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ROBERTO A. ROMERO (+)

  LA REVOLUCIÓN COMUNERA DEL PARAGUAY - SU DOCTRINA POLÍTICA - Por ROBERTO A. ROMERO - Año 1995


LA REVOLUCIÓN COMUNERA DEL PARAGUAY - SU DOCTRINA POLÍTICA - Por ROBERTO A. ROMERO - Año 1995

LA REVOLUCIÓN COMUNERA DEL PARAGUAY

SU DOCTRINA POLÍTICA

 

Por ROBERTO A. ROMERO

 

Imprenta LEGUIZAMÓN

Setiembre 1995 (113 páginas)

Asunción – Paraguay

 

 

PRESENTACIÓN

La Revolución Comunera del Paraguay, su doctrina política, que el amigo historiador Roberto A Romero nos dispensó el honor en presentarlo. Con esta obra que viene a llenar un vacío largamente sentido en el estudio de nuestra historia, donde siempre se nos ha enseñado que la Revolución Comunera no es sino una réplica del levantamiento de los Comuneros de Castilla contra el Rey Carlos V. Sin embargaron los documentos en que se funda nuestro autor se pone en evidencia que nuestra Revolución Comunera tuvo raíces nativas en los levantamientos indígenas del tiempo colonial, tales como el alzamiento del Cacique Lambaré, quien resistió a las armas españolas expresando su histórica frase: "Mbaéicha rupí oúta pytaguá cuera omboaparypy teta guaranime, oicuaá yre iñeé ha imbaembyasy...”. El levantamiento de la india Juliana en 1542 contra Alvar Núñez Cabeza de Vaca que terminó con su ejecución, y finalmente la rebelión de Arecayá, donde el cacique Yaguariguai juntamente con otros 23 jefes indígenas derrotados fueron finalmente ahorcados frente a la Iglesia de la Catedral por el gobernador Sarmiento.

Esa tradición de autonomía y libertad recogida por los Comuneros Paraguayos se manifestó en la gran revolución de 1717 hasta 1735, donde también fueron finalmente ajusticiados José de Antequera y Castro y Juan de Mena en el cadalso de Lima, luego de 5 años de proceso, y según la siguiente sentencia: “El 3 de Julio de 1731 se dictó fallo definitivo que lo condenó, conforme a su título de nobleza, a morir en el cadalso: que muera - dijo el Virrey - con toda la honra posible. En la causa criminal que de Oficio de la Real Justicia y de orden de su Magestad, que Dios guarde, se ha seguido contra don José de Antequera y otros, por la sedición y rebelión de la provincia del Paraguay, y consiguientemente por delito de lesa-Magestad y demás deducido, vistos, etc. Atento a los autos y méritos de la dicha causa, y a lo que de ella resulta contra el dicho don José de Antequera, que le debo condenar y condeno a que de la prisión y cárcel donde está, sea sacado con chía y capuz de bestia de silla enlutada, y con voz de pregón que manifieste su delito, llevado a la plaza pública de esta ciudad, donde estará puesto un cadalso y en él será degollado hasta que naturalmente muera; y asimismo le condeno en confiscación de todos sus bienes, aplicados éstos por mitad a la Cámara de su Magestad y gastos de Justicia, y por esta mi sentencia definitivamente juzgando así lo pronuncio, y mando con el Acuerdo de esta Audiencia, y que se ejecute sin embargo de suplicación y de la del sin embargo. Dio y pronunció la sentencia el excelentísimo señor Marqués de Castel-Fuerte, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos, con el acuerdo de esta Audiencia, y que asistieron los señores don José de Santiago Concha del Orden de Calatrava marqués de Casa-Concha, don Álvaro Navia Bolaños y Moscoso del de Santiago, don Álvaro Cavero, don Álvaro Bernaldo de Quirós y don José Ignacio Ortiz de Avilés, presidente y oidores de esta Real Audiencia, que rubricaron dicha sentencia en los Reyes, en tres de Julio de mil setecientos y treinta y uno”. (P. LOZANO, “Historia de las Revoluciones del Paraguay”  T.I. pág. 430).

El día señalado para el cumplimiento de la sentencia, Antequera fue sacado de la cárcel y conducido por los soldados del Virrey, en la forma prescripta, a través de las calles de Lima hacia el cadalso, acompañado celosamente por dos religiosos franciscanos. Un heraldo encabezaba la comitiva pregonando en alta voz: "Esta es la justicia que manda hacer el Rey nuestro señor, y en su real nombre, por particular comisión, el excelentísimo señor Virrey de este reino, con el acuerdo de esta Audiencia, en la persona de don fosé de Antequera, por haber convocado todos los hombres de tomar armas de la Provincia del Paraguay diversas veces con sedición y rebelión, a fin de no obedecer las órdenes de este gobierno superior, ni admitir sucesor al gobierno de aquella provincia, hasta juntar ejército con artillería, que mandó, y dio batalla al de la Provincia de Buenos Aires, que venía a prenderle de orden de este gobierno superior, en cuya batalla quedaron muertos más de seiscientos hombres; por lo cual, y lo demás que resulta de los autos, se le ha mandado degollar y confiscar sus bienes Quien tol hace, que tal pague "(Loza no, o,c)

"El pueblo de Lima, conglomerado en la plaza donde se levantó el patíbulo, indignado por la terrible condena, se solidarizó con Antequera, pidiendo perdón para el mismo. El Virrey, temeroso de que la protesta popular, ya convertida en furioso tumulto de pasiones, pudiese libertar al reo del suplicio, ordenó a los soldados que hiciesen fuego sobre Antequera, quien allí cayó muerto al lado de la muía drapeada de negro en que iba montado. Era el día Viernes 5 de Julio de 1731. El Marqués de Castel-Fuerte, para cumplir la sentencia, mando que el cadáver de Antequera le cortasen la cabeza en el cadalso, la que el verdugo mostró al pueblo consternado, en una palangana de plata, en los cuatro costados del tablado. El Alguacil Mayor Juan de Mena fue condenado por cómplice a morir de garrote vil en un cadalso menor. Los otros compañeros: Alonso de Guzmán, Miguel Duarte y Tomás de Cárdenas fueron sentenciados a destierro perpetuo de la Provincia del Paraguay.

El dramático espectáculo de la decapitación del cadáver del héroe, revela el espíritu de crueldad y de venganza que animaba a los vencedores, sin parangón en la historia de las sublevaciones populares. Pero, ni el hombre fue vencido ni sus ideas acalladas. Ellas alumbran todavía como un faro de libertad, la esperanza redentora de los pueblos oprimidos en América. Razón tiene el Profesor Dr. Roberto A Romero cuando comenta que: ‘‘En la noche del 14 de Mayo de 1811 cruzó fugazmente por el cielo de Asunción, como un astro luminoso, el alma de Antequera”.

Las posteriores afirmaciones de la Independencia del Paraguay, como las del gobierno del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia y de los López; reconocen como antecedente histórico de soberanía, libertad e igualdad al Movimiento Comunero.

La Revolución de Mayo de 1811, así como toda manifestación libertaria del pueblo paraguayo reconoce como antecedente a la Revolución Comunera, primera proclama de libertad en América.

La Revolución Comunera continúa siendo una permanente lección donde el pueblo, y en especial su juventud pueden beber el más auténtico nacionalismo y la savia más pura del patriotismo.

El MOVIMIENTO PARAGUAYO DE LIBERACION “JOSE GASPAR RODRIGUEZ DE FRANCIA”, inspirado medularmente en las profundidades de la historia patria, en toda la resistencia a la opresión, en la lucha por la libertad - con nuestros héroes y mártires - desde la heroica resistencia del indígena y la gesta de los Comuneros, la Revolución de Mayo y muy especialmente en los gobiernos próceres de Rodríguez de Francia y los López, y en todos los que siguen luchando y muriendo por la Libertad y la Justicia Social, saluda la presentación de este valioso aporte bibliográfico del historiador y profesor Dr. Roberto A. Romero sobre un tema tan vital para la formación del hombre paraguayo, y por triste paradoja tan poco conocido de nuestra historia, como es la Revolución de los Comuneros.

Juan de Dios Acosta Mena por el

COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL del MOVIMIENTO PARAGUAYO DE LIBERACION “JOSE GASPAR RODRIGUEZ DE FRANCIA”

“El indio guaraní en las Misiones se consideraba regido por la ley divina, tal como ella era dictada e interpretada por sus rectores, acatada mansa y voluntariamente y en cuya formulación su voluntad no contaba para nada. El paraguayo civil se creía regido, antes que por las leyes de la Corona, por su propio concepto de autonomía personal y política, designando y poniendo gobernantes, forjando instituciones propias, según su inspiración o su necesidad. Su reino era el reino de la libertad. Y porque lo creyó amenazado por los jesuitas se irguió hostil ante su poder, lo desafió, le hizo guerra y ensangrentó los campos del Paraguay en una de las más tremendas “conmociones de la historia americana: la revolución de los comuneros.

Efraím Cardozo “El Paraguay Colonial”

 

“La crianza que dan a sus hijos, por lo común y general, es tan conforme a la entereza que estilaban antiguamente nuestros abuelos, que tengo por cierto que en la relajación del siglo solo los paraguayos la conservan; imponiendo a sus hijos de tal suerte en la obediencia, sumisión, servicio y toda fatiga, que a veces me parecía sobrada rigidez en ellos. De esto nace el ser sufridos y aguantadores en el trabajo, el hambre y demás calamidades, y al mismo tiempo tan firmes por lo general, y tan resueltos para defender al país y la razón de sus causas.

