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JUSTO PASTOR BENÍTEZ (+)

  CUADERNO DE PEÑA HERMOSA Y OTROS ESCRITOS - Por JUSTO PASTOR BENITEZ


CUADERNO DE PEÑA HERMOSA Y OTROS ESCRITOS - Por JUSTO PASTOR BENITEZ

CUADERNO DE PEÑA HERMOSA Y OTROS ESCRITOS

Por JUSTO PASTOR BENITEZ

 

Edición especial de Editorial Servilibro

Para ABC COLOR,

Colección Imaginación y Memorias del Paraguay (10)

© De la introducción:  EVELIO FERNÁNDEZ ARÉVALOS

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay,

2007, 111 páginas.

 


NOTICIA

Justo Pastor Benítez nació en la Asunción el 28 de mayo de 1895 y falleció, también en la Capital de la República, el 6 de febrero de 1967. Fueron sus padres Pedro Ignacio Benítez y Ramona Coronel Echagüe. El progenitor era hijo del Comandante Basilio Benítez, considerado un brillante jefe, que integró el cuerpo de edecanes del Mariscal López y murió en la batalla del 2 de mayo de 1866. La madre descendía de una tradicional familia paraguaya, los Echagüe, y era hermana del Dr. Adriano Coronel, cuyo nombre figura en la nomenclatura de las calles de nuestra ciudad.

Bachiller del Colegio Nacional en la promoción de 1913, es abogado en 1919, con tesis de doctorado titulada "La Causa Nacional". Ejerció cátedras en el Colegio Nacional, en la Escuela Militar, en la Escuela Superior de Guerra y en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.

Diputado en 1920, continuó siéndolo durante varios años. Lideró la bancada radical a contar de 1928; Senador en 1938, fue, además, Ministro del P.E. con los Presidentes Guágiari, Eusebio Ayala, Félix Paiva y J.F. Estigarribia, en las carteras de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Interior, Hacienda y Relaciones Exteriores. Se desempeñó asimismo como Presidente de la Oficina de Cambios y del Banco de la República. Ejerció la representación diplomática del Paraguay ante los gobiernos de Italia, 1926; del Brasil, 1934 y de Bolivia en 1938. Presidió la Delegación paraguaya ante las Conferencias Panamericanas de Montevideo, 1933 y Lima, 1938.

Miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua y la Academia Paraguaya de la Historia; correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil, de la Academia Carioca de Letras, de la Academia Argentina de la Historia, de la Real Academia de la Lengua Española, de las Academias de la Historia de Colombia, Venezuela, Bolivia y el Uruguay, miembro del Instituto "Eloy Alfaro" del Ecuador, ciudadano de Honor de la ciudad de Río de Janeiro, partícipe en la celebración del Bicentenario de la Universidad de Columbia, EE.UU., y en el Congreso de Homenaje al prócer cubano José Martí; miembro igualmente de la Academia de Derecho Internacional de París y de Institutos de Ciencias Políticas de varios países latinoamericanos.

Fue periodista y Director de "El Liberal" y "El Diario" de Asunción; colaboró en "La Prensa" y "La Nación" de Buenos Aires, "El Día" y "La Mañana" de Montevideo, "O Jornal" de Río de Janeiro, "Diario de la Marina" de La Habana y otros periódicos y revistas de nuestro continente y Europa.

Ensayista, escribió una treintena de libros y folletos, entre los que destacan La vida solitaria del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia; El solar guaraní; Formación social del pueblo pa raguayo; La ruta; Mirador de un exiliado; Bajo el signo de Marte; Ideario político; Ensayo sobre el liberalismo paraguayo; Jornadas democráticas; Los Comuneros del Paraguay; Estigarribia, el soldado del Chaco; José Martí; Algunos aspectos de la literatura paraguaya; Temas de la Cuenca del Plata, etc.
 

INTRODUCCIÓN

Leer creaciones de Justo Pastor Benítez es quedar atrapado en una prosa amena y elegante que estalla a ratos en resplandores de pujantes imágenes inusitadas. Su pluma tiene la rara virtualidad de iluminar tanto la comprensión de gestas heroicas, de grandes eventos históricos, de acciones humanas relevanes o de problemas socio-políticos, como también de lo cotidiano, lo íntimo, lo anecdótico y engañosamente intrascendente pero que, sin embargo, insufla de plenitud significativa al exuberante entramado de la condición humana y de los hechos históricos.

