EL PARAGUAY COLONIAL

 

IGNACIO TELESCA


 

SAN IGNACIO: FRONTERA Y PERIFERIA EN EL PARAGUAY COLONIAL

 

            San Ignacio Guasú significó para la Compañía de Jesús el inicio de una exitosa experiencia misionera que duraría ciento cincuenta y nueve años en la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay.

            Sin embargo, ese mismo sistema misional implicó para la antigua gobernación del Paraguay una competencia por el uso de la mano de obra indígena, factible de ser encomendada.

            Difícil saber lo que representó para Arapysandú y su gente el inicio de San Ignacio, aunque para los pueblos guaraníes en general la conquista significó tener que dejar a un lado su propio modo de ser y someterse a la explotación económica e/o ideológica de parte de los nuevos pobladores de sus tierras.


INICIOS DE SAN IGNACIO GUASÚ


            En la fundación de San Ignacio confluyeron una serie de factores determinantes. En primer lugar, aunque parezca obvio es importante señalarlo; la Compañía de Jesús recién había creado la Provincia Jesuítica del Paraguay en 1607, es decir una nueva jurisdicción deseosa de tener nuevas pastorales. Al mismo tiempo, resulta pertinente señalar que para el cargo de provincial se nombró a Diego de Torres Bollo, quien había tenido una amplia actividad en las misiones de Juli en la provincia del Perú.

            Que haya sido en los alrededores del hoy San Ignacio se debió también a que el cacique Arapysandú estaba en Asunción y le había solicitado al gobernador Hernandarias la presencia de misioneros.

            Sin embargo, lo que decidió que los jesuitas se dirigieran al sur junto con el cacique Arapysandú fue la clara política de fortalecimiento de la frontera del propio gobernador Hernando Arias de Saavedra. Los jesuitas, no sólo son destinados hacia el sur del Tebicuary, sino también a la zona del antiguo Guairá y a trabajar con el pueblo Guaycurú. Fueron seis jesuitas quienes en 1609 dejaron Asunción para dirigirse, de dos en dos, hacia sus nuevos puntos misionales.

            El Guairá, en el límite este de la provincia, necesitaba ser fortalecido, tanto por el peligro bandeirante como por la necesidad de controlar la gran cantidad de indígenas que había en la región. Hacia el Chaco, evangelizar a los Guaycurús era capital si Asunción quería estar al resguardo de los ataques de ese pueblo.

            Finalmente, hacia el sur, Hernandarias ideó toda una maniobra misionera para tener bajo su control al grupo guaraní que habitaba entre los ríos Tebicuary y Paraná.

            Branislava Súsnik denomina a estos habitantes con el nombre de paranáes,27 y distingue fundamentalmente dos grupos: el que vivía a la orilla del Tebicuary, esencialmente agrícola, y el que se asentaba en la costa del Paraná, que era canoero. Ambos grupos se complementaban siendo que unos proveían los productos de la tierra y los otros resguardaban el río Paraná de posibles ataques.

            Para Hernandarias era fundamental tener control sobre este guára y por consiguiente de su territorio, además de contar con más mano de obra indígena para ser encomendada. Su primera aproximación no fue San Ignacio sino la fundación de Caazapá que estuvo dirigida por los franciscanos, por el célebre fray Luis de Bolaños. En 1606 se dio inicio a esta misión y más de 2.000 personas fueron concentradas en Caazapá.

            Siguiendo a Louis Necker,28 vemos que el gobernador va a seguir su proceso por la toma de control de este territorio con dos frentes misionales, hacia el este con la fundación de Yuty en 1611, también al mando de los franciscanos, y al sur del Tebicuary con la fundación de San Ignacio en 1609.29

            Es importante, entonces, vislumbrar que este inicio misional jesuítico tiene que ser contextualizado con la política de expansión de la corona española puesta en práctica por Hernandarias. Es decir, San Ignacio va a surgir como puesto de frontera de la antigua provincia del Paraguay.


TÁVA Y ENCOMIENDAS


            Los pueblos de indios, los táva, van a surgir como una respuesta ante la necesidad de agrupar a los indígenas para que estuviesen listos para cuando su encomendero los necesitara. En otras palabras, encomienda y pueblo de indio irán de la mano.

            Si bien contamos con fechas de creación de pueblos, como la de Altos, el primero, en 1580, y con una serie de ordenanzas como las del virrey Toledo en 1570, la conformación de los táva va a ser el resultado de un proceso de disputas entre los habitantes del pueblo, los encomenderos y los respectivos gobernadores.

            Por ejemplo, leemos en las Actas Capitulares de 1592 cómo recién ahí el cabildo resuelve darle un salario al cura doctrinero para que se haga cargo de la administración del pueblo, "por cuanto conviene y es necesario al bien general de la tierra que los indios de las encomiendas sean administrados y doctrinados en las cosas tocantes a la salvación de sus almas." 30

            Incluso en 1603 Hernandarias tiene todavía que ordenar "que se hagan reducciones de indios naturales en las partes y lugares más cómodos que hubiere... y así lo cumplan todos los encomenderos y cada uno de ellos dentro de seis meses que les doy y asigno por último y perentorio término so pena de perdimiento de feudo."31

            Cuando se funda San Ignacio ya habían pasado más de cincuenta años del inicio de la encomienda, pero la institucionalización de los táva era aún una tarea pendiente. Por eso también la política de Hernandarias de encomendar a las órdenes religiosas, franciscanos o jesuitas, esta tarea.