Mathias de Angles y Cortari Informe sobre el Paraguay, 1731”

 

Don Justo Pastor Benítez es de parecer que la subversión contra el poder real había entrado entonces en su plenitud... era ya digna de ser tenida como una gran avanzada de la independencia “No se trataba -dice- de una simple rebeldía sino de un movimiento que tuvo los caracteres de una revolución de estructura. En el fondo de la actitud de los comuneros había justicia qué reclamar, derechos qué vindicar, reformas necesarias. La revolución había cumplido su contenido. No se reducía ya a la protesta contra la influencia jesuítica ni contra el desacierto en la designación del gobernador Reyes Balmaceda. Compendiaba las quejas y aspiraciones de la Provincia contra el absolutismo, el desamparo, los excesivos gravámenes económicos, y la desigualdad de situación frente a las opulentas misiones, la reivindicación de su tradición jurídica y de la primacía de la voluntad del Común. Hubo en la revolución de los comuneros un vago pero real Impulso para hacer valer los derechos del pueblo. Por eso debe ser considerada como un capítulo de la lucha por el derecho en América”.

Alberto Montezuma H. “Comuneros del Paraguay” -1983

 

 

CAPITULO PRIMERO

REBELIONES POPULARES DURANTE EL REGIMEN COLONIAL HISPANO

El largo proceso revolucionario se inicia con las rebeliones de Cabildos y Ayuntamientos y los levantamientos indígenas producidos en el decurso de los tres siglos que dura la colonización española, en protesta contra el establecimiento del sistema de los tributos reales, del monopolio y del trabajo esclavista impuestos por la metrópoli y en defensa de los fueros o derechos locales.

Ya en la primera mitad del siglo XVI, en 1544, se produce en la Asunción del Paraguay, la primera rebelión, a ocho años apenas de la llegada de los españoles al Río de la Plata. Los “Comuneros” compuestos de los mismos soldados españoles y de indios, luchan contra los “realistas”; vencen los primeros y al grito de “LIBERTAD, LIBERTAD!” apresan y deponen al gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca, enviado por Carlos V; lo engrillan y lo devuelven a España en una carabela a la que le ponen el nombre de “COMUNEROS” Fue el primer grito de libertad escuchado en América.

En 1518 estalla en el Perú un gran movimiento popular encabezado por el Ayuntamiento de Cuzco, resistiendo un Reglamento de Consejo de Indias que cercenaba los derechos del gobierno local de representación de los vecinos de la ciudad. El Ayuntamiento organizó un ejército que se denominó “Dé la Libertad”, en contra del llamado “realista”, pero la rebelión fue sofocada en la batalla de Xaquixaguana.

En 1592, en la ciudad de Quito, el ayuntamiento se opuso a una Cédula Real que establecía nuevas alcabalas o impuestos sobre toda forma de venta. El pueblo acudió a las armas en defensa de los derechos municipales, apoyando al Ayuntamiento y la rebelión fue también ahogada en sangre. En 1590, en el Cabildo de Buenos Aires, el Alcalde Ibarra, apoyado por el pueblo, se negó a entregar el cargo a la autoridad militar, “sin previa Cédula Real”. Los Cabildos se oponían, ejerciendo sus derechos, a los avances del absolutismo.

En Méjico, una Junta de carácter municipal reunida en 1623, resolvió deponer al Virrey en nombre de la autoridad comunal, disposición que la Corona se vió obligada a acatar. También el Cabildo de Santiago de Chile, en 1794, apoyado por el pueblo, se levantó contra el Tribunal Superior de Cuentas que aumentó las contribuciones de almojarifazgo y alcabala. El Cabildo defendía los intereses del municipio. Durante la Colonia, los pueblos apoyaron y defendieron siempre, en forma constante y uniforme, la causa capitular que era la causa local y que más tarde sería la causa nacional de las revoluciones de independencia.

Entre los levantamientos indígenas producidos durante la Colonia, el más importante fue el encabezado por Tupac Amarú, en el Cuzco (Perú) en el año 1780. José Gabriel Tupac Amarú (J.C. Condorcanqui), cacique de Tungasuca, descendiente de los antiguos INCAS, pretendió restaurar el imperio de sus antepasados, proclamándose “Soberano del Perú”. Protestó contra las contribuciones creadas por la metrópoli y el trato inhumano que sufrían sus hermanos indígenas en las minas y encomiendas; apresó y mandó ahorcar al tiránico Corregidor Antonio Arriaga. Formó un ejército de cuarenta mil indios y avanzó sobre el Cuzco. Sitió la ciudad pero fue vencido. TUPAC AMARU fue descuartizado por los españoles, en 1781.

Los mencionados pronunciamientos de los Cabildos y levantamiento de indios, si bien no fueron más que manifestaciones de protesta y de resistencia contra los abusos del absolutismo, demostraban que un sentimiento de autonomía venía desarrollándose en los pueblos americanos desde los comienzos de la conquista española.

Durante el siglo XVIII se produjeron las dos primeras grandes rebeliones anticolonialistas conocidas con el nombre de REVOLUCIONES COMUNERAS DEL PARAGUAY y de NUEVA GRANADA o COLOMBIA. La de Nueva Granada que estalló en 1781 en el pueblo de Socorro, dirigida por Francisco de Berceo, duró poco y fue prontamente sofocada. En 1732 surge en la ciudad de Corrientes un partido del Común en apoyo de sus hermanos paraguayos, y dirigida por Fray Miguel de Vargas Machuca. Apresa al Tte. de Gobernador Jerónimo Fernández y lo remite engrillado al Paraguay. El movimiento no pudo sostenerse.

La revolución Comunera del Paraguay, a diferencia de otras rebeliones ocurridas en Hispanoamérica durante el período colonial, fue la única que pudo organizar su defensa y mantenerse por diez y ocho años en guerra contra todas las fuerzas coaligadas del absolutismo, hasta ser finalmente aniquilada por la violencia. Cómo pudo sostenerse por tanto tiempo frente a tan poderosas fuerzas?. Según el prestigioso ensayista Germán Arciniegas, ello fue posible debido a la peculiar organización militar del Paraguay. Es verdad, pero fue también porque contó con una motivación ideológica claramente formulada que atacó resueltamente las bases mismas del sistema colonial, proclamando por primera vez en América que la voluntad del “Común” o pueblo es superior a la voluntad del Monarca y de toda otra autoridad. Esta fundamentación doctrinaria fortaleció la conciencia del pueblo armado que defendió la causa comunera valerosamente hasta el final.

Para interpretar la Revolución Comunera, movimiento que hizo sonar gloriosamente el nombre del Paraguay en todo el Continente y en Europa, al decir de Viriato Díaz Pérez, debemos estudiar sus antecedentes, sus causas y su desarrollo. Sus antecedentes provienen de dos vertientes: La una hispánica, relacionada con la sublevación de los comuneros de Castilla bajo el reinado de Carlos V, y la otra indígena, vinculada con las tradiciones de la nación guaraní, cuya forma de gobierno era electiva y sus instituciones económicas se fundaban sobre la igualdad de los miembros de las tribus. El hijo de la tierra, el mestizo paraguayo, fruto de unión de dos estirpes, la guaraní con la ibérica, que había heredado el sentimiento de orgullosa independencia de sus antepasados aborígenes y la intrépida voluntad de los soldados de la conquista, abrazó la causa comunera con natural entusiasmo y la defendió con heroísmo singular.

 

 

CAPITULO SEGUNDO

ANTECEDENTES HISPANICOS LOS COMUNEROS DE CASTILLA

En la segunda década del siglo XVI estalló en España el movimiento comunero o guerra de las Comunidades contra el régimen despótico y centralista del monarca Carlos I (V de Alemania), de la Casa de Austria, quien había disuelto las Cortes por haberle negado los recursos exigidos para solventar sus guerras en Europa.

Las comunidades eran organizaciones democráticas formadas por el Común de los habitantes de las ciudades libres que no dependían de los señores feudales ni de los Obispos, y cuya finalidad era la defensa del Régimen de gobierno municipal dirigido por el Cabildo constituido por representantes de los sectores laboriosos -artesanos- pequeños propietarios y agricultores, elegidos en asambleas comunales, las ciudades de Señorío carecían de Comunidad.

En Castilla, el orden de las Comunidades se remonta a los tiempos del Cid, y nacieron como consecuencia de la alianza del pueblo con los reyes para contrarrestar el poderío de los señores feudales. Los Cabildos y Ayuntamientos dependían directamente del Rey, como en las ciudades castellanas de Avila, Salamanca, Segovia y Soria, así como también Toledo y Madrid. En la defensa de los fueros y derechos municipales, las Comunidades enarbolaban la bandera popular de sus ciudades. Tanto era el sentimiento de autonomía del pueblo español, que los Cabildos, Consejos o Ayuntamientos de las ciudades libres tenían el privilegio de “obedecer las órdenes del Rey sin cumplirlas" cuando esas órdenes contradecían sus Fueros.

Los representantes de las Comunidades integraban las Cortes o Asambleas nacionales en nombre del pueblo o estado llano, junto con los del Clero y la Nobleza. Eran “los tres brazos del reino”.

Durante la larga guerra de reconquista contra los moros, el ejército de los comuneros, enarbolando la bandera del municipio, combatía en un mismo frente junto a los ejércitos de los nobles y caballeros, defendiendo la causa real que era la común de liberación del suelo patrio. Producida la expulsión definitiva de los moros, a fines del siglo XV, con la conquista de Granada, y la unificación de los diversos reinos de la Corona de los Reyes Católicos, las comunidades castellanas, gozaban de prestigio y nombradía por su heroico comportamiento en lucha nacional de la reconquista.

Contra la política de llenar el país de funcionarios extranjeros, especialmente franceses y flamencos, de extraer fondos de la península para invertirlos en los negocios exteriores del Rey y de atentar contra los derechos del pueblo, se levantaron los comuneros. Carlos V, heredero del trono de Maximiliano de Austria, desoyendo el reclamo popular viajó a Alemania, para ser coronado emperador.

Los comuneros recurrieron a las armas para combatir al más poderoso de los monarcas, en cuyos dominios “no se ponía el sol”.

