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SALVADOR VILLAGRA MAFFIODO (+)

  MEMORIAS CIVILES Y MILITARES - Por SALVADOR VILLAGRA MAFFIODO


MEMORIAS CIVILES Y MILITARES - Por SALVADOR VILLAGRA MAFFIODO

MEMORIAS CIVILES Y MILITARES

Por SALVADOR VILLAGRA MAFFIODO

 

Edición especial de Editorial Servilibro

Para ABC COLOR,

Colección Imaginación y Memorias del Paraguay (8)

© De la introducción: EVELIO FERNÁNDEZ ARÉVALOS

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay,

2007, 111 páginas.


 
ÍNDICE

Propósito - Rubén Bareiro Saguier - Carlos Villagra Marsal

Introducción - Evelio Fernández Arévalos

ANÉCDOTAS Y HECHOS PERSONALES

*. Adiós a un mundo que desaparece y bienvenida al que lo sucede

*. Referencias a Piribebuy. Fundación del pueblo

*. Los Villagra en Piribebuy

*. Antigüedad y sentido de ciertos dichos

*. Algo más sobre caballos y carretas

*. Juegos de verano

*. Distracciones de invierno

*. Anécdotas del Colegio Nacional

*. Profesores y estudiantes distinguidos

*. La diosa fortuna

*. Una familia diezmada

RECUERDOS INSTITUCIONALES

*. Presidencia del Dr. Eligio Ayala

*. Anecdotario del Dr. Eligio Ayala

*. Personalidad del Dr. Eusebio Ayala

*. Resistencia al nombramiento y mando del general Estigarribia

*. Veni, vidi, vici

*. Maniobra del Primer Cuerpo de Ejército

*. Recuerdo de Comanchaco

*. El teniente Cattebecke y su magnetismo personal

*. Concesiones al autoritarismo en la Constitución de 1940

*. Juicio sobre la gestión gubernativa de Estigarribia

*. Bajo la férula de Higinio Morínigo

*. De vuelta a la Universidad

*. Cuestiones que investigar

*. Comentario acerca de un libro reciente

 


INTRODUCCIÓN

La publicación por ABC Color de este nuevo volumen de la Colección. IMAGINACIÓN Y MEMORIAS DEL PARAGUAY satisface los propósitos enunciados por Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal en su primera entrega. En efecto, "Memorias Civiles y Militares", constituye un testimonio objetivo y directo de una parte importante de nuestro pasado, trasegado con la impronta interpretativa y la perspectiva personal de su autor, don Salvador Villagra Maffiodo.

En la primera página don Salvador plantea su duda en dar a publicidad sus memorias, pero felizmente se decidió a hacerlo, no por vanidad, sino porque consideró que era su obligación moral testimoniar sobre hechos que, si no fuera por su aporte, serían desconocidos por las generaciones futuras. Los hechos despojados de su contexto y de su intencionalidad, pierden sustrato y sentido, y son sus protagonistas-testigos los que mejor pueden contribuir a esclarecerlos e insuflarles plenitud significativa, facilitando su comprensión más acabada. ¡Ojalá otros protagonistas importantes de nuestro quehacer político y cultural que ya nos dejaron, hubieran enriquecido el acervo de la memoria colectiva con aportes como los que tan vívidamente nos alcanza don Salvador!
Y lo llamo don Salvador porque detrás de la aparente llaneza de ese "don", con flagrante olvido de los sacramentales "profesor" y "doctor", emerge el "karaí” que fue nuestro autor, campesino profundamente enraizado en su Piribebuy natal, connotado estadista y docto exponente de la ciencia del derecho. Muchos pueden lucir sólo títulos y blasones pero pocos son los que como Villagra Maffiodo, además de ostentar títulos y blasones, hicieron gala de la más acrisolada rectitud tanto ética como intelectual, de permanente buena voluntad y disposición para aportar su esfuerzo a favor de los suyos -su familia, sus alumnos, su ciudad natal, sus compatriotas- y para que esa entrega no hiriera su recatada sencillez republicana.

La vida de don Salvador fue rica y plena en más de un sentido, aunque no siempre placentera: nació en Piribebuy el 31 de diciembre de 1904, cuando ese pueblo no se había restañado de las heridas de las cruentas batallas de la Guerra Grande que lo tuvieron por escenario. Marcaban su futuro una larga tradición de hombres y hechos notables de los Villagra, oriundos del pueblo de Mont Beltrán, Extremadura, que se afincaran en Piribebuy desde los comienzos del siglo XVII. En el curso de los años esa estirpe tuvo protagonistas de excepción. Baste mencionar que fue hermano de don Salvador, el capitán Américo Villagra, héroe de la guerra del Chaco, a los diecisiete años comandante del 1er. Batallón del R.I. 4 Curupayty, secuestrado en 1975 por Pastor Coronel, y asesinado en la cámara de tortura de Investigaciones fue su sobrino Aníbal Villagra, muerto de un tiro por la espalda por la policía stronista; fue su sobrino Atilio Villagra, quien fue muerto al asaltar la Policía de la Capital en octubre de 1948 al mando de un destacamento de marinos; y fue también su sobrino Derliz Villagra, ahorcado en prisión después de sufrir tormentos. Su hermano Marciano Villagra estuvo diez años preso después de la revolución del 47, y como colofón de esta historia, su hijo Carlos fue encarcelado en diecisiete ocasiones.