            Si bien los pueblos de indios son una institución colonial, éstos pueden establecerse porque los mismos guaraníes ya vivían en pequeños núcleos. De hecho, cuando los jesuitas Marciel de Lorenzana y Francisco de San Martín llegaron a donde estaba la gente de Arapysandú y decidieron fundar un pueblo en dicho paraje, lo que más les inclinó a ello es que encontraron "ya un pueblecillo con tanto mantenimiento."32 Incluso nueve caciques habían ofrecido irse con los jesuitas, y algunos de ellos habían comenzado ya a hacer sus rozas, "que es la mejor señal que podíamos tener," dice el padre Lorenzana en carta al provincial.33

            Sabemos que esta alegría duró poco ya que apenas pasado medio año tuvieron que mudarse de sitio a uno mejor, o al menos, mejor consensuado por todos los caciques. Lozano, en su Historia de la Compañía de Jesús, refiere que el primer asiento se situaba en un paraje cercano al río Paraná llamado Itaquí, del cual se mudaron a otro "llamado Yaguaracamigtá, dos leguas más cercano al Tebicuary."34

            No se sabe a ciencia cierta si la gente del cacique Arapysandú ya estaba encomendada o no. Hay quien piensa que el cacique estaba en la capital provincial en el servicio de su encomendero. Sin embargo, ya Hernandarias mandaba en la ordenanza número 16 que "los vecinos de esta gobernación y encomenderos dejen libremente a los dichos caciques y a sus hijos y mujeres e indios de su servicio quietamente en sus pueblos y no les perturben, inquieten ni traigan a la mita por ningún acontecimiento ni les ocupen en ningún género de trabajo."35

            Sin embargo, el padre Lorenzana comenta de otro cacique, Piché, "de quien allá se dice tanto," que mandó a su hijo y sobrino para visitar a los padres, pero no para instalarse con ellos, sino porque iban primero a Asunción "a ver al general y a su encomendero, y harán lo que ellos le mandaren".36

            Si no sabemos si estos indígenas ya estaban encomendados, lo que sí es cierto que luego sí lo fueron. Las disposiciones del oidor Francisco de Alfaro por las cuales los indígenas de las nuevas misiones jesuíticas no podrían estar encomendados a los vecinos de Asunción vendrán más tarde. Puede ser que durante los primeros diez años hayan contado con un período de gracia, pero para 1637 hay quejas en las cartas anuas de los perjuicios que le trae a San Ignacio el que sus indígenas estén encomendados. 37


SAN IGNACIO Y LAS REVUELTAS COMUNERAS


            En 1617 la gobernación del Río de la Plata fue dividida en dos gobernaciones, la del Paraguay 38 y la de Buenos Aires. La primera sentaba capital en Asunción e incluía las villas y pueblos al norte de los ríos Iguasú y Paraná; por su lado la de Buenos Aires, incluía las ciudades de Corrientes, Concepción del Bermejo y Santa Fe.

            Esta división traería consecuencias a mediano plazo, ya que la provincia del Paraguay, por la acción de los bandeirantes y de los pueblos indígenas mbayá y payaguá, se va a ver contraída territorialmente hacia fines del siglo XVII. Para 1682 el territorio de la provincia iba a quedar reducido a una franja imaginaria de 200 kilómetros de norte a sur, desde el Río Manduvirá al Río Tebicuary, y de 100 kilómetros desde el Río Paraguay hasta la nueva ubicación actual de Villa Rica del Espíritu Santo.

            Al norte del Manduvirá se encontraban los pueblos indígenas no sometidos al control español y hacia el sur del Tebicuary ya se extendía el territorio controlado por la Compañía de Jesús. La población total llegaba a 38.666 habitantes, incluyendo los 19.070 que vivían en los siete pueblos de indios controlados por los jesuitas.39 En esta nueva situación San Ignacio Guasú se encontraba a caballo entre dos realidades: por un lado pertenecía al grupo las misiones jesuíticas al sur del Tebicuary, pero por otro lado sus habitantes aún tenían que servir a sus encomenderos.

            Para principios del siglo XVIII sólo los indígenas de San Ignacio Guasú "pagaban su mita o tasa a esta ciudad [Asunción], ocupándose en hacer sementeras para los españoles.”»41 De esta misma época es la oposición que hace don José Dávalos y Peralta en 1714 para merecer la encomienda de indios mitarios del pueblo de San Ignacio que quedó vaca tras el fallecimiento de su antiguo titular, el Capitán Agustín Insaurralde.42 Tras la presentación de testigos y vistos los méritos, el gobernador don Juan Gregorio Bazán de Pedroza, el 9 de enero de 1715, le hace "merced y encomienda al dicho doctor don José Dávalos de la dicha encomienda de indios mitarios que vacó en dicho pueblo de San Ignacio, solicitada"; la encomienda es por dos vidas.43 Los cacicazgos encomendados eran el de Jacinto Uruguaebi y Miguel Maña. Ambos cacicazgos permanecerán en el pueblo y se los puede rastrear hasta el padrón de 1799.44 De hecho, Agustín de Insaurralde ya poseía esta encomienda en 1657, también con dos cacicazgos y 52 indios mitarios, 19 más de los que recibe Dávalos.45

            La encomienda de José Dávalos fue confirmada por Real Cédula del 30 de diciembre de 1717.46 Pero no fue la única; el 30 de agosto de 1720, también por Real Cédula, se confirma el título de encomienda de 42 indios del mismo pueblo de San Ignacio Guasú que había despachado el gobernador Bazán de Pedraza el 31 de enero de 1715 a favor del capitán Andrés Benítez. Éste era sobrino de quien fuera provincial de los jesuitas entre 1706 y 1709, Blas de Silva, y del futuro superior de Misiones Guaraníes entre 1721 y 1723, Pablo Benítez.47 La siguiente tabla nos muestra las encomiendas dadas desde 1715 hasta 1739.