Toledo fue la primera ciudad en sublevarse, dirigida por el regidor Juan de Padilla. La insurrección se propaga rápidamente adhiriéndose los comuneros a Segovia, Toro, Zamora, Guadalajara, Alcalá, Soria, Avila, Cuenca, Salamanca, León, Murcia, Madrid, comprendiendo las provincias de Andalucía, Extremadura y Burgos. Con la sublevación de Toledo se inicia la guerra de las Comunidades, en 1520.

Los representantes comuneros reunidos en la ciudad de Avila, constituyen la Junta Santa, directora del movimiento. La misma resolvió declarar caduca la competencia del regente Adriano y del Consejo Real a constituirse en Autoridad Suprema. Designó a Juan de Padilla como Jefe de las tropas y dirigió 118 peticiones al Monarca que se encontraba en Flandes, solicitándole entre otras cosas: que se suprimieran los gastos excesivos y que no se sacara del reino oro ni plata; que no se confiara a los grandes el manejo del tesoro real; que no se vendieran los empleos y dignidades; que a ninguna persona, de cualquier clase y condición que fuere, se diera en merced indios para los trabajos en las minas y para tratarlos como esclavos; que en las Cortes se enviase tres procuradores por cada ciudad; uno por el clero, otro por la nobleza y otro por la comunidad o estado llano; que los señores “pecharan” y contribuyeran en las cargas reales como cualquiera otro vecino; que se procediera contra Alfonso de Fonseca, el Licenciado Ronquillo y los demás que habían destruido y quemado la villa de Medina; que se cumplieran los reclamos presentados en las Cortes por las ciudades; que volvieran las cosas al estado en que las dejó la reina Católica; que se respetaran las leyes, costumbres y libertades en Castilla; que fueran separados los extranjeros del gobierno; que los monarcas residieran en el reino; que se aprobara lo que las Comunidades hacían para la reparación de los abusos. En respuesta, Carlos V ordenó la represión del movimiento, la disolución de la Junta Santa y la aniquilación de las Comunidades. La nobleza se plegó al Rey, traicionando la causa popular. La Junta Santa se trasladó a Tordesillas para proteger a la enferma reina Doña Juana, allí recluida. Las Comunidades recurrieron a las armas.

Los ejércitos comuneros bajo el mando de sus caudillos Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado y el Obispo Acuña, lograron memorables triunfos contra los realistas, siendo uno de ellos la conquista de la villa de Torrelobaton. La nobleza, traicionando la causa popular, se adhirió al Rey. Las fuerzas imperiales comandadas por el Conde de Maro, derrotaron a Padilla y ocho mil comuneros en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Viéndose perdido, Padilla se lanzó en busca de la muerte, con cinco jinetes de su ilustre linaje, pronunciando estas palabras espartanas: “No permita Dios que digan en Toledo ni en Villalar, las mujeres, que truxe (traje) sus hijos y esposos a la matanza, y que después me salvé huyendo’ ’ (Viriato Díaz Pérez: “Las Comunidades peninsulares” en su relación con los levantamientos Comuneros americanos y en especial con la “Revolución Comunera del Paraguay”). Padilla, Bravo y Maldonado cayeron prisioneros y expiraron en el cadalso el 24 de abril del mismo año. El triunfo del absolutismo representó el aniquilamiento de las libertades castellanas. Los españoles de la Conquista nos trajeron junio con los Virreynatos, Gobernaciones, Audiencias y Encomiendas, que representaban al absolutismo y al feudalismo, también la institución secular hispánica del gobierno municipal, popular y electivo. En los Cabildos y Municipios se originaron en el nuevo Continente los movimientos libertarios de incipiente democracia de las instituciones locales de gobierno popular.

Los comuneros paraguayos proclamaron, dos siglos después de Villalar, a mil quinientas leguas de la metrópoli, el principio de la suprema autoridad del Común por sobre toda otra voluntad y llegaron también como sus antepasados castellanos hasta el sacrificio supremo en la defensa de los derechos populares, habiendo sido Tabapy el Villalar de los gloriosos paraguayos.

El sacrificio de Padilla tuvo su repetición sangrienta en el suplicio de Antequera en 1731 en el cadalso de Lima.

 

 

CAPITULO TERCERO

RAIZ NATIVA DE LA REVOLUCION COMUNERA DEL PARAGUAY

Instituciones políticas: forma de gobierno, elecciones y asambleas e idioma de los primitivos guaraníes.

A la llegada de los conquistadores españoles, el Paraguay estaba habitado por una gran nación llamada GUARANI, numerosa y emprendedora. Los guaraníes llegaron a poblar con sus confederaciones de tribus hermanas y con sus colonias, la mayor parte de la llanura de la América del Sur, que se entendía desde la Cordillera de los Andes hasta el Atlántico y desde el río Amazonas hasta la desembocadura del Río de la Plata. Según el sabio investigador suizo Don Moisés S. Bertoni, esos límites eran en el periodo precolonial, mucho más extensos; llegaban hasta las Antillas y en algunas partes alcanzaban el Pacífico. El mapa de casi la mitad del Continente está cubierto de nombres guaraníes, lo que atestigua aquella expansión y efectiva ocupación.

En el siglo XVI los límites de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata, llamada también Provincia Gigante de las Indias, abarcaba todavía las antiguas posesiones de los guaraníes: desde el Amazonas como dijimos, hasta la foz del Río de la Plata; por el Este hasta la costa del Atlántico y por el Oeste hasta los Andes bolivianos, Tucumán y Cuyo. Los guaraníes no formaron un Estado con un poder central con facultades soberanas sobre todo el territorio nacional. Pero tenían un interesante sistema de gobierno y de formas sociales de cooperación fundadas en la fraternidad y el interés colectivo de los pueblos hermanos. Los pueblos confederados se gobernaban independientemente, con sus jefes o caciques. Grupos de cincuenta a cien familias constituían una población regida por su cacique. A menudo esos pueblos formaban grandes federaciones. El cacique no podía imponer contribuciones, no tenía vestimenta especial ni portaba símbolos exteriores de autoridad. El cargo de cacique era electivo y muerto éste, se reunía la tribu para nombrar un sucesor, recayendo generalmente la elección en el más prudente de los varones. Pero sobre su autoridad estaba la de la asamblea compuesta de los jefes de familias, la que se reunía diariamente, al anochecer, para deliberar y resolver los problemas de interés común. Esta Asamblea declaraba la guerra y designaba al jefe guerrero que debía dirigir los ejércitos, pues el cacique no tenía el mando de las tropas porque su función era meramente civil. Y cuando la guerra la declaraba una confederación, todos los caciques quedaban sometidos al jefe guerrero designado, cuyas facultades terminaban con el fin de la guerra porque su cargo era de elección popular para cada caso. Cada pueblo o tribu era pues un organismo políticamente independiente del resto de la nación, gobernado por sí mismo. El cargo de cacique no solamente era electivo, sino también amovible, es decir que podía ser sustituido en cualquier tiempo por un plebiscito. Sus facultades eran limitadas; la autoridad suprema la ejercía la Asamblea de los padres de familia. Practicaban los guaraníes una rudimentaria democracia. La mayoría de las tribus era fija o estable y sólo algunas eran nómadas. Las tribus estables se dedicaban preferentemente a la agricultura y las familias eran dueñas de los productos de sus cultivos.

Habían superado ciertas etapas de las sociedades primitivas, con el matriarcado y la distribución y consumo comunes de los bienes alimenticios, tal como las describieron Morgan y Engels. Las familias se organizaban en base de uniones más o menos estables como consecuencia de la monogamia impuesta a las mujeres. Aunque los matrimonios no eran perpetuos, la filiación paterna era la dominante. La enorme extensión de tierras de que disponían les permitía utilizarlas y cambiarlas por otras más fértiles de acuerdo a sus necesidades. Esta particular situación hacía que la posesión transitoria de la tierra que se hallaba al alcance de todos, no llegó a adquirir el carácter de la propiedad privada sobre el suelo. Por consiguiente, no existieron clases aristocráticas que fundasen su predominio sobre la propiedad de la tierra. Tampoco existieron sextas religiosas ni guerreras. Pasado el peligro de la guerra, volvía el guerrero a reanudar sus tareas agrícolas habituales. No edificaron templos porque no eran idólatras; veneraban a un Dios impersonal llamado “Tupá”, protector de la raza, pero no le representaban con ídolos ni imágenes ni le ofrecían sacrificios humanos. En la agricultura y en las ciencias naturales tuvieron conocimientos notables, aportando un considerable número de especies vegetales y animales a las ciencias de la botánica y la zoología que registran gran cantidad de voces guaraníes.

Cultivaron una lengua armoniosa, EL GUARANI, enérgica y dulce a la vez, que permitió la comunicación y la unidad entre los pueblos que componían la gran familia guaranítica, dispersa a través del continente. Si bien no construyeron edificios colosales, transmitieron a sus descendientes el más perdurable de los monumentos: una lengua que cruzó los siglos, expresiva y sonora, sin debilitarse en su esencia hasta llegar a nuestros días. Su preocupación por el cultivo de la lengua fue admirable, la que llegaron a perfeccionar en alto grado. Practicaron con gran dedicación el arte de la oratoria y de los relatos orales. De todas las lenguas indígenas americanas, la única que conserva en nuestros días su carácter de idioma nacional hablado por todo un pueblo, es el guaraní. Por su condición de lengua popular por excelencia y por su poder unificador, está vinculada a la historia de las luchas del pueblo paraguayo por su independencia y su libertad. Con esa lengua recibieron los mestizos paraguayos las tradiciones de sus antepasados aborígenes, los primitivos dueños de esa tierra convertida en provincia española. Esos hombres estaban fácilmente predispuestos para la recepción de las ideas comuneras que atacaban al absolutismo extranjero. La doctrina comunera armonizaba sin esfuerzo con las tradiciones igualitarias y autónomas de los guaraníes, tan cercanas y presentes en el espíritu de los mestizos por cuyas venas corría la sangre indígena. La influencia de la estirpe y de las tradiciones nativas en sus formas socio- culturales y guerreras, contribuyó en gran medida para el fortalecimiento de la conciencia del pueblo que defendió con heroísmo la causa del COMUN.

