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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

  EL PARAGUAY COLONIAL Y EL INGRESO DE METALES. LA MONEDA DE LA TIERRA - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005


EL PARAGUAY COLONIAL Y EL INGRESO DE METALES. LA MONEDA DE LA TIERRA - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005

EL PARAGUAY COLONIAL Y EL INGRESO DE METALES.

LA MONEDA DE LA TIERRA

 

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

 

Refiere el insigne Fulgencio R. MORENO en su conocido libro “La Ciudad de Asunción” que el comercio asunceno se había acrecentado notablemente desde los últimos tiempos coloniales. Se exportaba anualmente apreciable cantidad de yerba y de tabaco, así como dulces, caña, miel y ricas maderas del interior.... Paralelamente, la navegación fluvial había adquirido bastante desarrollo, sobre todo desde el gobierno de Lázaro de Ribera que estableció astilleros al sur de la capital, y promovió la fabricación de cables de “ybyrá y güembé”, que se destinaban con preferencia a la marina real de la madre patria”.

La elaboración y la venta de la yerba mate y del tabaco y específicamente, la explotación de la ganadería, permitieron cierta holganza económica a un sector privilegiado de la sociedad colonial. Desde los primeros tiempos, encomenderos, ganaderos y mercaderes de la ribera habían llegado a conformar una pequeña burguesía incipiente, remedo de lo que venía ocurriendo en las ciudades de “más abajo”, pero sin el sentido excluyente y sin alcanzar los niveles sociales y económicos de una verdadera aristocracia como ha sido característico del Paraguay: la sociedad igualitaria.

La escasez de metales preciosos en el Paraguay hace pensar que el comercio de frutos del país haya incorporado a la tierra -por medio de operaciones con Santa Fe y Buenos Aires- una relativa cantidad de plata y el oro que entró en circulación, en pago de los productos nativos exportados.

A partir del siglo XVII una parte considerable de tales metales estaba en manos de frailes y corporaciones religiosas que los introdujeron para ser destinados a la confección de objetos del culto y adornos de los altares de los templos. Además los religiosos se habían visto favorecidos por donaciones de tierras, ganado, alhajas, monedas de oro o esclavos, hechas por particulares o por adjudicación de tales fortunas en mandas testamentarias, acrecentado su holgura económica, a pesar de que el clero aldeano y rural solía vivir en la pobreza, sólo mitigada por la generosidad de los fieles.

No habiendo emisión de monedas en la provincia, las operaciones mercantiles, que dé inicio se hacían mediante trueque, empezaron a adoptar valores de cambio (monedas españolas) o en su falta, se usó su equivalente en onzas de plata 149.

Por otra parte el avance pertinaz y ambicioso de los portugueses hacia el “hinterland” continental y el descubrimiento de oro y diamantes en el actual Estado de Minas Geráes despertó, como es de rigor, un incontenible aluvión de aventureros paulistas que penetraron impávidos hasta llagar a las mal protegidas comarcas de Jerez, que legítimamente pertenecían a España.

La aparición de oro en el Mato Grosso, específicamente en Cuyabá, en el curso superior del río Paraguay a comienzos del siglo XVIII, hizo que se organizaran de inmediato, partidas de mercaderes y bandeirantes lusitanos en busca del dorado metal. Estos itinerarios consumían un año entero, pero la audacia del aventurero portugués no conocía limitaciones ni peligros.

Capistrano DE ABREU150 relata el descubrimiento del oro: “Sem serem procuradas apareceram as minas de Cuiabá. Pascoal Moreira Cabral e seus companheiros andavam a cata de indios quando encontraram os primeiros graos de ouro en 1719, en tamanha abundancia que extraíse com as máos e paus pontudos; tirava-se ouro como nata de leite, na expressáo pitoresca de Eschwege. Os bandeirantes viraram mineiros sem pensar e sem querer”.