            Pareciera que una vez iniciadas las revueltas comuneras (1721-1735) disminuye el registro de encomiendas de particulares en San Ignacio,55 y cuando el procurador de Misiones en el colegio jesuítico de Asunción paga los respectivos tributos no hace distinción entre indígenas encomendados a la corona y a particulares.56

            Un hecho llama la atención. En la segunda carta que José de Antequera y Castro le escribe al obispo del Paraguay, fray José de Palos, el 30 de enero de 1728, transcribe a su vez una carta del gobernador del Paraguay, don Martín de Barúa, dirigida a los jesuitas de los cuatro pueblos "más inmediatos a esta ciudad [Asunción]", fechada el 28 de enero de 1726. En la misma se queja del proceder de los indígenas que viven en esos pueblos y da como ejemplo lo que le sucedió justamente al comisario de la caballería, don Ignacio de Olazar, sobre quien los indígenas se abalanzaron para matarlo, lo que no sucedió ya que Olazar pudo defenderse.57

            La carta no avanza más allá de mostrar el mal comportamiento de los indígenas, pero no deja de llamar la atención que hayan tenido dicho actuar con un encomendero a quienes los indígenas del pueblo de San Ignacio le tributaban. Esto se ve confirmado por la carta que le envía el mismo gobernador Martín de Barúa al rey el 8 de agosto de 1726. En la misma le comenta que luego de haber visitado a los pueblos de indios a cargo de los franciscanos y de los clérigos seculares, ha suspendido la visita a los que estaban a cargo de la Compañía "por las circunstancias acaecidas en esta provincia" ya que, informa el gobernador,

            "... aunque todo quedó sosegado, los dichos indios proceden siempre a     manifestar deseo de ocasionar nueva novedad como bárbaros, y habiendo de         llevar en mi compañía para dicha visita a los vecinos de esta ciudad             encomenderos del pueblo de San Ignacio del cargo de dichos padres, he tenido   por conveniente suspender y no continuar la dicha visita de dichos pueblos... "


            Piensa Barúa que los indígenas podrían llegar a insolentarse y sus temores los fundamenta en la "inobediencia que están ejecutando a las órdenes que tengo despachado para que acudan con las mitas a sus encomenderos... y no ha habido medio de conseguirlo, hallándome con repetidas representaciones de los encomenderos...".58 Esta carta se relaciona con la citada anteriormente, y si bien el gobernador no da cuenta al rey del incidente con Olazar, es muy posible que sí haya ocurrido (aunque no en los niveles expresados por Antequera). Por otro lado, queda claro también que por estos años aún existían en San Ignacio indígenas que tenían que tributar a encomenderos particulares,59 aunque al parecer, no cumplían con dicha obligación.

            Martín Barúa no sólo hace referencia a la situación de San Ignacio, sino que en una siguiente carta dirigida al rey, fechada un día más tarde, el 9 de agosto de 1726, le propone algo más audaz. Teniendo en cuenta que los vecinos están ocupados en la defensa de sus tierras frente a los enemigos infieles le pareció conveniente que el rey

            "...ordenase, siendo servido, a los numerosos pueblos de indios que doctrinan los religiosos de la Compañía, especialmente los cercanos a esta ciudad, que se mantienen sin pensión ninguna, cada uno de ellos contribuyesen por mitas alguna parte de sus indios, y éstos se repartiesen a los vecinos para sus labranzas y útiles de su conservación, pagándoles su trabajo según ordenanzas de este país… 60

            Para el gobernador no sólo se beneficiarían los vecinos, ya que sus sementeras serían trabajadas, sino que también los mismos indígenas puesto que gozarán de libertad y se "harán más tratables, de la brutalidad en que se hallan", gracias al contacto con los españoles. Además, de esta manera, la provincia "volverá algo en el ser de su primera fundación".

            Esta propuesta de Barúa llegó a Madrid el 4 de noviembre con el resto de sus cartas y el fiscal da su parecer contrario a la misma, incluso afirma parecerle despreciable la proposición, pero sugiere que se pidan informes.61 Se le pide al gobernador de Buenos Aires, don Bruno de Zabala, y éste se posiciona en contra de lo solicitado por su colega del Paraguay. Zabala no cree que se utilicen para la labranza, sino que serán enviados a los beneficios de la yerba, además sostiene que los indígenas cuando no están controlados están más propensos al desenfreno. Para apuntalar esta afirmación Zabala pone como ejemplo lo que sucede con los indígenas que están bajo el control de los franciscanos y los "efectos que causa su distracción en una parte del pueblo de San Ignacio, el mayor, que es la única que está sujeta a pagar la mita al Paraguay".62 Finalmente el rey, siguiendo el parecer del fiscal y del gobernador de Buenos Aires, emite una Real Cédula el 27 de agosto de 1730, dirigida al gobernador de Paraguay, en donde le ordena y manda "que ahora no es conveniente la contribución de mitas que solicitáis, sino que se mantengan los indios en sus doctrinas, o a la vista de los curas''.63 En la misma Real Cédula menciona como razón:

            "...que sacando los indios de sus pueblos, sin grave urgencia, con dificultad vuelven a ellos, siguiéndose de esto el que se hacen al monte donde continuando sus idolatrías, olvidados de la religión católica, como lo ha enseñado la experiencia, en una parte del pueblo de San Ignacio que es la única que está sujeta apagar la mita ".