 

LA CONQUISTA Y RESISTENCIA GUARANI

El primer contacto con los conquistadores españoles son los carios del Paraguay, no fue de “abrazo pacífico” que abrió la entrada de la tierra guaraní a los pytaguá (extranjeros), sino de enfrentamiento bélico en el valle de Guamipitán (Villeta), en el cerrito de Mbachió y finalmente en el legendario cerro de Lambaré. Ese enfrentamiento se resolvió en un acuerdo de alianza entre Ayolas, vencedor por las armas, y los caciques Ñande Ru Guazú Ruvichá,

jefe principal y Lambaré, Jefe del lugar, pacto de recíproco interés que aseguraba a los guaraníes la defensa de sus sementeras y el dominio del litoral oriental del río epónimo, del peligro permanente de las incursiones depredatorias de las tribus chaqueñas, mediante el concurso de tan poderoso aliado, y a los españoles, una base de provisión de alimentos, de principal necesidad, así como de auxiliares nativos para su expedición en busca de la riqueza del oro del Perú, el Candiré de los guaraníes, la pasión obsesionante de sus afanes. Pactar alianzas frente a peligros potenciales estaba en la tradición guaraní, y para los españoles significó la aplicación de una táctica política de utilidad, en la emergencia, preñada de incertidumbres, asentando un hito en el incierto itinerario de su empresa. La posterior fundación de la Asunción, consecuencia de aquel acuerdo, constituyó al fin el hecho salvador de la conquista, su refugio y su amparo. El pacto se realizó mediante la intervención de intérpretes o lenguaraces que acompañaban a Ayolas, sobrevivientes de la expedición descubridora de Gaboto, utilizándose para el efecto las dos lenguas, la del conquistador y la guaraní autonomista, signándose desde un principio el destino de las mismas, que se alían y se separan según el curso del proceso dialéctico de formación social del pueblo paraguayo. Remoto antecedentes de convivencia de dos formas de expresión que con el correr del tiempo, serían nuestros idiomas nacionales constitucionalizados.

Frustrada que fue la búsqueda del oro, los españoles, resignados a su suerte, en un país sin minas y sin metales, se pusieron a organizar la colonia explotando la única riqueza que encontraron: el brazo del indio. Se convirtieron en propietarios de la tierra y trataron como siervos a sus antiguos aliados. El pacto de amigos quedó roto en beneficio del derecho de conquista que se impuso con toda la violencia y su codicia.

Con la implantación de las encomiendas se liquidaron las antiguas estructuras sociales de las comunidades nativas su gobierno democrático fundado en asambleas deliberativas, con sus jefes electivos y no hereditarios, sin castas guerreras ni sacerdotales, su régimen familiar y de comunicación social, sus creencias y sus mitos, su economía comunitaria. Con el reparto de tierras e indios, nacen el monopolio, la servidumbre y el individualismo como principio motor de la economía y de la sociedad. La resistencia de los guaraníes se manifestó a través de la cadena de sublevaciones que jalonaron por más de un siglo de acciones armadas contra la dominación imperial. Desde aquel primer cacique ajusticiado por el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542, quién antes de morir se dirigió a sus compañeros de infortunio, al ver que uno de ellos parecía querer llorar de verse atado, diciéndole: “No te pongas triste, muere como hombre que también han de morir los que nos atan”, según la versión del Factor Dorantes, referida por Natalicio González en “Proceso y formación de la Cultura Paraguaya”. Le siguió el rebelde AKAKARE, jefe cario también ajusticiado, y luego las sublevaciones de los caciques Guarambaré y Tavaré en 1543 contra el gobierno del Adelantado, y continuarán las protestas de GUYRA VERA, cacique del Guairá y de ÑEZU, cacique del Ayuí, esta vez ya no contra el poder civil de la Colonia, sino contra el poder jesuítico, así como el alzamiento de MIGUEL ATIGUAYE, el cacique de San Ignacio Guazú, rebelado en 1613 contra el sistema de las Reducciones, en defensa de las tradiciones políticas, de las creencias y de la unidad de su pueblo. Atiguayé arengó a los suyos diciéndoles: “Ya no se puede sufrir la libertad de éstos que en nuestras tierras quieren reducirnos a vivir a su mal modo” (“LA CONQUISTA ESPIRITUAL" del P. Antonio Ruiz de Montoya).

El rebelde cacique de San Ignacio Guazú protestó también contra el intento de los padres jesuitas de imponer la monogamia a los indios misionistas, exclamando: “queremos nuestra libertad. Vamos, pues a vivir en la selva!. Allí queremos levantar nuestro pueblo, viviendo con muchas mujeres, libres de yugo de la esclavitud”, (id. id).

Invitó a los suyos para buscar en el “Yvy marane’y”, la tierra sin males, el paraíso guaraní, para cultivarla en libertad y redimir la estirpe. Y dirigiéndose hacia el Este con su tribu numerosa, abandonando la Reducción; invocando el auxilio de Tupa - el Dios de los guaraníes - desapareció para siempre en las profundidades de las selvas del Paraná, cubierto por el silencio. Consideró la monogamia como un atentado contra la proliferación de los naturales, donde residía el poder de la raza.

ARAPYSANDU, el otro cacique, rival de Atiguayé, prefirió someterse junto con su tribu, al sistema de las misiones, bajo el dominio de los jesuitas, con lo cual se formó la base humana de la primera reducción del Paraná, que fue San Ignacio Guazú, en 1609.

Las mujeres guaraníes protagonizaron la gran conspiración contra los colonizadores españoles, dirigida por la india Juliana, en el año 1542. Ella mató a su marido español Ñuño Cabrera y salió a recorrer las calles de la ciudad, incitando a las nativas que hicieran lo mismo con sus esposos europeos para terminar con todos los conquistadores. La conspiración fue dominada y Juliana fue condenada y ejecutada por orden del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. La heroína guaraní murió en la horca, sacrificada por la libertad de su raza y de su tierra.

 

LA REBELION DE ARECAYA

La última y más importante sublevación guaraní, por su significado y su epopéyico final, fue la llamada Rebelión de Arecayá de 1660, dirigida por el cacique YAGUARIGUAI, corregidor del pueblo y que contó con la adhesión de los naturales de Tobatí, Terecañy, Atyrá, Ca’aguasú, Ypané, Guarambaré, San Joaquín y otros pueblos. Los arecayenses defendieron su organización social y familiar tradicionales, su libertad económica, oponiéndose a la saca violenta de hombres y mujeres de sus comunas tribales. El TOBAYA indígena (cuñado) era un factor libremente agregado a la producción de la familia guaraní y que los encomenderos españoles incorporaron al régimen del trabajo colonial para servir como esclavo de sus chacras y después como peón de sus haciendas. Los guaraníes de Arecayá se negaron también a trabajar en la construcción de los presidios coloniales como la cárcel de Tapuá.

Los sublevados sitiaron la Iglesia local donde se atrincheraron el Gobernador Sarmiento de Sotomayor y Figueroa y sus soldados y luego de seis días de batalla, el 3 de setiembre de año mencionado, los arecayenses fueron derrotados. La represión fue implacable, “para escarmiento” según expresaba la sentencia del 6 de diciembre de 1660, firmada por el Gobernador, condenando a muerte a Yaguariguái y otros 23 caciques más, entre ellos: Mateo

Nambayú, corregidor del pueblo y los caciques Gaspar Tayaó, Marcos Yarairé, Martín Yaraití, Bartolomé Tié, Cristóbal de Terecañy y demás.

El pueblo de Arecayá fue condenado a la desnaturalización y a la desaparición. Sus habitantes que participaron de los asaltos y cómbales, así como sus mujeres y sus hijos, fueron repartidos entre los soldados vencedores para servir en las encomiendas yanaconas de Asunción, sometidos a servidumbre perpetua. La acusación principal fue por falta de fidelidad y obediencia Real y a la obligación de cristianos.

El 14 de diciembre de 1660 fue ahorcado Yaguariguái y su cabeza fue expuesta en la picota de la plaza pública de Arecayá. Dramático final que tuvo su réplica bermeja setenta y cinco años después, en otra plaza lejana, la Mayor de Lima, con el heroico sacrificio de Antequera.

En Asunción se celebró la “pacificación” de los guaraníes, según el léxico de los encomenderos, con grandes festejos presididos por el Gobernador Sarmiento de Figueroa y que finalizaron con una “Misa de Acción de Gracias”.

Así terminó, vencida por la fuerza militar, la resistencia bélica de los guaraníes contra la opresión colonial y que se mantuvo por más de un siglo (1540-1660). Aunque los “mburuvichá” o jefes nativos hayan sido capturados y ejecutados, la llama de insurrección permaneció flotando en el ambiente y lista para estallar en cualquier momento. Los mestizos de la colonia recibieron el legado cultural del idioma nativo y con él, un indomable espíritu de libertad.

        

 

 

CAPITULO CUARTO

ETAPAS DE LA REVOLUCION COMUNERA DEL PARAGUAY

 

EL CABILDO DE ASUNCION. La Real Cédula del 12 de Setiembre de 1537.

Tres revoluciones comuneras agitaron la antigua Provincia del Paraguay durante el régimen colonial. Las dos primeras se produjeron durante los siglos XVI y XVII respectivamente y la tercera, la de mayor transcendencia, conocida en la historia con el nombre de Revolución Comunera del Paraguay, tuvo lugar en el siglo XVIII.

La ciudad de Asunción que fue el teatro de dichas sublevaciones, fue fundada por el capitán español Juan de Salazar de Espinoza, el 15 de agosto de 1537. Estaba destinada a ser la capital de la conquista del Río de la Plata y ciudad “madre de ciudades”. Su primer gobernador Domingo Martínez de Irala fue designado por elección popular, en pleno siglo XVI, hecho único en la historia colonial de América. Una disposición real concedía a la ciudad de la Asunción el derecho excepcional de nombrar gobernado por elección de sus pobladores.