La trayectoria personal de don Salvador lo hizo actor y partícipe de escenarios de privilegio: escuela primaria en Piribebuy, pupilo en el Colegio San José, estudiante en el Colegio Nacional, universitario en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales desde 1923, coautor con Horacio Fernández y Oscar Creydt de un progresista proyecto de ley orgánica de la Universidad Nacional en el que se consagraba su autonomía, abogado con promedio cinco absoluto, activista universitario y político, periodista, funcionario de la cancillería, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, catedrático universitario durante 43 años y luego profesor emérito y miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, reconocido jurista en el área del derecho administrativo; dos veces presidente del Colegio de Abogados.

Iniciada la contienda del Chaco, se presentó como voluntario y fue destinado al Tercer Departamento (Operaciones) del Estado Mayor de Estigarribia. Ese Estado Mayor tenía por jefe al Coronel Manuel Garay y lo conformaban, entre otros, el Mayor Raimundo Rolón -superior inmediato de don Salvador-, Rafael Oddone, Francisco Sosa Jovellanos, Carlos Pastore, Julio César Chaves, Dr. Pedro Larán, Guillermo Gatti, Dr. Cándido Vasconsellos, Mayores Migone y Aponte, teniente Eduardo Tombeur, teniente Adolfo Gómez Melgarejo y teniente Casartelli. La naturaleza de sus funciones en el Estado Mayor y su continua proximidad a Estigarribia y demás jefes de nuestro ejército, lo hicieron un testigo calificado de esa dura y gloriosa etapa de nuestra vida nacional. Su participación en esa contienda culminó con su actuación como Juez de Sentencia en el Tercer Cuerpo de Ejército.

Cualesquiera fueron los menesteres que la vida le impuso o para los cuales lo convocó, don Salvador jamás abdicó de su condición de campesino, de hijo de Piribebuy. Hasta su muerte mantuvo estrechos lazos afectivos con el medio que lo vio nacer y al cual también pertenecieron sus ancestros y pertenecen sus descendientes.

Alguna vez don Salvador confesó que su verdadera vocación era la filosofía, y prueba del conocimiento profundo de esa difícil disciplina son seis capítulos de su libro "Nuestro Mundo entre la Tierra y el Cielo", donde desfilan Kant, Brentano, H. Rickert, Max Scheler, Hans Kelsen, Ortega y Gasset, y donde se da a la difícil tarea de delimitar el ámbito de la razón y de abordar nuevas modalidades para acceder al conocimiento de las realidades. Su sabio interlocutor en estas materias era el Dr. Blas Garay (Blasito).

Memorias Civiles y Militares (publicada en 1992, tres años antes de su muerte en Asunción) tiene la virtud de con-jugar las vivencias personales, muchas de ellas familiares - con la virtualidad de revivir hechos, dichos y costumbres ya olvidados o poco conocidos-; con otros aconteceres de importancia institucional, los que el autor ilumina con su propia visión de los hechos, y de ese modo ofrece nuevos elementos de juicio para su valoración más adecuada. De esa manera se entrelazan y refuerzan recíprocamente las crónicas de los grandes hechos y la microhistoria, experimentadas por el autor en su fecunda vida personal, intelectual y pública.

Creo que ese contrapunto entre lo personal y familiar, por un lado, y lo público e institucional, por el otro, es un mérito digno de conservar en esta selección de textos, dividiéndolos -como efectivamente lo hago- en esas dos áreas. Así pues, al primer grupo lo llamaremos "Anécdotas y hechos personales" y al segundo "Recuerdos institucionales".

EVELIO FERNANDEZ ARÉVALOS

 


ANÉCDOTAS Y HECHOS PERSONALES


ADIÓS A UN MUNDO QUE DESAPARECE
Y BIENVENIDA AL QUE LO SUCEDE

Mucho he tardado en decidir si redactaba estas Memorias o no. Me inhibía para ello la consideración de que las "Memorias" personales son el colmo de la vanidad, pues no hacen más que ocuparse de uno mismo. Pero llegué a la conclusión de que también es una obligación testimoniar sobre hechos que sólo de este modo pueden llegar al conocimiento general. Esta obligación moral sube de punto si las Memorias atañen a un mundo en trance de desaparecer, y que de otro modo sería desconocido para nuestros hijos. No sé si es un bien o un mal el que me ha tocado en suerte: el de vivir al tiempo de ocurrir uno de los más grandes cambios de la historia de la humanidad. Lo cierto es que dicho cambio debe ser registrado en estas Memorias.

