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SERGIO FERREIRA

  LA VIEJA NUEVA OLA - Por SERGIO FERREIRA - Domingo, 12 de Febrero de 2017


LA VIEJA NUEVA OLA - Por SERGIO FERREIRA - Domingo, 12 de Febrero de 2017

LA VIEJA NUEVA OLA

 

Por SERGIO FERREIRA

 

sferreira@abc.com.py

Agrupados en torno a la revista Cahiers du Cinéma, un grupo de jóvenes cineastas e intelectuales franceses rompieron con la dinámica de la «qualité» y con el sistema de producción habitual.

Hace más de medio siglo, nacía la Nouvelle Vague, esa «vieja nueva ola» de la que nos habla hoy Sergio Ferreira.

2017. Tengo en mi mano un teléfono que me permite grabar imágenes en movimiento, como una cámara de video. Puedo contar una historia con él, como si se tratara de una película, subirlo a internet y que todo el mundo la vea. Con mi teléfono también puedo ver películas de todo el mundo. La red también me permite acceder a una cinemateca incomensurable, o hasta lo que me dé el saldo y el ancho de banda que disponga. El mundo realmente está en mis manos.

Pero a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, los medios eran muy diferentes. En Francia, un grupo de jóvenes críticos, integrantes de la revista Cahiers du Cinema estaban realmente revueltos contra el cine que se realizaba en su país. Un cine pretencioso, de «calidad», como se denominaba, con exagerado rigor literario y muy acartonado. Uno de esos críticos, con solo veintidós años, escribió un artículo denominado «Una cierta tendencia del cine francés» que encendió la mecha y puso en pie de guerra a los muchachos del Cahier contra lo establecido. El siguiente paso fue empezar a hacer sus propias películas, y a fines de la década lograron estrenar El bello Sergio, de Claude Chabrol, Sin aliento, de Jean Luc Godard y, por supuesto, Los 400 golpes, de Francois Truffaut, aquel impetuoso joven que escribió el mencionado artículo. Nacía la Nouvelle Vague, el movimiento cinematográfico que transformaría el cine de todo el mundo. Una ola que provocaría un tsunami tras el cual, el sétimo arte ya no fue el mismo.

Más de medio siglo después, la frescura de la vieja Nouvelle Vague se puede comprobar en el ciclo que se realiza todos los martes de este mes en la Alianza Francesa. Comenzó el 7 con El desprecio, de Jean Luc Godard, y continuará con Las dos inglesas y el amor (martes 14), de Francois Truffaut; Hiroshima Mon Amour (martes 21), de Alain Resnais, y Mi noche con Maud, de Eric Rohmer (martes 28). La entrada es libre y gratuita.

Hoy en día es muy fácil registrar imágenes, pero en los años cincuenta, era prácticamente imposible. Aquellos fanáticos del cine lograron hacerse de equipos ligeros de 16 mm que eran más baratos y más ágiles, lo que contribuyó a definir su lenguaje. Utilizaban la cámara como si fuera una lapicera o un bolígrafo. Ya en 1948, el crítico Alexandre Astruc hablaba de la necesidad de un nuevo tipo de cine utilizando la cámara como el escritor utiliza su pluma y ya anticipaba la inminencia de la Nouvelle Vague. «No se trata de una escuela, ni siquiera de un movimiento, tal vez simplemente de una tendencia. De una toma de conciencia, de una cierta transformación del cine, de un cierto futuro posible y del deseo que sentimos de acelerarlo. Claro está que ninguna tendencia puede manifestarse sin obras. Estas obras aparecerán, verán la luz. Las dificultades económicas y materiales del cine crean la sorprendente paradoja de que sea posible hablar de lo que todavía no existe, pues si bien sabemos lo que queremos, no sabemos cuándo y cómo podremos realizarlo. Pero es imposible que este cine no se desarrolle. Este arte no puede vivir con los ojos vueltos hacia el pasado rumiando los recuerdos. Las nostalgias de una época consumida. Su rostro ya se dirige hacia el futuro y, en el cine como en las demás cosas, no existe otra preocupación posible que el futuro».