Sobre las expediciones de paulistas hacia el Cuyabá, agrega el P. Domingo MURIEL 151: “Arman una flota de unas setenta barquillas que llaman canoas, en un puerto distante medio día de la ciudad de San Pablo. Las conducen por el río Anhembí (Tieté) hasta el Parapanema, el cual desemboca en el Paraná. Por este río navegan hasta la boca del río Pardo en la costa hacia el Oeste. Siguen por éste hasta que el río ya no puede sustentar sus embarcaciones. Cuando éstas encallan... sacan ellos sus mercaderías y las canoas y puesto todo en carros, lo transportan por un trayecto de ocho millas hasta el río Camapoan... siguen por éste hasta el río Tacuarí, afluente del Paraguay. Peligroso es el trayecto, porque habitan allí indios bravos, quienes prenden y matan... y mayor peligro es el que corren ya en el río Paraguay, donde los Payaguaes acometen con sus flechas y les roban las mercaderías”.

“desde el río Jaurú arriba, no sabemos que ríos de consideración entran en el Paraguay... más abajo de los Jarayes, entra por la parte oriental en el Paraguay, el río de los Porrudos en la altura de 17 grados y 52 minutos. Éste es bien caudaloso y en el entra el de Cuyabá... y por él suben los paulistas que navegan a Cuiaba”.

El mencionado autor hace referencia al río Mboteteí: entra con mucha corriente, en 29 grados y 20 minutos. En la margen austral del Mboteteí, estuvo antiguamente una población de españoles, que se llamaba Jerez, la cual se desamparó por las persecuciones que padecía de los paulistas”.

Los dichos payaguaes hallaron de mayor provecho asaltar las barcas de los portugueses en el viaje de retomo, para secuestrarles el oro recogido y venderlo a los españoles de Asunción a cambio de provisiones y cuñas de hierro.

“... diz-se que obravam incitados pelos castelhanos de Asunción... em todo caso, o ouro que tomavam encontrava saída no Paraguai e tanto bastava para estimula-los en sus salteios... en 1725, Diogo de Souza com muita gente for assaltado na boca do rio S. Lourenço... Foram mortas seiscentas pessoas. Os Paiaguás levaram vinte canoas...”152.

Era criterio generalizado, entonces, que “a pesar de no haber oro, hay en Asunción, metal más barato que en Buenos Aires y Lima”

Félix de Azara en una carta fechada en Asunción el 19 de enero de 1793 reclamaba airadamente: “No es posible que no tengamos las minas de Cuyabá y Matogroso, cuando las podemos atacar con fuerzas competentes, llevadas por el mejor río del mundo, sin que los portugueses puedan sostenerlas ni llegar a ellas, sino por el embudo obstruido del río Tacuarí, en canoas y con los trabajos que nadie ignora”153.

Por el Tratado de 1750, favorecido en sus cláusulas, Portugal creó la Capitanía de Mato Grosso y de esa manera, las legítimas pretensiones de Azara quedaron convertidas en historia.

El historiador uruguayo Alberto ZUM FELDE, en su obra Proceso Histórico del Uruguay hace una descripción de la sociedad hispano-criolla de entonces, que bien puede ajustarse a la Asunción colonial de las épocas previas a la independencia: “...una pequeña burguesía de hacendados y comerciantes, sin lujos y sin elegancia. La llaneza de costumbres mezcla en el trato social cotidiano la clase rica con los pobres. Los españoles burgueses de la ciudad son gente de costumbres sencillas, trato llano y cultura individual muy limitada: la sociabilidad es patriarcal y aldeana”.

El prestigio social y económico de cada familia paraguaya durante la época colonial estaba medido por la exhibición de plata y oro en la utilería doméstica y también de objetos de adorno, preferentemente en todo lo relacionado con el aspecto personal, hebillas, botones, y adornos femeninos, tales como pendientes, collares y especialmente relucientes peinetas. Pero lo usual radicaba en la ostentosa muestra de plata y oro en las guarniciones de las caballerías, símbolo del poder de los propietarios, terratenientes o encomenderos.

Efraím CARDOZO, en su monumental investigación publicada durante el año 1970, denominada “Hace Cien años”, aporta datos sobre el oro en poder de particulares en tiempos previos a la Guerra contra la Triple Alianza. Dice (t. 5, p.217) que “Puede afirmarse que los ahorros nacionales eran capitalizados en forma de joyas y alhajas” y agrega a continuación que “algunas viejas familias poseían vajilla de oro”.