A tal efecto, se recurre a una "documentación" pocas veces utilizada en la historiografía, como es en este caso el relato de hechos secundarios y de cosas al parecer baladíes, pero que calan más finamente en la recreación del pasado, lo cual constituye la esencia de la verdadera historia.

Para los fines de estas Memorias se puede definir el mundo anterior como el de la civilización de la carreta y del caballo, y el actual como el de la cultura del automóvil y la del avión. Es al primero que dirijo este adiós nostálgico, y al segundo una esperanzada bienvenida.

El primer recuerdo que guardo en la memoria, el primero probablemente por su gravedad, es el del fallecimiento de mi madre, a quien no he olvidado nunca, a pesar de que me quedaban mi padre, mis abuelos y mis tres tías que me criaron con el cariño de verdaderas madres. Una mañana, mi abuelo Maffiodo me alzó en sus brazos y vi que mucha gente entraba y salía llorando de la casa en la que vivía mi madre. Me llevó al piquete en que se encerraba a los animales y mostrándome un caballito recién nacido, me dijo: "Aquel caballo será para tí". Tres o cuatro años después vinieron a decirme que fuera a ver mi caballo, un hermoso "malacara" como pocos había habido en Piribebuy, a pesar de los centenares de caballos de raza árabe que habían traído del Uruguay los hermanos Galindo y don Pablo Apezteguía.

Eran tantos que, cuando salían las caballadas de los montes y galopaban por las calles del pueblo en la noche, la gente entraba apresuradamente en las casas para evitar ser atropellada.

Me detengo en estos detalles porque hacen a la "civilización de la carreta y del caballo". A los seis o siete años, levantando los brazos por sobre el lomo del caballo, me llegaba al codo la alzada del animal, lo cual demostraba gráficamente mi estatura. Y era ya un consumado jinete, pues acompañaba a mi amigo Rafaelito Gini en todas sus andanzas a caballo, y le servía de padrino en la doma de sus potros jóvenes y aún débiles. Pero no alcanzaba a encaramarme de un salto al lomo del animal, como dicen que tampoco pudo hacerlo Perú Rimá al primer intento, invocando a San Pedro, lo mismo al segundo el nombre de San Pedro y San Pablo, en tanto que al tercero pasó al otro lado por haberse encomendado a Todos los Santos.

El abuelo Maffiodo era muy amigo de los curas del Seminario Conciliar, a quienes hospedaba en su casa en las vacaciones de verano. En uno de esos días me llamó pidiéndome que acompañara a su hijo, mi tío Alberto Maffiodo y a un sacerdote gordinflón a ver el salto de Piraretã, hasta poco antes desconocido en el pueblo. Fue mi padre quien lo descubrió una vez, yendo de cacería. En casa de Donato Asamé (Arzamendia), donde había quedado a pasar la noche, oyó el ruido del agua que disminuía o aumentaba según la dirección del viento, y preguntando al dueño de casa el origen del ruido que venía como de dos leguas de distancia, éste le informó que se trataba de un gran salto de agua cuya corriente era detenida y soltada alternativamente por un negrito tendido en la misma. Llegados al arroyo Ygavymí, nos dispusimos a vadearlo, pero habíamos olvidado advertir al cura que contuviera con la rienda al caballo para que éste no se acostara en el agua a refrescarse, como suelen hacerlo en días de mucho calor. Dicho y hecho. El caballo se acostó en el agua y tiró al cura a la orilla del remanso. Tío Alberto y yo, que ya habíamos pasado a la otra margen, ante el peligro de que el cura se hundiera y escapara el caballo ensillado, nos tiramos los dos a un tiempo para conjurar el peligro. Empapados los tres hasta los huesos, nos dirigimos a casa de Donato a pedir ayuda, y sobre todo para cambiarnos la ropa mojada. Y así pudimos conocer los que sin duda eran la última casa y modo de vida de nuestros antecesores de la época de la Colonia, de Francia y de los López, a manera de ventanuco para contemplar algunos aspectos de esa cultura anterior.

Llamo así, en sentido metafórico, a la casa en que nos acogieron y que nos serviría para conocer detalles de la forma de vida que estaba a punto de desaparecer. En cuanto a los ventanucos reales, eran típicos de las casas de campo construidas con dos kulata jovái. Las sendas ventanas pequeñas se apoyaban sin querer en la enseñanza del filósofo presocrático, según el cual el elemento fundamental es el aire, que adopta las más diversas formas, como se comprueba con la observación empírica de la frescura del aire al exhalarlo, con los labios apretados, aire que sin embargo es cálido cuando se lo despide con la boca abierta, procedimiento que, aplicado a la casa, mantenía las piezas frescas. Sea de ello lo que fuere, nos entregaron un calzoncillo mboká y una camisa ruguái pukú a cada uno, confeccionados con poyví, hilado y tejido en la casa. También las mujeres vestían typói largo como túnica, sujeto en la cintura, igualmente confeccionado con el tejido poyví, ropaje ideal para nuestro clima, ya que dependiendo de la tensión de la trama, en invierno protegía lo suficiente sin estorbar los movimientos, y en el verano era fresco y ligero.