Es tarea imposible la de resumir la vida de un político, ensayista, historiador y hombre de Estado de tan vasta trayectoria como Justo Pastor Benítez, quien ejerció las más altas magistraturas (diputado, senador, diplomático, varias veces ministro, jurista, catedrático, miembro de academias, y siempre periodista) y publicó una treintena de libros. Su participación en célebres debates parlamentarios constituye hasta hoy ejemplo de elocuencia aplicada a defender los intereses del Paraguay. En su multifacética y prolongada actividad pública, tuvo aciertos y errores -al fin y al cabo no yerran sino los que nada hacen-, pero nadie puede dudar de su acendrado amor a su pueblo, de su enorme capacidad intelectual, de su formidable e inconfundible estilo como escritor y de su acrisolada honradez.

Esas conocidas virtudes de Justo P. campean en "Cuaderno de Peña Hermosa y otros escritos", obra de su madurez, escrita en el infortunio de su reclusión en ese lejano y tristemente célebre lugar al que fue enviado por el dictador Morínigo, donde malvivió en la abigarrada aunque solidaria compañía de otros 72 prisioneros de variopinta extracción política y social (José de la Cruz Franco, Aurelio Núñez Velloso, Francisco Centurión, Juan Carlos Garcete, Marcos Zeida, entre otros muchos).

Pese a que este libro fue escrito después de su brusco y dramático descenso de hombre de Estado y ministro a paria sometido a una injusta prisión, no hay amargura en él, no hay expresiones de odio, no hay resentimiento ni pensamientos vengativos. Por el contrario, los hechos y personajes son descriptos y evaluados con la serena equidad de quien ha superado los tironeos del encono y del desprecio.

En esa lejana e inhóspita isla Justo P. escribió este libro (1940) sobre una valija de cuero que le había servido de compañera de viaje desde 1926. En la obra, los temas van sucediéndose en aparente desorden, aunque guardan en el fondo una oculta sistematicidad. Sobresale su afán de ilustrar sobre la personalidad, las costumbres, la visión misional de Estigarribia, sobre su fe ciega en su propio destino, sobre su firme convicción de que su estrategia daría los frutos esperados, sobre su confianza en la valentía y en la iniciativa del soldado paraguayo, sobre su meditado protagonismo en la concepción, preparación y conducción de las operaciones, aunque dando margen para la iniciativa de sus subordinados; sobre su modo certero de discriminar lo substantivo de 1o secundario, y también sobre su respetuoso y fructífero relacionamiento con el presidente Eusebio Ayala. Nos habla asimismo de las costumbres personales de Estigarribia: su prolijidad, su trato reservado, sereno y correcto; sus larguísimas caminatas, su gusto por comentarios sobre estrategias y estrategas; por anécdotas y chistes, por la música nativa; su relacionamiento familiar. Desfilan los nombres de quienes integraban su Estado Mayor, la mayoría de los cuales eran jóvenes intelectuales incorporados al Ejército (Carlos Pastore, Julio César Chaves, Pablo Max Ynsfrán, Salvador Villagra Maffiodo, Hipólito Sánchez Quell, Tomás Romero Pereira, Adriano Irala y Horacio Fernández). Su retrato del Mariscal está teñido por el afecto y la admiración, posiblemente exacerbados porque la obra fue escrita apenas tres meses después de la trágica muerte de Estigarribia.

Y también nos presenta un vívido cuadro de la misma Guerra del Chaco, descripta desde perspectivas que enriquecen su comprensión integral. Destaca no solamente la brillante actuación de grandes jefes (Irrazábal, Fernández, Eugenio A. Garay, Rafael Franco, Gaudioso Núñez, Juan B. Ayala, Brizuela, Nicolás Delgado, Juan Manuel Garay, etc.), sino también de soldados-agricultores, mancebos de la tierra, anónimos alarifes de la victoria, de quienes Benítez dice que constituyen un pueblo característico "agricultor y pastor; come preferentemente carne; monta a caballo y toma mate; pero se diferencia de sus vecinos por su carácter bilingüe, por la homogeneidad de su población, por cierto nacionalismo hiperestésico. No dice “soy paraguayo”, sino “che co paraguay”... Puede definirse su psicología diciendo que el paraguayo lee y piensa en español, pero ama, odia y pelea en guaraní".

No solamente se ocupa de los avatares de la vida del Mariscal en el campo de Marte, sino también de su proyección a la actividad política en la posguerra, en el marco del difícil contexto que vivió la República luego del golpe franquista.

Y también nos habla de la Guerra Grande, del mariscal López, de las cuatro mujeres que marcaron su vida (su madre, Elisa Alicia Lynch, Juliana Ynsfrán de Martínez y Pancha Garmendia); de ese héroe impoluto que fue José Eduvigis Díaz...