En la medida en que las finanzas lo permitieran, los más pobres tampoco escaparon a esa fascinación; sus mujeres se esmeraban en lucir modestamente algunos metales en sus atuendos, pendientes, anillos, y peinetas engarzadas con piedras azules o blancas. Los varones no descuidaban, naturalmente, los arreos del caballo, compuestos por una variada combinación de cueros con elementos de plata, cabezales, estribos y correajes con virolas de dicho metal.

El comerciante y viajero inglés Robertson en la segunda década del siglo XIX se declaraba sorprendido por la afición de los paraguayos más pobres a exhibir estos lujos relacionados con el caballo, aunque los mismos llevaran una vida muy restringida por sus magros recursos.

George MASTERMAN 154 describe sus correrías por los pueblos vecinos a la Asunción y recuerda haberse topado con campesinas paraguayas, “sin zapatos, pero con profusión adornos de oro en el cabello, en el cuello, en los dedos y en las orejas”.

“En los bailes de la época francista todas llevaban peines de oro, dedos cubiertos de anillos grandes como para cubrir una coyuntura engastados con crisolitas de rústica talla. Algunas tenían los cuellos envueltos con cadenas de oro y rosarios todos de oro macizo... su tocado consiste en dos largas trenzas que a veces rodean la cabeza en forma de guirnalda y otras caen sobre los hombros, aseguradas con un enorme peine de carey y adornado con oro y piedras preciosas... zarcillos de enorme tamaño, tan largos que descansan sobre los hombros” 155.

La investigadora Milda RIVAROLA reproduce una opinión testimonial del capitán Thomas PAGE 156 sobre una visita realizada a la región de Caapucú en el tercer cuarto del siglo XIX: “Nos detuvimos para hacer la siesta y cenar en la casa de un rico estanciero, el Sr. Cavañas, donde encontramos un lujo inusual. La cena fue servida en platos macizos; los tazones de agua y las bandejas también eran de plata pura. Todos los otros muebles del establecimiento, si bien simples, eran sin embargo, sumamente cómodos”.

Otros historiadores más moderados hallan exageradas crónicas, llevando en consideración la sobriedad y las parcas condiciones financieras del campesino. En cuanto al relato del exhibicionismo desmesurado de las damas pudientes cree que son versiones que se han venido repitiendo y ganando volumen: considera como legendarias las “historias de viajeros que hablan de la ostentosa muestra de alhajas de oro y piedras preciosas”. VELÁZQUEZ agrega, que dado el carácter reservado de las personas, las joyas y adornos de valor pudieron haberse usado, pero siempre con cierta moderación.

La afición por el uso del oro y la plata fue, evidentemente una constante en los usos de la sociedad rural tanto paraguaya como correntina, al extremo de poderse distinguir la jerarquia de una población por el número de talleres de platería instaladas su seno. Si bien estas artesanías existían desde fines del siglo en las Misiones de los Franciscanos, la orfebrería de plata comenzó, como se ha visto, realmente a adquirir relevancia en los talleres jesuíticos.

 

NOTAS

149. Capítulos de Historia Colonial (1500-1800)”, p. 161.

150. Historia del Paraguay. 1747-1767, p. 16.

151. Abreu. Op. cit.

152. Correspondencia oficial sobre la demarcación de límites entre el Paraguay y el Brasil, Colección De Angelis, De obras y Documentos, Imprenta del Estado, Buenos Aires).

153. Siete años de aventuras en el Paraguay, p. 41.

154. Thomas Page. La plata, The Argentine Confederation and Paraguay, New

York, 1859.

155. A.N.A., Vol. 3.107, NE, 1824.

156. ANA, NK, 1854 Comprobantes del Libro de Caja, Noviembre de 1829.

 

 

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 SUEÑO Y REALIDAD DEL ORO EN EL NUEVO MUNDO.

LOS TESOROS OCULTOS DEL PARAGUAY

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH.

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2005 (300 páginas)

 

 

 

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