 La cena era servida a hora muy temprana, apenas puesto el sol, porque había que levantarse a la madrugada. Presidía la mesa el padre de familia, quien rezaba un Padrenuestro a coro con los comensales, bendiciendo previamente la comida.

Los alimentos eran todos de producción casera, excepto la sal y, paradójicamente, la yerba venida de los yerbales. El hogar gozaba así de autonomía económica, como se refleja en la canción de cuna que dice:

Galópe, galópe

Cepélo rópe

Kesú petî

Inimbo irga ónsa

Reka

de modo que si no disponían en el momento de una de estas cosas, se las prestaban mutuamente entre vecinos.

A la madrugada, como a las cuatro, los huéspedes eran despertados con el mate que traía el muchacho mandadero, sin perjuicio de que, como ocurrió una vez que me encontraba en la estanzuela del tío Alberto, el capataz, don Ezequiel, nos gritó desde la cocina: "Pekaiuséramo pende rupápe pe ju peraha" (si quieren tomar mate en la cama, vengan a llevarlo) frase que reproduzco por ser fiel reflejo del espíritu de igualdad que prevalecía en el campesino paraguayo. Luego del mate nos trajeron unos tazones (ñapu'a) de leche recién ordeñada, nates del desayuno o almuerzo que se servía a la media mañana. Esta especie de tetempié consistía en chipapé caliente, pajagua mascada u otro bocadillo, reservando la "comida" para el mediodía. Esta estaba compuesta, a su vez, de platos típicos, como el locro, el poroto, rorá con leche, maní con miel, etc., todo de producción doméstica. Al término de la siesta, que en el pueblo de Piribebuy era señalado con catorce campanadas de la iglesia, se mandaba recoger del campo los temeros, para ordeñar a las madres que llegaban a la casa por sí mismas, en busca de sus crías, sin más trabajo del hombre. Así finalizaba la jornada diaria, que no podía ser más sencilla y liviana.

 

 

RECUERDOS INSTITUCIONALES

 

PRESIDENCIA DEL DR. ELIGIO AYALA

La época inmediatamente anterior se impregna con la personalidad de Eligio Ayala, tanto por la paz como por la libertad de que se gozaba entonces en todos los ámbitos. A título de mensaje de fin de ejercicio, el Dr. Ayala escribía verdaderos libros que presentaba al Congreso, textos que eran objeto de crítica, como otros actos de gobierno, para lo cual se reunían grupos de ciudadanos en la Plaza de los Héroes, todas las tardes, sin que nunca se le ocurriera intervenir a la Policía, y mucho menos a los particulares.

Eligio Ayala, por su parte, gozaba de respeto aun en las expresiones de su ácido ingenio. Por ejemplo, cuando pasó de la Presidencia de la República al cargo de Ministro de Hacienda, Eligio Ayala, quien había tenido como personal de su oficina de la Presidencia a sólo tres funcionarios, a saber el secretario, el dactilógrafo y el jefe de Archivo, viendo que su sucesor, el Presidente Guggiari, había nombrado para sí un Secretario Privado, cargo posiblemente necesario, en vez de dar su conformidad firmando la planilla de sueldos, escribió al pie de la misma: "El que quiera tener secretario privado, que lo pague de su bolsillo". Alguna vez, sin embargo, pecaba por exceso en su celo por la cosa pública. Cuando yo era representante estudiantil en el Consejo Directivo de la Facultad de Derecho, el Decano Dr. Justo Prieto propuso como profesor de Finanzas al Dr. Venancio Galeano, sobre quien corrían versiones de que había cometido irregularidades en las negociaciones para el arreglo de la deuda externa en Londres. A fin de estar informado sobre la verdad de estos antecedentes, fui a pedir audiencia al Ministro Dr. Ayala, manifestando como motivo la necesidad de información para votar en favor del nombramiento del nuevo profesor de Finanzas. El Dr. Ayala me recibió inmediatamente en su despacho: cuando entré, ya tenía listos sobre su escritorio los expedientes del caso, y luego de hojearlos, me dijo: "Yo no digo que no haya tenido gastos, pero no presenta los comprobantes". Se trataba de gastos que se justifican más bien por su carácter razonable, como los de hotel, viajes, taxis, etc., difíciles, si no imposibles, de comprobar mediante documentos formales. La consecuencia fue que el Dr. Prieto retiró su propuesta y el resultado mediato, mucho más trágico, que el Dr. Venancio Galeano murió de "inanición", vale decir de hambre, así como de frío, según el certificado de defunción, en su posterior exilio voluntario en Buenos Aires.