Domingo Martínez de Irala, viscaíno nacido en la población de Yergaia de España, en el año 1509, vino a América alistado en la expedición del Primer Adelantado don Pedro de Mendoz, a quien d emperador Carlos V otorgó una capitulación el 21 de mayo de 1534 para la conquista y población del Río de la Plata. Los límites señalados para la nueva gobernación fueron: al norte hasta el Amazonas; al oriente la línea de Tordesillas; al sur las tierras magallánicas y al oeste doscientas leguas de costa en el Mar del Sur (Pacífico) y los límites de las gobernaciones de Pizarra y Almagro, que eran las cordilleras de los Andes. El Rey de España se reservaba el quinto del oro y plata que se llegase a descubrir y el resto debería repartirse entre los soldados conquistadores.

Partió Mendoza de Sevilla el 24 de agosto de 1535 con una expedición formada por 14 navíos y 2.650 hombres. Llegó al Río de la Plata en cuya orilla fundó la primera Buenos Aires el 3 de Febrero de 1536. Navegó hacia el norte y desde Corpus Christi despachó a Juan de Ayolas en busca del camino que condujera al Perú - el Dorado o la Sierra de la Plata-. Meses después, Mendoza, enfermo y desilusionado dejó encomendado el gobierno a Juan de Ayolas, su alguacil mayor y en su ausencia, a Francisco Ruiz Galán y partió de vuelta a España, falleciendo en alta mar. Irala, ante la prolongada ausencia de Ayolas, remontó la corriente del río Paraguay, llegando a un puerto llamado Candelaria, desde donde Ayolas había partido hacia el occidente, cruzando el Chaco misterioso, de donde ya no regresó por haber sido matado por los indios en una emboscada. Allí aguardó Irala durante seis meses el regreso de Juan de Ayolas. Junto con Juan de Salazar decidieron cumplir la recomendación del Adelantado de fundar un Fuerte en el trayecto del camino al Perú que sirviese como “amparo y reparo de la conquista”. Bajaron hasta una bahía situada sobre la margen izquierda del Río Paraguay, en tierras del cacique Caracará. Irala, provisto de alimentos y con sus naves calafateadas, retornó a Candelaria para recabar sobre la suerte de Ayolas.

Juan de Salazar de Espinoza fundó el Fuerte de Nuestra Señora de la Asunción el 15 de agosto de 1537. Salazar, Capitán de la Conquista, nacido en Villa de Espinoza de los Monteros en el año 1508, era Comendador de la Orden de Santiago. Era Doctor según el Dr. Manuel Domínguez.

Francisco Ruiz Galán retornó al Río de la Plata y en ese viaje se encontró con el Veedor Alonso Cabrera que venía de España trayendo la famosa Cédula Real fechada el 12 de Setiembre de 1537, en Valladolid por la cual el Rey Carlos V y la Reina Madre doña Juana, facultaban a la Provincia a elegir gobernador por determinación popular, según el texto siguiente:

 “Don Carlos por la Divina Clemencia y Emperador siempre augusto, rey de Alemania, doña Juana su Madre, y, el mismo don Carlos con la misma gracia, reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las Cicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de las Algárbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las Indias, islas y tierra firme, del mar océano, Conde de Barcelona, Señorío de Vizcaya, y de Molina, Duque de Aleñas y de Pairas, Conde de Flandes y del Tirol, etc.. Por cuanto vos Alonso Cabrera, nuestro veedor de funciones de la Provincia del Río de la Plata vais por nuestro capitán en cierta Armada de dicha Provincia en socorro de la gente que allí quedó, que proveí en Martin de Orduña o Domingo Sómosa, y podría ser que el tiempo que don Pedro de Mendoza nuestro gobernador de dicha provincia difunto salió de ella no hubiese dejado lugarteniente o el que hubiera dejado, cuando vos llegaredes fuera fallecido, o al tiempo de su fallecimiento, o antes no hubiese nombrado Gobernador, o los conquistadores y pobladores no lo hubiesen elegido, vos mandamos que en tal caso y no otro alguno hagáis juntar los dichos pobladores, y los que de nuevo fueren con vos, para la que habiendo primeramente jurado elegir persona cual convenga a nuestro servido y bien de dicha tierra, elijan por Gobernador en nuestro Nombre y Capitán General de aquella provincia, a persona, que según Dios, y sus conciencias pareciere más suficiente, para el dicho cargo, y la persona, que así eligieren todos de conformidad a la mayor parte de ellos, use y tenga el dicho cargo; al cual por la presente damos poder cumplido para que lo ejecute cuanto a nuestra Merced y voluntad, fuere. Y si aquel falleciere se torne a proveer otro por la orden susodicha: lo cual vos mandamos que así se haga con toda paz, y sin bullicio, ni escándalo, apercibiéndose que de lo contrario nos tendremos por deservidos, y lo mandaremos castigar con todo rigor, y mandamos que en cualquiera de los dichos casos, hallaredes en la dicha provincia nombrado por Gobernador de ella, la obediencia, y cumpláis sus mandamientos, y le deis todo favor y ayuda, y mandamos a los nuestros oficiales de Sevilla, que asienten esta nuestra carta en los nuestros libros que ellos tienen, y que del orden como se publique a las personas que llevaredes con vos en la dicha Armada. Dada en la Villa de Valladolid a doce de Setiembre de mil quinientos y treinta y siete años. Yo la Reina. Y a sus espaldas de la antecedente real Cédula están unas firmas del tenor siguiente: El Doctor Peltrano. Licenciado Luis de Carvajal. El Doctor Bernal, Licenciado Gutierrez Velazquez. Yo Juan Marqués de Molina, Secretario de su cámara, y Católicas Magestades, lo hice inscribir por mandato: Bernardino Darías".

“Asentóse esta provisión real de sus magestades en los libros de la casa de contratación de las Indias del mar océano que es de esta muy noble y leal ciudad de Sevilla en primero de octubre de mil quinientos treinta y siete años”. (Archivo Nacional de Asunción, Vol. 58 N.12. Versión literal actualizada por Juan Bautista Rivarola en “La Ciudad de la Asunción y la Cédula Real del 12 de Setiembre de 1537”, 1952).

Buenos Aires fue abandonada y toda la población de la colonia se concentró en Asunción que se convirtió en la capital del Río de la Plata. Reunida en Asamblea la población de Asunción, a tenor de la Real Cédula, se procedió a elegir Gobernador, siendo designado por voluntad general, Domingo Martínez de Irala, quien asumió el mando en junio de 1539. Bajo su gobierno se fundaron pueblos y ciudades se repartieron las primeras encomiendas, se constituyó el Cabildo o Ayuntamiento el 16 de setiembre de 1541, convirtiéndose el Fuerte en ciudad y se nombraron los primeros alcaldes y regidores de Asunción. Gonzalo de Mendoza fue designado Alcalde y Juan de Salazar fue nombrado Regidor y Alcalde de Primer voto.

El Rey Carlos V (Carlos I de España) señaló como escudo de armas a la nueva ciudad las efigies de la Virgen de la Asunción y de San Blas, un castillo, una palma, un león y un cocotero.

El Cabildo de Asunción defendió y ejerció la facultad otorgadale por la Real Cedula citada, durante todo el proceso de las sublevaciones comuneras. Entendio de su derecho no sólo el de nombrar gobernadores por votación popular, sino también el de removerlos y rechazarlos, aunque fueron designados por el Monarca, si no eran del agrado del Común.

 

LA PRIMERA REVOLUCION COMUNERA

El Rey de España había nombrado a Alvar Núñez Cabeza de Vaca como nuevo o segundo Adelantado y Gobernador del Río de la Plata. Partió de San Lúcar el 2 de noviembre de 1540 y llegó a Santa Catalina el 29 de marzo del año siguiente. Desde allí viajó hacia Asunción donde arribó el 11 de marzo de 1542, haciéndose cargo del gobierno y designando a Irala como maestre de campo.

El Gobernador cometió injusticias y arbitrariedades; persiguió con crueldad a indígenas, mandando ahorcar a su jefe el cacique Aricaré y bien pronto, españoles e indios se sublevaron contra su política absolutista del mando sin freno. La población se divide en dos bandos. Irala dirige la oposición. Los partidarios del Gobernador se llaman REALISTAS y los que forman la oposición, se denominan COMUNEROS. El “Común” o pueblo, formado de españoles e indios, se adueña de la ciudad y al grito de “LIBERTAD", “LIBERTAD”, detiene a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, lo depone y lo engrilla y lo manda de vuelta a España a bordo de una carabela construida en Asunción, que lleva el ostentoso nombre de “Comuneros”.

Al día siguiente de la deposición de Alvar Núñez, vota el pueblo reunido y elige nuevamente como Gobernador a Domingo Martínez de Irala. Esto ocurría el 26 de abril de 1544. Apenas hacía siete años de la fundación de la ciudad de Asunción y ya sus habitantes se atrevían a expulsar de la Provincia a un Gobernador enviado por el Rey, para sustituirlo por otro elegido por voluntad popular. Irala representaba el interés de los encomenderos que era entonces el interés común de la colonia. Esta primera manifestación de voluntad automista, en los días iniciales de la Colonia, parece un eco o una prolongación en el nuevo Continente, de las luchas de las Comunidades castellanas contra el mismo Rey Carlos V, cuyo rescoldo palpitaba todavía en el corazón de los soldados de la conquista que diez años atrás habían abandonado España, y varios de los mismos habían combatido en Villalar. Mas si la influencia castellana fue notoria en esta primera subversión del Común formado enteramente por la población española y sus aliados indígenas, la causa comunera se nutrirá en el escenario americano, de otras raíces; otros intereses, otros problemas y otras pasiones le darán un sentido peculiar y también otra raza, la mestiza, le rendirá su tributo de sangre con el correr de los años.