            Estas citas nos sirven para comprender por qué el control real de la provincia del Paraguay concluía a orillas del Tebicuary. El río no era sólo una frontera `económica'; los asuncenos no tenían acceso a la mano de obra indígena que vivía en los pueblos bajo el control de la Compañía de Jesús, sino que al concluir la primera fase de las revoluciones comuneras los 30 pueblos jesuíticos pasarían a estar bajo la jurisdicción del gobierno de Buenos Aires.

            Apenas terminada la primera fase de las revueltas, se embarcó para Madrid el sacerdote jesuita Jerónimo Herrán, quien cumpliría la función de Procurador general por la provincia del Paraguay ante el rey de España. En su primer memorial, escrito el 21 de enero de 1726, Herrán le suplica a Su Majestad que "mande se agreguen las dichas Reducciones del Paraguay al mando y jurisdicción del Gobernador de Buenos Aires". Herrán vuelve a insistir sobre el punto en un nuevo memorial del 14 de octubre arguyendo nuevas razones: las muertes y sufrimientos padecidos por los indígenas, en especial de los cuatro pueblos más próximos de Asunción. Finalmente, a través de la Real Cedula del 6 de noviembre de 1726 el rey resuelve que "en el ínterin que no mandare otra cosa estén en el todo las 30 reducciones de indios del cargo de la Compañía en el distrito del Paraguay bajo del mando y jurisdicción del Gobernador de Buenos Aires, con plena y absoluta inhibición del Gobernador y Justicia del Paraguay".65

            El 21 de marzo de 1729 se recibe en Asunción y es obedecida como de costumbre. Pero el 6 de abril el gobernador Martín Barúa le escribe al gobernador de Buenos Aires acerca de los "grandes inconvenientes inevitables que pueden sobrevenir de la perseverancia de esta real disposición". Lo fundamental que señala el gobernador es que "la única entrada para los comercios y comunicaciones es por el camino real que pasa por el pueblo de indios de San Ignacio y de los otros tres inmediatos... llave y guarda subordinada y arreglada de este gobierno", por lo que si pasan a otra jurisdicción ese control se perdería con los perjuicios esperables para la provincia.

            El gobernador de Buenos Aires declara entonces el 27 de septiembre de 1729, y haciéndose eco al pedido de Barúa, que el gobernador de Paraguay "pueda en los cuatro referidos pueblos [San Ignacio, Santa Rosa, Santiago y Nuestra Señora de Fe] continuar como hasta aquí en dar aquellas providencias y órdenes que tuviere por convenientes para el gobierno de aquella provincia".

            Le envía el despacho al rey, quien a través de una Real Cédula de 5 de septiembre de 1733, resuelve que en adelante estén los mencionados cuatro pueblos del mando del gobernador del Paraguay. La razón que arguye esta Real Cédula es la de evitar "que hubiese con los comerciantes y vecinos del Paraguay nuevos motivos de inquietudes, pretextando sus atrasos y la gran distancia al recurso". 66

            Sin lugar a dudas se puede intuir que la verdadera razón del gobernador Barúa no sólo era el salvaguardar el comercio de la provincia sino el asegurarse que esos cuatro pueblos estuvieran bajo su jurisdicción para poder ser encomendados, como lo había ya solicitado al rey. Recordemos que para esas fechas Barúa no tenía aún respuesta de Madrid a su pedido (que recién se firma el 27 de agosto del 1730).

            Sin embargo, en 1730 se iniciará la segunda fase de las revoluciones comuneras y de hecho nunca se llevará a la práctica esa sujeción de estos cuatro pueblos al gobierno del Paraguay y se seguirá recurriendo al gobierno de Buenos Aires para la confirmación de Justicias y demás dependencias. Por esta razón, el rey en la Real Cédula de 1743 resuelve que "no se haga novedad en este particular", dejando como estaba, dependiendo los 30 pueblos del gobierno de Buenos Aires.

 

SAN IGNACIO TRAS LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS


            La provincia se vio afectada por la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767/8 tanto a nivel demográfico como territorialmente. Comenzando por el primer aspecto, esta tabla nos pone de manifiesto el cambio demográfico que se dio.



            Como se puede apreciar claramente, en esos veinte años la población total creció un 13,4 %, mientras que la población no-indígena lo hizo en un 99,9 %. Sin poder ser taxativos, sí podemos afirmar que una gran parte de la población de las ex reducciones jesuíticas pasó a engrosar la población considerada como española.

            Llama la atención que el descenso de la población de los 13 pueblos jesuíticos correspondientes al obispado de Asunción sea aún mucho más pronunciado que el de los que pertenecían al obispado de Buenos Aires. Los datos que aporta Maeder nos muestran que entre 1768 y 1783 la población de los primeros pasó de 41.050 a 19.012, mientras que la población de los segundos de 47.778 a 37.070. Mientras que los primeros perdieron más del 50% de su población, los segundos sólo el 20% (sin tener en cuenta, claro está, el crecimiento natural, por lo cual las pérdidas en ambos lados serían mayores).