Benítez no nos reclama asentimiento a su modo de ver y apreciar los sucesos históricos y políticos ni sobre figuras de nuestro pasado -de hecho, se puede cuestionar su evaluación de los acontecimientos ocurridos durante la presidencia de Estigarribia, en particular desde el 18 de febrero de 1940- pero expresa sus opiniones y criterios de modo directo, sin dobleces, de modo tal que a los narratarios nos cabe plena libertad para adherir o disentir de ellos.

Si alguien se hubiera propuesto condensar en dos páginas un descarnado y conmovedor compendio de convicciones raigales y de lecciones de vida, no lo hubiera hecho mejor que Justo Pastor Benítez en su carta del 25 de mayo de 1955, colofón inmejorable del libro que comentamos, misiva en la cual, frente a la inquina de su contendor, eleva su voz para proclamar el derecho que tienen todos los paraguayos de residir en su tierra sin depender para ello de favores arbitrarios; su pobreza personal como blasón de haber ejercido funciones públicas con honestidad, y su inconmovible fe democrática. Y afirma que en sus treinta y cuatro años de periodismo "nunca he salpicado con mi pluma la honra de una mujer ni el honor de un hombre ni perseguido a los caídos". Lapidariamente agrega: "No me he detenido en el análisis del grupo sanguíneo africano; lo que sé es que ningún pigmento deshonraría como la calidad de esclavo blanco de dictaduras grises".

Estando aún en prisión, dice finalmente: "Ya sé que la vida no se reconstruye, apenas se repara" Aun después de su muerte, Justo P. sigue a su modo en el noble intento de reparar el desconocimiento y la incomprensión de nuestro pasado.

EVELIO FERNÁNDEZ ARÉVALOS
 

ÍNDICE

Propósito - Rubén Bareiro Saguier - Carlos Villagra Marsal Noticia

Introducción - Evelio Fernández Arévalos

*. Cosecha del tiempo perdido. Apuntes

*. La aurora (Co'êtî Jave)

*. José Félix Estigarribia

*. La vida heroica de J.E Estigarribia
 
*. Colaboradores de Estigarribia. Eugenio A. Garay
 
*. "La montaña de la purificación"

*. La guerra de nervios. La religión en la selva (abril de 1941)

 
 
 

"LA MONTAÑA DE LA PURIFICACIÓN"

Sería una falsedad afirmar que Estigarribia fue feliz. Los héroes, los luchadores, los poetas y los hombres de pensamiento no pueden ser felices, porque son representativos, porque en su alma resuenan las aspiraciones, las ansias, los dolores y las esperanzas de la colectividad. Superarse es sufrir; luchar es esforzarse; vencer es casi siempre violentar. Ni en la naturaleza ni en la existencia humana abunda la línea recta. La vida de un grande hombre podría más bien compararse a una espiral ascendente. Estigarribia tuvo sus decepciones y desfallecimientos, pero todo lo superó con fuerte voluntad y sostenida energía. Cada una de esas etapas habrán dejado cicatrices en el corazón, rasguños en el alma, pero no pudieron desviar ni desesperar al incólume paladín. Por el largo sendero de los campos de Montiel le salieron malandrines y follones, discutiéronle escépticos y mediocres togados, le negaron sus enemigos, intentaron disminuirle sus adversarios; tropezó y embistió; sus brazos dieron a veces mandobles mal dirigidos, pero siempre sostuvo su escudo en alto, invencida la espada, inspirado perennemente por la patria, señora de sus pensamientos, norte de sus afanes, aliento de sus empresas.

Así le ocurrió en la prisión. A raíz del 17 de febrero, Estigarribia intentó detener la avalancha y cuando se convenció de la inutilidad de su esfuerzo, tomó un avión y se presentó a Campo Grande a darse por preso. Un hombre como él no podía concebir la escapada ni rehuir el cotejo de sus responsabilidades. El vencedor del Chaco fue conducido a una celda carcelaria donde permaneció durante siete meses, y de la cual salió enfermo para su domicilio y luego desterrado. Su jerarquía nacional, sus hazañas, la limpieza de su vida, no merecieron respeto. Una densa sombra ocultó su estrella. Alguien le pidió cuenta del armisticio de Campo Vía; otro, le hizo cuestión del sueldo asignádole por el Congreso; no faltaron patanes que ofendieron a su esposa e hija. Estigarribia concurrió ante un severo tribunal que buscaba delito en la más grande victoria de nuestra existencia de nación. La madre pareció negar al hijo dilecto. La pasión política quiso borrar por decreto un capítulo de historia. Remansos inexplicables serán siempre el destierro de Arístides por los atenienses y la prisión de Estigarribia por los paraguayos. Sucre fue asesinado por dos envidiosos de su inmaculada figura; Bolívar apenas escapó de la celada, tendidale por el miedo y la insignificancia; Artigas fue desplazado por Ramírez, en el entrevero. Ninguna injusticia carece de precedente en los fastos humanos, pero entre ellas se recordarán siempre como vanos intentos de violentar la historia y ensuciar lo que es impoluto, el destierro del Ateniense justo y del Paraguayo sin mancha.