Nacía un antagonismo entre dos intereses, dos sentimientos, dos fuerzas contrapuestas: terrígena y autonomista la una, encabezada por los encomenderos cuyo centro de poder político era el Cabildo, caja de resonancia de los reclamos generales del municipio, y absolutista la otra, representada por el Gobernador y los funcionarios reales y defensora del poder centralista de la Corona, a la que se agregará luego otro factor de poder, otra institución contraria de los intereses económicos de la Provincia civil, la de los jesuitas. Estas fuerzas entrarán en abierta confrontación durante la Revolución Comunera del siglo XVIII y la contradicción se resolverá finalmente con la independencia de la República del Paraguay.

LA SEGUNDA REVOLUCION COMUNERA

La segunda sublevación de los comuneros se produce en el 1649 y dura más de diez años. Tuvo por caudillo al Obispo de Asunción Fray Bernardino de Cardenas, quien había nacido en el pueblo de Chuquiabo como entonces se llamaba La Paz del Alto Perú, a fines del siglo XVI. Cursó estudios en el Convento de San Francisco de Jesús de Lima. Era catedrático de teología y gran orador. Presentado por el Rey Felipe IV fue designado por el Papa Urbano VIII como Obispo del Paraguay en 1640. Su llegada al Paraguay fue festejada con general aplauso. El pueblo lo aclamó jubilosamente:

 

Se saluda

Al Cárdenas más insigne
Al criollo más gallardo
Al varón más singular,

Al religioso más santo
Al más santo y al más pobre.

 

En ejercicio de sus funciones apostólicas, Fr. Bernardino de Cárdenas visitó los pueblos y reducciones del interior de la provincia. Pero cuando se propuso penetrar en las reducciones jesuíticas, la Compañía de Jesús se opuso y fue detenido en Yaguarón por el propio Gobernador Gregorio de Hinestrosa en connivencia con aquélla, mediante un ejército de 800 indios misioneros comandados por el capitán Sebastián León de Zarate que sitió el templo de dicho pueblo visitado por el Obispo. Este pudo huir y llegar a la Asunción, pero fue luego desterrado a Corrientes. Durante su ausencia de la Provincia, que duró dos años, el pueblo cantaba coplas lamentando la suerte de su jefe:

 

Se puso como esparto
no dieron flores los valles
trébol no dieron los prados
ostentándose de Agosto
las cañas y los tabacos,
las lomas no dieron rosas,
ni los solos amarantos;
trigo, maíz y legumbre
todo se queda agostado.

 

Fray Bernardino de Cárdenas fue repuesto en su función apostólica por la Real Audiencia de la Plata y retornó al Paraguay. Habiendo fallecido el Gobernador Diego de Escobar Osorio, una asamblea de 300 vecinos de Asunción, eligió a Fray Bernardino de Cárdenas como Gobernador interino del Paraguay de conformidad con lo dispuesto por la Real Cédula del 1º de Setiembre de 1537, “todos juntos a voz de pueblo y ciudad" el 4 de marzo de 1649. Durante su gobierno se ordenó la primera expulsión de la Compañía de Jesús de sus colegios y reducciones del Paraguay. La reacción de los jesuitas no se hizo esperar. Un poderoso ejército de 4000 indios comandados por el mismo Sebastián León de Zárate, avanzó sobre la ciudad de Asunción. Cardenas y el Cabildo se aprestaron a la defensa contando con trescientos comuneros que formaban las tres “"Escuadras del Pueblo” cuatrocientos carios amigos. La sangrienta batalla se libró en el campo de Santa Catalina (San Lorenzo de Campo Grande) donde fueron derrotados los comuneros el primero de octubre de 1619.

Los poderosos enemigos del Obispo Gobernador lo deportaron definitivamente de la provincia y los Jesuitas fueron restituidos a sus colegios y reducciones del Paraguay. Cardenas se dirigió a Santa Fe y desde allí paso a Chuquisaca en busca de justicia y donde la población lo aclamó como un prócer, lo mismo en las ciudades de Oruro y La Paz.

La Audiencia de la Plata nombró al oidor Andrés Garabito de León como visitador del Paraguay con amplios poderes para consolidar la victoria jesuítica. No obstante, el infortunado Obispo de Cárdenas continuó combatiendo contra sus feroces enemigos. Escribió cartas y memorias al Rey y al Pontífice clamando justicia.

Desde el convento de San Francisco de Chuquisaca, Fray Bernardino de Cárdenas dirigió una carta al conde de Salvatierra, virrey del Perú, el 8 de junio de 1651, donde refiere la miseria en que se debate la Provincia del Paraguay y afirma haber cumplido sus obligaciones como obispo católico y como fiel vasallo del Rey:

“Vuestra Excelencia ha enviado a esta provincia otro León tan cruel como el primero, del cual se dice ser pariente, y que con sus garras ha puesto en el último extremo de su miseria al Paraguay, reduciendo a sus habitantes y a las mujeres más honradas a la extrema miseria. La voz de tantos infelices, sus lágrimas, los males que ellos sufren y el exceso de su aflicción van, señor, al cargo de vuestra conciencia, al de la Real Audiencia y al de todos los ministros que han contribuido a ello. Por lo que a mi toca, he satisfecho a todos más allá de mi obligación, como obispo católico y como fiel vasallo del Rey, que he sufrido tanto por más de seis años para sostener los Intereses de ambas Magestades. Yo voy, con el permiso de

vuestra Excelencia, a retirarme a un pobre rincón, desde el cual informaré de todo al Rey mi señor, a sus Consejos, al Sumo Pontífice y al señor Donjuán de Palafox, que me lo ha pedido. Yo me mantendré con la limosna de la misa, y en todas aquellas que tenga la fortuna de celebrar, en mis oraciones y con mis lágrimas, pediré al Señor del cielo, postrado con humildad y confianza delante de su tribunal, al cual os cito, la justicia que se me niega sobre la tierra”. (Carlos Zubizarreta. “HISTORIA DE MI CIUDAD”. Asunción, 1964).

Cárdenas destacó a Fray Juan de San Diego de Villalón para gestionar en Europa ante el Rey y el Papa la reivindicación justiciera de su nombre. Esta llegó finalmente con la declaración del Pontífice Alejandro VII de que Cárdenas había sido bien consagrado, en abril de 1660, obteniendo completa reivindicación de su actuación como gobernante de la Provincia del Paraguay.

En el año 1663 Fray Bernardino de Cárdenas fue trasladado al obispado de Santa Cruz de la Sierra, donde falleció a los 110 años de edad.

Un cabildo abierto realizado en época del gobierno de Fray Bernardino de Cardenas, había declarado: “Los vecinos levantaron la voz, que suele ser la de Dios, la del pueblo entero”. Aquel varón extraordinario, con su acción su prédica, había contribuido a enriquecer la conciencia revolucionaria de la ciudad comunera de las Indias.

 

 

CAPITULO QUINTO

LA REVOLUCION COMUNERA DEL SIGLO XVIII (1717-1735)

Una rebelión contra el absolutismo colonial. Causas inmediatas: a) las exacciones reales; b) los privilegios de la Compañía de Jesús.

Las colonias españolas del nuevo continente no podían comerciar más con la metrópoli y solamente con los puertos establecidos para el efecto: Sevilla y Cádiz. Dos convoyes, llenos de mercaderías, salían anualmente de España, uno con destino a Portobelo (Panamá) y otro a Veracruz (Méjico) donde eran descargados. Las Provincias del Río de la Plata recibían las mercaderías depositadas en Portobelo, luego de un largo y costoso viaje. La Provincia del Paraguay fue la más castigada por el monopolio del tráfico comercial impuesto por la metrópoli para explotar a sus colonias. La yerba mate, despachada para España, debía seguir camino determinado por Santa Fe hasta Lima y desde allí a Portobelo, para ser luego embarcada a su puerto de destino. Ese trayecto de las exportaciones del Paraguay a España duraba diez meses, lo mismo que las importaciones. Con el agravante de que sólo la materia prima podía enviarse porque las industrias estaban prohibidas en las colonias, donde no podían establecerse. Las mercaderías se fabricaban en Europa.

Los barcos de la Provincia del Paraguay no podían a Buenos Aires, debiendo descargar en Santa Fe. Para el comercio paraguayo, estaban impedidas las vías de comunicación terrestres y marítimas. El estanco de los caminos, las rentas del Rey y de la Iglesia, y toda una cadena de impuestos: alcabalas, diezmos, gabelas, tributos, sisas y arbitrios, derechos de navegación y otras contribuciones, extraían casi la mayor parte de las riquezas del país e impedían el desarrollo de sus rústicas industrias, arruinando la economía.

Contra el monopolio y las exacciones reales se sublevó la Provincia.

Otro factor que motivó el empobrecimiento de la Provincia y que fue también causa de la Revolución Comunera, ha sido el poder alarmante que llegó a adquirir al amparo de sus privilegios, la Orden de la Compañía de Jesús. Fundada por San Ignacio de Loyola en 1534, la Compañía de Jesús llegó al Paraguay durante el gobierno de Hernandarias en el año 1588. Los jesuitas fueron traídos para servir al interés de la Monarquía, mediante el amansamiento del indio. Llegaron a fundar más de treinta Reducciones que ocupaban una vasta extensión de territorio: “Ceñíanle por el Norte el río Tebicuary y los espesos bosques que cubren las pequeñas cordilleras que se dirigen hacia el Oriente; limitándole por el Este las cadenas de montañas de las sierras de Herval y del Tape; el río Ybycuí separábale por el Sur de lo que hoy es el Brasil, y por el Oeste la laguna Yberá y el Miriñay la dividían de Entre Ríos, los esteros del Ñeembucú y el Tebicuary del resto del Paraguay ” (Blas Garay. “TRES ENSAYOS SOBRE HISTORIA DEL PARAGUAY”).