            Si nos centramos exclusivamente en San Ignacio Guasú, podemos distinguir como se dio este proceso. Después de las fuertes epidemias que afectaron a todas las misiones, a lo que tendríamos que agregar las bajas producidas por las revueltas comuneras, vemos que a partir de 1733 la población ignaciana comienza a recuperarse hasta 1768 en que se produce la expulsión. En menos de veinte años, el número de personas se redujo en un 60%. Para fines de siglo XVIII se está con los mismos niveles poblacionales que luego de 1732. La mayoría de los indígenas dejaron el pueblo y se incorporaron a la masa campesina que existía en los alrededores. En una sociedad monolingüe guaraní y eminentemente guaranizada (aunque se reconociera como española) la presencia de los ignacianos (como de los demás pueblos ex jesuíticos) no llamaba la atención de los habitantes.





 

            De estos últimos cuadros, lo más importante es señalar la alta presencia de españoles, un 17% en total, que se habían metido dentro del pueblo. Recordemos que San Ignacio continuaba siendo un Pueblo de Indios, sin embargo, esta presencia de españoles (entiéndase como categoría étnica y no como lugar de origen) nos está metiendo de lleno en los cambios territoriales producidos en la provincia del Paraguay tras la expulsión de los jesuitas.

            En el siguiente mapa podemos vislumbrar como la densidad poblacional que se experimentaba en la región de las misiones jesuíticas disminuye ostensiblemente en tanto que aumenta hacia el norte y hacia el sur de Asunción; hacia la zona de las misiones de San Joaquín, San Estanislao y Belén por un lado, y hacia al sur del Tebicuary, territorio bajo el control de la misiones jesuíticas.

            Después de 1768 la Provincia del Paraguay iniciará una ofensiva de ocupación territorial. En 1773 se funda Villa Real de la Concepción, a escasos kilómetros de la ex misión jesuítica de Belén con indígenas mbayá; en 1779, Villa del Pilar del Ñeembucú, en territorio perteneciente a las ex misiones jesuíticas. Cinco años más tarde se fundan San Pedro del Ycuamandyyú y Cuarepoty en el espacio otrora controlado por los pueblos de San Joaquín y San Estanislao. Es decir, la Provincia aprovechará los espacios dejados por la Compañía de Jesús para expandirse.

            Al mismo tiempo, como vimos, un sector de la población española se insertaba en las ex misiones jesuíticas. Sin embargo, éstos no eran campesinos en busca de nuevas parcelas para cultivar, sino sobre todo miembros de la elite asuncena.

           


 


            Como se puede apreciar, hay 13 pobladores no-indígenas, que alquilan trece estancias del pueblo de San Ignacio. Estos estancieros incorporarán mano de obra no indígena, "española", dentro de sus estancias. Capucine Boidin, en su tesis, trabaja un documento que nos da mucha luz sobre nuestro tema. Parece que el pueblo de San Ignacio tenía una deuda importante y resuelve vender dos estancias para salvar dicho compromiso. El delegado José Espínola le informa al virrey en 1799 que esta venta no les afectaría en absoluto, ya que tienen cinco estancias además de "catorce estancias principales arrendadas a los españoles, que éstos mantienen en ellas crecidas haciendas rurales, inclusive muchos agregados por las comodidades de dichas estancias, que ofrecen los cuantiosos terrenos." Ciertamente las estancias no eran pequeñas: la de San José tiene 3 leguas y 51 cuerdas de frente, y 4 leguas, 5 cuerdas y 22 varas de fondo (alrededor de 30.000 hectáreas)70, y la de San Antonio, de frente 1 legua 54 cuerdas y 23 varas y de fondo 3 leguas 52 cuerdas y treinta y 5 varas (poco menos de 15.000 hectáreas).71 Interesante es notar que mientras que la de San José la compró don Juan Antonio Caballero, la de San Antonio la compró el mismo subdelegado José de Espínola.72

            Bien sabemos, después de las investigaciones de Ernesto Maeder, que esto no es específico ni exclusivo de estos pueblos, sino que en las estancias más cercanas a Montevideo y Buenos Aires la presencia española era aún mayor, al igual que el aprovechamiento por parte de éstos de la 'riqueza pecuaria'. 73

            La cantidad de estancias no es un tema fácil de tratar porque a estar por los inventarios posteriores a la expulsión, cada estancia tenía varios rodeos (en otros lugares se habla de puestos). Por ejemplo, el pueblo de Santa Rosa poseía dos estancias, "una en el Tebicuary que de sur a norte tendrá como cuatro leguas y tres de naciente a poniente" (más de 22.500 hectáreas), pero ambas estancias tenían los siguientes rodeos: Jesús, San José, Concepción, Santa Bárbara (también hay un Paso de Santa Bárbara), San Rafael, San Miguel, Santa Rosa, Baguaretá, San Gabriel, Rosario, Itaruguá, Yeguaretá, San Borja y Santo Tomás.74 Es decir, en dos estancias, 15 rodeos. No todos se dedicaba al ganado vacuno, sino que algunos se especializaban en algún ganado en especial; en el rodeo de Yeguaretá, como su nombre lo indica (lugar de las yeguas) existían sobre todo yeguas. De aquí puede venir la confusión que en algunos documentos se citen, por ejemplo, 19 estancias en San Ignacio (en el censo de 1799 sólo se citan quince, dos del pueblo, la de San Estanislao y la de Santa Teresa, y trece arrendadas).