 

ANECDOTARIO DEL DR. ELIGIO AYALA

El anecdotario de Eligio Ayala es poco menos que inagotable. Valgan algunos de los casos siguientes, en cuanto sirvan para definir su personalidad, en la que se mezclan ingenio, humor y una verdadera manía de celo por la cosa pública.

Parece que se inició en la función pública como Fiscal en lo Civil, en cuyo ejercicio fue amonestado por el Tribunal de Apelación porque en las expresiones de agravio contra las resoluciones del Juez de Primera Instancia, no lo mencionaba por su nombre al a quo sino que se refería a él dibujando una perilla como la que usaba el Juez. El Tribunal amonestó al Fiscal por usar "expresiones de sentido figurado". Nombrado posteriormente Juez el Dr. Ayala, en un juicio en que dictó sentencia, el condenado presentó un escrito en el que decía: "me c... en el Juez, en el Secretario y en la otra parte", a lo que el Juez Dr. Ayala, molesto con el Secretario por haber recibido dicho escrito, providenció: "Al primer punto (me c... en el Juez) no ha lugar, al segundo punto (me c... en el Secretario) como se pide, y al tercer punto (me c... en la otra parte) córrase vista a la otra parte".

Luego de abandonar la magistratura judicial, en una sucesión de cuantioso patrimonio obtuvo honorarios profesionales que le sirvieron para viajar a Europa y mantenerse allá, aunque modestamente, entregado al estudio, por nueve años.

Cuando era Presidente de la República llegaba a su despacho entre las siete y las ocho de la mañana, luego de recorrer los diversos Ministerios para cerciorarse desde afuera, por la bandera izada, si ya estaban los titulares en sus despachos. Además, escribía frecuentes esquelas en las cuales se mofaba de personalidades conocidas, empezando por su propio Ministro de Relaciones Exteriores, el Dr. Gerónimo Zubizarreta, delgado y de largas piernas, quien tenía un arrozal en Ybytimí: le llamaba el Ministro Zancudo de L’ Esteró. Y a su Ministro del Interior, Dr. Belisario Rivarola, a quien se atribuía un genio pronto y áspero, le apodaba "Belisaurio".

En su despacho del Ministerio de Hacienda se prevenía, como un auténtico cancerbero. Tenía sobre la mesa una pistola que apuntaba siempre hacia la silla que ocupaba su interlocutor. Cierta vez que se sentó en ella el Padre Ernesto Pérez Acosta, mejor conocido como Pa'í Pérez, éste, como jugando con el arma que se hallaba sobre la mesa, movió la pistola hasta que ella apuntó al Ministro. El Dr. Ayala volvió a ponerla en su sitio inmediatamente.

También siendo Ministro de Hacienda, el Edecán del Presidente que se había hecho anunciar repetidas veces sin ser recibido, entró de pronto al despacho exclamando "¡Soy el Edecán, y a mucha honra!". Eligio Ayala le contestó: "¡Afuera y a mucha honra!".

En la planilla que le trajeron para firmar la autorización de pago de 800.000 pesos de entonces por provisión de alfalfa para la caballada del Regimiento de Caballería de Paraguay, providenció: "¡Quién fuera caballo!", y no hizo lugar al pago.

Para que no se crea que el Dr. Eligio Ayala daba sólo pruebas de ingenio en defensa del tesoro público, conviene citar algunos de sus actos de gobierno. Construyó el camino troncal (ruta y puentes) de Asunción a Ypacaraí. Restauró las finanzas del país, logrando que se aceptaran de nuevo los cheques fiscales, rechazados desde la guerra civil de 1922-1923; envió al Ingeniero Bozzano a Italia a fin de trazar los planos y vigilar la construcción de los cañoneros para la defensa del río Paraguay, pagando al contado en pesos oro dichas embarcaciones y los armamentos que refiere el Coronel Arturo Bray en sus Memorias. Para terminar la suscinta información sobre lo realizado por el Dr. Eligio Ayala, mencionaré la contratación de un grupo selecto de profesores de medicina y matemáticas; entre los primeros se hallaba el Profesor Petit, Decano de la Facultad de Medicina de una prestigiosa Universidad francesa; el Profesor De Lamare, autor de textos médicos utilizados en el mundo entero; el Profesor Martino, cirujano que luego fue Primer Ministro de su país, Italia, e ingenieros y matemáticos para la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, entre ellos el Profesor Sispanov, a quien se consideraba el más destacado matemático teórico en el mundo; en suma, un grupo de eminentes especialistas para la asistencia técnica y científica del país, como no se conocía desde la época de Don Carlos Antonio López.