Los mejores campos del Paraguay pertenecieron a los jesuitas. Tenían estancias en Paraguarí, Caañabé, Yariguaá, Guazú -cuá, Yeguariza, Novillo Vacy, La Cruz, San Lorenzo del Campo Grande, etc. Las fuentes de ingreso de la Compañía provenían de la agricultura y la ganadería. Su comercio de exportación era privilegiado. Tenía su propia flota de buques mercantes y no le afectaba ni el monopolio, ni la prohibición de los caminos, ni los impuestos que perjudicaban a los españoles y mestizos de la Provincia del Paraguay. Sólo pagaban el impuesto de capitación de un peso por cada indio, mientras que los encomenderos pagaban cinco pesos por el mismo concepto. También pagaba la Compañía el diezmo de cinco pesos por cada pueblo, sin otras contribuciones más.

Los jesuitas tenían también el privilegio del gobierno independiente de sus misiones habitadas por más de cien mil indios. Allí no ejercían su autoridad ni los gobernadores ni los Obispos del Paraguay. Aunque situadas dentro de los límites de la provincia del Paraguay, las reducciones constituían una verdadera República independiente, regida por sus propias instituciones, donde la Orden era el poder supremo.

A su poderío económico que a los españoles y mestizos del resto de la Provincia los resultaba imposible contrarestar, los jesuitas agregaron su poderío militar.

Los omnímodos jesuitas obtuvieron asimismo, merced a su influencia en la Corte española, el derecho del uso de armas de fuego por los indios de sus reducciones, según disposición de la Cédula Real del 20 de Setiembre de 1649. Formaron un ejército numeroso y disciplinado y convirtieron sus pueblos en verdaderas fortalezas militares. Ese ejército estaba el servicio del Rey, listo para restablecer su autoridad donde hubiese peligro subversivo. Así en tiempo del Obispo Bernardino de Cárdenas, cuando el Virrey de Lima envía al Maestre de campo Sebastián de León y Zárate, para sofocar el movimiento insurreccional, viene acompañado de una tropa de indios de las reducciones, y logra, con ese concurso, vencer a las huestes comuneras. Los intereses políticos de la Corona española coincidían en ese punto de vista, con los de la Compañía de Jesús. El poderío militar de las Reducciones representaba una amenaza permanente para la tranquilidad y seguridad de la población de los encomenderos españoles y mestizos del Paraguay.

El socialismo cristiano o “Reino de Dios en el mundo” para lograr la magnífica igualdad entre los hombres nacidos para amarse, mediante el trabajo de todos para beneficio de todos, como fue la inspiración originaria de los primeros misioneros, donde los productos de las cosechas de la tierra eran depositados en almacenes, por secciones: del “Avamba’e” (cosa del hombre), del “Tupa mba’é” (cosa de Dios y del “Tava mba’é” (perteneciente a la comunidad), despertó la curiosidad del mundo. El filósofo Voltaire vio en ello “el triunfo de la humanidad”. Pero el afán de acaparar riquezas materiales, a despecho de su misión evangelizadora, permitió a la Compañía de Jesús, exportarlas en gran cantidad, como en el caso de la yerba mate llamada “ca'amirí”, el producto más cotizado del Paraguay, frustró aquel experimento social, novedoso y único. Contribuyó para ello, la formación de los ejércitos de guaraníes de las reducciones, instruidos para largas expediciones guerreras.

Producida la Revolución Comunera, los Virreyes y Gobernadores se apoyaron principalmente en los ejércitos de indígenas de las Misiones para aplacar la rebelión. Ello explica la causa por la cual los comuneros dirigieron preferentemente su lucha política y armada contra los jesuitas. En esa lucha de vida o muerte, la suerte del Común dependía de la destrucción, en primer término, del poderío económico y militar de la Compañía de Jesús.

Aliados a las armas reales, los ejércitos jesuíticos eran los enemigos más cercanos y peligrosos, cuyas tropas acampaban sobre las mismas fronteras del territorio dominado por los comuneros. Pero la prolongada y sangrienta guerra del Común contra los jesuitas, no era la única ni la última finalidad perseguida por la insurrección. Esa guerra estaba inscripta dentro del cuadro de la lucha histórica contra todo el sistema colonial, lo que realmente justifica la grandeza y transcendencia de la Revolución Comunera del Paraguay.

 

 

CAPITULO DECIMO CUARTO

FIN DE LA REVOLUCION COMUNERA. LA BATALLA DE TABAPY, TRAGICA EXPIACION DE LOS VENCIDOS

El Virrey de Lima Marqués de Castelfuerte, ordenó al Gobernador de Buenos Aires, Mariscal de Campo Bruno Mauricio de Zavala, en enero de 1735, para que vuelva de nuevo al Paraguay para “pacificar” a la rebelde Provincia, y castigar a los culpables de la muerte del Gobernador Ruiloba. Zavala, al frente de 200 soldados porteños y 6000 indios de las Misiones jesuíticas, cruzó el Tebicuary. Los comuneros resuelven hacer frente a la invasión. En la batalla de Tabapy, antigua estancia de los dominicos, las maltrechas fuerzas de 236 comuneros son derrotados el 14 de marzo de 1735. Zavala marchó sobre Asunción, donde entró el 30 de marzo de 1735. Castigó severamente a los últimos caudillos del Común. Fueron condenados a muerte tras juicio sumarísimo, Tomás de Lovera, Miguel Giménez y Mateo Arce, sentencia cumplida el 15 de abril del mismo año.

Francisco Méndez y José Ventura Arrióla fueron condenados a destierro perpetuo para servir en los presidios de Chile, con sus familias. A otras prisiones de Chile fueron condenados: Pablo de Avalos, Mauricio de Ventos, Miguel de Santiago, Ignacio Jiménez, Miguel de Aranda e Ignacio Samaniego, por cuatro años en el presidio de Valdivia y Domingo Ortiz por seis años . Al Tuerte de Puren, por cuatro artos, Pedro de Villalba. Pedro de Candia y José de Mendoza Desterrado a Chile por seis años, Pascual Pereyra; Francisco Simón Ramírez por cuatro años. Diego González lúe confinado por dos años a Curuguaty.

Por sentencia del 10 de mayo de 1735, Ramón Saavedra, acusado de haber dado muerte al Gobernador Ruiloba, fue condenado a la horca y después de ser descuartizado, Zavala mandó la cabeza y las manos a Guayaibity y los otros pedazos a lugares públicos. Decretó además la ruina de su casa, hizo extender una capa de sal sobre el solar que fue declarado inhabitable. Pedro Nolasco de Esquivel, héroe de Tabapy, fue también ejecutado y su cabeza fue remitida al campo de aquella batalla y la mano a Carapegúa. José Duarte fue ejecutado y la mano fue mandada a Guayaibity.

La crueldad del castigo impuesto por Zavala a los comuneros vencidos, para escarmiento, alcanzó caracteres dramáticos, como en el caso de Juan de Gadca y José de la Peña, también acusados de haber participado en la muerte de Ruiloba, por no haber comparecido, fueron sentenciados en rebeldía “a ser ahorcados en estatua”.

La mayoría de los desterrados a Chile fugaron por el camino, ayudados por los comuneros correntinos, hermanos de los revolucionarios paraguayos.

Después de aniquilar a la “Ilustre Soberanía del Común”, y ejecutados a los principales jefes comuneros, Bruno Mauricio de Zavala tomó las siguientes medidas: suprimió el derecho de la Provincia de elegir gobernantes, derogando la Real Cédula del 12 de setiembre de 1537; repuso al Cabildo depuesto por el Común rebelde; mandó testar las actas capitulares e incinerar todos los legajos y documentos firmados por los comuneros. Prohibió las reuniones o juntas y estableció severas penas para los que emplearen la palabra “común”. También impuso silencio perpetuo sobre los hechos ocurridos. Restituyó a los jesuitas en su colegio de Asunción. Designó como Gobernador interino al Capitán de Dragones don Martín José de Echauri en el año 1735, y retornó a Buenos Aires en febrero de 1736, habiendo fallecido en el camino.

Así terminó, ahogada en sangre, la Revolución Comunera del Paraguay, que se mantuvo durante diez y ocho años, resistiendo gloriosamente el empuje continuado y permanente de las poderosas fuerzas combinadas de la Compañía de Jesús y de los ejércitos del Rey.

La Revolución Comunera del Paraguay que proclamó por primera vez en América, en pleno siglo dieciocho, la doctrina de que la voluntad popular es el origen de todo poder y superior a toda otra autoridad, casi medio siglo antes de la Declaración de Independencia del Congreso de Filadelfia del 4 de julio de 1776 y de la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano del 14 de julio de 1789 de la Francia revolucionaria, vinculó el nombre de nuestro país a la historia universal.

La Revolución Comunera, constituyó el más notable acontecimiento precursor de la gesta del 14 de mayo de 1811 que dio nacimiento a la primera República del Sur, con la consagración de la Independencia Nacional»

 

 

CAPITULO DECIMO QUINTO

CONCLUSIONES

I - La Revolución Comunera del Paraguay del siglo XVIII constituye el acontecimiento de mayor relieve como antecedente de la formación de la conciencia emancipadora de la nacionalidad.

Los comuneros se rebelaron contra la presión de los impuestos reales, que les arruinaba y la competencia del comercio jesuítico, imposible de contrarrestar, que los desplazaba, ocasionando todo ello la miseria general de la Provincia. Fueron las causas de la insurrección.

