En un rito que se repetía cada mañana, el arpista y compositor LORENZO LEGUIZAMÓN llegaba a tomar tereré con su amigo PATROCINIO ROJAS ESTECHE, mecánico que tenía su taller sobre la avenida José Félix Bogado de nuestra capital.
"Yo había vuelto de Europa y había entrado, como suboficial, en la aviación. Tras la muerte de ALEJANDRO VILLAMAYOR heredé su puesto. Y cuando sobre mi moto venía al centro, siempre iba un rato a lo de mi amigo, un letrista amable y amante del folklore", cuenta Leguizamón, precisando que esto ocurría en 1959.
-Oiméko a’arma peteî panadería aikóvo (Estoy montando una panadería)-, le informó un día su amigo, sorprendiéndolo con la inesperada novedad, en medio del ruido de la reparación de vehículos, sin darle más explicaciones. La esposa de Patrocinio, rato después, le confirmó el proyecto de su marido.
Pronto, los olorosos panes salieron a la madrugada, en una canasta, del brazo del mecánico. El reparto se hacía indefectiblemente a partir de las cuatro de la madrugada. Parecía que el secreto era llegar antes que los clientes de los almacenes y despensas, para encontrarse con la delicia de un producto recién horneado, caliente todavía.
En realidad, debajo de ese afán de transformar la harina en un molde apetecible, se amasaba otra historia. "Había sido la che dúo iñakâ raku peteî morocha põrâre oikóvo ra’e (Había sido que mi amigo se enamoró perdidamente de una bella morena)", recuerda Lorenzo.
-Ndoguerúiko la plata ápe. Amalicia ko oî hína la ho’upáva chugui la ipan repykue pe tapére, ko’êmboyve-, le dijo un día la esposa del mecánico, revelándole sus sospechas con naturalidad.
Si bien el tereré compartido continuaba, Rojas Esteche nunca le había contado nada a Lorenzo acerca de algún romance amarillo a orillas del alba.
-Ajapóngo aína peteî letra ha aipota remomúsicami chéve. (Estoy escribiendo una poesía y quiero que le pongas la música)-, le pidió el poeta popular a Lorenzo Leguizamón -Ndéngo pe che amigo ahayhuvéva ha amombe’u pôrâta ndéve mba’épa ojehumi chéve. Ajapo la pan, asê avende la che canastomi che jyva ári ha areko peteî morocha juky. A’alkila chupe peteî óga. Upépe che amoi opa mba’e.
Ha reikuaa mba’épa.... oguerahami chehegui lo mitâ do mese haguépe. Apyta cheño. Ha askrivi ko letra. Ahetûko pe hyakuânguemi kuri (Eres el amigo a quien más aprecio y te voy a contar con sinceridad lo que me pasó. Hago el pan, salgo a vender con un canasto en mi brazo y tengo una dulce morena. Le alquilo una casa. Y, sabés qué ...a los dos meses alguien la lleva de mí. Me quedé solo. Escribí esta letra. Llegue a besar su aroma)-, terminó de confesarle.
Lorenzo ya no recuerda el nombre de la que inspiró a un hombre primero a dedicarse a una panadería para dedicarse en realidad, antes de la aurora, a ella. Y después le dio el motivo para que escribiera NDE POTY RYAKUÂNGUEMI. "María ko hi’âche raka’e pe héra, pero nachemandu’a pôrâvéima (Creo que María era su nombre, pero ya no lo recuerdo bien)", atina a decir el arpista, desconfiando de su memoria.
La letra es sencilla y emotiva. Toma la imagen de la flor y a partir de ella cuenta su experiencia. Es la historia de lo efímero. Pronto el aroma toma otro rumbo y a él solo le queda el consuelo de haber estado cerca de la fragancia que ya solo reconstruye en sus versos.
Lorenzo cumplió el pedido de su amigo. RAMÓN VARGAS COLMÁN y ANDRÉS CUENCA SALDÍVAR fueron los primeros en grabarla. Con el DÚO QUINTANA-ESCALANTE, sin embargo, obtuvo su consagración definitiva.
"Pevarânte voi ojapo pe panadería. Apillapáko che pe karai tujápe (Para eso nada más se metió con la panadería. Le descubrí todo a ese viejo)", le confesaría algún tiempo después la esposa de PATROCINIO ROJAS ESTECHE a LORENZO LEGUIZAMÓN. Para entonces, la industria del ko’êmbota ya había desaparecido. Era lógico: marchita la flor de la madrugada, la empresa del pan ya no tenía razón de ser.