Un aspecto de la personalidad del Dr. Ayala quedó desgraciadamente en la sombra a causa de la pérdida de las cartas que intercambió con Lenin, con quien hizo amistad cuando estudiaba en Suiza y el dirigente ruso estaba exiliado en el mismo país. La existencia de dichas cartas se corrobora con las precisiones contenidas en los artículos "Una insólita correspondencia", incluidos en el libro "Papeles de Última altura", de Carlos Villagra Marsal, Editorial Don Bosco, 1991. Véase también en la citada fuente las conjeturas sobre la pérdida o el destino desconocido de las cartas de Lenin a Eligio Ayala.

Lo brevemente expuesto basta para estimar la magnitud del daño causado por su muerte prematura.

 

PERSONALIDAD DEL DR. EUSEBIO AYALA

Pesaba sobre el Dr. Eusebio Ayala una fatalidad, la de que sobrevinieron dos guerras mientras él ejercía la Presidencia de la República. La primera fue la guerra civil de 1922-1923, cuando era Presidente Provisional, y la segunda, la guerra con Bolivia de 1932 a 1935. Por otra parte, en esta oportunidad su designación puede calificarse de providencial porque se trataba del hombre más capaz de dirigir al país, por sus dotes de gobernante, por su experiencia en el manejo de las relaciones exteriores y por el conocimiento personal que tenía del General Estigarribia, de quien el Dr. Ayala decía que era un hombre cien por ciento de buen sentido. Estas relaciones personales se pusieron a prueba más de una vez, inicialmente para imponer su autoridad en el nombramiento de Estigarribia como Comandante del Chaco, resistido por parte de los jefes militares de entonces, entre ellos los tres generales (Schenone, Rojas y Escobar), y luego en la constante coordinación de su autoridad como gobernante con la del General Estigarribia como Comandante en Jefe del Ejército en el Chaco (Comanchaco).

Los jefes militares antedichos eran partidarios de organizar la defensa sobre el río Paraguay, en tanto que Estigarribia era de hacerlo en los puntos estratégicos del interior del Chaco, por donde el enemigo debía pasar necesariamente para acceder al río, aduciendo que no podía hacer la guerra empezando por perder el territorio disputado.

El Presidente sabía defender su autoridad sin llegar al autoritarismo. Me contó el Dr. Francisco Sosa Jovellanos, entonces Secretario de la Presidencia, que para hacer silenciar a los jefes reacios a aceptar la estrategia de Estigarribia le ordenó que preparara un decreto organizando un Consejo de la Defensa Nacional, y nombrara como miembros del mismo a los mencionados generales; al preguntarle el Secretario si no se les iba a consultar, respondió el Presidente: "A los militares no se les consulta, se les ordena".

A la Convención Nacional Constituyente, que trata en estos días el tema de la Comandancia en Jefe de las Fuerzas Armadas, puede servirle de experiencia el régimen vigente en la guerra contra Bolivia, el de asignar- al Presidente las funciones de Comandante en Jefe, con la opción de delegar dichas funciones, facultativa y no obligatoriamente; si lo hace, debe efectuarlo a nombre de un oficial general. Este régimen dio óptimos frutos al hacer posible el aprovechamiento de la inteligencia excepcional del Presidente Ayala, apta para resolver cuestiones de carácter estratégico a su alcance, dejando para el Comando militar la solución de las cuestiones tácticas, que requieren conocimiento profesional especializado.

Así ocurrió en la preparación de la batalla Zenteno-Gondra, en la que el General Estigarribia planeó dos series de operaciones: la primera de corto alcance, de menor riesgo, pero de resultado más limitado; y la segunda de mayor envergadura y riesgo, pero de resultados mucho más contundentes. El General consultó al Presidente si cuál de las dos le parecía mejor, a lo que el Dr. Ayala contestó decididamente: "Esta", indicando la de más alto riesgo, y el resultado fue la victoria de Campo Vía.

Hay seguramente cierta correspondencia entre los gran-des conductores de ejércitos en guerra y los estadistas, en el sentido de que tanto para los primeros como para los segundos se necesita inteligencia poco común para la estrategia y la política respectivamente, en tanto que para la lucha sobre el terreno (táctica), se requiere sólo un conocimiento corriente de las armas y su eficaz empleo en el combate. El otro ejemplo ilustrativo de la prevalencia de la decisión militar en asuntos tácticos, fue la ocasión en que debía decidirse la toma de Ballivián. El Presidente tenía interés en la captura inmediata del Fortín Ballivián, fundado en que ello fortalecería la posición del Paraguay en las negociaciones de Paz, mientras el General consideraba que Ballivián caería como resultado de otras operaciones militares en ejecución. Cuando el Presi-dente le preguntó qué haría si él le ordenara la toma inmediata del Fortín, el General Estigarribia contestó que vería la posibilidad de solicitar su pase a retiro. El Presidente dejó con todo acierto que primara la decisión militar, pues al poco tiempo el Fortín cayó como fruta madura, como consecuencia de la victoria de Cañada El Carmen.