            No sabemos qué cantidad de cabezas poseían los particulares, pero según los inventarios realizados en los pueblos después de la expulsión de los jesuitas y el realizado para el censo de 1799, se ve una disminución del ganado vacuno perteneciente a algunos pueblos. Si el subdelegado José de Espínola no encontraba ningún problema en que el pueblo de San Ignacio vendiera dos de sus estancias, ya que le sobraban, y una de ellas la compró él, no es improbable que también encontrara muy atinado vender parte del ganado del pueblo a los nuevos estancieros que se iban incorporando a la región.75


 



CONCLUSIÓN


            Intentamos realizar un recorrido del pueblo de San Ignacio Guasú desde su creación en 1609 hasta que dejó de estar bajo el control de la Compañía de Jesús en 1768. En este trayecto queda claro que el pueblo pasó de estar en la frontera y en la periferia del Paraguay colonial para convertirse en uno de los centros del movimiento de expansión de la colonia a fines del siglo XVIII.

            La tierra y el ganado pasaron a convertirse en el núcleo de la riqueza, más incluso que el control de la mano de obra indígena, que ya comenzaba a dejar su pueblo y mezclarse con el campesinado pobre de la región.

            Para la Compañía de Jesús la expulsión implicó, huelga decirlo, la in-conclusión de la experiencia misionera con los guaraníes. Para el gobierno de Asunción, por el contrario se inició un período de expansión que había sido coartado ciento cincuenta años antes.

            Para los habitantes de los pueblos jesuíticos también significó la posibilidad de dejar de ser discriminados económica, social y jurídicamente. El precio a pagar fue sin lugar a dudas alto: negar su propia identidad de indígena, o de `misionero', para asumirse como español y ser considerado como tal.





NOTAS


27Branislava Súsnik. El rol de los indígenas en la formación y en la vivencia del Paraguay. Asunción: IPEN, 1982, tomo I, pp. 45-48.

28 Louis Necker. Indios guaraníes y chamanes franciscanos. Las primeras reducciones del Paraguay (1580-1800). Asunción: Universidad Católica, 1990, pp. 117-128. Ver también Magnus Mörner. Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata. Buenos Aires: Hyspamérica, 1985.

29Según Juan Francisco Aguirre, los jesuitas tomaron una reducción ya establecida por Hernandarias, la reducción del Paraná. Sin embargo no es claro su fundamento, ya que se basa en que como estuvieron encomendados esto significaría que esta reducción “la fundaron las armas”, es decir, por haber sido sometidos por Hernandarias. Sabemos que el hecho de que hayan estado encomendados es que esta misión, como las del Guairá, se fundaron antes de la llegada del oidor Francisco de Alfaro. Cfr. Juan Francisco Aguirre, Discurso histórico sobre el Paraguay. Buenos Aires: Union Académique Internationale - Academia Nacional de la Historia, 2003, pp. 296-297.

30Actas capitulares y documentos del Cabildo de Asunción del Paraguay. Asunción: Municipalidad de Asunción, p. 281.

31En Enrique de Gandía. Francisco de Alfaro y la condición social de los indios. Buenos Aires: El Ateneo, 1939, pp. 355-356.

32Documentos para la Historia argentina. Tomo XIX, Iglesia. Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1609-1614). Buenos Aires: Peuser, 1927, p.45.

33ídem.

34Citado por Rafael Carbonell de Masy. Estrategias de desarrollo rural en los pueblos guaraníes (1609-1767). Barcelona: Bosch, 1992, p. 399.

35Gandía, Francisco de Alfaro..., p. 357.

36Documentos..., pp. 45-46.

37 Ernesto Maeder. "Las encomiendas en las misiones jesuíticas", en Folia Histórica del Nordeste, n° 6, Resistencia, 1984, pp. 119-137.

38El nombre primero fue la gobernación del Guayrá.

39Rafael Eladio Velázquez, "La población en Paraguay en 1682" en Revista Paraguaya de Sociología, Año 9, n° 24, 1972, pp. 128-148; reimpreso en Pasado y presente de la realidad social paraguaya. Volumen I, Historia Social, 1995, pp. 557-578.

40Nuestra Señora de Fe (también mencionada como Santa María de Fe) fue fundada en 1651, Santiago en 1657, y Santa Rosa, como una subdivisión de Nuestra Señora de Fe, en 1698. Ninguna de estas misiones estaba sujeta a encomienda fuera del pueblo. Cfr. Archivo General de la Nación, Argentina (en adelante AGN), Sala IX, 17.3.6, Misiones, padrones 1735-1802.

41"Informe al rey del gobernador del Paraguay don Baltasar García Ros, sobre el estado de aquel gobierno y tratamiento de los indios reducidos, 1 de octubre de 1707", transcripto en Manuel Ricardo Trelles, Anexos a la Memoria sobre cuestión de límites entre la República Argentina y el Paraguay, Buenos Aires: Imprenta del Comercio del Plata, 1867, pp. 132-138, la cita de la p. 133, y citado también por Maeder, "Las encomiendas..." p. 125. En el Archivo Nacional de Asunción (en adelante ANA), sección Nueva Encuadernación (NE), vol. 61, figura un padrón de las encomiendas de 1709, pero en muy mal estado. Se desprende del mismo que hay 14 encomenderos, tres menos de los que había en 1657.

42El edicto del gobernador llamando a oposición se encuentra en ANA, Sección Historia (en adelante SH) vol. 86, documento 3 (en adelante 86.3)

43Rafael Eladio Velázquez, "José Dávalos y Peralta primer doctor paraguayo en medicina: jefe comunero", en Historia Paraguaya. Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, Vol. XXII, 1985, pp. 123-239. La transcripción del documento entre las pp. 179-234.

44Cfr. AGN, Sala IX, 18.2.2, y Branislava Súsnik; El indio colonial del Paraguay II. Los tres pueblos guaraníes de las misiones (1767-1803), Asunción: Museo Etnográfico "Andrés Barbero", 1966.