II - La Revolución Comunera fue un movimiento social enteramente paraguayo. José de Antequera y Castro y Fernando de Mompox fueron sus voceros principales que le dieron con las luces de su talento, formulación doctrinaria. La revolución se venía gestando desde los tiempos de Domingo Martínez de Irala y del Obispo Fray Bernardino de Cárdenas. Paraguayos fueron los jefes comuneros que dirigieron las batallas de Santa Catalina, Tabapy y Guayaibity. Las condiciones sociales y económicas de la Provincia del Paraguay no permitían alcanzar un fin separatista, es decir, la formación de una República independiente en medio del vasto territorio del imperio hispánico. Sus posibilidades estaban limitadas y la rebelión fue finalmente vencida y ahogada en sangre por las poderosas fuerzas realistas, luego de diez y ocho años de permanente y heroico batallar de los hombres del "Común”, en defensa de la autonomía municipal y provincial. Fue la primera proclamación de “Libertad” lanzada en América contra la opresión del absolutismo centralista de la Corona española.

III. La doctrina política de la Revolución Comunera del Paraguay sostuvo el principio de la superioridad de la voluntad del Común o pueblo, aún sobre el Rey, y el origen electivo de toda autoridad. Según la misma, la soberanía popular es la fuente insustituible de los derechos y obligaciones de los hombres y de la justicia social, y que es el dogma de la democracia. Fue la primera revolución libertaria de América Latina.

IV - La doctrina comunera encontró fácil receptividad en la mente y en el corazón de los paraguayos, donde confluía una doble vertiente de tradición libertaria: la de sus abuelos castellanos y la de sus antepasados guaraníes, de quienes heredaron junto con su idioma portentoso, la altiva pasión de su independencia, el guaraní era la lengua general del Paraguay. Los mestizos de la Provincia que acompañaron la sublevación, debieron haber combatido en las filas comuneras, necesariamente, con su propio idioma nativo, el idioma de su autonomía.

V - La Revolución Comunera del siglo XVIII reconoce dos periodo: el legalista, representado por Antequera, Gobernador de la Provincia del Paraguay y el Cabildo de Asunción, institución defensora de los fueros locales o municipales; y el periodo radial, dirigido por el partido “Comunero” que gobierna en nombre de “La ilustre soberanía del Común” en forma absoluta. Rechaza gobernadores nombrados por el Rey. Resiste con milicia armada el bloqueo de la Provincia combatiendo contra el empuje de las poderosas fuerzas combinadas de los ejércitos del Virrey y de las reducciones jesuíticas. Se forma una “Junta Gubernativa” y se designa un “Presidente de la Provincia del Paraguay”, para asombro de los tiempos. Se sustituye el viejo ejército realista por las milicias armadas del pueblo, es decir, por un ejército comunero. Se anula las encomiendas de los antiguos cabildantes, habidas por merced real y se designa un nuevo Cabildo compuesto enteramente por partidarios del Común.

Al modificarse las estructuras político-administrativas internas de la Provincia, se atacaba las bases mismas del sistema colonial. El movimiento adquiría un carácter radical y autónomo, abiertamente revolucionario, porque al adueñarse el Común de los resortes del Gobierno, desplazaba a las autoridades realistas del poder político de la Provincia del Paraguay.

VI - La Revolución del 14 de Mayo de 1811, aunque con temporánea con la emancipación de los demás países latinoamericanos, se enlaza históricamente con la Revolución Comunera y reconoce en ella un antecedente que culmina con la independencia de la República del Paraguay»

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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3 - GARAY, Blas: "Tres Ensayos sobre Historia del Paraguay’. Asunción. Editorial Guarania, 1942.

4.- DIAZ PEREZ, Viriato: "Las Comunidades peninsulares en su relación con los levantamientos “Comuneros” americanos y en especial con la "Revolución Comunera del Paraguay”. As. “La Colmena”, 1930.

5.- DOMINGUEZ, Manuel: "La ejecución de Antequera” Asunción, diario “Patria”, 21-11-1918.

6.- CARDOZO, Efraím: "El Paraguay Colonial”. Buenos Aires - Asunción - Edic. Nizza, 1959.

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8.- QUEVEDO, Roberto: "ANTEQUERA - Historia de un silencio”. Asunción, Ed. “La Voz”, 1970.

9.- VELAZQUEZ, Rafael Eladio: "José de Avalos y Mendoza. Un protagonista paraguayo de la Revolución Comunera ”. En “El Internacional” Nº 1, As. 1962.

10.- GONZALEZ, J. Natalicio: "Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya” As., Ed. GUARANIA, 1948.

11.-SANCHEZ QUELL, Hipólito: "Estructura y Función del Paraguay Colonial”. Bs. Aires, Ed. Tupa, 1947.

12.-MONTALTO, Francisco A.: "Panorama de la realidad histórica del Paraguay". Asunción, Editorial EL GRAFICO, 1967.

13 - BAEZ, Cecilio: "Resumen de la historia del Paraguay desde la época de la Conquista hasta el año 1880". Asunción, II. KRAUS, 1910.

14.- JOVER PERALTA, Anselmo: “El Paraguay revolucionario", 2T. Buenos Aires, Ed. TUPA, 1946.

15.- LOZANO, P. Pedro: "Historia de las Revoluciones de la Provincia del Paraguay"', T. I y II. Buenos Aires, CABAUT y Cía., Editores, 1905.

16.- LUGONES, Leopoldo: "El Imperio Jesuítico". Buenos Aires, Ediciones PUCARA, 1945.

17.- ROLON MEDINA, Anastasio: "Temple y Estirpe. ASUNCION . - la insumisa capital del Común". Asunción, Im. “La Humanidad”, 1955.

18.- RIQUELME, Andrés: "Apuntes para la historia política y diplomática del Paraguay", 2 T. - Asunción, Edit. EL GRAFICO, 1961.

19.- MOLAS, Mariano Antonio: "Descripción Histórica de la Antigua Provincia del Paraguay". Asunción, NIZZA, 1957.

20.- ESTRADA, José Manuel: "Los Comuneros del Paraguay’’. Buenos Aires, Imp. Nac. Argentina, 1865.

21.- ARCINIEGAS, Germán: "Los Comuneros". Santiago de Chile, Edic. Zig-Zag, 1940.

22.- MACHADO RIBAS, Lincoln: "Movimientos Revolucionarios en las Colonias Españolas de América ”. Buenos Aires, Editorial CLARIDAD, 1940.

23.- WARREN, Harris Gaylord: "Paraguay". University of . Oklahoma Press, E.E.U.U., 1949.25.- BAEZ, Cecilio: "Cuadros históricos y descriptivos del Paraguay", As., II. KRAUS, 1906.

26.- BENITEZ, Justo P. "LA RUTA", As., Imp. Nac 1939.

27.- PEÑA VILLAMIL, Manuel: "LA FUNDACION DEL CABILDO DE LA ASUNCION" - Antecedentes Históricos y Juridicos Asunción, Editorial EL GRAFICO, 1969.

28.- RIVAROLA MATTO, Juan Bautista: "Ensayo sobre los Comuneros". Asunción, CROMOS S.R.L., 1980.

29.- ZINNY, Antonio: "Bibliografía Histórica del Paraguay y de Misiones”. Buenos Aires, Editorial Monserrat, 1975.

30.- "COLECCION GENERAL DE DOCUMENTOS tocantes a la 3a. época de la conmociones de los Regulares con la Compañía en el Paraguay. Contiene el Rey no Jesuítico del Paraguay”. Su autor don Bernardo de Ibáñez de Chavarri Madrid, 1770.

31.- "COLECCION GENERAL DE DOCUMENTOS, tocantes a la persecución contra el Ilmo, señor don Bernardino de Cárdenas". Madrid, Real Imp. de la Gaceta, año 1778.

32.- "DOCUMENTOS DEL ARCHIVO HISTORICO DE IA PRO VINCIA DE CORDOBA "- “Monseñor Pablo Cabrera", referentes a la orden de prisión, embargo y remate de los bienes de Antequera", años 1725-1728,

33 - SAGUIER ACEVAL, Emilio: "La lucha por la libertad Asunción, Imprenta Nacional, 1940.

 

 

SUMARIO

CAPITULO PRIMERO

Rebeliones populares durante el régimen colonial hispano - 1

CAPITULO SEGUNDO

Antecedentes hispánicos. Los Comuneros de Castilla - 5

CAPITULO TERCERO

Raíz nativa de la Revolución Comunera del Paraguay.

La Conquista y la Resistencia guaraní. La rebelión de Arecaya  - 11

CAPITULO CUARTO:

Etapas de la Revolución Comunera del Paraguay.

El Cabildo de Asunción. La Primera Revolución Comunera. La segunda Revolución Comunera - 2l

CAPITULO QUINTO

La Revolución Comunera del siglo XVIII (1717-1735) 33

CAPITULO SEXTO: José de Antequera y Castro, caudillo comunero - 39

CAPITULO SEPTIMO

Carta Primera que escribió el Señor Dr. Don Joseph de Antequera y Castro al limo. Sr. Maestro D. Fray Joseph de Palos, Obispo del Paraguay, Carta Segunda al Obispo de Palos - 47

CAPITULO OCTAVO

Orden de Prisión, embargo y remate de los bienes de Antequera - 59

CAPITULO NOVENO

Sentencia y ejecución de Antequera - 77

CAPITULO DECIMO:

Informe de Matías de Angles y Cortari - 83

CAPITULO UNDECIMO

Vindicación de la memoria de Antequera - 87

CAPITULO DUODECIMO:

Fernando de Mompox y Zayas. La ilustre soberanía del Común  - 91

CAPITULO DECIMO TERCERO:

La Doctrina Comunera 97

CAPITULO DECIMO CUARTO:

Fin de la Revolución Comunera. La batalla de Tabapy. Trágica expiación de los vencidos 103

CAPITULO DECIMO QUINTO

Conclusiones - 107

BIBLIOGRAFIA - 111

 

APENDICE

Copia de los Documentos extraídos del Archivo Histórico de la Prov. de Córdoba Mons. Pablo Cabrera - 115

1 - Orden de prisión, embargo y remate de los bienes de Antequera.

2 - Diligencias para embargar los bienes del Dr. Don José de Antequera y Castro.

 

 

 

 

 

 

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