El método de trabajo del Dr. Ayala era individual. Aprovechando el régimen de la Constitución de 1870, que no establecía un Consejo de Ministros como órgano del Poder Ejecutivo, ni siquiera de carácter consultivo, el Presidente resolvía los asuntos personalmente. El conflicto armado con Bolivia se había producido de hecho, y era necesaria la Declaración de Guerra para que los neutrales definieran su posición; el Presidente Ayala tomó sobre sí la responsabilidad de declarar el Estado de Guerra preexistente, haciendo pre-parar el Decreto respectivo. Cuando estuvo listo, me mandó llamar y me encargó que lo hiciera firmar por los Ministros. Sólo uno de ellos lo hizo con un comentario: el de que si el Presidente Ayala lo disponía, debía ser acertada tan grave medida, ya que ella podía dar pie a que la Liga de las Naciones declarara agresor al Paraguay con todas las consecuencias que esto implicara.

En los demás asuntos, el Presidente Ayala se conducía muy sencillamente. Cuando iba al Chaco, cosa que realizaba frecuentemente para enterarse de la situación militar, así como para transmitir las novedades de las gestiones de paz, lo hacía vistiendo uniforme de sargento, sin presillas de grado, y con la gorra chata del soldado. Era muy conocido por jefes y oficiales, y adonde iba era respetado. Se sentaba a la cabecera de la mesa, a su derecha el General Estigarribia y a su izquierda el Jefe de Estado Mayor. En los viajes por el interior del Chaco ocupaba el asiento contiguo al chofer, en el camión de Comanchaco llamado "El Eje de la Guerra". En una oportunidad, al pasar por el sitio denominado "Palo Marcado", frente a las posiciones bolivianas al otro lado del Pilcomayo, recibió una ráfaga de ametralladora que dio en el camión, felizmente sin otras consecuencias.

 

CONCESIONES AL AUTORITARISMO EN LA CONSTITUCIÓN DE 1940

La ampliación de las funciones del Estado conlleva necesariamente el fortalecimiento del Poder Ejecutivo, que es el brazo derecho de aquél. La Constitución de 1940 tiene rasgos en esa dirección. Pero lo grave del caso es que estos atributos tuvieron algunas consecuencias perversas, sin duda no buscadas ni deseadas por los autores de esta Carta Magna, y ni siquiera admitidas por ella. Por ejemplo, la primera y más elocuente de esas consecuencias es la designación como Presidente Provisional del General Higinio Morínigo, fanático partidario de los países del Eje, quien no encontró mejor servicio, para favorecer a sus partidarios, que nombrar a otro tan sectario como él en carácter de secretario de la Delegación Paraguaya a la Conferencia de Río de Janeiro, en la cual se trató la posición de los países americanos frente a la Guerra Europea, contrariando radicalmente, de tal manera, la conocida posición del General Estigarribia en favor de las democracias occidentales. El arbitrario autoritarismo inconstitucional de Morínigo se revela asimismo al declarar éste, unilateralmente, prorrogado hasta tres años el plazo que la Carta Magna del 40 fija en tres meses para llamar a elecciones de Presidente.

Sin embargo, en la misma Constitución pueden hallarse, por el contrario, cualidades de resistencia a la extensión y solidificación del autoritarismo; la más importante de ella es la fijación de diez años para la reforma de la Constitución, breve plazo que no cabe explicar sino tomando en consideración la voluntad explícita de que el propio texto constitucional fuese de carácter provisorio. Otra limitación la constituye el hecho de que la creación del Consejo de Estado sirvió virtualmente de freno a la discrecionalidad de los Decretos Leyes. ** No obstante, hay que decir que ello no fue suficiente para evitar abusos, que en algunos casos consistieron en seguir dictando Decretos Leyes después de terminado el receso parlamentario y con fecha antedatada, procedimiento por lo demás anticonstitucional, puesto que según la Constitución tales decretos sólo pueden ser dictados durante el receso del Poder Legislativo.

En resumen, por una parte aparecía la Constitución incluyendo una serie de concesiones al autoritarismo, en tanto que, de la otra, muchas de sus disposiciones consistían, justamente, en una contención al fortalecimiento y a la extensión del mismo autoritarismo.

Si es correcta la opinión de mi amigo el Dr. Rafael Oddone en su reciente libro "Esquema del constitucionalismo paraguayo", pág. 129, en el sentido de atribuir a la Constitución de 1940 la responsabilidad del retorno al autoritarismo ("gatopardismo" en el texto), bien debemos entender que fue así a causa de la imprevista muerte del General Estigarribia. En vida de éste, con toda seguridad, no hubiera existido autoridad alguna que se desentendiese descarada-mente de las garantías constitucionales, como ocurrió con el General Morínigo y sus principales colaboradores. En tal sentido, no es aventurado conjeturar que Morínigo y su entorno hubiesen violado igualmente la más libérrima de las Constituciones. Lo mismo puede pensarse de todos los que le siguieron en el ejercicio del poder, hasta culminar con la atroz dictadura de Alfredo Stroessner. Pero también es verdad que estas consideraciones demuestran que, en definitiva, la nueva Carta Magna se elaboró para ser aplicada por su inspirador, en lo cual estriba su mayor defecto.

