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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (IV) - Los indígenas se creen engañados - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 30 de Abril de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (IV) - Los indígenas se creen engañados - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 30 de Abril de 2017

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (IV)

Los indígenas se creen engañados

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

 


El tratado hispano-portugués de límites de 1750, que dispuso que siete reducciones jesuitas de Paraguay fueran cedidas a Portugal a cambio de la colonia del Sacramento y que treinta mil habitantes abandonaran esos territorios, desató la rebelión de los pueblos guaraníes contra el ejército luso-español, dramático episodio sobre el cual una rica documentación se conserva en el Archivo de España de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares.

 

PARAQUARIA VULGO PARAGUAY CUM ADJACENTIBUS: mapa de 1671, sugerente obra del extraño escritor holandés -que

nunca visitó el Nuevo Mundo- Arnoldus Montanus (1625-1683), basada en el mapa de Joan Blaeu.

 

Si bien el enfrentamiento armado entre un ejército aliado de España y Portugal y un ejército conformado por indígenas guaraníes iba a darse a partir de 1754, ya desde el año anterior comenzaron a producirse los encuentros debido a exigencias de los portugueses que eran poco menos que imposibles cumplir. Estos inconvenientes fueron expuestos con sencillez y claridad por el padre provincial de la Provincia del Paraguay, padre José Barreda, en una carta dirigida al marqués de Valdelirios el 19 de junio de 1753. Los portugueses querían que los pueblos jesuíticos ubicados en los extensos territorios que les había cedido la corona española (quinientos mil kilómetros cuadrados) fueran abandonados inmediatamente. El plazo era de seis meses. Los afectados por esta medida encontraban que era imposible llevarla a cabo.

En la carta aludida se exponía lo que significaba ese éxodo de miles de personas por caminos cuyo estado resulta hoy imposible de imaginar, caminando, hombres llevando a «sus familias, bienes y ganados, y el más arduo de volver a fabricar nuevas iglesias y casas» (1) por lo cual se declararon resistentes. «Apelaron unos a que sería menos malo quedarse bajo el dominio de los portugueses, pero otros, que eran los más, decían claramente no podían creer que el Rey que por tantas cédulas había prometido ampararlos en sus tierras y defenderos de sus enemigos podía faltar a lo prometido, y pasar a quitarles lo que con derecho natural habían adquirido por espacio de ciento y treinta años, pues para tan riguroso castigo no hallaban haber cometido culpa contra el Rey, antes sí, estaban muy satisfechos de los repetidos servicios con que habían procurado acreditar su obediencia exponiendo su sangre y sus vidas por defender los dominios de su soberano» (2). De este modo, aludía a las numerosas ocasiones en las cuales el ejército de indígenas guaraníes había participado en la defensa de Asunción de ataques de grupos indígenas belicosos que de tanto en tanto realizaban sus correrías por la ciudad, o bien en la defensa de Buenos Aires ante un ataque de barcos daneses que intentaron hacerse con la ciudad.

El proceso de abandono de aquellos pueblos no solo demandó un trabajo intenso para convencer a los indígenas de que dejaran sus casas, sino también violento. Así, los padres misioneros los convocaron en una oportunidad a las iglesias «y con un crucifijo en las manos y algunos puestos de rodillas, y derramando muchas lágrimas les intimaron los castigos que debían esperar de Dios, y de su Soberano Rey, sino obedecían prontamente sus mandatos; en fuerza de este eficaz asalto, se confundieron los indios, y pidiendo perdón de su inobediencia prometieron de nuevo enmendarse, empezando a disponer su mudanza con tan feliz como deseado fruto, que empezaron los padres. Luego, y antes que se enfriase su fervor, a disponer cabalgaduras, carros y demás aparatos para emprender el camino al que en la realidad salieron algunos guiados de los padres que iban como caudillos para esforzar su lentitud, e interior desconsuelo, pero a pocas jornadas con el hastío del camino y amor que los arrastraba a sus casas, se fueron volviendo a sus pueblos, dejando a los padres solos y burlados en las campañas, mas no por eso desistieron los padres de la empresa, antes sí, disimulando prudentes su desacato e inconstancia volvieron a buscarlos reconviniéndoles con lo prometido, pero ellos ya del todo arrepentidos, y aun despechados, tomaron por medio para liberarse de las instancias de los padres, el amenazarles con la muerte, la que verdaderamente intentaron dar al padre cura de San Miguel y otro padre compañero suyo, que estaba en la estancia, los que sin duda hubieran perdido la vida si por orden del P. Comisario, que se informó de su peligro no se hubiesen retirado fugitivos, pues su depravado ánimo lo manifestaron en un mozo que acompañó al P. Cura, y volviendo poco después al pueblo a sacar unos caballos, lo hicieron pedazos a lanzadas. Este mismo desacato intentaron hacer con el P. Comisario previniendo seiscientos hombres para irlo a buscar en el pueblo donde residía, y habiendo sido avisado cinco veces de evidente peligro de su vida, hubo de retirarse prudente, entendiendo que su presencia irritaba su furor y que su retiro podría serenar a aquella ciega pasión» (3).

Es fácil suponer la presión bajo la cual se encontraban tanto los indígenas como los padres misioneros. Los primeros urgidos a abandonar sus casas y todo lo que habían construido hasta entonces; los segundos, por las autoridades españolas y el ejército portugués que deseaba terminar cuanto antes su trabajo. Evidentemente, no les importaban los obstáculos, y los militares estaban dispuestos a hacer todo cuanto fuera necesario para aplicar, rigurosamente, la letra del tratado.

El abandono del pueblo del P. Comisario por el peligro que corría allí su vida no sirvió de gran cosa para aplacar los ánimos. En su lugar quedó otro misionero, «pero sin otro fruto que el de enfurecer a los indios cada día más, continuando sus amenazas y desahogando su enojo en los corregidores como ministros de los padres de quienes se han valido para que persuadiéndoles a su modo los alienten con su ejemplo, mas estos también han intentado darles la muerte, y uno de ellos, solo con la aflicción de su peligro, murió pocos días después que lo acometieron, y otros cuatro están al presente mal heridos, ya sin valor ni esperanza de resistir a los indios» (4).

 

"El proceso de abandono de aquellos pueblos no solo demandó un trabajo intenso para convencer a los indígenas de que dejaran

sus casas, sino también violento".

 

 

Notas 

(1) Leg. 1157, 43. Archivo de España de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares.

(2) Ibdm.

(3) Ibdm.

(4) Ibdm.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 3

Domingo, 21 de Abril de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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