Los centinelas olvidaron hasta su jerarquía; algunos políticos consiguieron con eso la celebridad del zapatero Simón, carcelario del Delfín, como único título para ser recordado; pero todo fue vano: Estigarribia, con sus aciertos y errores, sus omisiones y victorias, estaba ya en el pedestal de la historia, hasta donde no llega el sucio oleaje de los motines callejeros.

Bossuet sostiene que la historia estaba conducida por la mano de Dios. La prisión sirvió para engrandecer la figura del vencedor del Chaco, dándole el sello del sacrificio, sin el cual ninguna personalidad es completa. Por eso él tanto habló de la "Montaña de la Purificación".

Esta biografía fue escrita tres meses después de la muerte del General Estigarribia, en un campo de concentración donde se encontraban dos de sus colaboradores, por permanecer fieles a su memoria. Allí evocamos la figura del General en los últimos días de agosto. Había promulgado su Constitución para amparo y sendero de su pueblo. Tenía en sus carpetas de estadista negociaciones con Estados Unidos, Argentina, Brasil y Bolivia, negociaciones destinadas a cambiar fundamentalmente los destinos de un país mediterráneo, enclaustrado y sin combustible. El General estaba poseído, en esos últimos tiempos, de cierta euforia de patriotismo. Varias de sus obras de gobierno habían tenido un feliz comienzo; sus colaboradores trabajaban con afanosa capacidad, alentados constantemente por él; la administración pública se había encarrilado de nuevo y renacía la confianza pública. El General comprendía perfectamente que además de los problemas básicos de población y producción el progreso del Paraguay dependía de algunas gestiones internacionales destinadas a abrirle mercado, a obtener créditos, a financiar obras y a resolver la cuestión monetaria. Los técnicos americanos resultaron consejeros prudentes y juiciosos. El Paraguay necesitaba ser dueño de su río, de sus me-dios de comunicación, consolidar su moneda, alentar la producción y obtener combustible, so pena de vegetar durante siglos en una desesperante mediocridad agrícola. El General había alcanzado una personalidad de consideración continental. Se le sabía serio, patriota y capaz. El héroe era también un hombre de gobierno. Sus conversaciones con Roosevelt, Vargas y Ortiz fueron promisorias y confiaba en arreglar con Peñaranda algunas cuestiones de recíproca utilidad para los dos países ex-contendores. Después de las labores de costumbre, los domingos de tarde invitaba a su casa al Ministro de Obras Públicas y al de Hacienda e interino de Relaciones para darles a conocer sus nuevas gestiones de carácter confidencial. Algunas de esas gestiones fueron: con-versión mecánica del papel moneda del 7.000 al 3.500% sobre la moneda argentina; dragado del río Paraguay; adquisición del puerto de Asunción; construcción de una carretera al Brasil y el oleoducto al través del Chaco. Luego venía un plan bien estudiado de caminos y aliento de la producción agropecuaria, a base de créditos ya obtenidos en principio. En esa empresa le sorprendió la muerte. Era el único punto no contemplado en su patriótico programa.

El General contemplaba la posibilidad de embellecer la vida colectiva creando nuevos ideales y desbaratando para siempre el espíritu de derrota que tanto pesimismo había extendido sobre el alma paraguaya. No hay que olvidar que el himno popular es el Campamento Cerro León, que canta la rendición de Uruguayana, y el monumento venerado es la ruina de la Iglesia de Humaitá. Los pueblos, como los niños, no deben educarse con el recuerdo de amarguras ni derrotas, sino con la pujante y victoriosa expresión de la vida, como el Arco del Triunfo, de la Estrella, la Estatua de la Libertad de Nueva York, la columna de Nelson y los arcos de triunfo romanos. El General Estigarribia veneraba el pasado, pero creía que los paraguayos eran capaces de hacer cosas más grandes en el porvenir. Entre el ciprés y el laurel hay que quedarse con el árbol evocador de la victoria.

Por eso hizo una constitución que es la expresión jurídica surgida de los cañadones chaqueños y no el estatuto dictado sobre las ruinas de la patria vieja, bajo la vigilancia de las tropas extranjeras que ocupaban la Asunción.

