INSPIRACIONES MACROECONÓMICAS DEL CARTISMO

Por BLAS BRÍTEZ

bbritez@uhora.com.py

El artilugio que tendremos por presidente en menos de un mes –como anoté aquí en diciembre de 2021, bajo título de “El autómata del bando de los contrabandos”– inspira su visión de economista “humanitario” y “modernizador” (con autocomplaciente experiencia de asunceno pur sang en misiones de operador del FMI en África) en ciertos postulados del economista neoclásico y neoliberal, Hernando de Soto, peruano fundador del think tank Instituto Libertad y Democracia, asesor de dictadores finiseculares y del nuevo siglo que van desde Alberto Fujimori (su fallida obra maestra autóctona), pasando por el derrocado egipcio Hosni Mubarak hasta el asesinado libio Muanmar Gadafi.

Se puede argumentar que el inspirador De Soto se acostumbró a elaborar (a cambio de jugosos dividendos) “planes de crecimiento” para economías de base autoritaria y en violenta expansión urbanizadora, con ciertos proyectos modernizadores bajo tutela de tradiciones culturales y políticas conservadoras (lo que asegura su imposición a las poblaciones); proyectos, a su vez, centrados en la “formalización” de “microempresarios” mediante derechos de propiedad, y en la “creación” de una clase media consumidora de productos (legales o no) y servicios (malos o buenos) del los capitalistas dominantes de tal o cual país y de sus socios internacionales, no escasas veces provenientes estos de superiores economías fronterizas y, obviamente, del capital empresarial y del gansteril conectados (eso que pomposamente ahora llaman “crimen organizado”).

En este panorama, mientras las clases medias ocupan los mejores puestos profesionales y burocráticos, las clases subalternas son sometidas a la parálisis o caída de los salarios en medio de un régimen ascendente de explotación (muchas veces combinadas con ajustes e inflación), del ataque a sus escasos derechos laborales, de la apropiación de la riqueza nacional centrada en la posesión de la tierra y en la presión sobre el mundo del trabajo.

Pero no solo nuestro presidente por los próximos cinco años tiene debilidad por economistas neoclásicos. Quien será su ministro de Hacienda, también. En su caso, apela a las teorías más sofisticadas del Premio Nobel de Economía 1987, el estadounidense Robert Solow.

Si Santiago Peña tuvo presentes las concepciones económicas de De Soto en sus campañas presidenciales de 2018 y 2023, Carlos Fernández Valdovinos tuvo en mente las de Solow cuando, durante el Gobierno de Horacio Cartes (2013-2018), fue presidente del Banco Central del Paraguay. En las dos partes de su artículo titulado “Quid Pro Quo: productividad y crecimiento económico”, publicado por el BCP en 2016 en el libro Paraguay: Más allá de la macroeconomía, Fernández Valdovinos insiste en un crecimiento apoyado en la vieja confiable puesta al día de la infraestructura en países “en vías de desarrollo”, además de las ideas defendidas por Solow desde hace más de medio siglo: la combinación de la tasa de ahorro, la de crecimiento de la fuerza laboral y, sobre todo, el estado de la tecnología como marcador de crecimiento económico.

Para el ministro de Hacienda que viene, ese “más allá” de la macroeconomía (es decir, la correspondiente a la gente común), debe estar finalmente al servicio de la estabilidad de las finanzas de un país para el mejoramiento de sus clases empresariales, principalmente. Para que los niveles de negocios capitalistas tengan fluida vida en Paraguay, considera Fernández Valdovinos que el Estado debe aportar leyes e infraestructura “acordes” para un óptimo “clima de negocios” (lo que ya empezaron a hacer hace una década), deben las clases trabajadoras (sobre todo los jóvenes y las mujeres) dejarse explotar sin clemencia, y la tecnología debe ser gestionada por el Estado para este crecimiento de finalidad mercantil que, según tanto Fernández Valdovinos y Peña, supuestamente están “más allá” de lo macroeconómico, mientras el grueso de la población no ve la mera economía por ningún lado.