Los impulsores de la Nouvelle Vague eran cinéfilos antes que nada. Veían todo el cine que estaba a su alcance, no solo en las salas parisinas, sino también en la Cinemateca Francesa, que dirigía Langlois. Se empararon de las obras de Marcel Carné, Jean Vigo y tantos realizadores de antes de la guerra. Valorizaron el cine B norteamericano y algunos cineastas como Hitchcock, Howard Hawks, Samuel Fuller, Nicholas Ray y otros, y, principalmente siguieron el camino trazado por el neorrealismo italiano.

«Las revoluciones nunca tienen un solo padre. Siempre llegan al final de un largo período y son el fruto de muchos esfuerzos, de mucha paciencia. Nosotros no habíamos nacido de repente, porque éramos los herederos legítimos y directos del neorrealismo italiano. Aun en la vida privada, siempre me he sentido un hijo adoptivo de Rosellini», había dicho Godard en una entrevista en los años setenta.

«Yo aspiraba a un cine en el cual pudiera sentirme un poco más libre, un poco menos angustiado, y he logrado llegar a él», dijo en el mismo reportaje Godard, quien hoy tiene ochenta y seis años y cuya última película, Adiós al lenguaje, fue estrenada en 2014.

Libertad es lo que define a la Nouvelle Vague. Un montaje y una narración despojados de ataduras. Sus películas narraban historias personales, amoríos y otras aventuras con deliberada indiferencia ante problemas sociales y grandes temas literarios. La acción y los personajes parecían como borradores de algo que no estaba cerrado, que el mismo espectador armaba.

El nombre de Nouvelle Vague fue acuñado por la escritora Francoise Giraud en 1957, refiriéndose a la juventud francesa de la época, y fue retomado por Pierre Billard en un artículo sobre los nuevos cineastas en la revista Cinema 58.

El crítico Jean Douchet escribió un libro sobre la Nouvelle Vague, publicado en 1998. Describe el movimiento como una «escuela de su tiempo, impertinente, lúdica, inventiva, que refleja una época de conquista y de crecimiento, el optimismo anterior a la crisis que seguirá a 1968». El autor considera que el principio del movimiento lo marcó el cortometraje Le coup du berger, de Jacques Rivette, en 1956, pero estima que el «rechazo del cine francés oficial» se remonta a los años de la ocupación nazi y al descubrimiento del cine norteamericano inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Rivette fue el más animado de todos los componentes del grupo. Impulsó a todos a filmar sus largometrajes, pero fue el que más demoró en completar el suyo, la gran obra París nos pertenece, de 1961.

«Los jóvenes realizadores de la nueva ola constituyeron más que una escuela o un movimiento, un gesto iracundo contra el convencionalismo y el adocenamiento. Estaban decididos a echarlo todo por tierra, y así lo hicieron. Cada realizador buscó su camino, algunos lo encontraron y otros se perdieron», decía Clorindo Mallorquín (seudónimo cinéfilo de Jesús Ruiz Nestosa) en un artículo publicado en este diario en los años setenta.

La Nouvelle Vague tuvo repercusiones en todo el mundo, en todos los movimientos que surgían con el nombre de nuevo cine: el Free Cinema inglés, el Cinema Novo, en las obras de los norteamericanos John Cassavettes, Mike Nichols, Francis Ford Coppola o Denis Hopper. También estaba el nuevo cine alemán; Nagisha Oshima, en Japón, entre tantos otros. Como herederos recientes podemos citar al iraní Abbas Kiarostami, al italiano Nanni Moretti, al taiwanés Hou Hsiao Hsien e incluso a Quentin Tarantino, que denomina a su productora «A Band Apart» en alusión a Bande à part, título de uno de los principales filmes de Godard.

Hoy en día, podemos hacer una película con el teléfono que llevamos a todas partes. El tema está en lo que más caracteriza a la Nouvelle Vague: las historias novedosas. Finalmente, el cine siempre es eso: Contar con imágenes, con vistas al futuro, como decía Astruc.

 

EL BELLO SERGIO (LE BEAU SERGE), de Claude Chabrol. estrenada en 1958.

 

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color

Página 1

Domingo, 12 de Febrero de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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