45Maeder, "Las encomiendas...", pp. 122-126.

46"...confirma la encomienda de 33 indios tributarios mitayos del pueblo de San Ignacio, de la Provincia del Paraguay, vaca por muerte del capitán don Agustín de Insaurralde, a favor del capitán don José Dávalos y Peralta, cuyo título despachó el gobernador don Juan Gregorio de Pedraza en atención a sus servicios y al de sus antepasados, en 30 de enero de 1715", en Pablo Pastells y Francisco Mateos, Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay. Madrid: CSIC - Instituto Santo Toribio de Mogrovejo. Tomo VI, 1715-1731, 1946, p. 160.

47Pastells y Mateos, Historia..., Tomo VI, p. 224. Ambos Asuncenos, Blas de Silva nace en 1647 y muere en manos de los indígenas en el río Paraná en 1717; Pablo Benítez, nace en 1668 y fallece en 1740. Fue Superior de las misiones guaraníes entre 1721 y 1723. Cfr. Hugo Storni, Catálogo de los jesuitas de la Provincia del Paraguay (Cuenca del Plata) 1585-1768. Roma: Institutum Historicum S.I., 1980.

48Ver la oposición para esta encomienda en ANA, NE, vol. 67.

49Se le cargó el 10% de interés por "la retardación".

50 Esta encomienda vacó por muerte de José de Ávalos y Mendoza, quien la tenía en primera vida.

51Esta encomienda vacó por muerte de Sebastián de Fleitas y su hijo, quien la tenía en primera vida.

52En depósito, esta encomienda vacó por muerte de don Pedro de Céspedes Xería que la tenía por segunda vida. Cuando hizo la visita Reyes Balmaceda esta encomienda tenía más indios de tasa, pero varios murieron en la epidemia que hubo en el pueblo, según manifestó el corregidor del pueblo.

53En depósito, esta encomienda vacó por muerte de Mauricio Prieto de Ochoa. Había más indígenas de tasa, pero fallecieron en la epidemia que hubo en el pueblo.

54Se pagaban 16 pesos 4 reales huecos por cada indígena. Los datos se completaron con lo referente al ramo de demora de indios. Cfr. también el trabajo de Teresa Blumers, La contabilidad en las reducciones Guaraníes. Asunción: Centro de Estudios Antropológicos, Universidad Católica, 1992, pp. 78-80. Las @ se refieren a arrobas de yerba mate.

55En un libro de consultas del provincial jesuita se lee en la entrada del 20 de octubre de 1735, que Bruno de Zabala le había preguntado qué se haría con las encomiendas de San Ignacio, las que habían dejado de mitar una vez iniciadas las revueltas; "varias cosas insinuaron los padres acerca este punto escabroso: lo que pareció más conforme a la razón, justicia y paz fue que se le dijese a su Excelencia que sería bien se informase quienes eran los encomenderos y si las poseían con derecho o no; y que si hallaba que no era conveniente que algunos la poseyesen en adelante, o por haber causado las sublevaciones pasadas, o por haber pasado ya las dos vidas, y juzgaba conveniente que se incorporasen en la Real Corona como están los demás de nuestros indios, que su Excelencia informase lo que juzgase más conveniente al Rey Nuestro Señor y al Señor Virrey, dándole parte a su sucesor para que sin ruido esperase la resulta del tribunal superior." AGN, fondo Biblioteca Nacional (en adelante BN), 69, Libro de Consultas 1731-1747, f. 43r.

56En la misma incertidumbre parece que quedaron los miembros del Cabildo de Asunción. Ellos recibieron la Real Cédula de 1743 el 25 de octubre de 1745, la cual obedecieron ceremonialmente, pero en el encuentro de la semana siguiente, el 3 de noviembre, le solicitan al gobernador que "se sirva dar providencia sobre que las encomiendas de los pueblos de San Ignacio paguen la tasa a sus encomenderos vecinos de esta ciudad, quienes a título de dichas encomiendas se hallan apensionados y en continuo servicio a su Majestad a sus costos, respecto a que en la Real Cédula... no está decidido ni se hace mención de él, manifestando el derecho y justicia que les asisten a dicho vecinos". En primera instancia el gobernador no da lugar al pedido, pero los cabildantes deciden hacer la representación directamente al rey. ANA, Copias de Actas Capitulares (en adelante CAC), carpeta 23, acuerdos del 25 de octubre, 3 de noviembre y 28 de noviembre de 1745.

57 José de Antequera y Castro, Cartas del Señor Doctor D. José de Antequera y Castro escritas al Ilmo. Sr. Maestro don Fray Joseph de Palos, Obispo Taliense, y coadjutor de la dicha provincia del Paraguay. Asunción: Cabildo Editora, 1983, pp. 272-273. Es Ernesto Spangenberg en sus Apuntes sobre un censo de encomenderos del Paraguay de 1754, Buenos Aires: e/a., 1992, pp. 101-103, quien da razón de esta carta, aunque él no sabía que Olazar había tenido una encomienda en San Ignacio. También menciona que Olazar es citado en la obra de Pedro Lozano, Historia de las revoluciones de la Provincia del Paraguay (1721-1735). 2 tomos, Buenos Aires: Edición Cabaut, 1905, en el tomo II, p. 132.

58AGN, BN, legajo 190, manuscrito 1908, Martín de Barúa al rey, 8 de agosto de 1726.