Algunas de esas posturas, cambios de actitudes y gestos, que obedecían a la profunda transformación operada por la guerra del Chaco, no pudieron ser comprendidos por el sector conservador de la opinión pública. Desde luego es difícil apreciar esa aceleración de vida, esa violencia psicológica que operan fenómenos tan violentos como la guerra. Capitanes y tenientes, casi adolescentes, edecanes de las vísperas, regresaban después de tres años cubiertos de gloria y de renombre, ocupaban mayor espacio, des-alojaban antiguas posiciones; la juventud maduró también, con precipitación. Se quería acelerar el lento ritmo de nuestro progreso, sin atinar precisamente el camino. He ahí lo que causó parte de la perturbación nacional y que Estigarribia buscaba encauzar con inteligencia y moderación, algunos de los viejos cuadros estaban rotos; en la imposibilidad de reconstruirlos, se imponía hacerlos nuevos, crear nuevos líderes, conductores, paladines, que son los cuadros permanentes y dinámicos para la conducción de los pueblos. Estigarribia había hecho la guerra con jefes jóvenes; fuera de Garay y Brizuela, todos sus colaboradores lo fueron.

Tal actitud del Conductor no excluía el respeto por los hombres maduros ni las capacidades probadas. La empresa constructiva de Estigarribia se truncó en el primer recodo. El héroe que conoció en vida la gloria, llevó al Panteón sus sueños de progreso. Un accidente de aviación detuvo por un momento el destino del Paraguay.

Peña Hermosa, abril 28-1941 "Padre nuestro que estás en los cielos de la gloria, santificado sea tu nombre por todos los hijos de esta tierra a la cual diste nuevos galardones y llevaste por el camino del progreso. Inspíranos siempre con tu noble ejemplo de patriota sin par. Ayúdanos a continuar con honra la historia del Paraguay. Venga a nos la luz de esa estrella que guió tus pasos en el Chaco y si alguna vez sufriste injusticia, olvídala porque así lo piden nuestra Religión de Cristo y los veinticinco mil compatriotas que murieron en defensa de nuestra heredad. Tú recuerdo nos libre de la discordia y una en Santa unión a todos los paraguayos para hacer la grandeza de esta Patria, de la cual fuiste invicto paladín".
Oración ante la tumba de Estigarribia

7 de setiembre de 1940
Río de Janeiro, enero 1º de 1948

Siete años después he procurado evocar algunos de los días vividos en Peña Hermosa; pero el esfumno, su poder curativo y acontecimientos posteriores, han diluido las líneas y los colores. Apenas queda la memoria apagada de días calurosos, y el recuerdo amable de los compañeros de prisión. No puedo olvidar entre ellos a mi antiguo condiscípulo, José de la Cruz Franco, filántropo, amigo de corazón; a Aurelio Núñez Velloso, "el caballero más completo de la ínsula" como se le llamaba con razón; a mi antiguo compañero de los días floridos de Roma, en 1926, doctor Francisco Centurión, servidor, médico y cocinero, condecorado dos veces por su civismo: con la Cruz del Chaco, por su actuación en la guerra y con la prisión en Peña Hermosa; al silencioso Cayetano Carvalho, indio concentrado; a Marín Iglesias, que logró zafarse pronto y no conoció las furias de los carceleros; a Juan Carlos Garcete, luchador desde 1911, y su espíritu de resistencia; al Capitán Godoi, ordeñador de vacas y buen cocinero; a Blas Garay y Juan B. Colunga, correctos en medio de las penurias; al viejo liberal Cabañas, que me abrazó llorando al salir de tan injusta reclusión; a Carlés, hombre de corazón de oro, sencillo como una azucena; a los líderes obreristas como Adolfo Yegros, labrado en urundey; a Coronel, listo para ayudar a los compañeros; a Marcos Zeida, luchador de temple; un grupo obrero, joven, solidario y fume, de quienes guardo la mejor impresión. No me acuerdo ya de las cosas feas, como el horario que permitía salir un cuarto de hora para el baño en el río; que obligaba a meterse bajo el mosquitero a las 7, con un calor de 40°; que nos hacían formar tres veces diarias para la lista; que prohibía que nuestra vaca lechera pastara fuera del alambrado; que se diera "tacitas" a los loros de Carvalho y Colunga; que se le llamara por el apodo de Ovechá-piré al teniente (a quien Gavilán le puso el apelativo de "pellón"), a la censura de las cartas familiares. Aquí ha terminado el "yo opino", decía "pellón", que se llamaba Guillermo Almada.
 
 
 
 

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