En definitiva, lo curioso es que se atribuya a la Constitución de 1940 la totalidad de las desventuras que causó al pueblo paraguayo la cultura autoritaria, cuando, en realidad, no hubo un solo gobernante que la respetase después de Estigarribia. Es oportuno insertar aquí, al respecto, la sentencia de Oscar Creydt al volver del exilio, en la plazoleta del Puerto de Asunción, durante la primavera democrática de 1945: "¡Qué van a hablar de los desmanes de Morínigo cometidos al amparo de la Constitución del 40, si Estigarribia se la llevó consigo a la tumba!".

 

BAJO LA FERULA DE HIGINIO MORÍNIGO

En el momento mismo en que el cadáver del General Estigarribia era velado en la Capilla Ardiente, manifesté en una reunión con mis colegas en el Palacio de Gobierno que consideraba concluida mi vida pública, y que no volvería a desempeñar actividad política partidaria alguna, lo que he cumplido hasta ahora. Igual manifestación hizo Pablo Max Ynsfrán y también mantuvo la promesa hasta el día de su muerte, habiéndose desempeñado durante todos los años siguientes como catedrático en la Universidad de Austin, Texas, en los Estados Unidos.

Por otra parte, los mismos que no comulgábamos con la persona ni con la previsible actuación de Morínigo, nos reunimos igualmente para acordar nuestra salida de los ministerios, resolviendo aplazar nuestras respectivas renuncias por todo el tiempo que duraran las honras fúnebres del extinto Presidente. Al término de éstas, nos juntamos nuevamente, ahora en la Secretaría de la Presidencia, momento en el cual llegó Morínigo, dando muestras de gran sorpresa al encontrarnos. Ocurría que él, consciente de que había jefes militares de mucho más mérito que el suyo para ocupar la Primera Magistratura, entre ellos el Coronel Eduardo Torreani Viera, Ministro del Interior, o el Coronel Nicolás Delgado, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, era en extremo suspicaz y temeroso de conspiraciones. Los temores de Morínigo aumentaban a medida que se difundía el conocimiento de la manera arbitraria en que había sido designado. Este procedimiento, ideado por uno de sus partidarios, el Teniente Coronel Ramón I. Paredes, consistió en librar la designación aparentemente al azar: se escribió el nombre de Morínigo en una de las caras de una caja de fósforos, y el de Torneani Viera al reverso, lanzándola al aire el propio Coronel Paredes. El mismo la recogió inmediatamente del suelo, en la penumbra de una habitación mal iluminada, anunciándole triunfalmente a Morínigo: "¡Regana nde!" (¡Ganaste!).

La ceremonia de elección, si tal puede llamársela, se realizó de madrugada, a dos o tres días de la muerte de Estigarribia, en una dependencia de la División de Caballería de Campo Grande, en presencia de algunos de los más altos jefes de las Fuerzas Armadas. Por lo que se ve, no hubo posibilidad alguna de que los presentes verificaran el resultado del procedimiento. Desde luego, yo no presencié la escena, pero ella llegó a ser vox populi y objeto de sarcásticas referencias a la comedia de la designación. Al poco tiempo, fui exiliado a Clorinda y Justo Pastor Benítez, Pablo Max Ynsfrán y Alejandro Marín Iglesias fueron encerrados en el campo de concentración de la isla de Peña Hermosa.

Escrito lo que antecede, me informan acerca de una versión emitida por Canal 13 TV, bajo la dirección del periodista televisivo Bruno Masi, acerca de los acontecimientos inmediatamente posteriores a la muerte del General Estigarribia. Esta versión es enteramente falsa e inverosímil de pies a cabeza. Se refiere, en efecto, a la aludida reunión de los ministros liberales en la Secretaría de la Presidencia, considerándola conspiratoria. En el programa mencionado se agrega que los Secretarios de Estado renunciantes rogamos a Morínigo que nos mantuviera en los cargos, lo que es notoriamente increíble: ¿Cómo puede pensarse que para conspirar contra el Presidente nos hubiésemos reunido en su propia secretaría, como si no hubiera existido otro sitio más apropiado para ello? En lo que respecta a Pablo Max Ynsfrán y a mí, es difícil concebir el hecho de haber declarado solemnemente nuestro retiro de los cargos que ocupábamos y, al día siguiente, conspirar para seguir ejerciéndolos.

Lo lamentable para mí no es que hubiese existido una conspiración para derrotar a Morínigo sino, por el contrario, que no hubiera habido tal conjura, y más aún que, de existir ella, no lograse su propósito, pues así hubiéramos evitado la cruenta guerra civil de 1947, provocada por los desmanes del tirano.

 

 

 

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