59El escrito de Barúa explica entonces por qué en el padrón de encomiendas de 1726, fruto de la visita que éste realizó, no figura ninguna encomienda perteneciente al pueblo de San Ignacio Guazú. Ver dicho padrón en ANA, NE, vol. 166. De hecho, en el mismo padrón aclara que "se asignará tiempo... para ejecutar la misma visita y padrón en los pueblos de indios que en la jurisdicción de este gobierno están a cargo de los religiosos de la Compañía de Jesús". Tampoco hizo la visita a Curuguaty por estar demasiado lejos. Esto lo escribía en febrero de 1726.

60AGN, BN, legajo 190, manuscrito 1910.

61 Pastells y Mateos, Historia... Tomo VI, pp. 498-499. En la p. 571 está la copia de la Real Cédula del 12 de marzo de 1729 dirigida al gobernador de Buenos Aires pidiendo dichos informes. En AGN, BN, manuscrito 2780, legajo 218, está la copia de la Real Cédula dirigida a la Real Audiencia pidiendo los mismos informes, fechada el 12 de marzo de 1728 y obedecida el 6 de diciembre del mismo año. Puede ser que Pastells haya transcripto mal el año.

62Pastells y Mateos, Historia... Tomo VI, pp. 594-595. El informe de Zabala está fechado en Buenos Aires, el 30 de noviembre de 1729. Importante es recordar que fue el mismo Zabala quien instaló a Barúa en el gobierno del Paraguay.

63AGN, BN, manuscrito 1092, legajo 182, también ANA, SH, 55.4.

64Pastells y Mateos, Historia... Tomo VI, p. 503-506.

65El expediente se encuentra en AGN, Sala IX, 30.1.3 (Interior, legajo 1, expediente 3) y una copia en ANA, SH, 2.8. Hay que señalar que esta división es exclusivamente respecto a la gobernación civil; en lo que respecta a los límites del obispado, los pueblos de ambas bandas del Paraná pertenecían al obispado del Paraguay, los famosos 13 pueblos. Cfr. Pastells y Meteos, Historia.... Tomo VI, pp. 609-612.

66AGN, BN, legajo 182, manuscrito 1106.

67Esta cédula que los jesuitas llaman la Cédula Grande, se encuentra impresa en AGN, BN manuscrito 1176, legajo 183. Lo referente a este ítem se toca en el duodécimo punto, ff  2223. Sobre la Cédula Grande, ver Carmen Martínez Martín, "El padrón de Larrazábal en las misiones del Paraguay", en Revista Complutense de Historia de América, N° 29, 2003, pp. 2550, Mórner, Actividades..., pp. 128-133.

68Para 1761 hemos utilizado la visita a su diócesis del obispo Manuel Antonio de la Torre. La misma se encuentra en Madrid, Museo Naval de Madrid, Miscelánea Ayala, vol. LIX, manuscrito II-2872, entre las páginas 233 y 325. Los datos de 1782 fueron extraídos de Juan Francisco de Aguirre "Diario del Capitán de Fragata Juan Francisco Aguirre" [1793-1798] en Revista de la Biblioteca Nacional, Vols: 17-19, n°: 45-48, años 1949-1951, Buenos Aires. Es de notar que para 1761 el número de indígenas ha de ser mayor, y el de no-indígena menor ya que el informe no distingue a los indios originarios de Asunción, Villa Rica y Curuguaty. Dentro de las misiones jesuíticas se incluyen también los pueblos de San Joaquín y San Estanislao. Dentro de la población no-indígena está incluida la población parda.

69Ernesto J. A. Maeder, Misiones del Paraguay: conflictos y disolución de la sociedad

guaraní (1768-1850). Madrid: Mapfre, 1992, pp. 53-68. Ver también Massimo Livi-Bacci y Ernesto J. Maeder, "The Missions of Paraguay: The Demography of an Experiment", en Journal of Interdisciplinary History, XXXV:2, 2004, pp. 185-224.

70"Se regula aquí el valor de una estancia o dehesa de 3 leguas cuadradas de superficie en 800 pesos fuertes, donde se pueden mantener 5 mil cabezas, cuya custodia se encarga a un capataz con 3 peones, 40 caballos y 20 mulas." Félix de Azara, Geografía física u esférica de las Provincias del Paraguay y Misiones. Tomo I, Montevideo: Anales del Museo Nacional, 1904, p.342.

71Ambas estancias se encuentran al nivel de las mejores recibidas tanto en Concepción como en Pilar.

72ANA, SH, 101.3; citado por Capucine Boidin, Guerre et Métissage au Paraguay : deux compagnies rurales de San Ignacio Guasu (2001-1767), Thése de doctorat, Université Paris X Nanterre, 2004, 687 p., 2 vol., capítulo 10.

73Ernesto Maeder, Misiones del Paraguay: conflictos y disolución de la sociedad guaraní (1768-1850). Madrid: Mapfre, 1992, pp. 121-157.

74AGN, Sala IX; 22.9.4, ff. 95-102v.

75Cfr. Branislava Susnik, El indio colonial del Paraguay II. Los tres pueblos guaraníes de las misiones (1767-1803), Asunción: Museo Etnográfico "Andrés Barbero", 1966, pp. 189-200.

 

Fuente (enlace interno):
 
 
 
EL COMIENZO DE UNA UTOPÍA - BARTOMEU MELIÁ, S.J (ORG.)
 
IV CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN
 
DE SAN IGNACIO GUASÚ
 
Tapa y Contratapa: KOKI RUIZ
 
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Tel.: 595 21 233541 – 233542
 
EDICIONES MONTOYA
 
 
ASUNCIÓN – PARAGUAY
 
2010 (176 páginas)
 




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